ARTE Y DEVOCIÓN
ROGATIVAS A NUESTRO PADRE JESÚS Francisco José Alegría Ruiz | Canónigo de la Santa Iglesia Catedral y Mayordomo de Jesús
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ace ya algunos años don Juan Torres Fontes, en el número 7 de la revista Nazarenos, trataba el asunto de las rogativas a Nuestro Padre Jesús. Estas prácticas de culto tenían su razón de ser en dos principios del pensamiento católico: la afirmación de que la divina providencia lo rige todo, y la confianza en el poder de la oración, capaz de alcanzar cualquier beneficio. Efectivamente, como enseña el evangelio, nada en este mundo sucede sin el beneplácito de Dios, quien espera que incluso de los males saquemos bienes; a la vez que nos urge a poner la fuerza en la oración, “pedid y recibiréis”, por lo que la Iglesia se ha encomendado a la intercesión de Cristo y de los santos para obtener los favores del Cielo. A lo largo de la historia no han faltado en nuestra ciudad de Murcia ocasiones de necesidad y penuria de diversa índole, siendo uno de los mayores y más frecuentes sufrimientos la falta de agua, bien necesario para trabajar la tierra y dar de comer con su fruto a los hijos, actividades con las que el huertano se ha santificado durante siglos. Cuando el Cielo probaba con la sequía u otros infortunios similares al pueblo murciano, éste, profundamente religioso, levantaba su mirada a él y recurría con confianza a Aquel que podía poner remedio. Se manifestaba esa unidad de antaño entre lo eclesiástico y lo civil, entidades que formaban, a una, la sociedad religiosa tradicional. El concejo
de la ciudad, representando al pueblo, pedía al cabildo catedralicio que impetrase la ayuda de Dios por medio de rogativas, y la Iglesia, responsable del culto público y de la obligación de rezar por el bien común, hacía lo propio. La celebración de rogativas en la catedral consistía el la inclusión en la misa conventual, normalmente durante siete días, de una oración pro pluvia y preces, delante de una imagen sagra-
da, además de las correspondientes procesiones claustrales por el interior del templo con el canto final de la Salve. A esas misas se les llamaba “misas de gozos”.1 Para el éxito de las rogativas era fundamental pedir la intercesión a través de imágenes que reunieran dos características: que fueran consi1 Nuevo Manual de Ceremonias Sagradas para el uso de la Santa Iglesia de Cartagena, 1797, p. 40.
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deradas milagrosas porque a través de ellas se hubieran obtenido gracias divinas, y que fueran capaces de suscitar la devoción entre el pueblo, siendo fundamental que el mayor número de ciudadanos se implicara rezando para conseguir el fin pretendido. Se trataba, en cualquier caso, de oraciones públicas, y si los males afectaban al conjunto de la sociedad era toda la sociedad la que tenía que hacer penitencia y rezar unida. En el siglo XVIII se recurría principalmente a la Virgen de la Fuensanta, a la que el cabildo catedralicio llama “milagrosísima”, pues con frecuencia se había conseguido por la oración ante su imagen el favor que se demandaba, especialmente cuando se trataba de la lluvia, siendo su propio nombre de Fuente Santa expresión de las gracias que podía alcanzar. En marzo de 1747 una sequía pertinaz hacía que los campos de Murcia se resintiesen, y para poner remedio habían comenzado rogativas a la Virgen de la Fuensanta en la catedral. Con la misma finalidad se estaban celebrando similares rogativas a Nuestro Padre Jesús Nazareno, cuya imagen, igualmente llamada “milagrosa”, se había llevado a este fin desde su ermita al Monasterio de las Agustinas Descalzas. Se había previsto, no obstante, unir ambas imágenes en la catedral para que el pueblo se implicara de manera más fervorosa en las oraciones y de ese modo se hiciera más fuerza al Cielo. Poco antes del traslado había co-