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José Emilio Rubio Román Tradición suspendida Tradición suspendida
from NAZARENOS «2021»
TRADICIÓN SUSPENDIDA
José Emilio Rubio Román | Mayordomo de la Sangre
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Si nada lo remedia, cuando los lectores se echen a la cara estas líneas nos habremos quedado por segundo año consecutivo sin procesiones de Semana Santa, y por tercera vez sin la de Jesús y algunas otras que tampoco pisaron las calles en 2019 por causa de la lluvia.
Tres años seguidos sin mostrar los “pasos” de Salzillo en la mañana murciana del Viernes Santo es algo que no sucedía desde los tiempos de la preguerra y guerra civil, pues fue de 1936 a 1938 cuando las circunstancias políticas y sociales impidieron que los nazarenos morados acudieran a su anual cita penitencial.
Y queda superada la triste marca señalada por la doble suspensión de 1969 y 1970. Aquellas que las crónicas atribuyeron a las desfavorables condiciones meteorológicas y el decir popular, transformado en leyenda, a la llamada ‘maldición del Chichones’. Aquellas dos cancelaciones que se conmemoraron, medio siglo justo después, con otras dos frustraciones.
Pero quiero referirme, entre todas las suspensiones citadas (a las que se habrían de añadir las causadas por la lluvia en diversas y dolientes ocasiones) a la de 1936, por haber sido acordada por las propias cofradías murcianas, bien es cierto que forzadas por un deterioro social y político que desembocaría pocos meses después en la Guerra Civil, y por un ambiente abiertamente antirreligioso, a lo que se añadía el hecho, nada propiciatorio, de la convocatoria electoral señalada para el Domingo de Resurrección.
La noticia oficial de la suspensión saltó a la prensa a través del gobernador civil de la provincia, que en una entrevista con los periodistas el 24 de marzo, a doce días del Domingo de Ramos, anunció que un día antes había recibido a los representantes de las cofradías “que le dieron cuenta de una reunión en la que han adoptado el acuerdo de suspender este año la salida de las procesiones de Semana Santa, y hacer entrega a él de las cantidades recaudadas para que sean destinadas a remediar el paro obrero.”
“Hizo constar el señor Silván Figueroa que él no ha intervenido para nada en esta determinación, aunque reconoce que las circunstancias de lucha electoral no son las más propicias para estas manifestaciones, sobre todo coincidiendo las fechas en que tradicionalmente salen con los actos de propaganda y constitución de mesas”, concluía la reseña de ‘La Verdad’.
Hay que recordar que para entonces sólo cuatro procesiones componían el escueto programa de Semana Santa, habida cuenta de que la del Domingo de Ramos, a cargo de la Cofradía de Servitas, y la de Pascua, que sacaba la Cofradía del Resucitado, habían dejado de ser las encargadas de abrir y cerrar las celebraciones pasionarias, pues no recorrían las calles murcianas desde 1931, arrastradas por el anticlericalismo llegado de la mano de la II República.
De modo que sólo el Perdón, el Lunes Santo; la Sangre, el Miércoles, Jesús, en la mañana del Viernes, y el Santo Sepulcro (con la presencia de Servitas en su cortejo), mantenían viva la secular tradición nazarena murciana, en unos años en los que en numerosos lugares ya habían sido eliminados los cortejos penitentes.
UN AMBIENTE DE RESPETO
Fue también ‘La Verdad’ quien editorializó sobre el alcance de aquella Semana Santa sin procesiones en su edición del 27 de marzo: “Han tomado las cofradías pasionarias de Murcia el acuerdo de no sacar las procesiones. Puede haber razones que oponer a esta determinación, pero nosotros la estimamos justificada. Necesitan esas solemnidades de un ambiente de respeto que no se puede obtener de manera artificiosa. Las procesiones de Murcia se caracterizan por su sencillez austera, pues son el prototipo de un auténtico desfile penitencial, y les conviene mal todo lo que signifique paganía, y mucho menos trocar sentido piadoso por una mera concesión teatral a las curiosidades ajenas, en días de desatada hostilidad a la Iglesia”.
Tras hacer referencia a la coincidencia con los preparativos electorales, “en momentos de tensión de ánimo que difícilmente podrá ser superada”, y a la celebración, por el contrario de las fiestas cívicas (de Primavera) “con inoportunidad y sin medios materiales suficientes”, concluía afirmando: “Lamentamos, pues, las circunstancias que obligan a interrumpir una tradición varias veces secular, hondamente metida en el alma del pueblo. Y también nos duele que lo único que les va a sobrevivir no baste a dar a Murcia
aquel esplendor que tanto ha merecido. En otro orden, muy de estimar, es asimismo de sentir que con aquella honra venía a nuestra ciudad un cierto provecho material, redundando en alivio de las necesidades de las clases menesterosas. Quiera Dios que todo sea transitorio, y que la paz de los espíritus se recupere para lo sucesivo”.
Como es sabido, y queda escrito más arriba, el estallido de la larga y sangrienta contienda bélica, poco más de tres meses después de la Semana Santa, y la pertenencia de Murcia a la denominada zona republicana hasta pocos días antes del final del conflicto, el 1 de abril de 1939, impidió durante tres años que los nazarenos volvieran a llevar la remembranza de la Pasión a calles y plazas. Pero en la Cuaresma y Semana Santa de 1936 aún no se habían cerrado las iglesias, ni había pasado sobre ellas la ola destructora de julio.
En consecuencia, y a pesar de los pesares, el primer viernes de Cuaresma se iniciaba el quinario de Nuestro Padre Jesús del Rescate, si bien esta venerada imagen no contaría con hermandad propia hasta el año 1943, ni saldría en procesión hasta el Martes Santo de 1947. Y el primer lunes, tres días después, comenzaron los cultos del Perdón. Además, en el convento de las Agustinas, tan familiar y querido para la Cofradía de Jesús, arrancaba el novenario al Cristo de la Humildad, un cuadro de Cristo paciente tras la flagelación y coronación de espinas. Y, claro está, en el templo privativo del Nazareno, el tradicional quinario de los viernes cuaresmales. Llegados sus días, tuvieron lugar en San Bartolomé el quinario del Santo Sepulcro y la novena de las Angustias, y sólo se echaron de menos, en el programa clásico de la cuaresma, los miércoles del Carmen en honor del Señor de la Sangre.
Como se echaron de menos los traslados tradicionales, que al no haber procesiones no tenían objeto, con especial mención al del Nazareno, en el quinto viernes de Cuaresma, que en esta ocasión no regaló con su preciosa presencia a sus históricas camareras, ni alumbró la mañana del Miércoles Santo en la breve procesión de regreso, escoltado por nazarenos moraos y coloraos.
LA COFRADÍA INNOMINADA
Llegado el mes de abril y la inmediatez de aquella Semana Santa sin procesiones, la evocación de los cortejos penitentes se hizo patente. Como la del escritor Ángel Vergel en una publicación de la época denominada ‘Ambiente’, en la que se hacía eco de la lamentable novedad indicando, entre otras cosas: “Definitivamente, este año no hay procesiones en Murcia. Sevilla las celebra, y Cádiz también. Puede más el anhelo procesionista de las cofradías y de los pueblos que el temor a incidentes, que, caso de surgir, tal vez encontrarían la adecuada réplica. Porque no en vano el pueblo está habituado a sus fiestas religiosas, sin las cuales, las fiestas cívicas resultan desanimadas y carentes de sentido. Las procesiones son el cimiento en que descansa el edificio, más o menos feliz, de los festejos cívicos y profanos. Sin ellas, lo demás resulta desvaído y sin consistencia. Pero este año, la realidad es que no tenemos procesiones. Nos contentaremos con leer las reseñas de las de Sevilla y Cádiz, añorando, entretanto, lo que eran las de Murcia, cuando salían a la calle en días mejores”.
Y añadía más adelante: “D. Emilio Díez de Revenga, en su libro «Artículos Adocenados», plasmó para el conocimiento público la existencia de una cofradía, que todos conocíamos sin saber que existía: «La cofradía innominada». La componían un puñado de murcianos de todas las clases sociales que, sin darse cita previa, iban todos los años por la mañana del Viernes Santo a la puerta de la iglesia de Jesús a ver cómo el primer rayo del sol matinal besaba la frente inmaculada de la Dolorosa del supremo artífice... Y a la vez, se deleitaban con la contemplación magnífica del Ángel de la «Oración del Huerto» y los otros ángeles que acompañan, llorando, a la Dolorosa; con la visión de pesadilla del Señor de la Caída y la mansa dulzura del hijo de Dios atado a la columna, y soportando una pesada Cruz, desde la que un gusano tempranero trataba de hilar sobre la áurea seda de la túnica los primeros hilos de su celda dorada...”.
Y vinieron los días grandes de la Redención, con la celebración del Triduo Sacro, aunque el diario La Verdad no
ocultó, en su edición del Viernes Santo, al referirse a la eucarística jornada del Jueves, lo singular de la situación: “Pocas mantillas y, en general, pocos trajes lujosos. La mujer de nuestra tierra ha asociado este día a la pesadumbre que todos sentimos a consecuencia de acontecimientos recientes. Y, además, ¡resulta tan raro que Murcia, en estos días santos, permanezca sin engalanar como es la tradición! Luego, no todas las iglesias murcianas pudieron ser visitadas, como era lo clásico. Destacó el artístico monumento de San Bartolomé. Algunos conventos permanecieron el día de ayer con sus puertas cerradas, sin que sus monumentos pudieran visitarse”.
La portada del periódico resultaba desgarradora: una foto de la fachada de la iglesia de Jesús, con la puerta cerrada y la calle desierta; y otras de dos de los angelitos llorosos de la Dolorosa dándole escolta. En la parte inferior de la página, la Soledad del Santo Entierro y, a ambos lados, un cabo de andas y un penitente morados. Acompañando a las ilustraciones, varios textos, a cuál más emotivo.
El titulado ‘Tradición suspendida’ afirmaba: “Llega la mañana del Viernes Santo sin que el corazón de la ciudad pueda sentir en sus fibras íntimas la vibración piadosa ante el desfile de las imágenes veneradas. Murcia percibirá en sus entrañas la saeta dolorosa de una tradición cristiana suspendida”; y añadía: “Creemos íntimamente que ningún murciano, de sangre y de alma, deseó la triste realidad que nos embarga. Pero es esa, ciertamente, la realidad. La causa es conocida de todos. Vientos nuevos, renovadores, según dicen, empiezan a asolar el templo y el hogar. Sobre las ruinas se intenta edificar... ¿qué? Nada menos que una sociedad que no sepa sentir ni rezar”. Y terminaba: “Pero toda pasará. En el dolor y en el sufrimiento ha germinado siempre la semilla del heroísmo y la virtud. La persecución, permitida por la Providencia, purifica. Pasará también, por Murcia, en Viernes Santo, cuando Dios lo conceda, como premio a nuestro esfuerzo, la procesión de Su Hijo Nazareno”.
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SALMO DE UNA MAÑANA AUSENTE
Aquella portada contenía también un bello texto que debo insertar en su integridad, para brindar a los cofrades de Jesús la oportunidad de releerlo en la mañana de Viernes Santo de 2021:
“Los caminos de Murcia, en la madrugada del Viernes Santo, están solos como las adelfas en las riberas de los riachuelos ignorados. Se ha extinguido hoy el olor de azahares. Trasciende a sufrimiento la quietud de la plaza de San Agustín, sin cruces en tensión de caminata, sin cirios en olor de penitencia. Aquél bullicio sordo y expectante se ha trocado en sol de Pasión, que antes acuchillaba lágrimas y hoy amortigua sollozos. Las trompetas que deshilacharon himnos desacordes, yacen desconocidas en la mortaja de su sonido. Los estantes, sonoros en su lejanía hueca, se han apagado; han escondido su ritmo doliente y rotundo. El estandarte -capitán de lirios y capuchones- no ve a los tambores roncos que quebraron en las esquinas doradas ecos de dolor. Murcia -nueva Sión- era un reguero de cruces negras, cansinas y oblicuas. Los nazarenos -rojos, morados, descalzos- ignoran los balcones y las macetas florecidas, y el sol de Viernes Santo”.
“Están las calles desiertas. La plaza de la Catedral, como un topacio tallado, no siente la oscilación relampagueante de la espada de Pedro. Ni en la calle de Salzillo el Cristo de la Caída ha llorado por su creador barroco. Salzillo enterrado en vida. En vida de su plenitud imaginera. Platería, sombra en el Nazareno, flores en la Dolorosa, horror ante los Azotes… Y en San Nicolás, la procesión era una promesa de fin, acentuada junto a las rejas conventuales de Agustinas, y hecha realidad en la plaza de San Agustín, ebria de miradas, jadeante, florecida de túnicas y perfumada de luces (el tambor enfundado entierra su campanada seca en la tenue oscuridad del templo). Este año el sol está loco en busca de sus lágrimas amigas. Se han perdido las horas pasionarias… La puerta de Jesús cerrada, con sus clavos al aire poniendo luto a la mañana… Los pasos quietos, tras el velo morado, torvos en luz difusa de los tragaluces, hambrientos de azul… (El sol marcha dolorido en busca de otro cielo…) ¡Sión, Sión! ¿dónde están tus doncellas y tus nazarenos y tu fragancia de congojas? Se ha vestido el día de llanto…
Y firmaba un joven de 21 años que llegaría a convertirse en el mejor biógrafo de Salzillo y que entre 1949 y 1955, fecha de su prematuro fallecimiento, dirigiría el naciente museo dedicado al escultor: José Sánchez Moreno.
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