ARTE Y DEVOCIÓN
TRADICIÓN SUSPENDIDA José Emilio Rubio Román | Mayordomo de la Sangre
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i nada lo remedia, cuando los lectores se echen a la cara estas líneas nos habremos quedado por segundo año consecutivo sin procesiones de Semana Santa, y por tercera vez sin la de Jesús y algunas otras que tampoco pisaron las calles en 2019 por causa de la lluvia. Tres años seguidos sin mostrar los “pasos” de Salzillo en la mañana murciana del Viernes Santo es algo que no sucedía desde los tiempos de la preguerra y guerra civil, pues fue de 1936 a 1938 cuando las circunstancias políticas y sociales impidieron que los nazarenos morados acudieran a su anual cita penitencial. Y queda superada la triste marca señalada por la doble suspensión de 1969 y 1970. Aquellas que las crónicas atribuyeron a las desfavorables condiciones meteorológicas y el decir popular, transformado en leyenda, a la llamada ‘maldición del Chichones’. Aquellas dos cancelaciones que se conmemoraron, medio siglo justo después, con otras dos frustraciones. Pero quiero referirme, entre todas las suspensiones citadas (a las que se habrían de añadir las causadas por la lluvia en diversas y dolientes ocasiones) a la de 1936, por haber sido acordada por las propias cofradías murcianas, bien es cierto que forzadas por un deterioro social y político que desembocaría pocos meses después en la Guerra Civil, y por un ambiente abiertamente antirreligioso, a lo que se añadía el hecho, nada propiciatorio, de la convocatoria electoral señalada para el Domingo de Resurrección.
La noticia oficial de la suspensión saltó a la prensa a través del gobernador civil de la provincia, que en una entrevista con los periodistas el 24 de marzo, a doce días del Domingo de Ramos, anunció que un día antes había recibido a los representantes de las cofradías “que le dieron cuenta de una reunión en la que han adoptado el acuerdo de suspender este año la salida de las procesiones de Semana Santa, y hacer entrega a él de las cantidades recaudadas para que sean destinadas a remediar el paro obrero.” “Hizo constar el señor Silván Figueroa que él no ha intervenido para nada en esta determinación, aunque reconoce que las circunstancias de lucha electoral no son las más propicias para estas manifestaciones, sobre todo coincidiendo las fechas en que tradicionalmente salen con los actos de propaganda y constitución de mesas”, concluía la reseña de ‘La Verdad’. Hay que recordar que para entonces sólo cuatro procesiones componían el escueto programa de Semana Santa, habida cuenta de que la del Domingo de Ramos, a cargo de la Cofradía de Servitas, y la de Pascua, que sacaba la Cofradía del Resucitado, habían dejado de ser las encargadas de abrir y cerrar las celebraciones pasionarias, pues no recorrían las calles murcianas desde 1931, arrastradas por el anticlericalismo llegado de la mano de la II República. De modo que sólo el Perdón, el Lunes Santo; la Sangre, el Miércoles, Jesús, en la mañana del Viernes, y el Santo Sepulcro (con la presencia de Servitas en su cortejo), mantenían viva la secular
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tradición nazarena murciana, en unos años en los que en numerosos lugares ya habían sido eliminados los cortejos penitentes. UN AMBIENTE DE RESPETO Fue también ‘La Verdad’ quien editorializó sobre el alcance de aquella Semana Santa sin procesiones en su edición del 27 de marzo: “Han tomado las cofradías pasionarias de Murcia el acuerdo de no sacar las procesiones. Puede haber razones que oponer a esta determinación, pero nosotros la estimamos justificada. Necesitan esas solemnidades de un ambiente de respeto que no se puede obtener de manera artificiosa. Las procesiones de Murcia se caracterizan por su sencillez austera, pues son el prototipo de un auténtico desfile penitencial, y les conviene mal todo lo que signifique paganía, y mucho menos trocar sentido piadoso por una mera concesión teatral a las curiosidades ajenas, en días de desatada hostilidad a la Iglesia”. Tras hacer referencia a la coincidencia con los preparativos electorales, “en momentos de tensión de ánimo que difícilmente podrá ser superada”, y a la celebración, por el contrario de las fiestas cívicas (de Primavera) “con inoportunidad y sin medios materiales suficientes”, concluía afirmando: “Lamentamos, pues, las circunstancias que obligan a interrumpir una tradición varias veces secular, hondamente metida en el alma del pueblo. Y también nos duele que lo único que les va a sobrevivir no baste a dar a Murcia