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Dimas Prychyslyy el arte de la no diplomacia

Dimas Prychyslyy

TEXTO Y FOTO: MARCOS ALMENDROS

Conversamos bajo el sol de Barcelona con el escritor ucraniano Dimas Prychyslyy de la politización absurda de las lenguas, de libros escritos en ruso (ucranianos o no). También hablamos de la cultura de la cancelación y de las mamarracherías de una sociedad delicadísima.

en época de fuego y conflicto lo que hay que hacer es detenerse para pensar en lo que nos une, lo que nos laza irremediablemente a las diferentes personas. Pensar con amor. Dejar el odio de lado. Decidir por nosotros mismos, no odiar. Leer. Estas páginas van a trazar un puente de palabras construidas a lo largo de la Historia. Unimos dos naciones en conflicto, pero es algo de lo que aquí no vamos a hablar, porque, si manchamos el papel, que sea por una buena causa. Dimas Prychyslyy nos acompaña, ilumina y decora el camino. Dejó atrás una Ucrania que hablaba ruso y ahora se niega a rechazar esta lengua porque forma parte de él. Denuncia que hay autores en Ucrania que “son estigmatizados por escribir en lengua rusa y lo hacen por cuestiones de mercado, no solo porque tienen más oportunidades en otros países, también hay gente en Ucrania que no sabe hablar ucraniano. Lo que hay que hacer es distinguir lo que es literatura rusa, la literatura escrita en ruso, de la misma forma que diferenciamos la literatura española de la literatura escrita en español”.

Dimas Prychyslyy es una persona extravagante, excéntrico y exótico, es un seductor, un tipo que sabes de dónde viene nada más verle, pero que al hablar te descoloca con un acento recogido de una coctelera. Tiene colores, brillos, y un talento en la puntita de la lengua que no deja indiferente a nadie.

Para entender la necesidad de crear puentes en la literatura escrita en ruso tenemos que mirar a la Unión Soviética. “El ruso ha sido fuente y vía de tolerancia y multiculturalidad. Eran muchos países los que componían la URSS y si no hubieran desarrollado su literatura en ruso habría pasado desapercibida. Y en Georgia y Armenia hay novelistas importantísimos”. Seis personas han recibido el Nobel escribiendo en ruso.

Habla de un libro del ucraniano Andréi Kurkov publicado en Blackie Books. Trata de un escritor arruinado al que le deja su novia y se compra un pingüino. Por lo visto me lo tengo que leer porque vivo su misma historia pero sin pingüino. Habla de la escritora Premio Nobel bielorrusa Svatlana Alexiévich: tuvo que huir a Berlín porque estaba siendo vigilada por las fuerzas de seguridad del gobierno bielorruso. Habla de la importancia del Premio Formentor, que este año ha sido otorgado a la escritura rusa Liudmila Ulítskaya. Habla de la pareja rusa Anna Akhmatova y Vyacheslav Ivanov, que hacían sesiones de espiritismo “y se tomaban sus cosillas”. Habla que acaba de publicar en Visor una traducción de Mijaíl Kuzmín, Canciones de Alejandría, que trata abiertamente de la relación sexual de dos hombres y que aparentemente no fue censurado por la intervención de un ministro de Stalin, aunque remarca que esa es una teoría de Luis Antonio de Villena. Habla mucho todo el tiempo.

Ha traído una libreta con nombres de escritoras y escritores de un lado y otro del puente que estamos trazando desde el jardín de un bar en Barcelona. Ponen canciones de Jarabe De Palo que no acompañan la conversación. A Dimas le siguen hablando en inglés aunque responda en castellano. “Me tienen hasta las pelotas de que se piensen que soy guiri”, bromea quejicosamente. Abre la libreta, la cierra, quiere que aparezcan todos los nombres y los va dejando caer en la conversación de forma aleatoria. “Muchos escritores del Siglo de Plata (finales del siglo XIX y principios del XX) tuvieron que emigrar, con lo que suponía exiliarse cuando eran patriotas que querían vivir en su país. La escritora Zinaída Guipius se instaló en París, donde murió con su marido, porque quería ver la verdad desde cierta distancia. Ahora me está pasando un poco lo mismo a mí: estoy en Barcelona y reflexiono mucho más nítidamente sobre Madrid, me escandaliza todo lo de Ayuso y el funcionamiento de Madrid. A ellos les pasaba lo mismo pero se fueron en contra de su voluntad, y contaron la verdad desde el otro lado”. Muy pocas personas son capaces de crear un vínculo entre los exiliados rusos de finales del siglo XIX con Isabel Ayuso con tantísima naturalidad. Continúa sin pestañear. “Otros se quedaron, como el poeta Ósip Mandelshtam y su esposa Nadiezhda. También se quedó en Rusia la intelectual Anna Akhmatova: ella contaba que se iba al mercado para pelearse por medio kilo de patatas podridas. Ella y Borís Pasternak, autor de Doctor Zivago, eran íntimos de Stalin, a quien le interesaba lo que ellos opinaban sobre sus decisiones, aunque les hiciera la vida imposible a los dos”.

Dimas cuenta en primera persona algo que vivió una amiga suya cuando fue a ver a sus libreras de confianza y se las encontró vaciando media librería: — Estamos quitando la literatura rusa. — ¿Y si yo quiero comprarme cualquier mierda típica como Ana Karenina? — Pues aquí no lo vamos a vender porque algo tendremos que hacer.

“¡Pues pon una bandera de Ucrania en la puerta, pero de esta forma paga la culpa la cultura, no la paga el gas!”. Se queda callado durante unos segundos con la mirada seria. Es la primera vez que no asoma esa chispa juguetona. Aquí hablamos de 2014, del miedo y de su negativa a rechazar su identidad. “Estoy totalmente en contra de la cultura de la cancelación, luego ya verás tú lo que pones y si te quieres meter en camisas de once varas”. Corta el silencio con la antorcha en la mano. No me asustan sus palabras, sino la sonrisa que la acompañan. “No entiendo por qué se castiga a los escritores por las decisiones de un gobernante, de la misma forma que unas declaraciones totalmente desafortunadas de J. K. Rowling, las cuales condeno, no tienen que repercutir en su obra. Por qué lo de Johnny Deep tiene que repercutir en Jack Sparrow. Por qué la idiotez de un señor tiene repercutir retrospectivamente en la literatura del siglo XIX ruso”. Y así lo suelta. “Vivimos en una sociedad delicadísima, la piel es de cristal. Es muy judeocristiano la recriminación y el reproche, y además es hereditaria, y esto es lo que está pasando con la literatura rusa”. Miro hacia arriba y veo la Biblioteca de Cataluña. Respiro profundamente y me entran sus palabras, doy un trago a la cerveza que se está calentando con la misma velocidad que se seca mi garganta. Quién soy yo para venir a hablar de los rusos. Quién soy yo para juzgar nadie. Quién soy yo para censurar, castigar y ningunear. Quién soy yo para dar la espalda, si lo que necesita este mundo es que nos demos las manos, que crucemos puentes, que nos tratemos con amor. Levanto la mano para pedir dos cervezas más. Asusta mucho más cuando calla.

Hemos conseguido no hablar de Dostoyevski, Tolstói y Chéjov. Hemos conseguido no hablar de la guerra o invasión o conflicto político, que a estas alturas ya no me atrevo ni a nombrar. No sé si están todos los nombres que Dimas tenía apuntados en su libreta que nerviosamente abría y cerraba. Ha llegado el momento de hablar de nuestras mamarrachadas.

SÓNIECHKA Liudmila Ulítskaya Anagrama

MUERTE CON PINGÜINO Andrei Kurkov Blackie Books

TREINTA Y TRES MONSTRUOS ¡NO!”, Lidia Zinóvieva-Annibal Akal

EL DUENDE DEL HOGAR Nadezhda Teffi Nevski Prospekt

POEMAS COMO REZOS Zinaida Gippius y Cherubina de Gabriak Aérea

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