Escena
paul, en ‘die tote stadt’
«La mujer muerta, la ciudad muerta, se fundieron en una metáfora misteriosa. Y cada día tomé el mismo camino del brazo de su sombra»
Los templos del pasado Múnich se reconcilia con una espléndida versión de Die tote Statd (La ciudad muerta), la ópera proscrita de Korngold. texto Felipe Santos [Com 93]
@ultimoremolino fotografía ©W. Hoesl / Bayerische
Staatsoper Todas las ciudades tienen una bruma de mortalidad que coincide cuando el crepúsculo termina de desvanecerse y la oscuridad envuelve las calles. Los límites del mundo físico se desdibujan y cualquier ensoñación adquiere el relieve de lo real, como ocurre con las afiladas figuras de los cuadros de Kirchner. Esa niebla sensorial suscitó Bruges-la-morte, del belga Georges Rodenbachs, el texto en que se inspiró a Korngold para escribir esta ópera y que su padre, bajo el seudónimo de Paul Schott, convirtió en libreto. Brujas podría ser aquí cualquier ciudad, no muy distinta a la Viena que el compositor habitaba, en pleno periodo de entreguerras. Paul, el protagonista, encierra en su casa un pequeño santuario. Allí trata de capturar el pasado almacenando los objetos que un día tocó Marie, su esposa difunta, y toda su experiencia exterior está transformada por ese recuerdo. No es extraño que Simon Stone, el regista de esta nueva producción de Múnich, 98—Nuestro Tiempo invierno 2020
El escenario giratorio muestra todos los ángulos posibles de la historia. se muestre muy cercano a este estado de ánimo. Su padre falleció de un ataque al corazón cuando tenía doce años. La ausencia repentina de esa figura se encuentra en cada rincón, donde vemos deambular a Paul sobre un escenario giratorio en el que se entremezclan el sueño y la vigilia. No es tanto la recreación del mundo alucinado del protagonista, sino la narración de un deseo por recuperar lo efímero, el
ansia de retener lo que está condenado a desaparecer de nuestra vista. Esa imposibilidad de repetir una vida, de revivir un tiempo que ya no volverá, va encerrándose en recuerdos circulares, en pesadillas magistralmente recreadas en la escena donde los fantasmas de Paul y Marie vagan y se miran sin encontrarse jamás. Korngold escribió esta ópera con veintitrés años y dejó claro que Mahler