Nueva Revista 156

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Nueva Revista DE POLÍTICA, CULTURA Y ARTE

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Nº 156

- 10 €


El seminario en papel CARLOS ARAGONÉS Apertura del seminario. Las urgencias de la libertad JOSÉ MARÍA LASSALLE

PROMESAS REGRESIVAS DE BIENESTAR PÚBLICO 17 28 44

El debate de la desigualdad GABRIEL ELORRIAGA PISARIK Aristoburocracia JUAN JOSÉ GÜEMES Una legislatura contra la recesión VICENTE MARTÍNEZ-PUJALTE

EFECTOS COLATERALES DE ORGANISMOS INTERNACIONALES 53 70 85 99

Las perspectivas de gobernanza comercial post 2015 JAIME GARCÍA-LEGAZ PONCE París: calentamiento global, energía y crecimiento ANTONIO ERIAS REY Ni contigo ni sin ti: liberalismo en las OO.II. LUIS PABLO TARÍN Apunte personal sobre movilidad e inmigrantes PABLO VÁZQUEZ

UNA COMUNIDAD EXPANSIVA DE DERECHO Y PODER 108 El más y el menos liberal de la UE JOSÉ M. DE AREILZA 123 Diálogo de tribunales; perdonen las molestias... ANDRÉS OLLERO 136 La salida tecnocrática, una historia actual PABLO HISPÁN

RITUALES HISPÁNICOS DE REGENERACIÓN 146 169 179 193

Vieja y Nueva Política, de Ortega JAIME DE SALAS Nueva y vieja regeneración JOSÉ MARÍA MARCO Una meditación sobre el riesgo político ARTURO MORENO GARCERÁN Habrá menos liberalismo y más democracia MARQUÉS DE TAMARÓN

PARTIDOS EN EL CURSO DEL TIEMPO 201 219 229 250

El Partido de la Nación. Los conservadores británicos, de Churchill a Cameron IGNACIO PEYRÓ La derecha populista francesa GUILLERMO GRAÍÑO En el espacio del centro JAIME RODRÍGUEZ-ARANA La perspectiva liberal-conservadora JOSÉ MARÍA CARABANTE

25 AÑOS DE NUEVA REVISTA 260 Una revista necesaria, que nos hace más liberales EMILIO DEL RÍO

N 156

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NR 156 2015


NOTA EDITORIAL

Se cumplen los veinticinco años de Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, revista liberal fundada por Antonio Fontán en 1990. Era insoslayable celebrar el acontecimiento y me ha parecido que la convocatoria de un seminario sobre presente y futuro del Liberalismo, dentro de los Cursos Avanzados de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, podría ser una forma excelente de hacerlo. Así se ha hecho, y este número extra —monográfico— recoge una selección de las intervenciones que se produjeron. No hace falta ponderar la extremada polisemia del término liberalismo a lo largo de la historia. Nueva Revista es y se presenta como una revista liberal, pero ¿en qué sentido? Personalmente, Fontán fue liberal en lo político, conservador en lo cultural y adherente del humanismo cristiano (católico fervoroso) en lo filosófico. Los que reunió a su alrededor respondían unánimemente a dos características: se reconocían en al menos un principio de este trípode y eran respetuosos con los otros dos. Naturalmente, tal posibilidad perfila cada una de las instancias implicadas: los liberales no tienen un significado radical y antirreligioso, los católicos no son de la fórmula «el liberalismo es pecado» y los conservadores no son integristas en manera alguna. Además, a la altura del siglo xxi, este liberalismo subraya la importancia de fomentar las libertades, pero no puede ni quiere soslayar los principios de la justicia social. Tampoco un socialdemócrata (en la acepción actual más común del término) dará la espalda sin más a las libertades que reconoce la cultura contemporánea. Naturalmente, cabe detectar tradiciones, sensibilidades y subrayados distintos, pero la publicación «liberal» Nueva Revista, así como el Liberalismo en general, se 2

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nota editorial

presenta ahora más bien como un lugar de encuentro para el debate racional, el respeto al otro y el intercambio de puntos de vista. Necesidades perentorias, sin duda, ante la enfermedad de la cultura que genera la sociedad del espectáculo. Volviendo a nuestro seminario, su éxito se debe a una serie de personas cuya labor cumple agradecer. En primer lugar, Carlos Aragonés, que aceptó el encargo de diseñarlo, invitar a los intervinientes y cuidar la publicación del monográfico, o sea, todo. El rector de la uimp, César Nombela, el vicerrector, Rodrigo Martínez Val, y todo el magnífico equipo de la Magdalena sin excepción nos apoyaron desde el comienzo hasta el último detalle. Naturalmente no se puede dejar de mencionar el permanente entusiasmo del consejo editorial de Nueva Revista, empezando por el de su presidente, Eugenio Fontán Oñate, y el del presidente del Foro «Antonio Fontán», Emilio del Río, que de modo tan ajustado glosa aquí el significado de esta andadura. Yendo más lejos, la pervivencia y florecimiento de la publicación que nos ha conducido al feliz cumpleaños ha sido posible gracias a que la joven Universidad Internacional de la Rioja, tras la muerte de Fontán, se ha hecho cargo de la cabecera de la revista, produciendo una sinergia muy provechosa, ya que, de una parte, la integración de la publicación en un sistemas universitario ha proporcionado una ampliación de sus canales de influencia, sin renunciar a los suyos tradicionales, y, de otra, las solicitaciones, como propietaria, de unir a la revista la han obligado a comprometerse más aún con todos los temas verdaderamente importantes que marcan el día a día de nuestra globalizada sociedad. Miguel Ángel Garrido Gallardo Editor/Director nueva revista · 156

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EL SEMINARIO EN PAPEL Antes de pasarlo al papel, los autores de este número 156 hablaron en Santander entre el 31 de agosto pasado y el 4 de septiembre, invitados por los Cursos de verano, todos menos uno. El aniversario de Nueva Revista pedía consultar a sus autores sobre la perspectiva de la política liberal, cuando surgió la ocasión de manos de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Ambas circunstancias eran maneras seguras de traer con nosotros allí la figura de Antonio Fontán. Anfitriones fuimos el editor y director de la revista, quien firma esta nota y, naturalmente, Pilar Soldevilla. Otra vez respondieron magníficamente a nuestro propósito los colaboradores del consejo editorial, aunque hay que mentar a los diputados Guillermo Mariscal y Vicente Martínez-Pujalte, quienes ayudaron a nuestros propósitos sin petición siquiera de parlamentar por su parte. Así como a Jorge Martín Frías, por esa facilidad suya de juntar nuevos con veteranos liberales. Lástima que Miguel Herrero de Jáuregui y Emilio Lamo de Espinosa hayan resistido dejar a la imprenta sus trabajos, bien originales y necesarios, que desean completar en el 2016. Quizá sea de excusar que esta hoja quede en meramente informativa, pero el riesgo de las reseñas es que se deslizan siempre hacia la superioridad del entendimiento propio sobre el del preciso autor del artículo, y en la materia que la firma lo declara progenitor. Cuanto menos, las entradillas a cada uno de los artículos pueden servir de crónica interior del grato seminario, habiendo dejado libres de ellas el discurso de apertura y la exhortación conmemorativa de cierre.  Carlos Aragonés 4

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Portada del programa de la UIMP

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Apertura del seminario

LAS URGENCIAS DE LA LIBERTAD José María Lassalle

«Después de 2015, ¿más o menos liberalismo?» es el título del seminario que hoy inauguramos y que se enmarca en el XXV aniversario de la fundación del proyecto Nueva Revista. Iniciativa promovida por un ilustre liberal, Antonio Fontán, al que hoy me gustaría también recordar y rendir un homenaje especial por su ejemplar trayectoria como intelectual y político humanista. Lo hago en mi condición de secretario de Estado de Cultura, pues no puedo olvidar que Nueva Revista es una iniciativa cultural que quiere ser fiel a la tradición inaugurada en España por la Revista de Occidente orteguiana. Pero también, desde mi filiación política liberal. No en balde don Antonio representa la recuperación del liberalismo como proyecto de regeneración democrática para nuestro país después del silencio impuesto al respecto por la dictadura. Eso hace que, después de agradeceros la posibilidad de estar hoy aquí inaugurando este seminario, afirme que el título que se ha dado al mismo es muy atinado. Con él se dibuja el reto que tiene España ante sí y que se sitúa en la 6

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las urgencias de la libertad

encrucijada temporal de las elecciones que viviremos en diciembre de este año. «Después de 2015, ¿más o menos liberalismo?». Buena pregunta, por tanto, la que plantea Carlos Aragonés. 2015 comienza a percibirse como un año decisivo. Una fecha límite. Encierra una idea de antes y después a la que se asocia la inauguración de un tiempo nuevo. Un tiempo totalmente desconocido y que, en mi opinión, constituye el cuarto acto escénico en el que se desarrolla la historia, interpretada en clave, digamos, teatral, de nuestra democracia. Una historia teatral que tiene al liberalismo como guión escénico. Pues liberal es básicamente la historia de nuestra democracia... Permítanme que abunde un poco en esta reflexión. El primer acto de nuestra democracia va de 1975 a 1982. Es el periodo de la Transición, lato senso, incluyendo en ella los gobiernos de la ucd que la proyectan y desarrollan. Es el periodo cuyo principal protagonista es Adolfo Suárez y alrededor de él hay otros personajes que lo acompañan en el proyecto de moderación política que lideró. Entre ellos hay que citar a Antonio Fontán. Surgiendo con él un liberalismo que se reivindica como parte del proyecto político de la ucd y que influye en muchas de sus iniciativas de gobierno. El segundo acto va de 1982 hasta 1996. Está marcado por la hegemonía del socialismo democrático de Felipe González. Bajo él España se moderniza, se consolida como democracia, se abre al exterior, recupera nuestra conexión con América Latina y Europa, y hace suya una dimensión liberal que, de la mano de figuras como Miguel Boyer, Carlos Solchaga, José Antonio Maravall o Javier Solana, nueva revista · 156

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centra a la izquierda española en la mejor tradición del republicanismo de entreguerras. El tercer acto concluye ahora. Viene de 1996 y llega hasta 2015. Incluye los gobiernos de Aznar y Zapatero, así como el actual gobierno de Rajoy. Hablamos de un acto con varios cambios de ritmo y escenarios. Un acto complejo porque desarrolla un imaginario dialéctico de naturaleza política, ideológica y económica que comparte una misma longitud de onda. Un imaginario de tensión y confrontación que estuvo marcado radicalmente por las fracturas que supusieron los años 2004 y 2011, esto es, los atentados del 11-M y la constatación financiera de la crisis con el desbordamiento de la prima de riesgo y el riesgo de quiebra de nuestro país. Durante estos años el liberalismo actuó también como telón de fondo. Se reivindicó como soporte del éxito económico de nuestro país a partir de 1996 y también como inspiración de algunas de las reformas que en materia de derechos se impulsaron a partir de 2004. Incluso mutó y se reivindicó en su dimensión republicana liberal. En cualquier caso, fue objeto de tensión y reivindicación recíproca por los dos partidos de gobierno y frente a él o, mejor dicho, confrontado con él, se han ido gestando las corrientes que finalmente han desestabilizado nuestro orden constitucional y el soporte de consenso de nuestra democracia: el nacionalismo independentista en Cataluña y el populismo antisistema que comenzó su senda el 15-M. Por eso, 2015 es el inicio de un cuarto y, permítanme que así lo diga, decisivo acto. Un acto que tiene al liberalismo, otra vez, como protagonista subyacente y que convierte el año 2016 en un quicio temporal que recuerda 8

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un poco a aquel apocalipsis feliz del que habló Broch y que, como en la Viena finisecular, nos coloca ante un escenario de angustia e incertidumbre, casi sistémica, pues, todo está en cuestión y pendiente de ser objeto de revisión en nuestra democracia. Revisión que no se sabe qué derroteros adoptará ni hacia dónde evolucionará. De ahí la pertinencia del título del seminario que inauguramos y a cuya pregunta me atrevo a aventurar ya una respuesta que espero poder explicar a continuación. ¿Más o menos liberalismo? Más, sin duda, pero no en sentido extensivo o cuantitativo, sino en un sentido cualitativo o, mejor dicho, intensivo. Sí, hace falta más liberalismo, pero un liberalismo nuevo, más intenso y profundo, que se adense ontológicamente, tal y como analizaré más adelante. Hace falta más liberalismo porque —y eso me permite entroncar esta reflexión con lo que decía antes sobre los cuatro actos de la democracia— la incertidumbre que gravita sobre España no es muy distinta a la que marca el tránsito histórico de Occidente. Al igual que pasa con la historia de nuestra democracia, la historia política de Occidente desde la Modernidad a nuestros días está marcada también por la presencia del liberalismo. De hecho, me atrevo a afirmar aquí que la historia del Occidente moderno tiene al liberalismo como su ideología fundante y el soporte teórico del relato de su identidad. Fueron las llamadas revoluciones atlánticas las que forjaron Occidente. La revolución inglesa de 1688, la norteamericana de 1776 y la francesa de 1789, así como la española de 1808, dan corpus teórico a la modernidad política occidental. nueva revista · 156

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De hecho, el liberalismo marca la cronología de la modernidad y su cuestionamiento. Y es que el siglo xviii, que va de 1688 a 1789, es el siglo de la construcción del liberalismo al conformarse la Ilustración como una epistemología de la libertad, la propiedad, la igualdad y la tolerancia. El siglo xix, que va de 1789 a 1914, es el siglo de la ideología liberal, monopolizando esta todos los resortes interpretativos de su tiempo. La plenitud liberal es puesta en cuestión en las trincheras de la Gran Guerra, donde emerge el siglo xx, que se extenderá hasta 1989, cuando cae el antípoda dialéctico del liberalismo: el comunismo. El siglo xx es el siglo de la lucha contra el liberalismo y la resistencia de este a no ser devorado por el comunismo y el fascismo. Este siglo corto, sin embargo, es un siglo que cambia la fisonomía del planeta y siembra todas las disrupciones que sacuden nuestro tiempo. A su vez, el siglo xxi consagra de nuevo el triunfo del liberalismo pero también su fracaso y, de nuevo, su crisis, ya que va de 1989 y el llamado «fin de la historia» hasta 2001, con el primer renacimiento de la historia que trae el 11-S, y que apostilla el 2008 con el segundo renacimiento de la historia que tiene lugar con la crisis económica mundial. En ambos casos, hablamos de un renacimiento de la historia que tiene un antípoda crítico: el liberalismo. Bien el modelo liberal de la Paz perpetua kantiana, bien la confianza, también liberal, en el Progreso económico ilimitado que acompaña el transcurso del tiempo de la Modernidad. De ahí que podamos afirmar que superado el siglo más corto de la historia, que fue el siglo xxi, habitamos un siglo-no siglo, el xxii, que inaugura una posmodernidad 10

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que cuestiona las raíces epistemológicas y políticas de la Modernidad. Una posmodernidad que plasma con plasticidad la imagen que Shakespeare dibujara en La tempestad cuando afirmó que los personajes de esta tragedia vivían un tiempo en el que: «Todo lo sólido se desvanece en el aire». Una posmodernidad que ha quebrado nuestra Modernidad a golpes de dos abruptas tempestades que cuestionan la seguridad en nosotros mismos: la tempestad del 11-S y la tempestad de la crisis de 2008. Pues bien, 2015 concluye para España como una experiencia límite acerca de sí misma, así como de su emplazamiento físico y temporal en el mundo. Esa experiencia tiene mucho que ver con el liberalismo, hacia dentro y hacia fuera, tal y como hemos visto. De cómo se reintroduzcan las ideas liberales en la gestión de las incertidumbres de nuestro tiempo depende el éxito o el fracaso de nuestro país. Y escúchese bien porque hablo de cómo, no de qué ideas liberales. Pues, entrados, y permítanme que siga con la tesis de que habitamos ya el siglo xxii, en un tiempo tan radicalmente virtual y atemporal como es el nuestro, el liberalismo tiene que aventurar reformulaciones de sí mismo que salven la libertad y sus dimensiones humanas y personalistas. Digo virtual porque la identidad corpórea se diluye bajo la inmaterialidad de las nuevas tecnologías. Y digo atemporal porque el tiempo real en el que vivimos ha extinguido la noción de la cronología, circunstancias ambas que amenazan los asideros ontológicos sobre las que se ha desarrollado la cultura moderna de Occidente desde el siglo xvii hasta nuestros días. En este panorama poshumano, la tecnología masiva y el desarrollo de lo que empieza a denominarse el psicoponueva revista · 156

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der de Internet y la obsesión por la velocidad inmaterial, provocan servidumbres, dependencias y situaciones de arbitrariedad despótica que exigen revisitar los conceptos del liberalismo para que vuelva a ser eficazmente operativo en la defensa de una libertad humana y personal. Basta leer la obra de autores como Byung-Chul Han o Paul Virilo para comprender que el llamado cibermundo puede llegar a convertirse en el «gobierno de lo peor», como señala el segundo de los autores mencionados. Para resolver estas tensiones que sufre la libertad hace falta redefinir el liberalismo, actualizarlo a partir de las experiencias acumuladas durante estas últimas décadas de transformación global en las que ha vuelto a ser cuestionado. Lo primero es reconocer que el liberalismo, o es una filosofía de la libertad que está al servicio de una política de la libertad, o no es liberalismo. Esto supone que debe ser fiel a sus principios originales: la propiedad, la tolerancia y la dignidad, que actúan como los vectores a través de los que se interpreta y canaliza el sentido de la libertad. Empezando por el primero de ellos, hay que decir que la idea de libertad nacida con el liberalismo fue una respuesta al miedo, como bien sostuvo Shklar. Al miedo que provocaron las guerras religiosas, la intolerancia y el triunfo de la seguridad absoluta que trataba de proyectar a su alrededor el Estado moderno. Una libertad que cobró forma material a través de una especie de trincheras de institucionalidad que permitían a la persona decir de sí misma que era dueña de su ser, de su cuerpo y de las acciones físicas y morales que se derivaban de ello. De hecho, la idea de libertad se hace material mediante una 12

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estrategia de reapropiación de sí misma que diseña Locke y los whigs durante la Crisis de la Exclusión inglesa a finales del siglo xvii. Yo soy, dirá Locke en los Dos tratados sobre el gobierno civil, dueño de mi vida, de mi libertad, de mi cuerpo, de mi persona, de mis acciones y de sus consecuencias, entre otras, de las consecuencias de mi trabajo sobre las cosas. Esta es la razón por la que la propiedad ofrezca al liberalismo un concepto ontológico de la libertad que le brinda una plasticidad corpórea y material que está en el origen mismo de su definición y, a partir de ella, de la institucionalidad que se desprende. Y esa es la razón por la que desde la corporeidad de una libertad que se protegía a sí misma a partir de la posesión de derechos y libertades individuales que se hacían físicas, el sujeto podía defenderse del miedo y crear un entorno de seguridad propia frente a la amenaza de los otros. Hoy el pensamiento liberal —y esta es mi primera respuesta al título del seminario— necesita repensarse ontológicamente. Sobre todo porque uno de los problemas de nuestro tiempo es la desmaterialización de la identidad personal en la que estamos cada vez más instalados arrastrados por el flujo acelerado de la tecnología. Internet ha desmaterializado la realidad y está condicionando la humanidad en su dimensión interpretativamente corpórea. Cada vez la humanidad se piensa más a sí misma desde una identidad virtual que no entiende los efectos físicos y morales asociados a las acciones que acompañan al miedo o el sufrimiento. Esto da pie a analizar el segundo vector del que se hablaba más arriba, y que no es otro que la tolerancia y eso nueva revista · 156

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nos obliga a preguntarnos por qué nación... La respuesta es clara. Porque el sufrimiento que padecieron quienes querían profesar su fe y no podían, exigió que se les respetase en una identidad que sentían como parte de su dignidad más íntima. Así surgió el pluralismo y su defensa, asociado a la idea de que no había verdades absolutas sino que eran múltiples e interpretables dentro de una estructura de falseabilidad y contraste del conocimiento que, lejos de debilitarlo, lo fortalecía. Circunstancias todas que nacieron de una materialidad del dolor y el sufrimiento que producían los absolutos que operaban sobre las personas y que pronto se vio que debían ser desarraigados si una sociedad quería entenderse a sí misma como civilizada. De la experiencia dolorosa, físicamente dolorosa, de las hogueras y la persecución de la Ginebra de Calvino, nació la tolerancia y el respeto a las minorías. Algo que se pierde cuando se diluye el «otro», o los «otros», bajo la acción de identidades virtuales que no se tocan, ni se sienten como próximas a través de la percepción sensible del dolor, de la ofensa o el agravio; cuando, por utilizar la expresión del Adam Smith de La teoría de los sentimientos, desaparecen las condiciones para desplegar la acción de un «observador imparcial» que practique la empatía. Quizá por eso no es de extrañar que sea en las sociedades hipertecnificadas de Occidente donde surjan más aguda y ofensivamente esas quiebras de la tolerancia de las que habla Todorov en Los enemigos íntimos de la democracia. Unas quiebras que asocia a las ortodoxias del bienestar o del miedo a su pérdida y que la crisis ha hecho reverdecer como una especie de la cultura política que 14

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alimenta los populismos que sacuden Europa. Este es el motivo por el que urge recuperar la tolerancia como un valor operativo y devolver a la mirada humana la capacidad para instalarle en la sorpresa —y la indignación— ante el sufrimiento de los otros. En este sentido, para combatir la intolerancia y las ortodoxias que la alimentan, no hay mejor aliado que el pluralismo y la defensa de la diferencia. Y es que sin el «otro» no podemos ser nosotros mismos. El tercero vector es la dignidad, porque la propiedad y la tolerancia son estrategias institucionales que hacen viable la defensa de la persona y la libertad inherente que la da forma y sentido. Forma y sentido que no son otra cosa que el soporte de la dignidad del ser humano. Aquí es donde radica, probablemente, la mayor amenaza que debe desactivar el liberalismo: en que estamos olvidando el concepto de persona y permitiendo que se erosione su vigencia y tutela. Algo que está sucediendo en secreto, sin visibilidad, como un proceso que socava los fundamentos morales de nuestra existencia y que está conduciéndonos a un horizonte tecnológico poshumano del que pueden brotar todas las pesadillas imaginables e, incluso, las inimaginables también. La democracia no puede renunciar a esa estructura moral que da coherencia a la ejemplaridad virtuosa que fundamenta la ciudadanía. La democracia ha de ser liberal. Ha de desarrollar plenamente la dualidad de libertades que Isaiah Berlin identificó como el maridaje de las libertades positiva y negativa. Pero al mismo tiempo ha de crear las condiciones para que la ciudadanía personalice su presencia pública, asuma responsabilidades hacia los nueva revista · 156

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otros, proyecte a su alrededor una tolerancia conciliadora de contrarios y antagonismos, y favorezca un sumatorio de identidades heterodoxas que no sean excluyentes. Y es que no basta poner la palabra libertad en las leyes si no existe, por así decirlo, una cultura de libertad. Una cultura que haga que la libertad arraigue como una creencia personal irrenunciable, hasta el punto de verla sacralizada como una auténtica fe en la libertad. Por eso es imprescindible volver a vitalizar la libertad. Hacerla personal e intransferible. Hace falta recuperar, realmente, la fe en la libertad, la fuerza de la libertad como un elemento existencial que nos vigorice como personas y ciudadanos comprometidos con nuestra dignidad moral y la de los otros. Sí, hace falta más liberalismo para combatir la fatiga que provoca en la vivencia democrática los excesos de tecnocracia y economicismo que resecan las fuentes morales de la libertad y propician la irrupción de esas sombras de la democracia que son los populismos. Termino ya. Y lo hago volviendo a la pregunta a la que pretende responder este seminario que hoy inauguramos. Después de 2015 hará falta más liberalismo porque los retos que se abren ante nosotros tienen que ver directamente con él y su vigencia. La urgencia del liberalismo está a la vista y requiere una estrategia intensiva que vuelque sus esfuerzos en recuperar los vectores que sobre la propiedad, la tolerancia y la dignidad recuperen para nuestro país una política que transforme la libertad en una vigencia personal y colectiva en la que todos nos reconozcamos. 

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PROMESAS REGRESIVAS DE BIENESTAR PÚBLICO

EL DEBATE DE LA DESIGUALDAD Gabriel Elorriaga Pisarik

La igualdad que procura el régimen de Seguridad Social y presupuestos era cuestión decisiva para que esta cauta prospectiva sobre el bienio 2015-2016 empezara con pie firme. Luego de proclamar tus valores, dame tus gastos e incentivos, y confesarás cuáles son esas opciones preferidas. Precisamente, la persona más adecuada entre los amigos de Nueva Revista había publicado esas semanas un documento sobre la desigualdad española que nos comentó, con su inestimable claridad, en la primera lección.

Hablar de desigualdad y de pobreza en España es lo mismo que hablar del paro, de sus causas y de sus remedios. La falta de empleo, y la precariedad de parte del existente, explican con nítida precisión los preocupantes datos de nuestro país. Para la izquierda, las cifras solo sirven como pretexto para tratar de imponer sus paradigmas tradicionales en relación con el mercado de trabajo, la política edunueva revista · 156

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cativa o el Estado de bienestar. Sin embargo, un análisis riguroso desmiente muchos tópicos y permite establecer políticas públicas de corte liberal mucho más orientadas a la mejora del bienestar social. Gráfico 1 Desglose de cambios en el índice de Gini de ingresos salariales. Cambio de puntos porcentuales en el índice de Gini 2007-11, personas en edad de trabajar.

Fuente: Cálculo de la Secretaría de la OCDE a partir de las Estadísticas Comunitarias sobre la Renta y Condiciones de vida (EU-SILC, 2008 y 2012), la Encuesta Canadiense sobre la Dinámica del Trabajo y la Renta (SLID, 2007 y 2010), la Encuesta sobre la Dinámica de los Hogares, los Ingresos y el Trabajo en Australia (HILDA, 2008 y 2012), y la Encuesta de Población Actual de los EE.UU. (CPS, 2008 y 2012).

La desigualdad es un resultado lógico y legítimo cuando deriva de las diferencias de capacidad, de esfuerzo o de decisiones libremente adoptadas por los individuos, pero se convierte en socialmente intolerable cuando es consecuencia de la falta de oportunidades, de las restricciones institucionales, la captura de rentas o de la corrupción. 18

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el debate de la desigualdad

El primer tipo de desigualdades lejos de ser un problema constituye el reflejo natural de un sistema de incentivos adecuado que premia la iniciativa, la innovación, el trabajo y la asunción de riesgos; por el contrario, aquellos frenos que impiden la progresión económica de quienes lo desean y lo merecen suponen un auténtico lastre social. La globalización y los cambios tecnológicos han tenido un notable impacto sobre la distribución mundial de rentas. Es incuestionable que la internacionalización de la economía ha permitido salir de la pobreza a centenares de millones de personas y está dando paso, tras una etapa de fuertes desi­ gualdades internas en los países emergentes, a la aparición de nuevas y prósperas clases medias en países inmensamente poblados como China, India o Brasil. El reverso parcial de esa moneda lo encontramos en los países con altos niveles de renta y economías ya maduras, como los europeos. Entre nosotros se han reducido las oportunidades de muchos trabajadores poco cualificados, incapaces de competir con el nuevo entorno exterior. La solución pasa por mejorar el sistema educativo, reforzar la formación continua y trabajar para mantener una ventaja tecnológica que nos permita alcanzar una productividad mayor. Los países europeos que vieron el cambio con anticipación y tuvieron la inteligencia y la determinación necesarias para impulsar las transformaciones profundas que se necesitaban son los que mejor han afrontado esta nueva realidad. La desigualdad creciente, conviene insistir, no es un fenómeno global sino la consecuencia local de políticas públicas equivocadas, que se han demostrado incapaces en algunos países occidentales de mantener los ritmos de crecimiento económico requeridos. nueva revista · 156

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Hasta el comienzo de la crisis España se situaba en posiciones intermedias de la Unión Europea en relación a las cifras de desigualdad y pobreza. Si tomamos como referencia la desigualdad de riqueza, el nuestro es uno de los países más igualitarios entre los más desarrollados, circunstancia derivada en gran medida de la extensión de la propiedad inmobiliaria. Es más, la caída del precio de la vivienda y de las cotizaciones bursátiles han provocado una disminución de las diferencias de riqueza entre los españoles durante la crisis. La alarma salta cuando nos fijamos en las diferencias de renta o en las cifras de movilidad social que nos sitúan en un nivel medio-bajo europeo. Tras la crisis, España presenta con carácter general unos datos de desigualdad de rentas y de pobreza peores que los observados por término medio en los países de nuestro entorno, un dato que se explica por la caída de los ingresos de las clases menos favorecidas y no por las ganancias de las más altas. La explicación evidente se encuentra en la rápida e intensa destrucción de empleo y la solución, en consecuencia, exige mejorar el funcionamiento del mercado de trabajo haciéndolo más eficiente y menos dual. El aumento de las diferencias en las rentas salariales tras la crisis, clave que explica el incremento de la desigualdad en España, se debe en tres cuartas partes al crecimiento del paro; el resto se deriva de las variaciones salariales. Estas rebajas salariales, además, se han concentrado en los niveles inferiores de renta. Debe ponerse también una especial atención en la escasa movilidad educativa intergeneracional. En España 20

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el debate de la desigualdad

el nivel educativo alcanzado por los hijos replica en gran medida el de sus padres. Dado que el nivel educativo es el factor que más determina la obtención de rentas futuras combatir las cifras de abandono escolar y mejorar el rendimiento deberían ser el eje de cualquier política educativa. En cualquier caso, mejorar la calidad de la educación y de la preparación de los jóvenes ante los retos de la mayor competencia permitiría aumentar la eficacia en la función igualadora del gasto educativo, aumentando los niveles de movilidad intergeneracional. Y tal vez convenga insistir en que los datos más recientes, obtenidos en gran medida gracias a las evaluaciones de los informes pisa, nos muestran que no existe correlación entre gasto público por alumno y resultados del sistema educativo. Gráfico 2 Porcentaje de gasto público social pagado al quintil más bajo y al más alto en 2011.

Nota: Quintil mayor/menor se define como el 20% de la población viviendo con la mayor/menor renta disponible equivalente. Fuente: Base de datos de distribución de la renta de la OCDE vía http://oe.cd.idd.

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Quizá el dato que resulta más sorprendente nos lo ofrece la relación entre intervención pública, desigualdad y pobreza. España ha mantenido durante la crisis un gasto social, medido como porcentaje del pib, casi constante y muy parecido al de otros países europeos. La gran diferencia la encontramos en los efectos económicos de esa intervención. En España las rentas monetarias recibidas del Estado por los niveles más altos de renta (pensiones y seguros de desempleo básicamente) superan ampliamente a las recibidas por los grupos de renta inferior. La explicación es evidente; nuestro modelo —a diferencia de los nórdicos— establece que las transferencias monetarias públicas están directamente relacionadas con los años de trabajo y los niveles salariales alcanzados. Cuanto más tiempo se trabaja y mejor es el salario obtenido mayores serán los seguros de paro y las pensiones recibidas. Puesto que el paro y la formación insuficiente son los factores determinantes de la incapacidad de obtener rentas elevadas, y ambas circunstancias están mucho más determinadas por la actuación de las administraciones que por decisiones individuales, es por lo que cabe afirmar que en España es el fracaso de la intervención pública el que ha provocado una mayor desigualdad y unos resultados regresivos desconocidos en otros países europeos. El hecho más definitorio del gasto social en España es la edad del beneficiario. Es lógico, puesto que el gasto en pensiones y sanidad está íntimamente ligado a la edad de quien recibe la prestación. Los Estados de bienestar mediterráneos dedican cantidades unitarias de gasto social proporcionalmente mayores a la población de mayor edad, 22

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el debate de la desigualdad

mientras que los nórdicos centran en mayor medida su atención sobre los más jóvenes, dada su orientación más universalista. La evidencia es que nuestro modelo mediterráneo ha coexistido con, y posiblemente ha potenciado, altos niveles de desempleo y desigualdad. La diferencia profunda entre ambos modelos radica en la diferente responsabilidad que asignan al Estado y a cada uno de los ciudadanos. En los esquemas del sur de Europa, el Estado pretende asumir un papel dirigista como responsable y gestor del bienestar de los ciudadanos. Es un reflejo de actitudes paternalistas que a través de estructuras jerárquicas y una confianza ilimitada en la planificación tecnocrática pretenden reducir al individuo a un mero receptor de servicios públicos configurados desde la autoridad. No queda apenas espacio para la responsabilidad individual y se desconfía profundamente de cualquier margen abierto para permitir el ejercicio de la libertad de elección. El contraste entre los dos modelos, nórdico y mediterráneo, es también reflejo de una actitud completamente diferente de encarar los retos de la globalización. Nuestros vecinos pronto advirtieron la necesidad de reconfigurar su modelo clásico de bienestar para que pudiese seguir dando los frutos deseados, y para hacerlo no dudaron en introducir las dosis adecuadas de flexibilidad y competencia para poder ofrecer servicios públicos de mayor calidad a un coste inferior. En el sur de Europa, mientras tanto, la resistencia al cambio sigue siendo la característica dominante, con actitudes políticas, estructuras corporativas e inercias administrativas capaces de frenar cualquier asomo de modernización. nueva revista · 156

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Gráfico 3 Evolución del índice de percepción del balance fiscal por grupos de edad

Fuente: Camarero Rioja, Luis. «Evolución de la cultura tributaria, coyuntura económica y expectativas vitales». CIS, 2015.

Este distinto trato recibido en función de la edad es claramente percibido por los ciudadanos y, muy posiblemente, permite justificar algunos cambios recientes en el comportamiento electoral. La edad y el año de nacimiento (momento del ciclo vital individual y generación a la que se pertenece) son los dos factores que mejor explican las diferentes actitudes de los españoles ante el gasto público y el Estado de bienestar. Las distintas expectativas actuales están claramente influidas por la edad, mientras que la interpretación de lo acontecido en el pasado está claramente determinada por la generación a la que se pertenece. Resulta muy significativo observar cómo los nacidos antes de 1960 son, según los estudios elaborados por el 24

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el debate de la desigualdad

cis a lo largo de las últimas tres décadas, los más conformes con nuestra estructura de ingresos y gastos públicos. El consenso social y político que hasta ahora ha sido dominante en torno a la actividad financiera del Estado está asentado en un análisis coste-beneficio individual mucho antes que en cualquier consideración de justicia o solidaridad. Cuando se les pregunta, los españoles justifican mayoritariamente sus opiniones en términos de utilidad y eficiencia no en argumentos de equidad. Y esa visión instrumental está influida de manera muy clara por la edad y la generación. Este fenómeno no es distintivo de la sociedad española sino que es compartido en términos generales con sus homólogas europeas, pero se acentúa aquí como consecuencia de tener una estructura demográfica singularmente desequilibrada y una regulación laboral muy orientada a la protección de una parte de la población en detrimento de la otra. Comprobar hoy que la posición intergeneracional es el principal factor explicativo de los estados de opinión sobre los impuestos y el gasto público nos debe llevar a presagiar para el próximo futuro una fuerte deslegitimación social de nuestra estructura presupuestaria. Solo reaccionando con una decidida voluntad reformista será posible hacer frente a este fenómeno con alguna posibilidad de éxito. Realmente, para quienes hoy tienen más edad el equilibrio entre ingresos y pagos a lo largo de su vida ha resultado muy beneficioso, pudiendo recibir, tras una vida laboral prolongada y estable, unas contraprestaciones sociales en sanidad y pensiones razonablemente generosas. Las dudas comienzan a surgir, sin embargo, entre quienes ahora tienen nueva revista · 156

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gabriel elorriaga pisarik

menos de 55 años y las valoraciones más negativas se extienden entre los más jóvenes. Para ellos las cuentas ya no resultan tan favorables y cunde la sensación de que el esfuerzo fiscal que están realizando apenas se verá correspondido en el futuro por las restricciones que ya advierten en las coberturas sanitarias y los evidentes problemas de sostenibilidad que el factor demográfico induce al sistema de pensiones. Las generaciones más recientes, que no han participado en la Transición política ni en la rápida expansión del modelo de bienestar público, se ven a sí mismas mucho más expuestas a las incertidumbres de un sistema más abierto a la competencia y, en consecuencia, presentan valores más individualistas. Los más jóvenes se cuestionan en mayor medida la legitimidad de un sistema con impuestos crecientes sobre salarios, sabedores de que este esfuerzo resultará insuficiente para financiar en el futuro prestaciones y servicios públicos equiparables a los actuales. Por último, conviene destacar que los programas públicos específicamente dedicados a combatir la pobreza más severa arrojan en España unos resultados preocupantes. Mientras que Suecia, Alemania o Dinamarca eliminan con la intervención pública entre 8 y 10 puntos de tasa de pobreza —medida como índice de Gini—, España, Italia o Grecia apenas consiguen llegar a los dos puntos. De todos estos aspectos y algunos más ha tratado el reciente informe faes sobre «Desigualdad, oportunidades y sociedad de bienestar en España». Sin duda el tema es poliédrico, y los aspectos allí estudiados no agotan ni mucho menos la complejidad del problema. Pero dar un primer paso, firme y decidido, para encajar el análisis de 26

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el debate de la desigualdad

la desigualdad desde una perspectiva liberal, y tratar de apuntar líneas consistentes de evolución de las políticas públicas es un esfuerzo necesario y urgente. En España, la desigualdad no ha crecido por los recortes, ni por la austeridad fiscal. La desigualdad ha crecido como consecuencia de un mercado de trabajo ineficiente, que excluye a los jóvenes y a los menos cualificados, un sistema educativo que carece de la calidad competitiva requerida para un país como el nuestro, y un Estado de bienestar mal financiado y erróneamente configurado. Esas son las conclusiones y, en consecuencia, deben ser los fundamentos de una política mejor. 

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ARIST OBUROCRACIA 1 Juan José Güemes

Les invito a leer este documento, lo que ha cabido en los límites de una revista, presentado por su autor en la Magdalena como si de una estimulante conferencia en una escuela de negocios se tratase, servida con una explícita serie de gráficos, además, de elaboración propia y contundente argumentario, que nunca dejó de ser amable. De nuevo agradecemos a Juan José Güemes su amistosa y aplaudida participación en Santander.

La crisis económica que España parece empezar a dejar atrás ha sido la más intensa y prolongada que hemos vivido, al menos desde mediados del siglo pasado. Antes de que se produjera, ningún español vivo podía recordar haber atravesado una situación en la que nuestro país experimentara semejante retroceso económico y social. Millones de españoles han perdido sus empleos, negocios y hogares. Han perdido bienestar y confianza en su propio futuro. Muchas cosas que antes de la crisis se daban por sentadas, hoy nos parecen inciertas. La renta 1 Resumen de la transcripción de la intervención en el seminario de la uimp «Después de 2015: ¿más o menos liberalismo?» revisada por el autor.

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aristoburocracia

de las familias ha experimentado un fuerte retroceso y las empresas han tenido que aprender a hacer más con menos y a salir a conquistar otros mercados para poder sobrevivir. La España real se ha visto abocada a vivir de un modo distinto: se ha apretado el cinturón y ha redoblado esfuerzos. La pregunta que hoy podemos hacernos es si el sector público ha imitado el comportamiento de los ciudadanos a quienes debe servir y con cuyos impuestos presentes o futuros se financia o, si por el contrario, ha continuado expandiéndose, tal y como predicen James Buchanan y otros autores de la Teoría de la Elección Pública. Esto como consecuencia del sesgo de las decisiones en materia presupuestaria hacia la satisfacción de las preferencias de los políticos y de los intereses de los empleados públicos, que no necesariamente tienen por qué coincidir con el interés general. La constatación de un comportamiento divergente entre la España «oficial» y la «real» invitaría, a su vez, a preguntarse en qué medida el comportamiento de los gobiernos ha mitigado los efectos de la crisis o, si por contra, ha contribuido a que se prolongue y sea más intensa. Una nueva expansión del sector público podría interpretarse, también, como un desafío a la libertad de los ciudadanos, como un terreno conquistado por los gobiernos en detrimento de la sociedad civil, por mucho que se haga en su nombre, en un momento de especial debilidad de esta última. Para intentar dar respuesta a estas preguntas, voy a utilizar fundamentalmente los datos de la Contabilidad Nacional referidos al consolidado de las Administraciones nueva revista · 156

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juan josé güemes

Gráfico 1:  Capacidad / Necesidad de financiación de las aapp (igae)

Públicas, correspondientes al periodo 2007-2014, publicados por los auditores del Reino, la Intervención General de la Administración del Estado (igae). Son datos agregados, que comprenden el resultado del desempeño del conjunto de los gobiernos municipales, diputaciones provinciales, cabildos y consejos insulares, comunidades y ciudades autónomas, de la Administración General del Estado y de la Seguridad Social, desde el comienzo de la crisis en el año 2007, que se toma como punto de partida, hasta el último ejercicio auditado por la igae, el 2014. No se trata, por tanto, de un juicio a la labor de un gobierno en concreto, sino un análisis de qué ha ocurrido con las Administraciones Públicas (la España oficial) a lo largo del periodo considerado y su contraste con el comportamiento de la sociedad (la España real). 30

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aristoburocracia

Gráfico 2:  Recursos y empleos de las aapp (igae)

EL DETERIORO DE LAS FINANZAS PÚBLICAS

La crisis económica provoca, a partir del año 2007, un abultadísimo déficit público (Gráfico 1) que durante cuatro ejercicios consecutivos, entre 2009 y 2012, llega a superar los cien mil millones de euros. Incluso, en 2014 se sitúa por encima de los 60.000 millones. Este colosal desequilibrio es consecuencia de la abrupta caída de los ingresos pero, sobre todo, del crecimiento sin control del gasto público (Gráfico 2). De hecho, el único capítulo de gasto que se ha reducido entre 2007 y 2014 es el de la inversión pública (Gráfico 3). El gasto corriente (Gráfico 4) sube un escalón de 70.000 millones de euros, entre 2007 y 2009, para situarse en torno a los 430.000 millones y en ese nivel parece haberse acomodado, sin que pueda apreciarse ningún esfuerzo relevante por ajustarlo. La diferencia entre los ingresos y los gastos corrientes es el «ahorro de las Administraciones Públicas» (Gráfico 5) y permite apreciar nueva revista · 156

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juan josé güemes

Gráfico 3:  Empleos de capital de las aapp (igae)

Gráfico 4:  Recursos y empleos corrientes de las aapp (igae)

qué parte de las inversiones son financiadas con los ingresos ordinarios, sin necesidad de recurrir al endeudamiento. Cuando el saldo es negativo nos indica que nos estamos endeudando para financiar gasto corriente y supone una 32

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aristoburocracia

Gráfico 5:  Ahorro de las aapp (igae)

luz roja que alerta de la insostenibilidad de las cuentas públicas. En España, el saldo es negativo desde 2009 y se mantiene sin cambios sustanciales. Esto se traduce en un «desahorro» que ronda los 40.000 millones de euros, lo que supone un deterioro de este saldo de casi 117.000 millones, en comparación con 2007, del que cabe atribuir dos tercios al aumento del gasto corriente y el tercio restante a la caída de los ingresos (Gráfico 6). Gráfico 6:  El deterioro de las cuentas públicas se debe al aumento del gasto corriente, más que al deterioro de los ingresos DETERIORO DE LAS CUENTAS PÚBLICAS (2007-2014) AHORRO PÚBLICO

-116.606

100%

RECURSOS CORRIENTES

-42.506

36,5%

EMPLEOS CORRIENTES

+74.100

63,5%

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juan josé güemes

Gráfico 7: Intereses

Gráfico 7B:  Prestaciones sociales «monetarias»

EL CRECIMIENTO DEL GASTO CORRIENTE

El crecimiento del gasto corriente obedece, en gran medida, a las prestaciones sociales (Gráfico 7B) y a los intereses de la deuda pública (Gráfico 7). Entre las primeras se encuentran las pensiones y el desempleo, cuyo gasto 34

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aristoburocracia

ha crecido en casi 50.000 millones de euros, entre 2007 y 2014. Evitar cualquier ajuste o reforma en nuestro sistema de pensiones se ha convertido en una prioridad política proclamada por los sucesivos gobiernos. Por su parte, el gasto en prestaciones y subsidios a los parados ha crecido exponencialmente en un contexto de fuerte destrucción de empleo. En el mismo periodo, el gasto por intereses se ha duplicado, como consecuencia del aumento de la deuda pública y por la mayor rentabilidad exigida durante la mayor parte de estos años por unos inversores que habían perdido la confianza en España. Pero, incluso, sin contar el gasto en prestaciones sociales y en intereses, el resto del gasto corriente (Gráfico 8) es en 2014 significativamente superior al de 2007, el último ejercicio de un largo periodo de bonanza económica en Gráfico 8:  Empleos corrientes sin intereses ni prestaciones sociales «monetarias» (distintas a las prestaciones sociales en especie) igae

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juan josé güemes

Gráfico 9:  Remuneración asalariados aapp cn (igae, ine)

el que las Administraciones se comportaron como si todo tuviera cabida en el presupuesto público. La burocracia nos cuesta más: dedicamos más recursos a pagar las retribuciones de los empleados al servicio de las Administraciones Públicas y sus gastos de funcionamiento. EL AJUSTE ASIMÉTRICO

El ajuste ha recaído en la España real. Si se atiende solo a los discursos publicados se puede llegar a la conclusión de que todo el sufrimiento de la crisis lo ha asumido la España oficial: disputas entre Administraciones por el reparto de los recursos, marchas blancas, verdes y de otros colores, y protestas por la (inexistente) reducción del gasto público promovidas por perceptores de transferencias del presupuesto público de diversa condición. Lo cierto es que el ajuste lo ha sufrido casi en exclusiva la España real que financia con su dinero, a través de los impuestos, a la oficial. 36

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aristoburocracia

Gráfico 10:  Remuneración asalariados sector privado cn (igae, ine)

En contraste con el crecimiento de la masa salarial de los empleados públicos (Gráfico 9), la remuneración total de los asalariados del sector privado (Gráfico 10) se redujo en más de 30.000 millones, entre 2007 y 2014. El resultado: un aumento de participación de los salarios de los empleados públicos sobre el total. Según los datos de la Memoria de la Agencia Estatal de la Administración Tributaria (aeat), las rentas fiscales medias de los salarios del sector público eran en 2010 un 47% superiores a las del sector privado; en 2014, las superaban en un 50%. La misma Memoria de la aeat recoge una caída de la renta bruta de los hogares, sin tomar en cuenta los impuestos, de casi 31.000 millones (un 5,4%) entre 2010 y 2014, como consecuencia de la destrucción del empleo y de la evolución de los salarios. Pero mayor aún es la merma que produce en el bienestar de las familias el aumento de los tributos: los importes devengados por iva e irpf crecen en ese mismo periodo en más de 43.000 nueva revista · 156

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juan josé güemes

Gráfico 11:  Financiación de entidades de crédito a otros sectores residentes (banco de españa)

Gráfico 12:  Financiación de las aapp y de las sociedades no financieras residentes (banco de españa)

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millones, a lo que habría que añadir el impacto de otras contribuciones. La asimetría del ajuste también se refleja con toda contundencia en la evolución de la deuda pública en comparación con la deuda de las empresas y de las familias. Mientras estas últimas han reducido su endeudamiento a niveles de hace una década (Gráfico 11), la deuda pública ha continuado creciendo hasta alcanzar dimensiones desconocidas en nuestra historia reciente (Gráfico 12). Solo entre diciembre de 2011 y marzo de 2015, el crédito bancario a empresas no financieras, excluidas las de los sectores inmobiliario y de la construcción, se redujo en 93.000 millones de euros (Gráfico 13). Gráfico 13:  Financiación entidades de crédito a sectores productivos residentes sin construcción y servicios inmobiliarios (banco de españa)

L A C O N T R I B U C I Ó N D E L A E S PA Ñ A O F I C I A L A L A C R I S I S

Parece evidente que la España oficial se ha comportado de forma distinta a la España real que ha aprendido a hacer nueva revista · 156

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más con menos. La oficial ha gastado más, ha subido los impuestos y ha aumentado la deuda pública hasta alcanzar un punto cercano al de no retorno, cuya corrección exigirá en un futuro no muy lejano un esfuerzo colosal a los contribuyentes. Habrá quien defienda que de haberse contenido el crecimiento del gasto público se habrían agravado los efectos de la crisis y que el sector público ha jugado, de cierta manera, un papel contracíclico dejando que los llamados estabilizadores automáticos entren en juego. Desde mi punto de vista, el sector público en su conjunto ha contribuido a prolongar la crisis. El aumento de los impuestos directos e indirectos a las familias ha mermado su renta y ha contribuido a agudizar la caída del consumo interno. El aumento de la deuda pública, en un contexto de crisis financiera internacional, ha contribuido a reducir la financiación a las empresas. Es evidente que debía producirse una reducción de la financiación a la construcción y a los servicios inmobiliarios, que alcanzó dimensiones absurdas en los últimos años previos a la crisis. Pero, sobre todo a partir de 2012, se drenaron recursos financieros a la España más productiva y dinámica: a la agricultura, la industria y a los servicios. ¿Cuántas empresas han cerrado sus puertas por la falta de liquidez provocada por la ausencia de financiación adecuada y por la demora en el pago de las propias Administraciones Públicas?; ¿cuántas empresas competitivas han pasado por dificultades para financiar no solo nuevas inversiones sino su capital circulante?; ¿cuántos empleos se han perdido o se han dejado de crear por el efecto de la competencia de un sector público insaciable 40

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aristoburocracia

por unos recursos financieros escasos?; ¿qué sacrificios adicionales se exigirá a la sociedad para poder pagar una deuda que está cerca de ser impagable? Todo esto ha ocurrido mientras celebrábamos con alborozo que el Tesoro Público era capaz de cubrir las emisiones de deuda necesarias para financiar un gigantesco déficit público. AL MENOS, ¿TENEMOS MEJORES SERVICIOS PÚBLICOS?

En España es imposible dar una respuesta a esta pregunta porque no hay una medición rigurosa, relevante, sistemática y ampliamente publicitada del desempeño de los servicios públicos. No solo no existe un sistema eficaz de evaluación de su calidad, sino que en no pocos ámbitos de lo público se ha instalado una corriente de opinión contraria a medirla. El ejemplo más significativo es el de la denominada «Marcha Verde» de la educación, que ha hecho de la oposición a la evaluación de los conocimientos de los alumnos de primaria una reivindicación central. Esto significa que en uno de los países del mundo con peores resultados del sistema educativo y donde el sector público es el principal provisor de estos servicios, los empleados públicos (o al menos una parte de los mismos que goza de un amplio respaldo por parte de partidos políticos, sindicatos y medios de comunicación) se oponen a que los contribuyentes conozcamos los resultados de su trabajo. En esta cultura de oposición a la medición del desempeño de los servicios públicos parece subyacer un sentimiento de propiedad por parte de quienes los prestan. Desde ese sentimiento, algunos empleados públicos se consideran legitimados incluso a negar a un contribunueva revista · 156

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yente el acceso a un servicio al que tiene derecho si, por ejemplo, sus preferencias políticas son distintas a las suyas. Eso es lo que reveló el «escrache» de más de un centenar de trabajadores del Hospital General Universitario La Paz a la entonces delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes. Contra la ley y contra la más elemental ética profesional, un buen número de sanitarios tomó las puertas del hospital para protestar por la atención prestada a una paciente que había ingresado inconsciente y en estado crítico. ANARQUÍA CONSTITUCIONAL

Para James Buchanan hay un escenario aún peor y más amenazante para la libertad que el crecimiento descontrolado del presupuesto público (y de su contrapartida, los impuestos detraídos de los bolsillos de los individuos) como consecuencia del sesgo hacia las preferencias e intereses de los políticos y de los empleados públicos. Ese escenario es el que se produce cuando los gobiernos y otros poderes del Estado sobrepasan los límites del marco legal e imponen sus propias preferencias e intereses por encima de la legislación vigente, cambiando «de facto» la ley a su propia conveniencia. Lamentablemente, también podemos encontrar ejemplos (y, no pocos) de lo que Buchanan denomina «anarquía constitucional» que constituyen un síntoma inequívoco de un deterioro de la libertad frente al que no debiéramos ser indiferentes. Como bien avisaba Tomas Jefferson, el precio de la libertad es su eterna vigilancia. Esa vigilancia corresponde a todos y cada uno de los ciudadanos y es indelegable. 42

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aristoburocracia ¿NECESITAMOS MÁS O MENOS LIBERALISMO?

No me cabe duda de que necesitamos recuperar el espacio de libertad individual perdido. Hoy estamos más cerca de Rousseau que de Locke. Y de Rousseau a Hobbes hay solo un paso. Nos hemos instalado en una dictadura de las mayorías, en la confusión de los conceptos de libertad y democracia, en la fantasía de que siempre hay otro para pagar la factura y en una inmoral indiferencia hacia los abusos del poder que sufren algunos de nuestros conciudadanos desde la ingenua convicción de que nunca seremos víctimas. Por tanto, mi respuesta a la pregunta planteada en este seminario es que hace falta más liberalismo. 

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UNA LEGISLATURA CONTRA LA RECESIÓN Vicente Martínez-Pujalte

Por su obvio interés, Nueva Revista quiso escuchar en particular al portavoz parlamentario de la política económica seguida de 2011 a 2015, quien ha venido siendo el más genuino defensor de las medidas de urgencia gubernamentales aunque con acento propio siempre. Con una liberalidad característica que le ha granjeado inigualable ascendiente entre los grupos de diputados, Vicente Martínez-Pujalte prestó su colaboración a los preparativos del seminario y en la Magdalena nos confió su intensa experiencia del Congreso español sin cortapisas.

El título de la conferencia nos impele a analizar cuál es la política económica del Gobierno de España, surgido tras las elecciones de noviembre del 2011, para hacer frente a la crisis económica. En primer lugar, conviene examinar si es verdad que todavía hay ciclos económicos o si se puede superar la visión de los ciclos: ¿Va a haber siempre años de vacas gordas y años de vacas flacas? Algún economista manifestó que había elementos que permitían pensar en el fin de los ciclos en la economía. En el entorno de 2006-2007 algunos cre44

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una legislatura contra la recesión

yeron esta teoría y pensaban: «Ya se han acabado los ciclos económicos». ¿Es eso verdad? En mi opinión, la respuesta es que no. Los fundamentos de la economía marcan funcionamientos cíclicos. Va a haber épocas de alza y épocas de descenso. Los mecanismos monetarios fundamentan un desarrollo económico con ciclos. Antonio Erias manifestaba que él había estudiado mucho el funcionamiento de la moneda. Sus estudios demuestran que los mecanismos monetarios producen que en el momento del alza económica se genere una burbuja y en el momento de la baja un pinchazo de la misma. Creo que académicamente no tiene ningún fundamento hablar de la desaparición de los ciclos. Lo que sí es verdad es que los ciclos pueden tener un comportamiento en la fase ascendente o descendente con mayor o menor intensidad, dependiendo de que la respuesta sea más o menos intensa o más o menos acertada. No hay una respuesta única a los ciclos económicos. Hay dos tipos de respuesta a los ciclos económicos, una por el lado de la oferta y otra actuando sobre la demanda. Hay «un blanco y un negro» y, luego, «un conjunto de grises». Hay políticas fundamentalmente de oferta y otras políticas que inciden especialmente sobre la demanda. Hay una respuesta a las situaciones económicas con políticas de oferta, de cualificación de la oferta y otras políticas de demanda, incrementando el gasto público como elemento dinamizador de la economía. Y esos dos extremos, con toda la gama de grises intermedia, configuran las respuestas no solo a las nueva revista · 156

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crisis económicas, sino a todos los ciclos económicos, tanto ascendentes como descendentes. En España, el gran fallo de respuesta a la crisis, que se intensificó como en ningún otro país europeo, no se fraguó solo tras el estallido de la misma, sino que se debió fundamentalmente a que previamente, entre 2004 y 2007, el gobierno de Zapatero instauró una máxima que era: «conmigo más y mejor». Zapatero decía que el pp lo había hecho mal, pero «conmigo más y mejor». Para ello, en una fase ascendente del ciclo le metieron «más gasolina al fuego», e hincharon la burbuja hasta niveles extraordinarios y luego, cuando ya empezaba la fase descendente, creyeron que, como el ciclo descendente iba a ser muy corto, con políticas de gasto público se podrían tapar los efectos y los ciudadanos no se enterarían de la crisis. Por eso, se siguieron haciendo políticas de fortísimo estímulo sin reformas estructurales desde 2007 a 2010. 2010 fue el momento de quiebra porque la crisis se hizo demasiado larga y las finanzas públicas ya no aguantaban. Ni siquiera respetaron lo que mantienen algunos economistas keynesianos ortodoxos, de que cuando estás en una época ascendente del ciclo tienes que introducir elementos para ir dejando que la burbuja no se vaya acelerando demasiado y cuando tienes una fase descendente puedes introducir elementos de estímulo monetario. El pp en esta legislatura se encontró con una situación de profundísima crisis económica y con una situación de las finanzas públicas en quiebra. Desde el primer momento el Gobierno entendió que la mejor respuesta a esa situación era ofrecer políticas de 46

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una legislatura contra la recesión

oferta: de cualificación de nuestra capacidad con políticas de reformas estructurales y con estabilidad en las cuentas públicas. Se dio una respuesta fundamentada en unas ideas de políticas de oferta ante una situación de profundísima crisis económica, que se alargaba en el tiempo porque ha sido una crisis muy larga y en uve doble. Desde el primer momento de esta legislatura se generó un ambiente de confianza y, en economía, la confianza funciona como elemento esencial. La economía, como en otros muchos aspectos de la vida donde interviene lo social, la confianza es esencial. Las personas tienen como elemento esencial en su toma de decisión garantizar la seguridad en el futuro. Las decisiones de ahorro o consumo están ligadas a las expectativas y a la confianza en el futuro. Cuando las personas perciben inseguridad, lo que hacen es restringir los gastos. Cuando un inversor piensa en un futuro incierto, toma decisiones más conservadoras. La confianza es esencial porque las personas buscan garantizar su futuro en todos los campos de la vida, pero en el económico, que se ha impuesto ahora como uno de los ejes centrales del comportamiento humano, más aún. La confianza, que siempre ha sido un elemento esencial en la economía, hoy lo es muchísimo más. Desde el Partido Popular, lo que se hizo fue generar confianza desde el primer momento porque las políticas de oferta son percibidas mucho mejor que las que se basan en el gasto público. En 2012, más allá del contenido de las reformas, de si había que subir un poco el irpf o cambiar iva por cotizaciones sociales e ir a un comportamiento de mayores ingresos nueva revista · 156

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vicente martínez-pujalte

a través de la imposición indirecta, más allá de si la reforma laboral se podría hacer con mayor o menor profundidad, más allá de que la reforma financiera se pudiera hacer con los tres decretos leyes de forma progresiva, o habría que haberla abordado en una sola vez... Más allá de todas las reformas, todo el conjunto de la política económica que se inició, generó un clima de confianza. El Gobierno se comprometió con las reformas y con la estabilidad y «fue creído». Los logros de esta legislatura han tenido que ver con un comportamiento exterior favorable y con una respuesta adecuada en España. La decisión europea de apostar decididamente por la irreversibilidad del euro, unido a un precio del petróleo favorable y a la apertura de la liquidez por parte del Banco Central Europeo, han sido factores exógenos muy positivos, que unidos a la política económica de reformas y consolidación fiscal han permitido superar la crisis, crecer más que el resto de países europeos y empezar a crear empleo. En esta legislatura se ha aprovechado que el ciclo estaba cambiando para responder con políticas de oferta que mejoraran la situación. Igual que nos fue muy mal en la respuesta que dimos a la fase descendente, ahora estamos dando una mejor respuesta en el inicio de la fase ascendente del ciclo. ¿Va a ir bien la economía en los próximos años? Pregunta importante. Creo que entramos en una fase buena del ciclo económico que va a durar un tiempo. No estamos hablando de un ciclo de seis meses. Trascenderá al día de las elecciones. 48

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una legislatura contra la recesión

En mi opinión, salvo que en España se produzca una situación inconveniente el 20 de diciembre, viviremos una fase ascendente del ciclo económico. En economía el futuro no está escrito y las decisiones influyen. Si se siguen haciendo bien las tareas económicas, los próximos cuatro o cinco años van a ser años buenos en lo económico. Lo que hemos hecho en esta legislatura no es solo dar una respuesta adecuada a la crisis, sino poner bases para aprovechar muy bien la fase ascendente del ciclo económico. Si no se modifican las reglas ortodoxas de la economía, España crecerá y creará empleo durante los próximos años. Los últimos años han sentado las bases de una economía sana que se trasladará a los ciudadanos en forma de empleo, oportunidades y garantías del Estado del bienestar. ¿Qué cambiaría si de un gobierno comprometido con la consolidación fiscal y con las reformas se pasara a un gobierno que le «eche más gasolina al fuego»? No creo que eso cambie la situación económica en el 2016, pero empeoraría la situación a medio plazo. Más políticas de demanda en la situación actual nos llevaría a la aceleración de una burbuja que haría peligrar nuestra situación a medio plazo. Las elecciones solo podrían llevarnos al desastre si se produce una quiebra total de la confianza, que es lo que ha pasado con Tsipras y Grecia. La política económica desarrollada por los gobiernos de Zapatero de «echar gasolina al fuego», llevó el déficit exterior de España al 10%. Eso, si se vuelve a repetir en una economía muy endeble como la nuestra, tendríamos muchos problemas a medio plazo. nueva revista · 156

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Europa garantiza la estabilidad, porque los países que compartimos moneda única tenemos la obligación de cumplir unas reglas de ortodoxia económica que permiten, al menos, garantizar una cierta estabilidad. Las políticas económicas aplicadas en el ámbito de competencia de los países miembros permiten mejorar la tendencia del ciclo. En España nos están haciendo crecer más rápido que el resto de países europeos. El euro constituye un elemento de estabilidad para los países. Su irreversibilidad nos garantiza un futuro mejor, pero exige políticas económicas coordinadas. Efectivamente, con el euro hay una pérdida de soberanía. Cuando se oye hablar a algunos políticos de países europeos, que tienen el euro como moneda, de la recuperación de la soberanía, están engañando a los ciudadanos. La política monetaria ha dejado de ser un instrumento de los Estados. Los países para dar respuesta a los ciclos tienen solo dos instrumentos: reformas y política presupuestaria, que además está restringida por los compromisos de consolidación fiscal. Por eso, España para salir de la crisis y recuperar competitividad, lo que ha tenido que hacer es una devaluación real con reformas y consolidación fiscal. Si hubiéramos tenido la peseta, el camino habría sido devaluación, con una pérdida absoluta de los niveles de renta de los ciudadanos. Con el euro, la capacidad de recuperar competitividad es más rápida, pero exige lo que ha hecho el Gobierno de Rajoy planes de reforma y un calendario de reducción del déficit. En el futuro, habrá Estados que, dentro de márgenes, tengan mejores y peores comportamientos y, por tanto, 50

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una legislatura contra la recesión

que mejoren su posición en las fases del ciclo, tanto ascendente como descendente, cuando se realizan reformas económicas y se comprometen más con las políticas de control del déficit. El futuro va a ser mejor, pero las elecciones generales pueden mejorar o empeorar las expectativas. En esta legislatura, en mi opinión, se han hecho reformas basadas en un principio ideológico: las políticas de oferta. Creemos que se mejora la economía desde las políticas de oferta. Hayek escribe sobre el poder creador de la civilización libre. Él mantiene que una civilización libre genera una capacidad y una potencialidad de creación enorme. En el fondo, las políticas de oferta tratan de conceder la iniciativa al poder creador de la libertad y más que de la libertad como concepto abstracto, de la libertad de cada una de las personas, del poder creador de cada una de las personas. Creo que desde una posición de políticas de oferta, de creer profundísimamente en el poder creador de personas que actúan con libertad, con iniciativa, se han planteado las reformas por parte del Gobierno del Partido Popular. Esta legislatura (2011-2015) se ha trabajado mucho y bien para responder con éxito a la crisis. Se ha transformado el desempleo en creación de empleo, se ha consolidado el Estado del bienestar y se han invertido sustancialmente las expectativas y los niveles de confianza. La reforma financiera consolidó el sistema financiero español. Fue fundamental para que nuestros bancos tuvieran mayor fortaleza y comenzaran a dar créditos. Se ha hecho una reforma laboral que ha permitido tener un mercanueva revista · 156

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vicente martínez-pujalte

do de trabajo más flexible, que genera más oportunidades y ofrece más empleos y de mayor calidad. Se ha abordado una reforma de la Administración Pública que simplifica enormemente la administración y facilita los trámites a ciudadanos y empresas. Se ha podido hacer una reforma tributaria que baja los impuestos a todos los ciudadanos y se ha mejorado la independencia y el funcionamiento de los órganos reguladores. Junto a estas reformas se ha trabajado muy sólidamente en la consolidación del gasto público y se ha intentado avanzar en la eficiencia del dinero público. La austeridad no está reñida con la eficacia ni con la garantía de la prestación de los servicios públicos. Todo el esfuerzo presupuestario no ha tenido ninguna incidencia en los servicios públicos básicos. Creo que hay todavía muchas acciones que se pueden y se deben hacer, pero el balance en mi opinión es positivo y vamos a unos años buenos del ciclo económico que hay que intentar que nos aporten un diferencial de crecimiento de la media europea. Además, deben servirnos para prepararnos para que, cuando lleguen las «vacas flacas», nuestra caída no sea tan brutal como la que sufrimos entre 2008 y 2011. 

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EFECTOS COLATERALES DE ORGANISMOS INTERNACIONALES

LAS PERSPECTIVAS DE GOBERNANZA COMERCIAL POST 2015 Jaime García-Legaz Ponce

Berlín-Madrid-Bilbao, y Santander ya por carretera, fue el itinerario del secretario de Comercio Exterior para llegar en doce horas a tiempo de abrir la tercera jornada del seminario. Sobre un cuaderno con muchas notas a mano y una carpeta de gráficos y cifras, Jaime respondió generosamente a nuestra petición, que no era otra que trazara el mapa del comercio mundial a 2016 y que arriesgara su opinión sobre el futuro económico del continente.

Buenos días a todos: Voy a presentaros mi punto de vista acerca de la liberalización del comercio mundial en estos momentos, y en una perspectiva tanto europea como española. Voy a dedicar unos minutos a hacer un esbozo del comercio internacional y, particularmente, del ámbito del comercio hispano europeo, en el que España, nueva revista · 156

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por ser miembro de la ue, no tiene capacidad por sí misma de comprometer nada, ya que la política comercial es una política exclusiva de la ue y quien negocia todo, previa consulta a los Estados miembros, es la Comisión Europea. La primera institución, sin ninguna duda, es la Organización Mundial de Comercio, que se funda tras la financiación de la Ronda de Uruguay, en el año 1994, por el acuerdo de Marrakech, y comienza a funcionar un año más tarde. Esto no significa que, hasta entonces, no se hubieran producido liberalizaciones comerciales importantes, sino lo contrario. En 1948, la Conferencia de La Habana, instaura un sistema comercial multilateral que pretende ir eliminando las barreras comerciales, las que se habían creado en el periodo de entreguerras y que, por cierto, fueron factores coadyuvantes de la segunda guerra mundial en muchos casos. En La Habana pretendían eliminar esas barreras de una forma igualitaria. Voy a dedicar unos segundos a explicar esto, porque si no, se entiende mal el orden multilateral, y el por qué aparcar el orden multilateral termina por beneficiar a los grandes países sobre los pequeños. EN EL PRINCIPIO FUE EL GATT

En la conferencia de 1948 se firma el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (gatt) y allí queda establecido el principio fundamental de la cláusula de nación más favorecida. Esta obliga a que cualquier ventaja comercial que un firmante del acuerdo otorgue a otro se extienda de forma automática a todos los países cosignatarios del 54

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gatt, ahora miembros de la Organización Mundial de Comercio. ¿Qué es lo que pretendía esa cláusula? Pues que si Estados Unidos negociaba un acuerdo de libre comercio con Irlanda, por ejemplo, las ventajas que usa otorgaba a la otra parte se extendieran a los demás países; o si Estados Unidos negociaba, digamos ahora con una economía del tamaño de Francia, tales acuerdos se aplicaran a las pequeñas economías de África, de Asia, o de América Latina, y a la misma Europa. Es un sistema que ayuda, obviamente, al pequeño, porque en una negociación bilateral entre grandes y pequeños, el menor tiene poco que ofrecer mientras que el mayor lo tiene y mucho. La desigualdad de partida desemboca, necesariamente, en que el grande oferta poco frente a un pequeño que, para poder acceder a ese gran mercado, ha de ceder, y mucho, lo que genera una asimetría evidente en la negociación. La fundación del gatt ha permitido que las negociaciones se produzcan en un ámbito multilateral y de forma equilibrada. A través de las sucesivas rondas de negociación desde La Habana, la Ronda Kennedy, la Ronda Dixon, la Ronda Dijon, etc., se ha conseguido liberalizar el comercio mundial en los años 50, 60 y 70, de una forma muy importante. Aunque nos cueste o no queramos reconocerlo y se ponga énfasis solamente en los obstáculos que sigue habiendo, que son muchos, el comercio mundial en estos momentos es más libre que nunca. Nunca el comercio mundial había estado tan liberalizado como ahora, probablemente desde los tiempos del patrón oro en el xix, gracias a que particularmente el gatt ha sido exnueva revista · 156

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tremadamente eficaz a la hora de garantizar la eliminación de barreras en todas las rondas comerciales habidas en el siglo xx. Paradójicamente, la constitución en 1995 de la Organización Mundial de Comercio (omc), llamada en teoría a ser la herramienta fundamental para acelerar los procesos de negociación multilaterales, ha conducido, por razones que no tienen nada que ver con la omc, a detener el avance multilateral. Desde el año 95 no hay progresos significativos comerciales, con excepción del «Paquete de Bali», de diciembre de 2014. Se celebraron varias conferencias ministeriales, alguno recordará la de Seattle en 1999 por el lío mediático que dio lugar a la generación de protestas de los antiglobalización y de otros grupos antisistema, una forma perversa, creo yo, de culpar a una Organización Mundial de Comercio convertida en inexplicable punto de ataque, pues, si hay algo seguro como factor de desarrollo que permita a los países pobres salir de su condición, es justamente el libre comercio en estas condiciones. T O D AV Í A L A R O N D A D O H A

La realidad es que desde 1995 apenas se ha avanzado. Y su efecto colateral es que se ha producido en los últimos veinte años una proliferación de acuerdos bilaterales o regionales. Lo que ha ocurrido es que, cuando se bloquea una liberalización en el plano multilateral pero los intereses permanecen a favor de la liberalización, los avances ocurren por esta vía bilateral o regional, algo que beneficia en definitiva a los grandes bloques económicos. Es decir, a los Estados Unidos y a la Unión Europea, como beneficia 56

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en estos momentos a la economía de China, y a Japón, por supuesto. ¿En qué situación nos encontramos? Pues una en la que el orden multilateral avanza a duras penas. La Ronda de Doha sigue bloqueada. En este diciembre tendrá lugar una conferencia ministerial en Kenia1, donde se va a intentar progresar en el informalmente llamado «Paquete de Bali» que se acordó a finales ya del 2013, pero en realidad hay muy pocas esperanzas de que la conferencia ministerial de Nairobi pueda llegar resultados alentadores porque se necesita imprimir la voluntad política que permite desbloquear este tipo de conversaciones y negociaciones. Lo poco negociado en Bali fue un acuerdo de facilitación de comercio, de mucha importancia para las economías en desarrollo, aunque no tanto para las desarrolladas. La supresión de todo tipo de trámites burocráticos y normas de dudosa utilidad lo único que hacen es obstaculizar el comercio y facilitar la corrupción en los países institucionalmente débiles. Es un acuerdo que va a traducirse en una reducción de los costes de exportación calculada entre un doce y un quince por ciento. Para que el acuerdo entre en vigor, es necesario llegar a dos tercios de ratificaciones, es decir 108 de los 162 miembros de la omc. Hasta el momento, han ratificado el acuerdo unos 55 miembros de la omc. El único asunto polémico en aquel momento fue la seguridad alimentaria exigida por países como la India, que dan valor estratégico a disponer de stocks de alimentos, así como a cerrar al comercio el abastecimiento de determinados productos para garantizarse la producción nacional. Principio incompatible con las reformas de la Organización Mundial nueva revista · 156

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del Comercio, pero al que se buscó una solución temporal, la que ahora mismo está vigente. UN EJE ECONÓMICO MUNDIAL QUE SE DESPLAZA

En ese contexto, los movimientos están discurriendo en dos ámbitos alejados entre sí, dos grandes acuerdos están en marcha de forma paralela, y van sin duda a transformar el orden comercial mundial, con efectos probablemente profundos y positivos en el orden comercial multilateral mundial en mi opinión. Me refiero al Tratado de Asociación sobre Comercio y la Inversión (ttip por sus siglas en inglés) que la Unión Europea y los Estados Unidos están negociando, el mayor acuerdo comercial de la historia, porque es el caso de que el norteamericano y el mercado europeo siguen siendo los principales mercados del mundo en tamaño, más grande que el chino. La renta per cápita estadounidense es varias veces la china y lo mismo ocurre con su mercado; los dos mercados atlánticos siguen siendo más grandes por su lado y la suma de ambos hace un mercado muy superior al chino, por supuesto. ¿Qué significa esto? Que, si todo concluye favorablemente, y eso podría ocurrir no antes de 2016, Estados Unidos y la Unión Europea configurarían el mercado libre de barreras más amplio del mundo. En paralelo se negocia otro, el Acuerdo Transpacífico de Asociación Económica (tpp por sus siglas en inglés) que tendrá repercusión mundial. Este acuerdo, que lidera Estados Unidos y Japón con un conjunto de países asiáticos, México y Perú, configura un área muy prometedora de comercio del Pacífico con grandes y pujantes economías asiáticas. 58

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Una reflexión desde este lado europeo: el eje económico mundial se está desplazando hacia Asia, es así a pesar de que Europa siga siendo el principal mercado del mundo. El auge de las economías asiáticas y el progreso de unos Estados Unidos que siguen creciendo año a año por encima de la ue, hace que el eje gire hacia Asia. De hecho, a los que pasamos bastante tiempo en la zona, al principio nos llamaba la atención ver que los mapamundis de los colegios asiáticos no colocan a Europa en el centro sino que Occidente aparece en un extremo; en el centro de los mapas escolares está básicamente China con Japón, es su eje mental. Pero es lo que comienza a configurarse poco a poco en la economía mundial, con los números en la mano. ¿Qué implicaciones tiene para Europa? Si el Acuerdo Transpacífico llega a materializarse2 mientras que el Acuerdo Transatlántico no ve la luz, por motivos políticos, la ue habrá desaprovechado no solamente una oportunidad histórica sino que habrá cometido un error estratégico de gran calibre, porque habrá consentido que el mercado estadounidense quede abierto para los grandes productores asiáticos y para otros productores a orillas del Pacífico. Nos podemos encontrar, los europeos, perdiendo facilidades de acceso a un mercado esencial para el poderío comercial de la Unión, dejándolo abierto a sus competidores asiáticos. Y no solo eso, sino que los Estados Unidos, país tremendamente competitivo por el coste de la energía, que es una ventaja para ellos decisiva respecto a Europa, verá abierto esos mercados libres de barreras, mientras que los productores europeos tendrán que afrontar el acnueva revista · 156

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ceso a sus mercados con las barreras que permanecen de décadas atrás. Dos grandes acuerdos en ciernes que van a cambiar el orden mundial y que, muy probablemente, saldrán adelante porque quienes bloquean la Ronda Doha no son ni Estados Unidos ni la Unión Europea, sino las grandes economías emergentes, muchas de las cuales tienen aún ventajas de acceso al mercado de países desarrollados pero mantienen relativamente cerrado el suyo propio, considerando que el statu quo les beneficia. Este es el discurso del Sur, sean estos países emergentes o los menos adelantados. La Ronda no se ha concluido básicamente porque los emergentes no lo han querido porque Doha les obligaba a abrir sus mercados. Muchos países africanos en desarrollo son altamente proteccionistas en África, pero también en Asia tienen miedo de la potencia económica china y países adyacentes. Estos países echan la culpa a los países desarrollados, que no se muestran lo suficientemente generosos, pero el objetivo es seguir cerrados nacionalmente a las amenazas competitivas. E L I M PA C T O M Ú LT I P L E D E L O S A C U E R D O S C O M E R C I A L E S

¿Qué va a ocurrir si sale adelante el ttip o el tpp? Pues que se van a encontrar con que buena parte de su producción exportada a los Estados Unidos es sustituida por producción europea; y otra buena parte de la exportación a Europa será reemplazada por la producción norteamericana. La tónica general será un incremento en todas las uniones aduaneras de lo que llaman efectos de creación de comercio y, en paralelo, efectos de desviación de comercio, 60

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es decir: por el mero hecho de eliminar aranceles, las economías tienden a suministrarse mutuamente no al precio internacional —el más barato desde el punto de vista de la eficiencia y el que tiene más sentido económico— sino aquel que le resulta más barato de suministrarse porque no paga aranceles, así de simple. Es una consecuencia poco entendida de este tipo de acuerdos internacionales, ya que levantar aranceles habría de generar de inmediato una ganancia mutua de bienestar, casi por sentido común, pero la realidad económica es otra; esa misma eliminación de aranceles puede acarrear una pérdida neta de bienestar para las respectivas economías. Esto es conocido por la teoría económica, pero imaginémoslo de forma sencilla: ¿dónde compra la carne o la leche España? Pues, básicamente de los europeos, de Francia, Holanda y otros países al norte, a pesar de que no sean suministradores más eficientes que Brasil o Argentina, ni incluso Australia o Nueva Zelanda, productores capaces de enviar carne a una calidad/precio mucho más bajo que los países europeos. La única razón de comprar a los mencionados socios europeos es por esa falta de obstáculos frente a lo que importamos de Brasil, Argentina y países terceros, donde hay que pagar aranceles y superar una serie de barreras no arancelarias, que muchas veces son impenetrables, y que en muchas ocasiones no son otra cosa que obstáculos encubiertos al libre comercio. No estando nada claro sus efectos positivos en términos de bienestar, hay que ir al balance de este tipo de acuerdos, y se comprueba con números en la mano que, al menos en países desarrollados de aranceles muy bajos resnueva revista · 156

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pecto a países terceros, los efectos netos positivos se producen por el solo hecho de eliminar barreras bilaterales, salvo en mercados muy concretos donde las altas barreras, el caso típico de los productos agroalimentarios, suponen una gran distorsión. Todavía Estados Unidos y Europa siguen siendo fortalezas comerciales en este campo. ¿Por qué considero que los acuerdos anteriormente mencionados van a dar lugar a un cambio decisivo para el orden multilateral? Porque el mero hecho de que Estados Unidos y Europa eliminen barreras entre sí va a desplazar significativamente la exportación de países terceros. Cuando los que ahora mismo viven cómodos en el bloqueo de la Ronda Doha vean que sus cuotas de mercado empiezan a caer de forma drástica, tanto a los ee.uu. como en la ue, tendrán un poderoso incentivo para apoyar la conclusión de la Ronda Doha, sin esforzarse, en paralelo, a liberalizar sus economías. Podemos citar como ejemplo Brasil e India, dos ejemplos de países muy proteccionistas cuya pretensión viene siendo la de crecer con su economía cerrada mientras los demás abren la suya. Esta práctica supone otro error —lo explica impecablemente Pedro Schwartz— y también un prejuicio habitual entre los no economistas, el pensar que cuando yo cierro mi economía, pero los demás se abren, ganaré siempre. Proteger una economía de forma unilateral equivale a perjudicarse uno mismo. Al desproteger unilateralmente una economía, básicamente se explotan sus ventajas comparativas, ello produce efectos positivos netos sobre el bienestar: importas lo que necesitas a precios internacionales y producido de una forma mucho más eficiente. Eso sí, empujas a tu economía a es62

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pecializarse en lo que tu país posee una ventaja comparativa y de mejorar en bienestar. POLÉMICAS Y CIFRAS DEL ACUERDO TRANSATLÁNTICO

Volviendo a la Unión Europea, se presentan por delante varios acuerdos. El de Vietnam se está cerrando ahora mismo3, hay negociaciones abiertas también con alguna economía asiática, poco relevante por los flujos de comercio que tenemos. Se cerró el acuerdo con Singapur, un acuerdo importante por muchos motivos, porque fija estándares de apertura comercial muy agresivos, en el sentido positivo, con paquetes muy interesantes desde el punto de vista de la movilidad laboral, es decir, con paquetes de visados, etc. Se ha negociado también con Canadá un acuerdo de libre comercio que está cerrado ya, muy similar al que pretendemos que sea el acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos. Los acuerdos con Centroamérica, Perú, Colombia ya están vigentes, y en los últimos dos años y medio o tres, Europa ha dado un salto espectacular en la cobertura geográfica de sus acuerdos: de México y Chile, que son los más importantes, a Perú y Colombia, más toda Centroamérica, Canadá y Singapur. Vietnam a punto de concluirse y muy avanzados los de Japón y Estados Unidos. De no haber tropiezos, en 2016 se habrá dado un salto ambicioso. Sin olvidar los acuerdos vigentes con Turquía y los del norte de África en revisión con objeto de ampliarlos. Se va a actualizar el acuerdo con México y Chile, que tienen ya quince años de vida. Además de aspirar a eliminar todo tipo de barreras entre ee.uu. y la ue, hay temas clave como el de movilidad nueva revista · 156

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laboral, imprescindible para una economía tan terciarizada como la atlántica, o la protección de inversiones. De nada valdría liberalizar el comercio de servicios si luego una ingeniería española no puede desplazar a sus ingenieros a detallar el diseño de su proyecto de infraestructuras en Estados Unidos. Esta clase de servicios requiere de presencia física en el lugar y eso exige remover dos obstáculos: los visados que permitan a profesionales europeos trabajar en los Estados Unidos, un visado de una tipología especial, y el reconocimiento de los títulos que habiliten como arquitecto, ingeniero, etc., para poder ejercer allí. En cuanto a la protección de inversiones, este es uno de los más polémicos en el debate público. Se ha hablado mucho del mecanismo de solución de controversias inversor-Estado, un capítulo fundamental para el acuerdo con Estados Unidos. Conviene mencionar unas cifras: la relación que mantenemos con Estados Unidos en mercancías es de unos 700.000 millones de dólares anuales, dos mil millones de dólares diarios; otros 300.000 millones, más o menos, de comercio de servicios transfronterizos, pero la relación atlántica principal no está ahí sino que pivota, sobre todo, en la inversión. Estados Unidos es el segundo inversor directo para España, por encima de Francia, de Alemania y de Reino Unido. Y lo mismo le ocurre a Irlanda, Reino Unido, Holanda, Alemania, etc., el gran inversor en Europa es Estados Unido, lo que lleva a un tipo de relación económica muy diferente. Hablamos de inversiones directas a producciones en suelo europeo comercializadas por el continente y resto del mundo. Una parte estimable de 64

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la exportación española, como el sector de la automoción es de origen extranjero, porque el 100% de las compañías son extranjeras. Una gran parte de la exportación española industrial solo se entiende a través de la inversión de fuera y, más que ninguna, de la inversión estadounidense. Esa inversión explica nuestra relación especial en el ámbito industrial y de servicios. Ese tipo de inversiones requieren un régimen de protección o seguridad jurídica singular mutua, un régimen, digamos tasado, que permita resolver las disputas que surgirán sin ninguna duda, como sucede en cualquier relación comercial. Un apunte adicional para España: las estimaciones calculan que España sería el segundo país qué más se beneficiaría del acuerdo de libre comercio con Estados Unidos. La Fundación Bertelsmann ha calculado que cerca de 143.000 empleos se podrían generar si el acuerdo con los ee.uu. ve la luz, y que la renta per cápita española podría incrementarse en un 6,55%. Para la Unión Europea se calcula el incremento de la renta per cápita en cerca del 4,9%, incremento que es muy considerable. Es importante para toda Europa hacer la prospectiva del impacto del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica sobre la ue. El Instituto de Estudios Económicos presentará a mediados de octubre un estudio sobre el impacto del acuerdo con Estados Unidos para la economía española en su conjunto. Además, la consecución de este acuerdo revitalizará negociaciones estancadas, como la de Mercosur, un acuerdo regional para España muy relevante. Acuerdo que apenas tiene en estos momentos posibilidades de salir adelante, a falta de voluntad política manifiesta por parte nueva revista · 156

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de algunos Estados miembros de la ue, como también por parte de algunos países del Mercosur tras veinte años estancados4. Pero, después del ttip no habrá otro acuerdo con impacto más positivo para la ue, según estudios realizados por la misma Comisión Europea5. El ttip puede marcar la diferencia, porque, si el ttip es una realidad, Brasil y Argentina, sabedores de que sus exportaciones agropecuarias a Europa se reducirían muy considerablemente reforzarán su interés por el Mercosur, sin ninguna duda. Este tipo de acuerdos comerciales siempre tiene efectos dominó. Cuando se abre una puerta, el socio comercial perjudicado modifica sus incentivos y puede llegar a reconsiderar su estrategia. Estamos seguros de que así va a ocurrir en el caso de Mercosur ante una aprobación del ttip. En cuanto al estado de situación de las negociaciones ttip: en julio el Parlamento Europeo aprobó una resolución favorable al ttip, que incluía el procedimiento de solución de controversias Inversor-Estado, con unos matices que incorporó el Grupo Parlamentario Socialista. Del lado del Congreso de los Estados Unidos y después de sus elecciones legislativas, ya se ha otorgado la autorización fundamental Trade Promotional Authority al presidente y su gobierno para negociar los términos de acuerdo con la ue y someter el eventual acuerdo a la votación de las Cámaras como un todo, sin que ni Congreso ni Senado puedan modificar nada del Tratado cerrado. Esta es una facilidad absolutamente determinante para que estos acuerdos puedan ver la luz. Si se diera la competencia legislativa para entrar a renegociarlos se harían completamente inviables. 66

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A finales de año se quiere tener ya el esqueleto del ttip definido y, es de suponer, que se tomen las decisiones resolutorias lo largo del 2016. Es importante mencionar que este es el acuerdo más transparente que se ha negociado nunca, presumiblemente porque recibía muchas críticas, infundadas, en mi opinión, respecto a la falta de información pública de las conversaciones. Por vez primera, se ha hecho público el mandato de negociación, algo que no se había hecho con ningún otro acuerdo comercial. Se han publicado también las propuestas de texto de la ue. Nosotros hemos hecho también un ejercicio de transparencia abriendo una página web conjunta con el gobierno de los Estados Unidos y con la Comisión Europea en la que se va colgando toda la información disponible sobre el ttip en español. E L T R ATA D O D E L PA C Í F I C O E S T Á P R Ó X I M O

El otro gran acuerdo internacional es el que inician en 2011 nueve países, Australia, Brunei, Chile, Malasia, Nueva Zelanda, Perú, Singapur, Vietnam con Estados Unidos, y que cobra otra dimensión aún mayor al incorporar a Canadá, Japón y México. Se han cerrado ya veintisiete de los treinta capítulos del ttp, la negociación está por tanto muy avanzada, y queda relativamente poco por cerrar, una señal de lo urgente que es para la Unión Europea avanzar rápidamente en él sus acuerdos atlánticos, tanto con ee.uu. como con Mercosur. Es cierto que el ttp no representa un bloque económico muy homogéneo al incluir países tan dispares como Brunei, los Estados Unidos o Perú junto a Canadá o Japón. Tanto en estructunueva revista · 156

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ra económica como en renta per cápita, o peso del sector agrario, no tienen nada entre sí. Es decir, cuatro grandes economías mundiales, más Australia que, junto a las citadas componen el 40% del pib mundial, y un tercio del comercio mundial. Sin embargo, además del pib que aglutina, el acuerdo supone la liberalización de los intercambios comerciales entre países cuyas economías están entre las más dinámicas del mundo. Se trata de un acuerdo completo de liberalización comercial, que incluye el acceso completo a los mercados, que incluye también temas transversales como armonización regulatoria, un aspecto fundamental que se intenta también incluir en el ttip, la promoción de pymes, aspectos de economía digital, y, no por último, con la cláusula para actualizarlo y renovarlo de forma periódica para que el acuerdo no quede obsoleto. Por la información de que disponemos quedan abiertos todavía temas difíciles pero muy delimitados. La relación entre Japón y Estados Unidos es una conexión comercial siempre compleja y está todavía bloqueada en aspectos como comercio agrario y también en automoción, un sector muy sensible para Japón como para Estados Unidos; en derechos de propiedad intelectual y normativa de origen e indicaciones geográficas. Ahora bien, si este acuerdo se aprueba, a principios del 2016, antes que el nuestro, Estados Unidos va a tener mucho más poder en la negociación del acuerdo atlántico, va a traducirse en una mayor presión negociadora para la Unión Europea porque se sabe que quedaríamos excluidos de un ttp hecho realidad mientras no prospere el ttip.  68

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las perspectivas de gobernanza comercial post 2015 NOTAS

La décima conferencia ministerial de la omc tuvo lugar en Kenia del 15 al 19 de diciembre de 2015 y en ella se acordó el llamado «paquete de Nairobi». Este paquete consta de nueve decisiones, entre las que destacan la Decisión sobre competencia de las exportaciones en la que se contempla la eliminación permanente de los subsidios a la exportación agrícola y se limita el apoyo a los créditos a la exportación agrícola. También se alcanzó un acuerdo sobre el algodón por el que las exportaciones de algodón de los países menos desarrollados se beneficiarán de la eliminación de aranceles y todo tipo de cuotas en sus exportaciones de algodón a países desarrollados; y un acuerdo sobre reglas de origen en el que los países menos avanzados verán mejoradas las reglas que se aplican para determinar el origen de las mercancías que exportan. También se acordó la ampliación del Acuerdo de Tecnologías de la Información (ita): 51 miembros de la omc se han comprometido a eliminar los aranceles sobre 201 productos intensivos en el uso de tecnologías de la información a partir de julio de 2016. Los miembros de la omc no pudieron ponerse de acuerdo sobre cómo introducir nuevos temas en la agenda de las negociaciones de la omc ni sobre calendarios concretos para la conclusión de la Agenda de Desarrollo de Doha. 2 Las negociaciones del Acuerdo Transpacífico entre Estados Unidos, Japón y otros diez países concluyeron en octubre de 2015. 3 Las negociaciones del acuerdo ue-Vietnam concluyeron a principios de diciembre de 2015. 4 En octubre durante una reunión de jefes negociadores de la ue y de Mercosur, Mercosur dio a conocer que tenían preparada su oferta arancelaria y que habían introducido muchas mejores con respecto a la anterior. En noviembre de 2015 varios Estados miembros, a iniciativa de España, escribieron una carta conjunta a la comisaria Malmström instando a que la Comisión procediera al intercambio de ofertas con Mercosur, aprovechando un contexto político favorable. 5 El estudio concluye que un acuerdo ambicioso crearía, a largo plazo, 83.514 nuevos empleos anuales en España. El pib podría crecer, en un escenario ambicioso y a largo plazo, un 0.74%. Los salarios subirían un 0.72% al año. 1

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PARÍS: CALENTAMIENTO GLOBAL, ENERGÍA Y CRECIMIENTO 1 Antonio Erias Rey

A finales de julio, nuestro programa había olvidado el giro que tomaría el año político por las conferencias de las Naciones Unidas entre la Asamblea General de septiembre y la de este diciembre en París. Solo la gentileza del profesor Erias Rey, especializado en impacto ambiental y luego portavoz parlamentario en asuntos energéticos, hizo que supliéramos, con ventaja, un déficit insostenible en un seminario de previsión política.

Mi intención es comentarles un conjunto de ideas que necesitan de gran precisión por plantear contenidos muy controvertidos y por su compleja formulación en el escenario económico y social actual. Para ello, resultará imprescindible recopilar y formular preguntas para comprender mejor la situación presente y las políticas que se pretenden desarrollar para el futuro. En cualquier caso, aquellas resultarán difíciles de implementar por las limitaciones a las que se enfrentan y no solo por intentar cambiar «principios», sino porque la ciu70

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parís: calentamiento global, energía y crecimiento

dadanía todavía no perciba el riesgo que supone no actuar sobre los actuales escenarios. Ahora bien, no cabe duda alguna que los planteamientos y reflexiones que desarrollaremos, incluso pueden resultar pretenciosos por simplificar demasiado la compleja realidad a la que hacen referencia. Una vez hechas estas reflexiones, es obvio señalar que el cambio climático puede ser considerado como uno de los problemas ambientales más graves al que se enfrenta la humanidad en el momento actual. El calentamiento global es un asunto que amenaza a los ecosistemas mundiales, comprometiendo el desarrollo sostenible y el bienestar de la humanidad. Los estudios científicos muestran que el planeta se enfrentará a desastres humanos y naturales irreversibles si la concentración atmosférica de co2 continúa por encima de 350 partes por millón (ppm). Entre 1991 y 2011 hay más de 11.944 artículos de 29.083 autores, en los que más del 98% son favorables a que el calentamiento global tiene que ver con la acción humana; por tanto, esta trayectoria científica avala, a mi juicio, de manera suficiente —aunque con evidencias distintas— la ligazón entre los efectos producidos por la acción humana y las emisiones de co2 y el calentamiento global, en definitiva los resultados que aquella tiene sobre el clima de la Tierra. Si esto es así, el cambio climático se erige como un reto al que hemos de hacer frente de forma irrenunciable, instrumentando políticas y planteando objetivos que sirvan para limitar el impacto que la actividad humana, especialmente en su vertiente económica, tiene sobre el medio ambiente. La búsqueda de estos objetivos solo será posible a través de la descarbonización de la economía, lo que nueva revista · 156

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llevará consigo una transformación del sector energético, dado que este representa aproximadamente las dos terceras partes de las emisiones de gases de efecto invernadero. Es más, para asegurar una estabilidad climática futura será necesario limitar el aumento de la temperatura global por debajo de los 2ºC respecto a los niveles de 1990, lo que lleva consigo volver a concentraciones de co2 de 350 ppm y, en última instancia, a las concentraciones preindustriales. O lo que es lo mismo, que los países industrializados reduzcan para el año 2020 sus emisiones de gases de efecto invernadero un 40% respecto a los niveles de 1990 y al menos un 85% en 2050. La cop21 (Conferencia de las Partes de diciembre de 2015 en París) promueve un compromiso de reducción de emisiones que facilite la transición hacia la consecución de metas más exigentes en los próximos años y que aquellas expliciten con qué instrumentos se podrán lograr tales propuestas. En tal empeño, el gas natural debería de ser el sustituto principal del carbón en generación eléctrica en el mundo2. Para lograr tal tarea no quedará más remedio que establecer nuevos y mayores impuestos a las emisiones de co2. Aunque implementar tributos de esta naturaleza no es sencillo de forma inmediata, sí sería aconsejable dar señales de la voluntad de llevarlo a cabo a lo largo del tiempo y considerar la pertinencia de acometer, en estos momentos de bajos precios del petróleo y del gas, estas figuras impositivas Tal y como señala Christiana Figueres: «Las emisiones de gases de efecto invernadero de las últimas décadas han sido tales que el calentamiento global ya no se puede 72

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revertir» (Cambio climático comprometido), y como no resulta posible solucionarlo, sus impactos, a pesar de las políticas, los protocolos y las conferencias, ya los estamos sufriendo. El cambio climático exige asimismo un replanteamiento de las tareas que hasta ahora se llevaban a cabo para convertir en oportunidades los nuevos retos a los que se enfrenta el planeta. La temperatura de la superficie de la Tierra ha aumentado 0,74ºC en el último siglo, en Europa este aumento es de 0,95º, y en España se ha incrementado en 1,5º en las tres últimas décadas, lo que supone más de tres veces la subida a nivel mundial. La cop21, si bien pretende establecer responsabilidades compartidas, estas han de ser diferentes para cada uno de los países, según su grado de desarrollo, industrialización y niveles de emisiones históricas. De ahí que el cambio climático y la lucha contra el calentamiento global no puedan ser únicamente consecuencia de un pacto, sino más bien el resultado imperativo de la búsqueda de una meta que persiga un objetivo más amplio como es el de calidad de vida. La Cumbre de París debe elevar a la categoría de objetivo compartido, la mitigación de las emisiones3, especialmente co2, para lograr, que si bien, como acabo de señalar, no se puede revertir el calentamiento existente, cuando menos seamos capaces de manejar los posibles riesgos futuros asociados al mismo. Dicho esto, está claro que el cambio climático no deja de ser un aspecto parcial de la contaminación atmosférica y uno más de los generales de la actual crisis ecológica; nueva revista · 156

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por ello, cuando contemplamos aquella en su conjunto, incluso podrían resultar hipócritas las propuestas que formulen el concentrar tantos esfuerzos en una pequeña parte de la naturaleza para intentar evitar el mismo, dejando de lado soluciones a problemas más cercanos como la erradicación de la pobreza o el despilfarro en el uso de los recursos naturales. En cualquier caso, está claro que en el momento actual persiste un modelo de desarrollo basado en «el crecimiento económico como pilar fundamental, sometiendo a la dimensión económica, la social y la ecológica lo que es contrario al desarrollo sostenible», tal y como se planteó, en la reciente cumbre de la onu en septiembre de este año en Nueva York, en la llamada agenda 2030. De ahí que cuestionar el actual modelo de desarrollo nos exija reconocer y abordar las limitaciones e inconsistencias a las que nos han llevado las políticas públicas implementadas individualmente hasta el presente por los diferentes gobiernos, motivo por el cual el papa Francisco en su reciente encíclica Laudato si’ incide en la imprescindible integración de los componentes ambiental, social y económico para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Por otro lado, la sostenibilidad constituye también un concepto en sí mismo complicado y muy sugerente. Como acabamos de decir, puede entenderse como una manera de minorar cierto tipo de injusticias, ya que usar los recursos limitados para beneficio inmediato y empobrecer con ello a las generaciones futuras, sin ninguna duda, lo es. Por ello, promover la sostenibilidad se convertirá en una decisión estratégica para no interiorizar más iniquidad. 74

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De hecho, si el desarrollo humano es uno de los objetivos básicos del crecimiento económico, este deberá distribuirse equitativamente entre presente y futuro para intentar corregir así esa posible injusticia que supone el tener en cuenta solo lo inmediato y no el porvenir; de ahí que Solow recalque que la decisión de buscar y apoyar la sostenibilidad se convierta en una forma más de evitar estas arbitrariedades. Permítanme que —sin pretenciosidad pero como clara expresión de complicidad con el planteamiento de este autor y las formulaciones de este seminario—, en este complejo y controvertido escenario no solo nos circunscribamos al medio ambiente como expresión de calidad de vida presente y futura, sino que también hagamos referencia a una de sus manifestaciones más conocidas, la pobreza humana4. En este ámbito la pobreza humana se puede entender como una forma de denegación de los derechos humanos, y dado que para su erradicación es necesario la existencia de desarrollo económico, medioambiental y social, este ha de orientarse prioritariamente a combatir la misma, asunto que evidencia una relación muy cercana entre pobreza y desarrollo sostenible, reclamando claramente aquella en la que para alcanzar el mismo se realice un uso sostenible de los recursos económicos. En el siglo xxi nos enfrentamos a importantes transformaciones que ya se han ido anticipando en el pasado siglo xx, y que hunden sus raíces en el siglo xix, de tal modo que las preocupaciones actuales son muy distintas y los sucesos muy diferentes de aquellos que en otros momentos de la historia se han dado. Por ejemplo, frente a nueva revista · 156

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la escasez de combustibles fósiles, en estos momentos no solo por las caídas de sus precios sino por nuevas estrategias desarrolladas básicamente en Estados Unidos (shale gas) y por la crisis, da la impresión de que estamos ante un nuevo y aparente escenario de abundancia. Los vínculos entre energía y crecimiento económico están claros y en los últimos dos siglos hemos visto cómo se han ido manifestando, estrechándose la correlación entre ambos en unos casos y evolucionando en otros —como ocurre actualmente— en la que puede suceder que una economía con baja intensidad de emisiones de co2 (compatible con el objetivo de no superar los 2ºC) posibilite alcanzar niveles de prosperidad iguales o superiores a los de una economía con elevada intensidad de co2, especialmente cuando tenemos en cuenta los múltiples beneficios que lleva consigo la instrumentación de políticas de descarbonización (mayor seguridad energética, mejora de la calidad del aire y los consiguientes beneficios sanitarios). Conviene insistir y recalcar que la dicotomía crecimiento económico-incremento de las emisiones de co2 no presenta la misma correlación positiva en el presente que en el pasado por dos motivos básicamente: primero, porque la intensidad energética ha disminuido (para producir una unidad de producto se necesita menos energía de la que antes era necesario utilizar a tal fin) y, por otro lado, por la propia mejora de la eficiencia energética en cada uno de los procesos productivos y por la introducción de fuentes de generación de energía limpias. En cualquier caso, resulta evidente que si bien no es posible detener el cambio climático, sí se puede limitar 76

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este; para ello, hemos de intentar promover cambios en el comportamiento social y empresarial que sirvan para rebajar la utilización y la enorme dependencia actual de los combustibles fósiles como fuente de energía. Por tanto, en la medida en que los efectos del cambio climático tienen que ver en un 80% con los combustibles fósiles, será necesario abordar una modificación en el uso de aquellos, cambiando el modelo energético existente por otro que sustituya, poco a poco, los combustibles fósiles por opciones bajas en carbono en todos los ámbitos energéticos, permitiendo así avanzar hacia una economía descarbonizada. De este modo, el desarrollo de energías renovables, la puesta en práctica de medidas de eficiencia energética o la introducción de límites al volumen de emisiones de gases con efecto invernadero (gei) resultan ser herramientas indispensables para tal fin. Sin embargo, la transformación a la que tenemos que hacer frente hace necesario la introducción de cambios de pautas de consumo que también limiten los daños causados por los sectores difusos. En este sentido, debemos definir nuevas fórmulas para el transporte5 que nos permitan reducir las emisiones de manera drástica. Solo actuando de este modo resultará posible alcanzar los fines propuestos. En consecuencia, se hace necesario cambiar de modelo económico y energético al mismo tiempo, e ir hacia una reformulación del uso de la energía basada en la consecución de un desarrollo sostenible que haga posible la reducción de emisiones y mantener un consumo responsable. Es conocido que el clima evoluciona, la cuestión es saber con qué rapidez lo hace y con qué margen de adaptación cuentan los seres vivos. En poco más de un siglo, nueva revista · 156

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la actividad humana ha aumentado la cantidad de co2 atmosférico en un 25% y doblado la concentración de metano; el reforzamiento consiguiente del efecto invernadero necesariamente dará lugar a un aumento de la temperatura de 1ºC cada treinta años, mientras que desde la última glaciación su ritmo de cambio ha sido de 1ºC cada quinientos años. Esta alteración es semejante a otras anteriores, pero manifestada entre diez y cien veces más deprisa. ¿Por qué se ha llegado a esta situación y en un tiempo tan breve? La quema de combustibles fósiles arroja a la atmósfera una media de 3 kg. de carbono por persona y día en el mundo; esta media combina los 15 kg. diarios de un norteamericano, o los 4,5 kg. de un español, con el escaso 1,4 kg. emitido por un habitante de un país no desarrollado. Los combustibles fósiles se queman casi exclusivamente para producir energía, que el primer mundo utiliza siete veces más por habitante que el tercer mundo. El modelo económico y productivo dominante identifica bienestar con expansión económica, y esta con consumo de energía creciente (desde principios de siglo se ha multiplicado por treinta). Sin haberlo planeado, nos hemos topado con que las transformaciones inducidas por la acción humana en los diferentes ecosistemas están suponiendo la aparición real de límites al desarrollo de la actividad económica alejándonos de la idea de un crecimiento sostenido y sostenible. Estas cuestiones nos sitúan en la necesidad de hacer frente a un cambio de paradigma en el que la eficiencia energética permita romper el binomio crecimiento económico e incremento de las necesidades energéticas y, por extensión, aumento de las emisiones de gei. 78

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La única defensa razonable ante el cambio climático es la reducción drástica de emisiones de dióxido de carbono, modificando el sistema energético y, por tanto, el económico, y renunciando a la devoradora filosofía del desarrollo sin límites. Se ha calculado que la estabilización de la concentración efectiva de co2 en la atmósfera requiere la reducción de emisiones de origen energético al 70% del nivel de 1990 para el año 2020, y aun así, dicha estabilización solo tendría lugar una década después con una cantidad de dióxido de carbono un 8% mayor de la que existía en 1990. Tal es la evidencia, y como no podemos culpar al barómetro de la tormenta, en cualquier caso hemos de comprender que cada país tiene sus propias razones. Los 1.200 millones de personas que no disponen de energía eléctrica en el mundo lógicamente están más preocupados de contar con aquella que por las fuentes de generación de la misma, mientras otros países y ciudadanos están más inquietos por mejorar su calidad de vida que por la pobreza energética de otros, a los que su renta no les permite disfrutar de los beneficios de una energía asequible y competitiva. La creciente inquietud por el cambio climático y sus efectos en las generaciones futuras, ha llevado a los principales gobiernos a tratar de poner en marcha una acción internacional coordinada a la hora de marcar objetivos y acometer la lucha contra el mismo. El tratado por el que se crea la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (cmnucc) constituye el marco jurídico internacional de referencia en el que se encajan estas actuaciones globales de lucha contra el mismo. nueva revista · 156

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Asimismo, a lo largo de las sucesivas cop se han ido introduciendo paulatinamente nuevos elementos en la arquitectura internacional de las negociaciones de cambio climático para afrontar retos concretos, entre los que se encuentran, entre otros, aspectos tan importantes como la financiación necesaria para acometer acciones que ayuden a la mitigación y adaptación al cambio climático o la transferencia tecnológica. Este mes de diciembre, tal y como hemos dicho, tiene lugar la cop número 21 en París con un claro objetivo: establecer un acuerdo internacional vinculante que sea ratificado por la mayor cantidad de países posibles y que permita limitar el incremento de la temperatura global por debajo de los dos grados centígrados. En esta ocasión, la lucha contra el cambio climático y los planteamientos formulados individualmente por cada uno de los países participantes están marcando lo que será el devenir de la cop de París. Europa ha abanderado durante mucho tiempo este proceso, introduciendo ambiciosos objetivos que la sitúan como la región desarrollada con menor intensidad de emisiones por unidad de producto. En este sentido, el marco definido a 2030 —siguiendo la línea propuesta por el 20-20-20— establece unas metas claras en reducción de emisiones (40% menor en las emisiones de co2 respecto de los niveles de 1990), en participación de energías renovables (27% del total de la energía final consumida) y en la puesta en marcha de medidas de eficiencia energética como aquellas mejoras para reducir, al menos en un 27%, las previsiones de consumo energético en 20306, la implementación de las mismas permitirá una profunda transformación del sector energético y de la economía en general. 80

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Estados Unidos ha dado un importante paso adelante en materia de protección ambiental. En junio de 2014 dio a conocer la propuesta de reducción de las emisiones del sector eléctrico (de las centrales ya existentes), del 30% en 2030 respecto a las de 2005. Recientemente, en agosto de 2015, también los Estados Unidos presentaron su nuevo «Plan de Energía Limpia» (Clean Energy Plan), que pretende reducir adicionalmente un 32% las emisiones de dióxido de carbono (co2) en sus plantas energéticas para 2030, frente a lo registrado en el año 2005. Estas medidas, de gran impacto mediático, han dado lugar a reflexiones de diversa índole, desde las centradas en las consecuencias que puede acarrear esta reducción de emisiones en la economía global, hasta las que analizan qué alcance real tiene en la toma de conciencia de la población sobre el deterioro medioambiental. No obstante, y dejando de lado las particularidades de cada país, lo que sí es cierto es que la cop21 va a marcar un hito en la lucha contra el cambio climático, abordando la negociación de un futuro acuerdo internacional para el periodo post-2020 que incluya a todos los grandes emisores de gases de efecto invernadero, tanto los países desarrollados como los más relevantes en desarrollo. Sin embargo, la lucha contra el cambio climático no debe circunscribirse exclusivamente a los gobiernos. La Cumbre de París representa una oportunidad excepcional para que el sector empresarial refuerce su papel en la consecución de los objetivos ambientales. Esta idea ha sido remarcada desde Naciones Unidas demandando la implicación del sector privado para el cumplimiento de nueva revista · 156

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los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ods). Esta nueva agenda global establece 17 objetivos y 169 metas para que el planeta alcance tal fin, de forma que se dé continuidad a los retos iniciados por los Objetivos de Desarrollo del Milenio (odm), junto a los que abarcan nuevos retos y que pretenden incrementar las oportunidades de crecimiento socioeconómico de los países en vías de desarrollo. En definitiva, a nuestro juicio, se está produciendo, en los planteamientos evaluativos del cambio climático y del calentamiento global, una modificación sustancial consistente en pasar del cómputo de emisiones a estimar los cambios que se pueden tolerar en la temperatura del planeta, instrumentando las acciones con planes de corta duración, como máximo cinco años, y formular nuevos mecanismos para la gestión de los bienes públicos globales7, tanto desde la perspectiva de quienes han de proveerlos como de aquellos que serán los encargados de defenderlos, para lo que será preciso buscar e implementar una nueva cooperación institucionalizada, así como una regulación mundial que sirva para amparar estos nuevos desafíos. Las futuras cop deberán acometer los detalles de este acuerdo internacional vital para continuar en la lucha contra el cambio climático y el objetivo común de evitar que el incremento de la temperatura media del planeta sobrepase los 2ºC. Y ello, si se logra, será gracias a la puesta en práctica de cuatro estrategias que habrán de implementarse en los próximos años: la presencia de mayor potencia instalada de energías renovables; un uso más elevado del gas frente a otros combustibles fósiles; la adopción de medidas que faciliten el logro de una mayor eficiencia y menor 82

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intensidad energética; y, por último, un manejo óptimo de las nuevas tecnologías y la búsqueda de nuevos mecanismos para conseguir el almacenamiento de energía.  NOTAS

Extracto de la ponencia presentada en el seminario «Después de 2015, ¿más o menos liberalismo?». Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Santander, 1 de septiembre de 2015. 2 «El gas es la fuente de energía convencional que menos co2 emite en la generación eléctrica, un 50% menos que el carbón, y la menos contaminante, tanto en términos de óxido de nitrógeno como de óxido de azufre, y su combustión no emite prácticamente ninguna partícula», cuestiones ambas que facilitan una mejor calidad del aire, especialmente en las ciudades; de ahí que el gas resulte ser la fuente más eficiente ambiental y energéticamente para la generación eléctrica y como tecnología de respaldo para las renovables intermitentes. Ahora bien, el enfoque de la cop21 ha de contemplar, junto con la minoración del carbono, asuntos tales como la «prosperidad económica» o la «pobreza energética», tal y como señala Menelaos Ydreos. 3 Europa representa el 10% de las emisiones mundiales de co2 y plantea un acuerdo que supone una reducción del 50% de las emisiones en 2050. Entre 1990 y 2012 redujo sus emisiones un 17,9%, y en este encuentro de París pretende alcanzar un acuerdo firme y vinculante para cada uno de los firmantes. 4 Véase al respecto: «Informe sobre desarrollo humano 1996» e «Informe sobre desarrollo humano 1997». Programa de las Naciones Unidad para el Desarrollo. Edt. Mundi Prensa. Madrid. 5 Son muchos los posibles ejemplos de medidas encaminadas a conseguir un transporte más limpio. De entre estas, podemos destacar el desarrollo de los biocombustibles y combustibles alternativos como el hidrógeno, la potenciación del vehículo eléctrico, o la introducción de estándares más rigurosos de emisiones para los nuevos vehículos, así como el establecimiento de nuevas figuras tributarias que graven el consumo de combustibles contaminantes y, por último, la potenciación del transporte ferroviario como alternativa a la carretera. 6 Este objetivo es de carácter indicativo y será revisado antes del año 2020 con intención de incrementarlo hasta el 30%. 7 En el concepto de bien público global hemos de precisar, para los asuntos del cambio climático, no solo sus características sino que a la conocida no exclu1

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sividad y no rivalidad han de sumársele tres precisiones más: una, que sus beneficios sean universales en términos de países; dos, que se extiendan los mismos preferiblemente a todos los grupos de población; y, tres, que sus beneficios satisfagan no solo las necesidades de las generaciones presentes sin con ello impedir las opciones de las generaciones futuras. Para comprender en toda su dimensión el alcance de este concepto, véase Kaul, I., Grunber, I., Stern, M. (eds.) (1999). Global Public Goods. International cooperation in the 21st century. Oxford University Press; y Kaul, I, Conceiçao, K., Le Goulven, K. y Mendoza, R. (eds.) (2003). Providing Global Public Goods. Managing Globalization. UNP. Oxford University Press. New York; así como Velásquez González, J.A. (2009) «Los bienes públicos globales y regionales: una herramienta para la gestión de la globalización». Cuadernos Unimetanos. nº 18, marzo, pp. 14-19; Escribano Francés, G. (2012). «Provisión de bienes públicos globales y economía política internacional». Anuario de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid, pp. 39-54; y Marín Quemada, J.M., García Verdugo, J. (2003). Bienes públicos globales. Política económica y globalización. Edt. Ariel, España.

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Adentrarse con cierta sensibilidad liberal en la gobernanza que moldea zonas enteras de nuestro mundo es poco usual, y menos sin apresurarse a denunciar o elogiar su influencia burocrática sobre Estados y naciones, no siempre y solo en desarrollo. Ese ha sido el trabajo que se ha tomado para nosotros, lectores, otro de los aún jóvenes latinistas con intereses públicos que Fontán sentó a su alrededor.

Voy a tratar de exponer sucintamente por qué considero que en la globalización hay muchos elementos que no necesariamente responden a las formas políticas propugnadas por el pensamiento liberal. Y me voy a centrar especialmente en la ambivalente relación de la sensibilidad liberal con las organizaciones internacionales y su progresiva consolidación como incipiente gobierno del mundo globalizado. Ni la sensibilidad liberal ni las organizaciones internacionales son realidades homogéneas: si me lo permiten, nueva revista · 156

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no me embarcaré en distingos ni taxonomías imposibles. Voy a referirme a todas y a ninguna, hablando de la mayor parte o de las más significativas organizaciones internacionales y sensibilidades liberales. Y trataré de avanzar algunas ideas sobre cómo un planteamiento político liberal puede enfocar la existencia de estructuras de poder superestatales (el término no es inocente) sin perecer en el intento. LA GLOBALIZACIÓN AFECTA AL BUEN GOBIERNO, ADVIERTE EL DERECHO ROMANO

Vaya por delante que creo que una constante del mundo globalizado es que cada estadio es más complejo que el anterior y las novedades no cancelan lo pasado. De modo que se equivocó la canción al decir: «Video killed the radio star». La imagen de las estrellas de la radio es hoy parte de su éxito, y Youtube puede ser a veces el modo más rápido de encontrar un programa de radio. Y así con todo, apenas hay frontera que resista. Por eso un efecto generalizado de la globalización es que andamos todos algo confundidos. Y es que todo es más complicado en un mundo en el que se van superando las barreras de espacio y tiempo (en eso creo que consiste la globalización). Pero muchos de los problemas que nos parecen nuevos quizá no lo sean tanto. Algunos juristas romanos describieron fenómenos que hoy atribuimos a la globalización y prevenían ya al gobernante contra modos de tomar decisiones ante ellos que tienen como consecuencia la restricción de las libertades individuales. 86

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Así, hablaban del «efecto Macedonio», que debía su nombre al hijo del gobernador de una provincia romana que disfrutaba atravesando la ciudad con su cuadriga desbocada, para riesgo y temor de comerciantes y viandantes. Pretendiendo salir de esa comprometida situación, el gobernador padre de Macedonio decidió prohibir el tránsito de vehículos en toda la ciudad. Se produjo así un efecto liberticida desproporcionado. El abuso de la libertad de uno había perjudicado a todos por la reacción mal calibrada de un gobernante difícilmente imparcial. En la sociedad globalizada, la interdependencia creciente aumenta la exposición a este tipo de riesgo: quienes pueden abusar de la libertad y las potenciales víctimas del mal gobierno pueden estar mucho más alejadas, y no solo en el dilema libertad/seguridad. La segunda advertencia de los jurisconsultos romanos que creo oportuno traer a colación se refiere al llamado efecto «crebris auxiliis». Un pretor, harto de la presencia y el insistente griterío de lo que hoy llamaríamos un grupo de presión, cabildeo o lobby, decidió acceder plenamente a sus peticiones, que eran contrarias a lo cabal y a lo que hubiera preferido la inmensa mayoría de los ciudadanos. El volumen de voz de ese grupo pertinaz prevaleció así sobre el orden social justo que la autoridad hubiera debido defender. Este tipo de decisiones de mal gobierno son axiomáticamente contrarias al pensamiento liberal. Precisamente son las que pretenden evitarse mediante el control del poder y la garantía de la igualdad entre hombres libres exigidos por las posiciones liberales. Ambos objetivos son más difíciles de alcanzar en la arena internacional, donde los nueva revista · 156

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condicionantes culturales, geográficos e incluso horarios siguen siendo barreras que la globalización english only no ha superado. Y es que no es accidental que los movimientos surgidos del pensamiento liberal tuvieran como fruto los Estados democráticos, en oposición a la pervivencia de privilegios o relaciones arbitrarias de otro tipo —incluidas históricamente las supraestatales de los imperios, y también los regionalismos—. LA SOSPECHA: CONTIGO PORQUE NO VIVO

La igualdad entre hombres libres y la limitación del poder fijada en las Constituciones de los Estados liberales son los criterios de juicio que la mentalidad liberal aplica a los incipientes gobiernos universales o al menos supranacionales. Son por ello difíciles de reconciliar con la sensibilidad liberal, que recela de todo poder que no esté bien embridado. Efectivamente, el liberal sospecha de las instituciones internacionales cuando exceden su función de marco para las relaciones interestatales. Entre otras razones, es posible que de boca de un liberal puedan escucharse las siguientes: — Las ooii son estructuras añadidas al aparato estatal que adolecen de múltiples solapamientos y deficiente control del gasto. —  Están alejadas del empirismo realista, orientado a la consecución de resultados tangibles. —  No están sometidas a mecanismos de control y contrapesos (checks and balances) tan aquilatados como los 88

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vigentes en los Estados democráticos. Son por eso menos transparentes y toman decisiones basadas en la presión de grupos de interés. —  Generan una selva de textos normativos de obligatoriedad no bien definida que limitan la libertad de ciudadanos, quienes además no participan en su proceso de adopción. —  Esos estándares internacionales acaban sustrayendo prerrogativas a los parlamentos nacionales —que en la tradición liberal son un órgano fundamental— de modo que en muchos ámbitos los límites externos que se imponen al legislador nacional lo convierten en mero gestor de una democracia procedimental (en un proceso paradójicamente inverso, por cierto, al que describe Michael Sandel en Liberalism and the limits of justice). —  Son el principal vector institucional de difusión de concepciones particulares (a menudo muy particulares) de «vida buena», compartidas o no por cada individuo, y que se imponen como ucases en los ámbitos más personales de la vida, acompañados de campañas pedagógicas o creaciones léxicas originales (a menudo muy originales): pongo como ejemplo la promoción más decidida de las versiones extremas del lenguaje no sexisto/a que hacen que los/las oradores/as y los/las redactores/as tengan sensación de estar atravesando un campo de minas sin que sepan bien quién ha pronunciado contra ellos esa maldición. Para el liberal, desconfiado del poder por convicción antropológica, el Estado de constitución democrática y relativamente homogéneo, con división de poderes y una cierta primacía del Legislativo es terreno más segunueva revista · 156

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ro que la compleja arquitectura institucional de las ooii donde, por decirlo en clave de humor caricatural, circulan temibles borradores de secretariados o comisiones opacas, proliferan los comités de siglas inescrutables, las jergas esotéricas e inanes, las cortapisas impuestas por la diversidad cultural y merodean además a sus anchas asiduos miembros de innumerables oenegés subvencionadas. SIN TI PORQUE ME MUERO, O ¡QUÉ BUENOS ALIADOS!...

Y sin embargo, la gran mayoría de los liberales admitirá que mientras parece precipitado concluir que el efecto mariposa lleve inevitablemente a la superación del Estado nación, es en cambio cierto que la creciente importancia de algunos problemas realmente globales lleva por motivos prácticos a la progresiva consolidación de estructuras de poder supranacionales. Por citar un ejemplo: la falta de una vertebración institucional más sólida en Asia en materia de seguridad aumenta el pesimismo ante la proliferación de armamentos y conflictos pendientes, y lleva a pensar en lo acertado del Capítulo VIII de la Carta de Naciones Unidas cuando otorga un papel muy relevante a las organizaciones regionales para el mantenimiento de la paz. Es necesario además mencionar que las organizaciones internacionales han desempeñado y desempeñan un papel fundamental en una aspiración que es bien cara en el pensamiento liberal: la supresión de las barreras al comercio internacional como instrumento de desarrollo y apertura de las sociedades. 90

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Y en la medida en que las organizaciones internacionales pueden ser también una garantía externa de un marco jurídico previsible, inmune a interferencias arbitrarias (objetivo de gran valor para todo el pensamiento liberal), estas instituciones pueden constituir una limitación del poder estatal que afiance las libertades individuales. En esa tarea serán vistas como un aliado de la universalización del liberalismo. Ese fue, por cierto, el cometido original que Churchill quiso dar al Consejo de Europa. Las organizaciones internacionales han sido también un importante vector de difusión de los modelos occidentales y con ellos del respeto por la libertad personal. Baste pensar cuál sería el resultado de una difusión generalizada de la situación de los derechos individuales en los principales modelos alternativos: el predominante en muchos países de cultura musulmana y el del régimen político chino. Existe además hoy la necesidad que se impone a los Estados de cooperar cada vez más estrechamente para evitar que las libertades individuales se vacíen como resultado de los nuevos paradigmas de poder surgidos de la tecnología y, precisamente, las derivas antiliberales de la globalización. Cito un ejemplo doméstico: no es malo que quien quiera comprar muebles baratos a costa de transportarlos y montarlos por sí mismo pueda hacerlo en cualquier lugar del mundo y encuentre los mismos modelos. Sí es, en cambio más llamativo y fruto dudoso de la libertad que queden ya tan pocos lugares (¡en el mundo!) en los que uno pueda comprar muebles montados e instalados sin pagar una fortuna: el liberalismo económico no debiera producir nueva revista · 156

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efectos uniformadores. De la libertad nace pluralismo, no estandarización, que parece fruto más propio de los magníficos monopolios que la globalización puede favorecer y solo la cooperación internacional puede disgregar. Si los Estados son demasiado pequeños para garantizar las libertades, necesitarán cooperar a la misma escala en la que esas las libertades son contrastadas, y a menudo lo harán en el seno de estas organizaciones internacionales o multilaterales. Esto último es especialmente cierto respecto de la economía financiera que, hay que recordarlo, no genera verdaderos propietarios en el sentido caro a Adam Smith o en parte a Stuart Mill: hombres autónomos y responsables. Por eso, la defensa que el liberalismo hace de la propiedad sigue, en coherencia, lógicas en parte distintas con relación a los juegos financieros, y los desajustes producidos por las prácticas abusivas en ese sector tienen poco de liberales en sentido clásico. Y sí sería en cambio liberal el establecimiento de un marco regulatorio claro en el nivel en el que resulte eficaz, probablemente en el seno de una organización internacional. Y A MENUDO EL SONROJO

Pero en este teatro del mundo, los papeles contrarios son también frecuentes y la arbitrariedad viene del nivel internacional: es un resultado típico de una decisión adoptada en una organización internacional —cito, sin mencionar protagonistas, ejemplos reales— que, con la noble finalidad de promover el bienestar de los peatones se resuelva fijar objetivos de construcción de aceras en todas las po92

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blaciones... incluidas las calles más estrechas de Toledo, donde no dejarían espacio para la calzada. O que en un afán mal calibrado para lograr la igualdad entre hombres y mujeres, se promueva el fin de las competiciones deportivas que segregan por sexo, u obliguen a realizar informes periódicos sobre la práctica igualitaria de cada deporte. Por no hablar del mantra que constituye en estas instituciones el principio de no discriminación, que a falta de debate sustancial sobre qué es igual y qué es diferente, puede convertirse en el más potente semáforo rojo (a club argument, en la jerga) contra cualquier discusión sobre lo esencial abierta y libre de dominio. Debe afirmarse con urgencia que el uso incontrolado del principio de no discriminación en ausencia de debate sustancial es un ataque preventivo contra la sociedad abierta. De modo que para el liberal, pronunciarse sobre las organizaciones internacionales es una tarea incómoda que puede debilitarle políticamente, porque sus respuestas deberían estar plagadas de esos matices que no soporta ya ningún medio de comunicación. L A C U L PA E S D E K A N T. YA L O D I J O B U R K E

En la configuración de las organizaciones internacionales conviven elementos provenientes de corrientes muy diversas del pensamiento político. Mientras la noción inicial de derechos humanos y desarrollo que inspiró a muchas de ellas tenía un cómodo encaje en el pensamiento liberal, que reclama desde sus orígenes los derechos individuales como fundamento más sólido de la paz y el progreso social, el «estado nueva revista · 156

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de ánimo» en muchas de estas organizaciones presenta en cambio sobre todo muchos elementos reconducibles a los postulados del idealismo kantiano, que se compadecen mal con posiciones liberales. Trataré de explicarme. El universalismo como aspiración ha existido desde antiguo, con la kosmopoliteia estoica como el referente quizá más claro. Para acreditar esa continuidad entre los periodos históricos, baste citar este dístico ovidiano, recogido, en un epitafio de la catedral de León, retomado después en la literatura humanista y frecuente motivo heráldico: omne solum forti patria est, ut piscibus aequor, ut volucri vacuo quicquid in orbe patet. Pero es Emmanuel Kant (1724-1804) quien formula la concepción moderna de esa visión que perdura, a nuestro juicio, en muchos elementos de la tendencia universalista de las instituciones internacionales. En el desacuerdo de los pensadores liberales y conservadores de su época con Kant encontramos ya el inicio del debate sobre la configuración y los propósitos de estas organizaciones. Por plantear el problema abruptamente —sin contexto, ni hacer plena justicia al cosmopolita menos viajero—, recordemos que Kant consideraba que el talante universal de la Revolución Francesa que había despertado en todas partes la conciencia de ser ciudadanos del mundo impulsaría al hombre hacia «el supremo bien cosmopolita, imbuyéndole de un afán decidido y universal comparable al entusiasmo del más poderoso estímulo moral» (Reflexión 8077, Ak.XIX, 611). Esa revolución «inaugura una época en la que nuestras especie dejará de vacilar en su marcha hacia lo mejor... y se encaminará hacia un progreso sin interrupciones». 94

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Ni la ingenuidad antropológica, ni el tinte moralista, ni la experiencia histórica posterior hacen estos pronósticos kantianos del agrado de la sensibilidad liberal. Ese entusiasmo cosmopolita que los embebe es, en cambio, muy semejante al lenguaje que permea muchos textos internacionales: baste analizar el sentido que en la jerga de esas organizaciones tienen expresiones como «avanzar» (to go forward), no lejano tampoco de Rousseau o el abate St. Pierre. En una posición bien distinta sobre los mismos hechos, que no puede en este caso separar conservadurismo de empirismo liberal, Edmund Burke (1729-1797) critica el error que en política supone emplear el método deductivo, como hacían los revolucionarios franceses, pasando de los primeros principios a las normas, legislando ex nouo, sin atender al hecho de que la prudencia es la principal virtud en política, donde lo que hoy es acertado puede convertirse en aberrante en poco tiempo, y desoyendo la tradición, que es en el fondo expresión de la razón colectiva en su riqueza de matices. Mientras los ingleses habían decidido ir perfeccionando su Constitución, los franceses habían hecho tabla rasa. No escapó esta advertencia a los constituyentes de Cádiz, que se consideraban intérpretes de una tradición ya existente. Kant, en cambio, se muestra orgulloso de que en Francia sea el Pueblo y no el Parlamento quien esté decidiendo los cambios. Ese abuso del método deductivo es reproche común que la crítica liberal hace a las organizaciones internacionales y a los revolucionarios del xviii. Esta diferencia de sensibilidades tiene numerosas manifestaciones prácticas. Pondré algunos ejemplos: nueva revista · 156

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Es frecuente que en la jerga de muchas ooii se hable de «expertos independientes» y se atribuya a ese calificativo un matiz positivo, equivalente a la ausencia de vinculación con las posiciones de un Estado. Para la mentalidad liberal (y para la de Burke, que sostenía que no hay opiniones personalísimas sin influencia previa), esa independencia resulta en cambio sospechosa, porque no va acompañada de los checks and balances que el Estado democrático brinda y queda por tanto a merced del arbitrio personal: es un poder sin control. Un liberal dirá que no cree en la independencia, y probablemente tampoco en que se pueda hablar de «expertos» en materias que difícilmente son solo técnicas. Esta actitud será interpretada por el kantiano como una cínica falta de compromiso con los objetivos de la organización, que impide «avanzar». Me remito sobre este último asunto a la interesante y oportuna ponencia de Pablo Hispán sobre la tecnocracia en este mismo volumen. En ese mismo cauce, las ooii son con frecuencia más tendentes que los Estados a actuar sobre esferas que los liberales consideran ámbitos del albedrío privado. Así, pueden dedicar esfuerzos a «promover» la multiculturalidad —no ya a gestionarla o tratarla positivamente, sino a promoverla, como si estuviera en mano de cualquier poder cambiar el curso en el desarrollo de las identidades—. REVOLUCIÓN DE LEGITIMIDADES Y ÉPOCA DE SUPLENCIAS

Todo esto en un periodo en el que, en parte como consecuencia de la globalización, existe un temor ciudadano a 96

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perder el control sobre las fuerzas que gobiernan su vida individual y social. Los embates que está recibiendo la democracia representativa no son tampoco nuevos: baste pensar en el predicamento que en algunos ambientes han recibido autores como Cornelius Castoriadis. Contra lo que se sostiene, son solo en parte debidos a los cambios tecnológicos. Antes de Internet, el precipitado ideológico posmoderno iba ya en esa dirección. Pero sí es cierto que están fraguando la que José Ramón García ha calificado en Nueva Revista como la Revolución de las Legitimidades y están acelerando una resbaladiza disociación de lo que se considera democrático-legítimo-justo y lo que es constitucionalmente válido en la mayor parte de los Estados occidentales. A esa erosión contribuyen también algunos liberales bienintencionados. En ese contexto de casillas vacías o al menos mustias, muchos actores aspiran a reemplazar en la toma de decisiones a los representantes legítimamente elegidos. Tienden así a ocupar espacios que en buena ley corresponden solo a los poderes constituidos, especialmente al Legislativo. Las instituciones internacionales no son ajenas en absoluto a ese juego de sillas. L A S O L U C I Ó N L I B E R A L S I G U E S I E N D O E L PA R L A M E N T O

Es cierto que los Parlamentos se han apartado de su función liberal primigenia. Han dejado de ser un límite a la voluntad (principalmente recaudadora) del ejecutivo, para convertirse en adalides del convaleciente Estado de bienestar e instigadores del aumento de gasto, que en sociedades tan heterogéneas comporta la creciente intervención pública en la vida social. nueva revista · 156

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Los Parlamentos han olvidado que, en el fondo, todo tributo es un acto de imperium y no de ius, y han renunciado a limitar ese poder, abandonando la función que más impulsó su origen (muy valorada por pensadores liberales como Locke o Tocqueville). Indirectamente ahogan de ese modo energías sociales imprescindibles para generar (aprovechando la transversalidad que la globalización permite) el demos de referencia y control ciudadano de ese incipiente aunque sectorial gobierno mundial. Pero, tal como puntualizó el Verfassungsgericht de Karl­ sruhe en su dictamen sobre el Tratado de Lisboa, existen áreas de decisión pública en las que el Estado sigue siendo el mejor situado para garantizar el respeto de las libertades individuales y corresponde a los Parlamentos nacionales asegurar esa primacía. Revitalizar el control parlamentario de la actividad de las organizaciones internacionales sería probablemente una meta alabada por un liberal clásico que reflexionase sobre nuestro tema de hoy. Supondría mantener una posición tan alejada del nacionalismo antiliberal como de ingenuidades cosmopolitas, que esos pensadores juzgarían, más que utópicas, imprudentes. Y es que, para que en el mundo globalizado se mantenga o progrese el respeto de las libertades individuales alcanzado en Occidente harán falta mucha habilidad política y notables esfuerzos de sabia lectura de los acontecimientos por parte de la ciudadanía y sus representantes. 

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APUNTE PERSONAL SOBRE MOVILIDAD E INMIGRANTES Pablo Vázquez

En varios apartados del sumario figura una suerte de coda con tema propio, firmada por autoridades de esta casa, en tiempo de Fontán y hoy, casi seis años después. La nota que preparó su autor para la clausura del seminario santanderino del verano pasado no podía ser otra cosa que una toma de posición, distinta de lo convencional y dicha con la naturalidad y cortesía de costumbre en él.

Tengo que empezar por pedir ciertas disculpas, pues he pasado el día de ayer y las primeras horas de la mañana negociando con los sindicatos en Madrid la eventualidad de una huelga. Claro, que salir de una negociación laboral de este tipo para llegar a tiempo de oír a Emilio Lamo hablar del avance de la economía de mercado y el liberalismo, resulta un cambio de estado mental, como entrar a un mundo enteramente distinto, chocante, aunque, una vez repuesto de la sorpresa, vagamente familiar. Así las cosas, adelanto que no voy a ser muy sugerente en esta intervennueva revista · 156

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ción. Uno ya no produce ideas, sino que intenta gestionar y consume con gusto las ideas ajenas. Sobre la globalización, si liberal o no, y en la perspectiva de Lamo de Espinosa, puedo apuntar un comentario sobre el terreno. Sabréis que tengo la suerte de participar en un proyecto de resonancia internacional, la construcción del tren de la línea Meca-Medina. Arabia Saudí es un país sorprendente. Me ha tocado viajar allí bastantes veces en los últimos años y hay dos estampas que siempre me llaman la atención al llegar. Una es cuando, al salir de Riad, pasas a lo largo de la universidad de mujeres, salta a la vista lo espectacular del recinto. Es un campus que tiene un tren fabricado por Bombardier, un tren eléctrico, que conecta el campus de esa universidad exclusivamente reservada a mujeres. Pero, en un país con el tan peculiar estatus social de las mujeres, la sorpresa aumenta al pensar en el mero hecho de una universidad exclusivamente femenina. En la perspectiva de Lamo de Espinosa, que concluye que la ciencia experimental es el vehículo y soporte de la globalización, os pregunto: ¿En esta universitaria ciudad prohibida qué enseñanza se plantea a esas mujeres cuando hablamos de ciencia..., será realmente sostenible ese modelo? Y esto me lleva a la segunda de las impresiones viajeras que me dan que pensar. Cuando estás en un rato de paseo allí también es muy paradójico que los centros comerciales paren a la oración de la tarde. Sobre las siete cierran, como sabréis de sobra. Uno está en una tienda de la comercial marca de lujo Gucci y echa el cierre a las siete de la tarde para la oración. Pasada esa hora de reco100

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gida y oración, vuelve a abrirse la tienda Gucci. Entonces, en ese país de mujeres enteramente cubiertas, incluida la ministra que recibe en una audiencia oficial donde todo el mundo va, en realidad, tapado, subiendo al British Airways en Riad que transporta de vuelta a Londres, esas mismas mujeres que iban rigurosamente discretas hasta la ocultación bajan por la escalerilla del avión en atuendos bien distintos y más congruentes con la animosa vida londinense. Vuelve también la pregunta: ¿eso es sostenible? Quiero decir, que si es sostenible una sociedad en la que ese mismo individuo hace apenas unas horas iba por su país completamente tapado, que no puede fijarse ni tú debes dirigirte a ellas, ni siquiera se les da la mano. Esto me recordaba oblicuamente a nuestro pequeño mundo español, de cuando Franco. La España públicamente tradicional, uno pensaba que era muy tradicional y católica, pero de la noche a la mañana aquello no salió en absoluto lo que parecía venir siendo, ni creyente ni amiga de lo tradicional, sino más bien lo contrario o nada definida en el fondo... Los ponentes sabéis más de esto pero, ¿cuál es la realidad que nos sustenta? Lo observaba Emilio Lamo: hasta qué punto llega la globalización en países teóricamente dentro de este mundo globalizado, pero donde no se sabe a ciencia cierta cómo van a evolucionar. El otro aspecto que venía a manifestaros lo he sacado de mi estricto ambiente profesional actual, el de los trenes, y es mi sorpresa por cuánto están cambiando los derechos de propiedad. Una de las cosas que a nosotros, en Renfe, más nos ocupa son las empresas colaborativas. La competencia viene ya mucho menos de la compañía aérea, nueva revista · 156

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de Iberia, la gran rival de la Renfe actual es BlaBla Car. Son los planes de BlaBla Car lo que nos inquieta, y a los franceses todavía más cuando hablas con ellos de la economía en movimientos colaborativos, es decir, de cómo la gente se está organizando para transportarse sin intermediario institucional. No muy lejos, en Suiza, la gente habla francamente de que renuncia a comprarse un coche. La gente joven ya no se compra coches. Tampoco en el país por antonomasia del coche, en Estados Unidos han caído los propietarios de automóviles. Pensad en lo que caracterizaba a la clase media de los países occidentales, lo que proporcionaba solidez al derecho de propiedad eran la casa, nuestra casa, y el coche, eran los signos fundamentales de esa propiedad en progreso, me atrevo a decir. Ambos están hoy muy puestos en cuestión. Muchos pronostican que las generaciones más jóvenes a medio plazo y más rápidamente, vayan a prescindir del coche y probablemente tampoco aspiren a disfrutar como titulares de un inmueble, no sean propietarios de un piso. Yo creo que estas novedades de nuestras vidas tienen una honda repercusión para el molde futuro de la globalización. Todavía recuerdo de cuando estaba en la Moncloa el impacto que tuvo, en la primera legislatura del presidente Aznar, esa generación de una nueva clase media surgida al calor de la vivienda en mano. Este hecho, que ahora queda estigmatizado, refleja todo un cambio social, el de quienes podían adquirir el derecho de propiedad de un piso siendo bastante jóvenes. Ya tenías un piso, ya tenías tu casa y empezabas a instalarte, esa adquisición era la señal de 102

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que uno se sostenía firme en la vida adulta. Después, vino lo que vino, pero tampoco la pérdida va a constituir un elemento irreemplazable; es decir, que para las sociedades venideras los elementos nucleares de un patrimonio, el de la gente normal de clase media, no parece que vayan a ser estos de antes, ni mucho menos van a ser muy otros. ¿Cuáles? Esta es la cuestión principal que me traía a Santander a hablaros, porque van a ser los que giran alrededor del capital humano. El gran capital ya no es el físico, es el personal, y lo que va a determinar social y profesionalmente, ya no es la escala de inmuebles: piso, una mansión, un palacio, sino que lo que te vuelve distinto es que seas un cardiólogo eminente de Nueva York, o un abogado pujante de una firma internacional con sede en Londres ..., eso es lo que proporciona estatus, lo que brinda capacidad profesional y apareja relaciones de todo tipo. En estas sociedades nuestras, es el capital que te hace ser quien eres. Pienso que está pasando en este mundo global, pero ocurre más bien como a dos velocidades, y se comprueba en la gente joven. Mi impresión es que se está generando una clase social, o grupo, claramente globalizado. Hoy es casi indistinto el estudiante que cursa en una buena universidad española, de un chico que haya estudiado en otra por Berlín, del que se licenció en el lejano, para nosotros españoles, Sidney..., es probable que se muevan por los mismos círculos y acaben casi trabajando en los mismos sitios. Lo relevante se determina por la experiencia laboral, esto es: una mano de obra móvil, que hoy está en una ciudad europea, pero cabe que se marche una temporada por nueva revista · 156

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Murcia a un trabajo específico, o pase por varios destinos en Londres. Jóvenes —muchos de vuestros hijos— que empiezan en las grandes capitales, pero son conscientes sin problemas identitarios de que mañana trabajarán en cualquier punto. Son ciudadanos globales, ya están en otra cosa, pero el fenómeno convive con una fuerza laboral estanca, aparentemente muy local, en unas diferencias muy significativas con ese otro grupo global en movimiento. Y mi gran duda es si ambas se sostienen, las dos dimensiones opuestas en una misma sociedad. ¿Es sostenible que el trabajador por horas en el chiringuito, que sabe de su compañero de clase, el que vive otra vida quizá no lejos de él pero en otro mundo lleno de oportunidades, una biografía de cambio y riesgo a la vez? ¿Va a aguantarse esa bipolarización por sí misma? ¿La gente va a aceptar esta otra tan nítida bipolarización en capital humano? Unos, ricos en potencia que no lo son sino por los conocimientos que adquieren, por su capacidad de acceso junto a un señor sujeto a salarios que no van a ser seguramente muy atractivos. El fútbol es el ejemplo de una globalización lograda. En Arabia lo que suena de España son el Barcelona de Messi y el Real Madrid. El fútbol vale como un laboratorio muy interesante de tendencias y su propiedad es el factor de la estrella. En el fútbol hay cien, doscientos, no habrá más de quinientos individuos con prestaciones extraordinarias, unos superdotados glorificados y enriquecidos que reinan sobre un resto de población que, buenamente, hace lo que puede con su carrera profesional. Lo señalo en un fenómeno tan por delante en su internacionalización como este deporte, donde perviven dos realidades bien distintas. 104

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Os pido otro minuto de atención a otro aspecto de la globalización. Decía que, para mí, es clave la emergencia de una clase, o de grupos de gentes claramente transnacionales que sobrevuelan en un gran conflicto potencia con los múltiples locales, pero el otro es la inmigración. También viajeros pero de muy otra clase. Los profesionales sabemos que la variable que mejor explica el crecimiento económico es la población, es la única que lo explica satisfactoriamente. En un estudio muy famoso hace unos años, Xavier Sala i Martí probó con miles de variables: los países protestantes, los del norte, el sol, las materias primas...; nada, desde el comienzo de los tiempos hasta ahora. Lo único que justifica por qué hay sociedades que crecen y otras que no crecen es la demografía, porque, al final, la economía es demografía más o menos coloreada, como sabemos los economistas. Pero este componente demográfico en la economía es brutal, y Japón es un caso clarísimo y Europa muestra igual traza. Teniéndolo tan claro, te das cuenta de que la respuesta de los occidentales en los últimos años al fenómeno de la inmigración en sus países es claramente equivocada. Para nosotros, al menos, claramente errónea, porque aquí ha quedado demostrado, España fue la primera en esta crisis de la primera década del 2000. España fue durante buena parte de esos años el país de la Unión Europea y de la ocde que más inmigrantes recibía en porcentaje de la población, a niveles de la meca que siempre los Estados Unidos ha representado como país de la esperanza, y en poquísimos años el país fue testigo de un impacto inmigratorio brutal. Si uno abre la hemeroteca y luego se pregunta por el resultado de nueva revista · 156

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tantas alarmas, en parte naturales, de cuál es el resultado social del fenómeno de la intensa inmigración a España, es difícil dar con un argumento para concluir que ha sido negativo y perjudicial. Si uno examina el impacto sobre la delincuencia en España, se hicieron estudios que demostraban que en su conducta eran menos delictivos que los nacionales, si era la atención sanitaria corroboraba que, siendo más jóvenes, no se ponían enfermos, las bajas eran menos por su reciente incorporación al mercado de trabajo, y que por tanto, el peso del gasto estaba mejor que equilibrado; si mirabas el efecto económico sobre la productividad, daba netamente positivo. Al margen del momento que estamos viviendo este verano, lo creo coyuntural y de otra naturaleza, es una crisis de refugiados políticos y huidos de guerra. El enfoque ante la inmigración en Europa peca de muy poco liberal, es un enfoque pendiente del control de fronteras, por defenderse de no se sabe muy bien qué —con todos mis respetos—. Pero, sobre todo desde el punto de vista económico, muy poco eficiente o nada. Uno repasa quienes son los fundadores de las principales empresas de los Estados Unidos y casi ninguno sale originario del mismo país. Recuerdo una página hace unos años en la Contra de La Vanguardia, donde se comentaba esto: el típico emprendedor ¿dónde se va a situar, en España o en Latinoamérica? El protagonista de la entrevista, latinoamericano, respondía: «En Latinoamérica. Allí hay muchos más jóvenes. Allí va a haber mucha más actividad, allí va a haber muchas más ideas». Según esto, el pretender que haya emprendedores, desear un espíritu empresarial para tu socie106

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dad, pretender que haya gente dispuesta a arriesgar, aspirar con señores y señoras de sesenta años, a lo que en principio hace moverse a toda economía es, con todos mis respetos, muy difícil, ¿no os parece tremendamente difícil? Por tanto, lo que pasa en España con la política de inmigración de Estados Unidos está profundamente equivocado. Como lo está en el debate político de los Estados Unidos. Porque necesitas que tus sociedades progresen adecuadamente. Lo resumo y así termino estos apuntes: me parece que merece la pena que difundiéramos lo sucedido con la inmigración masiva en nuestro país en esta década, también que nos lo dijéramos mucho más a nosotros mismos. Inmigración poderosa y culturalmente asimilada, ante la cual se dijo a la gente «cuidado, se quedarán», pero no se han quedado. Si no hay trabajo, la gente se marcha en buena medida. Creo sinceramente que valdría la pena, siendo de mentalidad liberal, que nos replanteáramos esas medidas cautelares respecto a este otro fenómeno de la inmigración global. 

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UNA COMUNIDAD EXPANSIVA DE DERECHO Y PODER

EL MÁS Y EL MENOS LIBERAL DE LA UE José M. de Areilza

El ecuador del seminario estuvo reservado a la perspectiva europea, ahí la amistad impecable de su autor de la que disfrutamos en Nueva Revista le llevó a responder a las demandas de la convocatoria, sin dejar de trazar por ello, en contadas palabras, las claves de gobierno europeas. Areilza viene siendo un excelente conocedor español de las múltiples dimensiones de la ue.

A mi pregunta por la intención de nuestro seminario mi corresponsal ha respondido con dos preguntas múltiples a su vez y por escrito. Una era: ¿cuánto hay de intervencionismo en la Unión Europea tiende al propio de un Estado? Y la otra: ¿conserva un nivel de pesos y contrapesos, cómo está de check and balances la Unión Europea, para cualificarse aproximadamente como democracia liberal? Como no son inocentes formulaciones, invitan a respuestas complejas, de manera que adelanto a quien se incline por desconectar de antemano que la respuesta es un 108

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«ya no» a las dos. Para más detalles, he traído conmigo lo que sigue. La Unión Europea —las Comunidades antes— sí que han servido como límite al intervencionismo y la Unión o las Comunidades antes sí que han tenido un sistema de pesos y contrapesos aproximado al de una democracia liberal. Pero, ya no. Creo que sería bueno, además, recuperar ese modelo o ese sistema, y a eso voy a dedicar estos minutos. Además de avisar de la conclusión final, les advierto de que seguiré la máxima de los colaboradores en The Economist: vamos a simplificar y exagerar deliberadamente, por no hacerlo extremadamente aburrido. Hay veces en que ni yo mismo asistiría a una conferencia mía sobre la ue. EL GRADO DE INTERVENCIONISMO DEL PROCESO EUROPEO HASTA LA UNIÓN EUROPEA

La integración europea echa a andar apostando por el libre comercio en un momento histórico muy concreto, la posguerra, en el que la solución a los problemas económicos mundiales, tienen en el centro la idea de potenciar el libre comercio y de ahí surge el gatt en 1947 y en 1957 el Mercado Común. Es cierto que la primera de las Comunidades Europeas, la del carbón y el acero, preocupó mucho a los norteamericanos y a economistas liberales porque era básicamente un cártel de carbón y acero. Pero el impulso liberalizador fue el fiel de las políticas públicas, de modo que el libre comercio siempre estuviera en el primer elemento de la balanza y que cualquier excepción tuviera que ser justificada invocando el imperativo de otras políticas nueva revista · 156

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públicas, como se ve muy claramente en la idea del Mercado Común. El Mercado Común es un invento europeo del Tratado de Roma, que parte de la creencia en las virtudes económicas y políticas de la libre circulación de mercancías y la extiende a otros factores de producción, el mismo espíritu liberalizador de libre circulación de libertad de movimientos, trabajadores, servicios, capital, ideas...; se decía: aprovechemos al máximo el potencial del mercado para solucionar problemas económicos y sociales en su origen, un principio liberal clarísimo y que técnicamente se llama integración negativa. O sea, las nuevas Comunidades Europeas como una manera de desregular, de crear libertad económica, no solamente de limitar el proteccionismo estatal, sino el ir más allá y crear libertad económica. Al mismo tiempo, el contexto en el que se pone en marcha esa integración europea es paradójico porque la apuesta a nivel supraestatal por el libre comercio convive con el más fuerte impulso conocido de los Estados de bienestar. Es una suerte de división del trabajo, con prosperidad del mercado a nivel europeo y políticas sociales por debajo, lo que se llamó el consenso de posguerra entre democristianos y socialdemócratas. Eso también se ve reflejado en las reglas de juego europeas porque junto con los mecanismos de desregulación y levantamiento de barreras, se redactan prohibiciones en los tratados, en las decisiones de jurisprudencia, es todo un capítulo de apoderar las Comunidades Europeas para legislar, para hacer posible cierta integración positiva. Desde un principio, se abre una dicotomía para liberales, pues no se puede simplemente desregular en Estados de bienestar tan desarro110

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llados. También hay que adoptar estándares comunes para gestionar las externalidades, los efectos no previstos de la creación de mercados a través de prohibiciones. Eso por un lado sería la visión liberal: la regulación europea crea mercado, gestiona externalidades. Pero la visión intervencionista europea, tanto desde el centro derecha como desde el centro izquierda, es bien distinta: estamos creando un nuevo nivel de gobierno que sirve a valores y objetivos propios y, por lo tanto, la regulación europea lo que hace es consagrar una visión europea de distintas políticas públicas, como la protección al consumidor, el medio ambiente o la política social. Hay un libro muy interesante que explica el marco histórico del proyecto y sus dicotomías: capacidad de regular y capacidad de desregular, entre Estados del bienestar nacionales y prosperidad de mercado europea, es de Alan Milward, historiador británico, El rescate europeo del Estado-Nación. Es de los pocos que han buceado en los archivos de las negociaciones sobre las Comunidades de los años cincuenta. La tesis es que se acuerdan las Comunidades para recuperar recursos perdidos por los Estados, como el de crear a la vez paz y prosperidad compartida en medio de una guerra fría, de modo que la operación comunitaria es también una recuperación de soberanía metamorfoseada. Es decir, esto no suma «cero», como ha explicado muy bien el profesor Rubio Llorente, sino que se trata de que la integración europea sea una función nacional, una manera de limitar la democracia nacional precisamente para favorecer el desarrollo económico y la convivencia, mediante políticas conjuntas europeas. El precio, nueva revista · 156

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por supuesto, es dejar atrás el nacionalismo y el proteccionismo. Durante las primeras décadas la integración negativa llega lejos, a través de la jurisprudencia del Tribunal de Justicia de Luxemburgo, con la creación de las doctrinas de «efecto directo», de primacía, favoreciendo una integración expansiva a través del equivalente a la cláusula de comercio de la Constitución americana, y apoyándose en los jueces nacionales, como jueces europeos para aplicar prohibiciones europeas sobre medidas nacionales, no solamente proteccionistas sino también intervencionistas y, por tanto, sancionar ese espacio de libertad que se llama «Mercado Común». Pero no se puede crear un mercado común europeo sin regulación también a nivel europeo, bien para gestionar externalidades... o bien en pro de ese nuevo nivel de gobierno en la visión más intervencionista de la unidad europea. Es bien interesante para esta historia reparar en que el gran impulso al Mercado Común se da a partir de 1985, cuando la economía de la oferta es ya el paradigma del pensamiento económico, con Margaret Thatcher y Ronald Reagan; son la referencia por sus políticas económicas. Hasta entonces el Mercado Común estaba bloqueado en su desarrollo legislativo por la exigencia de consenso, por el acuerdo de Luxemburgo de 1966, que permitió el veto individual de los Estados en el Consejo. Tras la entrada en vigor del Acta Única Europea, se acepta la toma de decisiones por mayoría en el Consejo y, en un tiempo récord para Europa, de cinco años y medio, se aprobaron trescientas normas sobre estándares de producto. Parece algo muy técnico, pero es lo que otorga un marco normati112

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vo detallado a ese mercado que no avanza solo por la vía de la desregulación. Y se hace con orientación en buena medida liberal, porque la regulación del mercado interior en el proyecto de 1992 tuvo mucho de autorregulación. Los mismos organismos privados, las propias industrias, de las que nos hablaba antes Jaime García-Legaz, proponen cuál sea el estándar europeo y la Comisión otorga una presunción legal, ese es el estándar para la libre circulación. Es el momento en que la Comisión empieza a hablar de reconocimiento mutuo y de armonización de mínimos, aunque el reconocimiento mutuo se quede en idea. Es cierto que hay una inclinación a crear un mercado interior con visión liberal al final de los años ochenta, junto a la tendencia de otras ocasiones a utilizar la regulación europea como protección frente a los estándares globales, bien de la omc o de la falta de unos estándares globales. Una visión proteccionista de la Unión Europea frente al exterior, cuyo caso paradigmático es la política agraria común. La regulación europea a veces también sirve para externalizar criterios nacionales, tiene esa misma función proteccionista, como en el caso del estándar alemán para depuradoras, que pasa a estándar europeo en socorro de la industria alemana y abre, además, la venta de depuradoras al resto de los países miembros. Es decir, no siempre se piensa en el conjunto sino que juega a utilizar el mercado europeo como franquicia o como protección frente al exterior. A finales de los ochenta, se acelera la capacidad reguladora porque se generaliza las decisiones por mayoría en el seno del Consejo a cada vez en más ámbitos. Se deja atrás el acuerdo de Luxemburgo; es cuando la señora Thatcher nueva revista · 156

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se arrepiente de haber impulsado ella misma el Acta Única de la Unión Europea y el mercado interior y exclama: «Esto es el socialismo, por la puerta de atrás». Y la respuesta es: «Depende, depende de cómo se vote en el Consejo». El Parlamento Europeo adquiere cada vez mayores poderes. La Cámara, durante años, quiso la expansión de competencias europeas, sin entrar al contenido sustantivo de estas políticas, fundamentalmente porque pensaba que era la manera de adquirir cada vez más poder formal, como así ha sido. Eso no quiere decir que obtenga plena legitimidad social, porque la paradoja específica que lastra al Parlamento Europeo no es otra que cuanto más poder formal tiene, menos legitimidad social se le reconoce. Hay también un fenómeno muy importante, del que no se habla tanto, pero es decisivo para entender el desarrollo reglamentario de la Unión Europea. Se trata del florecimiento de comunidades de expertos, no me refiero al lobby de la industria del tabaco de Estados Unidos —que también— sino que Bruselas se vuelve plataforma de intereses particulares muy poco transparentes porque se puede llegar a verdaderos cambios normativos, y con la gran eficacia de que se aplican a todos los Estados miembros. Pululan esas miles de comunidades de expertos que ponen en entredicho el principio de libre comercio y del mercado como su institución central. En los años noventa es cuando realmente se expande la capacidad regulatoria europea. El avance del mercado interior impulsa cuatrocientas normas en 1992, pero luego nadie habla de las mil doscientas más de 1993, casi todas estandarización de productos, con distintas orientaciones, 114

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más liberal o más socialdemócrata, o cristiano-demócrata, hasta la famosa directiva de servicios de 2006, que pasó de llamarse «Bolkestein», por el comisario holandés a su cargo, a «Frankenstein» y acabó siendo una norma descafeinada, poco apta para liberalizar los servicios. Bolkestein quería aplicar el principio del «Estado de origen», pero el debate se enturbió enseguida con el proceso de ampliación de 2004. La imagen del fontanero polaco en una camioneta, llena de compatriotas jóvenes y fontaneros diestros y baratos, que paraba en las casas de Francia y volvían esa misma noche a Polonia, plasmaba la amenaza interesada que siempre supone un mercado liberalizado. El potencial liberalizador de la Unión Europea sigue estando ahí, yo creo que sigue siendo el motor de la integración económica y también el que concita los mayores consensos políticos. Parafraseando al gran don Antonio Fontán, quien decía que cuando en España no había monarquía, lo que había era un lío, se puede concluir que la Unión Europea sin esa orientación liberalizadora al mercado interior termina por meterse en laberintos de dudosa salida. P E S O S Y C O N T R A P E S O S PA R A L L E G A R A Q U E L A U N I Ó N E U R O P E A PA R E Z CA U N A D E M O C R A C I A L I B E R A L

Volvamos al contexto histórico, en el que se lanzan las Comunidades Europeas, en el que se ponen en marcha una serie de instituciones y procedimientos, fueron tiempos excepcionales. Jean Monet, el hombre de los planes y de los comités, el europeo que más influencia tuvo en Estados Unidos, lo que peor llevaba era tener que ir a un Parlamento a contarnueva revista · 156

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le lo que hacía. Pero, incluso, le costaba tener que explicárselo al general De Gaulle, cuando era presidente, siendo su ministro-comisario del plan. Lo que buscaba era poder delegado, poder ejecutivo y poder reglamentario propio. Y esa mentalidad organizativa en la primera guerra mundial para asuntos de transporte y logística de abastecimiento, o en la segunda guerra mundial para la construcción de una industria militar de la aeronáutica en Estados Unidos, funcionó muy bien. Monet fue uno de los que consiguió acelerar la entrada de Estados Unidos en la segunda guerra mundial con todo el trazo que hizo cerca de Roosevelt. Su modelo original para la primera Comunidad era que la única institución fuese la Comisión, y solo ya en plena negociación del Tratado, los holandeses sugirieron que hubiese otra institución, a la que llamaron Consejo de Ministros, para que hubiese una representación de los gobiernos que contrapesase a la Agencia, a la Alta Autoridad, como se llamó entonces, presidida por Monet y encargada de gestionar, nada menos, que el carbón y el acero de las antiguas potencias enfrentadas. De manera que, ya en la segunda Comunidad, la del Mercado Común, al Consejo de Ministros se le da más relevancia y ahí está el primer contrapeso intergubernamental y vigilante de lo supranacional. Pero lo que el diseño no presenta es una separación clara, este modelo político original surgió en tiempos excepcionales, justificable por sus resultados, no por una legitimidad democrática clásica. Sin la separación entre poder ejecutivo y poder legislativo, sucede una visión muy francesa del poder reglamentario, del poder ejecutivo. Ambos confluyen. En lugar de sujetos, hay que 116

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hablar de procesos y, además, de procesos tanto supragubernamentales como nacionales. Otro contrapeso desde el principio, no solo hay lo supranacional y lo intergubernamental, es el imperio de la ley a escala europea. Hay un poder judicial independiente europeo. Los primeros jueces de Luxemburgo lucían en su despacho fotos de grandes jueces del Tribunal Supremo de Estados Unidos, y crearon una arquitectura, a través de principios, doctrinas y presunciones, por los cuales el Derecho Europeo, sin que estuviese previsto así en los Tratados, se interpretó de forma federal y se sigue interpretando así. Por la puerta de atrás constitucionalizaron, vía su relación con los jefes nacionales, la relación entre el Derecho Europeo y el Derecho nacional, que pasó a ser una cuestión de Derecho Europeo ordenada de la manera más federal posible. A cambio, la política sin más avanzó despacio por el fuerte elemento intergubernamental, tras el acuerdo de Luxemburgo, por el veto individual de los gobiernos en el Consejo. También desde un principio tuvieron muchos poderes las Comunidades Europeas pero enumerados, limitados, tasados. Fue su tercer contrapeso: requerían de una habilitación jurídica específica para poder actuar, quizá esto es lo más importante que tenemos que recuperar hoy, esa idea motriz de que la Unión no aspire a regularlo todo, sea perfectamente compatible con las democracias nacionales. El cuarto contrapeso, desaparecido, fue este acuerdo político en el año 66 para dar veto a todos los gobiernos en el Consejo, que la Comisión realmente sirviera al Connueva revista · 156

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sejo y no fuese un órgano totalmente ajeno a las políticas nacionales. Lo que ha pasado, una vez roto el acuerdo de Luxemburgo, es que la Comisión se ha intergubernamentalizado, convertida en un Consejo con otro nombre y la tan perjudicial práctica de un comisario por Estado. Y otro contrapeso —aunque con muchas dudas de que haya servido de tal— fue la creación de un Parlamento Europeo con verdadero poder legislativo. Yo creo que el punto de equilibrio de la interacción jurídica y política se alcanzó al principio de los noventa. A partir de entonces hay una expansión de competencias, a través de la mayoría cualificada en el Consejo y la creciente sensación de pérdida del control de la integración en los gobiernos europeos. Esto no significa que la Unión lo regule todo, pero sí que nadie sabe cuáles son sus límites materiales, que no hay ningún ámbito de Derecho nacional, autonómico ni local que no pueda estar regulado por una norma europea, si hay mayorías en el Consejo y en el Parlamento y la Comisión lo propone. A España yo creo que le ha beneficiado estar sujeta a un marco europeo, con una política tan importante como la defensa de la libre competencia vigente sobre un «no modelo» territorial, complejo e inestable. La única manera de armonizar derechos y es mediante una norma europea. Seguimos en lo que decía el viajero Richard Ford: un manojo de unidades locales atado por una cuerda de arena. La cuerda de arena es Europa y lo que ha ocurrido con esta expansión de competencias europeas es que se han acelerado los problemas de legitimidad de este modelo original que, insisto, procede de tiempos excepcionales. 118

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El constitucionalismo de baja intensidad, como a veces se llama al practicado en las Comunidades y luego en la Unión, se basa en una Constitución no escrita, material, que limita el poder. Su contenido se encuentra en el conjunto de tratados, principios y prácticas institucionales. De este modo, el cuadro europeo tiene sus propios límites, pesos y contrapesos, pero también tiene un impacto sobre la forma de gobierno nacional, acerca de la cual se reflexiona poco. La integración europea fortalece extraordinariamente a los ejecutivos nacionales, vacía muchas veces de competencias a los parlamentos nacionales, limita mucho el poder de las regiones políticas, subordina a los Tribunales Supremos y al Tribunal Constitucional a decisiones finales del Tribunal de Justicia, aunque haya un diálogo y hasta se acepte que la autoridad final se puede deslindar de la jerarquía normativa, en una visión posmoderna perfecta. Hemos llegado al momento de repensar el paradigma de la integración, en buena medida por el éxito de este primer modelo, lo que en mi libro Poder y Derecho en la Unión Europea, he querido llamar la llegada a la primera ciudad, usando de la metáfora dickensiana. La utopía original de crear paz y prosperidad compartida a través de políticas económicas que servían a los Estados miembros, básicamente está agotada, ya de finales del siglo xx. Pero hay un crecimiento competencial tal, junto al crecimiento del número de Estados, muchos de ellos sin cultura democrática, y con un reparto muy complicado de poder entre grandes y pequeños Estados, que se ha cambiado la cultura política de la Unión Europea. Es como tener seis nueva revista · 156

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Californias y veintidós Massachusetts en la misma unión de Estados, pero, además, sin la voluntad de formar un solo pueblo, por otro lado y afortunadamente. Por si no fuera poco, añadamos la crisis del euro y la extraña gobernanza creada para la recesión, la reaparición de Alemania como potencia hegemónica, por una vez a su pesar. ¿Cómo se hace esto? Se hace volviendo a criterios de representación y participación, de transparencia y de rendición de cuentas, principios de la democracia liberal pero a nivel europeo. Algo avanzaron las reformas de los tratados desde Maastricht a Lisboa, pero el replicar a nivel europeo la forma estatal es un error constructivo de principio, que lleva a la creación de un demos artificioso para sostener el edificio de la unidad. La integración europea ya no cabe en el proceso elitista, de una función de la democracia, límite a la democracia nacional y por tanto justificada por resultados, lo propio de una necesidad histórica excepcional. Mi maestro Joseph Weiller achaca a un exceso de «mesianismo político» este primer momento europeo. Vayamos hacia el otro modelo de caminar en la integración, difícil hacer en estos momentos de crisis de la moneda común, de recelos gubernamentales y débil crecimiento económico, de populismo en los nuevos partidos políticos. El euro configurado por las medidas urgentes adoptadas desde el 2010 reorienta el Estado de bienestar en cada uno de los Estados miembros y pide una unión fiscal, aunque no con el impacto de la fiscalidad propia de los Estados. Entonces, hay que pensar en serio en la parte de unión política. 120

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El suelo donde asentarse es la idea originaria de la limitación material de poderes. La Unión Europea debe poder hacer muchas cosas, pero igualmente se debería poder saber qué cosas no hará. Aquí, España tiende a una visión fatalista, la del que gobiernen ellos. Todo lo que venga de la Unión Europea ha de ser mejor, con tal de que no lo hayan inventado los nuestros puerta adentro. Ha habido un europeísmo de fe ciega del carbonero, comprensible, pero irremediablemente pasado de moda. España está particularmente interesada en comenzar por ahí, por reclamar que la Unión Europea tenga límites materiales en lo que pueda hacer, es la única manera de poder definir su proyecto, y de no aplazarlo a que otros vengan a solucionar nuestros problemas desde las sedes europeas, sobre todo cuando no tenemos la influencia de los años del siglo xx, ni unas mayorías claras que apoyen nuestros intereses. Cuando ingresamos en las Comunidades de 1986, nuestros representantes de la diplomacia comunitaria acuñaron la expresión de perro verde referida a España, para explicar la difícil busca de alianzas en esa Europa a doce. Hoy en día, esto sigue siendo exacto en gran medida y, a diferencia de otros países que pueden fácilmente tejer alianzas, necesitamos de un procedimiento más tasado y una limitación material de poderes. En segundo lugar, es bueno per se y para España en tiempos de simplificación populista que la Unión introduzca en sus instituciones abiertamente la dialéctica política clásica, de libre juego a opiniones y medidas liberales, socialcristianas, ecologistas, socialdemócratas, so pena nueva revista · 156

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de conducir el pluralismo europeo al dilema tópico del Europa sí-Europa no. La socialización de la idea europea le conviene que pueda entenderse que la unión bancaria es más liberal o lo es menos, no si es más o menos europea; si la unión fiscal es socialdemócrata en más o en menos, y quién la paga, cuáles intereses favorece, en qué valores se inspiran estas y otras decisiones y las alternativas en juego por los salones de Bruselas. Y, por último, a esta segunda ciudad que representa un poder público renovado, le aguarda hace tiempo el peso de la responsabilidad internacional, de que la Unión Europea se desempeñe como actor global en otros ámbitos distintos del comercio. La mayor parte de los asuntos que definen el futuro europeo se dirimen a nuestra vista, pero fuera de los límites continentales, y no acabamos de aprobar esa asignatura de defender intereses a medio plazo comunes y proyectar valores a un entorno mundial en cambio acelerado. Los intereses y valores acumulados por el largo proceso de la integración europea, el mejor invento económico y político del siglo xx. 

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DIÁLOGO DE TRIBUNALES; PERDONEN LAS MOLESTIAS... Andrés Ollero

El hoy magistrado del Alto Tribunal, apenas pudo sino estar en las primeras horas del lunes aunque la situación de la unidad europea en perspectiva constitucional fuera el tema del tercer día. Pero la coincidencia en la apertura con el secretario de Estado de Cultura presumiblemente dé ocasión a un diálogo de fundamentos de derechos y libertades que bien podría tener lugar en Nueva Revista.

Cuando en la literatura internacional se habla de Estado liberal no se pretende calibrar el grado de influencia que una determinada ideología política haya podido alcanzar dentro de su ámbito. Se apunta más bien a unas estructuras básicas que suelen identificarse mediante alusiones al Estado de Derecho, la división de poderes, su difusión a través de variadas fórmulas descentralizadoras, el sometimiento de las normas y actos de ellos emanados a un control jurídico-constitucional ajeno al juego de mayorías habitual en la cotidianueva revista · 156

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nidad política. Dentro de ese marco —del que hoy me preocupo— se llevarán a cabo políticas concretas que merecerán ser consideradas más o menos liberales. El marco de referencia viene existiendo sin duda en los países de nuestro entorno como consecuencia de tres notables impulsos constituyentes: el producido en la posguerra mundial, notablemente influyente en la doble transición democrática experimentada decenios después en la península ibérica, que repercutirá a su vez en la oleada producida no mucho después por la ruptura y desmembración del bloque soviético. Pero el panorama quedaría incompleto si no tuviéramos en cuenta el proceso de construcción de la Unión Europea, fruto de la maduración del primer impulso citado, pero notablemente inacabado en relación a cualquiera de ellos. Por paradójico que resulte, preguntarnos si cabe considerar a la Unión como un Estado liberal puede deparar bastantes sorpresas, aunque en países tan poco euroescépticos como España pasen inadvertidas. Síntoma elocuente de este retraso en el andamiaje político de la Europa unida es el notable desfase entre el Convenio de Roma, auspiciado por un Consejo de Europa que agrupa a países europeos unidos o sin unir, y el paralelo proceso de garantía de los derechos fundamentales en el mucho más reducido ámbito de la Unión Europea. Lo que surgió como una mera comunidad económica, girando en torno al carbón y el acero, ha ido generando trabajosamente instituciones que no llegan a alcanzar las cotas consideradas indispensables en cualquiera de sus Estados miembros. Ni su gobierno tiene mucho que ver 124

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con el que sería de esperar en cualquier Estado liberal que se precie, ni su parlamento cumple aún las funciones de efectivo control del Ejecutivo que tiempo ha se llevan a cabo en el ámbito nacional. Da fe de ello la actitud de vigilante supervisión que más de un Tribunal Constitucional, con el alemán como punto de referencia, mantienen ante la obvia cesión de soberanía que el crecimiento de la Unión va llevando consigo. Hace ya más de un decenio el nuestro secundaba tal actitud en su Declaración 1/2004, recordando que ese proceso de cesión no podía considerarse ilimitado, dado el obligado respeto derivado de «nuestras estructuras constitucionales básicas y del sistema de valores y principios fundamentales consagrados en nuestra Constitución, en el que los derechos fundamentales adquieren sustantividad propia (art. 10.1 ce)». No en vano «la Constitución exige que el ordenamiento aceptado como consecuencia de la cesión sea compatible con sus principios y valores básicos». Estas formales advertencias contrastan con el avance incesante de un derecho comunitario que no solo pasa a formar parte del ordenamiento jurídico de cada Estado miembro sino que lo hace, sin posible discusión, con una confesada voluntad de prioridad e incluso primacía. Durante años más de un Tribunal Constitucional pretendió considerarse ajeno a este proceso, considerando que tales pretensiones de la Unión se movían en el ámbito de la legalidad, sin afectar por tanto al de la constitucionalidad, del que seguían sintiéndose celosos responsables. El problema es que, aunque las instituciones de la Unión lo hubieran pretendido, no es nada fácil deslindar uno y otro nueva revista · 156

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ámbito. Bien pronto el Tribunal de Justicia, radicado en Luxemburgo, se vio obligado en su manejo de la legalidad comunitaria a ir decantando unos principios de aire constitucional que pretendía fundar en las culturas jurídicas de los Estados. Como ningún tratado había conferido al Tribunal funciones más bien relacionadas con una aún inexistente Constitución, se intenta corregir ese déficit estructural por una doble vía inicialmente fallida. Fracasa el intento de una Constitución europea, cuyo proyecto suscitó no pocos enfrentamientos a la hora de intentar determinar los efectivos cimientos de la Europa en construcción. Se vio igualmente falta del obligado respaldo la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, que habría de esperar hasta el Tratado de Lisboa para verse incluida en el ordenamiento jurídico europeo, lo que podía generar la duda de si no se convertía con ello al Tribunal de Luxemburgo en Corte al servicio del inexistente texto constitucional. Buena prueba de ello ofrece su artículo 53: «Ninguna de las disposiciones de la presente Carta podrá interpretarse como limitativa o lesiva de los derechos humanos y libertades fundamentales reconocidos, en su respectivo ámbito de aplicación, por el Derecho de la Unión, el Derecho internacional y los convenios internacionales de los que son parte la Unión, la Comunidad o los Estados miembros, y en particular el Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales, así como por las constituciones de los Estados miembros». La alusión al Convenio de Roma recordaba otro flanco necesitado de cobertura, invitando a que la propia Unión 126

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lo suscribiera también, sin conformarse con que ya lo hubieran hecho sus Estados miembros. Los problemas derivados de esta doble vinculación llevaron al Tribunal de Luxemburgo a dictaminar que los tratados comunitarios no ofrecían el necesario soporte para que la propia Unión viera controlado por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo su respeto al Convenio propiciado por el Consejo de Europa. Hubo también que esperar al Tratado de Lisboa para solucionar tal laguna. Mientras, tanto los jueces de los diversos Estados miembros como las cortes constitucionales existentes se ven emplazados a un nada cómodo diálogo de tribunales. Un juez español que albergue dudas sobre si la norma de derecho interno que ha de aplicar respeta el derecho comunitario deberá propiciar una cuestión prejudicial, para que el Tribunal de Luxemburgo se pronuncie al respecto. Si el juez duda a la vez de si dicha norma respeta la Constitución española, habrá de plantear ante el Tribunal Constitucional una cuestión de inconstitucionalidad. No cabe descartar que las respuestas no resulten coherentes, sin que por el momento el ordenamiento jurídico español regule cómo habría de articularse esa posible doble consulta. Por si fuera poco, tribunales constitucionales como el de España e incluso el de Alemania, que durante años evitaron plantear cuestiones prejudiciales a Luxemburgo, por no considerase a sí mismos tribunales de última instancia sino ajenos al poder judicial, han acabado haciéndolo por vez primera. En lo que a España se refiere tal peripecia se suscita con motivo del llamado caso Melloni. La aludida previsión nueva revista · 156

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del artículo 53 de la Carta Europea, que se limitaría a exigir un nivel mínimo de protección de los derechos, permitiendo una sobreprotección por parte de los órganos judiciales de los Estados, se viene abajo con la sustitución de los mecanismos de extradición por la euroorden basada en el mutuo reconocimiento entre los Estados miembros. El Tribunal Constitucional español venía exigiendo que toda posible extradición hacia países que admiten en el orden penal la posibilidad de juicios in absentia del acusado se viera condicionada por el compromiso del Estado receptor de repetir el proceso en su presencia. ¿Cabría en aplicación de la euroorden convertir en incondicionada la entrega del acusado, limitando con ello la protección establecida por el Tribunal Constitucional español? Aun siendo la respuesta fácil de adivinar, dada la trayectoria de autoconsolidación llevada a cabo por el Tribunal de Luxemburgo, se planteó por vez primera una cuestión prejudicial por parte de nuestro Tribunal Constitucional... La Decisión marco 2009/299 de la Unión impide a los Estados «denegar la ejecución de la orden de detención europea a efectos de ejecución de una pena o de una medida de seguridad privativas de libertad cuando el imputado no haya comparecido en el juicio del que derive la resolución», si el interesado, «teniendo conocimiento de la celebración prevista del juicio, dio mandato a un letrado, bien designado por él mismo o por el Estado, para que le defendiera en el juicio, y fue efectivamente defendido por dicho letrado en el juicio». El epígrafe 36 de la respuesta del Tribunal de Justicia a la cuestión prejudicial española recordará que la decisión 128

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marco citada «tiene por objeto sustituir el sistema de extradición multilateral entre Estados miembros por un sistema de entrega entre autoridades judiciales de personas condenadas o sospechosas, con fines de ejecución de sentencias o de diligencias, basado en el principio de reconocimiento mutuo». Con ello (epígrafe 44) no se «vulnera el derecho de defensa», lo que se declara «incompatible con el mantenimiento de una facultad de la autoridad judicial de ejecución para someter esa ejecución a la condición de que la condena de que se trata pueda ser revisada con objeto de garantizar el derecho de defensa del interesado». La tercera interrogante incluida en la cuestión prejudicial va (epígrafe 55 de la respuesta) directamente al centro del problema: «Si el artículo 53 de la Carta debe interpretarse en el sentido de que permite que el Estado miembro de ejecución subordine la entrega de una persona condenada en rebeldía a la condición de que la condena pueda ser revisada en el Estado miembro emisor, para evitar una vulneración del derecho a un proceso con todas las garantías y de los derechos de la defensa protegidos por su Constitución». La respuesta del Tribunal de Luxemburgo (en su epígrafe 57) es lacónica: «No puede acogerse esa interpretación del artículo 53 de la Carta». La argumentación supedita al Tribunal Constitucional a los dictámenes del Tribunal de Justicia, que se autoinstaura así (epígrafe 58) como Tribunal Constitucional Europeo: «Dicha interpretación del artículo 53 de la Carta menoscabaría el principio de primacía del Derecho de la Unión, ya que permitiría que un Estado miembro pusiera obstáculos a la aplicación de actos del Derecho de la Unión plenamennueva revista · 156

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te conformes con la Carta, si no respetaran los derechos fundamentales garantizados por la Constitución de ese Estado». Por si no quedara suficientemente claro (epígrafe 59): «En efecto, según jurisprudencia asentada, en virtud del principio de primacía del Derecho de la Unión, que es una característica esencial del ordenamiento jurídico de la Unión [...], la invocación por un Estado miembro de las disposiciones del Derecho nacional, aun si son de rango constitucional, no puede afectar a la eficacia del Derecho de la Unión en el territorio de ese Estado». Como consecuencia, la Sentencia 26/2014 del Tribunal Constitucional se verá acompañada por tres votos particulares, cuyo carácter «concurrente» no disimula la difícil digestión de esta respuesta del Tribunal de Luxemburgo, difícilmente compatible con el tenor de la Carta Europea de Derechos Fundamentales. Por si fuera poco, el Tribunal Constitucional no se limita a renunciar a aplicar su doctrina a los Estados miembros de la Unión, asumiendo la cesión de soberanía que la pertenencia a la misma lleva consigo, sino que considera obligado (en el fundamento jurídico 4) «proceder a revisar la caracterización que este Tribunal ha venido realizando hasta ahora del denominado contenido absoluto del derecho a un proceso con todas las garantías»; extiende pues su renuncia a cualquier solicitud de extradición por Estados ajenos a la Unión. Con ello la sumisión de quien controla la constitucionalidad estatal respecto a quien hace lo propio en defensa de la legalidad europea es aún más notoria. Mientras tanto, la Comisión Europea entiende llegado el momento de suscribir el Convenio de Roma del Conse132

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jo de Europa, lo que sin duda acabaría afectando al papel que el Tribunal de Luxemburgo se ha otorgado, con el riesgo de que pueda verse en situación no muy distinta de la que está imponiendo a los tribunales constitucionales de los Estados miembros. La Comisión admite, el 5 de abril de 2013, la posibilidad de un acuerdo de adhesión, que deberá cumplir determinados requisitos, dirigidos fundamentalmente a que se refleje la necesidad de preservar las características específicas de la Unión y del Derecho de la Unión y a que se garantice que la adhesión no afecte a las competencias de la Unión ni a las atribuciones de sus instituciones. Admite que la Unión pueda ser codemandada cuando la vulneración de derechos atribuida a un Estado miembro derive de su cumplimiento de una norma comunitaria. Planteará también una privilegiada intervención del Parlamento Europeo en el proceso de elección de jueces. El 4 de julio del mismo año 2013 la Comisión solicita al Tribunal de Justicia dictamen sobre la compatibilidad del proyecto de acuerdo con el derecho de la Unión, que da por hecha tras las previsiones incluidas en el Tratado de Lisboa. El nuevo y tajante dictamen del Tribunal, del 18 de diciembre de 2014, volverá a ser negativo, tras resaltar algunas notables consecuencias que, entre otras, derivarían de la firma del Convenio de Roma. Considera (epígrafe 184) que la intervención de los órganos a los que el Convenio confiere competencias decisorias no debe tener como efecto imponer a la Unión y a sus instituciones una interpretación determinada de las normas del Derecho de la Unión. nueva revista · 156

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Resalta (epígrafe 185) que la interpretación dada al Convenio por el Tribunal de Estrasburgo vincularía, en virtud del Derecho internacional, a la Unión y a sus instituciones, incluido el Tribunal de Justicia, mientras que la interpretación dada por este a un derecho reconocido por dicho Convenio no vincularía a los mecanismos de control establecidos por este, y muy especialmente, al Tribunal de Estrasburgo. Curiosamente (epígrafe 187) recordará —ahora sí— el tenor del artículo 53 de la Carta Europea de Derechos, que descartaría toda resolución de Estrasburgo limitativa o lesiva de los derechos humanos y libertades fundamentales reconocidos por el Derecho de la Unión, así como por las Constituciones de los Estados miembros. Considera (epígrafe 193) que el enfoque adoptado en el marco del acuerdo ignora la naturaleza intrínseca de la Unión y que los Estados miembros han aceptado que sus relaciones mutuas se rijan por el Derecho de la Unión, con exclusión, si así lo exige este, de cualquier otro. Destaca (epígrafe 196) que, por si fuera poco, se permitiría a los órganos jurisdiccionales de mayor rango de los Estados miembros dirigir al Tribunal de Estrasburgo solicitudes de opiniones consultivas sobre cuestiones de principio relativas a la interpretación o a la aplicación de los derechos y libertades garantizados por el Convenio, mientras que el Derecho de la Unión exige, a tal efecto, que esos mismos órganos jurisdiccionales planteen una petición de decisión prejudicial al Tribunal de Luxemburgo. Prefiere olvidar que con las cuestiones de inconstitucionalidad existentes en Estados miembros se triplicaría así el alcance de las dudas suscitables a la jurisdicción ordinaria. 134

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diálogo de tribunales; perdonen las molestias…

No han sido pocos los que han detectado en el fondo de esta actitud del Tribunal de Justicia una notable desconfianza a que jueces de Estrasburgo procedentes de Estados dudosamente liberales puedan acabar marcando el nivel de protección de los derechos humanos en el ámbito de la Unión Europea. A la espera de una progresiva clarificación de esta doble vara de medir en el complicado juego de constituciones estatales, Tribunal de Justicia y Tribunal de Estrasburgo, parece obligado una prudente advertencia: Estamos construyendo Europa, perdonen las molestias. 

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LA SALIDA TECNOCRÁTICA, UNA HIST ORIA ACTUAL Pablo Hispán

A raíz de las indicaciones de gobierno hechas sotto voce por el Banco Central Europeo en plena crisis de la deuda soberana, el autor publicó un par de artículos de prensa abiertamente contrarios a esa neutralización institucional del mandato del político. Ahora, para las jornadas de Santander, se animó a presentar una crónica más general de esta otra tercera vía, que cursa bajo pabellón de eficacia supra omnes y supone un lance clave de la política contemporánea.

Espero no defraudar a personas inteligentes y amigas de cosas interesantes al abordar un tema entendido en España como una mera experiencia del pasado por más que uno de los hombres públicos del momento —figura argentina en altísimas dignidades y ahora en Roma— ha calificado como el paradigma dominante, a cuya lógica vivimos mundialmente condicionados. Algo así como «todos somos tecnócratas, aunque no lo sepamos», vendría a decir en la primera encíclica. 136

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la salida tecnocrática, una historia actual

No esperen de mí una respuesta nítida y clara, una toma de posición rotunda, somos conscientes como nunca de que estos los vivimos no son la «plenitud de los tiempos» ni el final de esa historia que nos llega desde el siglo xv. Pero sí hemos dejado atrás las explicaciones globales, se agotaron, o condujeron a callejones sin salida. Y a pesar de todo no ha habido época más creída en la inteligencia técnica y el progreso tecnológico indefinido. Todo lo que no se someta a ese criterio se vuelve sospechoso. También la política y los políticos. En este marco cultural quizás lo primero que conviniese aclarar es que la política siempre ha tenido muy mala fama. Creer que esa «filosofía de la sospecha» es una tacha exclusiva de nuestros tiempos y que existe un pasado remoto o un lugar en el que la sociedad valorase la política como una actividad noble, es volver a hacerse ilusiones, creo yo. Cierto que, si uno lee en Tucídides la oración fúnebre de Pericles al final del primer año de la guerra del Peloponeso, podría albergarlas, con tal de no saber que Pericles moriría de peste poco después y la democrática Atenas perdió la guerra con la autocrática Esparta, sin olvidar al Platón de La República partidario de un gobierno por los muy pocos, y solo filósofos, es decir, él, sus amigos y sus discípulos. Es decir, la reflexión política versa sobre quién tiene derecho a mandar y cuál sea el título que lo habilita y, a pesar de esa primera racionalización platónica, la identificación del político con el demagogo ha sido moneda común. A pesar de que decir «política» y «lucha entre grupos por el poder» venga siendo el vocabulario habitual desde nueva revista · 156

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El Príncipe a la ética de la responsabilidad o desde Utopía a la ética de convicción. Frente a esa idea clásica o moderna de entender la política, que no encerraba sino una idea noble de la tarea, ha existido una pulsión por resolver su naturaleza ética y conflictiva, dejándola de lado como cosa de aventureros y demagogos. Un buen punto de partida fue el siglo xix. En Saint Simon surge una propuesta intelectual de organizar la sociedad sometida la política a la economía y que solo técnicos competentes administrasen el Estado. En un principio, el aristócrata francés propuso que fueran los industriales quienes dirigiesen el erario público. Mucho más elaborada fue la propuesta de Comte, al entender la política como una ingeniería social. Desde Comte, demente genial, megalómano que desde una habitación del tercero izquierda trató de fundar una religión —en palabras de Ortega—, hay quienes entienden que existe un óptimo social, que este es único y que hay quien lo conoce. Esa persona es la que debería ser titular del gobierno. Poco después Veblen, en plena eclosión industrial americana, pondría nombre a esa persona: «el ingeniero», el motor intelectual de una gigantesca transformación socioeconómica. En 1919 se introduce la «tecnocracia» como término del lenguaje político. Aparece en un artículo de William Henry Smyth, «El poder de la técnica», conocido es que los Estados Unidos tenían un problema de selección del personal para cargos públicos, tanto que en la célebre con138

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ferencia sobre «El político» Weber hace mención a ello. Smyth, que ha leído a Veblen, cree que el directivo público no debe proceder sino de los dirigentes de las grandes empresas y de los institutos de investigación. A lo largo de las décadas veinte y treinta del pasado siglo, momento de intensas sensaciones de crisis cultural y agotamiento de las democracias parlamentarias, conjugado con una fascinación por la técnica, la proclama de Marinetti por el automóvil sobre la Victoria de Samotracia, esta apuesta de la tecnocracia se convierte en una propuesta más de entre las descalificaciones en boga antes y después del crack del 29. En esas sociedades de masas, las críticas y denuncias por vez primera se ventilan ante la opinión pública, como hasta el momento no había ocurrido. En cualquier caso, la génesis de la alternativa por la «tecnocracia» era un intento de conjurar una complejidad creciente a la busca de una «minoría selecta», del hombre «ejemplar y no uno de los dóciles», o bien del «generalato de la mollera» que debe dirigir un país. Ortega había definido en 1921, quizás con un exceso de rotundidad, el problema histórico de España como la ausencia de minorías rectoras de calidad, desde tiempos visigodos. De Ortega aprendimos en su Mirabeau a identificar al político con el héroe magnánimo, al que no se le puede exigir virtudes cotidianas propias del pusilánime; para el ensayista madrileño son impulsivos, farsantes, tienden a la turbulencia, el histrionismo, la imprecisión, la pobreza de intimidad, la dureza de piel..., estas son las condiciones elementales del temperamento político; el hombre público dice lo contrario de lo que piensa. La política es «tacto y nueva revista · 156

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astucia para conseguir de otros hombres lo que deseamos», solo luego uno podrá tener más sensibilidad y deseará mayor equidad social, porque para ser político se necesita una cierta idea de la justicia. También ha de tener «un buen sentido administrativo, que sepa regir como una industria los intereses materiales y morales de la nación». En definitiva, la política es como un rascacielos con muchos pisos, todos ellos necesarios, también los subterráneos que lo sostienen y que solo escandalizan al mojigato. Para los ideólogos de la tecnocracia, la política no es ese edificio de viviendas y oficinas con goteras y subterráneos sino uno industrial, plantas de ingenieros-arquitectos que planifican y conocen como nadie la técnica reunida de la construcción. En 1933, a consecuencia del debate intelectual que se vivía, la Revista de Occidente publicó la obra del periodista americano Allen Raymond ¿Qué es la tecnocracia?, debidamente criticada por Ortega unos años más tarde en su ensayo Ensimismamiento y alteración. En Estados Unidos fue Howard Scott el gran divulgador de la idea tecnocrática. En 1941 se publicó en Estados Unidos, y en 1947 lo hará en Francia, La era de los organizadores, escrita por el trotskista John Burham. En la edición francesa con prólogo del socialista Leon Blum. La obra habla de la aparición una suerte de tercera vía entre el capitalismo y el socialismo, cuyo principal protagonista es la del directivo público. Si los planes quinquenales eran el modo de producción en la Unión Soviética, la Francia de la IV República hizo de «la planificación indicativa» su boyante tercera vía. Una fórmula, además, que evitaba el debate sobre la colabora140

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ción con el régimen de Vichy de una parte importante de la clase dirigente francesa. Es conocido que en la España de Franco la idea de tecnocracia circuló a partir del giro de la dictadura en 1957, para calificar a aquellos ministros vinculados al gobierno económico, con grandes ambiciones políticas y en constante tensión con los sectores falangistas por el control del futuro del régimen. Fernández de la Mora entendía que «en sociedades avanzadas, las decisiones públicas no se toman en función de criterios ideológicos sino racionales o científicos». De nuevo, la idea de que existe una verdad política y que, quien la conoce, debe ser el indiscutible titular del gobierno. Era también una forma de tratar de adecentar e injertar la dictadura en un entorno europeo y occidental ajeno, coincidente además con el «primer rescate financiero de España», esto es, el «Plan de Estabilización» de 1959. El discurso del «crepúsculo de las ideologías» no era más que un revestir de neutralidad un proyecto de poder muy definido que pretendía modernizar el país pero que, al carecer de ningún tipo de legitimidad, la pretendió según una vaga competencia profesional. Además, era una justificación para ahorrar cualquier tipo de debate público en la toma de decisiones por parte del político. La libertad y la democracia solo podían advenir cuando la renta del país fuera superior a los 1.000 dólares per capita. Por aquellos años sesenta, el «tecnócrata» no es una rareza europea ni española. Pienso que el ejemplo más depurado fue Robert MacNamara, secretario de Defensa bajo las presidencias de Kennedy y Johnson, que se nueva revista · 156

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condujo por criterios empresariales en la gestión de su departamento hasta en lo más importante: la guerra del Vietnam. Por televisión informaba a los americanos de los resultados de las operaciones militares que se llevaban a cabo como un ejecutivo de ventas presenta sus resultados. Por muy eficaz que fuera su gestión como directivo público, el desempeño técnico no hizo buena una errónea decisión política. Entre nosotros fue un concepto en boga, que llevó a autores como Lucas Verdú, García Pelayo y Vallet de Goytisolo a publicar obras relativas a la tecnocracia hasta la fecha simbólica de 1977. En no pocas ocasiones se solapa con otra figura, la del burócrata. Weber, en su célebre conferencia de 1919, diferencia entre el ministro y los funcionarios profesionales. El primero era el representante de la constelación de poderes políticos existentes, y su función sería defender las medidas que estos poderes determinasen, e impartir las directrices de orden político. Mientras, el funcionario estaría mejor informado de los medios técnicos. El auténtico funcionario no hace política, sino que administra. El político asume la responsabilidad, no el funcionario, y por ello juzga éticamente detestable el gobierno de funcionarios. Para Weber, los dos mayores peligros eran la ausencia de finalidades objetivas, «carencia de un proyecto», diríamos y la falta de responsabilidad. El futuro y la responsabilidad frente a él caracterizan al político. La Europa de la segunda mitad del siglo xx fue un tiempo de pactos que renunció al vértigo de entreguerras y buscó la estabilidad ante todo. 142

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la salida tecnocrática, una historia actual

Tanto se procuró que en 1992 se creyó plausible un cierto «fin de la historia» más o menos duradero. Este es el cultivo que alimenta hoy a los europeos más conservadores, alérgicos a ideologías, negando toda política que no estuviese sometida al criterio de eficiencia. De ahí el laberinto en el que desde entonces vive la socialdemocracia. Una interpretación coincidente con la de la izquierda radical, en que solo hay genuina política cuando se excluye el consenso y la arena pública es una pugna de modelos antagónicos con los que entender la sociedad y el Estado. Creo que existe una patología de acomplejamiento del político y de la política. Fueron políticos quienes pusieron en marcha la iniciativa de mayor impacto en nuestro continente en muchos siglos: la hoy Unión Europea. Esos promotores de la unidad europea supieron dar con el equilibrio entre el objetivo político de evitar una nueva guerra y el de eficacia. En un sentido puede predicarse esto mismo de la onu. A pesar de ello, vuelve el fenómeno del «gobierno mundial de los expertos». Tomo prestado el reciente título de Josep Maria Colomer. Las incertidumbres de alto riesgo del «gobierno» de la globalización hacen que sean altos funcionarios, no sujetos a ningún tipo de control democrático, quienes tomen las decisiones que afectan a los países. La gobernanza real se aleja del escrutinio ciudadano. Es cierto que la «gobernanza» ha cambiado de forma y el ámbito estatal queda desbordado por arriba como por debajo de su territorio y competencias. Como lo es que, según denuncia el actual Papa en su encíclica, en referencia a Guardini, la lógica tecnocrática ahoga las alternativas y con ello reduce la capacidad de decisión y libertad cívicas. nueva revista · 156

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Pero esto no es otra historia que una más de las «soluciones» que a lo largo de los tiempos y en las crisis se presentan como «únicas» vías certeras de preservar la vida buena en común. La «troika» del informal Eurogrupo, el fmi, «los hombres de negro» son imágenes actuales de la propuesta tecnocrática. Las dimisiones de Papandreu y Berlusconi y su relevo por Papademos y Monti fueron la apoteosis del criterio de eficiencia técnica sobre el de representación popular. Los resultados no fueron los anunciados y los ciudadanos les dieron la espalda. Alternativas existen, con tal de que el político reúna las habilidades requeridas por su situación contemporánea, es decir, desenvolverse ante la opinión pública nacional a la vez que ante las instituciones de la globalización, de las que su país, cualquier país medianamente desarrollado depende, ya sea la Unión Europea, el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial. Lo que ha sucedido con Grecia estos meses es una señal poderosa del nuevo siglo xxi. La legitimidad democrática no es suficiente en las negociaciones con Bruselas. La fuerza de Tsipras en Europa no es la de su extraordinaria mayoría absoluta o la de su aplastante victoria en el referéndum, sino la de su 2% de peso de la economía griega en el conjunto de la Eurozona. Ese es su peso político en el plano europeo. Las posibilidades políticas nunca son ilimitadas, pero siempre caben más amplias que las de la inercia, la tradición, o la costumbre. Al otro extremo, también puede llegar a jugar con qué acercarse al abismo amplía su margen de negociación. Para la convivencia solo vale una política in media res. 144

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la salida tecnocrática, una historia actual

Cameron no hizo política al plantear los referéndums de Escocia o el de la permanencia en la ue, sino cuando tomó posición e hizo campaña. Un referéndum es un expediente para alejar la responsabilidad por parte del político. Mover al electorado en la dirección que deseas es un acto de política. Con acierto final o sin él, «política» en estado puro es lo emprendido por Obama con Irán y en Cuba. Romper inercias, eliminar tabúes y encarar obstáculos enquistados, a sabiendas del desgate que pueda acarrear. El político no es ajeno a la técnica. Sin ir más lejos, el cambio técnico en la comunicación política es a la vez cualitativo. El político sabe que entre sus competencias está el adaptarse a esas nuevas formas de comunicación o morir. Pero al final, lo determinante es que sepa responder a la pregunta: ¿qué hacer con el poder? Valga el símil con la parábola de los talentos: el personaje que entierra el talento es el tecnócrata, el que apuesta por administrar sin mejora. Está el político temerario, cuyo ejemplo quizá más a la mano sea el catalán Artur Mas, porque, para poner rumbo a Ítaca, el mar no es uno interior como el Mediterráneo, sino el abierto océano. Y está el político que responde con un «sin embargo» y es capaz de alterar el curso fatal de los acontecimientos sin malograr a sus pueblos. 

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RITUALES HISPÁNICOS DE REGENERACIÓN

VIEJA Y NUEVA POLÍTICA, DE ORTEGA Jaime de Salas

Quien desee comenzar por los asuntos domésticos de este balance, hecho a las puertas de 2016, querrá no ser únicamente severo con la vida oficial española y su fortuna. A esta norma de estilo responde la presencia de un orteguiano de tercera generación, dicho sea con permiso de su autor. Por otro lado, un examen crítico y doctrinario ha de pasar forzosamente bajo la ya centenaria apelación pública de Ortega, tan limpiamente glosada por el profesor Salas.

Vieja y nueva política de José Ortega y Gasset, de la que vengo a hablarles hoy, constituye un buen ejemplo de la actividad del hombre público en un régimen democrático. Como Italia y Francia, la modernización cultural en España ha pasado por la actividad de los llamados intelectuales y es probable que Ortega haya sido uno de los mejores exponentes en un país que tradicionalmente se ha apoyado en ellos. Con respecto a sus antecesores inmediatos, la ge146

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vieja y nueva política, de ortega

neración del 98, Ortega se presenta como una instancia renovadora. Su figura se encuentra en el cruce del intelectual decimonono que desde la tertulia, el estrado o el periódico se produce con vistas a la opinión pública y al tiempo, el hombre de una universidad moderna que perteneció a la primera generación de españoles apoyados por la Junta de Ampliación de Estudios, que salieron a estudiar y doctorarse fuera del país. Como consecuencia, también contribuyó al desarrollo de una cultura académica en lo filosófico. Hoy es difícil para un español interesado en determinadas cuestiones no pasar por sus trabajos. Pero sobre todo, destaca por ofrecer una entrada en la discusión política, en el ámbito del espacio público a quienes estén dispuestos a seguirle, de forma que se pueden leer sus páginas como dirigidas a un lector de hoy, pues entonces como ahora, la política necesitaba el refrendo de la opinión de la mayoría y este era y es el resultado del debate social. Así, esta Vieja y nueva política está recorrida por la creencia en la capacidad de la razón de proponer a la opinión pública, un camino que regenere nuestro país. Es un texto clásico en nuestra literatura política porque esa confianza, a pesar de que acababa de triunfar el partido conservador de Dato con doscientos escaños frente a los veinte de los reformistas que apoyaba Ortega, resulta palmaria y, por supuesto, había conducido a la formación de la Liga de Educación Política que se veía a sí misma como capaz de orientar al país a medio y largo plazo. Como intelectual, lo que contaba era la intuición de lo que tenía que imponerse a largo plazo y la Liga, como veremos, era una propuesta en este sentido: «Nos proponemos, pues, en la medida de nuestras fuerzas, nueva revista · 156

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hacer patria, según la expresión tan usada, trabajar en la formación del espíritu nacional, contribuir a despertar en el individuo la conciencia del mundo social, convertir a los hombres en ciudadanos» (VII-329). Nos encontramos en el año 1914, un año decisivo en la trayectoria de Ortega. La conferencia la dio en el mes de marzo. Cumplió en el de mayo su 31 cumpleaños y en agosto aparece su primera obra, las Meditaciones del Quijote. En el momento de dar la conferencia, en el Teatro de la Comedia, para nada anticipaba una posible llegada al poder político. Pero se dieron dos factores que impulsaron decisivamente la carrera de Ortega. Por un lado, la llegada a la madurez intelectual que le permite perfilar su propia posición. Al tiempo, la conferencia representó un éxito entre su propia gente, los firmantes de la Liga y los asistentes al acto. Vieja y nueva política representa, pues, la llegada de Ortega a una mayoría de edad como intelectual público. No era importante en esta acción el llegar a administrar el poder. Lo importante era la creación de un grupo de personas que supieran asumir la situación real de la sociedad española y empezaran trabajando para que se pudiera dar una política eficaz. Recorre todo el texto la conciencia de que el mal no estaba solo en las limitaciones del sistema político sino sobre todo en la ausencia de una administración y de un conocimiento de la realidad de la sociedad española que son condiciones imprescindibles para una política eficaz. «No es posible una política seria sin... [el] conocimiento profundo» de los problemas nacionales (7-329). La retórica de los discursos era una cuestión casi secundaria en un contexto donde no parecía factible una política eficaz. 148

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Esta exposición va a seguir tres momentos distintos. Hablaré del contenido de la conferencia de Ortega en primer lugar. Después expondré algunos puntos que nos separan del texto orteguiano, para finalizar con aquello que me parece que sigue siendo válido en nuestro contexto de hoy. I En lo que respecta al contenido de la obra, lo más destacable serían los siguientes puntos: 1.  El texto como manifiesto generacional. 2.  La distinción entre España real y España oficial. 3.  ¿En qué consiste la modernización de España? 1.  El texto como manifiesto generacional Una de las importantes características de la obra de Ortega es que la teoría se presenta desde la experiencia personal, y muchas veces desde la experiencia de hombre público, como ocurre en este caso. Siendo un hombre muy leído, lo que acepta es aquello que encaja con sus propias vivencias. Aquí se puede apreciar dos experiencias personales, que pasan a configurar la presentación del programa político de Ortega: Una la de quien siente que en gran medida las personas se producen socialmente, incluso cuando hablan de lo que les interesa, de una forma inauténtica: repiten lo que han oído, sin hacer el esfuerzo de llegar a definirse ante hechos que les competen. En la conferencia, describiendo el escenario de la vida cotidiana, aclara: «No es que mintamos —cuando repetimos tópicos—... Lo único de que sinceramente nos percatamos es de que allá, [en] el fondo nueva revista · 156

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oscuro e íntimo de nuestra personalidad, [esta] no se siente ligado a esas opiniones que dicen nuestros labios; no son opiniones sentidas, no son, por tanto, nuestras opiniones» (I-711). Por el contrario, la tarea que el conferenciante se impone a sí mismo es «desprenderse de los tópicos ambientes... y, penetrando en el fondo del alma colectiva, tratar de sacar a la luz en fórmulas claras, evidentes, esas opiniones inexpresas, íntimas de un grupo social, de una generación» (I-711). Pues «Solo entonces será fecunda la labor de esta generación: cuando vea claramente lo que quiere» (I-711). De ahí la tesis fundamental para Ortega que el individuo no es productivo socialmente como tal individuo, sino solo dentro su generación y en la medida en que refuerza la posición propia de la misma. «Por mucho que quiera significar el individuo no es más que una modulación fugitiva sobre el enérgico fondo de determinismos en que lo envuelve su generación» (VII-335). Por ello, «es preciso que sin debilidad y sin jactancia tengamos la voluntad de nuestra generación, la voluntad de nosotros mismos» (VII-335). Esta voluntad de atención al propio sentir, le permite a Ortega expresar un punto de coincidencia de su generación: la experiencia de la sociedad y de la política españolas como insuficientes. Para Ortega, este es un lugar común para él como para los demás miembros de su generación. Por ello, la segunda experiencia, la experiencia de la propia generación, determina que Vieja y nueva política sea, por encima de todo, un manifiesto generacional, es decir, un texto que Ortega redacta como miembro de una generación, y en representación explícita de ella. Posteriormente, él y sus discípulos, además, desarrollarán una teoría de las generaciones. De esta forma, 150

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Ortega continúa su discurso diciendo que no va presentar ideas originales sino de «ideas de sentimientos, de energías, de resoluciones, comunes, por fuerza, a todos los que hemos vivido sometidos a un mismo régimen de amarguras históricas, de toda una ideología y toda una sensibilidad yacente, de seguro, en el alma colectiva de una generación que se caracteriza por no haber manifestado apresuramientos personales; que, falta tal vez de brillantez, ha sabido vivir con severidad y tristeza; que no habiendo tenido maestros, por culpa ajena, ha tenido que rehacerse las bases mismas de su espíritu» (I-710), pues todo ello pertenece al acervo común de una generación, la suya, frente a las anteriores. Lo que estaría en juego es si la misma generación será capaz de tomar conciencia de su situación y de asumir una tarea histórica. Aquí pasa Ortega de la experiencia de la cotidianeidad a invocar una tarea propia de una generación, pues solo se puede hacer una contribución apreciable a la sociedad... «En épocas críticas puede una generación condenarse a histórica esterilidad por no haber tenido el valor de licenciar las palabras recibidas, los credos agónicos, y hacer en su lugar la enérgica afirmación de sus propios, nuevos sentimientos. Como cada individuo, cada generación, si quiere ser útil a la humanidad, ha de comenzar por ser fiel a sí misma. [...] En historia, vivir no es dejarse vivir; en historia, vivir es ocuparse muy seriamente, muy conscientemente, del vivir como si fuera un oficio» (1-711/2). La Liga ha de hacer frente a la verdadera situación del país. Habría una inercia que sería importante vencer a nivel individual para que se diera este esfuerzo colectivo. Se trata, pues, de la toma de conciencia imprescindible para nueva revista · 156

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que determinadas ideas lleguen a tener vigencia y posteriormente consecuencias políticas. 2.  La distinción entre España real y España oficial El análisis de la sociedad española debe hacerse en clave generacional, buscando el relevo normal de generaciones. Sin embargo, junto a esa observación, hay una visión muy crítica de la España de la Restauración, sobre todo en la medida en que se ha convertido en la España Oficial frente a la España Real: «una España oficial que se obstina en prolongar los gestos de una edad fenecida y otra España aspirante, germinal, una España vital, tal vez no muy fuerte, pero vital, sincera, honrada, la cual estorbada por la otra, no acierta a entrar de lleno en la historia» (I-714). La España oficial es comprendida como heredera de las Cortes de 1875, «consiste, pues, en una especie de partidos fantasmas que defienden los fantasmas de unas ideas y que, apoyados por las sombras de unos periódicos, hacen marchar unos Ministerios de alucinación» (I-715). A ello se añade el análisis que se repite en Meditaciones del Quijote: «Vida española, digámoslo lealmente, señores, vida española, hasta ahora, ha sido posible solo como dinamismo. Cuando nuestra nación deja de ser dinámica, cae de golpe en un hondísimo letargo y no ejerce más función vital que la de soñar que vive» (I-720). Por el contrario, la tarea de la política en Vieja y nueva política, y en general de la posición que expone en Meditaciones del Quijote, es unir ese dinamismo a un proyecto fundado. ¿Qué quiere decir Ortega con este vocabulario? Hay una doble respuesta. Por un lado, la falta de comprensión 152

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entre generaciones determina que la cesura absoluta entre los que están en el poder y los que no lo están, sea definitiva. Hay una aguda conciencia de diferencia generacional. Pero además se juzga severamente la llamada España oficial surgida de la Restauración y que se mantendría por el peso de la inercia del sistema. Así, la restauración se caracteriza por «el amor a la ficción jurídica... a la pomposidad, a la exterioridad, a contentarse con la apariencia». Ello da pie a una conciencia aguda del anacronismo que pesa sobre el funcionamiento de la España oficial. En realidad es una reacción de desafecto que debe dar paso a soluciones concretas. Pero para ello tiene que abrirse la conciencia de la nueva generación a la posibilidad, e incluso la necesidad, de hacer otra cosa. En la propuesta de Ortega se puede apreciar la voluntad de retomar el tema político no siguiendo un ritual ya establecido sino reajustando las relaciones entre gobierno y sociedad. «La nueva política es menester que comience a diferenciarse de la vieja política en no ser para ella lo más importante, en ser para ella casi lo menos importante, la captación del gobierno de España, y ser, en cambio, lo único importante el aumento y fomento de la vitalidad de España» (I-716). 3.  ¿En qué consiste la modernización de España? Si bien Ortega mantiene que la política no es más que un reflejo de la falta de vitalidad de la sociedad española, también entiende que la esperanza de su generación se centra en la política y ello significa no solo otra política sino más política, es decir, que los españoles tomen en sus manos en mayor grado su propio destino. Difícilmente se nueva revista · 156

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puede entender Vieja y nueva política sin tener en cuenta este carácter matizado de la valoración de la política. La de su momento es un síntoma de una carencia generalizada; en cambio, la que ha de venir, debe responder a las aspiraciones de la nueva generación, que son mucho más amplias que las de la generación anterior. «La nueva política, todo eso que en forma de proyecto y de aspiración late vagamente en nosotros, tiene que comenzar por ampliar sumamente los contornos del concepto político» (1-716). Pero además, «hay motivos para que sea de especial urgencia, entender por política el conjunto de labores cuyo fin sea el aumento del pulso vital de España» (1-718). Por ello, mantiene, «nuestra actuación política ha de tener constantemente dos dimensiones: la de hacer eficaz la máquina del Estado, y la de suscitar, estructurar, y aumentar la vida nacional en lo que es independiente del Estado» (I-718). En el momento en que Ortega escribió esta conferencia, no se podía prever el auge de los totalitarismos que iba a tener lugar a partir del final de la primera guerra mundial. Sus recomendaciones son a la vez la apelación a más Estado, pero también a más sociedad civil, e incluso a más colaboración del Estado con la sociedad civil. La razón de este desfase entre lo ideal y lo real es clara. En la sociedad de la Restauración, a ojos de Ortega, había muy poco de los dos elementos principales y tenía sentido abogar por el desarrollo de los dos, como si pudieran ser, y en algunos casos son, colaboradores en beneficio del bien común más que principios antagónicos. La apelación más clara de la sociedad civil se encuentra en este texto, que anuncia una movilización patriótica a favor de una España mejor: «Vamos a inundar con nues154

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tra curiosidad y nuestro entusiasmo, los últimos rincones de España; vamos a ver España y a sembrarla de amor y de indignación. Vamos a recorrer los campos en apostólica algarada, a vivir en las aldeas, a escuchar las quejas desesperadas allí donde manan; vamos a ser primero amigos de quien luego vamos a ser conductores. Vamos a crear entre ellos fuertes lazos de socialidad —cooperativas, círculos de mutua educación, centros de observación y de protesta—. Vamos a impulsar hacia un imperioso levantamiento espiritual, los hombres mejores de cada capital, que hoy están prisioneros del gravamen terrible de la España oficial, más pesado en provincias que en Madrid. Vamos a hacerles saber a esos espíritus fraternos, perdidos en la inercia provincial, que tienen en nosotros auxiliares y defensores. Vamos a tender una red de nudos de esfuerzo por todos los ámbitos españoles, red que a la vez será órgano de propaganda y órgano de estudio del hecho nacional; red, en fin, que forme un sistema nervioso, por el que corran vitales oleadas de sensibilidad y automáticas, poderosas corrientes de protesta» (I-725). En definitiva, teniendo en cuenta no solo el discurso Vieja y nueva política sino también otros trabajos preparativos, la Liga aparece como un cruce entre un think tank que acumule información y puede generar propuestas, un lobby desinteresado que se propone patrocinar una política que incorpore la sociedad civil, y un espacio para la formación de posiciones progresistas. II Cuando confrontamos el mundo en el que se gestó Vieja y nueva política con el nuestro actual, nos encontramos nueva revista · 156

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con un contexto muy distinto. España se ha convertido en un país mucho más rico, un país de clase media sobre todo con enseñanza universal. En muchos casos es plenamente homologable con otros países de su entorno europeo. Pero la política sigue siendo un problema. Se dirá: lo es siempre, en la medida en que se trata de una actividad práctica que pretende solucionar necesidades, y necesariamente estas necesidades solo se pueden resolver parcialmente. Pero lo es en el comienzo de este siglo de una forma distinta, a como lo fue en tiempos de Ortega. Los cambios que han tenido lugar, sobre todo desde 1989, han alterado el contexto nacional e internacional en el que nos encontramos. Y el hecho de que las elecciones decisivas siguen siendo las nacionales, no evita que de alguna forma, la problemática política haya adquirido un cariz que no tenía en tiempos de Ortega. Voy a comentar tres aspectos importantes en los que la posición de Ortega es claramente ya la nuestra. Los cambios sociales sobrevenidos, sobre todo en los últimos 35 años, en una medida importante, han desplazado el ámbito de los problemas. Es cierto que el país se ha modernizado. Pero una cuestión es que la modernización se puede y debe apurar, y otra cosa es que las dimensiones del mundo por la globalización y por el desarrollo sobre todo del Sudeste asiático ha implicado un nuevo orden internacional con todas las posibles secuelas que de este hecho se pueden derivar. La reconciliación interna que ha producido el Estado de bienestar en España ni es segura en estas condiciones ni evita que la política ha adquirido ahora dimensiones que no tenía en tiempos de Ortega. 156

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1.  El ideal de transparencia que la democracia implica es cada vez más difícil de realizar. Por transparencia entiendo no lo específico a llevar la contabilidad fehaciente de la gestión, sino la capacidad que tiene el ciudadano de seguir y juzgar las operaciones que el Estado hace en su nombre. Desde luego, la voluntad de Ortega de mayor información en gran parte se ha cumplido. En realidad Ortega se sitúa en el momento anterior al despliegue de la planificación que gobiernos de izquierda y de derecha practicaron, en muchas ocasiones con éxito, a partir del «New Deal», la revolución rusa, y el final de la segunda guerra mundial. Y al tiempo hay que añadir que la ciudadanía en Occidente está mejor preparada para valorar las gestiones políticas de sus representantes. Sin embargo, esto no es suficiente. Socialmente se tiene esa información pero al tiempo, en la medida en que la acción política ha aumentado su radio, se requiere aún más por parte del Estado. Pero además, hay una inflexión importante que señala la obra de Ulrich Beck y la creación de situaciones de riesgo por la aplicación de políticas desarrollistas. Por otro lado, aunque el nivel de vida y de formación del ciudadano medio ha mejorado en España, y con ello su capacidad de seguir la política y comprender las opciones electorales que se le presenten, hay que lamentar que tenga tanto peso la técnica mediática de presentación de los programas y de los candidatos. Además, en gran medida, la complejidad de las decisiones políticas y administrativas se les escapa a los ciudadanos. ¿Quién sería capaz de comprender y evaluar el Plan Hidrológico Nacional de tiempos de Aznar y, sin embargo, giró en torno al mismo una enornueva revista · 156

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me discusión política? La respuesta es: solo contadísimos técnicos que a su vez, muchas veces, tienen tomadas sus posiciones. Aunque haya mucha más información que en tiempos de Ortega, la capacidad de juzgar en gran medida está muy mediatizada por los mismos medios de comunicación. Al final, el voto depende de actitudes que se adoptan, sin que los ciudadanos hayan sido capaces de desentrañar todas las implicaciones de las opciones presentadas. El ciudadano, más que lograr una visión completa de su sociedad, al final se limita a reaccionar ante los mensajes que se le proponen. 2.  El hecho es que la política y la administración han pasado a mediatizar mucho más nuestras vidas. En ese sentido, el programa orteguiano de nacionalizar la sociedad española se ha cumplido con creces. De acuerdo con las estadísticas que he consultado, en un siglo el gasto público ha pasado de aproximadamente el 7% al 45% del producto nacional bruto español. De todas formas, la magnitud de la intervención del Estado se aprecia en la regulación de la vida cotidiana de forma que, aun habiendo una economía de mercado, esta se encuentra con unos condicionamientos legales cada vez más precisos. En los años sesenta en la época de confrontación de los bloques comunista y occidental, se pensaba en la posibilidad de una economía dirigida con la desaparición del capital privado. Hoy no se contempla tal posibilidad pero la reglamentación, que de suyo es imprescindible, puede llegar a alterar de manera decisiva el funcionamiento del mercado. Y detrás de esos condicionamientos se encuentran prioridades muchas veces de orden político. 158

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La posición de Ortega de nacionalizar la vida política se ha conseguido, de hecho, de manera muy eficaz. Pero, ¿sigue siendo un problema mejorar la calidad de la interacción entre Estado y sociedad? La respuesta es afirmativa, pero ya no se trata solo de justicia social, sino de integración de colectivos que de alguna forma se encuentran marginados. Se ha pasado de defender y aplicar una justicia genérica, a buscar el reconocimiento de lo particular. Ello ha dado un giro completamente distinto, al tener medios para intervenir en el detalle de la vida social que eran impensables en tiempos de Ortega. Por otra parte, la gran cuestión es lograr financiar esta situación. De la misma manera que hay una teoría defendida por Paul Kennedy que mantiene que los grandes imperios a la larga no han sido sostenibles económicamente, uno puede vislumbrar un sistema de seguridad social que rebase la capacidad de los Estados. De hecho, nuestro sistema de pensiones va a exigir atención en los próximos años. El juego electoral está concebido de tal forma que los Estados se endeudan para mantener entre otras, las prestaciones sociales. Desde luego, la supervivencia de las economías de mercado en parte también responde a la conveniencia de lograr el sistema más eficaz de financiación. 3.  Vieja y nueva política está escrita desde un punto de vista de un patriota liberal. Se cuenta con que España es una unidad social e histórica, con su propia historia y con un grado de desarrollo social, cultural y económico que fundamentalmente a ella sola le compete. La globalización, como fenómeno cultural, ha puesto en entredicho esta creencia en toda Europa. Mientras que en el contexto nueva revista · 156

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del debate de comienzos del siglo xx la expresión «nacionalizar» que Ortega utiliza, apuntaba a la afirmación de un contexto que en gran medida cerraba los horizontes de la acción política e incluso de los mismos ciudadanos, hoy no se puede contar con esta definición, sobre todo los países europeos inmersos en un proceso de integración en la Comunidad Europea. El hecho importante es que el ciudadano se encuentra sujeto a varias ámbitos políticos simultáneamente: el municipal, regional, nacional y europeo, teniendo que encontrar para cada uno un lugar, pues la aplicación del principio de subsidiariedad resulta siempre polémica. ¿Cuál es nuestro horizonte? ¿Tiene sentido dirigirse a un lector, como hace Ortega, como quien se encuentra entre los altos del Guadarrama y el campo de Ontígola? En este sentido, las facilidades de comunicación han erosionado la experiencia de la intransferible pertenencia a un lugar. Es clara la limitación del nacionalismo, pero hay que tener en cuenta que su implantación se debe a sus enormes ventajas a la hora de gestionar políticamente la revolución industrial. La nación, para la que millones de personas han dado su vida, a partir de la Revolución francesa, tenía y tiene la ventaja cultural que permitía la definición relativamente completa del individuo por un principio político: La soberanía nacional implicaba, entre otras cosas, el deber de servir militarmente a la patria y dar la vida por ella. Era uno de la nación en la que había nacido. Pero esto ya no es posible en la medida en que la soberanía pasa a ser compartida. En realidad, uno de los grandes temas para los políticos de nuestro tiempo va a ser el reforzamiento de estos nue160

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vos lazos institucionales, y por tanto la superación de la antigua referencia a la soberanía de la propia nación. Entre nosotros, los problemas clásicos de la deuda pública, inmigración o paro pueden pasar a ser cuestiones europeas antes que nacionales. Para ello tiene que hacerse vigente nuevas culturas de colaboración. Pero al tiempo surgirán también nuevas tensiones, por ejemplo, entre la posibilidad de resolver los problemas acudiendo a foros supranacionales, o la eventualidad de formas más o menos cruentas de enfrentamientos entre grandes bloques de países. III Pero a pesar de estos cambios tan importantes que se han operado en los últimos treinta años, Vieja y nueva política se mantiene como un clásico de nuestra literatura política. Resulta viva en la medida en que se pueden sacar de ella lecciones no tanto en lo que respecta a la configuración de la política pero sí en lo que respecta a lo que es la relación entre el intelectual y la política. ¿Cuáles serían estas lecciones? 1. La Liga de la Educación Política murió pero la iniciativa y la personalidad que estaba detrás de la Liga se mantuvo hasta el año 1932. Pronto fue sustituida, por Ortega, por otros proyectos: El Espectador en 1916, la involucración personal de Ortega en El Sol de Urgoiti (1917) tras su retirada de El Imparcial, la Revista de Occidente en 1923, finalizando con la Agrupación al Servicio de la República de 1931, e incluso el Instituto de Humanidades de 1948. En lo que respecta al contenido de Vieja y nueva política, se nota la continuidad: España invertebrada y El tema de nuestro nueva revista · 156

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tiempo además de muchos de los artículos incluidos en El Espectador, mantienen el esfuerzo de situar al español en su tiempo y ante los problemas políticos españoles. En realidad, Meditaciones del Quijote pesa más en la articulación de su obra posterior, pero hay una continuidad directa de Vieja y nueva política con El tema de nuestro tiempo. Desde luego, Vieja y nueva política no es el último esfuerzo español por vertebrar la política desde el concepto de nación. Podemos pensar en los trabajos de los propios discípulos de Ortega. Hay que añadir que Ortega, en cierto sentido, previó la situación en la que nos encontramos hoy. Quince años después de Vieja y nueva política, en la segunda parte de La rebelión de las masas, Ortega introduce la idea de una comunidad europea. El Ortega de los años finales, el de la conferencia dada en 1949 en la Universidad Libre de Berlín, De Europa Meditatio Quaedam, entenderá el de comunidad europea como una segunda identidad frente a la identidad nacional. El hecho es que independiente de que no quepa acudir solo a la nación como el propio Ortega con su obra enseñó, es conveniente tener un punto de referencia, un modelo desde el que se puede comprender las relaciones políticas. Este modelo tiene que ser explicativo y en cierto sentido normativo. Será probablemente europeo, pero esto implica todavía un largo trecho en la cooperación común. En nuestra época de globalización, es importante encontrar un marco teórico apropiado. La visión de Ortega sobre la posibilidad y oportunidad de lograr alguna forma de unidad europea ha dado paso a la relación compleja, efectiva, pero que está todavía consolidándose y queda 162

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pendiente de una caracterización conceptual. Nos quedamos en el «proyecto» europeo. Hay mucha bibliografía especializada sobre aspectos de la integración. Pero no creo que haya un teorizador actual en este ámbito de tanta importancia, salvo Habermas con sus trabajos recientes sobre la constitución europea. 2.  En tercer lugar habría que ponderar en Ortega una figura que, siendo progresista, haga propuestas ajustadas a la realidad de la sociedad en la que estaba escribiendo. Tanto Kant como Nietzsche, dos de sus fuentes filosóficas principales en aquel momento, pueden interpretarse como autores que defienden bien la espontaneidad del artista romántico (Nietzsche), bien la primacía de la moral en el comportamiento práctico (Kant). Pero Ortega consigue encontrar fórmulas que tengan en cuenta la necesaria limitación de la política en la España del momento: —  salvando la independencia política de su proyecto; —  buscando trabajar con la monarquía a pesar de sus simpatías republicanas; —  entendiendo que la acción positiva que ha de buscar la Liga es a largo plazo y no debe agotarse en la coyuntura; —  y al tiempo, atendiendo a esa misma coyuntura y a sus variaciones, —  sobre todo, poniéndose en el lugar del otro, es decir el de su lector u oyente. La idea de amor intelectual que esgrime en Meditaciones del Quijote contra Unamuno, como el verdadero legado de Spinoza, y la idea de posibilidad real, por oposición nueva revista · 156

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tanto al posibilismo como a actitudes utópicas, implica una reconciliación con la realidad tal y como se daba, además de la aspiración de contribuir a su perfeccionamiento. Ortega entiende que las teorías tienen que culminar en la acción en la realidad coyuntural. En Meditaciones del Quijote mantiene que: «Todo lo general, todo lo aprendido, todo lo logrado en la cultura es solo la vuelta táctica que hemos de dar para convertirnos a lo inmediato» (I-756). En Vieja y nueva política en el mismo sentido había anticipado que: «Lo general no es más que un instrumento, un órgano para ver claramente lo concreto; en lo concreto está su fin, pero él es necesario. Mientras que sean para los españoles sinónimos la idea general y lo irreal, lo vago, todo empeño de renacer fracasará. Porque la cultura no es otra cosa sino esa premeditada, astuta vuelta que se toma el pensamiento —que es generalizador— para echar bien la cadena al cuello de lo concreto» (I-724). Por eso mismo es parco a la hora de enunciar un programa (I-724). De lo que se trata es de una actitud de estudio y de colaboración. «¡El programa! Si se entiende por tal algo hondo y vivaz, tiene que ser creado tema a tema, en esa convivencia a que os invito» (I-725). Pues: «Si las cosas son complejas, nuestra conducta tendrá que ser compleja» (I-726), aun a costa de la nitidez de los conceptos. En este punto, la diferencia entre progresismo y conservadurismo tiende a borrarse, en la medida en que el político siempre tiene que estar atento al momento y a la mejor forma de atender a esta, es ajustando su actividad y sus principios últimos a lo que esta exija. No cabe hoy una política que sea completamente inmovilista, o dejar 166

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la tarea de ajustar los programas a la realidad a instancias puramente administrativas. 3.  Es importante subrayar que el propio Ortega entiende que la filosofía como aquel saber que le debe orientar en política. Primordialmente se da una voluntad de ver las cosas claras: «Mi vocación era el pensamiento, el afán de claridad sobre las cosas» (V-96). Ortega busca esta claridad, en primer lugar puertas adentro, desde lo que lo, más tarde, llamará ensimismamiento. Es importante tener en cuenta que se trata de un ejercicio consciente, realizado con el ánimo de llegar a un estado de convicción y conformado a su propia experiencia personal. Por supuesto, era ya entonces un hombre muy leído, pero su exigencia era aprovechar esas lecturas para el desarrollo de un proyecto intelectual propio. Me parece acertado, por ello, pensar que la fenomenología, y concretamente Ideas I de Husserl, le ayudaban a prestar a la realidad una dimensión ética que no podía entender en el caso del neokantismo orientado hacia una visión deontológica de la ética. El problema, desde el punto de vista de la filosofía académica, es que no está pensado para resolver una discusión filosófica, sino más bien para operar en una realidad ideológica. En la medida en que pudo Ortega comunicarse sobre un fondo conceptual elaborado por sí mismo en Meditaciones del Quijote y en Vieja y nueva política, en esa medida, su filosofía es «una manera de ver las cosas» que encuentra una confirmación performativa en el logro de una acción comunicativa. «Yo solo ofrezco modi res considerandi, posibles maneras nuevas de mirar las cosas. Invito al lector que las ensaye por sí mismo; que experimente nueva revista · 156

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si, en efecto, proporcionan visiones fecundas; él, pues, en virtud de su íntima y leal experiencia, probará su verdad o su error» (I-752). 4.  La figura de Ortega se integra dentro de lo que se entiende como la de un intelectual, por oposición a la de un científico o humanista. Dicha categoría ha sido y es fundamental en la modernización de los países católicos y mediterráneos como Francia, Italia y España. Intervienen en el debate público como defensores de los ideales de la ilustración. Sin su aportación nuestro proceso de modernización no hubiera sido el mismo. Es cierto que hay países donde la secularización de la cultura y la modernización han tenido otra deriva distinta, donde el intelectual no ha tenido un papel tan trascendente. Es decir, hay varias vías para llegar a una sociedad moderna y democrática, pero es cierto que la que ha seguido España cuenta con la necesidad de planteamientos teóricos como los que plantea Ortega. Lo más probable es que esta necesidad se mantenga. Ciertamente una política moderna implica admitir una determinada cultura, donde determinadas cuestiones son asumidas sin más por parte de los ciudadanos. Pero es también sustancial a cualquier proceso democrático, que las cuestiones se digan y se difundan de tal manera que se pueda entender que las sociedades se determinan a sí mismas. En ese sentido, genéricamente la necesidad de una reflexión que acompañe la política sea de izquierdas o de derechas parece que va a seguir siendo una faceta de la política en el futuro. No es solo cuestión de Ortega, pero Ortega es desde luego uno de los pensadores de referencia a los que podemos acudir.  168

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NUEVA Y VIEJA REGENERACIÓN José María Marco

Entre los días del seminario destinado al balance y porvenir políticos, iba de suyo reservar uno al menos al ritornello regenerativo que se vocea por nuestra vida pública, con precisa puntualidad y éxito de audiencia. José María Marco lleva siendo una firma notoria y moderada en su valoración de la historia general española, a contracorriente de lo más establecido, pero amigo accesible de quien se sienta incómodo con las crónicas lacrimógenas acerca del país. Eso, y que el último de sus libros por ahora termine con un: 2015. Fin de ciclo, hizo bien fácil que le pidiéramos un nuevo epílogo verbal a pocos meses vista de unas elecciones generales.

Hace unos pocos años, ya bien entrada la crisis económica, los términos del debate político en nuestro país empezaron a cobrar un aire nuevo, con motivos y preocupaciones distintas a las que habían caracterizado el debate público en años anteriores. Hasta ahí se hablaba de izquierda y de derecha, de constitucionalismo y nacionalismo, de redistribución y creación de riqueza, o, incluso, de clases enfrentadas. A partir de un momento en torno al año 2010 se empezó a hablar de temas distintos. nueva revista · 156

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josé maría marco

Se enfrentó la sociedad al Estado, como si este no reflejara ya los intereses y las preocupaciones de la sociedad española y se rigiera no según alguna idea del bien común, sino según sus propios intereses o los de aquellos que lo controlan. Pronto llegó el momento de poner en cuestión la representatividad de las instituciones políticas, en especial las instancias representativas y los partidos políticos. En las jornadas del 15-M, teñidas de épica alternativa, hizo fortuna el eslogan «[Que] No, no nos representan». La puesta en duda de la representación política llevaba a la consideración de las élites políticas como un grupo privilegiado, una «casta», según la palabra que utilizó primero el periodista y activista Enrique de Diego, con su Plataforma de las Clases Medias, fue recuperado luego por los compañeros politólogos de Podemos y al fin, bajo el apelativo más exquisito de «élites extractivas», por intelectuales y funcionarios en la órbita de Ciudadanos. La «casta» o las «élites extractivas» conforman esa minoría capaz de sacar provecho de unos mecanismos y unas instituciones políticas que se han desviado de su objetivo inicial y solo sirven intereses particulares: corruptos, por tanto, como iban demostrando los numerosos casos que, centrados por lo fundamental —aunque no solo— en el asunto de la financiación de los partidos políticos y de los sindicatos, empezaron a salir a la luz en esos mismos años. La corrupción no afectaba solo a unos cuantos personajes, ni siquiera a unas cuantas organizaciones. Afectaba al conjunto de las organizaciones públicas, en particular de los partidos políticos, y acabó contaminando al propio sistema, al conjunto de las instituciones y al régimen nacido 170

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nueva y vieja regeneración

con la Constitución de 1978. El «régimen» (algo así como la «Restauración») aparecía podrido, agotado, enfermo y con él, claro está, el «bipartidismo» que lo había sostenido. Se elabora así un discurso dirigido contra la racionalidad política —es obsesiva la cuestión de la superación de la izquierda y la derecha—, juvenilista —como corresponde al deseo de un cuerpo regenerado que ha dejado atrás los signos de la decadencia— y populista —es decir, de estilo antiinstitucional y personalista, desconfiado de cualquier cuerpo intermedio, y que apela a la movilización de quienes han quedado al margen del sistema, sin representación y condenados por tanto a sufrir (el motivo del «sufrimiento» es importante) una creciente desigualdad, que la crisis no ha hecho más que empeorar: el famoso 90% de los «ocupas» norteamericanos, que importaron las formas y los eslóganes de nuestro 15-M. La palabra de moda fue, ya lo sabemos, la regeneración. Durante estos años, en España, casi todo ha sido regeneración. Andábamos degenerados, o degenerándonos, y hasta entonces (la alarma social ante la corrupción se dispara en 2012...) porque hasta ahí no nos habíamos dado cuenta de la profunda podredumbre que corroía las entrañas de nuestro cuerpo político. La patología —enfermedad es un término suave— había alcanzado tales proporciones, tal profundidad, que todo ha estado por rehacer: el sistema de partidos, las leyes electorales, las Cortes, la Constitución, la Monarquía, la propia España, la mentalidad española, los «valores» ni más ni menos... Había que abrir las ventanas y dejar entrar los aires purificadores y juveniles, nacidos después de 1978, para más detalle. nueva revista · 156

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El debate podía haber tomado un rumbo muy distinto. Por ejemplo, el de las medidas que el Gobierno ha ido tomando. Se podía haber hablado de trabajo y de la forma de contribuir a crearlo, de los problemas de educación, de la mejora de las formas de financiación de los partidos, del papel del Estado (y las repercusiones de su intervencionismo en la corrupción), de los artículos de la Constitución que se podían someter a revisión... Se podía haber iniciado un diálogo que hubiera llevado a la adopción de reformas graduales, negociadas aunque no necesariamente consensuadas, con objetivos pautados y respetuosos con el marco de la democracia liberal que tan provechosa ha resultado a nuestro país en los últimos cuarenta años. No ocurrió así, aunque buena parte de estas reformas se han ido poniendo en marcha. El debate público no se centró en estas acciones prácticas. Se centró en la regeneración, que es tanto como decir en un cambio de raíz que debe llevar aparejado —y volvemos al vocabulario y a las metáforas médicas— la curación definitiva y la inmunización contra la corrupción del organismo social. La palabra «regeneración» no es un término particularmente español, ni moderno. Viene del cristianismo, donde designa el renacimiento del ser humano a una naturaleza nueva, redimida del pecado. En el siglo xviii, los ilustrados lo retomaron a partir de las observaciones biológicas de los antiguos, que habían constatado que algunos organismos vivos son capaces de reproducirse sin pasar por el trámite del sexo. De ahí saltó a la política —las grandes ensoñaciones de Rousseau no andan lejos—. Con la Revolución Francesa se generalizó como consigna para designar el Hombre nue172

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vo y la nueva Nación que debían surgir de la acción salvífica sobre la salud pública. La palabra recobró su crédito en el terreno científico con las investigaciones a partir de la teoría celular del primer tercio del siglo xix, para luego cruzarse en el camino de Darwin cuando elaboraba sus reflexiones sobre la teoría de las especies. De ahí volvió a saltar a la política, justo en el momento en que se estaba iniciando la gran crisis de la conciencia occidental, en la segunda mitad del siglo xix. Iría acoplada a la palabra degeneración, lanzada por Max Nordau con el éxito que se conoce, y aplicada al arte (el «arte degenerado»), síntoma de una enfermedad más grave y profunda, que afecta a la sociedad y muy en particular a la política de la época. Todo está degenerado, a partir de ahí, y todo debe por tanto ser regenerado, sin que el término hubiera perdido del todo ni su resonancia religiosa ni su anclaje en las ciencias biológicas y médicas. Así es como la regeneración está en la base de algunas de las mayores aberraciones del siglo xx europeo: el exterminio de los débiles y, en general, de los degenerados, para mayor gloria de las razas superiores. A partir de ahí, el nuevo descrédito de la regeneración fue tal que paralizó incluso la investigación científica, hasta que volvió a iniciarse a finales del siglo pasado, con el éxito que conocemos hoy en día, cuando ha abierto campos nuevos, también inquietantes, a la ciencias de la vida. En nuestro país, la palabra regeneración no tiene un sentido sustancialmente distinto al que tiene en el resto de Europa y en Latinoamérica. A veces designa posiciones políticas conservadores, de inspiración organicista, frente a las liberales, más individualistas y «disolventes». Tamnueva revista · 156

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bién recoge el clásico sentido revolucionario, como ocurre en la retórica de la Gloriosa, revolución «regeneradora» por excelencia. A finales del siglo xix, y con la crisis de la conciencia europea de fondo, todo cuaja en una visión demoledora de la sociedad liberal y capitalista —es decir, moderna e ilustrada— que llega a su apoteosis en esos mismos años. La regeneración es, aquí como en el resto de los países europeos, la visión hipercrítica de la sociedad de finales del siglo xix. La propia sociedad es un cuerpo enfermo, porque el éxito del capitalismo la ha alejado de la naturaleza y ofrece tal sobreabundancia de ofertas y tentaciones —se puede decir así— que expone a los seres humanos a una excitación perpetua que lo condenan a la frustración y a la degeneración. La regeneración, en este aspecto (el biologismo de Zola, como las sectas teosofistas, los naturistas y otros muchos), insiste en la profundísima crisis de valores y en la necesidad de volver a formas de vida menos viciadas, más simples, más adecuadas a nuestra naturaleza. En términos más políticos, ha fallado la representación de los sistemas parlamentarios, usurpada por una oligarquía que aprovecha las instituciones en provecho propio. Ni el liberalismo ni el parlamentarismo (liberal) son capaces de disolver esos grumos resistentes a su acción y que impiden la transparencia, que en España (como en Francia) llamamos «caciquismo» y que nadie sabe cómo tratar: si como reliquias del feudalismo o como síntomas de un régimen económico que crea mucha más riqueza de la que los gobiernos son capaces de controlar, e instancias (grandes empresas, carteles) tan poderosas que se escapan al 174

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control de la acción política. La constatación propicia una ampliación de las competencias del Estado, que responde bien a la crisis del liberalismo, pero también a la proliferación de movimientos («ligas» y otras clases de asociaciones) que se proponen restaurar la representación dañada. Así es como —desde presupuestos organicistas— se revaloriza la sociedad frente al Estado. Aquella —la España real— está viva, frente al Estado que solo representa la «España oficial», un esperpento de sombras corruptas, degeneradas —el célebre panorama de fantasmas con el que Ortega retrató el régimen liberal, y que no acaban nunca de morir... En realidad, el régimen entero pasa a estar corrompido, como están corrompidos los partidos políticos que lo sustentan: la crítica del parlamentarismo —puro teatro— en la Tercera República francesa no le va a la zaga a la que aquí se hizo de lo que llamamos la «Restauración». En muchos países europeos se escucharon y se escribieron críticas parecidas, y en todos ellos pareció triunfar la misma perspectiva que triunfó en España. La crisis de la conciencia española no es un monopolio español y fue particularmente virulenta, tanto como aquí, en Francia y en Alemania. Los intelectuales y los políticos se preguntan si el país, la raza, no están a punto de desaparecer. Los delirios a los que el pánico dio lugar no fueron menores que los que se manifestaron aquí, bien conocidos de todos, desde la consideración de España como una enfermedad o como interminable decadencia desde los... visigodos (Ortega) hasta los intentos de explicación biológica, como la falta de ozono de nuestra atmósfera. nueva revista · 156

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Nada de eso es propiamente español. Lo específicamente español, en cambio, es el nombre que aquí damos a este movimiento. Lo que en el resto de los países europeos (y dentro de España, en Cataluña) se llama nacionalismo, aquí se llamará regeneracionismo. Si hacemos un recuento de los motivos del nacionalismo —angustia ante el fin de la raza o de la nación, falta de representatividad del «régimen» parlamentario, descrédito de las instituciones políticas, voluntad de superar la racionalidad política, por no hablar de otros más generales, como son el empeño antimoderno, la insistencia en la vida frente a la razón, la exaltación de la lucha, etc.—, comprobaremos que son exactamente los mismos que trata el regeneracionismo. El enemigo a batir es el mismo: la nación, la nación liberal y constitucional formada de ciudadanos con derechos y deberes. ¿Por qué el nacionalismo, en nuestro país, no se denomina como le correspondería y se conforma con el nombre de regeneracionismo? Aquí se esboza la cuestión del relativo fracaso del nacionalismo, al menos en cuanto a la transformación de una mentalidad y una ideología en un movimiento político. La respuesta a esta pregunta que he intentado dar en Sueño y destrucción de España está relacionada con la cohesión de la nación española, mayor de lo que piensan esos nacionalistas frustrados que son los regeneracionistas (desde los regeneracionistas propiamente dichos hasta los regeneracionistas literarios, espirituales y estéticos, y también a los regeneracionistas —no les habría gustado el apelativo— de segunda generación, los Azaña y los Ortega). El hecho de que el nacionalismo español tarde tanto en aparecer como movimiento político no quiere decir que 176

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no tenga influencia en la historia de nuestro país en el siglo xx. Bajo la tipología regeneracionista, triunfa durante la dictadura de Primo de Rivera, como nacionalismo republicano después de 1931, y ya como nacionalismo bajo la dictadura de Franco (en sus diversas formas: fascista totalitario con Falange, conservador contrarrevolucionario y nacional-católico). También reaparece después de instaurada la democracia, cuando la negativa a pensar la nación en términos políticos conduce al enrevesado nacionalismo español actual, que hace un esfuerzo extraordinario para excluir lo español de la vida política y se empeña en el experimento de construir una democracia liberal sin nación que la sustente, un experimento del que tal vez —pero solo tal vez— estemos viviendo los últimos momentos. Más arriba se ha hecho referencia al hecho de que el debate político de nuestro país en los últimos años se ha empeñado en resucitar los elementos de la propuesta regeneracionista, en vez de centrarse en la solución concreta de problemas abordables mediante una política gradualista de reformas. Lo ha hecho hasta el punto de haber resucitado el regeneracionismo como si fuera el último grito en pensamiento político, siendo así que nos retrotrae a una crisis de hace más de un siglo. Aun así, la reaparición de la regeneración y el regeneracionismo planea de por sí algunas cuestiones interesantes. Una de ellas es si no apuntará al problema de la falta de expresión política de la cuestión nacional, un asunto característico de nuestro país, justamente por el tabú que el nacionalismo hace pesar sobre la misma idea de nación. Otra lleva a preguntarse si, bajo el término regeneracionismo no nueva revista · 156

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se está planteando lo mismo que se está planteando en los demás países de la Unión Europea, que es un debate sobre la identidad nacional. La regeneración y el regeneracionismo serían, desde esta perspectiva, los términos españoles en los que se están planteando los nacional-populismos en muchos países europeos, que también retoman los términos de los debates de hace un siglo: recelo ante el liberalismo, miedo a la apertura y a la globalización, heridas identitarias, desconfianza ante la política y ante las sociedades abiertas, sin consensos sobre valores morales. 

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UNA MEDITACIÓN SOBRE EL RIESGO POLÍTICO Arturo Moreno Garcerán

La inclinación hacia los informes de situación, apreciados desde hace años en los despachos que los reciben, es un rasgo del estilo mental de Arturo Moreno. El orden y claridad iniciales sobre el alcance de la crisis desencadenada por el 2007 se habrá perdido seguramente en el trasvase de la nota larga al artículo que hemos editado para la revista.

En ninguna otra parte como en política se puede ir contra el principio de realidad, literalmente: no se puede, pero este es el caso del clima político español y desde años bien anteriores a la crisis económica. El objetivo de este análisis de situación cuando se pregunta por el Después de 2015 no es la labor de gobierno alguno, sino el rastrear y llamar vuestra atención sobre un estado de cosas, el nuestro, que presenta un nivel de riesgo político elevado. Riesgo, porque no se deben deteriorar aún más los fundamentos de nuestro sistema político; riesgo, porque se puede debilitar el Estado hasta el punto de dejarlo en la práctica inservible. nueva revista · 156

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arturo moreno garcerán LA HISTORIA, QUE NO SE REPITE PERO RIMA

Por ello no debemos olvidarnos de la historia, de esa historia irrepetible siempre pero que muchas veces rima, añadía Twain. Porque el riesgo político es el principal factor de peso en el futuro del país. Cada época tiene por fuerza su afán, pero el ahora descalificado como «régimen del 78» guarda más de un estricto paralelo con el diseño canovista, en el sentido preciso de que son periodos abiertos a distintos desarrollos legislativos, a cargo de gobiernos escrupulosamente constitucionales, y que han procurado constatables beneficios a la población. Luego de pasar lo que le pasó, el liberal Marañón saludaba a «la paz civilizada, laboriosa y creativa» vivida en aquella otra Restauración. No por casualidad, ambas pivotan sobre un marco constitucional que repudia poner en entredicho la continuidad histórica de España y persigue un nuevo comienzo, ese «Borrar, con eterno olvido, pasadas discordias», en la frase de Cicerón. Hoy como ayer, en el tránsito a esa Constitución está reflejado el espíritu mejor de la nación y, aunque no cabe duda de que el tejido institucional alumbrado por el pacto del 78 se ha deshilachado, y casi perdida la textura en distintas zonas, constituye la trama que hay que volver a hilar para disolver una gradual instalación en el país de una mentalidad destructiva, fruto de la desesperanza y el hartazgo, donde no se miden la consecuencia de los actos ni, aún menos, de las palabras de cada uno. «La descomposición comienza con la decadencia de los principios fundamentales», lo dice Montesquieu, y una acción política responsable no puede declararse distante 180

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de la lealtad a esos principios constituyentes. Ningún texto legal es inmutable, perdería incluso su sentido, pero el otro camino, el de un cambio del sistema político, una crisis sistémica, significa la «intentona rupturista» de siempre, e implicará una crisis de la democracia, de la realmente existente. En el proceso destructivo de toda crisis, hay que tener claro siempre lo que, en cualquier caso, hay que proteger (o lo que no debemos perder), aquello que ha hecho posible el gran salto adelante español, cifrable en la renta per cápita de los 4.226 dólares de 1978 a los 27.656 en 2014. Lo cual lleva a otra petición de principio, todo relato reformista ha de partir de realidades decisivas como esta historia de un éxito colectivo. Esto fue posible por una promoción de españoles, no todos en la misma generación pero sincronizada con su tiempo histórico, coincidentes en la disposición cívica de anteponer la concordia que induce a la armonía civil a cualquier otro negociado político. Como de concordia política se trataba, se efectuaron las transacciones oportunas e inteligentes para que el conjunto de la nación avanzase, honrando el sentido profundo del compromiso político. «NOSOTROS, LOS DESHEREDADOS», EL CLIMA ANTISISTEMA

Pero, vayamos un poco al tiempo en el que ha germinado la actual polarización, y ese ambiente latente de ajuste de cuentas, ajeno al espíritu y al hecho político de la Transición. Se halla en torno a las acampadas del 15 de mayo del 2011; en la madrileña Puerta del Sol ya está identificada la masa a la que va dirigida el discurso: «Nosotros los nueva revista · 156

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desempleados, los mal remunerados, los subcontratados, los precarios, los jóvenes sin empleo que queremos un empleo digno...». Sus dirigentes encuentran el lenguaje preciso que mucha gente quería oír. Es también el momento político adecuado para desarrollar una estrategia política. Han llegado las «condiciones objetivas» para iniciar el juego pirotécnico. Por demás, esos climas políticos son, esencialmente, artificiales o responden a tendencias modales. Son unos profesores de facultad que parecen descubrir que: «En todo el universo solo hay vida inteligente en las Ciencias Políticas de la Universidad Complutense y en algunas zonas de Rascafría». Parafraseo a Woody Allen, pero han sido enormemente capaces de articular un movimiento político de éxito. Echando la vista más atrás, el primer conato serio de una izquierda así, significada por su no militancia en los partidos institucionales, fue a raíz de la guerra de Iraq. Como en otros países europeos, se empieza a notar la cierta efervescencia de la resistencia civil, pero aquí tiende más a la política que a la no violencia. Ese movimiento marginal, que empieza a salir a la superficie, seguirá en el margen hasta el 11-M del 2004. No voy a entrar en el atentado ni en otros aspectos relacionados con un difícil asunto. Pero sí quiero apuntar que la resistencia civil raras veces es fuerza que se baste por sí sola, requiere de la conexión con otras formas de poder. Es decir: de los que consienten una auxiliadora subversión de los poderes públicos, ellos, comprensivos de un malestar del que se sirven sin desvestirse de la púrpu182

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ra institucional, para terciar en el juego del conflicto civil como adalides de una moderación perdida a causa de los gobernantes. La ambivalencia sobre el lugar de la ley es, a la vez, una imprudencia calculadora, de la que las figuras del partido socialista gustan usar, y un principio operativo que ha vuelto a aparecer once años después en unos lamentables pactos alternativos municipales y autonómicos. Situemos, por tanto, en esa franja temporal la semilla constitutiva y reagrupativa de estos nuevos políticos activistas. Existía el personal y el material pirotécnico, solo faltaban las condiciones objetivas para liberar la onda expansiva. Las fuerzas alternativas necesitan de la concatenación de sucesos sostenidos y repetidos, capaces de crear un nuevo clima mental donde se hagan plausibles sus expectativas imposibles. Ese momento largo llegaría con la singladura del presidente Zapatero, por dos legislaturas. Toda su política desdeñosa con la realidad alcanzaba la cota máxima, justo apenas comenzar el segundo mandato, en 2008, cuando muchos de los que le habían votado seis meses antes se arruinaron rápidamente. Así de fácilmente daba comienzo nuestro «descensus Averno». L O S FA C T O R E S D E R I E S G O : DEBILIDAD NACIONAL, PULSIÓN RUPTURISTA

Es posible que se les pueda atribuir a cuantos con mayor conocimiento de la situación y con mayor margen operativo por sus funciones sociales, las élites, un tipo de responsabilidad mayor, pero, de ninguna forma se nos puede exonerar de ellas al conjunto de los ciudadanos, a la mayoría de nosotros, también causantes por nuestros errores de la nueva revista · 156

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actual debilidad política colectiva. Ortega llamó masa, la presentada como víctimas del sistema e inmaculadas en su responsabilidad, fomentándose así la polarización y el afán revanchista. El riesgo político deriva, en primer lugar, de esta pulsión populista que encuentra su caldo de cultivo en un contexto institucional deteriorado por la corrupción y descrédito de los representantes de partidos repetitivos y cauces legales de participación política obturada. El riesgo político se formaliza en el auge de corrientes populistas, que propugnan un tipo de democracia participativa con veleidades plebiscitarias, que desbordan el equilibrio partidista. Nada lejos de esa bipolarización cívica brota la planta del nacionalismo, en su cara más agresiva y destructora. El embrutecimiento de las posturas políticas en Cataluña por un nacionalismo que tiende abiertamente al etnicismo cultural, ensimismado en la deriva de su imaginario identitario, amenaza con provocar un proceso politraumático a la política catalana y española. La ruptura del Estado autonómico lo sería del Estado entero. Este segundo factor de riesgo, que desde hace más de doce años avanza en el nacionalismo catalán, necesitaba de las veleidades de un aliado nacional, y ellas son perfectamente constatables en los pactos que han ido efectuando los socialistas españoles, no solo para sostener al Gobierno de sus colores en 1993, 2004 o 2008, sino en legislaturas, como la de 1989, donde no parecía tan necesario. En fin, la cronología muestra la difusa y débil idea de España que ha impregnado la estrategia socialista entre nosotros. 184

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Porque, como siempre, al fondo de todo problema colectivo aguarda la responsabilidad personal y la deslealtad. El delirium tremens al que se ve abocada Cataluña lo es por la irresponsabilidad y el sectarismo de políticos concretos, que se han servido dar un cheque al portador (con lo peligroso que es dar un cheque a un nacionalista) para gestionar «esas pequeñas cosas». A fuerza de evitar dificultades al Estado estamos alimentando la agonía de la nación, lo dijo Ortega. Y LA DESCONFIANZA SOCIAL

España hoy tiene un riesgo de desconexión social a corregir, que no se convierta en un endémico factor de retardo democrático, por el crecimiento de las dependencias clientelares, bajo forma de subvenciones y asistencias públicas. Hay que cuidar que la democracia no se endeude por sobrepujas políticas para obtener el favor de grupos electorales, hasta formar bloque político-social mayoritario que blinda a zonas enteras de un país, y hasta a países enteros de la zona euro, de las reformas precisas que le conectan al contexto internacional competitivo y transparente. Parece increíble no haber visto hasta el 2010 el sobreendeudamiento de las familias, las empresas, las entidades financieras y las diferentes administraciones públicas como un genuino cisne negro, en absoluto novelesco. Estas últimas, a pesar de la contención de los niveles de deuda pública por el crecimiento económico, veían crecer sus estructuras de forma inadecuada, a la vez que el gasto político que generaban era derrochador. El signo de los tiempos era el de la multiplicación del riesgo por parte de todos nueva revista · 156

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los actores económicos en concurso. Con razón, se dice que los grandes incendios de la humanidad empiezan en el cuarto de la plancha. La brecha generacional puede llegar a una auténtica escisión social silenciosa que genere una anomalía civil de difícil manejo. A las nuevas generaciones, la Transición les parece una leyenda: ¿Qué oportunidades me ofrece mi sociedad? ¿Un paro juvenil superior al 50%? Son hijos de la cultura fragmentaria y del instante que transmite el digitalismo técnico. Son más nómadas y con menos instinto natural hacia el asentamiento. Ante ellos, resulta casi un imposible acotar la presente crisis, ya económica, ya política, en el largo plazo de cuatro décadas de éxito de la democracia española. Debemos examinar cuánto hay de lesión de los dos vínculos que dan continuidad a la nación, y, que cuando resultan dañados, trastornan por entero un ecosistema político. Uno es el vínculo de confianza entre generaciones, el que une el antes y el después y permite transmitir el relevo a otra generación, pero con un horizonte de futuro. Y el otro se refiere al vínculo de solidaridad. No solo entre los activos y los pasivos, cuyo ejemplo paradigmático son las pensiones. El que afecta al conjunto de la solidaridad intergeneracional y a la natalidad. La lesión social estimula la pulsión rupturista, pero el populismo no es exclusivo de los Podemos; la tentación de lo fácil impregna el discurso todo y crea inercias, genera efectos miméticos, pasaporta el rigor a otros países y clases sociales, falsea el debate público, es la demagogia: un envolver con palabras mayores, ideas menores, 186

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en boca de Lincoln. Véase, si no, el caso de una renta básica universal, desiderátum inicial de los Podemos y posteriormente versionado por los rectores del partido de los socialistas. EXPLICÁNDOSE LA DESCONFIANZA POLÍTICA

Su triunfo es pasajero pero los daños duran bastante más. Suplanta el principio político de la realidad y la responsabilidad. No es casual en este tipo de movimientos el líder al que otorgan facultades redentoristas. Juan Pablo Fusi, en algún comentario al paso, defiende que el problema no es de las instituciones, ni siquiera del Estado autonómico, sino del mero ejercicio de la política, de la gestión que los distintos gobiernos han ido haciendo. Lo que pone al descubierto esta crisis es la debilidad del Estado, por ausencia de grandes proyectos. Lo entiendo como el lastre de unas políticas inerciales y cortoplacistas, que sienten alergia al reformismo de calado. Esta apreciación del ilustre historiador contemporáneo autoriza a delimitar nuestro problema de fondo. A sabiendas de que el medio propagador es el enorme socavón social de una pérdida de empleo, entre 2007 y el 2012, reconocida en 3,5 millones de puestos de trabajo eliminados, hay que pararle los pies a los populistas... de todos los partidos, porque tenemos mucho que perder. Todo puede deshacerse a fuego lento. Solo en este sentido, sería oportuno proponer unos pactos políticos de contenido económico, como en su día fueron los Pactos de la Moncloa, para atajar esa división social progresiva que socava la estabilidad política. nueva revista · 156

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Sin entrar a emborronar otra lista más de quejas y correspondientes remedios arbitristas, España tiene hoy un problema de calidad y desafección políticas, que afecta ya al núcleo de su legitimidad y que produce un acartonamiento de los cauces institucionales de representación vehiculada por los partidos políticos. La fatiga institucional afecta igualmente a otras instituciones de la arquitectura del Estado, hoy difícilmente en condiciones de cumplir con el espíritu constitucional que alumbró su creación; pero no entremos en la letra pequeña. JUICIO DE RESULTADOS

Una dura y larga recesión como la que hemos padecido, ahonda la percepción de falta de previsión, y deja servida la crisis de liderazgo, incluso como estereotipo. Siendo cierto que el tópico no ayuda a pensar una circunstancia, no lo es menos la inhibición general de quienes tenían encomendada por función social la tarea de prever su riesgo y alzar su voz. La visión del largo plazo se debilita por falta de ejercicio y, por consiguiente, queda embotado el sentido de la anticipación en los actores de la vida política. Llegados al caso, no es realista esperar personas conscientes capaces de conjurar el peligro ni encauzar sus estragos en el tiempo oportuno. Junto a la preponderancia del cortoplacismo, la recaída en una morbosa mentalidad proclive al desánimo. La insistencia, consciente o inconsciente, de figuras populares gustosa por difundir un estado de ánimo que viene rebotado del fatalismo español como escuela histórica. La vuelta al derrotismo, bajo la fuerte impresión del acelerado retroceso económico y empeoramiento de la situación 188

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política. Sobre ello, un Julián Marías de temple diametralmente opuesto al vicio de situarse en lo peor, concluía que nuestro siglo desmoralizado por antonomasia, el xvii, pasó sobre todo por una crisis de esperanzas. La España de hoy tiene carta abierta a una mentalidad más autodestructiva y perdedora que ilusionada. En rigor, habría que observar que el encauzamiento de las crisis ha sido labor del Gobierno de Rajoy, que ha realizado un buen trabajo, pero siquiera su resolución neta se hará esperar, sometida estrictamente a los avatares. Pero es característica de esta etapa la relegación de una función indelegable del político, cual es transmitir confianza y esperanza, a un segundo plano de la acción pública. Quien no se alimenta de sueños envejece pronto, nunca es una culpable distracción el empleo del tiempo en la educación social del sentido más primario de lo justo, el más instintivo, ese por el que saltamos en nombre de la Justicia cuando algo nos parece injustificable. El escenario es inédito aunque sus efectos de gobernabilidad sean previsibles. Como también que irá en menoscabo de la moderación. Aunque sea lógico un cierto movimiento pendular corrector, debe afrontarse lo que implica la ruptura del bipartidismo vigente, distanciamiento sentimental y de opinión pública antes, ahora incurso en sucesivos movimientos electorales hasta diciembre próximo. Su reemplazo teórico por un esquema a cuatro, multipartidista, inclina nuestros parlamentos y gobiernos hacia escenarios hipercomplejos, de pluralismo con riesgo de polarización. Cualidades que dificultan, en suma, el formar mayorías de gobierno moderadas. nueva revista · 156

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Las nuevas y poderosas realidades políticas, como la erosión democrática, un empobrecimiento de la población, el temor a las migraciones de impacto, imponen nuevos ejes discursivos. Se desdibuja el monopolio en la confrontación política del binomio Derecha/Izquierda, reemplazado por los Abajo/Arriba y otras capas de esa cepa. En esta tendencia europea, lo más pertinente será la distinción entre Extremistas/Moderados, que pedía Bobbio tener en cuenta más que ninguna otra. Esa pertenencia al estatus moderado hay que ganársela, el calificarse de moderado actuando como pasarela de los extremistas es un juego de manos, un regateo de bazar político en un suelo resbaladizo. La categoría extremista muestra en sus diversas variedades una elocuencia ensalzadora de lo fácil, la amistad por lo expeditivo, el desdeño por los plazos y las garantías de la representación electoral o corporativa. Es manifiesta la ausencia de cultura de pacto en España, a no ser durante la Transición. La política de la confrontación entre los partidos y no la de cooperación ha sido claramente preponderante. La cooperación institucionaliza, la confrontación desinstitucionaliza. En definitiva, supone optar por la política que busca mejoras pragmáticas y pactistas, y piensa en alternativas comparables, encaminadas hacia la conciliación social. Desde 1977 está inédito el intento por ensayar el entendimiento duradero, siquiera fuera en situaciones de encrucijada. En 38 años de democracia española, no ha habido nunca gobiernos de coalición o alianza de mayorías parlamentarias entre los primeros partidos, popular y socialista. La 190

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excepcionalidad de la gran coalición es el hecho político más llamativo. El ámbito de corresponsabilidad ha estado, temerosamente, circunscrito a los tratados de política internacional y en la política de seguridad antiterrorista. Ni siquiera en fases críticas como la presente, salvo la reforma del artículo constitucional 135 por vía rápida, se ha pretendido la colaboración en asuntos que demandarían la colaboración nacional. De la meditación política que nuestro país tiene pendiente no se debe excluir a nadie, sería otra de las responsabilidades en que venimos incurriendo. Si queremos ser portadores de convivencia constructiva, se trata de buscar cierta objetividad y un relato ecuánime que hilvanar. Sobre todo, debe servir para saber lo que no hay que hacer. MEDITACIÓN CON ANTONIO FONTÁN AL FONDO

Lejos de nosotros, como bien recomienda José María Marco, el recurso a la palabra candente, se trata de afinar cuando se hace uso del aguijón crítico con la actual desestructuración política inercial. También esto pasará, rezaba la inscripción que Salomón se hizo labrar en el anillo real, y que vale para los malos como para los buenos tiempos. Mientras tanto es de nuestro interés, en particular los amigos de Nueva Revista, deliberar en qué nos hayamos desviado de lo importante, cuándo no hemos atinado a definir carencias políticas, ni a escribir con más persuasión que no se dejara de contar con el grueso de los españoles. Es una hora española propicia al recuerdo entre nosotros de Antonio Fontán, precisamente en una época de cuesta arriba podemos aprender de quien no cejaba cuannueva revista · 156

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do en los 40-50 y gran parte de los años 60, políticamente, no se movía una hoja. Así, en 1967, en las páginas del diario Madrid escribe: «En las difíciles circunstancias en las que se halla un país como el nuestro, el mañana es siempre una promesa de esperanzas, pero, para que estas fructifiquen, primero se han de poner en orden el sistema de valores y de ideas, de estímulos y objetivos, y después obrar en consecuencia». Los años de travesía no fatigaron su proverbial buena fe, ni demediaron el personalísimo estilo de una acción política, con auctoritas indiscutible, esa que perdura intacta cuando poder y éxito se agostan como verduras de las eras. Como tantos otros de quienes acompañan a su Nueva Revista debo terminar diciendo que, ella también, ha sido leal a estas aspiraciones por más de un cuarto de siglo. 

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HABRÁ MENOS LIBERALISMO Y MÁS DEMOCRACIA Marqués de Tamarón

La primera responsabilidad es de la pregunta que se hace, quien responda por derecho entra ya con el paso marcado, y más en materia de ideologías. El seminario de la revista planteó a sus invitados la cuestión del más y el menos del porvenir liberal, a lo cual, y por deferencia, Tamarón mal podía hacer otra cosa que aclararla con el clásico en la mano.

Entiendo que el título de la sesión de esta mañana del 4 de Septiembre —La globalización liberal, estado de la cuestión tras 2015— coincide con el del curso que nos reúne —Después de 2015, ¿más o menos liberalismo?— y que los dos se aclaran y refuerzan mutuamente. Pues bien, ambos descansan sobre una pregunta, no del todo retórica y menos aún profética, puesto que las preguntas nunca son proféticas aunque las contestaciones a veces lo sean. La pregunta sobre si habrá más o menos liberalismo después del presente año de 2015 nos obliga a hacernos nueva revista · 156

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marqués de tamarón

otras preguntas previas: ¿Qué ha de entenderse por liberalismo? ¿Qué suele entenderse hoy por liberalismo? ¿Existe hoy una cascada de sinónimos sagrados: Democracia, Estado de Derecho, Imperio de la Ley, Libertad, Libertades? (en inglés la precisión es mayor puesto que Liberty y freedoms subrayan las diferencias) ¿Se trata en rigor de sinónimos, o de conceptos multívocos, o de antónimos? ¿O tal vez son palabras de una misma familia que desfilan en solemne hierofanía? Los dos pensadores más citados en España a la hora de reflexionar sobre el liberalismo y la democracia disfrutarán desde el cielo platónico en el que sin duda se encuentran y se sonreirán oyendo tanto despropósito. Me refiero a Aristóteles y a Ortega y Gasset. Y se maravillarán al observar que casi todos los que hoy citan la Política (III. 7) de Aristóteles dicen —por ignorancia o por prudente hipocresía— que el maestro de Alejandro Magno (y de todos nosotros) demostró su hondo y moderno espíritu democrático declarando que las tres formas de gobierno y sus respectivas formas corrompidas son: la monarquía, que puede degenerar en tiranía; la aristocracia, que puede convertirse en oligarquía; y la democracia, que puede caer en demagogia. Lamento, sin embargo, tener que recordar que tales palabras son una tergiversación, por muy políticamente correcta que sean. Lo que dice Aristóteles es que la tercera forma de gobierno (se entiende forma encomiable) es la politeia y que su degeneración es la democracia. Para nada habla de la demagogia. La politeia es una especie de protoestado de derecho mesocrático. Aristóteles considera la democracia 194

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habrá menos liberalismo y más democracia

algo lo bastante corrupto per se como para no necesitar otra palabra que subraye su condición decadente. Llegado a este punto, confieso mi curiosidad. ¿Quién sería el primer traductor de Aristóteles a una lengua moderna que ideó la superchería para salvar la democracia? Por ahora el más antiguo sacerdote de la corrección política que he encontrado es Jules Barthélemy-Saint-Hilaire (1805-1895). Se decía que era hijo de Napoleón, pero (o por eso) se opuso a Napoleón III. Fue Ministro de Asuntos Exteriores de la Tercera República y favoreció la anexión de Túnez. Pero a lo que dedicó más tiempo fue a traducir a Aristóteles, desde 1837 hasta 1892. Este prócer republicano demuestra cierta sinceridad al reconocer, en nota a su traducción en 1874 de la Política, lo siguiente: «La demagogia. He traducido la palabra democratia por demagogia cada vez que Aristóteles ha usado democratia echándola a mala parte, como aquí. La palabra “democracia” está en nuestros días desprovista de toda idea desfavorable, y no habría en absoluto traducido el pensamiento del filósofo griego. [...] Por lo demás hay que observar que Aristóteles siempre toma la palabra “pueblo” como la parte más pobre y más numerosa de los ciudadanos, del cuerpo político...».

En resumen, este erudito político republicano se escuda en que el demos griego era a los ojos de Aristóteles algo tan deplorable como le peuple de la república burguesa en Francia. En fin, puede que el buen humor de Aristóteles ahora que está en las nubes se haya visto turbado por un pellizco donueva revista · 156

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loroso de melancolía ante la tergiversación moderna de sus palabras: tal vez se acordará de Sócrates, el maestro de su maestro Platón, el hombre ejemplar para muchos que olvidan, porque no les conviene recordarlo, que fue asesinado por la Democracia. Por otro lado, recuérdese que la misma voz griega politeia fue traducida a veces por régimen de gobierno o constitución, o incluso estado de derecho, y se comprenderá la magnitud del problema, la angostura de la aporía. Tan sólo se me ocurre un remedio: el muy tradicional de releer a Ortega. A veces saca al lector de dudas, a veces lo hunde más en la incertidumbre. En este caso nos ayudaría a salir de las ambigüedades interesadas de la postmodernidad pasar media hora leyendo sus Ideas de los castillos, en Notas del vago estío, El espectador - V (1926). Allí, el maestro de la ironía socrática se atreve a declarar que democracia y liberalismo no sólo son siempre bien distintos sino con frecuencia antitéticos: «Pues acaece que liberalismo y democracia son dos cosas que empiezan por no tener nada que ver entre sí, y acaban por ser, en cuanto tendencias, de sentido antagónico. Democracia y liberalismo son dos respuestas a dos cuestiones de derecho político completamente distintas. La democracia responde a esta pregunta: ¿Quién debe ejercer el Poder público? La respuesta es: [...] la colectividad de los ciudadanos. El liberalismo, en cambio, responde a esta otra pregunta: ejerza quien quiera el Poder público, ¿cuáles deben ser 196

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los límites de éste? [...] el Poder público, ejérzalo un autócrata o el pueblo, no puede ser absoluto, sino que las personas tienen derechos previos a toda injerencia del Estado. [...] Se puede ser muy liberal y nada demócrata, o viceversa, muy demócrata y nada liberal. [...] Sería, pues, el más inocente error creer que a fuerza de democracia esquivamos el absolutismo. Todo lo contrario. No hay autocracia más feroz que la difusa e irresponsable del demos. Por eso, el que es verdaderamente liberal mira con recelo y cautela sus propios fervores democráticos y, por decirlo así, se limita a sí mismo».

Hasta aquí Ortega en sus funciones de moderado optimista que aspira a serenar predicando los ideales de la democracia moderada por los principios liberales, presentes en todo Estado de Derecho. Es decir, que Ortega es partidario de la politeia (πολιτεία), mucho más que de la democracia (δημοκρατία). Es consciente de que la democracia se asienta sobre la igualdad y el liberalismo sobre la libertad. La democracia absoluta es tan irrespirable como el oxígeno puro. Lo único que evita que la democracia sea invivible es mitigarla con las precauciones de un Estado de Derecho. Por cuanto antecede resulta inexcusable la creciente sinonimia en usos periodísticos y políticos entre democracia y estado de derecho. No son la misma cosa; nunca lo han sido. Ni lo eran para Aristóteles. Ni siquiera en la oficialmente llamada por los historiadores democracia ateniense (del 508 al 322 a.C.) votaban más de uno de cada diez habitantes. Asunto distinto es si debemos o no seguir acudiendo a don José Ortega y Gasset como maestro cuando escribe nueva revista · 156

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sobre la democracia deprimido por los acontecimientos de ciertos momentos históricos. En 1917, en su artículo titulado Democracia morbosa, escrito a los 34 años, dice: «En el orden de los hábitos, puedo decir que mi vida ha coincidido con el proceso de conquista de las clases superiores por los modales chulescos. Lo cual indica que no ha elegido uno la mejor época para nacer. Porque antes de entregarse los círculos selectos a los ademanes y léxico del Avapiés, claro es que ha adoptado más profundas y graves características de la plebe. [...] Toda interpretación soi-disant democrática de un orden vital que no sea el derecho público es fatalmente plebeyismo. [...] La época en que la democracia era un sentimiento saludable y de impulso ascendente, pasó. Lo que hoy se llama democracia es una degeneración de los corazones. [...] Periodistas, profesores y políticos sin talento componen, por tal razón, el Estado Mayor de la envidia, que, como dice Quevedo, va tan flaca y amarilla porque muerde y no come. Lo que hoy llamamos “opinión pública” y “democracia” no es en grande parte sino la purulenta secreción de esas almas rencorosas».

No hace falta recordar que eso fue escrito en el mismo año de la Revolución Bolchevique, 1917. Y que pocos años después, en 1930, el mismo Ortega escribió su artículo Delenda est Monarchia, que tanto influjo tuvo en la llegada de la República a España, tras la cual, pocos meses después, publicó Un aldabonazo, para insistir en «no es esto, 198

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no es esto» ante los excesos del nuevo régimen. Pero la cumbre de su rechazo del concepto de democracia, desvirtuado en la práctica, la alcanzó en 1949, en la Universidad Libre de Berlín, auténtica «isla en el Mar Rojo», donde en una conferencia ante una multitud de estudiantes dijo: «La palabra democracia, por ejemplo, se ha vuelto estúpida y fraudulenta. Digo la palabra, conste, no la realidad que tras ella pudiera esconderse. La palabra democracia era inspiradora y respetable cuando aún era siquiera como idea, como significación algo relativamente controlable. Pero después de Yalta esta palabra se ha vuelto ramera...»

En fin, que puestos a añorar utopías, tal vez para Ortega la mejor hubiese sido la Politeia con sendos ramalazos de las otras dos utopías aristotélicas, la Monarquía y la Aristocracia. Y hubiera querido olvidarse de las tres distopías tan presentes en esta nuestra sobornable contemporaneidad: tiranía, oligarquía y democracia (o demagogia, si prefieren ustedes los eufemismos de la corrección política, que Aristóteles desconocía). Claro que tampoco conocía esos dos útiles neologismos helenistas alumbrados veinte siglos más tarde en la brumosa Albión, utopía y distopía. Por eso y al llegar a consideraciones pesimistas siempre me viene a la mente lo que hace muchos años oí decir al director de un centro de análisis y prospectiva internacionales: «Los que vivimos de una bola de cristal hemos de resignarnos a terminar a veces masticando vidrios rotos». nueva revista · 156

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Lo peor es que ese miedo, casi certidumbre, del error probable en sus palabras que siente el propio augur, surge por igual al emitir dictámenes optimistas o zozobras pesimistas. Y hoy, esta semana, los ecos ominosos que nos llegan de Oriente Medio nos recuerdan el verso de Coleridge, ancestral voices prophesying war, voces ancestrales que profetizan guerra. Tal vez, ojalá no sea así, precisamente un aumento del poder del demos —llamémoslo democracia o demagogia, qué más da— constituirá el explosivo mortal que haga añicos el débil liberalismo que algunos creyeron que se estaba construyendo en tantas llamadas primaveras árabes. 

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PARTIDOS EN EL CURSO DEL TIEMPO

EL PARTIDO DE LA NACIÓN Los conservadores británicos, de Churchill a Cameron

Ignacio Peyró

Ventaja de los largos días en La Magdalena fue oírle un breve de la semblanza del gran partido a su autor, traída como si de una voz mayor de su aplaudido ensayo sobre la civilización inglesa se tratase. Luego del adelanto de conferencia, hubo la suerte de poder sentarse a su mesa, en la velada más platónica del seminario.

En

uno de sus momentos de bravura, William Hague afirmó que «los valores del partido tory se remontan a los tiempos en que Wilberforce liberaba a los esclavos, Burke escribía sus grandes tratados y Pitt llamaba a la guerra contra la tiranía». Es posible que las palabras del antiguo líder conservador tengan un punto de altisonancia, pero —más

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allá del énfasis retórico— también se hace difícil negarles su verdad. Con una prosapia que se remonta hasta los años de la Gloriosa, ningún otro partido puede reclamar un pedigrí semejante al del torismo. Y, en virtud de esa misma pervivencia, sobre ningún otro partido han podido proyectarse atributos más dispares. La propia antigüedad de los tories, en verdad, parece avalar todo precedente y así desalentar nuestros esfuerzos de cartografía política. A modo de ejemplo, el que tome su euroescepticismo de hoy como verdad inmutable, se sorprenderá al saber que —allá por los setenta— el conservador se llegó a publicitar como «el partido de Europa». A quien vea en ellos un rescoldo de viejo imperialismo, siempre se le puede hablar de «los vientos de cambio» descolonizadores de Macmillan. Y aquellos con edad para recordar las refriegas entre Gobierno y sindicatos, deben también llevar a la memoria que otros ejecutivos conservadores los habían impulsado tiempo atrás. Suma y sigue: esos tories que parecen ser sinónimo de tradición han sido también abanderados de las causas más rompedoras en cada época, de la emancipación católica bajo Wellington a la extensión de la educación pública bajo Salisbury, sin olvidar la lucha por el sufragio femenino. Y lo mismo podríamos decir de lo que hoy pasa por lugar común, como es su apoyo al liberalismo económico, cuando no han dejado de conocer sus fiebres proteccionistas y todavía tendrían tiempo de posar de keynesianos. Ciertamente, ya nuestro Assía escribió que «mientras otros pueblos se han debatido en desatar [...] el nudo gordiano de la contradicción, los ingleses la han convertido en eslabón de su unidad, haciéndola comodín para el juego de 202

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la convivencia, la transacción y la armonía». Aun así, podría parecer que los conservadores británicos han llevado un poco lejos este esfuerzo de síntesis. Si lord Kilmuir dijo que la unidad era «el arma secreta» de los suyos, ¿cómo pueden explicarse tantos motines en sus filas, tantos altercados? Si con Alec Douglas-Home se les podía calificar de clasistas y de arcaicos, ¿cómo olvidar que —en menos de una década— también aportarían la modernidad de un Heath o la meritocracia de una Thatcher? De «la edad de la afluencia» al Miércoles Negro en su desempeño económico, y de Normandía a Suez en sus refriegas exteriores, ni siquiera su ejecutoria en el poder arroja un balance incontrovertible. En fin, quien todavía vea a los tories como el «nasty party», como un partido adusto y moralista, tan solo tiene que acordarse de aquella imagen de David Cameron amamantando a un cordero. No, no faltan contradicciones aparentes en el torismo. Con todo, quizá la mayor de ellas pueda cifrarse en las apreciaciones de dos de sus líderes recientes: de un lado, el «tenemos que tener una ideología» thatcherita; de otro, el «los conservadores no somos ideólogos» cameroniano. Ante estas divergencias doctrinales, algunos han querido ver la razón constitutiva de los tories en un «apetito por el poder», que los dotaría de una singular «capacidad de adaptación» hasta habilitarlos como «el partido natural de Gobierno en Gran Bretaña». No es nada nuevo: ya desde los años de Defoe, en el siglo xvii, se les ha reprochado lo ambiguo de su carácter y lo fungible de sus principios. Y hay una sensatez de fondo en la alabanza a su competitividad electoral: en su largo peregrinar, los tories han sobrevivido —cuando no han engullido— a no pocos partidos, entre ellos whigs y nueva revista · 156

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liberales, y sus ochenta años de Gobierno solitario o coaligado justifican que el siglo xx haya sido «el siglo conservador» en el Reino Unido. También aquí, sin embargo, nos vemos obligados a modular: pese a su conocido pragmatismo, pese a su acomodación a las exigencias del electorado, los conservadores cedieron la hegemonía de la iniciativa política a los laboristas en momentos de tanta trascendencia como la posguerra y el esquinazo de los siglos xx y xxi. En definitiva, ese apetito por el poder —inherente a toda plataforma política— será un instinto muy perfeccionado por parte de los tories, pero no el motor primero de su acción. A quien quiera, por tanto, buscar el hueso de Cuvier a partir del cual reconstruir el esqueleto del conservadurismo británico, tal vez no le quede otro remedio que ir aguas arriba, a los orígenes del partido tal y como lo conocemos hoy. En concreto, a la «llama sagrada» de Disraeli y a esos tiempos en que un programa político podía tener cabida en una novela. Es ahí donde mejor puede entreverse que, si los tories son «el partido natural de Gobierno», es por haberse definido previamente como «el partido de la nación». No otra sería la gran causa disraeliana. En un pasaje de Sybil, el victoriano deplora la existencia de «dos naciones» que, separadas por la clase y las riquezas, parten la comunidad británica al no mantener entre sí «ni afinidad ni trato». Disraeli escribe estas líneas —de celebridad instantánea— cuando todavía es un hombre joven, pero el afán de reparar y unir esa cesura social iba a ser el bajo continuo de su vida pública. A esta luz hay que entender sus esfuerzos para hacer del partido tory, precisamente, «el partido de la nación». Y, en un famoso discurso en Londres, año 1872, poco antes 204

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de inaugurar su segundo mandato, ese propósito se hará explícito: los conservadores quieren contar en su proyecto con «el conjunto de las numerosas clases existentes en el reino», porque «si no es un partido nacional, el partido tory no es nada». El torismo disraeliano, de estirpe tan fecunda, busca de este modo establecer su identidad: no será un partido de clase, al modo socialista, ni, al modo de los liberales decimonónicos, representará las sensibilidades e intereses de un sector como el manufacturero. En congruencia con sus planteamientos, Disraeli fija el doble haz de la acción política tory: conseguir «la elevación de la condición de las gentes», por un lado; «sin violentar», por otro, «los principios de verdad económica sobre los que reposa la prosperidad de los Estados». Y, junto a ello, un propósito tan decididamente burkeano como «el mantenimiento de las instituciones del país». No en vano, «el partido nacional» no solo tenía que unir «las dos naciones» separadas por la fractura social, sino garantizar la armonía de un Estado cuyos diversos territorios debían estar representados en pie de igualdad Codificado en fecha temprana como «conservadurismo one nation», el proyecto de Disraeli se convertiría en la ley y los profetas del torismo. De paso, la conciencia de comunidad nacional y la voluntad de cohesionarla se iban a ofrecer como falsilla ideológica para todos los partidos conservadores que, en la Europa moderna, también han querido ser «los partidos de la nación». Y puertas adentro del Reino Unido, esa partitura disraeliana no iba a dejar de sonar hasta nuestros días, a veces con arreglos para orquesta y otras veces —por hacer un guiño al thatcherismo según Niall Ferguson— con arreglos para banda punk. nueva revista · 156

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*** Con sus equilibrios entre sensibilidad social y ortodoxia económica, se ha dicho que Disraeli no hizo sino anticipar los debates que se iban a abrir en el conservadurismo británico tras el momento fundacional de la posguerra. No en vano, de Churchill a Cameron, desde el poder y desde la oposición, la vía media disraeliana ha sido el estándar de medida contra el que se iban a juzgar las distintas inflexiones del torismo. Así, según los momentos, el «conservadurismo one nation», más que ofrecerse como punto de encuentro, ha podido ser interpretado como línea de fractura: a despecho de la calidad de tantos liderazgos, en el partido nunca iban a faltar etiquetas —de wets y dries al «nuevo conservadurismo» y «la nueva derecha»— para reflejar las declinaciones infinitesimales del torismo. Lo dejó dicho uno de sus prebostes al comenzar un mitin: «todos somos conservadores, así que todos pensamos distinto». De 1945 hasta hoy, esos debates —y esas facciones— orbitarían en torno al grado de compasión que aplicar al conservadurismo, al entendimiento de la política como consenso o convicción, a las actitudes de tutela o acatamiento de las tendencias de la opinión pública. Pero, en todas y cada una de las disyuntivas, el ethos one nation iba a actuar de instancia moderadora entre las tendencias del partido para favorecer los equilibrios de su naturaleza dual. En tiempos del consenso de posguerra, la aceptación del keynesianismo por parte de los tories unió el convencimiento a la necesidad. Si damos por bueno el carácter de «pacto de caballeros» de la gestación del Estado providente, no po206

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demos poner en olvido el paternalismo que, al contacto con las gentes del común, se había despertado en aristócratas como Churchill, Eden o Macmillan ya desde las vivencias de la Gran Guerra. Con su fondo gentlemanesco de «noblesse oblige», el tendido de una red asistencial no venía sino a entender el cuerpo social como un lugar de vínculos y —justamente— obligaciones mutuas. En paralelo, el impulso al «capitalismo del bienestar» permitía a los tories capitalizar su «carácter no ideológico y flexible», distintivo de «un Gobierno basado en las circunstancias inmediatas antes que en la teoría o el dogma, que busca el consenso y así fortalece la estabilidad y la cohesión sociales». No es esta cuestión menor, aunque la interpretación quedará al gusto del cliente: ¿estamos ante una elasticidad capaz de lesionar los propios principios, o más bien ante una política que sabe primar la experiencia sobre la ideología? En uno u otro caso, la legislación no se produce in vitro: cuando Churchill es elegido primer ministro en 1951, las reformas del laborista Atlee —admirado incluso por Margaret Thatcher— ya habían cambiado para siempre el rostro de aquella Inglaterra «tradicional, formalista y ociosa» de nuestra imaginación. Y quién sabe si en los prohombres conservadores de la época no se activó ese pesimismo salisburiano según el cual «el arma del conservadurismo es retrasar los cambios hasta que estos se vuelven inofensivos». Más prosaicamente, los tories de posguerra intentaron demostrar —como dejó dicho su ideólogo Rab Butler— que «el empleo y el Estado del bienestar» se hallaban «seguros» en manos conservadoras. En puridad, lo buscado era un modelo de economía social de mercado que pudienueva revista · 156

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ra «premiar la iniciativa sin abandonar la justicia social» y, de conformidad con estas líneas maestras, las administraciones conservadoras iban a fomentar una economía mixta que legitimaba la vertiente empresarial del Estado, la intervención del Gobierno, la conciliación sindical y el Estado del bienestar. Lo hicieron con tanta perfección que, en el análisis laborista de la derrota electoral de 1955, los gurús del partido concluyeron que había una «ausencia de diferencias claramente definidas» entre las candidaturas. Y de su éxito apenas puede dudarse: con la economía al alza, con los impuestos recortados, la inflación controlada y el pleno empleo garantizado, Macmillan, en 1957, pudo alardear de que «nunca habíamos estado tan bien». No era un edén destinado a durar. Una de las leyes inexorables de la economía afirma que lo que no puede continuar de ningún modo va a continuar, y a la altura de los primeros setenta, la maquinaria keynesiana, tras el segundo Gobierno Wilson, comenzaba a griparse. Asistimos, según Clark, al momento más frustrante y melancólico del torismo en el siglo xx: aquella legislatura de Edward Heath en la que terminarían por hacer huelga incluso los sepultureros. El consenso de posguerra salta por los aires con una espiral perfecta de inflación y desempleo; los sindicatos —pilares fundamentales de la concertación económica— maniatan al Gobierno; el Ejecutivo interviene en los mercados, el gasto público se expande y nada de ello puede devolver a la economía la flexibilidad y la competitividad perdidas. Ciertamente, las circunstancias —algunas tan graves como la crisis del 73— no conspiraron a favor de Heath, pero su primera retórica monetarista iba a verse en todo caso 208

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desmentida por la debilidad política de sus célebres «giros de 180 grados» en materia económica. Fue por estos «u-turns» que Heath dejó el recuerdo de un Gobierno «sin principios firmes ni historial presentable» y la realidad de un país varado en la crisis. A modo de ironía, los propósitos inconclusos de su administración, atinentes a la disciplina en el gasto público y la capitidisminución de los sindicatos, comenzarían a ponerse por obra en el finalmente malhadado gobierno de Jim Callaghan. Y, ante todo, iban a dar carta de legitimidad al momento liberal que, como cambio de paradigma, estaba destinada a impulsar Margaret Thatcher. Hay sin duda un punto infuso, inexplicable, en su liderazgo. Hoy, cuando tendemos a observar el thatcherismo como una doctrina berroqueña, irremediablemente llamada al triunfo, cuesta pensar en su lento despegue. Cuesta recrear aquellos momentos en que sus compañeros la votaron menos por confianza que por desesperación. Y también cuesta acordarse de que, sola y sin apoyos, nunca nadie hubiera imaginado sus grandes destinos: encadenar tres mayorías inauditas, asentar un modelo político y moldear el perfil de su partido incluso después de dejar su presidencia. Al fin y al cabo, ¿qué esperar de una antigua ministra de Edward Heath? Puede admitirse que a ella sí le ayudaron las circunstancias —como celebrar las elecciones tras el Invierno del Descontento—, pero no sin admitir que también le ayudó estar a la altura de otras circunstancias tan ásperas como la Guerra de las Malvinas. Ahí fue de justicia que su capacidad de mando pudiera opacar los datos económicos, no exactamente alentadores, de su primera legislatura en el nueva revista · 156

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poder. También a esas cifras les daría la vuelta. Porque en alguna ocasión se ha afirmado que el destronamiento tan súbito de la Thatcher ha hecho mucho por amplificar su mito, pero —por las mismas— bien puede pensarse que no hubiera necesitado de esa caridad. Para buena parte de los tories, por ejemplo, lo congruente es plantearse cuál fue el mayor de sus méritos. De un lado, un milagro económico de la crisis a la recuperación, saldado con crecimientos anuales del 4% a finales de su mandato, y basado en el fomento de la competitividad, la desregulación, las privatizaciones y la puesta en marcha de la reconversión industrial. De otro lado, sus gobiernos implicaron un recauchutado de la confianza para unos planteamientos conservadores capaces de imponerse en la llamada batalla de las ideas: baste considerar su victoria —tan simbólica como efectiva— frente a las uniones sindicales. No en vano, a contracorriente de cierta tendencia abstencionista del torismo, sus administraciones siempre procuraron menos acompañar a la sociedad que liderarla, con un mensaje moralizante en torno a la responsabilidad individual y una pedagogía destinada a modificar las expectativas ciudadanas sobre el alcance del Estado. En el esquema thatcherista, no se trataba de endulzar su mensaje para ganar votos, sino de sumar apoyos mediante la reforma de la mentalidad de los votantes. Y su mensaje era tan claro como visceralmente antikeynesiano: el Estado del bienestar crea desincentivos y dependencias que merman el crecimiento y la prosperidad y —de este modo— termina por redistribuir no más que la pobreza. Por el contrario, la competencia libre, con su exigencia de responsabilidad e iniciativa individual, resultará moral y socialmente virtuo210

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sa, en tanto que expande la propiedad privada y, en consecuencia, fortalece la libertad de las personas. En cuanto a las desigualdades, el efecto derrama de este capitalismo popular, según el manual del thatcherismo, terminaría por aumentar el nivel de vida de la generalidad. Es muy dudoso —los datos de voto no lo avalan— que el thatcherismo consiguiera finalmente forjar una nación de thatcheritas, aunque la capacidad de la primera ministra para movilizar pasiones ha seguido intacta hasta hoy. Incluso en su partido se enajenaría las suficientes simpatías para justificar el funcionamiento interno de los tories, según escribe Bale, como «una autocracia templada por el asesinato». En todo caso, una presencia tan poderosa como la suya iba a propiciar tal horror vacui tras su abandono que, inevitablemente, también se le ha juzgado por su ausencia. En el caso tory, ya hubiera sido traumático el simple hecho de sobrevivir a la resaca de su éxito, pero el influjo de la Thatcher iba a ser aún más especial: en concreto, no muy distinto del de esos árboles que no permiten crecer bajo su sombra. Líder tras líder, la larga errancia tory en la lejanía del poder —de 1997 a 2010, después del estrambote de John Major— merecerá en los libros de historiografía conservadora epígrafes tales como «mirando al abismo» o «perdidos en la jungla». Y, por supuesto, que el New Labour fuera una hijuela de sus gobiernos —como dijo la propia premier— iba a resultar de escaso consuelo para un partido al que nunca le funcionaría el «thatcherismo con piloto automático». Al final, con cada elección como una nueva decepción, el torismo fue ahondando metódicamente en sus cismas: el conflicto entre la vieja guardia de Maggie Thatcher, más liberal y euroescéptinueva revista · 156

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ca, y una sensibilidad tory no menos vieja pero más abierta a Europa y a las tesis del conservadurismo compasivo. Iba a hacer falta una buena ración del sincretismo conservador de siempre —para unos moderación, para otros pasteleo— de cara a recuperar el modus vivendi en el partido y, ante todo, devolverle la mordiente electoral. El elegido fue, en 2005, David Cameron, y cabe pensar que con su nominación se quiso respaldar a un hombre de consenso y no a un ideólogo, a un político de actitudes y no de teorías, a un líder —quizá— cuyo principal valor radicaba en su persona y no en su programa. ¿Un peso pluma? Algunos lo quisieron ver así, pero muchos veían más bien la necesidad de un cambio y juzgaron que Cameron era el rostro de ese cambio. Y, por primera vez en mucho tiempo, todos se sometieron a la disciplina interna: Cameron quitaría el moho de la marca conservadora para darle una nueva modernidad y una nueva seducción a ojos del electorado. Frente a frente con Gordon Brown, los tories pronto supieron que la apuesta iba a cuajar. Su uso diestro de la comunicación política convirtió su juventud en voluntad de transformación. Y su estilística, no ajena a recaídas en el buenismo, enfatizó el aggiornamento del lenguaje y la atención a las causas —de los derechos humanos al medio ambiente— con mejor acogida en el seno de la sociedad. Los conservadores, poco a poco, iban volviendo con garantías al ring electoral. A la altura de 2015, crecida su envergadura política después de una rotunda mayoría, nos es al fin posible ponderar la mezcla de determinación, cintura y astucia con que Cameron logró gestionar su primer Gobierno de coalición. Su propia alianza con los liberales ya lo mostró —según se 212

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iba a repetir en el criticado referéndum escocés— como un político cómodo con los riesgos. Y, de hecho, los ha sabido manejar con la suficiente habilidad como para superar las presiones de la derecha de su partido, imponer su tono en un ejecutivo con un socio de centro-izquierda y, en definitiva, reintegrar a los suyos un torismo vencedor. No hubo, en verdad, mejor bálsamo para los tories. Y con sus victorias electorales, Cameron se ha hecho perdonar una amalgama de thatcherismo económico y liberalismo en la agenda social con potencial para irritar a buena parte de su militancia. Tachado de heredero de Disraeli, el escaso doctrinarismo de sus puntos de partida le ha permitido ir modulando su discurso. Véanse, por ejemplo, el endurecimiento paulatino de su euroescepticismo o su respuesta, de austeridad sin fisuras, ante la crisis económica. Sin embargo, el pragmatismo de su acción de gobierno no impide que el caudal del conservadurismo contemporáneo se haya enriquecido con la aportación cameroniana. Ahí está su comunitarismo, como un rebrotar de cierto espíritu one nation. Ahí están sus apuestas —tan conservative— por la descentralización, o el potenciamiento de esas «instituciones intermedias» que están en el corazón de su Big Society y también en el gran libro del conservadurismo de todos los tiempos. El punto de distinción cameroniano, sin embargo, estará más bien en su actualización de la vía media del torismo histórico. Es lo que le ha ganado un hueco en el centro-derecha contemporáneo, y él o sus gurús lo iban a explicar mejor que nadie: «Sin un énfasis en las obligaciones e instituciones de la comunidad, el liberalismo puede ser un individualismo vacío. Sin el énfasis en la libertad individual de nueva revista · 156

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los liberales, el conservadurismo puede ser mera conformidad». Ha pasado un siglo y medio y Disraeli, seguramente, estaría muy de acuerdo. *** Una de las definiciones más conocidas del conservadurismo de las islas es aquella que dice que ser tory no es sino una manera particular de ser británico. Es posible que la frase tenga un punto tautológico, si pensamos que ser del Manchester United también es una manera de serlo. Pero la definición tiene su mayor hondura, en tanto que la narrativa tory quiere participar de la narrativa de la British­ ness como una «confianza en la historia e instituciones del país, la creencia básica de que somos afortunados de vivir aquí». Y si, según se ha escrito, «el único manual del conservadurismo es la historia del pueblo británico», sorprende poco que las proclamas del partido tory recurran más al archivo de la tradición que al arsenal de las ideas abstractas. Así, el ethos del torismo va a incorporar los valores que han surgido al calor de la vivencia histórica de la nación para nutrir su identidad de partido nacional por excelencia. Y no otro será el común denominador de la muchedumbre de pareceres del conservadurismo británico. Entre estos principios de fondo encontramos, sin afán de ser exhaustivos, una antropología basada en la imperfección del hombre, que implica un rechazo a todo planteamiento utópico. También, una creencia en la sociabilidad natural humana, que fija nuestros derechos y deberes y otorga su respetabilidad y su utilidad social a las instituciones y la ley. 214

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Por supuesto, en el prontuario tory destaca asimismo el respeto a la libertad del individuo y a un derecho a la propiedad que se entiende inherente a esa libertad personal. Y, del individuo a la comunidad, el conservadurismo hará hincapié en su concepción de la sociedad como un todo orgánico donde las personas generan vínculos solidarios a través de instancias que, como la familia o las iglesias, no responden al control estatal. Son estos «principios que no caducan», en expresión de Eden, los que nos permiten hallar un continuum conservador a lo largo de la historia. Y si muchos de ellos nos parecen prepolíticos, hay que indicar que el conservadurismo moderno nace precisamente para darles un cauce institucional y una traducción ilustrada. Para incorporar al espacio público —por decirlo con Burke— esa «sensatez de principios» y esas «gracias inapreciables de la vida» como una tradición inteligible y habitable. Este sentido de continuidad está inserto en la entraña del torismo, y constituye, sin duda, uno de los ingredientes para hacerlo operativo como verdadero «partido de la nación». Pero la adscripción y la vivencia de una tradición, como nos recuerda Eliot —tan próximo a los conservadores— también implica hacerla. Y buena parte de las matizaciones de la política tory responden a una intuición contigua de Oakeshott: el carácter de la tradición no está en ahormarse a un solo rasgo, sino en tolerar y unir en una variedad interna. Por eso solo la tradición permite cambios y reformas sin alterar la identidad. Y en un partido más empírico que idealista, sustentado por siglos de camino, será común repensar a cada poco las propias tradiciones y recurrir a su ethos one nation para renovar puntualmente sus propuestas. nueva revista · 156

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Puede ser útil analizar el itinerario conservador desde este punto de vista. Ciertamente, el torismo histórico ha ido superponiendo y sedimentando diversas adiciones ideológicas en su recorrido secular. Y no han faltado puntos de controversia en un partido tory cuya gran referencia en el mundo del pensamiento —Edmund Burke— era nada menos que un whig. Conocemos bien algunas de esas tensiones del pasado: la mayor o menor intervención del Estado, el mayor o menor liberalismo social, la imposición de una agenda al electorado o la busca de las zonas de aquiescencia moderada en pro de la estabilidad social y la optimización del atractivo electoral. Hoy mismo no siguen faltando fisuras en el cuerpo del torismo: la inmigración, por ejemplo. O el debate sobre aquella Europa que, durante décadas, pareció el espacio sustitutivo de la prosperidad del Imperio. O, de modo lacerante, la cuestión escocesa y sus implicaciones para los tories en su calidad de partido nacional. Ha sido común poner el énfasis, según comenta David Seawright, en las diferencias más que en las continuidades, pero el acervo común del torismo —su viejo ethos one nation— ejercerá a cada momento de norte doctrinal y de contrapeso de las redefiniciones del partido. Ese acervo común se plasma más bien como una sensibilidad o una mirada que a modo de catecismo, y las artes del conservadurismo político pasarán por «reconciliar las fuerzas impersonales del cambio» con esos «principios que no caducan» a los que aludía Eden. Ya hemos visto algunos de ellos, resumidos en la última documentación conservadora como «confianza, responsabilidad compartida, defensa de las libertades y respaldo de las instituciones y la cultura» del 216

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el partido de la nación

país. Ahí, la obligación del político conservador —en frase de Thatcher que podían haber firmado un Cameron o un Macmillan— será aplicar estos fundamentos duraderos a circunstancias cambiantes. Cada generación, abunda Cameron, presenta distintos escenarios a esos valores y obliga a alterar lo accesorio al tiempo que se mantiene lo nuclear. La práctica política tory así lo avala, y por eso no es de extrañar que tanto el thatcherismo como el consenso de posguerra, por diversas que fueran sus aproximaciones, pudieran englobarse bajo el mismo eslogan de «Economía libre y Estado fuerte». O que el propio ethos one nation, y no solo el liberalismo económico puro, contemplara un rechazo al dirigismo, una apuesta por el libre mercado que se remonta a lord Liverpool y una fe en la descentralización y el laissez faire que son esenciales al conservadurismo desde Burke. Como se ve, incluso en la discusión, el sustrato compartido otorgaba fluidez a las fronteras ideológicas. La misma Thatcher diría que estaba deseando hacer verdad el espíritu de «una nación» a través del acceso universal a la propiedad privada, y lo mismo había dicho décadas antes un líder de posguerra como Eden con su «democracia de propietarios». La solidez y sencillez fundamentales de los valores básicos del conservadurismo es lo que ha posibilitado que los tories tengan la citada «capacidad de adaptación» para ser, a cada momento, «el partido natural de gobierno». Sus periodos de éxito coinciden, precisamente, con los momentos en que mejor han sabido enfatizar uno de los componentes de su naturaleza dual sin alienar al otro. Por el contrario, una de las lecciones históricas del torismo —y no solo para los conservadores británicos— está en las consecuencias de denueva revista · 156

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ignacio peyró

sastre que han tenido lugar cuando el partido no ha sabido poner en práctica ese eclecticismo coherente. Así ha ocurrido con debates tan divisivos como las Corn Laws, la Tariff Reform o, en la última década del pasado siglo, con la integración europea. No por casualidad, cada división práctica ha encarnado una renuncia a los ideales de unidad del ethos one nation, de modo que el torismo abandonaba su condición de partido nacional para representar tan solo el sentir de una de las facciones presentes en su seno y en la opinión pública. Y tampoco es por casualidad que los electores le hayan hecho pagar cada una de estas divisiones. Porque, más liberales o más conservadores, el caso ejemplar del torismo nos dice que los partidos del centro-derecha no pueden renunciar a la armonización liberal-conservadora sin traicionarse a sí mismos ni a su vocación de partido nacional. NOTA BIBLIOGRÁFICA

Para la redacción de este artículo se han consultado, entre otros, los siguientes libros y artículos: The Conservative Party: from Thatcher to Cameron, Tim Bale; The Tories: Conservatives and the Nation State, 1922-1997, Alan Clark; Whatever happened to the Tories: the Conservative Party since 1945, Ian Gilmour; The Tories: from Winston Churchill to David Cameron, Timothy Heppell; Cameron y la reformulación del conservadurismo británico, José Ruiz Vicioso; The British Conservative Party and One Nation politics, David Seawright; How Tory Governments fall: the Tory party in power since 1783, Anthony Seldon; Cameron’s coup: how the Tories took Britain to the brink, Polly Toynbee; The Tories, Adam Wordsworth.  218

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LA DERECHA POPULISTA FRANCESA* Guillermo Graíño

Mientras que los inspiradores del seminario no tardaron en recomendar la presencia de un Graíño joven, a los organizadores les costó algo más tener noticias directas suyas, al igual que al publicar ahora su papel. Pero, al cabo, han resultado favorables por fortuna. Miren, si no, esta aguda observación a la afinidad del populismo, no solo francés, con visiones convencionalmente asociadas a la derecha.

Para empezar a abordar el tema del populismo hay que remontarse a la teoría absolutista del poder. La teoría absolutista del poder tiene como principal objetivo evitar la violencia entre las facciones. Europa pasa por un periodo de guerras civiles terrible y se extiende la idea de que la existencia de facciones dentro de un propio Estado o un pueblo es desastrosa. Así pues, la teoría absolutista del poder tiene como objeto acabar con las facciones. La gran diferencia que se produce después con el pensamiento liberal, particularmente con Locke y Montesquieu, es que las facciones son consideradas positivas si se canalizan institucionalmente y se anulan entre sí. Ennueva revista · 156

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guillermo graíño

tonces, se pasa de una teoría de las facciones, vistas como negativas, a una teoría de los partidos, vistos como algo positivo. Montesquieu habla de que la sociedad tiene dos partidos, y que esos partidos no se hacen violencia, no se hacen guerra civil, si realmente establecemos unos mecanismos institucionales de equilibrio de poderes —no de división, como tantos insisten en decir—. Los regímenes pluralistas en los que hoy vivimos tienen como fundamento la idea de que los partidos son positivos. Los partidos representan a una parte de la sociedad que tiene una opinión y que está enfrentada a otra parte de la sociedad que tiene otra opinión. Al principio, el equilibrio de partidos se entendía más bien como una repartición de poderes, y no como una división de un mismo poder, tal y como ocurre en los regímenes pluralistas contemporáneos. En cualquier caso, ¿cuál es la novedad del populismo respecto a esta teoría que está en la base de nuestras democracias pluralistas? Que los partidos son una ficción, que la verdadera fisura o el verdadero clivaje, como se dice en ciencia política, el verdadero clivaje no está entre un partido u otro, sino entre el pueblo y las élites. Esto puede sonar en el fondo a comunismo o a algo parecido, pero en realidad es bastante más básico, pues el comunismo tiene una teoría de las clases bastante más sofisticada. El populismo practica un discurso social más tosco, habla del 99%, del pueblo frente a la casta, etc. Entonces, la verdadera fisura que debería dividir políticamente una comunidad política, en la lógica del populismo, es la que existe entre el pueblo, tomado en su totalidad, y una élite. 220

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la derecha populista francesa

Las divisiones entre el pueblo son artificiales, y las divisiones entre élites de un partido y otro son artificiales. Su objeto es en realidad ocultar la naturaleza de la división política fundamental: pueblo y élite. Esa es una gran ruptura que el populismo produce con respecto a la teoría de los partidos, que es una teoría, insisto, que está en la base de los regímenes pluralistas en los que vivimos nosotros. Dicho esto, habiendo sentado estas bases, puede parecer que el populismo, entonces, es una ideología más fácilmente apropiable por la izquierda, porque la izquierda se proclama del pueblo. Entonces, podría parecer casi un oxímoron hablar de populismo de derechas. A continuación voy a intentar justificaros por qué no es un oxímoron hablar de un «populismo de derechas» y por qué más bien, o de hecho, el populismo se mueve más cómodamente entre valores de derecha que entre valores de izquierda. En primer lugar, el hecho de que un populismo de derechas pueda parecer un oxímoron en el clima político de España de hoy, es porque en España está muy asentada la idea de que la élite es de derechas y el pueblo es de izquierdas. Esta es una imagen muy particular de España que no existe en otros países, y que, de hecho, es la contraria a la extendida en muchos otros países. En estos últimos se tiene la idea de que la élite es progresista y de que el pueblo es por naturaleza conservador, tiene unos valores morales muy fuertes, etc. Entonces digamos que en ese tipo de ambientes políticos el populismo suele virar hacia la derecha y no hacia la izquierda como hace en España. En cualquier caso nueva revista · 156

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—hago un paréntesis histórico— esto no es tan raro: pensemos en la, supuestamente, progresista Ilustración, movimiento cultural encabezado por una élite cosmopolita, abierta, librepensadora, etc., separada abiertamente del pueblo-encarnación de las supersticiones más vulgares, «la canalla» para esos ilustrados, porque eran valores tradicionales. Cerrado el paréntesis, llegamos a una de las principales inspiraciones del populismo, cual es la idea de que los auténticos problemas políticos no son abordados por la élite política. Esa élite se ocupa de problemas periféricos, se ocupa de pseudo-problemas. Los problemas realmente extendidos no son tratados por la élite política. Son las élites las que definen los problemas políticos, y esos sus problemas políticos han perdido el contacto con los problemas reales del pueblo. Ese es otro enunciado básico del populismo. Vayamos al potente caso francés, si esta idea del populismo nos vale, llegamos entonces sin problema, fácilmente, a entender que el populismo haya virado a la derecha en Francia. ¿Cuál es el problema principal que las élites escamotean y el pueblo considera su inquietud fundamental? La inmigración en Francia. La inmigración fue un tema literalmente tabú, para la élite política de los años ochenta, en Francia, pero era y es el asunto que más preocupaba a los franceses. La élite gobernante tenía un monstruo encima de la mesa que se negaba a reconocer como tal, que estaba ahí, esperando realmente una respuesta en un clima general de preocupación en la opinión pública, de una preocupación 222

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absoluta respecto al asunto silenciado. Francia se veía en un estado de shock porque había llegado a la certidumbre de que su modelo asimilacionista no iba a funcionar como se suponía hasta entonces, de que convivía con nuevos inmigrantes que rehusaban integrarse. Ante ese problema difícil pero vivido a diario, la élite política miró para otro lado, sencillamente. Entonces, frente a esa élite política de centro izquierda y centro derecha, realmente indiferenciada en muchos aspectos, recordemos una figura a la derecha como Giscard d’Estaing, que parece casi de izquierdas en aspectos morales, o el presidente de la izquierda, Mitterrand, que fue el gran liberalizador en económico. Ante esa élite política indiferenciada y separada, surge el Frente Nacional, erigido en el papel de portavoz de los verdaderos problemas ciudadanos, problemas que no son atendidos por una élite que está «a otra cosa», como suele decirse. En este sentido, es interesante atender a la obra de Christophe Guilluy, un geógrafo social que se ha puesto de moda muy recientemente en el país vecino. Él nos dice que hay una gran fractura entre dos Francias —siempre me hace gracia oír eso de las «dos Españas», como si fuese una particularidad nuestra: hay dos Españas, como hay dos Francias, dos Italias, dos de casi todo—. En fin, una Francia, habitante de los barrios de renta media-alta de las ciudades, encarnada por una clase urbana, cosmopolita, progresista de la moral y que, normalmente, vota al centro-izquierda. Y luego hay otra Francia, la que llama él la Francia periférica, la que vive por los suburbios de las grandes ciudades e, incluso, la que vive en las zonas rurales. nueva revista · 156

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guillermo graíño

Según este autor, Guilluy, la clase política se ha concentrado exclusivamente en las cuestiones que dividen a esa Francia urbana mientras se despreocupaba de la Francia periférica. Dar voz a las preocupaciones de esa periferia en Francia ha sido el gran éxito del Frente Nacional. Anteriormente, la Francia periférica votaba por el Partido Comunista (pcf), pero ha sentido cómo la izquierda les había traicionado, que, en lugar de hablar de conflictos de clase y reivindicaciones económicas, se movilizaba por la agenda progresista, o sea, el matrimonio homosexual y el aborto, cosas que al francés periférico no le interesan en absoluto sino, más bien, al contrario, le incomodan porque ese francés periférico es más bien conservador en asuntos morales. Veamos que esa traición de la izquierda francesa, concentrada en su discurso reivindicativo de una moral progresista, ha producido que la Francia periférica vuelva sus preferencias hacia la abstención o al Frente Nacional. Eric Zemmour, periodista francés de origen judío, acaba de publicar un best seller titulado El suicidio de Francia, nos apunta que el fn se sostiene en dos electorados: uno más obrero en el norte, un electorado claramente ajustado al perfil citado de la Francia periférica; pero otro está al sur, de jubilados por la Costa Azul, jubilados de clase media-alta, que ya no entra tan fácilmente en el perfil dibujado por el anterior comentarista Christophe Guilluy. En cualquier caso, en este discurso político que tan bien acierta a sintetizar Marine Le Pen, el gran clivaje, la gran división política no está ya entre la izquierda y la derecha, sino que la encuentras entre quienes defiendan el Estado-nación y los que vivan a gusto en el post-Estado nacio224

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la derecha populista francesa

nal. Ella acusa a la derecha liberal, y a las instituciones de la Unión Europea, de construir un post Estado-nación, pero con igual desenvoltura acusa a la izquierda progresista de serlo también y sin matices. Más todavía, en Marine Le Pen, como todo el populismo francés de derecha, resuena una denuncia de la simpatía natural entre la derecha moral, la antimatrimonio homosexual, la derecha de los valores fuertes, entre la derecha de la nación y la izquierda económica, lo que ellos denominan el patriotismo económico. En ese sentido, esa Francia periférica que vota al Frente Nacional es un país que piensa en términos más allá de izquierda y derecha y, aunque puede sonar a tópico, es verdad. Una gran parte del electorado del Frente Nacional votaba al Partido Comunista, y no creo que se considere particularmente a la derecha. Hablan con un discurso completamente populista, en lo que se refiere a los bancos, a los ricos, al 1% que domina el mundo. Eso pinta un perfil de izquierda bastante pronunciado, pero, insisto, no quiere saber nada del matrimonio homosexual, de querencias progresistas, que para ellos son cuestiones propias de la gente de clase alta urbana, clases que votan al Partido Socialista, por demás. Ha sido clara la apuesta de Marine Le Pen por llevar al Frente Nacional por esa vía de «izquierda en lo económico, derecha en lo moral». La tentación anterior, a la que en parte sucumbió su padre, era la de convertirse en un partido, aunque diferenciándose, claro está, en un tono más fuerte y acusatorio respecto a los asuntos de identidad e inmigración, escorado a la derecha. Es decir, cercano a los partidos nueva revista · 156

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guillermo graíño

del centro-derecha establecidos, o sea, todos pertenecientes al sistema y emitiendo un discurso más o menos domesticado en el fundamental económico, tal y como en Italia llevó a cabo la Alleanza Nazionale de Fini en los años noventa. En cualquier caso, es un error pensar que estos son partidos fascistas en el fondo; en mi opinión, no lo son. De la misma forma, me parece despistado afirmar que Podemos o Syriza son, simplemente, partidos comunistas pero actuales. Creo que hay un cambio significativo, que ha sucedido un cambio ideológico más o menos apreciable. Recordemos a los partidos fascistas o post fascistas después de la segunda guerra mundial, que eran partidos obsesionados con el anticomunismo y con la democracia liberal, son partidos cuyo principal enemigo es acabar con la democracia liberal y vencer al comunismo, como ha señalado tan exhaustivamente Pierre-André Taguieff. Los partidos populistas de derechas han perdido de vista a esos dos enemigos clásicos, no están obsesionados con acabar con la democracia liberal, ni menos con el comunismo. Esas dos fobias típicas de su mentalidad están desplazadas por la fobia a la élite financiera internacional y por la fobia a la inmigración. La fobia central es hacia la inmigración, gira en diferentes matices y puede tornarse en rechazo total al islamismo cultural y al islam. En cualquier caso, cada vez cunde más la idea de que el consenso moral, que es de izquierdas, ha sido artificialmente creado en Francia por una élite «bo-bo». Alguien como Baudrillard escribió en el Libération un artículo anunciando que el conformismo moral había pasado de la derecha a la izquierda, y Baudrillard no es un sospechoso. 226

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la derecha populista francesa

En muchos aspectos ha cundido, pues, la idea de que ser heterodoxo en cuestiones morales, ser un transgresor supone ser un conservador. En ese sentido, en Francia está muy extendida, como decimos, la idea de que el consenso moral, el poder moral, el aire que se respira, proviene de unas élites de izquierdas, y que ese ambiente moral no se corresponde con lo que de verdad siente el francés corriente. Este artificio no es muy nuevo, es una vía que en Estados Unidos teorizó ya hace mucho tiempo Christopher Lasch, crítico cultural hoy recuperado por Jean-Claude Michéa para Francia. Christopher Lasch habla de cómo existe una middle América, que es incorregiblemente racista, incorregiblemente sexista, incorregiblemente conservadora moral, y que esa middle América, el pueblo genuino, termina despreciada por las hiperrepresentadas élites afincadas en las costas, en contraste con el interior de la República, costas que presumen de progresistas sobre todo en temas morales. Para terminar, creo que, en este sentido, el populismo en España no es particularmente populista. Quizá sea que el pueblo español tiene unos valores distintos a los pueblos de otros países, quizá el pueblo español sea menos de derechas que el pueblo de otros países, de igual forma que la clase media-alta urbana española es más de derechas que en otros países como el vecino. Pero yo lo que veo básicamente es que Podemos, en tanto que populista, habla de ocupar el centro del tablero político, lo cual implica que su aspiración estratégica es netamente transversal, supongo. Sin embargo, el grupo emergente no se aleja lo suficiente de una izquierda perfectamente ortonueva revista · 156

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guillermo graíño

doxa en muchos asuntos. Parece como si estuviesen tan ideologizados por la escuela radical, que les resultase muy difícil asumir nada en la práctica efectivamente transversal. Parecen estar, en definitiva, más cerca de su ideología que de la fidelidad a los desnudos valores del pueblo, sean estos cuales sean.  NOTA

* Transcripción de la intervención en el Seminario de la UIMP «Después de 2015, ¿más o menos liberalismo?» revisada por el autor.

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EN EL ESPACIO DEL CENTRO Jaime Rodríguez-Arana

Acaso por un sentido exigente de la cortesía, esta ponencia presentada se retrotrae a los debates de los gobernantes en los noventa y sus intelectuales para, ya sin fuga ubetense ninguna, deshacer el dilema liberalista que convocaba nuestro seminario universitario. Sin duda, la disolución del tema operada por el profesor en Santiago y La Coruña obedece a una poderosa razón de principio, siendo él un sincero cultor del centrismo como la única opción sostenible en este siglo.

El espacio de centro suele ser concebido desde muchas perspectivas y desde muchas latitudes como una tercera vía entre la izquierda y la derecha, como una tercera vía para modernizar el pensamiento liberal o también como una tercera vía para «aggiornar» el socialismo. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. La versión más extendida, y actual, de la tercera vía fue utilizada por Anthony Giddens en el Reino Unido con el objetivo de templar y moderar un laborismo al que se quería convertir en partido ganador. En efecto, el líder laborista británico Tony Blair llegaba a Downing Street, al número 10, abanderando lo que denueva revista · 156

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jaime rodríguez-arana

nominaba tercera vía. ¿Coincidía la propuesta de Blair con el espacio del centro? Pronto se vio que la tercera vía caminaba por otros derroteros. Hay que tener presente en esta discusión de hace unos años, finales del siglo xx, las dificultades y vaivenes del llamado nuevo centro del spd en esa época en Alemania, la bipolarización en el seno del socialismo entre tercera vía y la socialdemocracia clásica: divergencias y tensiones que se pusieron de manifiesto en la reunión de la Internacional socialista en París1 y en el encuentro posterior de Florencia2. Tales hechos situaron a la tercera vía como un intento estrictamente socialdemócrata de aproximación al centro. En el otro campo de la confrontación partidaria tal vez el esfuerzo haya sido menos evidente de cara a la opinión pública, pero no por ello menos real. El protagonismo público de los líderes centristas en el Consejo Europeo fue, efectivamente, menos relevante, aunque no así en el Parlamento. En efecto, entre los populares europeos pareció perfilarse la conformación de una opción centrista que agrupó a populares, democristianos y liberales, no solo ya de los países de la Unión sino también de los países europeos que aspiran a integrarse en ella. De todos modos, quiero destacar lo siguiente: detrás del debate doctrinal, detrás de las estrategias de las operaciones políticas y de comunicación, la realidad incontestable es que los gobiernos europeos intentan realizar, en este momento sin, conseguirlo obviamente, políticas centristas, digamos. En este sentido, solo en este, estoy de acuerdo con aquella idea expresada por el director de la London 230

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en el espacio del centro

School of Economics, Anthony Giddens, que entiende la tercera vía como un intento de proporcionar sustento teórico a la experiencia real de los gobiernos democráticos de la Europa occidental3. ¿En qué podrían consistir esas nuevas políticas, esas nuevas aspiraciones de los gobiernos? El espacio de centro responde a unos nuevos métodos, mentalidades y actitudes de hacer política, propios de una época que ve superado el pensamiento encerrado y que, al mismo tiempo que trasciende la tradicional disyuntiva izquierda-derecha, no se reduce a unos meros intentos de equidistancia o componendas: tiene la entidad propia de una tercera posición. Probablemente, aun sin saberlo, algunos de los nuevos movimientos surgidos del descontento y la indignación ante la galopante corrupción que caracteriza el panorama político en muchos países europeos, han arribado al poder a base de usar, con ocasión y sin ella, eslóganes y consignas de inequívoco carácter centrista. La cuestión es si dirigentes que proceden de la izquierda radical serán capaces de asumir los postulados que les han llevado al gobierno y desde allí practicar políticas públicas presididas por el pensamiento abierto, la metodología del entendimiento y la sensibilidad social. El pensamiento compatible que permite hacer realidad, por ejemplo, el mercado solidario. El pensamiento dinámico productor de sinergias, por ejemplo, entre los ámbitos de lo público y lo privado. El centro no es, no debiera ser, aunque muchas veces acaba siendo, una operación de maquillaje político. Tampoco es una transformación mágica e instantánea: no se nueva revista · 156

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han comportado así las ideas que han cambiado profundamente la sociedad. Sin embargo, el viaje del tren que lleva a las posiciones políticas de centro ha comenzado tiempo atrás en gran parte de Europa y en ese proceso se están diseñando unas nuevas interpretaciones de conceptos, que han cumplido su misión y que hasta ahora no tenían discusión. El problema es que la realización concreta de las políticas centristas precisa de unas cualidades en los actores políticos que no abundan en este tiempo a causa de la fuerza que tiene el pensamiento ideológico entre nosotros. En este sentido, perdería el billete y se quedaría en una estación desvencijada quien permanezca en el convencimiento de que estamos ante una estrategia, un cambio de imagen, un compromiso formal. El espacio de centro es estrategia, imagen y compromiso, pero es sobre todo la emergencia de una nueva manera de hacer política, consecuencia de la experiencia de estos dos últimos siglos. La caracterización del espacio de centro hay que explicarla, pero también se necesita receptividad: la aceptación de que es posible avanzar en la modernización de nuestra vida política, el reconocimiento de que es más cómodo mantener viejos prejuicios o atenerse exclusivamente a lo que han sido referencias de toda una vida. Es decir, abrirse a la reforma de conceptos que han caducado porque, nada más, es otra la realidad... y nada menos. Ahora, en Europa, tan inquieta como siempre en su historia y tan capaz de producir las ideas que han desarrollado el progreso en todo el mundo, la primacía de lo tecnoestructural y de la racionalidad económica, reclama nuevas políticas que partan precisamente de las señas de 232

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identidad que han permeado el viejo continente en el pasado llegando a alumbrar nada menos que una nueva civilización. Conceptos desfasados de libertad han desafiado la propia libertad. En efecto, se ha hablado y discutido mucho acerca de la libertad, pero el miedo les llevó a controlarla: unos vieron en el imperativo del mercado, ciego e insolidario, el mecanismo y mantenimiento del control de un tipo de sociedad que les convenía. Otros justificaron el miedo a la libertad en nombre de la justicia instaurando el control de los medios de producción y la lucha de clases, como necesidad histórica irreversible que nos llevaría irremediablemente a la libertad. Algunos basaron esa necesidad histórica en la raza o en la patria para controlar su libertad de hacer un gran imperio. Se está en el espacio de centro cuando la libertad y la solidaridad se identifican: no solamente cuando se ven compatibles, que ya es un paso. No acaba mi libertad donde comienza la del otro. Mi libertad se enriquece, se estimula en los ámbitos donde los demás desarrollan la suya. Apostar por la libertad es apostar por la sociedad, es confiar en el hombre, confiar en la capacidad, en las energías, en la creatividad de los españoles que ha tenido amplia cabida en la historia y no solamente no tiene por qué dejar de tenerla: es un momento histórico para potenciarla. Mantenerse a ultranza en los esquemas simplistas de buenos y malos, de izquierdistas y derechistas, de ideologías cerradas con aplicación universal, es la clave que da explicación a los que entienden el centro como un supuesto pragmatismo tecnocrático, que reduciría su juego nueva revista · 156

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político al que los técnicos que lo ejecuten puedan proporcionar, es decir, más bien escaso e insulso. Desde el centro se defiende la eficacia de la acción política como uno de los valores que deben caracterizarlo. Y la eficacia se sustenta en la eficiencia técnica, el conocimiento, el dominio de los procedimientos, lo que podríamos genéricamente englobar en el concepto de preparación o cualificación profesional. La política reclama hoy equipos con la instrumentación intelectual adecuada para abordar los problemas a los que se enfrentan las sociedades desarrolladas y lo que denominaremos sociedad mundial, en toda su complejidad. Pero una eficiencia que pretenda apoyarse solo en una fundamentación técnica de la actuación política está llamada al fracaso, es radicalmente ineficiente. Y esta consideración está en la entraña misma de lo que denomino políticas de centro, porque al fin y al cabo la consideración de que la solución a los problemas humanos y sociales se alcanza por una vía técnica podríamos calificarla como idea matriz de lo que podríamos denominar «ideología tecnocrática», ideología en el sentido negativo en que puede tomarse esta expresión, como discurso cerrado, reductivo y dogmático, y lo que llamamos ideología tecnocrática lo es por cuanto se asienta en la despersonalización del individuo y la asocialidad de los grupos humanos. La eficacia de la política no se apoya solo —no puede hacerlo— en el rigor técnico de los análisis y sus aplicaciones, aunque este valor deba tomarse siempre en consideración. Pero igualmente necesario es el sentido práctico, muy próximo al realismo, al sentido de la realidad que tam234

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bién desde el centro reclamo. Muchas veces la solución técnica más intachable, la más correctamente elaborada es inviable, o puede incluso ser perjudicial porque los hombres y las mujeres a los que va dirigida no son solo pura racionalidad, ni sujetos pasivos de la acción política, ni entidades inertes, cuya conducta pueda ser preestablecida. Sería suficiente esta consideración para despejar las sospechas de puro pragmatismo del centro a las que algunos han querido dar pábulo. Pero la cosa va mucho más allá. En efecto, si para hacer una valoración adecuada de lo que se denomina centro político es necesario atender a sus presupuestos y a los rasgos que deben caracterizarlo, es igualmente imprescindible fijar la atención en las finalidades de la acción política que propugna, o cuando menos en qué dirección apunta. Y pienso que los objetivos genéricos del centro político pueden expresarse en estos tres elementos: libertad, participación y solidaridad. Quisiera llamar ahora la atención sobre la participación. La participación la entiendo no solo como un objetivo que debe conseguirse: mayores posibilidades de participación de los ciudadanos en la cosa pública, mayores cotas de participación de hecho, libremente asumida, en los asuntos públicos. La participación significa también, en el espacio del centro, un método político. En el futuro inmediato, según la apreciación de muchos y salvando el esquematismo, se dirimirá la vida política entre la convocatoria de la ciudadanía a una participación cada vez más activa y responsable en las cosas de todos y un individualismo escapista que pretenderán un blando conformismo social. El centro no es ya que se incline por la primera de las posibilidades, es que nueva revista · 156

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se encuentra comprometido hasta la médula con semejante planteamiento. Pero entender la participación como método significa que no se puede hacer política auténtica, a la medida de las posibilidades y de las aspiraciones de hoy, si no es llamando a la ciudadanía a la participación, y de hecho posibilitándola, haciendo real el método del entendimiento, entendiéndose con la gente. El método del entendimiento significa el ocaso de una ficción y la denuncia de una abdicación. Supone que la confrontación no es lo sustantivo del procedimiento democrático, ese lugar le corresponde al diálogo. La confrontación es un momento del diálogo, como el consenso, la transacción, el acuerdo, la negociación, el pacto o la refutación. Todos son pasajes, circunstancias, de un fluido que tiene como meta de su discurso el bien social, que es el bien de la gente, de las personas, de los individuos de carne y hueso. A la habilidad, a la perspicacia, a la sabiduría, y a la prudencia política les corresponde la regulación de los ritmos e intensidades de ese proceso, pero queda como coordenada la necesidad de entendimiento —decir, explicar, aclarar, razonar, convencer...—, el carácter irrenunciable de este método, si es que queremos hacer una política de sustancia democrática. No solo por la valoración que se da a los medios técnicos, sino sobre todo por sus objetivos y su método, resulta inaceptable considerar la posición del centro como puro pragmatismo político. Otra cuestión es si quienes dicen estar en el centro resulten creíbles. Quien quiera situarse en el centro debe ganarse a pulso la credibilidad, con 236

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hechos, con actuaciones, con talantes, con capacidad comunicativa y de diálogo, con apertura al interés social e integridad, con moderación y equilibrio, con eficacia en la gestión pública. Por todo ello el espacio de centro es el espacio político por excelencia, porque allí se conjugan no los intereses de unos pocos, ni de muchos, ni siquiera los de la mayoría. El político que quiera situarse en el centro debe atender a los intereses de todos, y en todas sus dimensiones. ¿Es imposible? Sí, si la acción política está maniatada por una concepción previa a la realidad y por lo tanto excluyente de quien no se adapte a esa manera de ver. Pero sí es posible si por «política» entendemos interesarse y trabajar en favor de la paz, de la justicia social, de la libertad de todos, ofreciendo soluciones concretas, al lado de otras soluciones posibles y legítimas, en concurrencia con quienes sostienen lo contrario: hay mucha política que hacer desde las posiciones de centro. A la propuesta del centro político le han acusado muchos de ser una formulación de pensamiento único. Sin entrar en profundidades, consideran que al final todos tendremos que coincidir en esto, todos pensaremos lo mismo, todos tendremos los mismos objetivos y los mismos criterios para conseguirlos. Curiosamente en los ambientes socialdemócratas se acusa de lo mismo a la tercera vía y sin embargo terceras vías hay muchas pues no hay solo una tercera vía que lleve a la socialdemocracia al siglo xxi sino varias. Aquí se percibe la dependencia socialdemócrata de la tercera vía, pero más adelante afirma el mismo autor, y esto sí que es centrismo: los contextos diferentes nueva revista · 156

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requieren respuestas diferentes4. Y en el debate que entre expertos se celebró en El Escorial sobre la tercera vía en el mes de julio de 1999 afirmaba el director de opinión del diario El País de entonces que la tercera vía es un experimento que sale de la socialdemocracia, no de la derecha. Estoy de acuerdo. El espacio de centro es más amplio y abierto. Al centro no se llega desde la derecha ni desde la izquierda se llega desde la libertad solidaria. Con frecuencia se ha identificado la «Tercera vía»5 británica de Blair con el «Centro reformista» de Aznar. La expresión es desafortunada porque reabre un capítulo ya cerrado al encuadrarse en la línea del pensamiento o ideología única6. Además, en un mundo abierto, no hay, no puede haber, solo tres vías; hay muchas más, tantas como argumentos racionales se puedan encontrar para solucionar los problemas reales del hombre y la mujer de nuestro tiempo. Por eso Dahrendorf, con cierta ironía, dice que hay ciento una vías, por poner un número indefinido. Las respuestas a la gran cuestión: ¿cómo podemos crear riqueza y cohesión social en las sociedades libres?, es múltiple. Hay muchos capitalismos, no solo el de Chicago; hay muchas democracias, no solo la de Westminster7. La diversidad es algo consustancial a la realidad, es algo básico en un mundo que ha abandonado la necesidad de sistemas cerrados y globales8. Por otra parte, la crítica más demoledora, y me parece que más atinada, que se puede hacer a la tercera vía viene también del discurso del profesor Dahrendorf. Para él, hay un término que así no se utiliza en los desarrollos teóricos de la tercera vía: libertad. Es ciertamente sorprendente 238

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porque es el gran desafío, la gran conquista diaria que apasiona y colorea la vida de los hombres. Sí, como reconoce Dahrendorf, se habla mucho de la fraternidad, se prescinde de la igualdad como objetivo y se sustituye por la integración social y más recientemente por la justicia9. La libertad se sitúa, entre los valedores de la tercera vía, entre los valores eternos, pero parece que no tiene sitio entre los valores del momento. Para Dahrendorf, esto no es accidental porque la tercera vía no trata de sociedades abiertas ni de libertad. Hay, de hecho, una curiosa veta autoritaria en ella10. Por sorprendente que parezca, es difícil encontrar en los libros, artículos y ensayos de los teóricos de la tercera vía que he tenido ocasión de leer, apelaciones o referencias, con suficiente claridad, a la libertad entendida como la aprobación de la vitalidad inherente a las legítimas expectativas y reivindicaciones de las personas en sociedad. Todo lo contrario, como veremos a continuación. En este punto estoy de acuerdo con Dahrendorf cuando afirma que con la «segunda oleada de democratización de lo que habla Giddens parece encontrarse un terreno abonado para la elevación de la cúpula tecnoestructural al altar de la pureza democrática». Además, el documento Blair-Schröeder, por si fuera poco, contiene esta inquietante afirmación: «El Estado no debería remar, sino dirigir». En verdad resulta chocante que en pleno tránsito de siglo se pueda leer algo parecido. A ver si va a resultar que la tercera vía es la vía para la consolidación de un tecnosistema de cuño burocrático dedicado a llevar el timón de la nave social. También estoy de acuerdo con el profesor Dahrendorf cuando llama la atención sobre la época presente, en la nueva revista · 156

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que, por sorprendente que parezca, hay tantas tentaciones totalitarias; en la que, a veces, la internacionalización de las decisiones y de las actividades significa casi invariablemente una pérdida de democracia11. Es verdad que las decisiones de numerosos organismos internacionales, como del escenario privado de las transacciones financieras mundiales, adolece de la falta de auténticos controles democráticos. Dahrendorf dice que este panorama no es el que está detrás de la tercera vía12. Solo faltaría. Lo que sí sorprende es el curioso silencio sobre la libertad, el valor fundamental de una vida decente. Por eso, en mi opinión, el centro político no se reduce a la tercera vía. Me parece que se enmarca en un nuevo proyecto político que se residencia más en la libertad que en la integración y en la cohesión social. En otras palabras, la libertad solidaria que postulo implica la consideración de este vector sustancial que se realiza en la sociedad y en el entramado de la solidaridad y la cohesión social. Entonces, es más atinado y adecuado hablar, si se quiere, de terceras vías desde un enfoque metodológico asistemático que parte del humanismo cívico y su corolario, el liberalismo político. En cualquier caso, es interesante registrar que un fino pensador como es Dahrendorf haya escrito que en la tercera vía hay «una curiosa veta autoritaria»13. En buena medida, me parece que la tercera vía, al menos así lo ha señalado Dahrendorf, si trata de configurar un nuevo sistema ideológico puede que tenga poco éxito. De alguna forma, la crisis de las ideologías como sistemas 240

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que pretenden explicar y solucionar, a base de recetas, el complejo y proceloso ámbito de la realidad, es hoy un hecho cierto. Otra cosa es el espacio de centro que, por encima de otras consideraciones, coloca en la piedra angular —en el centro— de su teoría y de su praxis a la persona. La tercera vía tiene, sin embargo, de positivo que ha acercado a la realidad a aquellos partidos de izquierda que, frecuentemente, vivían en el limbo de las utopías y en una metodología de confrontación casi permanente. Hoy, el nuevo laborismo o la nueva socialdemocracia alemana, por ejemplo, intentan encajar la economía de mercado en un contexto de intervención pública para hacer posible uno de los eslóganes que más repiten los apóstoles de la tercera vía: la cabeza en la derecha, pero el corazón a la izquierda. Para Giddens, hay cinco «dilemas» que justifican la necesidad de amplitud de miras por parte de los nuevos gobernantes europeos de izquierdas. A saber: la globalización está cambiando el viejo concepto de nacionalidad, gobierno y soberanía; existe un nuevo individualismo que no es necesariamente egoísta, y que exige una intervención mucho más discreta del poder en favor de los desfavorecidos por el sistema; existe una categoría de problemas —ecología, Europa...— para los que ya resulta anacrónica la vieja dualidad izquierda-derecha; algunas áreas de acción corresponden exclusivamente al gobierno —defensa, legislación— aunque con tendencia al protagonismo de los grupos de presión y de la sociedad misma; y, finalmente, debe tenerse bien presente que no es necesario exagerar los problemas medioambientales porque, entre otras cosas, hasta los científicos disienten en torno a su gravedad. nueva revista · 156

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Desde otro punto de vista, no deja de llamar la atención, en el ámbito de las funciones del Estado, las orientaciones concretas de la tercera vía se dirigen a replantear el llamado Estado del bienestar para que los grandes objetivos políticos como pueden ser el empleo y la educación se puedan encauzar contando con las energías sociales y desde un plano de complementariedad. A la vez, se revisan continuamente las ayudas públicas y subsidios porque en lugar de fomentar la inactividad, lo lógico es impulsar las capacidades de los ciudadanos. ¡Si los viejos socialistas levantaran la cabeza! Llaman la atención, y no poco, las constantes apelaciones, por ejemplo de Blair, a la necesidad de recuperar valores cívicos y personales que antes se relacionaban con la derecha política, como la protección de la familia y de la juventud, o la existencia de deberes paternos y ciudadanos. Lo más importante de este planteamiento es que, en este campo, parece que ya son pocos los que se empeñan en subrayar el carácter ideológico de las ayudas a las familias o de la promoción de la juventud, por ejemplo. Además, ¿qué queda de las políticas nacionalizadoras de antaño cuándo los partidarios de la tercera vía retoman la antorcha privatizadora de Thatcher o Kohl y se aplican a ella todavía con más intensidad?, ¿qué queda de la sumisión a los sindicatos, de la lucha de clases, del pacifismo vertical o de la repulsa al capitalismo? Al igual que el Derecho debe partir de la vida misma, la Política debe tener presente que la praxis va por delante de la teoría y la condiciona. Es decir, la realidad es un dato fundamental para el ejercicio de la política. Sí, pero no 242

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es menos cierto que la pura acción necesita permanentemente de la referencia de los derechos humanos y la dignidad de la persona, como elementos de situación para saber hacia dónde vamos. Es cierto que la tercera vía se organiza desde la izquierda. Giddens insiste en el concepto del centro izquierda como referencia política y subraya en varias ocasiones que la «Third way» es una superación de la socialdemocracia y del neoliberalismo, de la derecha y de la izquierda. Sí, es posible, aunque, hasta donde llego, una superación realmente no se puede producir en tanto en cuanto se mantengan las referencias. Es decir, ¿es la tercera vía un guiño político para mantener rentas electorales y espacios de influencia?14. Interesantes resultan las reflexiones de Giddens sobre la moderación porque es fundamental respetar la realidad, relativizar las ideologías y operar con prudencia evitando terapias de choque y opciones radicales15. En este sentido, me gustaría señalar que la moderación, en contra de lo que pudiera pensarse, se asienta sobre convicciones firmes, como pueden ser el respecto a la identidad y autonomía de cada actor social o político, en el pluralismo y, por supuesto, en la dignidad de la persona y los derechos humanos. Sin embargo, el concepto de centro que maneja el sociólogo británico es confuso. Por una parte se habla de centro izquierda solo. Pero es que, además, se desliza sutilmente un concepto instrumental de centro. Por ejemplo, cuando afirma que se utiliza el centro como «medio para iniciar políticas radicales». Otras limitaciones en el escrito del antiguo director de la London School of Economics se circunscriben al uso de canueva revista · 156

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tegorías obsoletas referidas al éxito social o económico16 o a la parcialidad en la interpretación de la tercera vía en relación con el intento de repensar positivamente los cambios que se están produciendo en todo el mundo y de defender, por lo menos, algunos aspectos de algunos valores tradicionales de la izquierda en medio de transformaciones extraordinarias e imprevisibles. En esta dirección, puede existir, me parece, una conexión estratégica y sentimental con la izquierda cuando señala que la división entre derechas e izquierdas no se eliminará ya que la izquierda plantea un tipo de política todavía importante en lo «que se refiere al papel del Estado en la superación de las desigualdades, en la radicalización de la democracia y en la política emancipadora». Se utilizan conceptos políticos antiguos, periclitados, cuando se plantea que el político debe guiar a la gente a través de las grandes revoluciones: globalización, tecnología de la información e igualdad de sexos. ¿Es realmente la función del político, podríamos preguntarnos, la de guía? ¿No sería, más bien, la función moderna del político la de definidor o realizador de la síntesis de los intereses sociales? Posiblemente, Anthony Giddens diferencia entre ética y política al apuntar que esa función de guía del político no se extiende a los valores, en la medida en que la nueva política debe permitir a la gente dirigir sus propias vidas en lo que se refiere, es obvio, a los valores. Sin embargo, en este punto se me antoja una pregunta obvia, ¿no es contradictorio pretender guiar a la gente en los procesos de transformación de la sociedad y no en los valores? En lo que se refiere a la libertad personal o individual, me parece que no se acaba de establecer con claridad la 244

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diferencia que se pretende subrayar respecto a la idea liberal de libertad. En mi opinión, se insiste demasiado en la autodeterminación, autoactualización, autorrealización... Es verdad que, simplificando, todos los «auto» hacen referencia a valores liberales. Ciertamente, si algo positivo tiene la emergencia de la llamada tercera vía, es que se producen nuevos contextos de pensamiento compatible, dinámico, sintético y complementario Lo realmente decisivo, me parece, es no dejarse cautivar por generalidades y apostar claramente, y sin subterfugios, por políticas reales de compromiso con las personas, especialmente con las más desfavorecidas. De ahí que esa modernización reflexiva que se traduce en una mundialización y la des-tradicionalización, debe servir a un nuevo florecimiento, si cabe radical, de los valores humanos desde ambientes de equilibrio, moderación y reformismo. La tradición, que en sí misma tiene la importancia que tiene en la medida en que es imposible liquidarla, es un dato que se debe tener presente para las necesarias reformas de la realidad social. Ignorarla es absurdo. Otra cosa es constatar su insuficiencia y proponer nuevos modelos. Por eso, me parece que si algo propicia esa modernización reflexiva es la colocación en el centro de la construcción de las nuevas políticas de la dignidad de la persona humana. Además, me parece que, siendo muy positivo el acercamiento de la tercera vía al pensamiento compatible con el liberalismo, lo decisivo, sin embargo, no es tanto la combinación «lib-lab» como el compromiso real con los problemas reales de las personas en un contexto de metodología nueva revista · 156

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del entendimiento, mentalidad abierta y sensibilidad social ¿Desde cuándo, por ejemplo, el liberalismo es patrimonio del centro-izquierda? Lo de menos es la etiqueta. Es más, cuando se incide tanto en la etiqueta puede ser que todavía esté presente algún que otro prejuicio. Pero no es solo que el modelo lib-lab sea una combinación de dos modelos que ya no funcionan, sino que lo más grave no está en más lib o más lab o, en menos lib y menos lab o cualquiera de las mezclas que se quiera. No, la clave me parece que se encuentra en despejar ese espeso follaje tecnoestructural que nos invade y promover la libertad de las personas como motor de un nuevo mundo. En nuestro tiempo, la creatividad es una exigencia de todas las tareas profesionales. La sociedad ya no es tampoco, como recuerda Alejandro Llano, una pirámide de poderes estratificados ni una gran plaza de mercado. La economía globalizada se puede convertir en una técnica social para la generación de injusticia si pierde su naturaleza instrumental y el ambiente multicultural en el que se desenvuelven las transacciones. La sociedad parece que se configura como una reticularidad compleja, en la que es preciso tomar continuamente decisiones e inventar soluciones a problemas que se presentan por primera vez. La tercera vía de la que tratamos en estas líneas parece que no se ha enterado que el protagonismo ya no es de los sistemas o de las estructuras, ni de fórmulas de más o menos mercado o más o menos Estado17. Hoy es imprescindible promocionar una nueva ciudadanía consciente de que el poder real va perdiendo su naturaleza vertical para constituirse a través de la libertad articulada de los ciudadanos. 246

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Se trata de un planteamiento con más capacidad de mirar con sentido de compromiso a las personas, y sobre todo, a las que más sufren. De un tiempo a esta parte, es bien frecuente encontrarse, para resolver grandes problemas, con la atractiva apelación a un tertium genus que actúa a modo de panacea universal18. Vaya por adelantado que la metodología de la tercera vía me parece propia de posicionamientos estáticos y rígidos que, precisamente, se intentan superar. Por tanto, ¿por qué una sola tercera vía?; más bien, tantas vías cuantas surjan de la capacidad creadora de la libertad. Es muy tentador desnaturalizar el mercado con intervención pública o liberar el Estado con un poco de mercado. Es una posibilidad. Sí. Pero me parece que está en las antípodas del pensamiento y fijar la mirada en la realidad y en los hombres, en las personas concretas. Entonces, la tarea es dinámica, abierta, compleja, pero atractiva y apasionante por la sencilla razón de que incorpora la razón humanitaria. La pretensión salvadora de la tercera vía encuentra su punto débil al intentar colocarse como única solución. Por eso, hemos de saludar con esperanza las nuevas ideas que hoy emergen de lo más granado y auténtico de la sociedad. Se trata de aportaciones novedosas que parten de la persona humana como centro de la realidad y como foco iluminador de los problemas que todavía azotan a nuestro mundo. Es conocido que, pese a lo escrito, disiento de la construcción de la tercera vía como sistema. No hay una sola tercera vía, repito, hay muchas terceras vías19. Una de ellas nueva revista · 156

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me parece que es el espacio político del centro. Pero de un centro en el que no se entra ni desde la izquierda ni desde la derecha. Se entra y se permanece desde esa posición de tensión y equilibrio permanente que es la libertad. La tercera vía me parece que es una operación para modernizar la socialdemocracia20. Y, si se quiere, mantener la tensión de la izquierda en un momento de zozobra. La pregunta, sin embargo, es si los partidarios de la tercera vía no estarán asumiendo demasiado rápido y con gran devoción los postulados del liberalismo, y viceversa. Y, sobre todo, si hoy los nuevos movimientos serán capaces de girar hacia el centro tras los guiños realizados desde este espacio político, nunca mejor escrito, a diestra y siniestra.  NOTAS

Vid. L. Jospin, «La inútil ‘tercera vía’ de Tony Blair», El País, 22-XI-1999, p. 17,

1

donde critica abiertamente las tesis de Blair mostrándose a favor de los valores clásicos del socialismo. Vid. «Sobre las cinco vías del reformismo del siglo XXI», La Vanguardia, 22-XI-

2

1999, pp. 3 y ss. En especial, vid. D. Valcárcel, «Socialdemócratas en Florencia», ABC, 27-XI-1999, p. 3. Vid. A. Touraine, «Un acierto publicitario», El País, 20-VII-1999, p. 20.

3

Por ejemplo, vid. el interesante artículo de R. Lagos, «Hacia una tercera vía

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latinoamericana», El País, 19-VII-1999, p. 11. Vid. R. Arias Calderón, «¿Es nueva la tercera vía?», La Gaceta de los Negocios,

5

22-1-1999, p.9. R. Dahrendorf, «La tercera vía», El País, 11-VII-1999, p. 7.

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Ibídem. Vid. en este sentido el artículo de A. Muñoz Alonso, «La tercera vía», ABC, 28-IX-1998, p. 17. 15 Son interesantes algunas entrevistas concedidas por A. Giddens: Vid. La Vanguardia, 22-VII-1999, p. 42; El País, 23-VII-1999, p. 8; El Mundo, 29-XI-1998, p. 6; La Gaceta de los Negocios, 5-XII-1998, p. 21. 16 Vid. M. Friedman, «No hay una tercera vía al mercado», El País, 10-VII-1999, p. 4. 17 Más críticas a la tercera vía: Temas para el Debate, nº 56, 1999, pp. 5 y ss. y pp. 57 y ss. 18 Vid. J. Barea, «La tercera vía», La Razón, 24-XII-1998, p. 47. 19 Vid. W. Merkel, «Las terceras vías de la socialdemocracia en el 2000», El País, 20-VII-2000, p. 12, o J. Estefanía, «Después del liberalismo», El País, 11-VI1999, p. 21. 20 Vid. F. Ovejero Lucas, «La tercera vía: ¿hay alguien ahí?», El País, 19-X-1998, p. 16, y F. Vallespín, «Socialismo posideológico», El País, 20-VII-1999, p. 20. 13 14

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Casi al final de los artículos propiamente dichos viene esta colaboración, como si de un consejo recordatorio dirigido a las crónicas anteriores se tratara. Los autores habían trazado un cuadro de las fuerzas políticas adversarias o partidarias del liberalismo moderado en los tres mayores países europeos, Francia, Inglaterra y Alemania.

La imposibilidad de constituir una teoría política de carácter liberal-conservador no es casual. Es sintomático a este respecto que la defensa del conservadurismo liberal por parte de uno de los pensadores más importantes del siglo xx, Michael Oakeshott, reivindicara más la actitud conservadora que su ideología. Pero si el liberalismo conservador quiere ser una alternativa en las sociedades del siglo xxi tiene que recuperar de nuevo sus valores y principios originarios. Porque, en realidad, la supuesta incompetencia del pensamiento conservador por articular de un modo sistemático un conjunto de axiomas —y su falta de habilidad para concluir de ellos una visión completa del mundo— 250

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debe ser considerada una de sus principales y más irrenunciables señas de identidad. No es, por tanto, tampoco accidental que el propio Richard Nisbet tuviera dificultades para presentar la coherencia de un pensamiento político que es tan heterogéneo como plural, tan antiguo como moderno. De hecho, uno puede preguntarse qué comparten esos pensadores que el propio Nisbet cataloga como conservadores, más allá de unos principios generales como la propiedad, la libertad o la tradición, por ejemplo. Ahora bien, una lectura atenta descubre que Oakeshott tenía razón: la preocupación desde Burke hasta él mismo no parece centrarse en la defensa de ciertas categorías intelectuales, sino en la mirada sobre los condicionantes que imposibilitan una verdadera convivencia social. Y, desde esta perspectiva, no se puede negar que el conservadurismo defiende, antes que nada, un entramado moral o unos valores que se refieren tanto a la tradición como a la clara percepción de que, con ellos, la convivencia resulta más armónica y las instituciones más humanas. Pero si el conservadurismo ha tenido un enemigo, este, a decir verdad, trasciende las habituales distinciones políticas. Es más contra la teoría política que se escoraba preocupantemente hacia el racionalismo y que olvidaba la relevancia de la racionalidad práctica, de la prudencia, en la gestión de los asuntos comunes, la bestia negra de esos pensadores encuadrados tradicionalmente en la nómina conservadora. Como supo ver Oakeshott, el conservadurismo propone una política de la moderación que hoy, en el contexto nueva revista · 156

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de la exacerbación de las identidades partidistas, no podemos considerar superflua. Por el contrario, uno estaría tentado de afirmar que es más necesaria que nunca. Para el pensador británico, «gobernar es una actividad limitada y específica que se refiere a la provisión y salvaguardia de reglas generales de conducta, entendidas estas, no como imposiciones de actividades sustantivas, sino como instrumentos que permiten a cada cual desarrollar, con la menor frustración, las actividades de su propia elección». U N C O N S E R VA D U R I S M O S I N E S P A C I O

Así las cosas, no debería ser preocupante tampoco el de­ sinterés mostrado por la teoría política actual hacia el conservadurismo, pues la misión de este no es, por seguir a los clásicos, ofrecer un sistema de ideas elaborado ex ante y adaptar a él la irreductible complejidad de nuestra vida colectiva. Más bien, a diferencia de las últimas teorías de la justicia, el pensamiento conservador busca ofrecer una mirada real, transitoria, más razonable que racional, que armonice los intereses muchas veces contrapuestos, pero sobre todo que renuncie a funcionalizar y absolutizar soluciones de laboratorio como modo de solventar las múltiples contigencias sociales. Esa insistencia en el realismo, y la convicción de que en ocasiones la racionalización puede producir efectos paradójicos, es precisamente la que rebaja las expectativas teóricas del conservadurismo, pero, desde otra óptica, es también su logro más reputado. Al mismo tiempo permite tomar conciencia de sus virtualidades en la actualidad, ya que el desgaste de las instituciones, el desprestigio de la 252

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clase dirigente y de la política en general puede ser debido no solo a las negativas eventualidades de la crisis económica, sino también al hartazgo de un ciudadano que ha confiado demasiado en las promesas de una teoría política proclive a la utopía. Aunque sería prolijo discutir la genealogía conservadora, la reivindicación del sentido común y de la prudencia, incluso en línea con el pensamiento anglosajón, heredero de la incierta calculabilidad con que la filosofía clásica se enfrentaba al estudio de los asuntos humanos, debe ser hoy considerada como el principal caudal del pensamiento conservador, junto con su intención moralizadora. Puede que en el corto plazo la tendencia antiutópica del conservadurismo refrene, en una medida considerable, el atractivo electoral de sus propuestas. Puede también que sea poco eficaz en la tarea de arañar votos en el nuevo escenario de la sociedad del espectáculo, pero lo cierto es que, en un horizonte más amplio, es la única garantía para mantener tanto la identidad como el encanto de la actitud conservadora. UN CONTEXTO SOCIAL HOSTIL

Si la desconfianza en la capacidad de la razón humana por ofrecer soluciones universales y definitivas fuera la característica más importante del conservadurismo, como aquí se sostiene, también Hayek podría ser calificado de conservador. Sus propuestas filosóficas a veces se antojan demasiado modernas —y, estrictamente hablando, hay un discutible legado ilustrado en su modelo antropológico— pero pervive en él aquella sensibilidad prudencial de la nueva revista · 156

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que hablamos. Su teoría del orden espontáneo es también una aguda denuncia de la perversa irracionalidad de ese racionalismo que no solo propone determinar el origen de la sociedad, sino que tiene la audacia de identificar cuáles han de ser sus fines indiscutibles. Desconfianza en la razón y en el hombre, limitación del poder político, separación de poderes, propiedad, mercado, libertad individual, importancia de los valores y la religión, la familia y las instituciones intermedias... Estos son algunos elementos que están presentes en la visión conservadora. Pero desde un punto de vista teórico, lo más interesante —y lo que los representantes de otras opciones políticas no le perdonarán nunca al conservadurismo— es su defensa del orden espontáneo que, estrictamente hablando, tiene menos que ver con su proclividad hacia el mercado —y de la famosa mano invisible de Adam Smith— que con el pluralismo ordenado al que conduce su férrea convicción del carácter irreductiblemente libre y moral del individuo. Además, hay que indicar que tanto en esa variante radicalizada del liberalismo clásico que es el anarcocapitalismo de Rothbard, por ejemplo, como en el individuo de Nozik, hay menos individualismo del que se encuentra, en un examen atento, en otros movimientos políticos de derecha o izquierda. Y menos también del que han heredado, casi inopinadamente, las teorías liberales constructivistas, el republicanismo y la teoría política discursiva, por referirme a las grandes líneas de pensamiento canónicas. Pues el individualismo, que es un fenómeno que nace con la sociedad moderna y que perfila la primacía del individuo, vacía el yo, lo convierte en un ente abstracto que ne254

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cesita ser configurado política y socialmente. Hay, así, una línea de continuidad entre el individualismo moderno y todo colectivismo. LAS ÚLTIMAS TRANSFORMACIONES SOCIALES

Con independencia de estas disquisiciones teóricas, no hay duda de que está generalizada la impresión de que los cambios sociales y económicos están socavando el contexto institucional y social del conservadurismo. Es como si la sociedad hubiera perdido aquellos rasgos que, al menos para los siglos xix y xx, todavía hacían seductoras sus propuestas para gran parte de la población. Los cambios han alejado a los partidos conservadores de su base social, a juzgar por las transformaciones de los modos de vida y las actitudes, y parecería que es ya un mensaje marginal, condenado a desaparecer. Se dice que, como movimiento político, el conservadurismo está quedando obsoleto. Pero en realidad lo que está desapareciendo es, cabalmente, lo que Nisbet llama en su clásico estudio su sustrato prepolítico. Los estudios muestran que cada vez son menos los jóvenes que se identifican con esta línea política; pero incluso los que se declaran conservadores, lo hacen sin ser conscientes o sin compartir sus valores tradicionales. Así, por ejemplo, cada vez son menos los que otorgan importancia a instituciones como la familia y optan por otros modelos de convivencia alternativos; se valora menos la propiedad privada; hay actitudes más tolerantes con respecto a las drogas o la pornografía y, como ha ocurrido entre los jóvenes republicanos de Estados Unidos, están igualándose los partidarios pro-life y los pro-choice. nueva revista · 156

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¿Exige esto una modernización del mensaje conservador, un cambio de sus valores para adaptarse a las nuevas inquietudes sociales? ¿Tiene que renunciar a su tradición clásica y a sus valores para atraer y convertirse en alternativa de gobierno? A mi juicio, lo que muestran estos estudios es que las condiciones sociales han cambiado y, con independencia de que también la errónea estrategia conservadora, centrada en lo económico, ha contribuido a la generalización de estas nuevas actitudes, la verdad es que la renuncia a sus fundamentos originarios, que parece estar produciéndose paulatinamente, depararía el fin o conclusión del movimiento conservador. ¿Qué conservadurismo es aquel que ha renunciado a su propia conservación? ¿Se puede llamar conservador a un movimiento que pierde aquel espíritu con el que nació? U N C O N S E R VA D U R I S M O P O S M O D E R N O

Pero ¿cuál es la causa de que se perciba esa vertiginosa obsolescencia del conservadurismo? Las formas de vida alentadas por una cultura social posmoderna son hostiles no solo al conservadurismo, sino también a todo aquel mensaje político que resista a la fragmentación, a la volubilidad e inconsistencia que se promueve desde el ámbito sociocultural. El cortocircuito entre las ideologías políticas y su base social no es solo un elemento que lastra el discurso conservador, sino que también ha debilitado otras opciones políticas, incluso las de la izquierda. Es dudoso, pues, que pueda existir o crearse un movimiento conservador posmoderno, a no ser que se conserve el nombre para lo que ya no es propiamente conservador. 256

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No es exagerado prever que las posibles concesiones ideológicas que el conservador haga como guiño electoral vaciarán la coherencia de su narrativa política y, a largo plazo, solo provocarán su marginalización de la esfera pública y un mayor desapego social. Por eso, la batalla política del movimiento conservador ahora ya no se juega en el parlamento o en las contiendas electorales, sino en otras esferas más alejadas del poder, como el ámbito social y el privado, en las que verdaderamente se decide su existencia futura. La distinción, ya consolidada, entre espacio privado y espacio público es posiblemente lo que ha tenido efectos más disolventes y perjudiciales en la identidad conservadora. Y gran culpa de ello parte de la espuria comprensión del individuo que ha apoyado un conservadurismo liberal poco homogéneo intelectualmente, que no ha sabido articular influencias clásicas, humanistas e ilustradas y que, a la postre, a veces ha resultado contradictorio. El conservadurismo se contagió, pace Burke, de algunos dogmas ilustrados y esta mezcla no fue inocua. EL RESCATE MORAL DEL INDIVIDUO

Ideológicamente, pues, el conservadurismo se ha cosificado, petrificado; ha perdido su aguijón personal, su atractivo moral, y lanza un mensaje hostil en unos entornos líquidos, fluctuantes, donde las ideologías más prolíficas se han transformado en mensajes sugerentes, vacíos, más atentos a la impostura y a la fugacidad de la moda que a la coherencia intelectual. Para hacer frente a un entorno electoral tan encrespado y desfavorable, muchos partidos conservadores han decidido abdicar de las luchas ideológicas clásinueva revista · 156

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cas —que insistían en la moralidad y en los principios— y proponer soluciones técnicas y económicas con el fin de reocupar un puesto de importancia en el espectro político. Pero los argumentos y las promesas sobre la mejora de las condiciones de vida, las respuestas para granjearse apoyos electorales y el olvido de sus motivos fundacionales para ampliar su base social le pueden deparar una victoria tan pírrica que no tenga más destino que desaparecer en una mezcolanza ideológica y emocional que deje de lo conservador solo la etiqueta, mientras justo lo importante, o sea, las actitudes se hacen más anticonservadoras. ¿Puede regenerarse hoy una opción política conservadora? Solo podrá hacerlo detectando dónde se encuentran sus condiciones posibilitadoras. Así, el rearme de la actitud conservadora, de la que hablaba Oakeshott, tiene que batallar primeramente frente a la paulatina privatización del discurso político-moral que parecer imponer la posmodernidad. Pues la distinción entre una esfera pública, vaciada de la heterogeneidad individual y comunitaria y conformada por la uniformidad social de lo políticamente correcto, y un ámbito privado, en el que solo rigen concepciones de bien supuestamente arbitrarias, es, como indicábamos, lo que ha provocado la reclusión del mensaje conservador. Si quiere mantenerse vivo, entonces el conservadurismo no tiene que renunciar a defender los valores que le han caracterizado, pero tampoco volver su rostro frente a unos problemas sociales que tienen la capacidad y la responsabilidad de responder. En definitiva, debe asumir de nuevo sus formulaciones morales y políticas y no mo258

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dificarlas por presión de lo social, sino conquistarlo enriqueciendo el debate público, menos polarizado de lo que parece. El objetivo del conservadurismo no puede ser imponerse a fuerza de eficiencia económica; debe recuperar la dimensión pública de su mensaje, de sus valores y conducirlos desde la privacidad hasta la arena mediática. Para ello es indispensable que apueste por ampliar los márgenes de actuación de los individuos, y que se muestre convicente en la defensa de los valores propiamente humanos y comunitarios, decidiéndose a contrastar y denunciar esa sutil ideología, pero poderosamente dogmática, que representa la posmodernidad. 

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EPÍLOGO

UNA REVISTA NECESARIA, QUE NOS HACE MÁS LIBERALES Emilio del Río

Celebro con todos vosotros los años que cumple nuestra revista y la buena idea de convocar un seminario aquí, en la santanderina península de la Magdalena, que nos renueve la inspirada impronta liberal, la que Antonio Fontán quiso para su revista de «política, cultura y arte». La Nueva Revista es una empresa necesaria a todas luces, si cabe más pertinente después del 2015 que en otro año inaugural de tantas novedades españolas e internacionales como lo fue 1990. Solo por los desvelos de Carlos Aragonés y Miguel Ángel Garrido, fructificados merced a la eficacia milenaria de Pilar Soldevilla, me honro con oficiar en la clausura de este curso nuestro, donde figura una nómina potente de los colaboradores de Nueva Revista cuyos méritos estaría de sobra ilustrar por mi parte en este momento. 260

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una revista necesaria, que nos hace más liberales 25 AÑOS PROMOVIENDO UNA CULTURA MÁS LIBERAL

Del mismo modo que sucede con el carácter poliédrico de la noción de «liberalismo», la extracción intelectual de los intervinientes ha dado lugar a una pluralidad de visiones del mismo: la periodística, la académica, la económica, la jurídica, la filosófica. Todas ellas nos proporcionan elementos de juicio para el debate público, político, electoral, institucional, que se avecina con el giro del presente año. Se trata de dar ideas para la acción política, como ha procurado siempre Nueva Revista y logrado por veinticinco años. Por lo demás, permítanme una no muy pudorosa confesión: hoy experimento una especial e íntima emoción, puesto que, una vez más, me encuentro con mi maestro don Antonio Fontán, alma mater de la publicación. De su mano y a su lado formé parte del consejo editorial de la revista, junto con esos amigos del mundo universitario y público, otros siéndolo de la república de las letras y los trabajos científicos, una impresionante nómina para mí, orgulloso de compartir entre ellos un consejo de altura consonante con el liberalismo, tal y como lo deseamos vigente en una civilización, la nuestra, de molde grecolatino e inspiración cristiana. En los años de la Nueva Revista esta ha valido de referente para esa corriente liberal en nuestro país, entendida como esa filosofía política de la libertad, al servicio de una política para la libertad, como José María Lassalle apuntaba al comienzo de este seminario. Una política para la libertad que combina la propiedad, la tolerancia y la dignidad, en un juego libre para el cual existe un bien público a definir y donde la ley guarda esa misma libertad. Como nueva revista · 156

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señalaba Cicerón en Pro Cluentio: «Legum servi sumus ut liberi ese possimus». LIBERALISMO EN EL ORIGEN Y FORTUNA DE NUESTRA D E M O C R A C I A ( Y E L PA P E L D E A N T O N I O F O N T Á N )

A la manera cervantina, la libertad debe ser considerada, y lo es, un bien precioso, un bien del que disfruta España desde el momento crucial para nuestro país de la transición a la democracia. La historia de la etapa fundamental de nuestra aún reciente democracia no se entiende bien sino en la perspectiva liberal (y ahí Nueva Revista ha tenido algo que ver). Evitemos el pesimismo y tengamos presente que desde 1975 España ha hecho suya la cultura de la libertad. La libertad es no solo el derecho concedido sino también el poder dado al hombre, tal y como decía Blanc, para «ejercitar, desarrollar sus facultades, bajo el imperio de la justicia y bajo la salvaguarda de la ley», y ello sin lugar a dudas lo hemos hecho nuestro. De hecho, podemos retrotraernos a las medidas palabras que pronunció el entonces proclamado rey, don Juan Carlos, ante las Cortes. En su discurso, el Rey habló de «reforma», de «ampliar la participación» y, no por último, de «concordia nacional». En la nueva época que abría para España, el pasado de conflicto y exclusión perdía el cetro, pasaba a ser lección de historia. Son palabras que marcaban el paso a una democracia, y que hasta entonces no eran queridas. Entresaco un fragmento de esa alocución determinante: «La patria es una empresa colectiva que a todos compete, su fortaleza y su grandeza deben apoyarse por ello en la voluntad manifiesta de cuantos la integramos». El Rey indicaba a todos, que 262

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la participación popular, como ejercicio de la libertad en común era el valor prevalente, por encima de otras ideas. Estrechamente vinculado a lo que acabo de señalar es preciso que haga una breve referencia a nuestra Constitución. La Constitución continúa lo mejor de la historia liberal y constitucional del xix, e incorpora aportaciones del constitucionalismo más avanzado de mediados del siglo xx, es una obra que reúne la doctrina disponible a la altura de 1978, son caminos francos pensados para unir voluntades. En la superación de aquellos desencuentros históricos de los españoles, las dos Españas se reconciliaron en una, se zanjó el problema religioso y se asentaron las bases de la concertación social, y, no por último, la forma territorial del Estado. La «España oficial» se desenvolvía con la legitimidad que le faltaba en las organizaciones internacionales y de ahí rebrota la vocación americana tras su laboriosa incorporación a la Comunidad Económica Europea. Izquierda y derecha supieron desprenderse de sus máximas ideológicas que dificultaban la reconciliación. Los españoles realizaron un esfuerzo de generosidad, saludado por el mundo con no disimulada admiración. Hoy, tan solo una generación después, tenemos un gran país y grandes cosas que llevar a cabo, si mantenemos ese espíritu fundacional adentro de España y ante una sociedad internacional más exigente y competitiva que la de entonces. Más que la sombra y tentación de los populismos, por encima de la escasez económica de la que vamos saliendo, mi experiencia me dicta que padecemos la falta crónica de un buen sistema educativo y un exceso de órdenueva revista · 156

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nes legislativas, siento la falta de un mayor espíritu liberal, un regreso a los comienzos de nuestro sistema de 1978. Es el romano Tácito, el historiador, quien nos aconseja: «plurimae leges pessima republica». Precisamente cuando Nueva Revista cumplía una mayoría de dieciocho años, Antonio Fontán escribe, bajo el título «La España que nos queda», unas precisas apreciaciones con respecto a la Constitución que vale proclamar en esta hora: «La unidad nacional es más necesaria que cuando se aprobó la Constitución, España necesita recobrar el espíritu de la transición. La memoria histórica de la que tanto se ha hablado y hasta se han hecho leyes, además de un oxímoron, es querer llevar a una nación mirando hacia atrás, cuando la misma conciencia del pasado debería ser un estímulo para caminar hacia delante en un contexto mundial que tiene bastante poco que ver con el de los primeros años del siglo anterior». Por si no quedáis del todo persuadidos por el periodista, valga el Antonio Fontán presidente del Senado, definitivamente. Cuando baja a la tribuna de oradores en defensa de la Constitución, no puedo evitar traer aquí palabras que me resultan particularmente emotivas: «Hay un texto, desconocido probablemente para muchos señores senadores, que a otros, por razones profesionales, nos resulta familiar. Es de un viejo poeta romano que vivió hace más de veintidós siglos, que dice que la concordia es un don que ofrecen a los hombres los dioses. Y hay otro de estos autores latinos, que a mí me son particularmente familiares y a los que suelo acudir como fuente de sabiduría, que dice que el consenso generalizado es la voz de la naturaleza». 264

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La proclamación constitucional en cuya virtud se transfiere el protagonismo final a la sociedad civil, implica que el constituyente opta consciente por un concreto Estado democrático, tanto en una visión participativa del proceso político como en la visión no monista ni bipolarizada de la sociedad. E S E L M O M E N T O PA R A L A S P O L Í T I CA S D E M Á S L I B E R TA D

En el año 2003, Nueva Revista dedicaba un extraordinario de homenaje a su editor, en aquel número Miguel Ángel Gozalo escribía en un artículo, refiriéndose al Fontán director del diario Madrid, titulado «Un liberal en la redacción». Además del paralelismo que el querido Miguel Ángel plasma sobre la biografía de sir Isaiah Berlin, de Michael Ignatieff, me quedo con sus palabras finales, aplicables a toda la trayectoria, al espíritu y la impronta que Fontán quiso para su Nueva Revista, «en un siglo oscuro, él demostró cómo debe ser la vida del espíritu: escéptica, irónica, desapasionada y libre». Es un espíritu disidente de la visión schmittiana del «amigo-enemigo», de corte siempre autoritario, y tan del gusto de cuantos —jóvenes y menos jóvenes— busquen asaltar los cielos. Concordes en la convicción de que a mayores cuotas de libertad individual le corresponderán mayores índices de prosperidad y felicidad colectivas. Para ello es necesario que, además, tengamos claro que no hay libertad sin responsabilidad consiguiente. Nuestro liberalismo entiende que la naturaleza humana se constituye a partir de creencias profundas, que llevan a valores éticos y piden actitudes en ocasiones comprometidas a defender también los derechos de los denueva revista · 156

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más. En palabras de Ortega y Gasset: «El liberalismo —conviene hoy recordar esto— es la suprema generosidad: es el derecho que la mayoría otorga a la minoría y es, por lo tanto, el más noble grito que ha sonado en el planeta. Proclama la decisión de convivir con el enemigo: más aún, con el enemigo débil». Ortega llegaba a decir que era «liberal por español». En el transcurso de estos veinticinco años, desde Nueva Revista se ha venido trabajando para que nuestras voces más destacadas en la política, la economía, las humanidades, la ciencia, la administración, expresasen cómo levantar instituciones adecuadas y liberar fuerzas creativas en el diseño y destino de su sociedad. Durante estos primeros veinticinco años, Nueva Revista ha sido una publicación de referencia para esa sensibilidad liberal, y sus artículos han sido influyentes en la opinión ilustrada de centro-derecha. «Nueva Revista se propone ser libre y plural en sus informaciones, moderna y liberal en su ideología y respetuosa con personas e instituciones, y con los principios y valores históricos del humanismo de raíz grecolatina y cristiana que distinguen a la civilización que se suele llamar occidental». Estoy convencido de que seguirá en su labor por una sociedad de progreso y bienestar más libres. Hoy necesitamos como nunca la Nueva Revista liberal de Antonio Fontán. Estamos necesitados del antidogmatismo que él representaba, alerta hacia los que, siguiendo a Horacio, «son enemigos de la libertad el odioso poder de los tiranos y los dos vicios capitales de la avaricia y la soberbia, hervideros constantes de inquietudes». Si la historia reciente de la España democrática no puede entenderse más que con elevadas dosis de pensamiento 266

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liberal, de la misma manera ahora es más oportuno que nunca reclamarse partidario de sus valores. A la pregunta titular de este seminario, «¿Más o menos liberalismo?», hay una respuesta clara: si nos proponemos seguir adelante como sociedad de larga historia y futuro, necesitamos más liberalismo. Si no asumimos el coste de extender el afán de libertad, acabaremos perdiéndola, rebajada en un sinfín de sucedáneos de libertad individual, desarrollo profesional y familiar, en ofertas gratuitas de prosperidad y bienestar por siempre y para todos. En un año de elecciones generales que van a ser decisivas para la crónica de nuestro país, os propongo reclamar más que nunca políticas de libertad, las que se cifran en la defensa de la dignidad, la tolerancia y la propiedad. El liberalismo es una forma de vida. Y para ello, Nueva Revista, siempre deudora de la inteligencia y tesón de Antonio Fontán, sigue ahí, ahora gracias a la Universidad Internacional de La Rioja, como instrumento ya probado para crear opinión liberal, para despertar a quienes se sientan cada día más que menos liberales. 

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156 h a n c o l a b o r a d o 1 Carlos Aragonés

Miguel Herrero de Jáuregui

PRESIDENTE DE LA COMISIÓN DE COOPERACIÓN

PROFESOR DE FILOLOGÍA GRIEGA. UCM

AL DESARROLLO DEL CONGRESO

Pablo Hispán*

José M. de Areilza Carvajal*

PROFESOR DE HISTORIA POLÍTICA DE LOS EE.UU.

PROFESOR DE ESADE. TITULAR

UNIVERSIDAD SAN PABLO-CEU

DE LA CÁTEDRA JEAN MONNET-ESADE

Emilio Lamo de Espinosa

Isabel Benjumea DIRECTORA DE RED FLORIDABLANCA

María José Canel CATEDRÁTICA DE COMUNICACIÓN POLÍTICA. UCM

José María Carabante*

PRESIDENTE DEL REAL INSTITUTO ELCANO

José María Lassalle* SECRETARIO DE ESTADO DE CULTURA

José María Marco* PROFESOR DE LITERATURA

PROFESOR DE FILOSOFÍA DEL DERECHO.

Y RELACIONES INTERNACIONALES.

CENTRO UNIVERSITARIO VILLANUEVA.

UNIVERSIDAD PONTIFICIA COMILLAS

SUBDIRECTOR DE NUEVA REVISTA

Vicente Martínez-Pujalte*

Gabriel Elorriaga Pisarik*

PORTAVOZ DE LA COMISIÓN DE ECONOMÍA

PRESIDENTE DE LA COMISIÓN DE HACIENDA

Y COMPETITIVIDAD DEL CONGRESO

Y ADMINISTRACIONES PÚBLICAS DEL CONGRESO

Arturo Moreno Garcerán*

Antonio Erias Rey*

PRESIDENTE DEL CONSEJO

CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA APLICADA.

DE ADMINISTRACIÓN DE TELEMADRID

UNIVERSIDAD DE A CORUÑA. PRESIDENTE

Eugenio Nasarre

DE MIBGAS (MERCADO IBÉRICO DEL GAS)

Eugenio Fontán Oñate PRESIDENTE DE NUEVA REVISTA

Jaime García Legaz* SECRETARIO DE ESTADO DE COMERCIO EXTERIOR

Miguel Ángel Garrido Gallardo FILÓLOGO. PROFESOR DE INVESTIGACIÓN DEL ILLA-CCHHS/CSIC. CATEDRÁTICO DE UNIVERSIDAD. EDITOR/DIRECTOR DE NUEVA REVISTA

Miguel Ángel Gozalo PERIODISTA. EDITOR ADJUNTO DE NUEVA REVISTA

Guillermo Graíño* PROFESOR DE TEORÍA Y RELACIONES INTERNACIONALES. UNIVERSIDAD FRANCISCO DE VITORIA

José Grau

DIPUTADO POR GRANADA

Andrés Ollero Tassara* MAGISTRADO DEL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL

Ignacio Peyró* PERIODISTA Y ESCRITOR. VOCAL DEL GABINETE DEL PRESIDENTE DEL GOBIERNO

Emilio del Río* DIPUTADO DEL PARLAMENTO DE LA RIOJA

Jaime Rodríguez-Arana* CATEDRÁTICO DE DERECHO ADMINISTRATIVO. UNIVERSIDADE DA CORUÑA

Jaime de Salas* CATEDRÁTICO DE FILOSOFÍA. UCM

Marqués de Tamarón* DIPLOMÁTICO Y ESCRITOR

PERIODISTA. REDACTOR JEFE DE UNIR REVISTA

Luis Pablo Tarín*

Juan José Güemes*

DIPLOMÁTICO. CONSEJO DE EUROPA

PRESIDENTE DEL CENTRO

Pablo Vázquez*

DE EMPRENDIMIENTO E INNOVACIÓN IE

PRESIDENTE DE RENFE

Consignamos todos los intervinientes en el Seminario celebrado a propósito de los XXV años de nueva revista. Llevan asterisco aquellas menciones que corresponden a una intervención publicada en este número.

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Nueva Revista DE POLÍTICA, CULTURA Y ARTE FUNDADA POR

PRESIDENTE

Antonio Fontán

Eugenio Fontán Oñate

EDITOR/DIRECTOR EDITOR ADJUNTO

Miguel Ángel Garrido Gallardo

Miguel Ángel Gozalo

CONSEJO EDITORIAL

Sucre Alcalá, Carlos Aragonés, José M. de Areilza Carvajal, Gaspar Atienza, Manuel Barranco Mateos, José María Beneyto, Juan Bolás, Francisco Cabrillo, María José Canel, Pilar del Castillo, Miguel Ángel Cortés Martín, José Manuel Cruz Valdovinos, Luis Alberto de Cuenca, José de la Cuesta Rute, Álvaro Delgado-Gal, Miguel Durán Pastor, Nazareth Echart, Gabriel Elorriaga Pisarik, Luis Miguel Enciso Recio, Javier Fernández del Moral, José Mª Fluxá Ceva, Manuel Fontán del Junco, Antonio Fontán Meana, Gregorio Fraile Bartolomé, Javier Gomá Lanzón, Rafael Gómez López-Egea, José Luis González Quirós, Guillermo Gortázar, Miguel Ángel Gozalo, Jesús Huerta de Soto, José-Vicente de Juan, Alfonso López Perona, Rafael Llano, Isabel Martínez-Cubells, Julio Martínez Mesanza, Carlos Mayor Oreja, José Mª Michavila, José Antonio Millán Alba, Diego Mora-Figueroa, Arturo Moreno Garcerán, Eugenio Nasarre, Luis Núñez Ladevéze, Andrés Ollero Tassara, Julio Pascual, Alfredo Pérez de Armiñán, Rafael Puyol, Dámaso Rico, Emilio del Río, Jaime Rodríguez-Arana, Rafael Rubio de Urquía, Felipe Santos, Antxón Sarasqueta, Ángel Sierra de Cózar, Jaime Siles, Marqués de Tamarón, Baudilio Tomé Muguruza, Jesús Trillo-Figueroa, José Mª Vázquez GarcíaPeñuela, Ignacio Vicens y Hualde y Gustavo Villapalos.

A D J U N TA A D I R E C C I Ó N SUBDIRECTORES

Pilar Soldevilla Fragero

Josemaría Carabante, Martín Santiváñez



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