POR MATÍAS CLARO Y FRANCISCO GALLEGOS
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lan Pauls (Buenos Aires, 1959) mira detenidamente lo que sucede a través de la ventana. Es cerca del mediodía y el pronóstico del tiempo nos ha sorprendido: lo que debería ser una mañana cálida con el sol apuntando desde lo alto es, sin embargo, un día gris, propio del cambio de estación. Apenas unos pocos rayos empiezan a colarse por las persianas del segundo piso de uno de los edificios de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica, donde ha llegado Alan para dar una conferencia, que tiene como uno de sus temas la observación.
vivía. Las primeras historias narraban sucesos cotidianos y familiares –un regaño de su madre, una travesura con sus hermanos- revistiéndolas de personajes extraterrestres, naves supersónicas y galaxias lejanas. Su mentor, en esos primeros relatos, no fue otro que Ray Bradbury, a quien leyó y copió. Porque para Alan, aquél que pretende convertirse en escritor, debe copiar; desde la forma hasta el fondo. Plagiar. Y, mientras más errores contenga ese plagio, más cerca se estará de encontrar una propia voz. En una de las charlas que dicta, Pauls se detiene en un aspecto de la biografía de Jorge Luis Borges: la observación. En su juventud, Borges emprendía camino todas las noches a los suburbios de Buenos Aires. Tras la cena, podía pasar horas caminando por las calles de la periferia de la ciudad. Borges observaba la ciudad de noche para luego, cuando tenía algo en mente, ponerse a escribir.
Aunque sus padres no provenían del mundo artístico –él era agente de viajes y ella dueña de casa-, Pauls nació y creció en la ciudad de Buenos Aires de los años 60 y 70, un lugar donde se consumía mucha cultura. (Jorge Luis Borges), (Julio) Cortázar y hasta el propio Ingmar Bergman hacían de las calles bonaerenses un espacio de cultura asociado al entretenimiento. Pauls, que miró de cerca este tipo de manifestaciones y que en sus primeros años participó de ellas, se volcó hacia la escritura, sin embargo, cuando se adentró a la ciencia ficción. Pero en un mundo no tan distinto del que 1
Alan Pauls mira detenidamente lo que sucede a través de la ventana. La cámara comienza a rodar, pero no nos decidimos a realizar la primera pregunta. Alan mira a través de la ventana; nosotros no sabemos qué es: la persiana está cerrada de este lado y los pocos rayos de sol nos lle1
gan de frente. Al comenzar la entrevista, Alan sigue detenido en lo que sucede allá afuera. Se vuelve hacia nosotros y comienza a responder. Pero no deja de mirar hacia afuera. Un niño, una mariposa, tal vez los rayos de sol posándose en la hierba crecida: no sabemos y, tal vez, tampoco importa. Alan sólo se ha decidido a observar lo que sucede a través de la ventana.
leyéndolo al revés. Ya era evidente que me interesaba la postura del que lee. O sea, alguien que está con un objeto, que es un libro, y que no necesita nada más. Y después, lo primero que leí, y que me marcó mucho, fue una enciclopedia que se llamaba “Lo sé todo”. No era una enciclopedia de calidad, pero tenía textos muy artificiosos, textos que permitían pensar que las cosas que uno leía no eran del todo ciertas. La enciclopedia era muy interesante, porque, primero, eran historias: historias de aventuras, de proezas, de milagros, y esas historias estaban ilustradas con un estilo
PAULS, EL LECTOR
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l primer libro que leí, lo leí cuando todavía no sabía leer, porque me senté en la vereda con el libro y mi abuela vino y me lo dio vuelta: estaba leyéndolo al revés. Ya era evidente que me interesaba la postura del que lee”.
- En tu casa, ¿se leía? - Había libros en la casa. Mis padres se separaron cuando yo era muy chico -a los tres años-. Mi padre no tenía muchos libros en la casa, pero sí era muy lector y me regaló muchos libros. Era un muy buen promotor de lectura. En la casa de mi madre había libros. Y los dos eran padres de clase media urbana, porteña, de fines de los años cincuenta, principios de los sesenta. Era una época en que había y se consumía mucha cultura, y era de buen tono consumir cultura y, sobre todo, consumir cultura compleja. Pero ninguno de los dos tenía una relación orgánica con la cultura. Eran, más bien, informales, padres informales, y creo que eso explica un poco que en la familia los hijos hayan salido actores, cineastas o escritores, gente incapaz de cumplir con horarios, de usar ropa corporativa. Me parece que somos muy hijos de la cultura de la informalidad, una cultura muy de moda en los años sesenta.
gráfico que realmente eran un combo difícil de resistir. Esa fue, para mí, como la lectura iniciática, digamos, antes de cualquier otra cosa. - ¿Qué escritores te acompañaron en tu adolescencia? - Leí mucha ciencia ficción de niño y de adolescente, hasta los doce o trece. Leí toda la colección “Minotauro” de la Editorial Sudamericana en Buenos Aires, que era una gran colección. Era muy fan de (Ray) Bradbury, por ejemplo, a quien le plagié todo en los primeros cuentos que escribí. A los doce o trece años, cuando empecé a escribir en serio, todo lo que escribía era un robo descarado a Bradbury. En “Minotauro” leí cosas buenas: leí a
- ¿Cómo descubriste el placer de la lectura? - Siempre me gustó la situación de alguien leyendo, incluso antes de poder leer. De hecho, creo que el primer libro que leí, lo leí cuando todavía no sabía leer, porque me senté en la vereda con el libro y mi abuela vino y me lo dio vuelta: estaba 2 2
(James Graham) Ballard, leí a (Theodore) Sturgeon. Había muy buenos escritores, pero yo creo que me interesaba Bradbury porque era el menos bueno, era el más comprensible, el más legible, el más inmediato. Y de ahí pasé a la literatura rioplatense un poco vía “ciencia ficciónfantástico”: los cuentos de (Julio) Cortázar, Felisberto Hernández, (Juan Carlos) Onetti. Ahí ya se convirtió en algo serio, me di cuenta de que me iba a quedar en ese mundo un buen rato.
está aporreando una máquina de escribir, una computadora. En cambio el lector no hace nada. Fenomenológicamente, no hace nada más que mover los ojos. La lectura siempre fue, por más que fuera público o visible, un placer clandestino para mí y para los demás. La única ventaja que tiene un niño lector para sus padres es que no “hincha las pelotas”, no hace ruido, no hace quilombo, no desordena; pero todo el resto es pura desventaja, incluso es vivido como algo agresivo por los demás. Yo veo mucho a los chicos leyendo en público, y cuando leen me doy cuenta del modo que los miran, los miran como “por qué este tipo lo está pasando tan bien con tan poco”. Hay algo escandaloso en eso.
- Para ti, ¿la lectura se volvió una pasión o un trabajo? - Siempre es una pasión un poco clandestina. Para empezar es una pasión muy asocial, es algo que es difícil compartir, es una actividad solitaria. Cuando lees sos como un rey, incluso, sos un rey mucho más rey que los reyes, porque no necesitás nada, mientras que los reyes necesitan dinero, pompa, protocolo, riquezas, palacios,
- ¿Cuáles son tus autores imprescindibles? - Los escritores que me acompañan durante toda la vida. Esos son los escritores que yo te diría que no podría vivir sin ellos. No podría haber vivido sin ellos. No podría haber escrito lo que escribí sin ellos. No puedo seguir viviendo sin ellos. Son los escritores a los cuales uno debería poder reducir su biblioteca. Hace poco mudé mi biblioteca, una biblioteca de treinta o treinta y cinco años, y cuando la mudaba decía que tendría que poder ser capaz de reducir todo esto a, que sé yo, veinte nombres. Autores de los cuales tenga en mi biblioteca más de cuatro libros, porque quiere decir que por alguna razón opté por leer todo lo que escribían.
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o hay escritores que no lean. Yo creo que es lo único que realmente todos los escritores comparten. El escritor más salvaje, más primitivo, más espontáneo, me parece que es un lector, por más que haya leído cuatro libros en su vida”.
Para mí, (Jorge Luis) Borges es imprescindible, Roberto Artl es imprescindible, Juan José Saer es imprescindible, (Manuel) Puig es imprescindible. De los europeos, (Witold Gombrowicz) es imprescindible, Stendhal es imprescindible, Roland Barthes es imprescindible para mí. (Vladimir) Nabokov, (Marcel) Proust, (Franz) Kafka, por supuesto. Muchos.
y un lector no necesita nada más que sus libros, y eso yo creo que, desde el punto de vista de la sociedad, es intolerable. Entonces, yo creo que muchos escritores se hacen escritores para darle al placer asocial de la lectura una especie de legitimidad social, porque un escritor hace algo; hay una imagen de trabajo: un escritor 3
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PAULS, EL ESCRITOR
realmente, no cuando escribía un segundo relato, un tercer relato y un cuarto, sino cuando, después de haber escrito uno, quería volver sobre lo que había escrito porque había algo que no me interesaba tanto ya o algo que no me gustaba, que me gustaría cambiar. Esa idea de volver al lugar del crimen muestra que uno tiene ahí un deseo verdadero.
- ¿De qué manera han influido tus lecturas en tu formación como escritor? - Es todo, yo creo que no hay escritores que no lean. Yo creo que es lo único que realmente todos los escritores comparten. El escritor más salvaje, más primitivo, más espontáneo, me parece que es un lector, por más que haya leído cuatro libros en su vida. Esos cuatro libros que leyó son todo para lo que escribe.
- ¿Cómo enfrentas la escritura de la ficción y de los ensayos? - Para mí es el mismo problema. No encuentro mucha diferencia, digamos, más allá de la diferencia de registro o de formato, de la diferencia institucional que hay entre una ficción y un ensayo. Pero para mí siempre fue el mismo problema, la literatura siempre tuvo esas dos patas.
Y por otro lado, por lo menos yo, empecé a escribir robando. Empecé a escribir escribiendo como Bradbury. Para mí no era un ejercicio consciente, por supuesto, pero los primeros cuentos que escribí, los primeros cuentos que quedaron conservados, son cuentos que parecen miniaturas bradburianas que cualquiera que conociera un poco mi vida familiar en ese momento, podía inferir que eran como versiones de pequeños sucesos de la vida familiar travestidos o disfrazados de cuentos de ciencia ficción, con personajes que se llamaban Jonathan, Spencer o Katherine, como los personajes de Bradbury, y que sucedían en estaciones espaciales o en planetas lejanos. Eran todas como pequeñas fábricas domésticas en escenografías galácticas. O sea que empecé robando, y creo que los escritores en general empiezan robando, consciente o inconscientemente. Siempre cuando copias, copias mal, cometes errores al copiar y el original nunca pasa intacto. Y son justamente esos errores de la copia, la mala copia, lo que hace aflorar algo parecido a una especie de voz propia o de idea propia de lo que debes escribir. Yo creo que el escritor debe leer, robar y equivocarse. Creo que en esas tres cosas está la posibilidad de escribir si uno tiene algún talento o alguna persistencia. Por eso, me di cuenta que quería escribir
Yo no concibo escribir como una prácti-
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iempre cuando copias, copias mal, cometes errores al copiar y el original nunca pasa intacto. Y son justamente esos errores de la copia, la mala copia, lo que hace aflorar algo parecido a una especie de voz propia o de idea propia de lo que debes escribir”. ca ciega, que no quiere saber, que no quiere hacerse preguntas. Me parece que escribir, narrar, contar una ficción, es hacerse preguntas todo el tiempo sobre el estatuto de la ficción, qué quiere decir la palabra “ficción”, cómo se produce la ficción, cuáles son las condiciones necesarias para que exista algo llamado ficción, de qué está hecha una ficción. Todos esos problemas, que yo me dediqué a pensar en otros escri-
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tores o, incluso, en cineastas, son las mismas preguntas que me hago cuando escribo una novela, sólo que los núcleos, los elementos, las materias con las que uno trabaja por ahí cambian un poco. Pero siempre quise, además, fomentar ese contagio entre las formas. De hecho, los últimos diez, quince años yo me doy cuenta de que cada vez lo que escribo tiende más a indiferenciarse. Hay páginas enteras de novelas mías que perfectamente podría publicar como pequeños ensayos, y momentos concretos, puntuales de mis libros de ensayos, que podría incorporar a una ficción y no harían ruido.
puesto que todo eso puede sufrir cambios. Nada está decidido de antemano, pero sí hay, evidentemente, una tendencia. Siempre hay algo muy agradable en observar, siempre me ha interesado mucho la ficción en la observación. Me gusta mucho La ventana indiscreta de (Alfred) Hitchcock; el voyerismo, por ejemplo, es algo que siempre me interesó como fenómeno. Me interesa el arte que gira alrededor de la mirada, me parece que mirarse es una actividad muy interesante, muy atractiva, muy dramática. No creo que sea pasivo tener esa especie de doble partici-
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iempre hay algo muy agradable en observar, siempre me ha interesado mucho la ficción en la observación. (...) Me interesa el arte que gira alrededor de la mirada, me parece que mirarse es una actividad muy interesante, muy atractiva, muy dramática”.
- ¿Qué tan importante ha sido la observación en tu escritura? Sí, eso sigue funcionando, y es una máquina que proporciona todo el tiempo material: observar, analizar, recortar, encuadrar. Lo que cambia con el tiempo, yo creo, es que cada vez me doy cuenta de que siempre encuadro más o menos lo mismo, el lugar donde pongo la cámara es un lugar que, a estas alturas del partido, no puede cambiar mucho. Seguramente, mi encuadre va a captar ciertas cosas que son las que a mí me interesan y, en general, son los problemas de todo tipo, las cosas que no funcionan bien, los desperfectos, los cortocircuitos. No es que los escritores vean más, los escritores simplemente, como los artistas en general, lo que hacen es recortar, y el campo de los posibles recortes se va restringiendo y quizás, en el mejor de los casos, espero que eso sea lo que me pase a mí, se va profundizando. Es como si uno fuera ampliando cada vez más un campo que ya está muy recortado. Por su-
pación de la situación, como un personaje comprometido con la situación y como una especie de narrador que ve un poco las cosas de afuera y se ve a sí mismo. Aunque es un poco enloquecedor por momentos, a mí me interesa mucho, porque sirve mucho para escribir.
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