Entrevista a Juan Villoro

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POR MATÍAS CLARO Y FRANCISCO GALLEGOS

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e físico no se parecen, pero me gustaría que se parecieran porque pienso que vincularlos sería aún más fácil. Quizás , si somos flexibles, podemos encontrar semejanzas: la barba y la altura, por ejemplo.

cas periodísticas, ensayos (con temas que van del fútbol –obvio- hasta la vida y obra de sus autores favoritos), guiones de cine, teatro y, por si fuera poco, un par de canciones de rock. También es traductor. Y de joven se probó en la inferiores de la UNAM.

Por supuesto que no es necesario: no hay dudas de que si los escritores fueran futbolistas, Juan Villoro sería Sócrates.

Sócrates jugó el mundial de España 82’ y el siguiente, en México. No sé si Villoro lo vio jugar algún partido ahí, en directo. Quizás estuvo en el estadio en cuartos de final, donde Brasil perdió en penales contra Francia y el “Doctor” falló su tiro. Quizás Villoro lo aplaudió de pie pese al error, apoyándolo. Quizás pensó en escribir algo sobre un jugador tan especial. Quizás pensó: “si yo fuera futbolista, me gustaría ser como Sócrates”.

Por ejemplo, el nombre. Un filósofo corriendo detrás de una pelota. En realidad Sócrates era médico, pero funciona la idea. Villoro tampoco es filósofo, pero está claro que no hay nadie que le haya dedicado más pensamientos al fútbol que él. Ambos cruzaron los límites de sus oficios. “Doctor” Sócrates fue un tipo intelectual: mientras era jugador obtuvo su título y retirado del fútbol ejerció la medicina. Además, en plena dictadura militar en Brasil, organizó un movimiento ideológico, la “Democracia Corintiana”, donde los jugadores votaban para tomar decisiones, sirviendo de ejemplo como opositores al autoritarismo que gobernaba su país. Villoro, por su parte, ha escrito y abarcado diversos géneros: novelas y cuentos – incluso literatura infantil y juvenil-, cróni-

VILLORO, EL LECTOR - ¿Te leían cuando niño? - No. Y eso es una desgracia, porque creo que la mejor manera de fomentar la lectura es convertirla en una forma del afecto. Cuando un niño tiene a alguien que le lee –que puede ser la abuela, la ma-

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dre, el padre, el hermano mayor-, asocia para siempre la experiencia de concebir mundos imaginarios con la voz afectuosa del que le está transmitiendo esos mundos. Yo creo que es la manera más eficaz de propagar la lectura. En mi caso no se dio, y no se lo tomo mal a mis padres; no se usaba, luego se divorciaron, tenían sus propios problemas. Pero con mi hija y mi hijo es algo que he disfrutado mucho.

hace pensar que es mejor la literatura que te acerca a tu mundo al principio, para que después, a partir de eso, puedas buscar otros mundos. Muchas veces en la escuela se enseña una literatura muy ajena, que es extraordinaria, pero que no tienes las claves para entrar a ella. Los clásicos no siempre te llaman. En cambio, un libro como Papelucho (Marcela Paz), por ejemplo, es extraordinario, porque te hace entrar en el mundo de los libros.

- ¿Cómo te acercaste a los libros?

Así fue mi ingreso, a los quince años, con De perfil y luego ya empecé a leer más por mi cuenta.

- Mis papás son universitarios. Mi papá es filósofo y mi madre estudió letras, pero luego se dedicó al psicoanálisis. De modo que en mi casa había muchos libros, pero muy pocos eran para niños. Me sorprendió cuando, muchos años después, supe que mi padre había traducido El principito, de (Antoine) de Saint-Exupéry, que es un libro para niños. Lo había traducido en fascículos para un periódico, porque necesitaba dinero en aquel momento. Y nunca me dijo nada; esto lo averigüé años después. En mi casa había pocos libros para niños. Mi madre tenía El tesoro de la Juventud (Estanislao Severo Zeballos) y unos ejemplares de una revista argentina extraordinaria, que luego vi mencionada en cuentos de Julio Cortázar: Billiken. Eso sí lo leía. Y, por otra parte, leí a Julio Verne, que me pareció fascinante, pero muy ajeno a mi experiencia. Porque, ¿quién descubre el Polo Norte o va al corazón de la Tierra? Son aventuras extremas las de Julio Verne.

uando un niño tiene a alguien que le lee –que puede ser la abuela, la madre, el padre, el hermano mayor-, asocia para siempre la experiencia de concebir mundos imaginarios con la voz afectuosa del que le está transmitiendo esos mundos. Yo creo que es la manera más eficaz de propagar la lectura”.

No fue sino hasta las vacaciones previas al bachillerato cuando leí un libro que me cautivó verdaderamente, que fue De perfil, de José Agustín. La leí en un momento idéntico al del protagonista. De perfil me ganó para la lectura, porque a partir de ese libro pensé que yo estaba incluido; me hizo sentir parte. El protagonista de la novela no tiene nombre, y yo dije “claro, no tiene nombre, porque soy yo”. Eso lo sintieron miles de adolescentes que se 2 vieron en un espejo. Y, a mí, eso me

- Javier Marías es un muy buen amigo y yo estoy en su club de escritores, que es el Reino de Redonda, y los dos hemos compartido esta experiencia de tener un padre filósofo. Yo creo que para los dos ha sido muy importante entender que la literatura tiene una forma de conocimiento de la realidad distinta de la filosofía. Esto no quiere decir que sea superior. La filosofía busca la abstracción del mundo, sus reglas de comportamiento y sus explicaciones globales.

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- Como Javier Marías, tú también tienes un padre filósofo. ¿Cuánto te influyó este hecho?

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La literatura se ocupa de particularidades; crea una ilusión de vida y entiende el mundo a partir de esa ilusión de vida. En la literatura tienen que haber olores, sabores, relaciones táctiles: todos los sentidos entran en juego para entender un mundo. Entonces, esta forma de aprehender la realidad a través de la literatura es algo específicamente literario. Cuando yo empecé a leer, mi padre me ayudó, desde luego, porque para él los autores no sólo no eran ajenos sino que no eran enemigos. Yo tengo otros amigos que empezaban a leer y tenían que hacerlo escondidos en sus casas, porque les parecía que la lectura era de homosexuales, que podía ser edificante o que los iba a distraer de las carreras que debían estudiar –derecho, medicina, arquitectura o carreras más seguras-. Mi padre, en ese sentido, no sólo fue tolerante con la lectura, sino que me regaló libros y me dio algunos consejos. Pero, desde el principio, yo sabía que tenía que buscar mis propios gustos.

VILLORO, EL ESCRITOR - ¿Qué libro te hizo querer ser escritor? - Yo leí De perfil, de José Agustín, y cometí una imprudencia monumental, porque me convertí en lector de literatura a partir de ese libro, pero también en escritor. Sentí que eso estaba tan cerca en mi barrio, de mi lenguaje, del mundo que yo tenía, que me pareció no solamente que yo era un posible personaje literario, sino también un posible autor literario. Me convertí en uno de los autores más incultos de la lengua; había leído un libro por gusto y ya quería escribir otro. Así empecé a escribir, con enorme irresponsabilidad. Se necesita una dosis de irresponsabilidad para escribir; la mía, quizá, fue excesiva. Y luego leyendo a autores como Cortázar y a algunos autores norteamericanos como (Jerome David) Salinger, fui encontrando ecos que me permitían explorar mi propia voz.

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a literatura se ocupa de particularidades; crea una ilusión de vida y entiende el mundo a partir de esa ilusión de vida. En la literatura tienen que haber olores, sabores, relaciones táctiles: todos los sentidos entran en juego para entender un mundo. Entonces, esta forma de aprehender la realidad a través de la literatura es algo específicamente literario”.

- Hay algún tema que te interesaba leer y del que has escrito? - Cuando empecé a leer, me interesó una literatura de umbral entre la realidad y la fantasía. Yo creo que uno de los grandes misterios de la experiencia humana es darte cuenta que ciertas situaciones, que son muy cotidianas, de pronto tienen un misterio; hay algo que no encaja y eso se puede abrir hacia otra realidad. ¿Qué tan diferente es esa otra realidad? En ocasiones, sin que cambie mucho la composición de lo real, estamos en una situación única. Por ejemplo, aquel cuento de Julio Cortázar, “La autopista del sur”, que es la historia de un embotellamiento –como decimos en México-, un atasco de tráfico, pero que dura más tiempo de lo real, dura varios días en una carretera. Entonces, lo que hace Cortázar no es utilizar nada fantástico o sobrenatural: simplemente extrema las condiciones de lo real para re-

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velar un misterio. En otras ocasiones, el propio Cortázar sí apela a lo fantástico y hace, por ejemplo, que un personaje vomite conejos. No sabemos muy bien si está loco y está imaginando que vomita conejos o realmente está vomitando conejos, como en una historia de dibujos animados. Me interesaba eso: esa zona donde la realidad empieza a pactar con la fantasía. En lo que yo escribo, nunca hay nada sobrenatural, pero sí trato de explotar las posibilidades extrañas o extravagantes de lo real.

con la narración. Y, aparte, yo jugué bastante fútbol. Decía (Roberto) Fontanarrosa que él tenía sólo dos impedimentos para ser un futbolista estelar: uno era la pierna izquierda y otro la pierna derecha. Yo también tenía estos dos impedimentos; fui un esforzado extremo derecho. Llegué a probarme con los Pumas de la universidad, pero ya no tuve facultades para trascender. Y me pareció que la escritura también era una manera de continuar la pasión por el fútbol, porque cualquiera que se haya aficionado a un deporte sabe que no hay nada tan divertido como hablar de este deporte.

- Has escrito mucho de fútbol, ¿por qué llegó a ser un tema tan importante para ti? - El fútbol me ha gustado por muchas razones. Primero que nada, porque me dio una posibilidad de integración en mi barrio. Yo me sentía muy desubicado; mis padres se divorciaron cuando yo era niño. Tendría unos nueve años cuando se separaron. Estaba en un colegio que no me gustaba y que me parecía muy ajeno porque era un colegio alemán. Llevaba todas las materias en alemán. La mayoría de mis compañeros eran alemanes o hijos de alemanes; yo no formaba parte de esa realidad. A lo que más me integraba o me quería integrar era a la palomilla de amigos que estaban en mi barrio. Era una época en la que los niños en Ciudad de México jugábamos en las calles toda la tarde. Ahí encontré un núcleo muy importante de aficionados al Necaxa, que es un equipo raro, gitano, extravagante, pero con suficientes méritos para seguirlo. Y me hice aficionado a ese equipo. Y eso me dio una integración instantánea de barrio y me dotó de una mitología. Además, había un extraordinario narrador de fútbol que contaba los partidos en forma tan notable que cuando íbamos al estadio nos llevábamos el radio para oír su narración, porque el partido se agrandaba con su voz. Él podía convertir la contienda más aburrida en la guerra de Troya. Entonces este locutor, Ángel Fernández, hizo que yo asociara el fútbol

- ¿Cómo surgió la idea de escribir ensayos literarios? - Cuando empecé a escribir, empecé a buscar autores que fueran una referencia

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e interesaba esa zona donde la realidad empieza a pactar con la fantasía. En lo que yo escribo, nunca hay nada sobrenatural, pero sí trato de explotar las posibilidades extrañas o extravagantes de lo real”. para mí. Y descubrí que me interesaba mucho no sólo lo que escribían, sino lo que leían. Por ejemplo, si yo miraba a (Ernest) Hemingway, Henry James, (Jorge Luis) Borges o a cualquier autor, y sabía que a ellos les gustaban determinados autores, de inmediato los buscaba. Es un vicio normal del escritor buscar los libros que le interesan a los autores que aprecias. Y en algunos casos, como por ejemplo el de Borges, esto se ve potenciado por el hecho de que él no solamente te co-

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menta que le gusta un autor, sino que escribe cosas extraordinarias y reveladoras sobre ellos. Entonces, la idea de ir buscando a los autores de los autores me fue acercando poco a poco al ensayo. No pensé que cultivaría este género, porque mi padre es ensayista; yo tenía cierta prevención al respecto y pensé que estaba invadiendo un territorio, aunque el ensayo literario es distinto al ensayo filosófico. Me tardé en hacerlo. Además, el ensayo tiene que partir de cierta experiencia como lector. Es un género un poco tardío en mí. Y se convirtió en un género irrenunciable para mí, porque pienso que de lo único que podemos estar verdaderamente orgullosos es de lo que leemos, no de lo que escribimos. Mis propios libros son como mis hijos; les tengo un cariño que no necesariamente depende de la calidad, en cambio los libros de los demás y la forma en que me afectan es algo de lo que puedo estar orgulloso sin ninguna vanidad. Es la forma más altruista de la admiración decir “el otro lo logró y yo veo en él estas cosas”. Para mí también es la conclusión del camino literario: empiezas leyendo, después escribes tus propias obras y concluyes escribiendo sobre los libros de los demás: sobre eso que empezaste leyendo.

escucho que alguien está contando algo de sí mismo. Y eso se está convirtiendo en una historia. Muchas veces, guiados por la dinámica misma del lenguaje, damos accidentalmente con una muy buena historia. Yo quería que Los culpables fuera eso: historias escritas por accidente, que tuvieran esa frescura. La idea de la culpa está en todas ellas. Cuando alguien va a un confesionario, y habla con el sacerdote, lo que se busca es descargarse de sus problemas para librarse de culpa. En literatura, la confesión te responsabiliza; es decir, en literatura, cuando tú dices algo, quedas atrapado

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ientras nosotros no decimos lo que pensamos, podemos especular con eso, podemos administrarlo, podemos dosificarlo. Pero una vez que hablamos, en la vida o en la literatura, nos comprometemos: nos volvemos culpables de literatura”.

- ¿Cómo se construyeron los relatos de Los culpables?

por eso que dijiste. Por eso, el libro tiene un epígrafe del crítico austríaco Karl Kraus, que es “quien calla una palabra es su dueño; quien la pronuncia, es su esclavo. Mientras nosotros no decimos lo que pensamos, podemos especular con eso, podemos administrarlo, podemos dosificarlo. Pero una vez que hablamos, en la vida o en la literatura, nos comprometemos: nos volvemos culpables de literatura.

- Los culpables son siete relatos, escritos en primera persona. Me interesaba mucho escribir historias que estuvieran narradas por gente que no es profesional de la narración; o sea, cuentos escritos como si alguien –por querer desahogarse, por urgencia o por la necesidad de justificarse- tuviera que contar una historia sin la destreza del escritor. Lo que quise explotar fue la naturalidad del habla. No son cuentos muy coloquiales, pero son posibilidades naturales del habla. En algún momento, alguien podría decir esto. Me interesa mucho, cuando estoy en un autobús, en un bar o en el consultorio del médico, y 5

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