No.1 y 2 De osos y otros monstruos

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ISSN 201 3-9721


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EDITORIAL

La postmodernidad nos ha mostrado los límites del mundo y del individuo. Los metarrelatos, aquellos que aspiraban a dar cuenta del sentido de nuestro lugar en el universo, han fracasado. La física cuántica y la deconstrucción le han dado al ser humano, ése que nació con la modernidad y que aspiraba a explicarlo todo, un revolcón de humildad ¿Habitamos en la paradoja de ser animales racionales en un mundo irracional? ¿Se debe a eso la extraña fascinación que en nuestra mente despiertan las paradojas? La paradoja nos muestra, en cierto sentido y desde mucho antes de que existiera la mecánica cuántica, los límites de la razón, ese privilegiado instrumento del que tantas veces se ha jactado a lo largo de su historia el ser humano. Todos los cretenses mienten, dijo Epiménedes el cretense mucho antes del gato de Schrodinger, y no podía ni estar mintiendo ni estar diciendo la verdad. En Bartleby, el escribiente, de Melville, el tal Bartleby es, como indica el título, un escribiente que, cada vez que su jefe le pide que escriba algo, responde: preferiría no hacerlo, y no lo hace. La paradoja del escribiente –el escritor- que no escribe, la literatura como animal asediado por el silencio. Preferiría no hacerlo es una revista que pretende hacer -y en la paradoja se recrea- de la literatura un divertimento. De ella venimos y hacia ella andamos, construimos un mundo al cual ir, lo construimos poco a poco, partiendo de las palabras y de la apertura de horizontes que la posmodernidad nos dio. Somos la aporía del mundo, el espíritu crítico que encuentra en la literatura su sitio más querido, el lugar privilegiado en el que se transforma –se genera- la realidad. Partimos de la negación del escribiente Bartelby para reaccionar contra el mundo lógico y nos dejamos embarcar en el rio de la resignificación del nuestro. Venimos de la frontera, de la orilla, de lo extraterritorial, para decir nada y todo, para decirnos que somos el mentiroso de Creta y sólo decimos la verdad.

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¿Por qué no? SÍNDROME BARTLEBY Preferiríamos no hacerlo porque, llegados a un cierto punto que hace ya mucho tiempo se sobrepasó, escribir desde la afirmación deja de tener sentido y toda literatura que no ponga en cuestión sus propias condiciones de posibilidad, ni siquiera merece tal nombre. EL SILENCIO DE JUAN Preferiríamos no hacerlo por solidaridad con Rulfo: si él no pudo escribir nada después de Pedro Páramo porque nunca consiguió volver a alcanzar semejantes alturas, ¿quién somos nosotros para llevarle la contraria? EL ARTISTA DEL HAMBRE Preferiríamos no hacerlo porque, quizá, a estas alturas de la película, haya llegado el momento de hacer el tonto y, como ya dijera Sancho, no hay en el mundo mayor tontería que dejarse morir sin más ni más. ÚLTIMOS ATARDECERES SOBRE LA TIERRA Preferiríamos no hacerlo porque sabemos que el mundo es contingente, que dentro de 4500 millones de años el Sol se transformará en una gigante roja y su atmósfera llegará hasta la actual órbita de Marte, engullendo en su expansión a Mercurio, a Venus, a la Tierra y a todas las bibliotecas que, en uno u otro formato, queden para entonces en el planeta.

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NOSTALGIA DE GUTEMBERG Preferiríamos no hacerlo porque en el fondo, a pesar del medio ambiente y de las nuevas tecnologías, a nosotros lo que nos gusta es el papel, la letra impresa, el acto físico de sentarse con un libro –o revista- entre las manos, dejar que pasen las páginas empujadas por las yemas de los dedos. POÉTICA DEL AZAR Preferiríamos no hacerlo porque, para hacerlo, se hace necesaria la sujeción a un cierto orden, la sumisión a las cosas organizadas; esas que, en tanto que previstas, agreden continuamente la mecánica del azar o el acaso, que diría Galdós. FICCIÓN CONSENSUADA Preferiríamos no hacerlo porque sabemos que la literatura, la ficción, las palabras, no sólo no son reflejo de la realidad, sino que son la matriz en las que esa realidad se genera –somos lo que de nosotros contamos y se cuenta-. Y, en tanto que hacedores de ficción, tal y como está la realidad, preferiríamos no sentirnos responsables de la creación ni siquiera de un pedacito de la misma.

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DE OSOS Y OTROS MONSTRUOS Hay un trasiego vertiginoso en las galerías de PNH, una efervescencia de topos agitados y un zumbido de termitas devorando caligrafías: aunque hace apenas una semana que publicamos el último número, reclamamos la atención de todo el mundo que quiera colaborar en la siguiente entrega de esta serie de suspense que es nuestra querida revista. Porque este número quiere desentrañar un misterio, o como mínimo rodearlo: ¿qué fue de los números 1 y 2 de Preferiría No Hacerlo? Como si del nacimiento del universo habláramos, poco o nada se sabe de cuáles fueron los orígenes de esta aventura y, al menos en parte, queremos acercarnos a ese agujero negro, a esas milésimas de segundo antes de la gran explosión, y para ello hemos decidido rescatar la temática y algunos de los pasajes más interesantes de lo que fueron aquellos dos números que, aunque situados en la orilla del núcleo, no son el núcleo mismo. Quede para los arqueólogos del mañana rastrear las huellas del número 0. Así, complicadas ecuaciones mediante, el número 1 2 se ha convertido en el número 1 +2 pero, como nos ha enseñado la física cuántica, no hay observación que no altere lo observado y, por si el principio de incertidumbre supiera a poco, en todo este tiempo la entropía del universo no ha hecho sino aumentar y ningún viaje en el tiempo puede cambiar eso. En definitiva, sabemos la falacia que se esconde detrás de la idea del regreso. Uno nunca vuelve al mismo sitio, siempre está yendo, y PNH no es inmune a esa ley fundamental, por lo que lo que ahora estáis leyendo es una revisitación, aunque llamarlo así sea redundante. El nº1 fue una pieza costumbrista, una elegía a la cotidianidad que tocaba de soslayo cuestiones metaliterarias acerca de la naturaleza del microrrelato (si tal cosa existiere). Esta fue la introducción que escribimos entonces:

Tras la presentación de una antología de microrrelatos en Barcelona, alguno de los autores antologados, el editor, la antóloga y algún que otro espontáneo empapado en alcohol discuten sobre la autonomía genérica del microrrelato; sobre qué características, además de la brevedad, debe reunir un texto breve para ser un microrrelato; sobre las fronteras entre el cuento y la novela; las diferencias entre el chiste o la frase ingeniosa y el microrrela­ to… Al final, cuando ya a todos se les empieza a poner cara de microscopio, una voz se eleva por encima del resto en una de esas raras ocasiones en las que se impone el sentido común: “La mayoría de lo que habéis leído aquí no son más que aforismos, un relato es narrativa y, para ser narrativa, un texto debe presentar, ya sea de forma implícita o explícita, los tres actos aristotélicos: presentación, nudo y desenlace. Porque a ver, si yo voy con mi coche, se me pincha el pneumáti­ co y yo lo cambio y prosigo mi viaje, ahí no hay cuento que valga, le falta el nudo, el conflicto; ahora bien, si mientras estoy cambiando la rueda, aparece un oso pardo… ahí ya tengo un cuento”

Raymond Queneau nos enseñó que existen infinitas maneras de contar algo trivial. Ese sería el reto: a partir de una situación anodina -el típico pinchazo y la 6 www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013


subsiguiente aparición de una cosa peluda que de pie puede alcanzar los tres metros de altura- ser capaces de rescatar perspectivas interesantes. Las cartas están sobre la mesa. La segunda parte de esta ecuación, el número 2 de PNH, estuvo dedicado a la figura del monstruo, a la mitología que ha rodeado siempre a esa proyección del yo. Sobre el tema del monstruo, hace poco uno de nosotros trajo a colación una más que interesante cita de Clarice Lispector: "Discúlpenme, pero voy a seguir hablando de mí, que soy mi desconocido, y al escribir me sorprendo un poco porque he descubierto que tengo un destino. Quién no se ha preguntado: ¿soy un monstruo o esto es ser una persona?” Esta fue entonces la introducción:

Hace algunos meses, fuimos invitados por el Dr. David (Horroas) a una clase magistral, impartida por el Dr.Jean­Philipe Imbert profesor de teoría de la literatura de la Universidad de Dublín, que versaba sobre la figura del monstruo. Ni tardos ni perezosos asistimos, tal vez llenos de morboso in­ terés ¿Sobre que se podía hablar en una clase del monstruo? ¿Sobre qué monstruo nos hablaría? ¿Vendría algún monstruo conocido? Para resumir, la experiencia fue sumamente grata, la clase fue mons­ truosa y el ponente también (en el mejor sentido de la expresión), todo fue aclarado en el primer momento cuando Jean­Philipe Imbert en 4 idiomas nos explicó: S’interroger sur les monstres c’est s’interroger sur sa propre iden­ tité. La frase nos creó un espasmo, un leve zumbido en los oídos nos obligó a detener el tiempo, habíamos ido a descubrir al monstruo y descubríamos que el monstruo éramos nosotros. De esta manera decidimos dedicar el este número de la revista a este Señor, al Señor Monstruo, al que puebla nuestras pesadillas, al que nos acompaña en las noches obscuras, al que duerme bajo la cama o en ella, al que somos cuando nos levantamos, al que nos encontramos en los bares, al vigilante nocturno, al que nos consume desde dentro y a todos los demás monstruos que sois vosotros (o son ustedes).

¿Por qué ahora decidimos ir sobre nuestros pasos? La primera respuesta es porque el invierno, esa época en la que las temperaturas bajan mientras la noche se hace más ancha, favorece la introspección y la subida a la superficie de las remotas criaturas abisales. Además, cual pitagóricos de fin de semana, somos sensibles a ciertas influencias matemáticas y el número 1 2 es un número cargado de simbolismo para los defensores de lo fantástico. Y “Lo Fantástico” será el alambre de este 1 +2, porque en este número aparecen los diez microrrelatos ganadores del concurso La casa vacía, certamen que se realizó coincidiendo con la celebración a finales de noviembre de un congreso sobre lo fantástico en la Universitat Autònoma de Barcelona. Como veis, múltiples son los factores que han provocado la decisión de abrir el baúl y observar y fijar la existencia del gato. Porque tampoco nos engañemos, una recopilación es lo más parecido a unas vacaciones pagadas, y desde PNH reivindicamos hoy más que nunca el derecho a la pereza. www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013 7


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DE OSOS Y OTROS MONSTRUOS ÍNDICE DEL OSO

FICCIONES 01 . CAZA MAYOR, David Roas 02. EL CAZADOR, Ollin Rafael 03. FORMAS DE CAMBIAR UNA RUEDA I, Raúl del Valle 04. FORMAS DE CAMBIAR UNA RUEDA II, Raúl del Valle 05. UNIR PUNTOS Y OBTENER UNA FIGURA, David Díaz 06. RESACA DE CARNAVAL, Albert Mesas

BESTIARIO: CONCURSO DE MICRORRELATOS “LA CASA VACÍA” 01 . UNA CASA ANODINA, Diego Prado 02. LA FEBRE DEL CORREDOR , Amanda Ruiz 03. EL OCUPANTE, Matías Castro Sahilices 04. (SIN TÍTULO), Gonzalo Málaga 05. CASA HABITADA, Joaquin Parodi

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INTERLUNIO 01 . (SIN TÍTULO), Violeta Serrano 02. (SIN TÍTULO), Mareva Mayo

YO ESTUVE ALLÍ 01 . 99 MANERAS DE DESAPARECER EN UNA CURVA, Raúl del Valle

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Oriol Capella Vilarrassa

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Javier Albuisech

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FICCIONES 01 . CAZA MAYOR, David Roas 02. EL CAZADOR, Ollin Rafael 03. FORMAS DE CAMBIAR UNA RUEDA I, Raúl del Valle 04. FORMAS DE CAMBIAR UNA RUEDA II, Raúl del Valle 05. UNIR PUNTOS Y OBTENER UNA FIGURA, David Díaz 06. RESACA DE CARNAVAL, Albert Mesas

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FICCIONES David Roas

CAZA MAYOR Los expertos aconsejan, en caso de encuentro fortuito con un oso, no mostrar exceso ni de confianza ni de pánico. Lo que se debe hacer es mantener la calma. No es recomendable gritar ni echar a correr. Muy fácil decirlo. Pero ¿cómo reaccionar cuando, agachado ante la rueda pinchada de tu coche, notas un aliento caliente y apestoso en tu nuca, te giras y ves un armario peludo de dos metros de alto que te mira con el mismo gesto que tú pondrías ante un plato de deliciosos percebes? Mientras tu vida pasa rápido ante tus ojos (demasiado rápido, demasiado poco que contar, te dices, en un inesperado arranque de lucidez ante

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el abismo), reprimes tu confianza, controlas tu pánico, no gritas ni sales corriendo, que es lo que tu cerebro y tus piernas te están pidiendo. Entonces, te agachas lentamente, coges la llave de tubo y, sorprendido de tu arrojo, le destrozas el cráneo al úrsido inoportuno de un rápido y certero golpe. O eso es lo único que tu cerebro puede imaginar antes de que el oso, asustado por tus gritos de pánico y tu inútil intento de echar a correr (tu carrera sólo ha durado un paso, el que has podido dar antes de tropezar con la maldita llave de tubo), te devore.


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FICCIONES Ollin Rafael

EL CAZADOR Comenzaban a cerrársele los ojos con la monotonía de las curvas que, como un río, lo llevaban a su destino, cuando se le pinchó un neumático, y tal vez por esa razón, - a pesar de lo engorroso que puede ser cambiar la rueda de un automóvil-, sintió un escalofrío de satisfacción. Llevaba conduciendo por aquel torrente de curvas todo el día y sería placentero poder salir de aquella lata y respirar el aire frío del bosque y del invierno ya próximo. Se detuvo en la cuneta cerca de un amplio pinar. Con suerte –pensópodría ver algún ciervo o incluso a un oso. Hacía ya varios kilómetros que veía pasar las señales que advertían sobre su presencia. Pocas veces había podido ver animales salvajes en libertad. Le encantaba ir al zoológico o a las reservas, pero la emoción de

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verlos totalmente libres sería inigualable. De pequeño su mayor sueño era convertirse en cazador, en el mejor cazador, y emular al Teniente Alexander Franzoj que como ingeniero en Tanzania les había dado caza a los más terribles leones de África. Pasó la mitad de su infancia viendo en la televisión nada más que programas del Discovery Chanel con la intención de captar, lo mejor posible, la inteligencia de cada animal. Se acordaba que algo que lo había impactado particularmente era la capacidad de los osos de recordar y de mejorar sus estrategias de caza. A los osos pardos que se alimentaban sobre todo de salmón, cada día les costaba más trabajo encontrar comida, pues la contaminación en los ríos había hecho descender velozmente la existencia de estos peces. Los osos, demostrando su inteligencia,


habían mejorado su técnica ante la escasez, colocando piedras en los ríos de tal manera dispuestas que en ciertos sitios, los salmones, tenían que saltar y caían directamente en las fauces de los feroces animales. Cuánto le hubiese gustado cazar un oso. Ya habían pasado bastantes años desde aquellos sueños pero continuaba con alguna ilusión a pesar de la monótona vida que lo había elegido, de hecho era un asiduo visitante de cotos de caza y llevaba siempre en el maletero un rifle dispuesto. Se bajó del coche y sacó las herramientas de la cajuela además del rifle que colocó en el capó, –nunca se sabe- se dijo mientras un estremecimiento de placer, provocado por el contacto con el arma, recorría su espalda. Se acomodó las gafas que cubrían sus pequeños ojos de pez y

se dispuso a cambiar la llanta. Al extraer la rueda se dio cuenta de que el pinchazo no podía definirse menos que como un desgarro, el hule estaba lleno de cortes y vidrios –¿quién podría haber dejado todo aquello en la carretera?- se preguntó mientras terminaba de colocar el nuevo neumático. La obscuridad ya lo rodeaba todo y sólo las luces encendidas del coche le permitían ver a su alrededor, tal vez por eso se dio cuenta demasiado tarde que un oso pardo de gran tamaño lo acechaba ya de muy cerca. Apenas tuvo tiempo de coger el arma que, desafortunadamente larga, no le dejó apuntar. El oso, con inusitada destreza de cazador, le arrancó la cabeza de un mordisco mientras los primeros copos de nieve se iban posando sobre los pinos, eran los primeros del año y él, el quinto de la tarde.

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FICCIONES Raúl del Valle

FORMAS DE CAMBIAR UNA RUEDA I Llevaban dos horas de camino y no habían dejado de discutir desde que se subieron al coche, así que, en cierto sentido, a los dos les vino bien el pinchazo: una tregua, un tiempo muerto, la excusa perfecta para no tener que compartir el mismo espacio. Él bajó a cambiar la rueda entre maldiciones; ella se quedó en el interior del vehículo, fumando en silencio y

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observando, por el espejo retrovisor, la figura acuclillada de su marido que no acertaba a poner bien el gato hidráulico. Entonces vio emerger, de entre los árboles, lo que parecía ser un oso pardo. Por suerte reaccionó deprisa y, después de subir las ventanillas, bajó el seguro de las puertas.


FICCIONES Raúl del Valle

FORMAS DE CAMBIAR UNA RUEDA II Al principio me asusté, claro. Hacía mucho tiempo que no había tenido un brote y le había perdido la práctica, así que tardé unos segundos en identificar al oso pardo que me miraba desde el centro de la calzada como una alucinación. Eran las dos de la madrugada cuando aparqué junto al edificio en el que vivo. Al salir del coche vi que el neumático estaba pinchado y, como no me esperaba nadie en casa ni tenía que madrugar a la mañana siguiente, opté por cambiar la rueda en aquel momento en lugar de esperarme a la mañana siguiente, con la calle llena de coches y gente] Apenas había encajado el gato y le había dado un par de vueltas a la manivela cuando, por el rabillo del ojo, vi un oso pardo que me miraba desde el centro de la calzada. Lo primero que se me vino a la cabeza, una vez que lo identifiqué como una alucinación, fue que quizá también el pinchazo fuese producto del desorden químico que, al parecer, había vuelto a producirse en mi cerebro. Después pensé en las consecuencias inmediatas: los ajustes en la medicación con los efectos secundarios que ello conlleva hasta que dan con la combinación de fármacos idónea, quizá incluso algún ingreso si la

cosa iba a más] Decidí no cambiar el neumático no fuese a ser que, en efecto, el pinchazo fuese también una alucinación. Volví a guardar el gato en el maletero y me dirigí hacia el oso que, con extraordinaria precisión, mi cerebro se había encargado de fabricar para mi exclusivo uso y disfrute. Podría haber sido peor, pensé al acercarme y comprobar la docilidad de su mirada, una especie de somnolencia que lo mantenía inmóvil a pesar de que acerqué mi cara a menos de un palmo de su hocico. Me sorprendió el olor de su aliento, la extremada fidelidad con la que un cerebro es capaz de generar incluso estímulos aromáticos. No estuve mucho tiempo frente al animal, no tenía sentido darle más bola al asunto así que subí a casa pensando en que, a la mañana siguiente, tendría que pedir hora a mi psiquiatra. Al llegar arriba salí al balcón, quería echarle un último vistazo a mi delirio. El enorme cuerpo del oso estaba tendido en la calzada y parecía profundamente dormido. Junto a él, dos coches de la guardia urbana y un camión del parque zoológico.

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FICCIONES Albert Mesas

RESACA DE CARNAVAL Desperté resacoso, perdido en medio del bosque. El cómo había llegado hasta ahí no era mi prioridad, sino más bien, el cómo salir. Empecé a andar desorientado, y a lo lejos vi a un grupo de chicos que cambiaban la rueda pinchada de su auto. Me puse a correr hacia ellos pidiendo auxilio, a lo

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que respondieron con peligrosos disparos. Por suerte conseguí ponerme a salvo. Al llevarme las manos a la cabeza para asegurarme que todo seguía intacto, me percaté de que todavía tenía puesto el disfraz de oso pardo.


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FICCIONES David Díaz

UNIR PUNTOS Y OBTENER UNA FIGURA (Colorear luego sin salirse de la raya) Yo no tengo coche y eso que viene hacia mí no es un oso. De todas formas hay una rueda, un querer devenir de las cosas. Si no me parase, o no me hubiera parado, sería imposible que aquí apareciera un coche, con su rueda pinchada y al fondo, entre los frondosos árboles de esta autopista de montaña, un oso pardo. Dijeron que habían traído sólo catorce parejas de osos pardos... catorce putas parejas de osos pardos intentando repoblar lo que antes había sido su espacio natural y ahora son unas montañas atravesadas por autopistas de tres carriles y pistas de esquí; ¡y mira

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que son grandes estas montañas! Pues ahí viene uno de los veintiocho osos pardos traídos desde la Selva Negra y criados en cautividad durante sus primeros cinco años de vida, años que dedicaron sus cuidadores a enseñarles a desenvolverse cuando estuvieran al otro lado de la jaula... Pero la rueda se ha pinchado, ese devenir de las cosas que hace que el café sepa a café y un desamor duela quizá no necesite de la fina ironía del oso pardo acercándose amenazadoramente. ¡Pagamos peajes precisamente para que las autopistas, entre otras co-


sas, tengan vallas y puedas ir confortablemente a 1 80km/h! Cierto es que la repoblación del Pirineo de osos pardos alemanes y franceses tiene ya de por sí ese fino toque irónico. Repoblar los Pirineos con osos pardos por la pura melancolía romántica del ellos-estaban-aquí-antes de fin de semana y prismáticos. En este pequeño parón inalterable de los acontecimientos prima sobre todo el divagar. Ni yo tengo coche, ni eso que viene hacia mí es un oso. ¿Hay algo más extraño, además del hecho de que en el mismo momento en el que salgo del coche, una vez lo he podido detener

en el arcén y llamado al seguro, justo después de colgar, con los ojos cegados todavía por el contraste entre la luz blanca impenetrable del móvil y la oscuridad nocturna de la montaña, divise al fondo, no muy lejos, lo que parece ser la figura de un perro grande que se acaba convirtiendo en oso? ¿Hay algo más extraño, digo, además del hecho de que a los osos pardos que repueblan el Pirineo les hayan enseñado a ser salvajes?

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BESTIARIO: CONCURSO DE MICRORRELATOS “LA CASA VACÍA” 01 . UNA CASA ANODINA, Diego Prado 02. LA FEBRE DEL CORREDOR , Amanda Ruiz 03. EL OCUPANTE, Matías Castro Sahilices 04. (SIN TÍTULO), Gonzalo Málaga 05. CASA HABITADA, Joaquin Parodi

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BESTIARIO:

CONCURSO DE MICRORRELATOS "LA CASA VACÍA"

Diego Prado PRIMER PREMIO

Una casa anodina Jamás había muerto nadie en ella de forma extraña o violenta. Nunca se vio una luz intermitente asomando en alguna ventana, una sombra cruzar tras los visillos, ni el aullido de un perro en su jardín de selva deslavazada. Era una casa anodina, vieja, un anacronismo en aquella calle. Pero el vecindario empezó a contar que por las noches escuchaban el morse abominable de un grifo goteando, el crujir de hojaldre de las paredes, la agonía herrumbrosa de los goznes, los gemidos casi humanos de sus vigas. Una mañana, sin más, la casa había desaparecido, ya no estaba, como si se la hubiera tragado la tierra o un ladrón la hubiese hurtado con la

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complicidad de las sombras. Quedaba sólo un solar abrupto, casi un cráter por el que descender al averno. Fue sólo entonces cuando los crujidos, los ruidos agónicos, los gemidos casi humanos y el maldito gotear del grifo aumentaron hasta límites insospechados, desquiciando lentamente a los vecinos, provocando suicidios inesperados, depresiones subterráneas e insomnios delirantes, una demencia colectiva que cada anochecer se filtraba por los cristales igual que una letanía decrépita, como una oración por todos nosotros.


BESTIARIO:

CONCURSO DE MICRORRELATOS "LA CASA VACÍA"

Amanda Ruiz SEGUNDO PREMIO

La febre del corredor Mai no se n’havia adonat de la seua existència fins a aquell dia, però des d’aleshores l’obsessionava i formava part obligada del recorregut habitual. Plovisquejava i feia fred, i la por de relliscar sobre la vorera mullada li feien anar més lentament del que voldria. Això l’emprenyava, i molt. Avui faria uns nou kilòmetres en el temps que habitualment en feia onze. Però les coses no estaven anant com havia previst, Vampire Weekend no era en absolut el disc del dia i potser per això no va lamentar tant quedar-se sense bateria. Es va parar en sec, amb la música. Va aturar el cronòmetre mentre guardava els auriculars i, de sobte, va aixecar el cap i la va veure allà: impassible, ruïnosa, sobirana. Aquell aire

d’abandonament, tanta herba salvatge envaint el jardí... Tenia quelcom ben atraient, misteriós. Va reprendre la carrera hipnotitzada, sense parar d’imaginar com haguera sigut habitar-la en un altre temps. Aguaitar-se per la finestra i observar els distrets passatgers que esperaven en l’andana o recolzar una bicicleta de carreres en la barana. Saps què faran en aquest solar?−li va preguntar algú mesos més tard en passar per davant amb unes Asics últim model. Solar? Quin solar? I li va semblar que algú li deia adéu amb un somriure antic des de la finestra d’aquella casa impassible, ruïnosa, sobirana.

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BESTIARIO:

CONCURSO DE MICRORRELATOS "LA CASA VACÍA"

Matías Castro Sahilices TERCER PREMIO El ocupante

La abominación tiene muchas formas Borges “There are more things”

Mi padre, Alexander Muir, había declinado la oferta de Max Preetorius debido a los ominosos diseños que el norteamericano sugería en los planos. Veinte años después, las deudas y el aburrimiento me obligaron a aceptar la obra que había rechazado mi progenitor. Cuando llegamos, no hizo falta retirar el viejo mobiliario; la casa estaba vacía. Siguiendo esquemas inverosímiles, tiramos paredes abajo, levantamos arcos absurdos y abrimos profundas cisternas. Aunque no faltaron los problemas (uno de los obreros murió tratando de usar la escalera, acto imposible luego de haber sido alterada), las refacciones terminaron por agradarme. Al finalizar la obra, Preetorius partió al extranjero dejando vagas instrucciones: debía ocuparme de la casa hasta nuevo aviso. Decidí entonces

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instalarme en el piso superior. Al tiempo comencé a disfrutar la inclinación de las aristas: lo que antes me repugnaba, ahora lo encontraba cómodo. Unos vagabundos invadieron la planta baja creyendo la casa deshabitada. Sin experimentar alguna emoción, decapité uno de los perros y arrojé la cabeza al patio. A pesar del suceso, algunos decidieron quedarse. Esa noche soñé con un templo y una isla inclinada. Desperté presa de una excitación primigenia y un alarido gutural reverberó a través de la estancia. Aterrados, los intrusos abandonaron la morada. Cuando descendía hacia la planta baja, escuché unos pasos al pie de la escalera. La curiosidad de ese hombre pudo más que el miedo y entonces vi el horror en su rostro.


BESTIARIO:

CONCURSO DE MICRORRELATOS "LA CASA VACÍA"

Gonzalo Malaga CUARTO PREMIO (Sin título) Cuando regresó, la casa estaba allí; había que tener ojos para reconocerla: la misma altura, el mismo fondo, la misma profundidad; pero algo (una especie de tela pintada y dibujada) la alteraba en los contornos. Faltaba poco para el amanecer y supo que tenía que entrar como sea. Tiró de la tela que cubría la fachada y era como si el enorme lienzo de teatro hubiera estado puesto para él, esperándolo, pues cayó sin esfuerzo, levantando polvo y dejando volar infinidad de palomillas y otras criaturas nocturnas que habían estado quietas entre sus pliegues para protegerse de la luz de la luna. Cuando el viento se llevó el polvo vio que la casa había cambiado:

todas las puertas y las ventanas estaban tapiadas. Una idea le llegó de alguna parte, podría haber jurado que desde el centro mismo de la casa: en uno de los bolsillos tenía una llave, si hundía esa llave en la mitad de la pared, aparecería una puerta y él podría abrirla. Sacó la llave, y la llave se hundió en la pared como si los ladrillos no fueran ladrillos sino arena. Le dio vuelta a la llave, y la casa comenzó a desmoronarse, cubriéndolo por completo.

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BESTIARIO:

CONCURSO DE MICRORRELATOS "LA CASA VACÍA"

Matías Castro Sahilices QUINTO PREMIO

CASA HABITADA Así que nos vamos a vivir a la casa desolada que aparece en la fotografía. Procuramos adecentarla. Hacemos reformas. Invitamos a los amigos. Nadie aprecia los cambios. Está igualita que en la foto, dicen. Tienen razón. No se aprecian diferencias con la fotografía que hemos colgado en el salón, la de la casa desolada, tal como era antes de que entráramos a vivir en ella; el testimonio de su ruina. A pesar del repelús, quitamos hierro al asunto. Continuamos las reformas. Cada minúsculo cambio se ve reflejado en la dichosa fotografía. Nadie da crédito a nuestras palabras. Nora se rinde, dice que le da igual que los demás piensen que adquirimos una casa de ensueño, lista para habitar. Incluso se pone de su parte en las cada vez más frecuentes

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discusiones acerca de unas reformas inexistentes] para ellos. Un buen día, mi mujer desaparece de la faz de la Tierra. La busco por todas partes. La encuentro en la foto, asomada a una ventana, con unos kilos de más. Amigos y vecinos la identifican como la antigua dueña de la casa. Cómo va a ser tu mujer. Si no tienes. Siempre has vivido solo. Les mando a freír espárragos. Me desespero. Me deprimo. Bebo. Me olvido de mí. Desaparezco. Ahora vivo dentro de una foto que ha dejado de cambiar. De nuevo tengo a Nora entre mis brazos. ¿Por qué afirmará ser la anterior dueña de esta gran casa?


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Pere Fortuny

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INTERLUNIO 01 . (SIN TÍTULO), Violeta Serrano 02. (SIN TÍTULO), Mareva Mayo

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INTERLUNIO Violeta Serrano

(Sin título) Conoces el absorbente resquicio de luz de la rendija de tu vientre conoces, al menos has visto, la desvirgada impasibilidad de los transeúntes de las grandes ciudades. Restallan a la luz inane del mediodía los muertos que no viste las calcinadas esquinas de los barrotes de las cárceles, el tibio goteo de algodón quebrado como ruina de estrépito y calor de hoguera extinta. Te trepo a pasos lujosos y oscilantes como una rueda de viento en el lamido inhóspito de la última duda. Te redimo del angosto vacío de los peces destripados los de los ojos blancuzcos que reposan en el mayoral. Recuérdame cuando esté contigo como la que fui antes de entregarme. Recuérdame cuando te bese como la desprendida caminante anterior a la huella de tus zapatos.

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INTERLUNIO Mareva Mayo

(Sin título)

Del arrullo por impropio de la sal abanico de ventana que abre muros de vacío al aire, casas de humo al bosque, escalera del burdel al púlpito, sangre goteando del roble al puerto, y de mí a tu infierno, todas mis culpas, más sucias e irreparables, todos mis agujeros, mis candados, mis vestidos y máscara para dar el pésame, de mí orilla de lo cálido al jardín de coñac, de tu amanecer al insomnio los ojos como cuchillas, por tus pozos, toda la carne mía, por tu negro de los negros, mis noches sin coartada, sin ni un tejado por si viene la lluvia, ni una tumba por si caen los muertos. Del poema roto, embarrado del sudor impúdico de la vergüenza, cada letra como un nudo, cada verbo como un asesinato, a tu línea, por el perfil de tus cuadras, por el abandono de la vida mía en tus ruinas, por tus ruinas, mis grietas, por tus grietas, mi sangre. Por lo imperdonable. Por el andén de los días. Por tu cadáver, mi cadáver. Por la cristalería. Por nuestros muertos e hipoteca de la luz. También el paraíso. También la ausencia rabiosa de fe, reventada, torturada, de fe.

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Oriol Capella Vilarrassa

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YO ESTUVE ALLÍ 01 . 99 MANERAS DE DESAPARECER EN UNA CURVA, Raúl del Valle

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YO ESTUVE ALLÍ Raúl del Valle

99 formas de desaparecer en una curva, Ramón Quenó Ediciones Por Peteneras. Barcelona, 2008. Las leyendas urbanas no son sino muestras de literatura germinal, embrionaria, seminal incluso; un paso previo a la literatura oral; emergencias narrativas que aún no han llegado a reconocerse como tales; jirones de ficción a los que les cuesta desprenderse de ese envoltorio semiótico que la gente considera la realidad. Porque sí, a estas alturas ya se sabe que, eso que llamamos realidad, no es más que una ficción involuntariamente consensuada, el mundo todo una construcción verbal, un artificio del cerebro que necesita crear estabilidades para desenvolverse con eficiencia. Pero lo cierto es que la gente –así, a lo bruto, al por mayor- sigue considerando que el mundo existe independientemente de que nosotros lo verbalicemos, que las cosas sucedieron tal y como ellos recuerdan que lo hicieron, que las historias pueden ser más o menos verídicas, que la objetividad –la verdad- es un atributo alcanzable. Una de las premisas que debe cumplir 40 www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013

toda leyenda urbana es su indiscutible veracidad. Quien la cuenta siempre conoce a alguien o sabe de alguien que ha sido testigo presencial de lo que se cuenta, confiando toda la fuerza de la historia a su condición de hecho cierto, de suceso empíricamente ocurrido. Quizá la primera leyenda urbana con la que entré en contacto fue la de la joven de la curva. El argumento es bien sabido: una joven hace autostop en una carretera poco transitada y peor iluminada –a veces en camisón, otras vestida de novia-. Es de noche o directamente de madrugada. Alguien se detiene en el arcén –un matrimonio maduro, un conductor solitario, dos amigos borrachos- y la chica sube al coche. Al acercarse a una curva concreta, por lo general a poca distancia del lugar en el que estaba detenida, la chica dice: Ten cuidado, en esta curva me maté yo, y desaparece como por arte de magia. 99 formas de desaparecer en una curva.El libro, firmado por Ramón Quenó, lo compone una secuencia de noventa y nueve fragmentos encabezados por un número romano, noventa y nueve fragmentos desnudos cada uno de los cuales supone una nueva variación en torno a la historia de la joven de


la curva. Un lector ingenuo pudiera pensar que se trata de algo así como una antología, una colección de las distintas formas que ha ido adquiriendo la leyenda en los diferentes lugares en los que ha echado raíces. Desde ese punto de vista se echa de menos el apunte geográfico, la información referente al lugar donde el autor del libro –a quien se pudiera imaginar como un etnólogo recopilando antiguas leyendas incas en lo más recóndito del Ande (?)- ha recogido aquella variante concreta. Pero la ingenuidad no es una buena guía de lectura, el libro es una obra de ficción, un ejercicio de estilo, el trabajo de alguien que se ha lanzado a imaginar, plasmándolas por escrito, las casi cien variantes de la leyenda que recoge el volumen. En una de ellas –quizá la más previsible-, el conductor, justo al escuchar las primeras palabras de la chica, despierta en su cama y resulta que todo ha sido un sueño. En otra el conductor –que es un camionero y conoce la historia-, detiene su vehículo antes de llegar a la curva de marras y viola brutalmente a la chica mientras le pregunta una y otra vez: ¿Y ahora por qué no desapareces? En otra más –ligera variante de la anterior-, la chica, cuando el camionero detiene el vehículo, previendo la agresión, le empieza a contar un cuento hasta que consigue que el camionero se quede profundamente dormido y pasan mil y una noches aparcados en el arcén, a pocos metros

de la curva. Quizá la más curiosa sea una en la que la chica es en realidad una adolescente que quiere saber si es cierto eso de que, cuando uno recibe un susto lo suficientemente terrorífico, el pelo se le vuelve blanco de repente, y, para comprobarlo, se planta los sábados por la noche al borde de la carretera, vestida con su mejor pijama y con el pulgar extendido, a la espera de que alguien la recoja. Pasan pocos coches y los que pasan nunca paran, así que, la noche que uno se detiene en el arcén, la chica no puede evitar sentir un hormigueo de emoción mientras se dirige hacia el coche, se asoma a la ventanilla y se sienta en el interior después de haber comprobado que el conductor, que va solo, no tiene ya el pelo blanco. En la próxima curva se lo digo, piensa la chica mientras se le acelera el pulso; pero, justo en ese instante, el conductor se la queda mirando con fijeza, le dice que en esa curva se mató él y desaparece. El texto no especifica si a la chica se le llenó o no el pelo de canas. Ahora que la posmodernidad ha desmontado el mito del original, esta obra es un claro ejemplo de la conocida tesis de Deleuze: sólo a través de la repetición emerge la diferencia.

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DE OSOS Y OTROS MONSTRUOS ÍNDICE DEL MONSTRUO

FICCIONES 01 . FEO, COBARDE DÉBIL E INMORTAL, Raúl del Valle 02. GENEALOGÍA, Clara Queraltó 03. ADICCIONES, Inma Aljaro 04. EL SABELOQUETEQUIERODESÍ, David Roas 05. EL MANUSCRITO, Ollin Rafael

BESTIARIO: CONCURSO DE MICRORRELATOS “LA CASA VACÍA” 06. CASA VACIA, Ricardo Reques 07. RETORNO, William Guillén Padilla 08. LAS MANOS DE LA CASA VACÍA, Oscar Gallegos 09. LA CASA VACÍA (NO TANTO), Ezequiel Wajncer 1 0. FANTASMA, Neftalí Báez

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INTERLUNIO 01 . THE BEAST IN ME, Henry Pierrot 02. DISCÍPULOS, Laia Pajuelo

TUBO DE ENSAYO 01 . ERRANCIAS DE LOS CUERPOS, Paco de León 02. LA LITERATURA DEL ANTITERROR Y LA FIGURA DEL ANTIMONSTRUO, Bernat Castany 03. LA ESTACA DEL GENERAL, Raúl del Valle

YO ESTUVE ALLÍ 01 . INFORME SOBRE EL ESTADO DE LA POESÍA, Raúl del Valle 02. NOSFERATU, Albert Mesas

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Javier Albuisech

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FICCIONES 01 . FEO, COBARDE DÉBIL E INMORTAL, Raúl del Valle 02. GENEALOGÍA, Clara Queraltó 03. ADICCIONES, Inma Aljaro 04. EL SABELOQUETEQUIERODESÍ, David Roas 05. EL MANUSCRITO, Ollin Rafael

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FICCIONES Raúl del Valle

FEO, COBARDE, DÉBIL E INMORTAL Busco refugio en lugares donde sé que no voy a encontrarlo. Es como tumbarse en un colchón que sabes de antemano que está lleno de clavos. Cazo ratas y perros por los callejones; los gatos son más difíciles de atrapar, aunque alguna vez he tenido suerte. Pero mi sed es infinita y la sangre de los animales, por más grandes que estos sean, no sirve para saciarla. Me sirve, eso sí, para sobrevivir, para ir tirando, para resistir hasta un nuevo crepúsculo tras el cual poder retomar mis pasos y proseguir, una noche más, mi desalentadora cacería. Soy un vampiro de baja alcurnia, un híbrido extraño, el hijo bastardo del general Entrescu –descendiente directo de Vlad Tepes- y una puta transilvana a la que el general ni siquiera mordió. Según ella misma me contó, ya vieja y consumida por la sífilis, la noche en cuestión, Entrescu –conocido como el empalador a causa de poseer un desaforado apetito sexual y una legendaria polla de más de treinta centímetros- disfrutaba de los servicios de cinco entregadas prostitutas en un burdel en los Cárpatos, y el general bebió con fruición del cuello de cuatro de ellas, convirtiéndolas así en 48 www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013

inmortales bebedoras de sangre humana, poderosas vampiras de pleno derecho. Pero mi madre era tan fea y el color de su piel tan cetrino que Entrescu, a pesar de acceder a penetrarla, rehusó siquiera acercar los colmillos a la carne de su cuello. De haberlo hecho, de haberla mordido, claro, yo sería un vampiro con todas las de la ley, un ser dotado, entre otros atributos, de una fuerza descomunal que me permitiría disponer a mi antojo de cuanto mortal se cruzase en mi camino. Quizá incluso hubiese llegado a convertirme en un vampiro famoso como alguno de mis antepasados. Pero lo cierto es que no lo hizo y que mi patrimonio genético se vio seriamente menguado por la naturaleza humana de uno de mis progenitores. De mi madre he heredado la fealdad y la debilidad física; de mi padre la inmortalidad, la imperiosa necesidad de ingerir sangre humana y como treinta centímetros de carne que sólo sirven para hacer bulto entre mis escuálidas piernas. A ver qué sistema cardiovascular mantiene eso erecto sin poseer el vigor y la fuerza de un vampiro. Sólo una vez he tenido una


erección, una noche en la que el azar puso ante mí a un gitanillo de cinco o seis años que lloraba porque se había perdido. Aquella respuesta fisiológica no se debió a ningún tipo de atracción sexual. Al ver el indefenso cuerpo de aquel niño vislumbré, por primera vez en mi vida, la posibilidad real de probar la sangre humana. La erección se debió al vigor que me invadió ante semejante perspectiva, mi parte vampírica despertando de su letargo. Pero no me dio tiempo a explicárselo al grupo de gitanos que acudió atraído por el llanto del niño y, al verme allí parado, con aquella cosa amenazando con reventarme los pantalones, me tomaron por un pederasta y empezaron a arrojarme piedras hasta que quedé prácticamente sepultado por ellas. Me dieron por muerto. No sabían que soy inmortal, que sólo el fuego o la socorrida estaca en el corazón. Aquí falta algo, digo yo... Tardé meses en recuperarme de aquella lapidación espontánea, pero me sirvió para comprender que el campo es un lugar peligroso y desde entonces prefiero las ciudades. Incluso me gusta mi trabajo: vigilante de seguridad -nocturno, por descontadoen polígonos industriales. Apenas tengo que ver a nadie y me permite dedicarme a la caza de animales. Además, así tengo algo a lo que dedicar mis noches, es bastante aburrido y frustrante ser un medio vampiro anónimo y solitario, sin fuerza ni valor para ejercer como un auténtico ser de las tinieblas, condenado de nacimiento a no poder emular las hazañas de mis famosos antepasados, a escuchar una y otra vez sus nombres sabiendo que nunca voy a ser recordado en las leyendas,

que probablemente nadie, si algún día consigo morir, vaya a repetir el mío. A veces me gusta fantasear con la forma en la que actuaría en una situación concreta si fuese alguno de los vampiros célebres que pueblan la historia, el cine y la literatura. Cuando, patrullando por el polígono de madrugada, encuentro el típico coche con los cristales empañados por la lujuria, me gusta imaginar qué haría yo si en lugar de ser quien soy fuese, pongamos, Lestat o Nosferatu. Nosferatu se acercaría lentamente y sin hacer ruido, cubriendo con su escuálida sombra el cristal de la ventanilla antes de acceder al interior del coche; sin gestos de violencia explícita, confiando en su propia monstruosidad y el horror que esta provoca para doblegar a sus víctimas. Lestat, en cambio, seguramente atravesaría de un golpe el cristal y sacaría en un gesto súbito y violento al chico del vehículo, un gesto lo suficientemente violento como para estar seguro de haberle partido el cuello. Después abriría la puerta e invitaría a la chica a descender con alguna galantería que haría que ella, a pesar del pavor, no pudiese evitar sentirse halagada hasta el mismo instante en que los elegantes colmillos del vampiro seccionasen su yugular. Mi estrategia, obviamente, se parecería más a la de Nosferatu. Pero lo cierto es que mi fealdad, más que al horror paralizante, induce por lo general a una cierta sonrisa condescendiente, a la lástima más descarada. Y encima seguro que, antes de conseguir siquiera acercarme al cuello de uno de ellos, el otro me propina un golpe y vete a saber cómo acaba la www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013 49


cosa; igual incluso entienden del tema y llevan en la guantera la preceptiva estaca. Así que me doy la vuelta y regreso, con expresión desencantada, a mi humilde labor de cazador de ratas. Claro, mi problema tiene una solución sencillísima: bastaría con que alguno de mis semejantes mordiera mi cuello para convertirme en un vampiro de pleno derecho y dar así comienzo a mis andanzas en vistas a salir del anonimato y que el resto de mis congéneres repitan admirados mi nombre y mis hazañas. Eso sí, si ni siquiera el general Entrescu, uno de los que más generosamente repartía cartas de inmortalidad de la historia, quiso morder a mi madre; ¿qué vampiro va a encontrar apetecible mi cuello si soy tan feo como ella y encima carezco de sus aptitudes sexualesno entiendo de qué aptitudes sexuales habla, ¿las de la fea madre? Recordemos que el prota tiene 30 cm de pene? Al final, a pesar de saber que tenía pocas posibilidades de éxito, decidí intentarlo y en mi noche libre, empecé a frecuentar oscuros garitos donde me emborrachaba en la barra a la espera de que apareciese algún vampiro. Aunque, todo hay que decirlo, yo nunca había visto uno con mis propios ojos, por lo que ni siquiera estaba seguro de poder reconocerlo si me lo topaba frente a frente. Me aficioné al alcohol, eso sí. Volvía a casa tambaleándome y recordando las historias que mi madre me contaba sobre la extraordinaria resistencia a la bebida de mi padre, que le permitía pasarse tres días seguidos bebiendo sin llegar a emborracharse. Pasaron los meses y una noche, cuando yo ya había perdido toda esperanza y más que nada iba a los bares en busca de mi borrachera semanal, entró en el bar una mujer de mediana edad muy atractiva. No sé 50 www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013

cómo pero, en cuanto la vi, supe que se trataba de un vampiro. Iba sola y se sentó en la barra a escasos metros de donde yo estaba. Seguramente, si hubiera dependido de mí, no me habría atrevido ni a dirigirle la palabra pero, inexplicablemente, cada vez que me giraba para mirarla, ella clavaba sus ojos en mí y me sonreía con una naturalidad pasmosa, como si me conociese de toda la vida. Yo desviaba la mirada de inmediato y volvía a mis cavilaciones de borracho, maldiciéndome a mí mismo por ser tan cobarde. Al final, después de la tercera o cuarta sonrisa, no me quedó más remedio que acercarme e invitarle a una copa. Un bloody mary, pidió. Después me ofreció un cigarro y señaló el taburete libre junto al suyo. Varias rondas más tarde y ante la sorprendente receptividad que ella mostraba con esto ya se entiene, yo quitaría “ante casi todos mis comentarios” ante casi todos mis comentarios, reuní el valor necesario y, después de contarle mi historia, le propuse que me transformase en uno de los suyos. Casi se cae del taburete de la risa. Pero cómo voy a hacer yo eso, repetía entre carcajada y carcajada, con lo divertidas que son las historias que sobre ti se cuentan. Entonces comprendí que en realidad yo no era un vampiro anónimo y comprendí también que, al menos en vida, no siempre es tan agradable la fama.


Pere Fortuny

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FICCIONES Clara Queraltó

GENEALOGIA De petit el meu pare m’explicava històries precioses de monstres terribles. En sabia molt i les allargava fins a fer-me saltar llàgrimes de por. Sempre pretenien educar, per això explicava que els monstres només apareixen als nens que no fan el que han de fer. El dia que en vaig trobar un dins l’armari de les jaquetes vaig plorar tota la nit. L’endemà el vaig trobar darrere les cortines de la dutxa i l’altre, sota el llit. Eren ben bé com me’ls havia descrit el meu pare i, per sorpresa meva, fins i tot s’assemblaven una mica a ell mateix. Vaig esperar molts mesos i aquells monstres no feien ni deien res, però eren una desagradable presència quotidiana que em feia anar malament en la meva vida diària: evidentment, preferia marxar sense jaqueta abans que remenar l’armari amb aquella

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criatura dins o estar uns dies sense dutxar-me abans que fer-ho al seu costat. Amb els anys vaig deixar d’esperar el càstig que havia imaginat i vaig aprendre a conviure amb aquella mirada entre trista i terrorífica. Després van començar a no aparèixer cada dia i més que un alliberament em va semblar una condemna d’incertesa horrorosa. Sempre tornaven, però ja no me’ls trobava sense més ni més, sinó que havia de ser jo qui els busqués desesperat per tota la casa. Més endavant em vaig casar i va arribar el nen. No n’he vist cap més. Ara al meu fill també li explico històries monstruoses fins a fer-lo plorar; un intent fallit d’omplir una agra i insuportable sensació d’enyorança


Pere Fortuny

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FICCIONES Inma Aljaro

ADICCIONES “Monstruoso es todo aquello que se opone –o excede—a la naturaleza con la que estamos familiarizados, como una serpiente con pies, o un pájaro con cuatro alas”

(Suetonius, Verborum Differentiae)

Roberto está tan enamorado de Jenny que no duerme por las noches pensando que algún borracho podría sentarse encima o, peor aún, salpicarle con su vómito. Se atormenta pensando que debería quedarse con ella. Sí, definitivamente estaría mucho más tranquilo si pasara estas frías noches de invierno abrazado a ella, protegiéndola de sabandijas así que no piensan nada más que en desahogarse. Pero no puede. Físicamente le resulta imposible. Su cuerpo enjuto y debilucho no soporta las temperaturas de una sola cifra, y esa frustración —porque él la adora y no hay nada más doloroso que no poder demostrárselo— hace que se ahogue de dolor cada vez que se separan. Lo único que lo consuela es quedarse en vela, mirándola embelesado desde la ventana de su

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dormitorio. Jenny, Jenny, Jenny. Así se llama su precioso Hyundai Santa Fe de 1 98 CV. Llevan juntos cinco meses. Hasta hoy no le había hablado a nadie de su relación. No es la primera, cuenta, tuvo una medio-novieta en la universidad, o algo así, y después de aquello nunca se había atrevido a intimar con nadie de esa manera. A los veintisiete seguía siendo virgen si por virgen se entiende no haber penetrado nunca a un ser humano o no haberse dejado penetrar. No se avergüenza de serlo, que conste, a él esas cosas le importan una mierda. Simplemente piensa que la vida sexual de cada uno es asunto de cada uno, ¿o no? Pero, bueno, aun así, había decidido dar el paso: “Papá, tengo que contarte una cosa”. Su relación con Jenny le resultaba muy cómoda. Todas las mañanas ella lo esperaba frente a la casa, con esa sonrisa suya tan radiante, tan especial. Nunca le había recriminado que la camisa estuviera mal planchada o que la mermelada de arándanos le hubiera goteado en la solapa del traje. Jamás había protestado porque le olieran los pies o porque pasara de


cortarse las uñas: no le molestaban cuando jugaban a quererse —o al menos ella nunca había dicho nada—. Jenny era sencillamente perfecta. Podía incluso llorar delante de ella sin miedo a que le golpeara por ser un blandengue de mierda, un pusilánime baboso o un despojo humano; nunca, Jenny Nunca se había reído de él. Ni siquiera cuando se meó en su tapicería la primera noche que durmieron juntos, un accidente que le puede ocurrir a cualquiera que tenga un sueño profundo. Porque es eso lo que le pasa, que tiene un sueño demasiado profundo. Mientras espera que llegue papá, acaricia el capó de Jenny, su Jenny. Tan suave. La ha aparcado frente a su casa, un pequeño chalet adosado que comparte con Rosa, su mejor amiga en la universidad. A ella tampoco le ha contado nada. Quizás lo haga hoy, después de decírselo a papá. Dibuja con un dedo el nombre de Jenny en el cristal de una de las ventanas y lo besa; introduce su lengua en una de las esquinas de la ventanilla y nota que se empalma, ohh, quiere restregarse contra el rojo intenso de su carrocería y sentir el frío de la chapa metálica golpeándole sus] Inspira. Suspira. Mejor luego, baby. Papá tiene que estar al llegar. — Papá, estoy enamorado de mi coche. Su padre es un hombre responsable, serio y comprensivo o eso cree. Intenta mantener la mandíbula serena mientras oye aquella barbaridad y todos sus detalles. Con un poco de esfuerzo consigue levantar las comisuras hasta formar una sonrisa conciliadora, pero la expresión se asemeja más a la que tendría una persona estreñida en el momento álgido de

la deposición. Apoya una mano en el hombro derecho de Roberto: — Hijo, te entiendo y te respeto, pero ¿has pensado en volver a la consulta de Alfredo? — No necesito ayuda, papá. Estoy enamorado de mi coche, quiero a Jenny y estoy dispuesto a seguir con ella. Me da igual si apruebas o no la relación. No te estoy pidiendo permiso. — No, hijo, no es eso. Yo apruebo cualquier relación que puedas tener, ya sabes que seré la última persona en este mundo que juzgue tus acciones. Sólo quiero tu bien. Pero creo que actualmente afrontas un momento de tu vida muy delicado y quizás sería beneficioso que reanudaras las sesiones de terapia con el doctor Salcedo. Sólo eso. Silencio — Roberto, chico, la muerte de Bobby no fue culpa tuya. Fue un accidente que nadie podría haber evitado. La puerta estaba abierta y se escapó. De hecho (carraspeo) es hora de que asumas que Bobby nunca existió. Nunca quise decirte nada porque no quería herir tus sentimientos. Se te veía tan ilusionado jugando con él, pero Bobby era producto de tu imaginación. Ya sabes, un amigo imaginario, como les ocurre a muchos chavales. ¿No lo has visto en las películas? — Papá, no sé de qué me hablas. No recuerdo a ningún Bobby y nunca he jugado con nadie, De Hecho no me gusta jugar. Mira, estoy dispuesto a seguir con Jenny. Jenny es toda mi vida y no voy a abandonarla porque tú y el resto de la sociedad no queráis entender nuestro amor. El hombre, cansado y con ligeros espasmos en el párpado izquierdo, promete respetar su decisión. “Hijo, yo te quiero hagas lo que hagas, y si tú eres feliz así, yo también lo soy”. Se www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013 55


abrazan. Uno de ellos llora, pero no se sabe muy bien quién, sólo se oye el gimoteo. En un discurso aparte que, suponemos, Roberto no oye, el progenitor le habla a la cámara. Se siente responsable, la voz le tiembla cuando dice que quizás no le dedicó demasiado tiempo a su hijo cuando su madre y él se separaron. Niega con la cabeza y mira al suelo. Se siente más lejos de Roberto que nunca, pero está dispuesto a recuperar el tiempo perdido, cierra los ojos ceremonioso y respira pausadamente, nunca es tarde, va a estar a su lado ahora que lo necesita y compensará así los momentos que nunca pudo dedicarle durante la adolescencia, cuando pasaban horas y horas encerrados en sus respectivas habitaciones, él vistiendo y desvistiendo a sus muñecas de porcelana y su hijo descifrando los códigos secretos de las empresas de seguridad a las que, varios años después, chantajearía a cambio de varios millones de euros. Tras un fundido a negro, el objetivo de la cámara vuelve a dirigirse hacia Roberto. Ahora está sentado en el sofá, con su amiga Rosa. Ella no puede mantenerle la mirada durante mucho tiempo porque uno de los ojos se le desvía en dirección contraria al otro cuando está nerviosa y las cámaras, allí en su salón, la ponen muy nerviosa. Lo único que interrumpe la conversación son los sorbos que Rosa tiene que dar para que la baba no se le caiga por el mentón. Tiene un pequeño problema de concentración y, además del ojo nervioso, se le olvida cerrar la boca cuando está muy concentrada en algo. El relato de Roberto es el mismo:

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“estoy enamorado de mi coche, se llama Jenny”. Rosa le mira incrédula. Sonríe porque espera que sea una broma. Un hilo de baba resbala entonces hasta aterrizar en su pecho, pequeño en comparación con su abdomen. No puede ser que su amigo, su único amigo, esté confesando eso delante de las cámaras. Todo el país lo está viendo. Con suerte sólo medio país. Quiere que sea una Broma. Silencio. Es una broma, ¿no? Rosa y Roberto son amigos desde la universidad. Ella nunca había encontrado a nadie que quisiera hablarle durante más de cinco minutos seguidos sin incluir en el diálogo alguna obscenidad referente a su extraña afición por coleccionar lombrices y devorarlas una vez que estas hubieran alcanzado la madurez suficiente como para comprender su destino. Normalmente, cuando llegaba ese momento, solían tener el tamaño de un dedo corazón. Roberto fue su primer y único amigo durante aquellos años y cuando él le mencionó la posibilidad de alquilar juntos aquella pequeña casa, a las afueras de C... ¡Sí, quiero!, había gritado extasiada, dejando entonces que un río de saliva recorriera impudorosamente todo su cuello. La relación entre ellos se basaba en un respeto profundo por las ‘reglas establecidas para la cordial convivencia’: nunca comerían juntos; nunca se tocarían: ni siquiera en los cumpleaños o fiestas tradicionales en las que la mayoría de las personas tienden a abrazarse o besarse; debían cerrar el cuarto de baño con pestillo cuando estuvieran utilizándolo para evitar encuentros de-


sagradables y nunca se preguntarían nada que consideraran íntimo o personal, es decir, sólo hablarían de los vecinos y de los gastos de la casa. Ella había aceptado las condiciones. Trabajaba ocho horas al día y era feliz con sus lombrices. No necesitaba nada más. O eso pensaba. La revelación de Roberto la ha dejado sin palabras. Al parecer “no es una broma en absoluto” y su mente relaciona ahora los gemidos que escucha por la noche con la imagen de Roberto tumbado sobre el capó rojo del vehículo o embistiendo el maletero con la parte inferior de su cuerpo. Rosa parpadea varias veces, aprieta los ojos con fuerza para que las pupilas no se descontrolen y su cara se contrae como si, del mismo modo que le había ocurrido antes al padre de Roberto, tuviera dificultades para ir al baño. Tarda unos segundos en reaccionar y finalmente: “No quiero que la gente se ría de ti”. Llora frente a la cámara cuando le preguntan su opinión. “Roberto es un chico muy bueno, no le hace daño a nadie, pero la gente es muy mala y se van a burlar y no sé si él está preparado para eso. Me da miedo. Y pena y...” Rosa comienza a ahogarse en sus propias babas. Ahora el llanto es exageradamente esperpéntico y los realizadores del programa deciden pasar a publicidad. Está bien. Roberto consiente en ir a un especialista si de esa forma todos, esto es, Rosa y su padre, se quedan tranquilos —descarta insistentemente la consulta del doctor Salcedo. No explica por qué y su tono es agresivo cuando la voz en off insiste en la pregunta. Porque no le da la gana, no le da la Gana, ¿vale?—.

Música romántica de fondo: imágenes de Roberto besando el parachoques de Jenny, lamiendo el parachoques de Jenny, subiendo la pierna sobre una de las ruedas traseras de Jenny, metiendo dos dedos por el tubo de escape de Jenny. No entiende por qué hay que dramatizar tanto el asunto. Estar enamorado de un coche es lo mismo que estar enamorado de una persona. Al final todo es una cuestión de ego, de estar bien con uno mismo, de sentirse especial, y Jenny le hace sentirse así, seguro, fuerte, grandioso, disfruta con ella, dirigiéndola, dominándola. Es él quien tiene el control. Los hombres deben tener el control.

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FICCIONES David Roas EL SABELOQUETEQUIERODESÍ

Me topé con aquel ejemplar un mediodía en el bar de la Estación. Ya sabía de la existencia de aquellos extraños animales, pero nunca antes había podido contemplar uno en directo, a pesar de su predilección (y la mía) por los bares y establecimientos de bebidas en general. Y eso que me había preparado a conciencia: había leído las excelentes páginas que David Hume le dedica en su Catalogue of the English Pubs (1 635) –donde ya advertía del insólito comportamiento y los peligros del Youknow, como él mismo lo bautizó-; había revisado documentales, ensayos de zoología, incluso estudios de mitocrítica y folklore (así descubrí, por ejemplo, que en las Antillas y otras regiones de Sudamérica lo denominan Elquesiemprevelayatacaconpalabrashueras). Pero nada. La suerte me era esquiva. Hasta aquel día. Me encontraba acodado en la barra, recomponiendo mi resaca con unas cervezas, cuando lo vi. Enseguida supe que era él por su complexión débil (por no decir exangüe) y su aspecto desaliñado, pero sobre todo por aquellos ojos siempre alerta, fríos, calculadores, y su perenne palillo entre los dientes. Está de caza, me dije, recordando los sabios comentarios que Félix Rodríguez de la Fuente ofrecía en el capítulo que le dedicó en su recordada serie Mis queridas alimañas. Pedí otra cerveza y me dediqué a espiarle en silencio, fascinado por su sorprendente conducta. 58 www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013

No tardó en actuar. Un cliente incauto se había colocado junto a él. Y el Sabeloquetequierodesí inició una conversación que rápidamente acabó convirtiéndose en un monólogo que la víctima (no puedo llamarla de otro modo) no podía más que acompañar con monosílabos, a la vez que tenía que soportar continuos golpecitos en el hombro acompañados de un constante “¿Sabeloquetequierodesí?”. Una cháchara inconexa e inacabable que sólo interrumpía para pedir nuevas consumiciones, que, como pude comprobar después, él no pagó. Aquel pobre incauto no tardó en marcharse, pero el Sabeloquetequierodesí no debía estar completamente saciado, puesto que inmediatamente se sentó en una mesa cercana en la que tres tipos con aspecto de estudiante discutían acaloradamente. Aunque al principio no le hicieron caso, el Sabeloquetequierodesí puso en práctica todas sus artes y no tardó en monopolizar la conversación. Como diversos zoólogos han demostrado, no importa de qué se hable –física cuántica, el teatro en verso tardomedieval de la Baja Sajonia, cine mozambiqueño-, el Sabeloquetequierodesí siempre acaba metiendo baza y, sobre todo, gorreando –como así fue- de lo que sus víctimas comen o beben. Cuando acabó con las existencias de los estudiantes, volvió a su lugar en la barra, sin abandonar su actitud acechante. Y si bien aquellas terribles escenas de caza me pusieron la carne de


gallina por su crudeza, no puedo ocultar que también despertaron mi atracción. Incluso cuando, en un momento de despiste, se abalanzó sobre mí y consiguió, todavía me pregunto cómo, que le invitase a tres rondas de tinto, unos callos y un pincho de tortilla. He vuelto en varias ocasiones al bar de la Estación. Y el Sabeloquetequierodesí siempre estaba allí. Y me he sentido bien al verlo. Llámenme sentimental, pero desde la primera vez que lo contemplé me apercibí de que la maldad estaba ausente de sus acciones. Ni David Hume ni Rodríguez de la Fuente habían sabido captar la verdadera esencia del Sabeloquetequierodesí. Bajo su

aspecto repelente y sus zafios modales, se oculta un superviviente. Un tipo solitario que, finalmente, lo que busca es conversación (y unos vinos). En cierto modo, me vi reflejado en él. Ahora entiendo las cariñosas palabras que Abulio Esquiusmi, el laureado poeta madrileño, dedicó al Sabeloquetequierodesí en uno de sus más bellos poemas, “Removiendo los lodos del pasado voy y encuentro mi patito de goma, que había perdido en un traslado” (recogido en su libro Siento un a modo de ahogo bustal, 1 997):

Recuerdo con pasión la multitud de horas que en mi juventud dediqué al trasiego de alcohol en los bares. Esta noche en casa, mientras me sirvo un whisky y el líquido dorado se desliza por el vaso, inagotable, imperecedero y venerable, vuelve a mi mente la figura del Sabeloquetequierodesí, mitad ser real, mitad quimera, que esperaba, agazapado al final de la barra, un poco de humana relación. Sabeloquetequierodesí, nombre familiar y, a la vez, extraño. [...] Y hubo un tiempo, poco después de volver de mi buscado destierro, que los bares cambiaron: ya no encontraba en ellos el calor ­ese amable calor que proporcionan el whisky, la conversación y el ruido­ ni el placer de ingerir la bebida en compañía. Y sin embargo, allí estaba él: el Sabeloquetequierodesí. Rechazado por todos, sí, pero fiel a su lugar en la barra. Y fue aquel día cuando me acerqué y le hablé. Y aquella fue la única certidumbre que al fin adquirí en mis juveniles borracheras: jamás volvería a beber solo. [Pertenece a mi libro Distorsiones, Páginas de Espuma, Madrid, 201 0]

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FICCIONES Ollin Rafael

MANUSCRITO Me lanzó una mirada que nunca antes le había visto, intensa, y, si eso era posible al mismo tiempo, ligera y sorprendida. ¿Acaso sabía algo que yo ignoraba? Le asomaba una barba de varios días y ojeras largas y oscuras; la ropa avejentada prematuramente le colgaba desde los hombros desprendiendo un olor amargo y penetrante, casi agradable, a sudor y alcohol. Me lavé las manos intentando no alzar la vista, no quería ver aquella imagen, me asustaba el reflejo proyectado en donde un día estuvo lo que podía llamar “yo”. Me corté la barba, como quien se la corta a un extraño, y me cambié de ropa. Descubrí placentero y regenerador alisarla con los dedos, recorrer suavemente las perneras y las mangas en un gesto ridículo pero aun así reconfortante. He intentado deshacerme de este diario durante la noche: la pasé entera endiendo cerillas que se consumieron sin lograr su cometido. Mi decisión parece encontrarse siempre con el muro inquebrantable de cierto terror inexacto, y por lo mismo incomprensible, a la destrucción de las páginas en donde de alguna manera yace la manifestación, por contradictoria, impresa del olvido. 60 www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013

Ordóñez, López y yo ya estamos muertos, pertenecemos a un lugar que se va perdiendo en las páginas cada vez más antiguas de un diario.

26 de septiembre Escribo en un cuaderno de lí­ neas angostas en el que veo una carretera que va hacía el sur, está amaneciendo y el intenso resplan­ dor del primer sol me ciega, me cu­ bro la cara con la mano y aprieto el pedal, me parece el anuncio final de un relato. Imagino música sureña desprenderse de las grietas de azul intenso que se van dibujando a mis espaldas y recuerdo la voz tranquila de mi madre de la que los recuer­ dos se van agarrando: la mirada de mi padre, sus manos, el perro, un caballo y aún más lejos, el sonido del mar, gaviotas, palmeras, una cama, las sábanas, la marca agitada del sol húmedo que entra entre las persianas, el brillo del espejo y ahora a ti, que lentamente te avie­ nes en mi memoria, a quien tal vez conocí pero a quien, como a otros recuerdos, también borro. He decidido no volver, ir hacia adelante llenando mis pasos del polvo cálido de este desierto. Cientos de kilómetros me separan ya de ti. Poco a poco olvido si real­


mente sucedió, pues el relato se desconfigura en mi memoria, lo eventual al ser fijado se fragmenta y se sume lentamente en una profun­ da oscuridad. Somos siempre muertos homónimos. Piso a fondo y dejo que la má­ quina revolucione al máximo en ca­ da cambio de marchas, no hay límite sólo la recta línea del horizon­ te. Voy por una carretera abandona­ da y hay dos ahorcados. Vuela el metal retorciendo su caparazón y haciendo que el silencio retumbe. Los ahorcados pasan a mi lado e in­ mediatamente se quedan atrás, los veo alejarse con los cuellos reven­ tados, uno al lado del otro penden como manzanas, llevan los pantalo­ nes en las rodillas y tienen las mira­ das reventadas por el sol, ¿o son los ojos?, las manos detenidas en un rictus terrible dándome el feroz adiós de quien no quiere irse pero se va. Son la puerta de salida, me gustaría creer, de ese infierno del hombre. Adelante, veo con esperanza los primeros brotes de vida: el hu­ mo lejano de una casa de agriculto­ res y a un perro atado y bien alimentado cuyo ladrido me recuer­ da a un niño. Esta es la última página, esto es un adiós. 15 de septiembre Voy a escribir todo lo que ha­ go en este diario transformándolo así en una bitácora silenciosa. Al llegar al hotel trazo las primeras lí­ neas. 15 de septiembre, compro un cuaderno rojo, una especie de bitá­ cora, un diario del futuro que no me permita perderme en el camino. Ha­ bitación 32, hotel Mar de Cortez. Es época de lluvias y fuera, llueve.

16 de septiembre No puedo salir de esta habita­ ción hasta que López no me escu­ che. Seguiré aquí toda la noche. 17 de septiembre El detective López la ha caga­ do mucho y sabe que de esta no saldrá vivo, ya no puedo hacer nada por él. No lo salvaré, no quiero sal­ varlo. 17 de septiembre, noche A veces tengo la lucidez sufi­ ciente para darme cuenta del terri­ ble deterioro de mi psique. López no existe, es sólo el personaje de una novela que escribo. Pero puedo verlo, a veces sentado frente a mí en la cama y otras corriendo por la calle. López es Abundio López, ex­ policía, corrupto como la mayoría, va siempre vestido igual y apesta a sudor y alcohol. Lo metí en una his­ toria entre traficantes de blancas y políticos, algo simple pero de la que no iba a salir bien parado. No es in­ teligente pero tiene una increíble vocación por la vida. Se aferra a ella como una garrapata a los cuartos de un caballo, creo que por ello ahora está aquí, dispuesto a acabar conmigo si de ello dependiese su vida. 18 de septiembre Alcohol y sudor, he escrito un poco pero al leerlo ya nada tenía sentido, me da vueltas la cabeza. Pienso frases, las estructuro, las organizo y, cuando son perfec­ tas, las escribo, aun así no tienen ningún sentido. 19 de septiembre Cambio de hotel. Olor de mo­ queta vieja y cucarachas. Espero que López no aparezca más, pero mientras escribo alguien está lla­ mando a la puerta. Estoy seguro de www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013 61


que es él. López ya se ha ido, me contó que se ha metido en un problema gordo y que no sabe cómo salir de él. Al parecer se la intentó jugar a un traficante que resultó ser un sá­ dico. Frente a él, según me contó, descuartizó a su propia novia, una putilla del centro de la ciudad, tan sólo para demostrarle que con él no se juega. Ahora López tiene que pe­ garle un tiro a un comandante de la policía, otro corrupto que se cambió de bando y se da cuenta de que de esa no va a salir. 20 de septiembre Me despierto y escucho a al­ guien sollozar, es López que está en el baño limpiándose la cara de san­ gre. Cierro la puerta e intento vol­ verme a dormir, le doy un trago a la botella pero ya es tarde, López salé del baño y me dice que nos tene­ mos que largar, no tardarán en venir a por nosotros. Lo convenzo de que sólo cambiemos de habitación. Ló­ pez murmura toda la noche que es­ tamos muertos. 21 de septiembre Cambio de hotel al final de la noche. Mientras intentaba dormir, López llamó a la puerta, iba todo mojado y sin sombrero, me explicó que lleva­ ba días perdido y que de todas ma­ neras todo se había torcido, me pidió ropa seca y entró al baño para cambiarse, después, sin una pala­ bra, se fue. 22 de septiembre Me levanto convencido de que al terminar la historia, todo se aca­ bará. Tengo que apresurarme y ma­ tar a López. He escrito todo el día, no he comido nada, pero no quiero levan­ 62 www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013

tarme hasta terminar, estoy a punto de matarlo: “Lo detienen en un retén militar y lo obligan a bajar del coche, traen perros y las armas dispuestas. Sabe que tiene todo en orden, pero también que en ese país eso no vale de nada. Uno de ellos comprueba sus documentos y se aleja hacia una de las casetas. López lo ve llamar por teléfono y en ese momento se da cuenta de que ya está muerto, ahora sólo tiene que esperar. Pero no espera, casi sin pen­ sarlo le da un buen empujón al mili­ tar que tiene más cerca y se mete en el coche que se ha quedado con las llaves en el interruptor. Arranca a toda velocidad y se lanza hacia adelante arrollando a uno de los perros que cruje cuando pasa de­ bajo de él, las balas zumban a su alrededor pero no se detiene. Deja el retén detrás y aún está vivo.” No logro matarlo. 23 de septiembre López llegó en medio de la noche y casi tiró la puerta a pata­ das. Me arrastró sin abrir la boca hasta el coche, sin dejarme coger nada, apenas el diario. Ahora escri­ bo en el asiento del copiloto y lo veo mirar hacia adelante mientras la mañana comienza a iluminar el cie­ lo. 24 de septiembre Torpe ruido de camión, maña­ na pesada y sucia, humo como su­ dario. Me despierto en la cuneta de la carretera. Estoy solo. Recuerdo con dificultad los últimos días. Mientras estiro las piernas algunas imágenes vuelven de golpe, logro fijar la cara de una niña mientras al­ guien le corta las extremidades, su


rostro me dice que está muerta y que probablemente yo sea el siguiente. Pero estoy aquí, así que he sobrevivido. Mi ropa huele a al­ cohol y a sudor. Tengo la sensación de que debo marcharme enseguida. 26 de septiembre (…)

1 de octubre Cuando encontré el cuaderno supe que algo no andaba bien. Estaba dentro de un maletín, era negro y de pasta dura. Pensaba que en él encontraría algún manuscrito importante pero sólo eran anotaciones datadas. Me habían llamado tres días antes, alguien había dejado mi nombre, mi teléfono y un maletín en la recepción de un hotel en el norte, era todo. Inmediatamente supe que había sido él y que algo no andaba bien. Ahora, sentado frente a esta “bitácora”, a este “diario del futuro”, me doy cuenta de que apenas sabía nada de su vida aunque hace más de diez años que nos conocíamos, prácticamente desde que había comenzado a publicar su obra. En aquel entonces era un pequeño editor desconocido, lo sigo siendo ahora, de escritores sin fortuna o sin interés en ella, grises personajes que en sus simples vidas escribían con la única pretensión de no desaparecer consumidos por oficios grises. Yo los rescataba del olvido y los publicaba para vencer mi propio fracaso. Mil ejemplares de cada obra, jamás reeditadas y pagadas gracias a ayudas públicas y a la buena voluntad de mi familia. La publicación de su próxima novela estaba programada para finales del año y habíamos acordado una reunión a la que nunca se presentó. No era demasiado extraño, era un tipo

excéntrico y sin mucho sentido del compromiso, aun así, lograba siempre sorprenderme con la calidad de sus textos. Según algunos adelantos que me había entregado, se trataba de un conjunto de relatos policiacos en donde el personaje principal era un tal detective López, expolicía corrupto de segunda categoría que vivía de resolver casos más con suerte que con inteligencia. El relato me parecía trillado y poco convincente pero me apetecía ver el resultado. Si era tremendamente malo, siempre podía ponerlo en el cajón. 3 de octubre Lo había descubierto escribiendo necrológicas para un diario del norte en donde, al parecer, no faltaba nunca trabajo. Fue pura casualidad: un día metiéndome en un bar mugriento, para descansar de una ciudad de calor absurdo, encontré un periódico que jamás había leído, no tenía el estómago para ello, pero que en aquel lugar me resultó adecuado en extremo. Era un periódico en el que prácticamente sólo había notas sangrientas que alternaban con imágenes de mujeres semidesnudas, y del cual gran parte estaba dedicado al espacio necrológico. Lo que me sorprendió de inmediato fue que la mayoría de las notas iban firmadas por el mismo sujeto y muchas de ellas parecían haber sido extraídas de alguna buena, aunque terrorífica, antología. Me pasé media tarde leyéndolas. Memoricé aquel nombre y, unos meses después, falto de manuscritos que valiesen la pena, llamé a la redacción del periódico y pedí el teléfono particular del escritor, seguro de mi buena vista. www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013 63


4 de octubre De trato simple, ligeramente miope y casi siempre contento. 1 0 de noviembre Han pasado varias semanas y no puedo dejar de leer el cuaderno, de hecho escribo también en él intentando comprender alguna cosa, pero entre más hojeo menos sentido tiene todo, las palabras mismas han perdido significado e incluso tengo la sensación de que algunas se han ido borrando. He cancelado todos mis compromisos las próximas dos semanas, necesito encontrarlo. 11 de noviembre Tengo la horrible sensación de que mis acciones son cada vez menos mías. 1 4 de noviembre Hace varios días que no abro el cuaderno. Escribo estas líneas y lo cierro de nuevo. 1 5 de noviembre Estoy muy excitado. Acaba de salir por la puerta el mismísimo detective López. Existe de verdad, no era una historia inventada. López me ha dicho que lo que mejor puedo hacer es olvidarme de Ordóñez, que entre más me acerco, más peligro corro. He notado algo raro en su voz, una cierta impostación. Creo que él sabe dónde está. 1 6 de noviembre He decidido continuar un poco más, a fin de cuentas Ordóñez es una especie de amigo, además he pensado que seguramente López es alguien inventado. Ordóñez habrá convencido a algún amigo para hacerme una broma o para meterme en la historia y después vendérmela mejor. Después de desayunar me voy a caminar por la ciudad esperando encontrarme al supuesto López o al mis64 www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013

mo Ordóñez. No los veo directamente pero siento que alguien me está siguiendo. A la vuelta de una esquina me parece ver escondiéndose al tal López. Me comienzo a sentir molesto. 1 7 de noviembre López ha vuelto. Se sentó en mi mesa mientras comía en un bar del centro, ante mis cuestionamientos me explicó que él es el López verdadero, expolicía, y que todo lo que contaba Ordóñez era cierto, que no se había inventado ni las comas y que además esa era la razón por la que me debía largar de ahí. Ellos ya sabían que andaba buscando a Ordóñez y no tardarían en verme como una amenaza. Le pregunté si sabía algo del manuscrito y me contestó que eso ya estaba resuelto. Creo que no sabe nada del diario. Al volver al hotel, en la recepción me dicen que han venido unos agentes preguntando por mí. En voz baja, el recepcionista me comenta que aquí es mejor no fiarse de la policía. He cambiado de hotel. Mañana me voy. 1 8 de noviembre Me desperté y escuché sollozos en el baño. Después del primer susto, que me paralizó, reconocí la voz de López murmurando, al poco salió del baño y me dijo que nos teníamos que largar. Lo convenzo para que solo cambiemos de habitación. Escucho a López murmurar toda la noche que estamos muertos. Por la mañana ya no hay rastros de él. 20 de noviembre Tengo miedo, fuera el viento ruge, me asomo a la ventana con la sensación de que todo aquí se borrará.


22 de noviembre El tiempo se ha calmado, he decido que tengo que huir, demasiado polvo. Voy hacia el sur en donde el tiempo será mejor. Mentira, todo es una ficción, sé que no puedo salir de esta habitación, sé que sólo pertenezco a este lugar.

23 de noviembre Escribo en diario (?) en un in­ tento, sé que inútil, de escapar: Es­ cribo en un cuaderno de líneas angostas en el que veo una carrete­ ra que va hacía el sur, está amane­ ciendo y el intenso resplandor del primer sol me ciega, me cubro la cara con la mano y aprieto el pedal, me parece el anuncio final de un re­ lato. Imagino música sureña des­ prenderse de las grietas de azul intenso que se van dibujando a mis espaldas y recuerdo la voz tranquila de mi madre de la que los recuer­ dos se van agarrando: la mirada de mi padre, sus manos, el perro, y aún más lejos, el sonido del mar, gaviotas, palmeras, una cama, las sábanas, la marca agitada del sol húmedo que entra entre las persia­ nas, el brillo del espejo y ahora a ti, que lentamente te avienes en mi memoria, a quien tal vez conocí pe­ ro a quien, como a otros recuerdo, también borro. He decidido no volver, ir hacia adelante llenando mis pasos del polvo cálido de este desierto. Cien­ tos de kilómetros me separan ya de ti. Poco a poco olvido si realmente sucedió, pues el relato se desconfi­ gura en mi memoria, lo eventual al ser fijado se fragmenta y se sume lentamente en una profunda obscu­ ridad. Somos siempre muertos homónimos. Piso a fondo y dejo que la má­

quina revolucione al máximo en ca­ da cambio de marchas, no hay límite sólo la recta línea del hori­ zonte. Voy por una carretera aban­ donada y hay dos ahorcados. Vuela el metal retorciendo su caparazón haciendo que el silencio retumbe. Los ahorcados pasan a mi lado e inmediatamente se quedan atrás, los veo alejarse con los cuellos re­ ventados, uno al lado del otro pen­ den como manzanas, llevan los pantalones en las rodillas y tienen las miradas reventadas por el sol ¿o son los ojos?, las manos detenidas en un rictus terrible dándome el fe­ roz adiós de quien no quiere irse pero se va. Son la puerta de salida, me gustaría creer, de ese infierno del hombre. Adelante, veo con esperanza los primeros brotes de vida: el hu­ mo lejano de una casa de agriculto­ res y a un perro atado y bien alimentado cuyo ladrido me recuer­ da a un niño. Esta es la última página, esto es un adiós.

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BESTIARIO: CONCURSO DE MICRORRELATOS “LA CASA VACÍA” 06. CASA VACIA, Ricardo Reques 07. RETORNO, William Guillén Padilla 08. LAS MANOS DE LA CASA VACÍA, Oscar Gallegos 09. LA CASA VACÍA (NO TANTO), Ezequiel Wajncer 1 0. FANTASMA, Neftalí Báez

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BESTIARIO:

CONCURSO DE MICRORRELATOS "LA CASA VACÍA"

Ricardo Reques SEXTO PREMIO

Casa vacía A pesar de lo que pueda parecer, una casa nunca está vacía. Antes incluso de tapiar con ladrillos puertas y ventanas, la casa ya había sido tomada. Al principio son pequeñas arañas que tejen entre los recuerdos, un viejo cuadro, algunos libros olvidados; luego abren huecos las hormigas suculentas y encuentran refugio las salamanquesas. No tardan mucho en ocupar las mejores vigas de los techos familias enteras de murciélagos. Larvas de escarabajos y termitas digieren con paciencia muebles y puertas. El moho se expande oloroso por el colchón en el que dormías, aprovechando la oscuridad y la humedad que se filtra desde la cercana y amenazante laguna. Una casa nunca está vacía, hay ruidos, crujidos y sollozos. Las raíces de los árboles del jardín abren minús-

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culas fisuras en suelos y muros, resquebrajándolos; las cucarachas sabrosas salen por las cañerías e invaden las habitaciones más oscuras, el cuchillo rojo se oxida. Te podría dejar mi espejo, el que uso para mirarte, aunque ya no estés conmigo. Con él las horas y los días pueden ser más llevaderos. Quizás pueda parecer una casa vacía pero es una percepción equivocada. Con atención se escuchan los ratones que se enredan, como trampas, entre tus vestidos, incluido ese blanco manchado de sangre que tanto te gustaba. Solo tú conoces el hueco bajo la escalera donde también me escondí aquel día que dejaste de gritar. No logro comprender por qué no has venido a buscarme, por qué ya no puedo salir a jugar con otros niños.


BESTIARIO:

CONCURSO DE MICRORRELATOS "LA CASA VACÍA"

William Guillén Padilla SÉPTIMO premio

Retorno Trato de abrir la puerta y no puedo. Llamo con la esperanza de que alguien esté adentro. Nada. Espero largas horas por si algún transeúnte pueda darme razón de a dónde fueron mis parientes. Nadie pasa. Y cuando la noche abre su manto oscuro para cobijarme, una leve luz baja por la grada derecha. “Es mi madre”, pienso. Pero no. Es una de mis hermanas. Me mira. La miro. Nos reconocemos por la mirada y me dice: —Pasa buen hermano, has llegado demasiado tarde. Cruzamos el pequeño patio que precede la construcción antigua: árboles muertos dan cuenta de todos estos años en que no he estado. —Murieron ni bien te fuiste. Sus hojas se amarillaron para siempre —me dice Gabriela mientras abre la puerta.

Adentro están todos: mi madre con sus dolores, mi padre en silla de ruedas y mis hermanos ya todos grandes. Me miran como si me hubieran visto esta mañana. Me duele que nadie se alegre de mi llegada. —Seguro esperas que te hagamos una fiesta —dice mi padre. —Que te demos un trofeo por los tantos años que nos abandonaste —dice mi madre. Mis hermanos, incluido Gabriela, solo me miran. —¡Bienvenido a la Casa Vacía! —gritan todos en coro y ríen escandalosamente. Yo no puedo ruborizarme, porque soy un alma errante de retorno y ellos buenos fantasmas que aún viven en la misma casa donde hace trecientos años fuimos mortales y felices.

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BESTIARIO:

CONCURSO DE MICRORRELATOS "LA CASA VACÍA"

Oscar Gallegos OCTAVO PREMIO Las manos de la casa vacía Aún resuenan en mi cabeza sus tentadoras palabras: — Sí quieres poseerme, tendrá que ser en la casa vacía. Desde entonces, la espero en este cuarto oscuro con ventanas tapiadas de ladrillos. De vez en cuando, escuchó voces soterradas de algunos de nosotros. El otro día sentí la voz de mi padre, muerto hace muchos años, que gemía

de dolor y placer. Y ayer escuché una revelación: “Nos tienen aquí porque nuestro esperma alimenta a los fetos debajo de la casa”. No sé si será cierto, y no sé si será mi padre el que grita ahora, pero alguien vino a colocar un tubo en mi glande y, con sus manos heladas, empieza a frotar.

BESTIARIO

CONCURSO DE MICRORRELATOS "LA CASA VACÍA"

Ezequiel Wajncer NOVENO PREMIO La casa vacía (no tanto) Nosotros no somos los que asustamos; por el contrario, son esos endemoniados chiquillos del barrio los que se meten en nuestra casa con una cámara fotográfica y se empecinan en aterrar70 www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013

nos interrumpiendo nuestra paz eterna. Por eso se nos ve con sábanas en aquellas imágenes: para escondernos de ellos.


BESTIARIO:

CONCURSO DE MICRORRELATOS "LA CASA VACÍA"

Neftalí Baez DÉCIMO PREMIO Fantasma Gritan, golpean la puerta, gritan los que vinieron a matarte. Estás en la casa, esa de la plusvalía por los suelos, pero tú buscas algo más que está sobre ellos: la silueta de tiza, como el fantasma de una sombra, que delimitó la posición del cadáver de Alba Moreira. Golpean la puerta y gritan. Te recuestas sobre la silueta blanca como si fueras tú la mujer muerta hace años. ¿Cuantos? ¿Cinco? Hace años, siglos, que África estaba unida con Sudamérica, así como también tus átomos, tus moléculas, antes estaban unidos a los de Caín. Sí, lo has sentido desde antes y piensas en que Moreira y la casa pueden estar unidos a ti, por eso espulgabas en los diarios las notas rojas para llegar hasta las negras y luego a las casas abaratadas por albergar una escena de crimen fría. Golpean la puerta y gritan. Tendido sobre la silueta piensas en el peso de Alba Moreira y cómo podría alguien delinear sus kilogramos sobre tu cuerpo con

ganas de calores húmedos. Luego piensas que estás con tu ante-abuelo Caín, con las partes de su mente que ahora crees unidas al crimen, a la casa. Cierras los ojos y hablas, sientes que el polvo de esta casa estuvo unido al oído de este abuelo primerísimo. Vas a decirle que... Gritan, golpean a tu puerta, gritan los que vinieron a matarte. Golpean la puerta. No contaban con que la muerte que te dieron te convertiría. Golpean la puerta, quieren salir, gritan.

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Javier Albuisech 72 www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013


INTERLUNIO 01 . THE BEAST IN ME, Henry Pierrot 02. DISCÍPULOS, Laia Pajuelo Sans

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INTERLUNIO Henry Pierrot

The beast in me Empiezo a lamentar no haberme hecho con uno de esos rifles de asalto con los que se cepillan a sedientos dromedarios. Con mayor insistencia sueño que en la pútrida selva el hombre que soy (y el arma que le cobija) cargan con piezas cada vez mayores. Anoche disparé sin motivo a la joven desaparecida. Supuraba una sangre hermosa difícil de definir. Mientras ensordecía (por culpa de tu cañón humeante) insistía en que la dejásemos morir a solas. Yacía pues en un desolado secarral rodeada de insectos perpetuamente a su acecho. “El refugio de los Furtivos” (en preparación)

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INTERLUNIO Laia Pajuelo Sans

Discípulos Discípulos, de esos que no aprenden. Bastardos excrementos internos que se dan a luz de una manera poco elegante. Pimientos. De todos los colores, a cual mas asqueroso. Expresamente sí, expresamente. Una lástima, un percebe. Poco aprovechable. Sentimientos para el caldo y textos planos con relieve, con disparos, de esos de novela negra, llenos de faltas de coherencia sin importancia. Pistachos o cosas para picar que me devuelven el apetito sexual que desestimé, ambos conceptos me estrechaban el corsé, uno de esos comprados para parecer una puta. Discípulos, Bastardos, Percebes o pimientos.

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Pere Fortuny

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TUBO DE ENSAYO 01 . ERRANCIAS DE LOS CUERPOS, Francisco de Le贸n 02. LA LITERATURA DEL ANTITERROR Y LA FIGURA DEL ANTIMONSTRUO, Dr. Bernat Castany 03. LA ESTACA DEL GENERAL, Ra煤l del Valle

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TUBO DE ENSAYO Francisco de León

ERRANCIAS DE LOS CUERPOS: Desencuentros de la criatura de Frankenstein y Melmoth el errabundo. I GÉNESIS En el principio fueron los monstruos, y los monstruos fieles a la palabra que les otorga la vida a sus formas sin forma, eran presagio, anuncio de la desgracia o la bendición por venir, y los monstruos eran enigma, un acertijo (como en las antiguas tradiciones acerca de la esfinge) oculto tras fauces, alas, torsos antropomorfos y demás estructuras incomprensibles. Pero luego, la furia de los monstruos fue contenida, la naturaleza extraña que les confería acta de naturalización, se replegó negándoles el espacio, los monstruos se guardaron en la iconografía; en el arte, en la superstición, en el temor que, lento, noche a noche se desvanece. Ante la llegada de la modernidad los monstruos reclaman su nueva geografía. Las luces anunciadas por los pensadores del siglo XVIII son fuente fecunda para nuevas formas de lo desconocido. El espíritu de los góticos nace de un afán de mostrar que en toda zona de luz, por más que sea la de la razón, hay una zona de oscuridad. La exaltación de lo sobrenatural es una necesidad latente. Afirma Thomas Carlyle: Que lo sobrenatural no difiere de lo natural, es una gran verdad... Los filósofos se 78 www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013

equivocaron grandemente cuando, en vez de elevar lo natural a lo sobrena­ tural, se esforzaron por rebajar lo so­ brenatural a lo natural. Así entre un

crisol de posibilidades que se presentaron en la imaginería de los autores góticos, los monstruos alzaron su incomprensible voz de manera contundente. El origen de Melmoth el errabundo se halla aún en antiguas tradiciones. El temor a la condenación, el rechazo al pecado, el triunfo de la virtud por encima de todo mal eran temas que obsesionaban profundamente al Reverendo Charles Robert Maturin. En la presentación a su novela no deja lugar a dudas:

¿Hay en este momento alguno entre los presentes –aunque nos ha­ yamos apartado del señor, hayamos desobedecido su voluntad y desoído su palabra­, hay alguno entre nosotros que estaría dispuesto a aceptar, en este momento, todo cuanto el hombre pueda otorgar o la tierra producir, a cambio de renunciar a la esperanza de su salvación? No, no hay nadie…; ¡...no existe un loco semejante en toda la tierra, por mucho que el enemigo del hombre la recorra con este ofreci­ miento!

Este fragmento, extraído de uno


de sus sermones, según lo confiesa el propio autor, revela, insisto, el espíritu que da origen a la gestación del legendario caballero irlandés. Nos hallamos pues, en la encrucijada, en el cruce de dos caminos que implican destinos muy diferentes y, sin embargo, unidos también en más de un sentido. Melmoth ha hecho el pacto que le condena a perpetua errancia. Ser el mejor guerrero, la inmortalidad antinatural pierde su valía frente a la pérdida del alma. Pero en la novela de Maturin el pacto abarca situaciones complejas. Si bien es cierto que la situación le emparenta, aunque sea vagamente con el Fausto de Goethe, Melmoth se distancia de su predecesor en cuanto a sus fines. Melmoth es, no sólo un errabundo, sino además un solitario perpetuo. El dolor ante la pérdida de su alma inmortal le arrastra a un camino que debe andar sin compañía alguna aunque en ciertos momentos se presenten breves esbozos de espejismo que aparentan tener el poder de romper con su condición. El pacto, la inmortalidad sobrenatural y la errancia son, entonces, los tres elemento vitales para el origen de Melmoth. Por su parte, el cuerpo fragmentario de la criatura de Frankenstein es producto, por encima de todo, de las quemantes ansias de su creador. Víctor Frankenstein es un hombre cuyo deseo de realizar el ideal moderno de progreso le lleva poner todas sus energías en el anhelo de vencer la muerte: La vida y la muerte parecían pa­ ra mí obstáculos ideales que yo sería el primero en vencer, vertiendo así, un torrente de luz sobre nuestro mundo de tinieblas. Una nueva especie me bendeciría como su creador y origen. Muchas naturalezas felices y excelen­ tes me deberían su ser. Ningún padre podría reclamar la gratitud de sus hijos tan plenamente como yo merecería la

de ellos. Continuando estas reflexio­ nes, pensé, que si pudiera animar la materia viviente, en el curso del tiem­ po (lo que ahora resultaba imposible) renovaría la vida ahí donde, aparente­ mente, la muerte había llevado el cuerpo a la corrupción.

Colocar al hombre como cúspide de la creación, como controlador de la naturaleza, incluso en aquellos aspectos que escapaban del todo del campo de comprensión es el objetivo central del joven filósofo natural. El monstruo es ya no un ser venido del reino de lo sobrenatural, es creado por el hombre mismo y, desde su condición se convierte en un juego especular. El monstruo ya no es un presagio de lo que está por venir, es la síntesis de la naciente ciencia y los rastros de la alquimia. Mientras el monstruo de la antigüedad hallaba la razón de sus formas en la unión de dos o más seres que ya habitaban la naturaleza, la criatura de Frankenstein se compone del cuerpo humano, pero cuerpo fragmentario, incompleto, diseccionado. Con la llegada de la modernidad, el cuerpo ya no es visto como el transporte del alma, acceder a sus más mínimos resquicios, clasificarlos y conocerlos a fondo es una obligación imperante. Afirma Michel Foucault: (]) La muerte tuvo el derecho a

la claridad y se convirtió para el espí­ ritu filosófico en objeto y fuente de sa­ ber: “Cuando la filosofía introdujo su antorcha en medio de los pueblos ci­ vilizados, se permitió al fin llevar una mirada escrutadora a los restos inani­ mados del cuerpo humano, y estos despojos, antes miserable presa de los gusanos, se convirtieron en la fuente fecunda de las verdades más útiles.” Hermosa transmutación del cadáver; un tierno respeto lo conde­ naba a pudrirse, al trabajo negro de la destrucción; en la intrepidez del gesto que no viola sino para sacar a la luz, el www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013 79


cadáver se convierte en el momento más claro en los rostros de la verdad. El saber prosigue donde se formaba la larva.

El cuerpo muerto se convierte en un mecanismo; cada tejido, cada órgano debe mostrar cuál es su funcionamiento y conformar el ensamblaje que dará vida a la criatura. Frankenstein selecciona partes que le resulten fáciles de manipular, las proporciones de su creación son descomunales y, sin embargo, no son otra cosa que su reflejo, el rostro de sus afanes. El origen de la criatura de Frankenstein se explica al recordar que Mary Shelley era una entusiasta del trabajo de alquimistas como Paracelso y Honrad Dippel o de científicos de su tiempo como Galvani y Erasmus Darwin. Si bien la autora se toma la licencia de no explicar cuál fue el método seguido por Frankenstein para dar vida a su creación (lo atribuye únicamente a la “chispa vital”), el término usado destaca el gradiente luz que lo vincula a la razón, sumado a ese instante en que, en un destello el fuego prometeico pasa a manos del hombre. II ÉXODO La travesía, que en tantas obras es prueba de heroísmo consumado, anhelo de los navegantes, descubrimiento que otorga la definitiva gloria es, para los dos personajes aquí estudiados, signo de soledad, búsqueda de autodescubrimiento y autodefinición. También aquí el desencuentro es claro. Las correrías de Melmoth lo arrastran a los más terribles lugares: prisiones de la inquisición, asilos, hospitales y un largo etcétera; todo en su búsqueda de un ser desesperado que ocupe su lugar en los infiernos y que le haga recuperar su alma. Por su parte, la criatura sin nombre debe tratar de generarse, primeramente, a la búsqueda de comprender su propia y difu80 www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013

sa imagen, a, ante el abandono de su padre, tratar de identificarse con alguno de los elementos de la naturaleza recién descubierta que le rodea. Posteriormente lo lleva al aprendizaje, a la expresión; la criatura aprende a leer y escribir, mas sus capacidades no son suficientes para ser aceptado, pues su alteridad física se impone. Finalmente, la criatura, privada de una compañera femenina, se lanza a la cacería de su creador. Pero como dijera Jack, el destripador] vámonos por partes. El caso del errabundo es rico en imágenes y reflexiones. Maturin, al llevar a su personaje al encuentro de seres desesperados, solitarios, inmersos en situaciones terribles de las que no parecen poder escapar; hace un recorrido por los más profundos recovecos del alma humana y, si bien su reflexión se dirige a la esperanza de la salvación en el dios cristiano, ciertamente hace además una profunda exploración de los dispositivos maquínicos del poder: la corrupción, el injusto enjuiciamiento y encarcelamiento, la pérdida causada por la crueldad de los dirigentes y autoridades:

Retrocedió mi padre; e irritado por la desfiguración que causaba en mí la violencia de mi agitación, ex­ clamó: `¡Demonio!´; y se quedó a cier­ ta distancia, mirándome y temblando. ´¿Y quién me ha hecho así?´ Ése, que ha fomentado mis malas pasiones pa­ ra sus propios fines; y porque un im­ pulso generoso irrumpe por el lado de la naturaleza, me califica de loco o pretende hacerme enloquecer para llevar a cabo sus propósitos. Padre mío, veo trastocado todo el poder y sistema de la naturaleza, merced a las artes de un clérigo corrompido. Gra­ cias a su intervención, mi hermano ha sido encarcelado de por vida; gracias a su mediación, nuestro nacimiento se ha convertido en una maldición para


mi madre y para vos.

La cita anterior, remite de nuevo a Foucault:

Del otro lado de los muros del in­ ternado no sólo se encuentran pobre­ za y locura, sino también rostros más variados, y siluetas cuya estatura común no siempre es fácil de recono­ cer. Es claro que el internado, en sus formas primitivas, ha funcionado como un mecanismo social, y que ese me­ canismo ha funcionado sobre una su­ perficie muy grande, puesto que se ha extendido desde las regulaciones mer­ cantiles elementales hasta el gran sueño burgués de una ciudad donde reinara la síntesis autoritaria de la na­ turaleza y de la virtud. De ahí a supo­ ner que el sentido del internado se reduzca a una oscura finalidad social que permite al grupo eliminar los ele­ mentos que le resultan heterogéneos o nocivos, no hay más que un paso. El internado será entonces la eliminación espontánea de los “asociales”. En Melmoth, el errabundo la ma-

quinaria de los poderes eclesiástico, familiar y de la nobleza impuesta a la pobreza hacen acto de presencia. Si ya el Marqués de Sade había logrado que los cuerpos se expusieran abiertos desde todos sus huecos, que entre sangre y dolor quebraran la virtud y la naturaleza toda, en Melmoth los cuerpos se mantienen en el encierro, son subyugados y debilitados por maquinarias superiores a sus fuerzas. El errabundo contempla el dolor, se humaniza ante las situaciones que contempla, pues su inmortalidad se identifica con la diferencia que representan los seres a los que pretendía condenar. También él es una afrenta a las formas de vida de su contexto, aquello que le une a su alma, a su mortalidad, está íntimamente vinculado a aquellos que enfrentan una situación desesperada.

Para la criatura de Frankenstein la travesía es siempre un encuentro con la naturaleza y con los hombres; ambos puntos de quiebre con respecto a sus formas monstruosas. Y todo encuentro, se ha dicho ya, es una forma de aprendizaje. Sin tener siquiera una imagen de sí mismo, no hay nada que le ubique en la recién obtenida existencia. El encuentro con la naturaleza es fundamental]

Several changes of day and nig­ ht passed, and the orb of night had greatly lessened when I began to dis­ tinguish my sensations from each ot­ her. I gradually saw plainly the clear stream that supplied me with drink, and the trees that shaded me with their foliage. I was delighted when I first discovered that a pleasant sound, which often saluted my ears, procee­ ded from the throats of the little winged animals who had often intercepted the Light from my eyes. I began also to observe, with greater accuracy, the forms that surrounded me, and to per­ ceive the boundaries of the radiant roof of Light which canopied me. So­ metimes I tried to imitate the pleasant songs of the birds, but was unable. Sometimes I wished to Express my sensations in my own mode, but the uncouth and inarticulate sounds which broke from me frightened me into si­ lence again.

La experiencia es lo único con lo que la criatura cuenta; el hambre, la necesidad de abrigo y demás sensaciones se ven satisfechas sólo a partir de dicha experiencia, es en ella que las cosas de su naturaleza y de la naturaleza toda se ven explicadas de manera simple, se ordenan y cobran sentido. Sin embargo el cubrir dichas necesidades no basta; la criatura nota que no es parte de la naturaleza, el hecho de que su voz se aleja tanto de los sonidos que producen las aves, la incomprensible mas reveladora imawww.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013 81


gen de su reflejo en el espejo de agua, lo ubican como algo ajeno a todo lo que hay a su alrededor. Nuevamente enfatiza Mary Shelley la amplia capacidad de aprendizaje de que está dotada la criatura, pues, en esos primeros momentos de vida en el exterior, es capaz de reconocerse distinto, diferencia que le lleva a buscar seres que de alguna forma se asemejen a él y que le doten de una identidad. Así, los encuentros con los hombres serán el elemento primordial en el desarrollo del monstruo, su paso por los territorios de la naturaleza es sólo un puente para llegar a dichos encuentros. La autora ubica al monstruo en situaciones muy distintas entre sí, pero unidas por un factor común: el rechazo. Ya sea al momento de su sola aparición o bien al demostrar su capacidad de diálogo, aquellos que enfrentan a la criatura, confirmarán su condición de extrañeza. La brevedad del primer descubrimiento de un ser humano es contundente. Todo, desde la visión de la cabaña, es nuevo para la criatura: Entré. Dentro había un hombre viejo sentado cerca del fuego, en el cual se preparaba el desayuno. Al es­ cuchar ruido volteó; y al verme soltó un fuerte alarido y salió huyendo de la cabaña con una velocidad de la cual su cuerpo no parecía capaz. Su apa­ riencia, muy distinta a cualquiera que yo hubiese visto y la forma en que huyó, me dejaron sorprendido.

En esta sencilla pero fuerte imagen quedan claras dos visiones, por un lado, la del viejo, cuya huida hace evidente el rechazo para con la alteridad del monstruo, la imposibilidad de acceder a aquello que se muestra ajeno desde su aparecer. De nuevo, queda fuera la posibilidad de pensar en el monstruo como un signo de la fatalidad, pues si bien su aparición es ines82 www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013

perada y causa sorpresa, ya no lo es en términos proféticos. No es una prueba a superar, no es un vaticinio, es presencia. Su cuerpo domina la escena, no se requiere más que las costuras que delatan su burdo ensamblaje para que el horror se haga presente, para que quede vedado todo acceso a lo que se encuentra más allá de dicho cuerpo. Pero, curiosamente, segunda visión, algo similar opera en la criatura, son las formas de viejo, su cuerpo, los que le sorprenden, nunca ha visto nada similar y, sin embargo, no trata de huir, se mantiene como un testigo emocional de la escena. Todo es parte de su aprendizaje, se delata nuevamente como el niño que aprende a reconocer el mundo, su contexto todo. Este papel de la criatura se enfatiza en los capítulos posteriores, cuando el monstruo entra en contacto con los De Lacey, familia de campesinos a los cuales observa desde lejos y quienes, sin saberlo, se convierten no sólo en sus maestros sino en el reflejo viviente de sus deseos. Posterior a estas escenas la criatura ya no trata de incluirse en el mundo de los hombres, por el contrario, ansía exterminar todo lo que su creador ama, y es que Frankenstein representa el mayor punto de choque, la imposibilidad de ver el deseo realizado. Juego especular. III DESENCUENTROS Todo desencuentro es también una forma de encuentro; las diferencias que separan a los dos personajes monstruosos aquí brevemente esbozados son muchas, pero también lo son sus puntos de semejanza. En ambos es posible ver, no sólo las características de la literatura gótica, sino que es posible ver el por qué dicha literatura sigue ofreciendo posibilidades de lectura. Ambos monstruos son, más que meras metáforas, transfiguracio-


nes de nuestro mundo, de nuestra condición de ser. El juego de espejos que desde ellos se nos presenta permite pensar lo monstruoso y lo gótico a partir de nuevas zonas de luz, no absolutas, sí cambiantes. Digo transfiguración porque hay en estos monstruos, en la ficción que desde ellos cobra vida una especie de voluntad de permanencia, de vínculo con nuestro mundo, de constante reflexión acerca del mismo. Pensar al monstruo como transfiguración le infiere de nuevo, creo, el velo de asombro que le da su sentido primero, pues descubrir sus formas monstruosas al ritmo de su cambio, de las relecturas que de sus cuerpos hacemos es reconocer el también cambiante ritmo de nuestra realidad. Desde la pira funeraria, desde el pañuelo solitario que, como único testimonio, permanece al borde de un risco, estos monstruos elevan la voz en un alarido, cuyo eco resonará en tiempos por venir.

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TUBO DE ENSAYO Dr. Bernat Castany (Universidad de Barcelona)

La literatura de antiterror y la figura del antimonstruo

No ha de ser el miedo a la locura lo que nos obligue a bajar la bandera de la ima­ ginación.

André Breton.

Courage is grace under pressure.

Ernest Hemingway.

Quizás Lovecraft tuviera razón cuando afirmaba, en El horror en la li­ teratura, que “el cuento de horror es tan antiguo como el pensamiento y el habla humanos”, pero de lo que seguro que se olvidaba es de que tan o más antigua es la literatura de serenidad o antiterror. La Odisea y la Iliada, por ejemplo, servían de modelo para un comportamiento valiente que no se arredrase ante los peligros de las batallas, los viajes o, incluso, las divinidades. En sus Diálogos de los dioses y en sus Diálogos de los muertos, Luciano de Samosata ridiculiza las realidades ultraterrenas con el objetivo declarado de liberar a los hombres de los terrores infantiles que estas suelen provocarles. Siguieron su estela Erasmo, Rabelais, Montaigne o Meslier, quienes se opusieron a la industria del miedo con la que la iglesia católica, 84 www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013

primero, y también la reformada, después, tenían aterrorizada a la población europea. Existen, asimismo, tribus indias norteamericanas en las que cada mañana los niños cuentan sus sueños y los padres les enseñan cómo conducirse en el seno de sus brumas tenebrosas. El hecho de que no tengamos un término específico para referirnos a este tipo de literatura no quiere decir que esta no exista (en tal caso la fuerza de gravedad tampoco hubiese existido antes del siglo XVIII), sino que no ha sido lo suficientemente tematizada. Esto puede ser así por diversas razones, si bien, dado el enorme rédito que han extraído del miedo las clases dominantes, es verosímil sospechar que este vacío teórico es, en buena medida, el resultado de un intento de invisibilización de todo aquello que pueda liberar a los hombres de los terrores que los encadenan. Siguiendo a Gramsci, podemos afirmar que las clases hegemónicas han logrado naturalizar la idea de que el hombre es un ser esencialmente cobarde, dispuesto siempre a sacrificar la libertad, y sus peligros, a la seguridad, y sus promesas. Pensemos, por ejemplo, en Maquiavelo, quien consideraba que la


“terribilità” era el instrumento principal de la dominación política. Recordemos, asimismo, a Hobbes, autor de un fantástico cuento de terror llamado Leviatán y padre de ese Estado al que Nietzsche llamaría “el más frío de todos los monstruos fríos”, quien llegará a afirmar: “el día que yo nací, mi madre parió dos gemelos: yo y mi miedo”. Tampoco parece casual que un reaccionario como Edmund Burke, quien en sus Reflexiones sobre la revolución francesa (1 790) consideraba necesario “explotar los temores de los hombres para mantener el orden social”, secuestrase en sus Indagaciones so­ bre lo sublime la sublimidad de Lucrecio, cuya intención era hacer asumible la teoría epicúrea, con el objetivo de liberar a los hombres del miedo, para convertirla en un “horror delicioso” con el que los poetas pudieran distraerse. Este terrorismo político-religioso, estudiado brillantemente por Jean Delumeau en El miedo en Occidente, tenía como objetivo instaurar una especie de feudalismo ontológico en virtud del cual los dirigidos se harían siervos de los dirigentes a cambio de protección contra los siempre inminentes desastres religiosos, políticos, económicos y nacionales. Para ello no sólo es necesario difundir el miedo a este tipo de catástrofes, sino, más aún, el miedo a toda idea o doctrina que pretenda liberar a la masa del mismo miedo en el que vive sumida. Eso es lo que pasó, por ejemplo, con Epicuro, cuya doctrina fue condensada por Filodemo de Gadara bajo la imagen de un “tetrafármaco”, o medicina compuesta por cuatro ingredientes, que debía curar los cuatro miedos que atormentan al hombre, esto es, el miedo a los dioses, el miedo a la muerte, el miedo al dolor y el miedo al fracaso en la búsqueda del bien. Tanto sus contemporáneos como, luego, los padres de la Iglesia presenta-

ron a Epicuro como un cerdo monstruoso que vomitaba varias veces al día, prostituía a su hermano y participaba en sospechosas orgías nocturnas. Lo mismo sucedió con Lucrecio, cuyo De rerum natura tenía el mismo objetivo, del que san Jerónimo dirá que se había suicidado enloquecido a los cuarenta y cuatro años, una edad sospechosamente divergente de aquella en la que murió Jesucristo. De este modo, el epicureísmo fue transformado en una doctrina monstruosa que amenazaba con arrastrar a la desesperación, la disolución, la locura y la muerte a todo aquel que osara posar sus ojos en ella. El epicureísmo se convertía así en una especie de Gorgona metafísica cuya mirada se componía, de un lado, por una fría física atomista, que cometía el pecado de negar la inmortalidad del almas y expulsar a los dioses del mundo, y, del otro, por una bestial ética hedonista, que osaba oponerse al tenebrismo, al dolorismo y al culpabilismo que suelen dominar la religión y la política. Lo mismo sucedió con los humanistas y erasmistas del siglo XVI, que desde Lorenzo Valla a Montaigne, pasando por Erasmo y Moro, trataron de compatibilizar el cristianismo con el epicureísmo. Casi todos tuvieron el honor de entrar como autores de primera clase en el Índice de libros prohibidos, mientras que Bruno o Dolet murieron en la hoguera. Peor fue el caso de los “libertinos eruditos” del siglo XVII, que radicalizaron la herencia epicúrea y escéptica que les legó Montaigne, hecho que les supuso la muerte (Giulo Cesare Vanini, Théophile de Viau), el insilio (François de La Mothe Le Vayer, Jean Meslier) o el olvido (Gabriel Naudé, Cyrano de Bergerac, Pierre Gassendi). Pero lo que nos importa aquí no es tanto la marginación y represión que todos estos www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013 85


autores sufrieron, sino más bien la demonización a la que fueron sometidos, puesto que presentarlos como degenerados, dementes y suicidas, infundía en la población el miedo a pensar las ideas que propugnaban, fundamentalmente ateísmo y atomismo epicúreo, cuya intención última era, precisamente, liberarnos del miedo. Lo mismo sucedió con Nietzsche, cuya enfermedad fue presentada como consecuencia directa de sus teorías inmanentistas y ateas, que tenían como finalidad empujar a los hombres a la mayoría de edad, liberándolos de sus terrores infantiles. Pero la culminación de este proceso de demonización de la doctrina nietzscheana se produjo cuando se asoció su doctrina al nazismo. Del mismo modo que el “reblandecimiento cerebral” hereditario que sufrió Nietzsche (al igual que muchas otras personas de su familia que no pensaron lo mismo que él) ha sido obviado como la verdadera causa de su demencia, con el objetivo de subrayar los peligros de su filosofía, en muchas ocasiones el nazismo no es presentado tanto como el resultado de la crisis de los años treinta, de las injusticias provocadas por el capitalismo o de otros muchos factores, sino sólo como la consecuencia de haber pensado unas ideas monstruosas. En este sentido, el nihilista no deja de ser un monstruo que nos avisa de lo que puede pasarnos si nos atrevemos a pensar por nosotros mismos. También en el ámbito político los revolucionarios franceses y americanos trataron de luchar contra el terror al cambio y al desorden sociopolítico y, sobre todo, mental que la revolución había de traer. William Godwin, conocido como el “Rousseau inglés”, padre teórico del anarquismo y uno de los forjadores del género de la novela gótica, escribió su famoso Political Justi­ 86 www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013

ce como respuesta a las Reflexiones sobre la Revolución Francesa (1 790)

de Edmund Burke, donde se afirmaba, como vimos, que sólo el miedo podía mantener a raya a las masas. También Marx y Engels trataban de ahuyentar los miedos que paralizaban a las clases trabajadoras cuando afirmaban, en su Manifiesto comunista (1 848), que “los proletarios no pueden perder más que sus cadenas y tienen, en cambio, un mundo para ganar”. Del mismo modo que la locura y el nazismo se asoció a la filosofía nietzscheana, el Terror de 1 793, el terrorismo anarquista y la pesadilla soviética fueron presentadas como el resultado de unas doctrinas cuyo principal objetivo era hacer que las masas perdieran el miedo. De este modo, obviando siempre que hacía falta cualquier tipo de explicación contextual e histórica, las mismas doctrinas que buscaban librarnos del miedo se convertían en monstruos terroríficos cuya visión arrastraba a los hombres a la locura colectiva. Pero lo que nos interesa aquí es postular la existencia de una corriente literaria tranquilizadora o antiterrorista cuyo objetivo no es aterrorizar a los lectores con unos monstruos que violentan tanto los límites físicos como los ontológicos, sino, antes bien, liberarlos del miedo a los terrores infantiles que difunden, como el mago de Oz, las clases dirigentes, y, especialmente, del más tenebroso miedo de todos los miedos, esto es, la idea de que la mera consideración de las doctrinas filosóficas y políticas que buscan liberar a los hombres del miedo ha de traer consigo la locura, el caos y la destrucción. Uno de los personajes principales de esta literatura de tranquilidad o de antiterror es el antimonstruo, que, frente al monstruo, cuya deformidad suele simbolizar el caos y la destruc-


ción que supuestamente provocan el cuestionamiento de los límites ontológicos, religiosos y políticos, es un ser que vive en ese desorden con cordura, alegría y despreocupación, y que si tiene problemas no es por culpa de sus ideas sino, antes bien, del hostigamiento y persecución al que es sometido por parte de los que las consideran monstruosas. Tal es el caso, por ejemplo, de Montaigne, quien se calificará a sí mismo de “monstruosidad y milagro” (III, 11 ) y presentará sus Ensayos como “cuerpos monstruosos (]) sin forma definida, sin orden, secuencia o proporción”. (I, 28) Ciertamente, Montaigne no vivió con miedo la doctrina escéptica y epicúrea que propugnaba en su obra, sino que lo hará con una gozosa serenidad. De este modo, el autor de los Ensayos, cuyo objetivo era liberar del miedo a los seres humanos, “dominados por sus propias ficciones”, temerosos de “lo que ellos mismo inventaron” del mismo modo que “los niños se amedrentan del compañero a quien ellos mismos han pintado el rostro” (I, 20), nos enseña que su doctrina no es peligrosa, sino liberadora. Hecho que reconocerá Nietzsche cuando, en Schopenhauer como educador, afirme que Montaigne fue “el [espíritu] más libre y vigoroso que ha habido” y que “el hecho de que semejante hombre haya escrito aumenta el gozo de vivir sobre la tierra.” No es extraño que Pascal y Descartes temiesen tanto a Montaigne e intentasen demonizarlo, ya fuese mostrando en sus Pensamientos las implicaciones terroríficas de su pensamiento, ya fuese convirtiéndolo, en tanto que pirrónico, en un “genio maligno”. Y es que el antimonstruo libera del miedo a los hombres en la misma medida en que aterroriza a los dirigentes. Otro tipo de antimonstruo será el “buen salvaje”, declinación o entona-

ción positiva del salvaje en la que no es extraño que participasen las filosofías y los autores que buscan declaradamente combatir el miedo, esto es, Epicuro y Lucrecio, que idealizaron al hombre natural y primitivo; Montaigne, que buscó normalizar a los antropófagos en su ensayo “De los caníbales”; Voltaire y Diderot, que presentaron como seres felices a los primitivos en “El ingenuo” y el “Suple­ mento al Viaje de Bougainville”, respectivamente; o Rousseau, que sistematizó dicha idea, que le fue sugerida, precisamente, por Diderot. En esta misma línea se halla Frankens­ tein, de Mary Shelley, hija de William Godwin y Mary Wollstonecraft, madre del feminismo moderno. Si es cierto, como suele decirse, que la obra de Mary Shelley y de su marido Percy Bysshe Shelley son una traducción ficcional del Political justice de Godwin, cabe sospechar que el objetivo de su monstruo no es infundirnos miedo sino, antes bien, liberarnos de él, haciéndonos empatizar con un ser que, como un sileno, esconde bajo su apariencia repugnante un tesoro, en este caso, el hombre natural, libre de todas las máculas de la corrupta civilización. Un ser puro e inocente que si causa terror es porque es visto con los ojos sucios de los hombres degradados, del mismo modo que Adán y Eva provocarían escándalo y terror con su desnudez natural, su libertad sexual, su rechazo a trabajar o sus involuntarios robos. También puede ser considerado como un antimonstruo el “ateo virtuoso”, una figura que busca desdemonizar al ateo, que, como el epicúreo (ambos términos llegaron a ser sinónimos durante la Edad Media y el Renacimiento), era presentado como un ser inmoral y monstruoso, precisamente por no temer a Dios. Tal sería el caso de la Apología de todas las gran­ www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013 87


des personas que fueron falsamente acusadas de magia, de Gabriel Naudé, de la Apología, de Théophile de Viau y, especialmente, del Diccio­ nario histórico y crítico, de Pierre Bay-

le, en el que se construye una especie de santoral librepensador en el que los tibios, los ateos y los materialistas son presentados como gente virtuosa y amable, llena de sentido común y feliz, cuyas desgracias se deben sólo a las persecuciones y hostigamientos que sufrieron por parte de los fanáticos y los poderosos. Lo mismo sucederá con una obra como el Testamento, de Jean Meslier, en la que este viejo ateo que fue sacerdote a su pesar durante más de cincuenta años se nos muestra, a pesar de sus énfasis, como un ser comprensivo, empático y dulce. El loco y el retrasado mental también han cumplido, en muchas ocasiones, la función de antimonstruo. Basta presentarlo como un ser libre y feliz, liberado de las timideces y los miedos que atenazan al hombre cuerdo; una persona a la que se le permite decir todo, en la tradición clásica de los bufones o moriones. Paradigma de esta locura feliz fueron los cínicos antiguos, que actuaban con anaideia o desvergüenza y hablaban con parresía o total libertad de palabra. Es conocido también el caso del argivo que se pasaba el día en el anfiteatro pensando que veía tragedias y comedias cuando en verdad estaba vacío. Súmense los Diálogos de los imbéci­ les, Nicolás de Cusa; el Elogio de la locura, de Erasmo de Rotterdam; Don Quijote, de Cervantes; Cuento de una barrica, de Jonathan Swift; El sobrino de Rameau, de Diderot; o De ratones y de hombres, de John Steinbeck. En esta misma línea se halla la figura del niño, con la condición de que sea presentado como un ser que vive con felicidad en un mundo previo al ordenamiento moral, religioso, políti88 www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013

co y nacional de la realidad; fronteras cuya ausencia temen, precisamente, los que invocan al monstruo como una amenaza para que nadie se acerque a ellas. Así, frente al bebé que, según Lovecraft, llora porque recuerda con terror la nada preexistente, nos encontramos con el niño creador de Nietzsche o, incluso, con Winny de Puh, de A. A. Milne, que viven gozosa y serenamente en un mundo sin una hilación lógica ni ontológica consistente. Estas páginas sólo buscaban llamar la atención sobre una corriente literaria que por el momento nos hemos resignado a llamar “literatura de serenidad” o “literatura de antiterror”. Este tipo de literatura, de la que apenas se ha hablado nunca y, por lo tanto, carece de un estudio sistemático de sus rasgos formales y temáticos fundamentales, posee como figura principal al “antimonstruo”, que busca mostrar cómo es posible vivir fuera de las costumbres mentales de corte idealista y trascendente sin caer, por eso, en la disolución, la locura, la desesperación o la muerte.


Pere Fortuny

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TUBO DE ENSAYO Raúl del Valle

La estaca del general Descendiente directo de Vlad Tepes -nombre real del conde Drácula- y uno de los vampiros más famosos de la historia, Eugenio Entrescu, carismático y jovencísimo general del ejército rumano aliado de los nazis en la segunda guerra mundial, fue un vampiro culto e ingenioso que trataba a sus hombres con equidad y justicia –con amor, decía él, con un amor infinito- y al que estos idolatraban a través de historias que corrían de boca en boca entre la soldadescan. Narraciones que afloraban entre los efluvios del alcohol y que hablaban, sobre todo, de su desmesurada verga que, en erección, alcanzaba los treinta centímetros y de sus legendarias e interminables encamadas con prostitutas, aristócratas, artistas, estudiantes, hijas de diplomáticos o campesinas. Al parecer, la cama del general Entrescu tenía las puertas muy anchas. Ningún soldado, por muy borracho que estuviese, osaba hablar en público del conocido vampirismo de su general. Sabían que este nunca atacaría a uno de sus hombres, que saciaba su hematofagia con sus múltiples amantes a quienes, según ellas mismas decían, les chupaba la sangre a la vez que les daba la vida. En un acto de locura colectiva, 90 www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013

fue asesinado por sus propios hombres en 1 944, cuando dirigía la retirada ante el inexorable avance de las tropas rusas. Una vez muerto, su cuerpo desnudo fue crucificado y exhibido como un trofeo, con sus dos estacas expuestas a la intemperie: la de madera clavada en el pecho y la de carne colgando entre las piernas. El escritor chileno explica su historia –o al menos parte de esta- en La parte de Archimboldi, última de las cinco novelas que componen su monumental 2666. En un determinado momento de la novela el protagonista, Hans Reiter, soldado del ejército nazi en desbandada tras la derrota frente a los rusos, atraviesa Rumanía y se encuentra con el cuerpo crucificado del general Entrescu, con quien había coincidido meses atrás en un castillo de los Cárpatos. Curiosamente, en la ficción, sólo se menciona la segunda de las estacas, silenciando así la verdadera condición del general. Justo en ese momento Reiter se bajó del vehículo (]) y se puso a caminar en dirección a la cruz y al crucificado. Este tenía sangre seca sobre el rostro, como si le hubieran roto la nariz a culatazos la noche anterior, y sus ojos estaban amoratados y los labios hinchados, pero aún así lo reconoció


en el acto. Era el general Entrescu, el hombre que se había acostado con la baronesita Von Zumpe en el castillo de los Cárpatos. Le habían arrancado la ropa a jirones, probablemente cuando aún estaba vivo, dejándolo completamente desnudo a excepción de sus botas de montar. El pene de Entrescu, una verga soberbia que en erección medía, según los cálculos que Wilke y él hicieron en su momento, unos treinta centímetros, era mecido cansinamente por el viento del atardecer (]). A nadie se le ocurrió preguntar cómo lo habían matado. Probablemente le dieron una paliza, luego lo tiraron al suelo y le siguieron pegando. El palo de la cruz estaba oscurecido por la sangre y la costra llegaba, oscura como una araña, hasta la tierra amarilla (]). Reiter contempló el rostro de Entrescu: tenía los ojos cerrados pero la impresión que daba era la de tener los ojos muy abiertos. Las manos estaban fijadas a la madera con grandes clavos de color plata. Tres por cada mano. Los pies estaban remachados con gruesos clavos de herrero. (Bolaño, 2666, pp 931 -932) Llama la atención el hecho de que, a pesar de la minuciosidad con la que el narrador describe el cuerpo crucificado, no haga mención alguna a la estaca que debieron clavarle para matarlo. ¿Por qué el autor omite ese detalle por lo demás presente en el resto de narraciones que se conocen sobre la muerte de Entrescu? ¿Acaso Bolaño no conocía la naturaleza vampírica del general? No lo creo, es más, creo que se puede demostrar lo contrario a partir del texto mismo de 2666. ¿Por qué, entonces, silenció el autor chileno tal naturaleza? Quizá no la silenciara, quizá simplemente se limito a decirlo en voz baja, casi entre susurros, de modo tan quedo que bien pudiese pasar inadvertido. ¿Cuál fue el motivo que llevó al escritor a decirlo

en voz tan baja? La lógica poética: él no estaba escribiendo una novela de vampiros, para qué le servía un vampiro. Reiter conoce a Entrescu en un castillo de los Cárpatos, tras una fiesta en la que Reiter y otros ejercen de camareros en una cena donde participan altos cargos tanto del ejército alemán como del rumano; tras la cena, él y Wilke –otro compañero de batallónacceden a una especie de pasadizo secreto que rodea todas las habitaciones y, a través de finas hendiduras en la roca, permite observar el interior de todas estas y asisten a la espectacular encamada del general con la baronesita Von Zumpe. Más que un hombre, les contó Wilke a sus compañeros, parecía un caballo. Y era, asimismo, incansable como un equino, pues tras beber un vaso de vodka volvió al lecho en donde la baronesita Von Zumpe dormitaba y, tras cambiarla de posición, empezó a follársela de nuevo, al principio con movimientos imperceptibles, pero después con violencia tal que la baronesa, de espaldas para no chillar se mordió la palma de la mano hasta hacerse sangre. (2666, p.864 ) La hipálage es una figura retórica consistente en intercambiar los adjetivos entre dos sustantivos. Aquí parecemos hallarnos ante una cierta hipálage conductual, el mordisco del vampiro transferido a su víctima que se muerde a sí misma en una prueba de gustosa sumisión. Pero no es esta la única pista que le deja Bolaño al lector sobre la verdadera condición de su personaje. Durante todo el episodio del castillo las referencias a Drácula son continuas. Cuando se describe la habitación en la que los soldados encuentran el acceso al pasadizo el narrador nos dice: La habitación a la que llegaron estaba vacía y fría, como si Drácula se acabara de marchar. www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013 91


(2666, p.861 ). Y unos párrafos después, en la misma escena de sexo del fragmento anteriormente citado: ]después Entrescu cerró los ojos y fingió que escuchaba algo, la música de las esferas, y luego abrió los ojos y se sentó junto a la mesa y puso a la baronesa encima de su verga otra vez erecta (la famosa verga de treinta centímetros, orgullo del ejército rumano), y recomenzaron los gritos y los gemidos y los llantos, y mientras la baronesa descendía por la verga de Entrescu o mientras la verga de Entrescu ascendía por el interior de la baronesa Von Zumpe, el general rumano emprendió un nuevo recitado, recitado que acompañaba con el movimiento de ambos brazos (la baronesa agarrada a su cuello), un poema que una vez más ninguno de ellos entendió, a excepción de la palabra Drácula, que se repetía cada cuatro versos, (...) un poema que la joven baronesa, sentada a horcajadas sobre las piernas de Entrescu, celebraba cimbrándose hacia atrás y hacia delante, como una pastorcilla en las vastedades de Asia, clavándole las uñas en el cuello a su amante, refregando la sangre que aún manaba de su mano derecha en la cara de su amante, untando de sangre la comisura de sus labios, sin que por ello Entrescu dejara de recitar ese poema en el que cada cuatro versos resonaba la palabra Drácula. (2666, p.865) La referencia es cristalina, la escena adquiere una belleza estremecedora una vez descifrada la clave vampírica: un vampiro reprimiendo el impulso de morder y succionar la sangre de su víctima y limitándose a recitar un poema en rumano mientras su víctima va derramándose lenta y voluntariamente en su boca. Pareciera que Bolaño, a pesar de silenciar la estaca final y cualquier referencia explícita a la naturaleza hematófaga de su personaje, hubiese querido dejar soterrada esta escena de sexo vampírico que, sólo desde ese prisma, adquiere toda su belleza. 92 www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013

Pere Fortuny


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Pere Fortuny

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YO ESTUVE ALLÍ 01 . INFORME SOBRE EL ESTADO DE LA POESÍA, Raul del Valle 02. NOSFERATU, Albert Mesas

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YO ESTUVE ALLÍ Raúl del Valle

¿Y si el monstruo somos nosotros?

¿Y si el hombre, medida de todas las cosas, no fuese más que una operación de maquillaje consistente en ocultar nuestra parte desagradable? Esa es la tesis que late al fondo del “Informe sobre el estado de la poesía contemporánea”, novela híbrida de oscuras resonancias que fue definida por algún crítico, en el momento de su publicación en Polonia, como la mezcla perfecta de novela negra minimalista y ciencia ficción metafísica. Minimalista porque la investigación es en apariencia trivial, más propia de un filólogo que de un detective: el narrador y protagonista, policía del estado, tiene como misión averiguar el motivo de la desaparición, quinientos años atrás –la acción transcurre a mediados del siglo veintisiete-, de todos los poetas de la faz de la tierra. Metafísica porque, con la excusa de retratar una sociedad en descomposición, acaba construyendo una profunda reflexión en torno al ser humano y su absurda vocación de trascendencia. Cuando digo que los poetas desaparecieron de la faz de la tierra estoy diciendo exactamente eso: que desaparecieron de la faz de la tierra, no que se extinguieran. Cuando el protagonista hereda la investigación, a 96 www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013

la que ya han dedicado su vida tres generaciones de policías, descubre a través de los informes de sus predecesores que los poetas, basándose en las estadísticas que afirmaban que la proporción entre ratas y personas se mantiene siempre de uno a uno, proclamaron a principios del siglo veintidós que el hombre es en realidad un ser escindido del que sólo nos mostramos a nosotros mismos la cara luminosa; la cara oscura, nuestro gemelo subterráneo, es esa rata que a cada uno de los miembros de la especie humana estadísticamente le corresponde. Los poetas descubrieron que las ratas son nuestros semejantes y, en consecuencia, como para reparar de algún modo la prolongada mutilación, se fueron a vivir con ellas a las cloacas como quien acaricia un miembro amputado varios años atrás. Pero no desaparecieron del todo, el narrador acumula pruebas de lo que él llama emergencias poéticas, actos subversivos encaminados a alterar el orden social llevados a cabo por poetas que realizan incursiones en la superficie. Versos escritos en fachadas de calles desiertas que probablemente nadie hubiese leído nunca pero que venían a demostrar la incómoda existencia de esa parte de la


humanidad que se empeña en rebajar a las personas a la altura de las ratas. Y digo que probablemente nadie leyera aquellos versos clandestinos porque, en el presente de la novela, la humanidad es casi una broma, un gesto inercial. Prácticamente toda la superficie del planeta está cubierta de edificaciones vacías, un continuum urbano que, en los tiempos de máxima expansión de la especie estaban densamente poblados y que, a esas alturas de la historia, constituye algo así como un inmenso fósil al aire libre, el inabarcable esqueleto de toda una civilización que ya no es más que un puñado de individuos aislados camino de la extinción que ni siquiera anhelan el contacto con sus congéneres. Individuos como el narrador, que reciben en el ordenador las indicaciones para realizar su trabajo sin necesitar, por lo general, salir de sus casas para llevarlo a cabo. De hecho, las instrucciones que recibe el narrador van siempre encaminadas a que resuelva el caso a través de la lectura del inmenso corpus literario producido por los poetas antes de su desaparición, millones de poemas y narraciones escritas en decenas de lenguas distintas que el narrador debiera leerse una y otra vez intentando establecer en qué momento la literatura se envenenó e inició la deriva que la conduciría hacia las cloacas. Pero a él le gusta salir al exterior, pasear sin rumbo por las calles desiertas, recorrer aquel instante del pasado arquitectónicamente momificado. Gracias a las pastillas alimenticias puede hacer excursiones realmente largas, cada caja recibida en el compartimento de su cocina contiene alimento para treinta días, así que, en los meses de verano, puede estar alejándose de casa hasta quince días consecutivos. Gracias a aquellas largas excursiones había encontrado las

pruebas de la persistente subsistencia de los poetas. Y gracias también a ellas, al final el tipo descubre, de forma accidental, la verdadera razón de aquel centenario exilio subterráneo, la intención profunda de semejante cantidad de vidas transcurridas en condiciones infrahumanas. Descubre que los poetas llevan quinientos años enseñando a las ratas a escribir. La novela concluye cuando el protagonista lee, atónito y horrorizado, un texto escrito por una rata de los barrios del norte que, como si fuera Pierre Menard, ha escrito un cuento de Borges.

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YO ESTUVE ALLÍ Albert Mesas

Nosferatu, el vampiro de la noche (1 978), Werner Herzog

La historia que nos narra Herzog es por todos conocida; primero por ser una “adaptación” de la novela de Bram Stocker, Drácula; segundo por ser un “remake” de la película de Murnau bautizada con el mismo nombre: Nosferatu. Pero aún sabiendo el qué sucede, la obra de Herzog sorprende por el cómo está hecha. Si en Murnau, Nosferatu (el nomuerto) era el Conde Orlock, en Herzog, este personaje recupera el nombre que le dio Stocker: Conde Drácula. Lo mismo sucede con los demás protagonistas; la bella Helen vuelve a ser Lucy (la perfecta heroína gótica), el intrépido comerciante Jonathan Hutter será ahora Jonathan Harker, y el doctor Bulcuer pasará a ser el famoso “caza-vampiros” Abraham Van Helsing. Incluso la acción mudará de Bremen a Wismar y de Checoslovaquia a Transilvania. Así pues, el Nosferatu de Herzog no será tanto un remake del de Murnau o una adaptación de Stocker, sino más bien una pieza a caballo entre ambas. Por lo cual, se convierte en una obra nueva. Aunque su originalidad no sólo proviene de su “hibridismo”; el hecho de ser una película en color y con diálogos también le otorgan un cierto grado innovador. 98 www.preferirianohacerlo.com FEBRERO 2013

La filmografía del director alemán se caracteriza por sus ambientes realistas –casi documentales-, sin olvidar a sus personajes obsesivos, marginados, siempre al límite, en la frontera. De este modo, esta pieza no podía ser la excepción. Muestra de ello son los sublimes paisajes (acantilados infinitos, montañas gigantes, cascadas de vértigo, etc.) que se suceden cuando la trama se desenvuelve en Transilvania. Y precisamente, esa sublimidad del espacio será uno de los recursos que explotará Herzog para transmitir el miedo y el terror que el filme necesita. Otro acierto de la película es la caracterización del Conde Drácula (interpretado de forma magistral por Klaus Kinski). Herzog recupera la estética que trazó Murnau alejándose así de la nueva “generación” de chupa-sangre atractivos, jóvenes y seductores que tanto abundan. Aquí, el vampiro vuelve a ser un monstruo. El estremecimiento no aparece al contemplar el rostro de Nosferatu (en estos tiempos, una imaginen así no da miedo en un sentido tradicional), sino de la inquietud e inseguridad que su mirada nos transmite. Es una cara “singular”, y nunca se olvidará. Ahí reside el miedo y el terror.


No obstante, no todo lo que hace Herzog está perfecto. A mi entender, el ritmo de la narración, en ocasiones, se vuelve demasiado lento, provocando que el espectador pierda el hilo de la historia y el interés por lo que le están contando – y digo a veces-. Aunque, conociendo un poco la trayectoria del cineasta germano, esto no es tan extraño. Herzog es un apasionado de la fotografía, es obsesivo con los encuadres y los planos, es muy meticuloso con la iluminación] Resumiendo, es un enamorado de la

técnica. De esta manera, sus películas, en cierto modo, se pueden leer como un filme poético. Para terminar, me gustaría subrayar el pequeño “gran” detalle que Herzog rescata de la magna mitología que rodea a la figura del vampiro (si no recuerdo mal, no aparece ni en Muranu ni en Stocker, sólo se insinúa): Drácula como portador de la peste. En esta ocasión, el “detalle” se transforma en elemento fundamental para el desarrollo de la historia.

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AÑO III FEBRERO 201 3 NÚMERO 1 +2 Director Enrique Bartleby

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