One Percent Magazine | Oct 2020
Conoce la historia con
El muro de Berlín con Sevilla como telón de fondo Transcurría el 12 de octubre de 1987 cuando los ajedrecistas, por aquel entonces ciudadanos de la Unión Soviética, Anatoli Karpov y Garri Kasparov comenzaron a disputar la final del Campeonato Mundial de la especialidad en la ciudad de Sevilla. Un acontecimiento que trascendió las fronteras de deporte, no solo por lo que respecta a la enconada rivalidad (deportiva, política y social) entre ambos contendientes, si no por el impacto que tuvo en la sociedad española de la época y en especial en la siempre colorida capital hispalense. Durante el siglo XVI, Sevilla había alcanzado la condición de ciudad más rica de España y ese esplendor estaba a punto de volver a la ciudad. De hecho, durante aquel periodo conocido como el Siglo de Oro de la cultura patria, Sevilla se convirtió en enclave de vital importancia para el tránsito con América Latina gracias a su puerto fluvial, a través
del club llegaba gran parte del oro procedente del nuevo continente. En 1987, Sevilla se encontraba a un lustro del albergar la Exposición Universal de 1992, que la devolvería al primer plano mediático a nivel mundial e influiría decisivamente en el proceso de modernización de la ciudad. El imponente Teatro Lope de Vega fue el escenario escogido por la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) para medir las fuerzas de un combate deportivo que se presumía sería titánico. Por su parte, el Casino de la Exposición ejerció como centro internacional de prensa para los más de 800 periodistas acreditados y punto de encuentro para aficionados, que se dieron cita durante las más de 100 horas de lucha de un duelo silencioso y de fuerte contenido psicológico. Como es menester en acontecimientos de tan
singulares características, los prolegómenos fueron el caldo de cultivo ideal para multitud de anécdotas variopintas. Una de las más recordadas fue el diseño de las torres del tablero a imagen y semejanza de una de las enseñas de la ciudad, la Torre del Oro, cuyos 36 metros de altura lucen orgullosos en el margen izquierdo del río Guadalquivir desde el año 1221. Además, la función de dichas torres no fue puramente ornamental, ya que albergaban un chip para el control de las partidas de forma informática y así reflejar informáticamente los movimientos de las piezas. La competición se disputó al mejor de 24 partidas y las victorias contaban 1 punto, los empates 0,5 y las derrotas cero. La contienda finalizaría cuando uno de los dos ajedrecistas alcanzara la cifra de 12,5 puntos o fuera capaz de imponerse en 6 partidas. En caso de empate a 12 puntos, Kasparov retendría 29