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RELATO La última de su especie

LA ÚLTIMA DE SU ESPECIE

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La Dragona sobrevoló el valle. Por su enorme boca brotaron llamaradas de fuego ardiente...

El amanecer la había sorprendido en el hermoso bosque de encinas, donde permaneció quieta y silenciosa mientras las horas pasaban lentamente.

El asfixiante calor del mediodía, descendió dando paso a la frescura del atardecer. El otoño aun quedaba lejos.

Poco a poco el cielo extendió su manto de estrellas. Ella se mantuvo expectante. Un ruido sordo y profundo, hizo que se estremecerá su alado cuerpo. Sus ojos escudriñaron en la oscuridad. Captó la señal de aviso que le susurraba los árboles y espero.

Ellos pensaron que la sorprenderían y ése fue su error. Cuando llegaron al claro, estaba preparada. Las fauces abiertas, la tensión marcada en sus potentes músculos... lista.

Nunca les había hecho daño a pesar que ellos disfrutaban hostigándola. Hasta hoy, había rehuído la batalla. Su corazón se encendió llevado por la pasión del combate y la ira de la incomprensión.

Y todo comenzó y terminó en un suspiro.

En el valle, no quedaba mas que desolación donde antes florecían hermosos prados. Cientos de hogueras causadas por sus llamaradas se elevaban como mudos testigos de la contienda.

Voló con tristeza por un cielo plomizo y se encamino a su refugio, hacia la calidez de su gruta en lo alto del gran volcán.

La montaña, su hogar, parecía tocar el firmamento. Tan vieja como el tiempo, se mostraba sólida y majestuosa. Se estremeció cuando comprendió que ella le pertenecía en cuerpo y alma.

Al penetrar en su morada, el frescor y la oscuridad la envolvieron. Cansada recordó con nostalgia a los de su raza... Después de la masacre, en la sencilla comprensión de saberse la última, se aferró a sus recuerdos.

El arraigo a estos parajes había sido la causa de todo. Pensó en su madre. Las imágenes de su ensangrentado cuerpo, la lucha sin cuartel, el ensañamiento de esos seres cuyo único propósito era terminar con ellos sin motivo alguno.

No... no conseguía entender. Hoy se sentía cansada y sola. Ya no pertenecía a nadie, ni a si misma, solo a su querida montaña.

Noche tras noche en la quietud del silencio, escuchaba su llamada. “Busca la protección del fuego”, le decía. profundidades, al Centro del Mundo. Ríos de lava iluminaban su camino llenando de fortaleza su miedo.

A medida que avanzaba sus instintos la arrastraban de nuevo a la superficie, al amparo del mundo conocido, pero el crepitar de las llamas...el susurro de miles de voces que brotaban del ardiente liquido, la empujaban a continuar descendiendo. En el corazón palpitante de la Tierra, el terror se apoderó de ella.

“Tengo miedo”- gritó. “No hay nada que temer” - la contestaron - “ Vuelves a casa, a tu forma primigenia”- continuaron las voces. El lago de magma, rojo como la sangre, le dio la bienvenida. “Todavía puedes volver” - se oyó decir. Pero continuó.

Un manto de solidez y paz, la envolvió mientras su espíritu se fundía con la esencia misma del fuego. Había vuelto a casa...

La encontraron en la entrada de la gruta. Sus ojos aun reflejaban el rojo elemento. Poco a poco, se fueron apagando hasta quedar inertes.

Los hombres se estremecieron, era la última y lo sabían. Al contrario de lo que habían supuesto ese conocimiento no les causo ninguna satisfacción.

El frío sol del amanecer les sorprendió mientras iniciaban el descenso. Un rugido ensordecedor broto del volcán haciendo temblar la montaña.

El joven aprendiz de “hombre” miro en dirección a la cueva apartando con gesto brusco la lágrima que amenazaba con resbalar por su mejilla. No había pasado más de una luna, cuando todavía estaba jugando con otros jóvenes del clan.

Pero la noche anterior... todo cambió.

“ Mañana saldrás con nosotros en busca del dragón, tu tiempo de juegos ha terminado” - le había dicho su padre con la brusquedad que le caracterizaba.

Hoy sabía que esas palabras habían marcado la muerte de su niñez y una sensación de vacío se apoderó de su alma. No quería crecer así... no quería temer ni odiar lo que no conocía, lo que no entendía...

Miró a su padre a los ojos. No dijo nada. Arrojando el arma a sus pies, corrió sendero abajo.

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