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SALUD Y EMOCIONES
A es SALUD Y EMOCIONES
Durante muchas décadas la Medicina se ha enfrentado a la enfermedad centrándose exclusivamente en la lesión física y dejando a un lado la vivencia que el paciente tiene de su enfermedad. En sus ejemplos más extremos el acto médico ha llegado a convertirse en un procedimiento técnico rodeado por la más compleja, eficiente y fría tecnología.
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En el lado opuesto están los que consideran que somos los artífices de nuestras enfermedades.
El deseable cuidado responsable de nuestra salud se distorsiona hacia un planteamiento que causa confusión y culpabilidad en muchos pacientes, como si la enfermedad fuera la denuncia de un estigma moral o de una falta de valía espiritual.
Aquí las actitudes más extremas convierten todas las enfermedades en un conflicto no resuelto o mal gestionado, que puede ordenarse alfabéticamente.
Ni lo uno ni lo otro; como siempre la respuesta está en el punto medio, tan fácil de definir teóricamente, y tan
difícil de llevar a cabo en la vida real.
Corría el año 1974 cuando en un laboratorio de la facultad de Medicina de Rochester un psicólogo, llamado Robert Ader, realizó un importante descubrimiento. Descubrió que, al igual que el cerebro humano, el sistema inmunológico también era capaz de aprender.
Hasta ese momento fisiólogos, médicos y biólogos consideraban que el cerebro y el sistema inmune eran entidades independientes. Su hallazgo inició una línea de investigación que
permitiría descubrir miles conexiones entre el sistema nervioso y el sistema inmunológico, conexiones que relacionan la mente, las emociones y el cuerpo.
A partir de entonces varios investigadores, como David Felten, han descubierto que los mensajeros químicos más activos, tanto en el cerebro como en el sistema inmunológico, se concentran en las regiones nerviosas encargadas del control de las emociones.
Cada vez hay más información que subraya la importancia clínica de las emociones.
En un meta-análisis sobre las emociones tóxicas, realizado en 1987, se demuestra que las personas que sufren ansiedad crónica, tensión excesiva, largos periodos de pesimismo, irritación constante y desconfianza extrema, son doblemente propensas a contraer enfermedades como asma, artritis, jaquecas, úlceras de estómago, y enfermedades cardíacas.
Las emociones de la gama opuesta, como el grado de optimismo y la actitud de esperanza, no pueden por sí solas resolver una enfermedad grave, pero sí influir en el curso de la misma.
El cirujano C. Nezhat afirma: “todos los cirujanos saben que la gente muy asustada no responde adecuadamente a una intervención quirúrgica, ya que tienden a sangrar en exceso, son más propensos a las infecciones y a las complicaciones, y tardan más tiempo en recuperarse. Es mucho mejor, por tanto, que el paciente se encuentre lo más sereno posible”.
Por todo esto el análisis de nuestros impulsos, la autoconsciencia, la motivación, la perseverancia, el entusiasmo, la autodisciplina, la empatía o el altruismo son actitudes que revierten en nuestra salud favorablemente. Como dice el filósofo José Antonio Marina en su libro Anatomía del miedo: