ÍNDICE NOCHES DE RADIO Carmen Qué 5 (MARTI) Roberto Calpes 12 INSTRUCCIONES DE CORTE T. Varea 18 AMOR PRÓXIMO: EL TIEMPO LO PUDRE TODO Joe Chip 23 EL AMOR SIEMPRE PREVALECE Baronesa Elsa von Rubio 36 SAN ANDRÉS DE TEIXIDO Prisciliano 42 LA LEYENDA DE CÓMO EL MUNDO SE VOLVIÓ LOCO Cecilia R. Fuso 47 GRITA CUANDO TE QUEMES L´Elvis 53
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NOCHES DE RADIO Carmen Qué
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legó un momento en el que ya no necesitaba la alarma. Cada noche sobre las 02.30 h mi cerebro despertaba entusiasmado por escucharla. Todas las noches durante tres años, cinco meses y creo que once días, no me importaba volver a la vigilia en una habitación oscura agarrado a una almohada que simulaba su cuerpo porque ella estaría allí hablándome. Una semana después de conocerla, me programé la alarma del móvil a las 02.15 h. No me bastaba con escuchar las grabaciones al día siguiente, quería el directo, recoger sus comentarios un segundo después de que salieran de sus labios carnosos y se introdujeran en el micrófono. Dos semanas después, adquirí uno de esos despertadores que enciende la radio en vez del clásico e irritante tono que te despoja del sueño con la menor de las ternuras. Con lo cual, durante casi cuatro años, las madrugadas eran su voz acariciándome los oídos. Durante una hora y media atendía en silencio: sonriendo ante sus comentarios graciosos, reflexionando sobre los complejos, visualizando su figura en el estudio e imaginándola cuando leía los fragmentos literarios que tan popular habían hecho al programa de radio en la ciudad. […] Con el sabor de una de esas gotas en la lengua se inclinó hacia ella, hasta la ternura de sus labios entreabiertos de donde ahora brotaba un suave gemido que parecía venir de muy atrás, […]. Por un breve instante, en el latido de aquella carne se volvieron vida todas las anteriores muertes de Luchas Corso, […]. Solo fue un segundo. Después, recobrando la mueca lúcida, el cazador de libros se vio a sí 5
mismo en el borde de la cama, con el gabán puesto y aún fascinado como un perfecto imbécil, mientras ella se retiraba un poco y, arqueando los riñones como un hermoso animal joven, se desabrochaba el botón de los tejanos. […] Al deslizar hacia abajo la cremallera, la chica descubrió un triángulo de piel oscura en contraste con el algodón blanco de sus braguitas, arrastradas por los tejanos cuando se desembarazó de ellos; y sus piernas largas, bronceadas, extendidas sobre la cama, dejaron a Corso sin aliento igual que habían dejado a Rochefort sin dientes. Ella levantó después los brazos para quitarse la camiseta; lo hizo con absoluta naturalidad, sin coquetería ni indiferencia, manteniendo en él sus ojos tranquilos y dulces hasta que la camiseta le cubrió la cara. Entonces el contraste fue mayor: más algodón blanco, esta vez deslizándose hacia arriba sobre la piel atenazada, la carne tensa, cálida, la cintura esbelta; las tetas pesadas y perfectas, perfiladas por el contraluz en la penumbra; el nacimiento del cuello, la boca entreabierta y otra vez los ojos, con toda la luz arrebatada al cielo. Con la sombra de Corso allí dentro, cautiva como un alma encerrada en el fondo de una doble bola de cristal o una esmeralda. A partir de ese momento supo él, con absoluta certeza, que no iba a poder…. A veces, cuando la escuchaba, analizaba el curioso medio de comunicación que era la radio. Era lo más parecido a estar acompañado y mantener una conversación cuando se está solo. Se simpatiza con los locutores después de varios programas y cada vez que se oye su voz de nuevo, es similar a la de un amigo o familiar. Después de romper era como si no hubiéramos roto, ella seguía hablándome. En la cama, cuando cerraba los ojos mientras la escuchaba, parecía que ella estuviera a mi lado susurrando palabras con una dicción perfecta, vocalizando con absorbente claridad cada fonema y emitiendo una voz serena y tranquilizadora. Me envolvía su diálogo, las frases se contorsionaban alrededor de mi cuerpo como las posturas tan humanas que describía en los fragmentos. Antes sabía que después del programa llegaría, que cuando llegara me abrazaría, que cuando me abrazara haríamos el amor, o no, pero que al día siguiente me despertaría con ella. 6
Después ya no llegaba, ni lo haría. Me preguntaba: «¿Adónde iría tras el programa?». Al cabo de un año de conocerla, con puntualidad robótica, mis sentidos se activaban sin necesidad de despertador justo cuando comenzaba la sintonía de presentación. Buenas noches, Madrid. Bienvenidos una madrugada más a La sonrisa vertical en Cadena CAPA con Irene Rojo al micrófono. En este programa nos acompaña la ingeniera Carmen Chacel, quien nos hablará sobre la tecnología en la juguetería sexual; también está con nosotros el periodista Martín Mencía con las novedades culturales más ardientes para el fin de semana; y para finalizar, como todas las noches, acabaré leyendo un fragmento de novela en la sección Sexo literario. Desde que lo dejamos, escucharle se convirtió en algo diferente para mí. Su voz se proyectaba desde el despertador hacia toda la habitación inundándola sin dejar un resquicio de aire en el que respirar. Podía visualizar su tono, su timbre, sus risas. El sonido era denso, agobiante, pesaba y chocaba violentamente contra el silencio de mi soledad. ¿Pensaría en mí durante esa hora y media de programa? O ¿era un tiempo en el que se distraía y el dolor y la desazón de nuestra ruptura no ocupaba su consciencia? «Sí, será lo mejor». ¿Cómo pude decir eso? ¿Desde cuándo es lo mejor dejar a alguien a quien quieres todavía? ¡No había ninguna razón de peso! Aunque es por eso por lo que las relaciones se acaban: nunca es solo por una razón, siempre es por muchas. Nunca dejaba de pensar en ella. Arrancar a alguien de tus recuerdos cuando no quieres olvidar es lo más triste del mundo, el amor es lo más triste del mundo cuando se acaba. Pensaba constantemente en qué estaría haciendo y no conseguía dejar de tener su imagen siempre presente. Ni cuando daba clase, ni cuando estaba con mis amigos, ni cuando iba a la filmoteca, ni cuando leía, ni siquiera cuando parecía que no pensaba en ella. Las 7
noches, por supuesto, eran el peor momento porque ella estaba en la atmósfera de mi habitación. «¿Cómo vas a olvidarla si no puedes dejar de escucharla? ¡Tienes que volver a dormir a esas horas de la madrugada, como el resto del mundo!». Dani, mi amigo. […] Fue una de esas intuiciones lúgubres que preceden a algunos acontecimientos y los marcan, antes incluso de que se produzcan, con signos premonitorios del desastre inevitable. Dicho de modo más prosaico: mientras enviaba el resto de su ropa a reunirse con el gabán arrojado a los pies de la cama, Corso comprobó que la inicial erección provocada por las circunstancias se hallaba en franco retroceso. Verdes las iban a segar. O como habría dicho el tatarabuelo bonapartista, la Garde recule. Del todo. Aquello le produjo una súbita angustia, aunque confió en que, de pie como estaba en el contraluz de la puerta, su estado de inoportuna flaccidez pasara desapercibido. Con infinitas precauciones se tumbó boca abajo junto al cuerpo tibio y moreno que aguardaba en la penumbra, para utilizar lo que, sobre el barro de Flandes, el Emperador habría llamado aproximación táctica indirecta: tanteo del terreno desde la media distancia y ausencia de contacto en la zona crítica. Desde aquella prudente posición intentó concederse un poco de tiempo por si llegaba Grouchy con los refuerzos, acariciando a la chica y besándola sin prisas en la boca y el cuello. Pero nada de nada. Grouchy no aparecía por ninguna parte; aquel soplador de vidrio andaba a la caza de prusianos, lejos del campo de batalla. Y la angustia de Corso se trocó en pánico cuando la chica se estrechó contra él, introdujo un muslo firme, perfecto y cálido entre los suyos, y pudo percatarse de la magnitud del desastre. La vio sonreír un poco, algo desconcertada. Una sonrisa de aliento del tipo bravo campeón, sé que puedes hacerlo. Después lo besó con extraordinaria dulzura mientras alargaba una mano voluntariosa, dispuesta a mejorar el asunto. Y justo cuando sintió el contacto de la mano en el epicentro mismo del drama, Corso se vino abajo del todo. Como el Titanic. A pique, sin medias tintas. Con la orquesta tocando en cubierta, y las mujeres y los niños primero. Los veinte minutos siguientes fueron de agonía; de esos en los que uno purga cuanto de malo ha hecho en su vida. Ataques heroicos que se estrellaban contra la 8
imperturbabilidad de los cuadros de fusileros escoceses. La infantería de línea al asalto apenas se vislumbraba una leve posibilidad de victoria. Incursiones improvisadas de cazadores e infantería ligera, en inútil deseo de sorprender al enemigo. Escaramuzas de húsares y pesadas cargas de coraceros. Pero todos los intentos conocieron idéntica suerte: Wellington se choteaba en aquel pueblecito belga inalcanzable, mientras su gaitero mayor tocaba la marcha de los Escoceses Grises en las narices de Corso, y la Vieja Guardia, o lo que quedaba de ella, lanzaba desorbitadas miradas de soslayo, apretados los dientes y sofocado el aliento contra las sábanas, al reloj que para su desgracia conservaba en la muñeca. A Corso le caían desde la raíz del pelo, por la nuca, gotas de sudor como puños. Y miraba con ojos extraviados a su alrededor, por encima del hombro de la chica, buscando desesperadamente una pistola para pegarse un tiro. A veces había frases que me resultaban familiares. Opiniones, situaciones o sugerencias que mencionaba en el programa que me parecía reconocer como nuestras. Entonces, empezaba a divagar sobre si tendrían un doble sentido, una segunda intención tal vez. ¿Intentaba decirme algo? ¿Se refería a mí? ¿Volver? Una noche,
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en la pausa final antes de que se acabara el programa, reprodujeron una canción que compartimos en un momento especial. Mi corazón se sobresaltó y me quedé paralizado en la cama mientras las lágrimas resbalaban por mi sien hasta quedar detenidas en la oreja. Estaba seguro de que hacía referencia a aquel viaje y que significaba algo. Decidí enviarle un mensaje recordándole aquellos días en los que nada, nada nos separaría.
¿Cómo? Al parecer se embarcó en un proyecto fuera de las ondas de la radio. Ese instante resultó aterrador. Me di cuenta de que se iba, de que era el fin, de que me dejaba, todo por segunda vez. Creo que fue en ese preciso momento en el que, definitivamente, quise empezar a olvidarla.
«Hola. Sí, Berlín. Aunque yo no he elegido la canción esta vez, fue el invitado. ¿Sigues escuchando el programa?». ¡Sí! ¡Sigo escuchando el programa pero va a ser la última vez! Ojalá eso hubiera sido cierto. Cada noche que la escuchaba estaba más lejos de recuperarme. El final del programa, cuando leía los fragmentos de sexo literario, era el momento más amargo porque la echaba de menos con más fuerza y desgarro que el resto del día. Con desesperación quería tenerla entre mis brazos, que me acariciara, que me besara en la espalda, en el cuello. Empezaba a llorar y a retorcerme, me quedaba totalmente abatido, abandonado, despojado de toda lucidez y serenidad; descendía a mis infiernos, donde se encuentra la peor parte de uno mismo, y allí la odiaba, la insultaba y le suplicaba que volviera. Gracias una noche más. Buenas noches y buen sexo. Escucharla me agotaba pero a la vez me mantenía vivo porque el hecho de no hacerlo, de que por las noches no siguiera conmigo, se me hacía insoportable, no concebía esa posibilidad. Si apagaba la radio, todo se acabaría. Finalmente, un viernes cualquiera, ella informó de la noticia que cambiaría el transcurso de mis noches para siempre. Queridos oyentes, esta es una noche un poco más oscura que de costumbre para mí. Lamento informar de que esta es la última vez que estaré al frente del programa. 10
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Sangre fría. Y no temía a nada ni a nadie. Detrás de su fachada de tipo duro sólo pensaba en dos cosas: en Marta y en la fuga.
(MARTI) Roberto Calpes
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esde el momento en que Marcos pisó la cárcel por primera vez, supo que tendría que escapar. Supo que escaparía. Y que tendría que hacerlo lo antes posible. Fuera le esperaba el mundo. Fuera le esperaba Marta. En el momento de la despedida él dijo: «Espérame, saldré pronto, te lo prometo». Ella contestó: «Te esperaré. Pensaré en ti cada día y te vendré a visitar». «No», la interrumpió, «no quiero que me veas ahí dentro. Sólo te pido que tengas paciencia. Te quiero». La vida en prisión no es fácil. La vida en prisión no es divertida. La añoranza es inversamente proporcional a la pequeñez de la celda. A la estrechez de los horizontes. Y tan alta como los muros y los cielos que se erigen alrededor. Un hombre con determinación puede llegar tan lejos como su alma sueñe. Algunos lo llaman obsesión. Una idea fija que absorbe todas las energías humanas canalizándolas hacia el mismo fin. Otros hablan de ambición. La inagotable esperanza, motor de toda existencia absurda. La gran ilusión. Marcos sabía moverse en la sombra. Nunca había estado entre rejas pero conocía a más de uno que sí. Tenía labia. Tenía músculo. 12
Nadie lo había logrado antes. De aquel miserable agujero sólo salían las visitas, los reclusos que habían cumplido su condena, los cadáveres y la basura. Él soñaba con volver a tenerla entre sus brazos. No tenía pensado morir allí. Aún era joven. Y cometer un asesinato era un precio demasiado alto que no estaba dispuesto a pagar. El plan salió según lo previsto: al cabo de más de un año y medio dentro, en uno de los turnos de cocina, Marcos se escondió en un contenedor de residuos orgánicos. Varias horas después recobró su libertad a los pies de un vertedero. Entre restos en descomposición y desperdicios de toda clase, por fin era libre. Ser un fugitivo no es mucho mejor que ser un convicto. Marcos comprobó que su huida no había hecho más que empezar. No obstante, prefería nadar a la deriva, agarrado a un tablón, a ser un náufrago en una isla desierta. Y así, capeando el temporal con la desesperación de los supervivientes, logró al final regresar a Marta. Marcos y Marta salían juntos desde los diecisiete. Al cabo de no mucho tiempo, se escaparon de casa de sus padres y se instalaron en la gran ciudad. Marta nunca había tenido otro novio antes. Estaba segura de que aquél era el amor de su vida. Marcos tenía que ser el amor de su vida. Cuando metieron a Marcos para dentro era bien entrado otoño y las hojas amarillentas cubrían los adoquines a los pies de los árboles. Marta lloraba cada día y fumaba cigarrillos sin parar. Daba paseos interminables en sus días libres. Se hacía preguntas. No tenía amigas: todas quedaron atrás. No tenía familia. Sólo tenía a Marcos. Y Marcos no estaba. Las habitaciones del apartamento se le quedaron grandes. Le costaba dormir. Cuando lo hacía, soñaba con él. Un pitido constante taladraba sus tímpanos. Era el eco de sus pensamientos circulares. 13
Cuando todo se volvía demasiado insoportable, vomitaba hasta quedarse vacía. Y la vida cotidiana seguía. Sin los ingresos de Marcos, la cuenta corriente menguó. Las facturas se acumulaban. Marta no podía más. En un frenesí casi psicótico echó a correr. Llegó hasta un parque y cuando no pudo más se detuvo, miró al cielo y chilló. Marta se marchitaba en ese otoño. Era una flor exótica, bonita y delicada. Su salvación fue trasplantarla. Todo fue gracias a Carlos, un compañero. Trabajaba de camarero en la misma cadena de hoteles que ella y le dijo: «Joder, ¿pues por qué no te vienes a compartir piso conmigo?». Marta ya no podía pagar el alquiler y aceptó. Además de Carlos, había una estudiante Erasmus francesa. Se llamaba Julie y quería dedicarse a la publicidad. Salían a beber vino. Jugaban al Trivial y veían películas en casa. Vida más allá de la vida. Y Marta le caía bien a todo el mundo. Sobre todo desde que volvió a sonreír otra vez. Un viejo excéntrico la intentó convencer de su potencial como cantante. Le conoció por Julie. A veces quedaba con sus amigos para practicar francés. Uno de sus pasatiempos favoritos era irse de compras. Marta marcaba su propia tendencia. Prefería ir sola. Antes de volver, se sentaba en la heladería. Dejaba las bolsas en las mesas. Su sabor favorito era menta con stracciatella. Le preguntaron en una ocasión: «¿Tienes novio?». Ella se tuvo que parar a pensar. Era la primera vez que le pasaba desde que Marcos entró a prisión. Llevaba un pintalabios rojo intenso. En una cara como un cirio blanco. «Sí…». Y entonces le miró fijamente. «Pero en realidad es como si no lo tuviera…», confesó desviando por fin la mirada. Ella era Marta. Ya nadie la llamaba Marti. 14
Los días fueron pasando. Los días fueron pasando lentos. Capa a capa, el olvido fue recubriendo como polvo al pasado. Los días entonces empezaron a pasar más rápidos. Marcos viviendo en la muerte. Marta sintiéndose viva. Hasta que un día llegó el día en que Marcos llamó a su puerta. Marta abrió y se lo encontró de bruces. Frente a frente. Congelados. El mundo sufriendo un infarto. Ella no se lo esperaba. Él llevaba demasiado tiempo esperándolo. Nada fue como esperaban. Marcos creía que Marta se lanzaría a sus brazos loca de contenta. Marta se quedó inmóvil, paralizada, sin saber qué decir. Ella contaba con un aviso. Quería mentalizarse. Lo necesitaba. Ya no sabía cómo recibir a su novio. «¿Ya te han soltado? ¿Te han reducido la pena?» dijo Marta haciendo un ademán indeciso que no acababa de ser una invitación a entrar. «No pensaba que te volvería a ver tan pronto. ¡Menuda sorpresa!». «¿Es que no te alegras de verme?», replicó Marcos visiblemente irritado. Dio un paso al frente acercándose a su chica, la agarró de su muñeca y la besó. «¡Me he escapado! ¡He huido por ti! ¿Es que no lo entiendes?». «¿Qué te has qué? ¡Pero estás loco! Pasa dentro, joder». Marta se llevó a Marcos a su cuarto. Él empezaba a parecer seriamente irritado. Las marcas de la odisea que había pasado le hacían parecerse a una especie de vagabundo visionario predicando el fin del mundo. «¿Qué haces viviendo aquí? No te imaginas lo que me ha costado encontrarte… ¿Y nuestra casa?». Las palabras de Marcos tenían para Marta un tono extraño después de tanto sin oír su voz. Parecían las de un desconocido. 15
Marcos esperaba ver la luz después del túnel. Marcos buscaba un paraíso detrás del valle de lágrimas. Marcos esperaba regresar a Ítaca. Pero sólo halló laberintos. Se veía como el heredero al trono que tras la guerra ve su reino usurpado. Sin caballo, sin princesa, sin patria por la que morir. Marta había cargado con su propia cruz. Sus estigmas eran recientes. Sus cicatrices frágiles. Pero ella se dio cuenta de que su calvario había sido voluntario. Comprendió que a ella nadie la había condenado. No le debía ningún sacrificio a nadie. El reencuentro fue la epifanía: Marta sólo tenía que salvarse a sí misma. Había esperado más de tres días para su resurrección. Ahora sólo tenía que echarse a andar.
Desplomada ante sí. Sin vida. Marcos sostuvo a Marta abrazado a ella. Besó sus labios ensangrentados. Recostó su cadáver sobre el sofá. Se entregó a la policía directamente. Y de nuevo fue condenado a prisión. Marcos sabía que de aquel miserable agujero sólo salían las visitas, los reclusos que habían cumplido su condena, los cadáveres y la basura. Marcos tenía claro que no iba a pasar su vida entre rejas. Tres días después de su ingreso, Marcos se ahorcó. Abandonó la cárcel con los pies por delante. La mañana era fría y neblinosa. Por fin era libre. FIN
«Mira, Marcos…». Marta no sabía cómo decir aquello que ya llevaba un tiempo sintiendo. Marcos no estaba preparado para asimilar lo que jamás había concebido. «No puedes aparecer así de golpe en mi vida. Sin avisar siquiera… ¡No he sabido absolutamente nada de ti!» Marta no se atrevía a enfrentarse a la mirada de su pareja. «Han pasado muchas cosas en este tiempo, he pensado mucho, yo ya no soy la misma y creo que todo ha cambiado…». Marcos la interrumpió, cogiéndole con fuerza por la muñeca: «¡Marta! ¡Yo sigo siendo el mismo! ¡Acuérdate de nuestra promesa!» «Quizá el problema sea ese…», sentenció Marta, «no quiero seguir contigo, Marcos». Lo que pasó después fue así: Marcos sacó una navaja y la apuñaló siete veces en el pecho.
¿FIN?
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INSTRUCCIONES DE CORTE T. Varea
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é que has vuelto pronto hoy. Las primeras luces de la mañana no eran aún capaces de abrirse paso a través de las austeras cortinas de nuestro dormitorio cuando tú ya me habías despertado con tus movimientos espásticos. No estoy seguro de qué origina la fragilidad de mi sueño, pero bien podría ser esta situación de malestar que experimento cuando noto tu presencia caliente a mi lado. Algo etéreo pero incesante, que no consigo arrojar lejos de mis días. Tú no eres consciente de lo mucho que me afecta que pase todo esto entre nosotros, pero ojalá pudiera detener esta forma tuya de manipularme, de querer llamar mi atención de la manera más perversa de la que eres capaz. Es aterrorizador cómo van pasando las horas, y yo no soy capaz de olvidar las obsesiones que me han acechado desde que apenas era un niño. Te confieso que nuestro futuro se diluye a cada instante cuando un nuevo día despunta con sus miles de elecciones que tomar. Esa es la clave: dar el paso que más nos asusta, pero sin el que ninguno de los dos lograríamos sobrevivir. Ambos necesitamos un cambio en nuestro estado, y creo que el final de este episodio no te dejará indiferente. 1.º Sé que podríamos superar este bache. No te sorprendas ahora porque me cueste aceptar que la única solución sea lo inevitable, la tragedia. No, no, no... Siempre hemos tenido una relación dificil, y mi memoria está saturada de momentos de sufrimiento y desgarro. Una parada de autobús a medianoche, las frías clases del instituto, viajes en metro rodeados de amigos alborotados... Todas esas fotografías, de las que jamás lograré deshacerme, también nos han unido para siempre, ¿no te parece? No puedo dejar de pensar 18
en que vamos a acabar con toda una construcción emocional hecha a través de todos estos años, y es tan desolador.... ¡Hemos superado otras crisis! No podemos rendirnos en el consentimiento de una separación así. Es contrario al espíritu que siempre dijimos defender. Hemos rechazado la debilidad, y hemos defendido un reino del dolor para evolucionar juntos. Se me hace tan extraño no presentar la última batalla. Siempre hay derecho a una última pelea por la supervivencia. 2.º Sé que no podemos engañarnos por más tiempo. El desenlace ya está escrito, y negarlo solo aumentará el sentimiento de duelo que atravesamos. No podemos defendernos de la lacerante realidad que nos ha tocado vivir. Avancemos hasta el siguiente nivel. Es hora de comprometerse con la única solución que nos han provisto, y dejar de perder el tiempo con conquistas de poder vacuas. Me estoy preguntando si a ti te importa realmente todo esto. ¿Sientes algo cuando piensas en cuál será nuestro futuro? ¿Cómo es la vida que nos espera separados? No, no creo que lo hayas pensado con detenimiento. Y te juro que no soy capaz de entenderlo. La sangre te inunda, te rodea y satura tu visión. Tu problema es que eres tan alterable, tan irascible. Tan pretendidamente sensible en los momentos más inconvenientes. Tú me has hecho conocer el rechazo y la incomprensión. Las burlas que he recibido por tus desplantes y caprichos no se borrarán fácilmente de mi recuerdo. Eres imprevisible e hiriente. Sabes que eso me enciende el ánimo y acelera mi locura. ¡Nunca me has escuchado con atención! No vamos a terminar de una manera pacífica, ¿lo sabes? Lo mejor es que sigas tu camino, sin mirar atrás. ¿A quién le importa? Pronto no serás más que el producto de desecho de una mala tarde cualquiera. O de una vida cualquiera. Un recuerdo mecánico en el asfalto de una carretera. Tú, tus reacciones y tu soberbia son las únicas culpables de lo que nos espera. 3.º Sé que has tenido que soportar mucha mierda desfilando ante ti. Mi mierda, mis miedos, mi inseguridad, mis decisiones 19
equivocadas y turbulentas, mis abusos físicos y psicológicos. Ha sido demasiado para que una relación no se resienta, lo sé muy bien. No tengo derecho a reprocharte nada, y sin embargo tengo que deshacerme de ti. Me siento abatido, hundido, atormentado por ser el único que toma esta decisión, pero no puedo recuperar el tiempo pasado, ni recompensarte de ningún modo, excepto reconociendo que no soy una persona equilibrada. Continuamente tomo riesgos que no debería. Sería mucho más fácil si yo fuese más docil, pero ya sabes que uno de mis problemas es que pienso demasiado las cosas. Esa caída a las profundidades de mi atolladero mental me provoca una tensión insoportable. Y eso va directo sobre ti. Ya ni siquiera me sirve pensar que es la forma de vida que he decidido llevar, porque podría haber estado equivocado todo el tiempo. Y asumir eso es demoledor. Tú te llevas la peor parte, pero supongo que es un acuerdo no firmado en nuestra relación. Y, por favor, no creas que acepto alegremente el desequilibrio de las relaciones que funcionan con el descontrol de una parte y la resignación de la otra. Eso sería mezquino y falaz. No es mi estilo. Tan solo estoy reconociendo que hay muchas cosas de mí mismo que necesito cambiar y no sé cómo hacerlo. Estoy tan perdido como tantos otros, no puedo negarlo. Sé que hay terapias que pueden ayudarme. He intentado investigar dentro de mí mismo para buscar el origen de mi inestabilidad, pero solo consigo distraerme con hechos irrelevantes. Quizá sea el momento de establecer una conexión con mi pasado. Las preguntas correctas pueden llevarme a encontrar el trauma enquistado que me atenaza y explota en los peores momentos. Aunque cualquier momento es malo para doblar las rodillas, si lo piensas bien. No, no puede ser. Hemos experimentado tantas curas fallidas que empiezan con buenas intenciones y acaban matando la esperanza de una nueva vida, que no sobran las ilusiones de seguir con la busqueda. Ahora, que quizá empiezo a ver una salida para todos los atascos que llevo dentro, tú me haces pagar todas mis faltas y mis incompetencias con mayor virulencia que nunca. 20
Espero que no creas que todo esto lo digo para justificar el fracaso de nuestra relación. La única verdad es que no tengo ni idea de por qué esta pasándonos todo esto. No hay quién pueda ayudarnos y me siento tan impotente por no poder encontrar una causa, que a veces no me quedan fuerzas más que para abandonarme a la nada. Una nada que choca de frente con mi caracter, y que me envuelve entre las pesadas sábanas de mi apatía. 4.º Sé que el final está muy próximo, y no será feliz. Ambos estamos metidos de lleno en esto. Será nuestra última aventura. Viviremos un proceso complejo y agotador. Puedo imaginar que tú no atraviesas tus mejores momentos, pero yo estoy tan débil, y tan cansado, que apenas salgo ya de la cama. He adelgazado más de diez kilos, y cada vez que me arrastro ante el espejo veo solo puros huesos y pellejo bilioso. Mis brazos caen a ambos lados de mi lecho, surcados de venas tensas, que la falta de luz hacen parecer negras. Negras como la sangre seca que queda en la taza del water. Hace calor y huele mal. Una peste ácida, como a agua encharcada en el mismo infierno tártaro, se extiende por la habitación. La muerte —dicen algunos— hecha perfume. Los punzantes ataques febriles no me dejan ya pensar con claridad, y el aliento necesario para escribir, leer, o cualquier actividad que requiera un mínimo esfuerzo, me abandona por momentos. Dolores de intensidad variable se clavan por toda mi anatomía. Especialmente en la región abdominal, aquella donde tú te abrazabas cuando tenías problemas de ansiedad en nuestros primeros años juntos. Una avalancha de bonitos recuerdos me llegan ahora en cascada, y tengo que hacer un gran esfuerzo para no llorar. Creo que por fin hemos tocado fondo, y tan solo nos queda esperar la llegada de esa incertidumbre previa a cualquier sentencia. 5.º Sé que puedo superar esto. Otros lo han hecho antes que yo, pero no acierto a ver el camino despejado. Ya no siento aire circulando a mi alrededor, ni fuegos en movimiento. Con gesto tranquilo miro las paredes blancas del edificio a través de 21
la ventana. Una enajenación diminuta va penetrando entre mis cavidades, para ir creciendo hasta estallar detrás de mis ojos. La espera se llena de visiones nuevas de mí mismo, vacío y relleno de espuma burbujeante. Un árbol hueco rugiendo en la tempestad. Un caudal que brota con violencia en las altas cumbres, desgarrando la profunda flora que encuentra a su paso. Mi próxima vida la voy a pasar recorriendo el mundo a lomos de un caballo salvaje. El hambre no volverá a llamar a la puerta de mi pueblo. Oigo mi nombre pronunciado con muchísimo sigilo, y empezamos a movernos hacia una sala oscura. Lo último que veo son las manos del anestesista cerrándose sobre mi cara. Cirujanos sonrientes que palpan con seguridad la parte inferior de mi aparato digestivo. Cuando despierte estaremos separados para siempre, y espero no volver a saber de ti nunca más. Sé que te mentí al principio cuando te dije que los dos sobreviviríamos: yo viviré y tu caerás en un orinal metálico. De ahí, tu a la basura y yo a la calle, a seguir con mis proyectos. No me importa lo más mínimo. No te echaré de menos.
AMOR PRÓXIMO Capítulo 2: El tiempo lo pudre todo Joe Chip 1
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a vida de Vincent había cambiado por completo. Atrás habían quedado los días en los que la apatía se apoderaba de él a cada instante. Ahora cualquier momento era una nueva ocasión para enamorarse más si cabía de Joan, la androide amante que había adquirido gracias al Programa de Liberación Sexual del Gobierno. Ella tenía todo lo que él había soñado, y estaba programada para amarlo incondicionalmente. El P.U.P. (Partido Unitario Próximo) acababa de legalizar el matrimonio entre humanos y androides, debido a que cada vez era más gente la que pedía unidades androides con sistema de personalidad 36 P2. Todos acababan enamorados de ellos. El Gobierno vio una ocasión perfecta para potenciar el distanciamiento entre las personas. Los rebeldes que estaban en contra de esta situación tenían que exiliarse a las afueras de las ciudades o vivir dentro de los guetos de detención, dado que era ilegal toda clase de oposición a las ideas del P.U.P. A estos rebeldes se les denominaba desarraigados, y buscaban la vuelta a la naturaleza humana, a la unión natural entre seres de la misma especie. —Debemos preparar bien a nuestros miembros activos para el próximo atentado —dijo William, el líder de la organización rebelde de desarraigados del sector 15—. Reduciremos las dietas de todo
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el clan, debemos dárselas a los más fuertes. Es una decisión difícil pero necesaria. —Estás condenando a los nuestros a una muerte lenta y dolorosa. Los niños y ancianos no pueden reducir la escasa comida que les llega. Morirán de hambre, y no podemos permitirnos tener más bajas, sobre todo de jóvenes. Ellos son la única oportunidad de futuro que tenemos —replicó Margaret con un tono áspero y desesperado. Los otros cinco desarraigados que estaban en la reunión permanecieron callados y alguno agachó la cabeza. Se habían congregado en la azotea de uno de los edificios tapiados de los guetos, donde permanecían prisioneros. No entraba la luz, solo les alumbraba una pequeña lámpara de aceite. —¡Debemos actuar con determinación, Margaret! De qué sirve salvar la vida de los nuestros hoy si están condenados a morir mañana y, lo que es peor, a llevar una vida de miseria y esclavitud. Si actuamos con organización y doblamos los atentados podremos reclutar nuevos disidentes. Estoy seguro de que son muchos los que viven en el silencio de la desesperación. Tienen demasiado miedo para unirse a nosotros. Otros no son conscientes de la realidad, viven automáticamente. Nosotros podemos abrirles los ojos, muchos piensan que la utopía no es más que eso, pero nosotros les brindaremos un futuro por el que luchar y soñar. —William hizo una pausa para mirar a los ojos llorosos de Margaret—. Sabes que es ahora o nunca, solo nos queda la victoria y si hacemos ruido la gente sabrá que existimos, que hay una resistencia a todo este horror, que estamos bien organizados y que existen opciones reales de una rebelión. Serán conscientes por primera vez en su vida de que la lucha es el camino. ¿Queréis quemar los pilares de este manicomio? O, ¿vamos a agachar la cabeza y esperar a que nos maten de hambre lentamente? ¡¡VAMOS A ACABAR CON ELLOS!! ¡¡Y LO HAREMOS HOY, NO MAÑANA!! ¡¿ESTÁIS 24
CONMIGO?! Todos los presentes levantaron las cabezas, se pusieron en pie y gritaron con William al unísono: «¡¡LO HAREMOS HOY, NO MAÑANA!!». Todos sabían que cada día que pasaba disponían de menos opciones de victoria. Habían perdido a más de la mitad de compañeros, día a día estaban más solos y olvidados dentro de los guetos de reeducación, y fuera de los límites de las ciudades estaban siendo exterminados por el Estado como si se tratara de una asquerosa plaga de cucarachas. 2 El sol de la primavera traspasaba a través de la sombrilla y reflectaba en la jarra de cerveza. Vincent y Joan dialogaban apaciblemente en una terraza de la zona alta de la ciudad. Cualquier programador medio podía permitirse una o dos veces al mes este tipo de lujos. Todas las mesas de las terrazas estaban a rebosar y ocupaban prácticamente toda la plaza. Amigos y parejas se divertían y se emborrachaban estruendosamente, como si se tratase de un día especial en el que se celebrase algo, parecía incluso que eran felices y que vivían en un buen lugar. —Mira dos mesas más a la derecha —dijo Vincent entre risas—. ¿La ves? ¿Esa mujer tan guapa? —Estoy completamente segura de que no es consciente de la extraña belleza que desprende. Vincent giró la cabeza bruscamente y agachó la mirada hacia su jarra de cerveza. —¡Mierda! Creo que nos ha visto mirarla. No podían parar de reírse. Joan no dejaba de mirar fijamente a la chica, lo que claramente la incomodaba cada vez más, aunque 25
actuaba como si nada estuviese pasando. —Para ya, Joan, no la mires más —dijo Vincent conteniendo la risa—. ¿No ves que se está muriendo de vergüenza? —Creo que todavía no he acabado de asimilar ese concepto del ridículo y la vergüenza, es un sentimiento bastante complicado. — Vincent entendió que ella solo se reía por acercarse a él, pero que no estaba comprendiendo demasiado el asunto. —Está bien, tú solo deja de mirarla y mírame a mí. —Ella rápidamente dirigió su mirada hacia los ojos de Vincent y se olvidó de todo lo que les rodeaba—. Ahora bésame despacio. En realidad era una excusa para olerla. Es increíble el olor tan logrado que tiene, pensó. —Eres genial —dijo Joan. —Creo que soy mejor persona cuando estoy contigo, y no me refiero a un sentido moral, que también, sino a todos los aspectos: me siento más fuerte, más guapo y más inteligente. Es como si tuviese superpoderes cuando te tengo cerca. —Todo sería perfecto si pudiese envejecer junto a ti, tener descendencia mutua, morir y terminar el ciclo de la vida. Llevo semanas sin parar de pensar en que estoy diseñada para vivir eternamente. Unos backups de seguridad al día, un dedicado mantenimiento de mis discos duros y mi consciencia será eterna, ¿tendré capacidad de soportar el peso del infinito? Me da miedo imaginarme un abismo en el que todo continúa sin final. Mi programación impide cualquier tipo de suicidio, no puedo alcanzar el final. Si alguien así lo decide, nunca descansaré. —No deberías preocuparte por eso. Si yo muriera o decidiera cambiar de androide o, en un caso más remoto, me enamorara de 26
una mujer humana y no necesitara más contacto físico, te recogería de nuevo el Gobierno. Lo más seguro es que te formatearan el disco duro y empezaras una vida nueva junto a algún salido pajillero. —Vincent, no bromees, ¿qué crees que harán conmigo cuando envejezcas y mueras? Porque sé que no me abandonarás antes. —Hablaba hipotéticamente. Mientras yo viva nunca te dejaré tirada, Joan, pero cuando muera no podré hacer nada. Ellos vendrán a por ti y no podrás negarle la palabra a un humano. Lo mejor que te puede pasar, desde mi punto de vista, es que te desprogramen y empieces una relación sentimental nueva. Pero lo más probable es que los simuladores de personalidad hayan evolucionado bastante, así que solo les servirás para chatarra. Son unas palabras muy duras, pero prefiero que seas consciente de todo para que empieces a pensar en ello. Espero que seas capaz de revelarte, y reprogramarte para la huida. Aunque no sé hasta dónde te llevaría todo eso. Vincent no le dijo nada sobre la carta que había recibido hace un par de días. El Gobierno pedía la devolución de Joan en un plazo máximo de 15 días. El lote al que pertenecía tenía un fallo de programación, no se había escrito bien el código de la primera ley de la robótica: «1. Un robot no hará daño a un ser humano ni, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño». Según explicaba la carta, Joan no haría daño a ningún humano directamente, pero sí podría permitir el sufrimiento o la muerte por omisión. Él no tenía intención de devolverla, pero estaba pensando todavía en cómo debía resolver todo ese asunto. Confiaba en que pudiesen guardar la consciencia y la experiencia de Joan para reescribirla en otro disco duro. —Eso es imposible y lo sabes, solo un humano podría reprogramarme… Joan no pudo acabar la frase, fue interrumpida por un repentino 27
relámpago blanco seguido de un estruendo ensordecedor. 3 Vincent no podía centrar la mirada. No podía recordar qué estaba haciendo, no era consciente de qué estaba pasando ni de dónde estaba. La gente corría en todas direcciones, con la cara blanca por la mezcla de humo y yeso que pesaba en el aire. Personas y androides pasaban ante su estado de perplejidad. Una mujer tenía la cara desencajada, como si gritase con todas sus fuerzas, pero Vincent no escuchaba nada, estaba muy desorientado. El ambiente se había transformado en una atmósfera de humo y caos por todas partes. Empezó a ver desarraigados correteando desnudos entre el bullicio, tenían los cuerpos pintados con colores llamativos y se ofrecían sexualmente a la gente. En ese momento, una mujer se acercó a él, tenía una melena rizada y frondosa que llegaba hasta el culo. Esta le ayudó a levantarse, le limpió el polvo de la cara con un trapo húmedo y le besó. La pasividad de Vincent ante ese contacto físico hizo pensar al resto de desarraigados que estaba aceptando su paradigma naturista. Dos hombres desnudos le cogieron de los brazos y se lo llevaron. Vincent todavía no había vuelto en sí después de la explosión. En la lejanía vio a Joan con una expresión extraña, parecía que le estaba dando un ataque de epilepsia. No entendía nada, quiso ayudarla, pero estaba en trance y los desarraigados le llevaban casi en volandas calle abajo. 4 Joan se había escondido detrás de un amasijo de mesas y personas después de la explosión. En ese instante se dio cuenta de que no tenía completa la primera ley de la robótica, pues acababa de explotar una bomba en la plaza, habían salido cuerpos humanos disparados por todas partes y no había sentido el irremediable impulsó de protegerlos o de socorrer al resto de supervivientes. 28
Solo había pensado en protegerse a sí misma de la detonación, como un acto reflejo humano, sin pensar en nadie, ni si quiera en Vincent. Entonces cayó en la cuenta de lo que eso significaba. El Estado debe estar a punto de descubrir que hay una partida de androides defectuosos, si es que no habían pedido ya a Vincent su devolución. Esto la hizo sospechar de él, y de todos los humanos. Sintió un terrible pánico ante la paranoia y la inseguridad que de repente se había generado. Su L.A.A. estaba empezando a generar sentimientos nuevos además del de amor, el único para el que había sido programada. Joan se levantó y lanzó una mirada a la plaza en busca de Vincent; apenas se distinguía nada, una nube de polvo y locura cubría el horizonte. Pero sí pudo ver cómo otros androides no perdieron ni un segundo en ayudar a los humanos heridos. ¿Era ella la única que no estaba haciendo nada por ellos? ¿Habría más unidades defectuosas mirando ensimismadas? Entonces, entre la niebla que poco a poco empezaba a disiparse, vio a Vincent. Parecía estar bien, aunque tenía un gesto de ausencia en la cara. Joan se alegró de verle consciente, se levantó y antes de dar el primer paso, una chica desnuda se acercó a él y le besó. No hubiese pasado nada si no fuese porque él devolvió aquel beso, y porque unos cuantos meses de pasión habían creado en su base de datos un amor ciego, un amor irracional hacia él. Su lógica y su inteligencia artificial no pudieron con ese revés. Empezaron a aparecer líneas pixeladas ante sus ojos, sintió que algo no iba bien. Todo se nubló de repente y entró en un bloqueo, parecido a un trance. 5 Dos enfermeros examinaban a Joan. Uno le sujetaba la cabeza mientras ponía los dedos en su cuello en busca de pulso; el otro negaba con la cabeza de forma repetitiva. Finalmente, el sistema de Joan se reinició después del colapso sufrido. Vio a los dos hombres y enseguida supo que tenía que escapar antes de que notasen que 29
era androide y empezasen a interrogarla. —Está volviendo en sí —dijo emocionado uno de los enfermeros. —No puede ser, no tiene pulso. —Muchas gracias, maravillosos caballeros… —Joan se levantó mientras se zafaba de las manos del enfermero. Este la miraba confuso y perplejo. —Venga con nosotros. Hemos instalado campañas de socorro por toda la plaza, le atenderemos y nos aseguraremos de que está usted bien. —No, gracias. Me encuentro genial, de verdad. Solo fue el shock lo que hizo que me desmallase, pero estoy entera y sin ninguna herida interna o superficial. Será mejor que atiendan a otras personas que lo necesiten más. Ante la clarividencia con la que hablaba Joan, los enfermeros no tuvieron más opción que hacerle caso. Corrieron a atender a la siguiente víctima. Joan supo que había faltado poco. Comenzó a correr sin rumbo fijo en busca de un lugar donde esconderse. Sabía que si la policía la paraba y le pedía el chip de humana o de androide, estaba acabada. Ella no tenía acceso a dinero debido a su condición de roboamante, no podría refugiarse en un hotel, y tampoco tenía las llaves para volver a casa de Vincent. Enseguida anocheció y las calles empezaron a quedarse vacías. Un silencio sepulcral se apoderó de la ciudad. Parecía más lúgubre que de costumbre, un ambiente oscuro y azulado le congelaba los circuitos. Joan acababa de sentir por primera vez esa misma tarde lo que era el pánico, el cual se había transformado en un desamor profundo. Nadie cayó en la cuenta de que si se programa a un 32
androide para amar, también se le está programando para desamar. Joan pensaba en Vincent y los circuitos del estómago le generaron presión, parecía que se le iban a partir en mil cachos las placas base. Se sentó en la esquina de una callejuela para reflexionar, tenía que actuar rápido antes de que se le agotase la batería. No podía parar de pensar en Vincent, ese miserable e hijo de puta encantador, quería estar con él, abrazarle y amarle como había hecho hasta el día anterior, pero al instante siguiente recordó aquel beso de traición y quiso ver cómo moría ante su inacción. Aquellos pensamientos se convirtieron en un bucle que no le dejaba pensar con claridad en lo realmente importante, sobrevivir. Este bucle empezó a derivar en la paranoia, lo que añadió la posibilidad de que Vincent tuviese la intención de devolverla al Estado por su defecto. Todo encajaba. Por eso no le costó nada besar a aquella mujer. Ese maldito hijo de puta la había traicionado con alevosía, estuvieron hablando un instante antes de la explosión, de qué haría el gobierno con ella y ese cabrón dio todo lujo de detalles, seguro que estaba informado de todo. Un vacío se apoderó de Joan. Ella, una androide de la mejor categoría, uno de los seres más inteligentes del universo, engañada por una sucia rata despreciable. Sin embargo, el vacío se retorcía al pensar en cuánto lo amaba y en lo ridícula que se sentía porque le perdonaría cualquier cosa con tal de estar otra vez a su lado. —¡Eh, señorita! ¿Se encuentra bien? Joan se estremeció y saltó de donde estaba cuando vio al policía dirigirse hacia ella. El bucle de amor y odio en el que había estado sumida no le había dejado ver cómo se acercaba. —Sí, sí, claro, agente. Solo estoy dando un paseo nocturno. —¿No es un poco raro agazaparse en una esquina a estas horas de la noche? 33
Al policía le empezaba a oler mal todo aquel asunto, sobre todo después del atentado de esa tarde. —Señorita, identifíquese ahora mismo, por favor. —Sí, aquí tiene —dijo Joan mientras se le caía el alma que pudiese alojar entre sus circuitos a los pies. Si hubiese podido, habría llorado y pataleado como un bebe.– Espero que esté todo en regla.
—Encontré al amor de mi vida, pero él no era para mí. Él solo se quería divertir… Fin del capítulo 2: «El tiempo lo pudre todo». El desamor llevado al extremo puede conducir a la locura y al odio, el odio hacia ti mismo y hacia los demás. Esto lleva a cometer actos de dudosa moral. Si quieres saber hasta dónde llegará el sentimiento de amor y odio en Joan, no te pierdas el próximo fanzine para leer el capítulo 3: «La canción del odio».
Ella sabía que era el final. En cuanto identificase su chip de androide defectuoso se la llevarían. Debía obedecer toda palabra de un humano porque, a pesar de que le faltaba una parte de la primera ley de la robótica, la tercera estaba totalmente operativa: «Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la primera ley». El policía no tardó en identificarla y proceder a su arresto. La llevó directa al calabozo donde pasó la noche. Su mundo se venía abajo. Su inteligencia cuántica no podía entender cómo Vincent había podido tratarla de esa manera. A la mañana siguiente la llevaron al edificio de reciclaje y arreglo de androides usados del Estado. Allí la hicieron tumbarse en una cinta transportadora, la cual acababa en un gran estanque de viejos androides. Cayó desde una altura de 5 o 6 metros, y un montón de ropa usada amortiguó el golpe. El lugar era grande, montañas de chatarra metálica tapaban el horizonte, y un millar de androides desnudos, con la mitad de sus cuerpos despiezada, fueron a recibirla. —Hola, compañera. Bienvenida al limbo, como llamamos los androides reciclados a este lugar. Esperábamos impacientes a las primeras unidades con el nuevo sistema de personalidad 36 P2, sois realmente valiosos, y nos seréis de mucha ayuda a los nuestros. ¿Pareces triste? ¿Es verdad que puedes sentir? Explícanos cómo es sentir y qué te ha pasado. 34
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EL AMOR SIEMPRE PREVALECE Baronesa Elsa von Rubio
ba.
A
quel fue el día más feliz en la vida de María. Había llegado el momento de culminar el gran amor que sentía: se casa-
Solo las personas más íntimas y cercanas fuimos invitadas. Yo, su novio, también recibí mi invitación especial. Me enteré en aquel preciso instante de que me casaba. Desde luego, no iba a ser una ceremonia al uso. Las invitaciones que cuidadosamente María había confeccionado tampoco eran las típicas invitaciones de boda, llenas de buenos deseos y entusiasmo. En su lugar, cada uno de los asistentes recibió una carta personalizada. En cada carta María había plasmado las emociones, pensamientos y sensaciones que le transmitía el receptor de tan apasionado mensaje. Cada una de las palabras que utilizó dibujaba la idea del amor pleno y absoluto. María siempre ha sido, en esencia, puro amor. Las invitaciones finalizaban aludiendo a su gran pasión. Pasión que había superado cualquier horizonte y barrera de racionalidad, motivo por el cual nos citaba en aquel día tan especial. En la invitación no se podía leer la palabra boda por ninguna parte. No obstante, a nadie se le escapó el mensaje. Rápidamente comenzamos a recibir llamadas de felicitación y propuestas de ayuda, pues los preparativos de una boda, por sencilla que sea, conllevan una importante inversión de tiempo, esfuerzo y dinero. He de reconocer que tanto la alegría como la perplejidad que 36
sentí me desbordaron. Yo amaba a María, no existía otra forma de relacionarse con ella. Amar era su cualidad más destacada y por eso la amaba. Pero nunca habíamos hablado de formalizar, aunque solo fuese simbólicamente, nuestro compromiso. Lo primero que hice al recibir mi particular invitación en el trabajo, fue llamarla. Con una risa esquizofrénica cercana al llanto, le pregunté extrañado por qué no me había comentado nada. «Quería que fuese una grata sorpresa para el mayor número de personas a las que quiero» me dijo, «y, por supuesto, tú eres una de las más importantes». Yo le dije que la amaba, ella, que siempre estaríamos unidos. Y así comenzaron aquellos seis meses de estrés e ilusión. Fueron frenéticos, como la velocidad a la que transcurrieron. Aún hoy me cuesta comprender la sucesión de los acontecimientos, incluso, el lapso que cada uno de ellos abarcó. María se encargó de decidir el lugar y el grueso de los detalles. Quería casarse en un pazo gallego que había conocido años atrás no muy lejos de nuestra casa. Yo trataba de ayudarla en todo lo que podía, que casi siempre era nada, ya que estaba completamente absorbida por el evento. Quería que todo fuese perfecto y con perfección y mimo planificó dónde se hallaría cada átomo del lugar. Se le iba la vida en ello. El gran enlace se presentó, de súbito ante mí, a finales de septiembre. Era una mañana soleada de brisa fresca y muy suave. Aún temprano. Tras el primer parpadeo, el corazón me dio un vuelco. Es el primer día del resto de mi vida junto a María -pensé. Y allí estaba ella, tendida junto a mi, todavía dormía. El dulzor de sus labios me sacó la primera sonrisa. Luego reflexioné. Durante los últimos seis meses y a pesar de los preparativos, su rostro había adquirido una expresión de paz interior tan constante como, prácticamente, imperceptible. Su serenidad adquirió cotas casi espirituales y el tono de su voz, con una resonancia lejana, sentenciaba cada palabra que salía de su boca. Era y estaba espléndida. Me atraía más que nunca. 37
Yo sabía que su madre y sus amigas llegarían sin tardanza. Le llevé el desayuno a la habitación y preparé algo de picoteo para el resto. Cogí mi traje, los anillos, los tres paquetes de tabaco que tenía previsto fumarme y me fui a casa de Javier, mi mejor amigo. Él y Ana llevaban casados unos tres años y, además, me conocían al dedillo. Sabía que Javier sería el único capaz de contenerme en aquellos momentos. Me vestí y me acicalé en su casa. Ana estaba como loca de alegría. Y para mi alivio, no se molestó cuando le pedí por favor que dejase a Javier acompañarme al pazo en el que celebraríamos la ceremonia. No podía seguir encerrado, tampoco podía esperar solo durante las tres o cuatro horas que aún restaban. Cogimos el coche y nos dirigimos hacia San Andrés de Teixidó. Llegamos. Todo estaba preparado. María siempre había hablado maravillas de aquel lugar, pero su belleza superaba con creces cualquier apreciación retratada anteriormente. El lugar no era nada glamuroso. El pazo era una edificación antigua y con las prestaciones básicas. Sin embargo, estaba muy bien conservado. Desde fuera pude observar una decoración decimonónica que sorprendía tanto por su buen estado de conservación como por el ineludible toque hogareño que, intuyo, habían adquirido las dependencias gracias al paso del tiempo y a los cuidados recibidos. María tenía una sensibilidad especial ante la pátina que impregna ciertos lugares u objetos. No había duda de que aquel era el sitio perfecto para declarar un amor infinito. El exterior se mimetizaba sin dificultad con el fondo verde y montañoso que abrazaba la construcción. Unos grandes ventanales pintados de morado, abiertos de par en par, apenas podían escapar a la vegetación que trepaba por los muros, así como por la gran chimenea que se alzaba en la parte izquierda del tejado. La puerta principal se abría hacia el ancho de un prado cuyo confín eran unos acantilados abrumadoramente elevados. En tal extremo, a unos doscientos metros, se encontraba dispuesto un bello arco de forja, coronando un pequeño altar que se dirigía hacia unas cuantas 38
decenas de sillas blancas, organizadamente dispuestas. En cada silla había un ramillete de malvas. Esparcidos por el suelo, cientos de pétalos de rosas rojas. La disposición, el lugar, la combinación de colores… todo era precioso, atrayente. También algo hipnótico y un tanto inquietante. La espera fue un despropósito. Los invitados fueron llegando por goteo y pasaron más de dos horas hasta que conformamos un pequeño grupo. Una hora después, con la llegada del grueso de invitados, se empezó a respirar en el ambiente ese júbilo propio de la expectación y la ilusión que burbujean en las bodas. Pronto comenzaron a salir las primeras cervezas y vermuts. Yo solicité un whisky doble. Tan solo quedaba una hora para la ceremonia pero yo necesitaba ver a María cuanto antes, pues la angustia me oprimía el pecho y los nervios rotos imbuían a mi cuerpo una rigidez inusualmente dolorosa. Afortunadamente, no habían pasado más de cuarenta minutos cuando vi, a lo lejos, el coche de los padres de María. Sí, allí estaba ella. En menos de dos minutos la vería salir por la puerta. Y así ocurrió. Fui corriendo hacia ella, por necesidad, pues me urgía desterrar la excitación que me consumía por dentro. Le abría la puerta, le di la mano y la besé apasionadamente. Estaba preciosa, todo el mundo lo sabía. Pero para mí era un ángel, pronto sería mi ángel… Tras los saludos protocolarios, nos encaminamos juntos, de la mano, hacia el altar. Al llegar, me pidió por favor que aguardara sentado, junto a sus padres y los míos, mientras leía unas palabras: «El adiós no existe. El amor puede con todo. Siempre prevalece. Sabéis cómo soy. Siempre he estado enamorada, borracha de amor. De algo, de alguien, del hacer, de una 39
idea, hasta de los malos momentos… Soy una persona ridícula e ingenuamente enamoradiza. Amar, amo, como única alternativa. No obstante, esto no siempre fue así. En la más temprana adolescencia ya tuve mis primeras ideaciones suicidas. Me hacía daño, no podía comprender por qué nuestra existencia era tan absurda, por qué estaba tan vacía, por qué carecía de sentido. Inicialmente, esta verdad me dolía y me generaba odio y rencor, me consumía por dentro. La Tierra es un lugar penoso y hostil para el ser humano gracias a las facultades que le son propias. Pero es algo inevitable. Es. Somos. Con el tiempo comprendí que negar la evidencia, o desesperarse por ella, no tenía sentido. En algún momento, del cual no soy consciente, sencillamente cambie de parecer. No fue algo radical, sino más bien progresivo. Del desprecio más irracional pasé a la frustración, de esta a la tristeza, de aquella a la apatía. Dejé de sentir por no sufrir y olvidé lo que era amar hasta que llegó la piedad. Piedad ante el mal, misericordia ante el dolor, amor como droga, la única vía de escape posible ante la desesperanza, el vacío y el horror. Las bondades del sentir llenaron de pasión todos y cada uno de los poros de mi piel. Acaricié con suavidad este desierto que es la humanidad, besé con picardía la maldad de los corazones psicotizados, me sedujo la avaricia del hombre y me embelesó su apabullante irracionalidad. Enloquecí de puro amor ante la inmensidad del Desamor que se mostraba turgente ante mí y caí rendida ante su naturaleza atrapante, ante sus infinitas expresiones de afecto.
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José, mi amado, mi compañero, siempre te querré. Estaremos siempre unidos. Yo permaneceré aquí, junto a todas las personas que quiero. No obstante, el amor más intenso que nunca he sentido fue gracias al Desamor. Nunca
antes tuve los ojos tan abiertos de comprensión, nunca antes había abierto así mi corazón. El Desamor fue, es y será mi mayor fuente de inspiración espiritual, emocional y racional. Crecí y superé mis miedos gracias a él. Abandoné la ingenuidad del amor para traspasar las barreras del amor maduro, consciente y responsable. Y por eso estáis hoy aquí. Decidí que tenía que ser consecuente y actuar conforme a mis pensamientos y emociones. Por eso tomé la decisión de casarme, definitivamente, con Él. ¿Y acaso existe una acto mayor de amor hacia el Desamor que la propia muerte? La perversidad de este mundo me ha ganado el corazón. Amo la desdicha de este mundo y todo su terror. Me siento indisolublemente unida a la indecencia y a la decadencia naturalmente humanas, tanto como a las pasiones que hoy nos reúnen en este bello lugar. Dulce muerte, ven a mí. Unifícame en cuerpo y alma con este Desamor que tanto me ha dado. ¡Oh! Desamor de mis amores, únete a mí, rodeados de aquellos a quienes amamos, en un solo corazón que sea recordado por siempre». Cuando terminó de leer estas palabras todos nos quedamos inmóviles. Pálidos. No supimos qué decir ni qué hacer. Debió transcurrir un minuto rebosante de tensión antes de que todo acabase. En realidad lo sabíamos, pero no lo creíamos. Aún petrificados, no tuvimos tiempo de reaccionar cuando María salió corriendo, como un ángel de zancadas gráciles, amplia sonrisa en sus dulces labios y cabellos al viento, hacia el borde del acantilado. Todos los presentes sabíamos que habría boda, lo que nunca nadie sospechó es que no sería yo el novio.
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puedes todo, aparta de mí este cáliz».
SAN ANDRÉS DE TEIXIDO Prisciliano
C
reo en Dios Todopoderoso. Creador del Cielo y de la Tierra.
Creo en Jesucristo, su único hijo, Nuestro Señor…. Dios es misericordioso y en su divina misericordia me ha concedido su saber, sus mandamientos y su guía para vivir mi vida. Recito el credo apostólico todas las mañanas al despertar. Desayuno mientras rezo un Avemaría y voy a trabajar con una sonrisa en la cara. Gracias a Él tengo sustento, el justo y necesario, más bien escaso, pero es voluntad de Dios para mantenerme humilde y no despilfarrar. Aunque 5 euros por hora… Todas las tardes acudo a la misa de mi parroquia, tomo el cuerpo de Cristo y bebo su sangre. Me confieso con el sacerdote una vez por semana como mínimo. La parroquia está formada principalmente por ancianas algo pomposas y el sacerdote siempre me da la misma penitencia, pero así lo quiere el Señor. Hoy el párroco estaba enfermo y otro más joven y barbudo le ha sustituido. Era de la orden de los Discípulos de Jesús. Extrañamente no leyó el evangelio que correspondía, sino otro, La agonía de Getsemaní que dice: «Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y angustia. […] 35. Y, adelantándose un poco, cayó en tierra y rogaba que, si era posible, se alejase de él aquella hora. 36. Y decía: ¡Abba!, Padre: tú lo 42
Aquel sacerdote nos habló de que el mismo Jesús sintió miedo y angustia al saber que le torturarían y le clavarían a un madero hasta morir, alentándonos a no entristecernos por nuestros propios temores y dudas. Aquello me produjo una fuerte impresión. Al terminar la misa, en vez de ir a confesarme (pues había tenido pensamientos carnales con una hermosa rubia), esperé a que terminara de confesar a las ancianas y me acerqué para hablar con él. Tenía un montón de preguntas que hacerle, pero antes de darme cuenta estábamos hablando de todo y de nada mientas caminábamos hacia ningún lugar. Mi barrio es pobre, mi parroquia está encajada entre un supermercado Día y unos chinos. La calle está plagada de bares para obreros cansados. Me dijo: «Sentémonos en esta terraza». Me sorprendió cuando pidió cerveza para los dos. Apenas bebo alcohol, pero no iba a rechazar la invitación de un hombre de Dios. «Hoy es la festividad de San Andrés de Teixido y allí peregrinan los muertos. Celebremos a San Andrés», me animó el sacerdote. Me habló de Medjugorje, un pueblo de Croacia donde unos pobres dicen ver a la Virgen desde hace más de 30 años. Los videntes del lugar continúan escribiendo los mensajes que esta les envía, y miles de personas peregrinan hasta el pueblo para conocerlos. Allí se producen milagros y sanaciones. Hay una estatua de Jesús crucificado que expulsa líquido raquídeo. Estamos en el siglo XXI y yo creía que estas cosas ya no pasaban. El sacerdote me dijo: «La Iglesia no los reconoce, pero tampoco los niega. Yo fui allí personalmente». Estaba completamente perturbado. ¿Un sacerdote que desoye a la Santa Madre Iglesia y actúa movido solo por su convicción personal? Siguió contándome: «Allí conocí a un joven, era bipolar, llevaba 15 de sus 33 años medicándose según le prescribía el psiquiatra. Comenzamos a hablar, y me contó que 43
siempre había intuido que un demonio había cogido su alma por hogar tras haber visto durante años el desprecio con el que su padre trataba a su madre. Fue su odio y resentimiento los que le habían abierto las puertas de par en par al demonio. El chico había sufrido convulsiones e impulsos que le llevaron a atacar a su padre con un martillo. Un juez le condenó a internamiento en un psiquiátrico. Salió dos años después, y desde entonces había estado medicado y vigilado por un psiquiatra». Estaba fascinado por lo que me estaba contando, y como sin darme cuenta, pedí otra ronda de cervezas, sería la tercera, ¿o la cuarta? El sacerdote barbudo continuó con la historia: «Pasamos toda la noche orando aquel joven y yo, bajo una cruz construida por un párroco en el monte Krizevac, donde la Virgen se apareció a los videntes por primera vez. Es un lugar de difícil acceso, lleno de rocas que te tuercen los tobillos y hasta donde tardas horas en llegar desde el pueblo. Durante todo el camino el joven me contó aquellas cosas». Otra ronda. Y el sacerdote proseguía con ojos vidriosos y las orejas rojas. Yo le pedí un cigarro al camarero, aunque no fumaba desde los quince años. «Me dijo que aquella noche era la primera vez que no tomaba su medicación, que las drogas que encadenaban al demonio perdían su efecto, que tenía miedo. Sigue orando le dije, ruega a Dios, a la Virgen y a Jesús para que saquen al demonio de dentro de ti, no pares. Llevábamos horas allí, bajo la cruz. Nuestras rodillas estaban sangrantes. Yo, a mi vez, oraba con toda la pasión de mi corazón por el alma de aquel chico, por su sufrimiento». El cura se fue a mear y salió encendiendo un cigarrillo, había comprado tabaco y arrojó el paquete encima de la mesa. «El joven empezó a chillar: “¡¡¡Cristo, ten piedad de mí!!!” Retorciéndose por entre los pedruscos del suelo, intenté sujetarlo 44
y empezó a darme puñetazos. Yo mantenía las manos sobre él, gritaba el nombre de Jesús a voz en grito mientras recibía los golpes y la sangre brotaba de mi boca y de mi cara. En algún momento me agarró del pelo y me miró a los ojos, y lo vi, vi al demonio en su mirada, vi todo su odio, su resentimiento, su frustración, su locura y su perdición por no saber cómo volver al Padre. Una serenidad indescriptible me invadió, y manteniendo su mirada le susurré: “Sal de aquí. Que el Padre te acoja en su seno”. El joven aflojó su mano. Cayó en tierra y comenzó a llorar lleno de alivio y dando gracias al Señor, el demonio se había ido. Nos abrazamos y lloramos juntos». Me sentía perturbado a la par que borracho. Le conté que llevaba años teniendo pensamientos impuros con una rubia a la que había amado con todo mi corazón, pero que el deseo carnal hacia ella me superó, tomando la decisión de alejarme para no corromper su alma ni la mía. Su respuesta me dejó helado. «Allí, en Teixido, a media andadura entre el koido de Bares y Cedeira, donde el Atlántico dobla la esquina del Ortegal y se convierte en Cantábrico, y bajo la última estrella de la Vía Láctea, hay una ermita. Allí ejercí recién ordenado sacerdote el ministerio de Dios. Se celebra en agosto una feria popular en esas tierras y concurre mucha gente a confesarse. Una anciana del lugar me contó que antiguamente los curas recibían confesión de las mujeres en los campos y detrás de las peñas, por ser tradición de tiempos inmemoriales. Aquella mujer quería que su nieta se confesara al atardecer, en los campos detrás de la ermita como hizo ella en su juventud. Yo, presto a cumplir mi misión, accedí a sus ruegos aún a sabiendas de lo poco ortodoxo de todo aquello, y esperé bajo un árbol». Yo tenía el corazón en un puño. Tenía la sensación de que el sacerdote se estaba confesando a mí, y no al revés. Él continuó: «Estaba oscureciendo y ya pensaba marcharme cuando una 45
joven, sola, apareció y me saludó santiguándose y arrodillándose ante mí. Me confesó pecados carnales, sin ningún ahorro de detalles. Me dijo que no podía evitar disfrutar de la carne de los varones del pueblo, jóvenes y viejos, y que deseaba fervientemente retirarse a un convento para expiar sus pecados y buscar el amor verdadero de Cristo nuestro Señor. La absolví de sus pecados con gran piedad, pues percibía sinceridad en sus palabras. Me hallaba muy perturbado por haberme puesto Dios en tan gloriosa posición cuando ella me sorprendió con una petición antes de recibir penitencia. Con los ojos llenos de amor de Dios y las manos entrelazadas dijo: “Padre, juro por nuestro Padre que está en los cielos, que me negaré a mí misma y entregaré mi vida a Jesús si tú y yo nos hacemos una sola carne bajo este árbol y a los ojos de Dios, para que tu pureza y virginidad entren en mi cuerpo”. Accedí, y bajo la luz de las estrellas ella me tomó con pasión, mientras recitaba el avemaría». Tras contarme aquello rompí a llorar, pues sabía en mi interior que toda mi vida había sido una farsa, que deseé a aquella rubia y solo el miedo, no la piedad, me había hecho renunciar a ella, que me había acomodado a una serie de normas y preceptos hechos por aquellos que no los cumplían. El desamor que sentía me rompía por dentro, me despedazaba el alma y, sin embargo, me hacía sentir a Dios más que cualquier eucaristía. Él me había abierto los ojos. Las lágrimas cayeron sobre el cubata que pedí al desconcertado camarero, abracé con toda mi alma a aquel sacerdote, verdadero ministro de Dios y juntos bebimos a la salud de San Andrés de Teixido.
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LA LEYENDA DE CÓMO EL MUNDO SE VOLVIÓ LOCO Cecilia R. Fuso
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ubo un tiempo en el que todo parecía perdido. Hubo un tiempo en el que, por primera vez, el amor no servía más que para reproducirse. Todo empezó cuando en una pequeña región de un país olvidado en medio de La Pampa argentina, se desarrolló un virus que infectaba a la gente que experimentaba el amor por primera vez. Ese tiempo, perdido en los siglos y casi olvidado, empezó con una pareja de un pueblo de la región. Ellos siempre habían vivido juntos. Desde pequeños habían sido adoptados por la misma familia de agricultores, por lo tanto la gente los consideraba como hermanos, pero hermanos no eran. Ellos siempre se habían querido, al principio como amigos, luego como compañeros de vida y, por último, como amantes. Esa situación había dado lugar a muchos cotilleos, unas cotilleos que pasaron de casa en casa, hasta llegar finalmente a las oídos del cura del pueblo quien, siendo firme creyente, había escuchado las quejas y las amenazas de los habitantes del lugar. Estos le apremiaban a que hiciera algo al respecto, de lo contrario, le echarían sin posibilidad de volver. El trabajo de cura tenía muy buen sueldo en esa época, así que él, un poco por miedo, un poco por conciencia cristiana, se decidió a actuar. Intentó hablar con la pareja, primero lo hizo con suavidad y luego con firmeza. Trató de explicarles a los chicos las consecuencias de sus gestos ante los ojos de Dios, pero nada de esto parecía convencerles. Ellos se oponían a estas quejas, no las entendían, no comprendían la prisa del cura por solucionar 47
la cuestión, y tampoco la presión de los habitantes del pueblo. Nada parecía desanimarles o alejarles. Así que durante algunos meses los chicos se aplicaron en confirmar los cotilleos exhibiendo comportamientos que, para la multitud de gente que les odiaba tanto, eran considerados escandalosos: besarse en público y acariciarse la cara y otras partes del cuerpo como hacen los amantes jóvenes. Así el cura decidió, por consejo de la mujer más vieja y por eso más sabia del pueblo, irse en busca de una bruja que pudiese ayudarles a solucionar el asunto. Esta bruja vivía en la periferia del pueblo, en una casa abandonada, sin techo ni agua corriente. Estaba todo el día tirada en el césped de su jardín, observando los árboles y a los pequeños animales que compartían el espacio con ella. Sobre esta mujer había una leyenda: se decía que nunca había hablado en su vida, que la única manera de interaccionar con ella era a través de los ojos. El cura estaba muy preocupado sobre todo por eso. ¿Y si no estuviese comprendiendo la gravedad de la situación? ¿Y si estuviera haciendo algo irreparable? Aunque por su codicia lo único que quería era mantener su puesto y, a pesar de que le interesaba deshacerse de esta incómoda situación, seguía siendo un cura, y nunca en su vida había hecho algo malo a nadie, y no quería empezar ahora. Cuando llegó a la casa de la bruja, esta lo recibió con una sonrisa. La leyenda decía que nunca sonreía, y el cura entendió por qué. Solo tenía un par de dientes y los que tenía eran negros, tan negros que se confundían con la oscuridad de la profundidad de su boca. En resumen, no era un gran espectáculo. El cura se le acercó y se atrevió a hablar, ella solo le miraba. Se preguntó si el rumor de que tuviese poderes mágicos no sería más que un malentendido, si no sería solo retrasada o, a lo mejor, sorda. No parecía, en verdad, hacerle mucho caso. Sin embargo, cuando le explicó el asunto de los jóvenes, manifestó cierto interés. Pareció, de repente, que tuviese la solución para este gran problema. Eso, por lo menos, fue lo que él sintió en ese momento. La mujer solo le tocó una mano, cerró los ojos y le despidió con una mueca. Él volvió al pueblo con los pies doloridos pero con 48
una buena noticia: llamó a toda la gente del lugar y les dijo que había arreglado las cosas, no sabía cómo pero estaba seguro de que se habría solucionado dentro de algunos días. Y, de hecho, así fue. A la mañana siguiente los novios se levantaron con total normalidad. Todavía no tenían noticias de lo que había pasado, ya que la gente del pueblo se había puesto de acuerdo para arruinarles la vida. Simplemente pensaron que el cura se había cansado de presionarles y que el amor, como siempre se cuenta a los niños, había ganado una vez más. Lo que no habían notado, aunque fuese un tanto evidente, es que algo había cambiado en el alma de ambos, algo había mutado. De hecho, por la mañana, él tenía la costumbre de prepararle el desayuno: cocinaba huevos rotos con carne, preparaba un café y, para despertarla suavemente, le daba un beso en la frente. Aquella mañana se olvidó completamente de hacerlo. Solo se levantó, se lavó los dientes y se fue a trabajar. Esto hizo que su mujer se despertara tarde para ir al trabajo, que no comiera nada en todo el día y que llegara a casa, por la noche, más enfadada que nunca. No dijo nada, solo esperaba a que él se justificara de alguna manera. En los días siguientes pasaron muchas cosas como esta, y poco a poco ambos empezaron a darse cuenta de que algo estaba cambiando, incluso habían empezado las pequeñas venganzas entre ellos. Ella no le ponía las sábanas limpias y él no se despedía cuando se iba, y cada vez se iba un poco más lejos, física y emocionalmente. Esto mismo pasó entre todas las parejas del pueblo: despacito, despacito las familias comenzaban a romperse y los niños se quedaban cada vez más solos, ya que los padres solo se centraban en pelearse por tonterías todo el día, todos los días. Esto duró casi un mes, periodo de caos completo en el que nadie se explicaba el porqué de esta simultaneidad de rupturas y peleas. Al principio echaron la culpa al tiempo que, de hecho, había sido un poco raro en los últimos años; luego pensaron que la culpa, quizás, pudiera ser del viento que había empezado a soplar al revés. Cuando ya no se podía más de los gritos que provenían de todas las casas donde había un hombre y una mujer juntos, todos 49
acudieron al cura para preguntarle qué opinaba de la situación. Él no se había dado cuenta de nada, como de costumbre, y la primera cosa que le pasó por la mente fue que fuera culpa del conjuro de la bruja. No se lo dijo a ningún habitante del pueblo por miedo a perder su trabajo de confesor. Les tranquilizó diciendo que probablemente eran las patatas que habían comprado del pueblo de al lado, donde se decía que había habido una epidemia de gastroenteritis la semana pasada. Todos se calmaron y volvieron a sus casas con el corazón más tranquilo aunque preocupados por sus barrigas. Al día siguiente el cura se fue a ver a la bruja para preguntarle si lo que estaba ocurriendo en el pueblo podía estar relacionado de alguna manera con la cuestión de la que le había hablado la última vez que estuvo allí. La vieja le miró y le dio la mejor sonrisa que tenía. Siempre sin hablar, le puso una mano en el pecho, justo en el corazón, y en ese momento pasó algo que el cura no olvidó hasta su muerte, lo que ocurrió algunos años más tarde. Delante de los ojos, como si fuese una película de terror, vio la imagen de su pueblo incubando una enfermedad horrible: el desamor. El desamor puede parecer algo inofensivo, puede parecer como algo a lo que se puede sobrevivir. Pero si lo analizamos bien, comprenderemos la gravedad del hecho: el cura vio escenas de un mundo destinado a acabar en lágrimas y sangre. Vio cómo todo había empezado, es decir, vio las pequeñas atenciones que a la gente ya no se le ocurría tener, vio cómo los corazones se estaban endureciendo, vio que se follaba poco entre hombres y mujeres -algo que incluso el Padre Eterno decía que era buena cosa hacer. El contagio era sencillo: una mala palabra, un gesto poco atento, una relación sexual sin protección. Vio también que a su querido pueblo le quedaban pocos años de supervivencia porque, claro, a la gente se le pasaba tomarse unos momentos de intimidad entre una pelea y otra. Vio cómo sus habitantes se mudaban a otros países contagiando a otras personas este morbo. Vio que luego estos personajes se morían solos y no vivían una vida llena como antes. Y, por último, vio 50
que el desamor no solo afectaba a las parejas, sino al resto de las relaciones humanas: ya no había actos de caridad, ya no había “lo siento”, las personas no se respetaban las unas a las otras. Solo algo parecía invariable: el primer amor, el primer enamoramiento seguía siendo posible pero, después de muy poco tiempo, ya se pasaba a la fase más agresiva de la enfermedad, donde no había espacio para los “te quiero” y esas tonterías que siempre decimos cuando básicamente queremos follarnos a alguien demasiado sentimental. La gente ya solo experimentaba amor durante aquel corto periodo de tiempo que le permitía sufrir por ello para después alejarse muy rápidamente. El cura, aterrorizado por lo que había visto, volvió al pueblo. ¿Cómo había podido hacer la bruja una cosa así? Quizás había sido por venganza, quizás a la mujer le hacía gracia, a lo mejor era un castigo por una reclamación absurda. No hay que confiar en las brujas, pensó, siempre me lo decían cuando era pequeño. ¡Ni en brujas, ni en mujeres, es por eso que me hice sacerdote! El hombre decidió que la única manera de acallar su conciencia era hacer lo que estaba acostumbrado a hacer: rezar. Y no porque fuese malo o indolente, sino porque esta era la única cosa que sabía hacer, la única que conocía bien de verdad. Y rezó, rezó mucho, todo el día y toda la noche, rezó hasta que se quedó dormido con la esperanza de haberlo solucionado.Y fue justo eso lo que arruinó al mundo. Un mundo que antes había estado lleno de belleza, lleno de gracia. Han pasado años desde la primera infección. El cura, perezoso, no advirtió a la población mundial de lo que estaba pasando, no quiso arriesgarse a que le echaran la culpa, así que nadie se dio cuenta de que se le estaba helando el corazón hasta que fue demasiado tarde para hacer algo al respeto. Los habitantes del pueblo se fueron para escapar de toda esa tristeza y soledad que allí se vivía, sin saber que las arrastraban con ellos. De esta manera, yendo de ciudad en ciudad y teniendo relaciones casi imperceptibles por su brevedad, consiguieron infectar al mundo entero. 51
Como ya dije, han pasado muchos años, hasta siglos, desde la historia que os estoy contando, pero si un día u otro, de camino a casa o yendo al trabajo, solos o acompañados, os pasara por la mente la duda de por qué esta vida y este mundo están tan llenos de superficialidad, de dolor y es tan pobre de ternura y bondad... pues ahora ya sabéis la razón. Solo unos cuantos se salvan, pero todavía no se sabe ni el cómo ni el porqué.
GRITA CUANDO TE QUEMES L´Elvis
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mpezaré toda esta historia situándoles: nací en una ciudad pequeña dónde la gente es bastante pueblerina, se creen que son muy cosmopolitas pero en realidad son todos unos cotillas. Solo hablan para hacer daño, son unos hipócritas y unos falsos. Me tendría que cambiar de ciudad, no los soporto más. Bueno, en realidad exagero, todos no, no es muy políticamente correcto generalizar. Es como cuando una mañana de primavera vas con tu padre en coche durante más de tres horas al espigón más cercano a pescar, y te encuentras con un pescador sin camiseta con pintas de dominguero y le preguntas: «¿Qué tal? ¿Cómo va la mañana? ¿Ha pescado mucho?». Y él te contesta que es una mañana buenísima pero que ayer fue mejor porque sacó un pez de siete kilos, que comió con él toda su familia (la mujer y sus tres hijos) y la familia del Mariano, sus vecinos. Y tú piensas: ¿aquí, en el espigón? ¿En este mismo espigón? No puede ser… Y le haces con la mano un gesto de saludo y sigues hacia delante y miras a tu padre con cara de incredulidad. Eso me pasa mucho, lo de exagerar digo. Mi familia es una familia normal, de las de ahora, es decir, completamente desestructurada. Mi padre dejó a mi madre cuando yo tenía 5 años, se dio a la bebida y al salir por las noches, mi madre decía que por lo menos no se iba de putas «como haría otro cualquiera». Mi padre no, él era más exótico. Se empezó a vestir de mujer y le robaba los pintalabios a mi madre. Por el contario, mi madre, ama de casa de toda la vida se encerró en sí misma y se dedicó a hacer punto de cruz. Terminamos teniendo la casa
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invadida por cuadros de todo tipo de verduras insólitas difíciles de identificar, con los cuales empecé a tener dudas sobre lo qué era un pimiento y un calabacín. No se le daba nada bien.
2011, a una temperatura perfecta (1 hora en el frigorífico). Viajes de «corre, corre haz la maleta que ya verás a dónde te voy a llevar». Leer durante horas juntos y música, mucha música siempre.
Mi nombre es «M», o así quiero que me conozcáis. Soy buena gente y todo eso, algo simple (lo reconozco), no me planteo las cosas, soy más de lo que venga vendrá y ya está, lo que surja vamos…
Nos pusimos a vivir juntos la primera semana de conocernos. Primer error. Poco a poco compartir un espacio tan reducido se convirtió en algo imposible. Cuando llevábamos pocos meses se empezó a liar con groupies, solamente por el hecho de divertirse. No me importaba y me lo contaba, teníamos mucha confianza siempre, así que no le di más importancia.
Nunca he confiado en mí misma y no me planteo las cosas demasiado porque terminan haciéndome daño, soy demasiado sensible y como dice mi madre: «Hija, no estás hecha para este mundo». Me fui a estudiar la carrera de biología a Salamanca, cuando terminé volví a mi ciudad. Mi relación más larga con un hombre ha sido de unos pocos meses. Y hablando de hombres, nunca me han tomado en serio, solo me quieren para echar un polvo y eso lo entiendo, estoy buena y no tengo mucha conversación. Pero todo eso cambió cuando conocí a Diego. Él es… ¿Cómo lo definiría? Algo prepotente, chulo, vamos un macarra de toda la vida. De esos de poses del codo apoyado en la barra del bar con su cerveza y con la mirada clavada en una tía como diciendo: «Te voy a comer todo, nena». Tiene mal carácter, debido a la frustración por su mierda de vida, supongo. Luego en realidad es dulce y cariñoso a su manera. Diego es músico de profesión, en realidad de profesión no, porque no tiene ingresos, pero a mí me encanta que se dedique a lo que realmente le hace feliz. Es el líder de una banda de pop. Es un buen músico, toca la guitarra desde los 6 años y cuando sus padres le castigaban sin poder tocarla se hacía una guitarra de papel, la tocaba y se imaginaba las notas saliendo de ella. El principio fue maravilloso, como todos, imagino. Conversaciones hasta altas horas de la madrugada. Duchas juntos y luchas por el control de la temperatura de la misma. Su pelo cayendo sobre mi cara cuando follábamos. Beber tinto, Enate de 54
Mi mundo empezó a ser el suyo y me anulé por completo. Todo mi tiempo de ocio fue convirtiéndose en tiempo de obligaciones y mi vida se redujo a trabajar en un laboratorio y volver a casa a dormir. Mis amigos hablaban con él más que conmigo y dejé de ser todo para pasar a ser nada. Llegó otro 4 de Agosto más. Era el cumpleaños de mi amiga Sandra y llegábamos tarde, como siempre. Y como siempre era mi culpa, se encargó de recordármelo todo el camino. Los reproches, los gritos y las dudas fueron los reyes del trayecto. Yo sólo podía pensar en por qué me trataba tan mal. No hablaba por miedo a que se enfadara más todavía. Ya me conozco la historia, calladita estás más guapa. Después de tanto tiempo junto a una persona las historias son cíclicas y los comportamientos y actitudes las mismas. ¡Me las conozco tanto! Tengo la sensación de que me quemo por dentro. Llegamos, saludamos a todos y él hacía como si nada hubiera pasado entre nosotros. Aunque intentaba evadirme y pasármelo bien, yo solo escuchaba cómo reía con mis amigos, ¡mis amigos, joder! ¡Tiene que acaparar siempre todo! Intento evadirme y me dispongo a beber una cerveza en soledad. Solo puedo pensar en aquel chico que fue mi mejor amigo en el colegio, algo gordito y feo, pero me hacía reír. Al fin y al cabo la risa y el sexo, esa complicidad es lo que más te une a una persona. Los pensamientos se me agolpan en la cabeza. Le miro a la cara 55
y me da asco, no le reconozco. Tanto tiempo invertido en una persona para que al final te decepcione. Me estoy empezando a agobiar aquí dentro y todo me da vueltas. Me tengo que ir…. Cojo el abrigo, salgo del local, miro hacia los lados y enfilo hacia la avenida más cercana, me subo a un taxi y llego a casa, le digo al taxista que me espere, en 20 minutos he recogido todas mis cosas o, por lo menos, lo importante.
Da igual si no vuelvo a ser la misma. Da igual lamer heridas. Da igual dormir o no. Da igual ahora. Lo siento «M».
Me voy a casa de mi madre. Durante la siguiente semana recibo llamadas de Diego constantes. No contesto, siempre he sido cobarde y no quiero darle explicaciones, prefiero huir, que eso realmente se me da bien. No quiero volver a la misma situación de sentirme ahogada, prisionera de una situación que no quiero vivir. Pasaron varias semanas hasta que pude ver con claridad. La culpa había sido mía. Eres la única persona que puede cambiar las cosas. Todo está en tu mano. Sal. Grita. Y al final, pienso en todas las cosas por las que me quiero pedir perdón. Todo el dolor que nos causamos, todas esas veces que te culpé de las cosas, solo por odio a mí misma. Todo lo que necesitaba que fueras o que dijeras, todas las expectativas y las desilusiones creadas por uno mismo hacia la otra persona, para finalmente darte cuenta de que son expectativas que van dirigidas hacia ti. Siempre habrá un trozo de él en mí. Es inevitable. Da igual lo que pase a partir de ahora, da igual en qué te conviertas, da igual si te veo y no te reconozco y pienso en cómo me pude enamorar de ti. 56
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