GATO DE NUEVE COLAS Roberto Calpes
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e llamo Salvador aunque siempre me ha gustado presentarme como Sal. Salva no me gusta. Sal. De Salvatore. Como el de los Soprano. Solo podría considerarme escritor si el simple acto de escribir te convirtiese en ello. De lo contrario no. Nunca he publicado nada. Normal. No sólo soy un escritorzuelo mediocre. Es que además nunca he conseguido acabar nada de lo que empiezo. Según parece, muchos autores trabajan con música de fondo. Los hay que escuchan rock, los hay que escuchan jazz e incluso se afirma que los hay que consiguen dar a su prosa el ritmo y el compás de esos estilos. Pero yo creo que lo que más pega con la imagen del genio sentado en su escritorio es la música clásica. Esto lo sé porque lo leí en algún sitio. Considero que se me da mejor leer que escribir. Yo, personalmente, cuando escribo escucho a Mozart. Detesto a Mozart. No aguanto su maldita perfección. Su soltura, su suave precisión, los ecos de sus fraseos. Me da ganas de vomitar. Pero no puedo dejar de escucharlo. Me recuerda a Iñaqui. Aquel chaval del instituto. Un puto triunfador. Guaperas, atlético, inteligente. Era bueno en los deportes, sacaba matrícula de honor en todo, el rey del patio, buen conversador, amable, simpático, siempre dispuesto a ayudar, todas las chicas coladitas por él y él saliendo con la más mona. Qué rabia me daba. No podía ni verlo. Restregando su éxito con suficiencia a toda la masa de pringados que empequeñecíamos bajo su sombra. Le sigo por Facebook. El muy cabrón sigue igual. Tiene un trabajo cojonudo, vacaciones exóticas, publica frases ingeniosas. Ya no está con aquella chica. Se casó con otra mujer. Estupendísima por supuesto. A ver si un día se le quema la cara para que deje de ir 5
soltando sonrisitas Profident por ahí. La madre que lo parió. Pues eso. Que me voy por las ramas. Y así me va. Se me ocurre una trama para el novelón del siglo. La más feroz crítica al sistema. Me pongo. Al cabo de unas cuantas páginas me doy cuenta de que la novela se va pareciendo más a un ensayo sobre la alienación en el capitalismo post-industrial. Un refrito cutre de Marcuse y Benjamin. Maldigo para mis adentros y me enciendo un cigarro. Otro café y respiro hondo. La flauta mágica. Tiroriroriro. Si escribiera en papel haría una bola y la tiraría a la papelera. Otra de las cosas que se han perdido por culpa del mundo moderno. Hay que joderse. Llegados a este punto suelo respirar hondo, levantarme y salir a dar un paseo nocturno. ¡Claaaaaaaaro! Yo escribo por las noches, faltaría más. Schiller lo hacía, Dostoievski lo hacía, Salinger lo hacía, Kafka lo hacía. Y Faulkner. Y Proust. Y Gingsberg. Y Balzac. También el puto James Joyce escribía de noche. Joyce. Joder. Tengo siempre a mano un ejemplar del Ulises. Miles de páginas consideradas brillantes que no son más que una verborrea incomprensible. No puedo entender a Joyce. No puedo soportar a Joyce. Lo leo y lo leo. Casi a diario. ¿Soy yo el gilipollas ignorante o es la crítica la que vive en una enajenación colectiva que confunde basura con vanguardia, virtuosismo y genialidad? Y Vila-Matas, Banville y la ristra de grandes nombres de la literatura que se pajean con él en su club de fans de pacotilla y se van a Dublín a recorrer los pasos de Leopold Bloom. ¡Qué asco me dan! ¡Morid bastardos! ¡Fuera! A los leones los echaba yo. Que les carcoma una puta maldición griega. Un colon irritable en bucle. ¡Puagh! Por lo demás yo soy un hombre normal. Soy buena gente. Incapaz de hacer daño a nadie. No he matado una mosca. Tengo buenos amigos que me quieren; una familia, un trabajo. Siempre saludo, sonrío, doy las gracias, pido las cosas por favor, pago mis impuestos y si me encuentro una cartera contacto con su dueño para devolvérsela íntegra. En mi escritorio —mi santuario—, un enorme poster del David 6
corona la estancia. Miguel Ángel. Michelangelo Buonarroti. Qué hijo de la grandísima puta1. Todo mi desdén para el Renacimiento y en especial para ese malnacido genio. Montañas de odio. Arquitecto, escultor, pintor y hasta poeta. ¿Es que no podía dejar algo para los demás? Y bueno en todo. Joooooder. ¡Maricón! ¡Mariconazo! Italiano tenía que ser. Puta Italia. Puto Miguel Ángel. Puto David. Si tuviera que elegir, lo que más me gusta del David son sus ojos. La mirada. ¡Ese frío trozo de mármol de Carrara está vivo! Te mira con altivez. Sabe que es perfecto. Sus ricitos perfectos, sus abdominales. La armonía, el equilibrio, la composición. ¡A la mierda! ¡Métetelo por el culo Miguel Ángel! ¡Que David te sodomice con su pollita, con sus musculitos, con su honda, con su mirada! Hagamos un inciso. Vale. La escultura griega del período clásico: Mirón, Fidias, Praxíteles y compañía. Ya de por sí tan serena, tan perfecta, tan equilibrada. Insoportablemente perfecta. Ideal. Imposible. Inexistente. Inalcanzable. (Platón, hijo de puta. Qué plomo más infumable). Vale. Pero es que va el cabronazo de Buonarroti y lo hace mejor. ¡El muy perro! Mimado por sus mecenas, admirado por sus contemporáneos (fue el primer artista occidental del que se publicaron dos biografías en vida, una de ellas escrita por el miserable Ascanio Condivi, un discípulo lameculos que compensaba su mediocridad alabando al maestro), ¡codeándose con el mismísimo Papa de Roma! Y decía que él solo tenía que quitar del bloque de piedra lo que sobraba. Que actuaba por voluntad divina. ¿Se puede ser más jodidamente pretencioso? Otros matándose con esfuerzos sobrehumanos para lograr algo medianamente aceptable y éste te hacía una obra de arte con los ojos cerrados. ¿Acaso no es injusto? ¡Pero cuantísima inquina te tengo Michelangelo! Maldito sea tu nombre. ¡Escupiré 1. Un pequeño comentario sobre el hijoputismo. Sin duda alguna no hay insulto más total, completo y definitivo. Se te llena la boca al decirlo. Y la de inflexiones y matices que admite. Hijo de puta. Hijoputa. Hideputa. Hijo de puta, hijo de puta, hijodeputa, hijodeputa, hijodeputahijodeputahijodeputahijodeputa. Sin embargo, esta ofensa focaliza el ultraje en un tercero, se centra en la pobre madre del susodicho, lo cual al final termina por desplazar el objeto de desprecio. Es la única gran pega. ¡Qué putada! 7
sobre tu tumba! ¡Cómo me gustaría entrar en la galería de los Uffizi con una maza y destrozar el David! A martillazos descerebrados. Sin piedad. Hasta dejarlo hecho añicos. Y después aplastarlo con una apisonadora, rociarlo de ácido, quemarlo y tirar sus cenizas al fondo del mar. Dios que a gustito me quedaba. Y que le den al arte. ¿Que por qué hago todo esto? ¿Soy masoquista? Sí, tal vez. Un poco al menos, eso seguro. Pero es que joder, las pasiones malsanas hay que cuidarlas también. Trabajarlas, alimentarlas, ejercitarlas… Tiene su aquél. Es como los negativos de las fotos. Los tengo a millares. Decoran las paredes de mi habitación junto con un gran espejo. Es por la inversión. El opuesto. Me gusta. Me atrae. La identidad se forja en negativo. Soy lo que no soy. ¡Y qué sería de nosotros sin nuestro negativo! Soy un hombre porque no soy una mujer. Soy español porque no soy portugués. ¿Qué haría Batman sin Joker? ¿El Ku Klux Klan sin los negros? ¡Qué tragedia, qué orfandad! La miserable raza humana es así. Los que buscan un sentido a la vida podrían hallarlo en un enemigo en el cual mirarse y reflejarse. Piensa en esa satisfacción mórbida de disfrutar más con la derrota del rival que con la victoria de tu equipo. ¿Retorcido, eh? ¡Ah! ¡Marlowe yo te invoco! Sólo los entendidos te recuerdan y conocen tu nombre y tu legado. Fue Shakespeare quien pasó a la Historia pero ¿y si resultase que al final Shakespeare fue Marlowe? Odio eterno a los triunfadores, a los genios, a los victoriosos. ¡Pudríos en vuestro paraíso eterno, que un rayo os parta y que echen sal a vuestros ojos visionarios! ¿Ves? A esto me refería antes… Sí, llámame Sal. Recuérdalo. Pero no trates de buscar esa firma en mi obra. Aunque todavía no he escrito nada, tengo mi pseudónimo ya pensado: Henri Simon Leprince. Sí, un nombre francés. Ese repulsivo pueblo pagado de sí mismo, engreído, ombliguista, amanerado, elegante, refinado, prolífico, cosmopolita… ¡Malditos franceses! Y pese a todo, lo francés tiene quelque chose, no lo puedo evitar. ¿Qué quieres que te diga? Casi podría decir que conozco el arte francés más que el nacional. Gentuza nauseabunda. 8
Sin embargo, los autores compatriotas me repugnan más. Me recuerdan desde cerca lo fracasado e infeliz que soy. Están los grandes: Cervantes, Quevedo, Galdós, Cela… Les cogí asco ya cuando en las clases de lengua y literatura nos hacían leer pasajes rancios, memorizar versos, aprender sus obras más destacadas y sus vidas rimbombantes llenas de bohemia e inteligencia. Puuuuto coñazo. «Del salón en el ángulo oscuro, / de su dueña tal vez olvidada, / silenciosa y cubierta de polvo, / veíase el arpa». ¡Vaya toalla! Ahora, con los que sí que no puedo son con los malos escritores actuales que gozan de admiración, prestigio y dinero. Tipos como Pérez-Reverte (con su presumido guioncito de las narices), Ruiz Zafón, Antonio Muñoz Molina, Ildefonso Falcones… ¡La hostia! ¿Pero es que nadie se da cuenta de que son un montón de estiércol? De acuerdo, los putos grandes nombres de la literatura española son odiosos de tan buenos que son, sí. ¡Pero estos otros! ¡Me enveneno de sólo pensarlo! ¡Bastardos, indeseables, infraseres! ¡Vergüenza! En fin… cuando me quedo en blanco en el tortuoso proceso de escritura, me miro en el espejo. Ahí estoy yo. Sal. No soy ninguno de ellos. Mis queridos enemigos. ¡Qué ruina! Y a veces se me viene a la mente el peor de todos. Y me da la úlcera. El único escritor —entendido como se ha definido más arriba— al que conozco personalmente: ese Roberto Calpes. Idiota. Cuerpoescombro. Gilipollas. Insecto. Mierdaseca. Tolai. Melón. Parguela. Cenutrio. Panoli. Tocapelotas. Cabrón. Hijo de puta. H-I-J-O-D-E-L-A-G-RA-N-P-U-T-A. Obviamente no es más que un juntaletras de tercera regional, escribiendo para fanzines de tres al cuarto, rechazado en todos los concursos y vapuleado hasta en los talleres literarios de la biblioteca municipal. Me gusta tenerle cerca para odiarle en secreto y cómodamente. Le odio porque sé que yo podría ser él. Incluso mejor que él. Porque sé que yo, de hecho, soy mejor que esa sanguijuela infecta. Si tan sólo pudiera terminar lo que empiezo… ¿Pero dónde está el puto final de las cosas? ¿Cuándo pone «FIN»? ¿En el espacio en blanco? ¿En el punto y final? ¿En la 9
tapa de la contracubierta? ¿Qué más da un parrafito más o menos? ¿O tiene el dichoso lector la última palabra? ¿Dónde está el límite de la secuela? ¿Qué fue de Des Esseintes? ¿Y la vida adulta de Holden Caulfield? Cuando mañana abra el archivo de Word para revisar se me habrá ocurrido alguna chorradita más que añadir. Y luego otra. Y otra. Hasta que se me ocurra otra historia y llegue a la conclusión de que lo mejor que puedo hacer con esta es borrarla. A tomar por culo.
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AGENCIA DEL ODIO Art Skull
—B
uenas tardes. Soy Fermín Salcedo, tenía una cita concertada con ustedes.
—¡Buenas tardes, Fermín! Yo soy Vanesa, le estábamos esperando. Sígame, por favor. TOC TOC —Fernando, ya ha llegado el señor Fermín Salcedo. —Adelante. Pase, por favor. Bienvenido a La Agencia del Odio. Soy Fernando Tomelloso, director general de la compañía. Siéntese, por favor. —Un placer, don Fernando. —¿Le apetece tomar un café, un refresco,…? —Bueno, un café con leche sí me tomaba. —¡Claro! Vanesa, por favor, tráenos dos cafés con leche. —¡Por supuesto! Enseguida están aquí. Si me disculpan. —Gracias, Vanesa. —Bien, Fermín, en primer lugar me gustaría saber cómo ha conocido la existencia de La Agencia del Odio. —Bueno, es un poco raro… Hace una semana recibí un whatsapp que ponía algo así como: «El odio es un sentimiento tan puro como el amor. Podemos ayudarte. Agencia del Odio, efectividad y profesionalidad». Se adjuntaba un número de teléfono y, por 11
supuesto, el remitente era con número oculto. En un principio pensé que era una broma o un timo o algo similar, pero al final me pudo la curiosidad y llamé al número y… bueno, pues aquí estoy. Si soy sincero me siento un poco incómodo y confuso. —Efectividad y profesionalidad… ¡sí! ¡Ese es nuestro lema! Relájese Fermín, ¡claro que estamos para ayudarle! Ja ja ja ja. De verdad, esto no es ninguna broma. Seguramente la persona que le ha mandado el whatsapp sea un amigo o familiar, alguien que conoce su situación y le quiere echar una mano, probablemente haya venido buscando nuestros servicios y haya quedado satisfecha con el resultado y ahora quiere hacerle a usted el camino un poco más fácil; se sorprendería de la cantidad de personas que pasan a diario por la agencia. TOC TOC —Perdón, aquí están los cafés. —Adelante, Vanesa. Sírvase, señor Fermín. —Cualquier cosa que deseen me avisan, estaré en recepción. —Perfecto, Vanesa, muchas gracias. —Bien, Fermín, dígame, ¿a quién odia usted? ¿Un jefe, familiar, conocido…a su pareja tal vez? No tenga vergüenza en reconocerlo, no pasa absolutamente nada. —¡Buuuuf! Bueno… sí… odio a mi mujer… bueno, exmujer… la verdad es que sí que me da un poco de vergüenza reconocerlo, pero ya era hora de poder soltarlo con total libertad. No quisiera entrar en detalles, pero lo cierto es que esta persona a la que tanto quise me ha destruido la vida. —Bien, Fermín, ese es el primer paso, reconocer sus sentimientos y liberarse. Cuando usted amaba a esta persona, se dejaba llevar por ese sentimiento de una manera natural, con total seguridad 12
de sí mismo y sin ningún tipo de remordimiento. Paseos por el parque, una cena en un exquisito restaurante, una noche de copas con amigos, una escapada a un bonito lugar, una sesión de cine, etc. Toda su vida está dentro de un gran globo lleno de felicidad pero de repente… esa persona a la que usted daría la vida por ella cambia y ese globo empieza a deshincharse y a deslizarse hacia un abismo frío como el hielo. El amor se transforma en decepción, la decepción en incertidumbre, la incertidumbre en desesperación, la desesperación en resignación y la resignación en odio. ¿Y por qué no dejarnos llevar, vivir e incluso disfrutar con el odio? ¿Por qué el odio debe ser algo negativo? ¿Por qué debemos escondernos del odio? ¿Por qué debemos avergonzarnos del odio? ¿Por qué debemos temer al odio? Dígame, Fermín, ¿por qué? —Pues… no sé qué decir… pero todo lo que dice tiene bastante sentido. —Claro que tiene sentido; cuando amamos actuamos sin pensarlo, ¡actuemos también cuando odiemos! Y para que todo sea más sencillo para eso estamos nosotros, para eso se creó La Agencia del Odio. Creo que ya va siendo hora de ir al grano, a continuación le detallaré todos nuestros servicios, si usted, Señor Fermín, está de acuerdo. —Eh… sí, sí, claro. —Bien; tenemos tres tarifas diferentes. La primera es la Odio Express, la persona a la que usted odia recibirá durante un año todo tipo de mensajes de texto, whatsapp y emails, así como filtraciones en todo tipo de redes sociales, Facebook, Twitter…. Todos los textos e imágenes que mandemos estarán estudiados y revisados por nuestros operarios para hacer pasar un mal rato a la persona que vayan destinados. Usted no tendrá que mover un solo dedo y en ningún momento aparecerá ningún dato suyo que le relacione. Después del año se puede renovar, así durante cinco años. El precio sería de 800 euros, se puede pagar en cómodos plazos si así lo desea. 13
—Bueno… no está mal. —Bien, la segunda tarifa es la Odio Golden Premium; en este caso trabajamos de una forma más directa: cartas anónimas en el buzón, llamadas a las tantas de la madrugada, visitas inesperadas, accidentes casuales… —Pero… no es un poco… —Ja ja ja ja ¡Tranquilo, Fermín! No somos unos vulgares navajeros ni unos sicarios del tres al cuarto, detrás de todo esto hay un gran equipo trabajando día noche, ¡expertos de la manipulación! —¿Y cuánto sería el precio de este servicio? —Serían 1500 euros durante tres meses, también renovable hasta nueve meses. Todas las «acciones» serán grabadas y una vez a la semana podrá venir a verlas en nuestra sala privada de cine acompañado de una buena copa de vino. —Bien… ¿y la tercera tarifa? —La tercera tarifa es un poco más compleja, es la Odio V.I.P. Extreme, también conocida como La Solución Final. En este caso, el precio dependerá un poco del «trabajo» que se realice, siempre al gusto del cliente… no sé si me sigue… Fermín, ¿se encuentra usted bien? No tiene buena cara. —Pues no, no estoy bien… uuuufff… estoy mareado… —Ja ja ja ja ja ¡y peor que va a estar! —Co… cómo dice… pe pe pero… uuuuffff… —Digamos que el café que acaba de ingerir tiene las suficientes sustancias nocivas como para acabar con la vida de 100 elefantes ja ja ja ja ja ¿Así que odia a su exmujer doña Teresa Muñoz? —Pero… cómo… sabe… su… nombre… aaaaaghhhh… 14
—Fermín, Fermín… ¿puedo tutearte, verdad? Deja que te explique. ¿Recuerda el whatsapp que recibió de forma anónima? Nosotros te lo mandamos. Hace una semana vino una mujer llamada Teresa Muñoz solicitando nuestros servicios; tenía un gran resentimiento hacia su expareja, por lo visto le había destrozado la vida y quería canalizar todo su odio contra él, contra Fermín Salcedo, ¡sí, Fermín! ¡¡Contra ti!! ¿Sabes cuál de las tres tarifas eligió? Ja ja ja ja te daré una pista, digamos que doña Teresa es una de nuestras clientas V.I.P ja ja ja ja ja ja ¡¡Adiós, Fermín!! —Hijos de putaaaaaaaaaarrrrggggghhhhhhhhhhhhhh —Efectividad y profesionalidad, ese es nuestro lema.
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EL MAL DE INVIERNO Baronesa Elsa von Rubio CAPÍTULO I: COSSIS VILLE
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ossis Ville era un pequeño pueblo cercano al estuario de The Wash. Tranquilo, pacífico, la vida transcurría apartada de las grandes concentraciones de gentes y capital. La llanura y saturación de sus territorios facilitaba la entrada masiva de un aire frío pero, sobre todo, tremendamente húmedo. A su vez, la ausencia de elevaciones favorecía el estancamiento de un aire húmedo pero, sobre todo, extremadamente frío. La inclemencia del clima y la severidad de la orografía chocaban frontalmente con la cálida atmósfera que suscitaban las edificaciones del lugar. Sus casas bajas y menudas pero cuidadosamente engalanadas; sus jardines escrupulosamente acicalados; o la disposición de sus acogedoras calles, cortas, estrechas y todas ellas entrelazadas invitaban, a todo aquel que estuviese dispuesto, a invertir su tiempo en ellas. Sus habitantes, gentes conservadoras, asentadas y de vidas rutinarias, eran conocidas en el país por su bondad y su buen hacer. Poseían el privilegio de contar con las tasas más bajas de delincuencia y criminalidad y, durante los meses de primavera y verano, organizaban encuentros multiculturales, mercadillos solidarios y diversas actividades en comunidad. No obstante, toda la región había oído hablar de la terrible enfermedad que todos los inviernos acuciaba a sus gentes. Aún incluso, se podían oír historias más o menos cercanas a la verdad en el resto del país. Por supuesto, la crudeza de los síntomas tampoco pasaba desapercibida para los pueblos aledaños, en muchos de cuales se realizaban rituales populares con el fin de protegerse del contagio. CAPÍTULO II: EL ESTRÉS Todos los otoños caían enfermos la práctica totalidad de los 16
habitantes de Cossis Ville. La sola posibilidad de contraer el Mal de Invierno les aterraba y consumía hasta el punto de aniquilar su sistema inmune. De forma cíclica, anual, los síntomas de estrés y gripe se instauraban en sus organismos, debilitándoles y recluyéndoles en sus casas durante meses. De la misma forma, estos síntomas desaparecían, como por arte de magia, cuando contaban con la certeza de no haberse infectado de tan terrible afección. Si algo tenía de particular el Mal de Invierno era que solo afectaba a un sujeto al año. Y, si algo tenía de horripilante el Mal de Invierno, era la rareza y virulencia de sus síntomas. El periodo de incubación abarcaba entre tres y cinco meses, tiempo en el que no aparecía signo de enfermedad alguno. Sin embargo, el síndrome podía alcanzar su máxima expresión en un lapso no superior a siete días. CAPÍTULO III: GENES VS AMBIENTE Yo nunca he creído en esas historias del Mal de Invierno. El ser humano es dañino por naturaleza y tan solo necesita una excusa, un motivo, la ocasión perfecta para infringir dolor al resto. Esa estúpida enfermedad es tan solo un disfraz para aquellos que son lo suficientemente débiles como para dejarse llevar por sus impulsos. Todos hemos sentido alguna vez la fuerza de la ira, el vigor de la rabia, la potencia del deseo que nos llevaría actuar de no ser porque tememos en exceso las consecuencias de nuestros actos. Tan solo hay que fijarse en quiénes han caído enfermos los últimos años, necios vacíos sin otra aspiración en la vida que la de sentirse superiores a sus iguales. Eddy, por ejemplo. Era un hombre inteligente pero con escasas habilidades emocionales y aún menor interés por desarrollar vocación alguna. Nadie podía discutir su capacidad para gestionar Little Sea, una casa rural heredada por la que no sentía ninguna pasión. Su mujer, que en paz descanse, vivía por y para el hospedaje. Disfrutaba haciendo sentir cómodos a sus invitados. Ella quería divorciarse y él pensaba que ella quería arrebatarle el negocio. La verdad es que Rachel estaba harta de que Eddy la culpase de cualquier 17
problema derivado del trabajo, la convivencia y hasta de sus propias carencias y defectos. Aquel invierno Eddy le asestó veinte puñaladas, tras meses de discusiones y reproches. Algunos vecinos que habían escuchado los terribles gritos acudieron a la casa y le encontraron arrodillado junto a ella, inmóvil, con un cuchillo carnicero en la mano. Ese mismo año se quemó Pretty Land, la otra casa rural del pueblo; aparecieron rotas todas las ventanas del restaurante The Big Eater; y murió, de forma misteriosa, Buggy, el perro de la casa más cercana a Little Sea. Eddy siempre le había odiado porque decía que molestaba a los clientes. Nunca se demostró, pero estoy segura de que él fue el autor de todas estas barbaridades. ¿La explicación más fácil? El Mal de Invierno. Malditos mortales. CAPÍTULO IV: HAYLEY Hayley era una de las jóvenes más críticas y curiosas de Cossis Ville. De humor quebradizo o mix mood, como allí lo llamaban, tendía a vivir y a sentir su vida de una forma un tanto extrema. La humanidad era una catástrofe, pero la vida podía llegar a ser tremendamente maravillosa. Odiaba la falsedad y la hipocresía de la gente de su pueblo y no soportaba las agradables formas que todo el mundo guardaba, alcanzaba a adivinar, solo en público: «Buenos días, ¿qué tal estás?»; «Uy, ¡perdona!»; «¡Cuánto lo siento!»; «Muchísimas gracias, qué gran persona eres». Siempre había tenido la sensación de que eran palabras vacías, melodiosamente entonadas, que tan solo servían para hacer sentir mejor persona a quien las pronunciaba o, quizás, para conseguir algo a cambio. Aquella fría mañana de invierno, Hayley se había levantado con el pie izquierdo. Trabajaba en una residencia de ancianos ejerciendo el tan duro como infravalorado papel de los cuidados. Había pasado la tarde a cargo de James, un anciano de unos 80 años con demencia senil que le había propinado varios golpes en la cabeza, pellizcado el culo y escupido en un par de ocasiones: lo normal. Conforme transcurría el día, Hayley notaba cómo la presión aumentaba en sus sienes. Había una gran carga eléctrica en el ambiente y se avecinaba tormenta. Estaba siendo un día duro 18
y no podía más que maldecir a aquel viejo del infierno. «¿Cuándo llegaría su hora?», se llegó a preguntar. Durante la cena, Hayley solo quería que el anciano engullese su plato para poder deshacerse definitivamente de él. Le llevó a su habitación y le acostó. CAPÍTULO V: FENECER NOCTURNO Había llovido copiosa y constantemente durante la noche. La mañana siguiente, menos oscura y nubosa, Hayley se levantó con gran vigor y motivación para afrontar el nuevo día. Al llegar a la residencia encontró una carta en su taquilla: «Nos comunicamos con usted para solicitar que acuda a la mayor brevedad al despacho de la dirección. Firmado: Abigail Tracy». Abi era la jefa de la sección de Ancianos Dependientes con Demencia (ADD). Su trabajo era puramente administrativo y, aunque en el pasado había estado a su cuidado, en la actualidad prácticamente no mantenía contacto con los pacientes. Las cosas debían hacerse cómo y cuándo Abi indicaba, no siempre de los mejores modos. Solía utilizar un tono altivo y seco, mostraba una actitud prepotente ante el resto de trabajadores, usaba palabras directas, preguntas inquisitoriales y gestos fríos. Hayley la odiaba con toda su alma. Entró en el despacho de Abi, donde encontró también al director de la residencia y a un hombre trajeado. Era el abogado de la familia de James. El anciano había sido hallado muerto por el personal del turno de noche. Como última persona a su cargo, Hayley debía dar cuenta detallada de lo sucedido durante el día anterior. «¿Observaste algo inusual durante la tarde? ¿Qué estuviste haciendo con James de 17:00 a 19:00? ¿Qué le diste de cenar? ¿Había alguien contigo mientras le alimentabas? ¿A qué hora le acostaste? ¿Estaba vivo cuando saliste de la habitación?». Hayley se sintió inevitablemente acusada con aquella avalancha de preguntas incriminatorias, pero el sentimiento de frustración ante la situación que estaba viviendo y de odio hacia Abi por cómo la estaba tratando, superaba cualquier sensación de congoja o inferioridad. 19
CAPÍTULO VI: LA CÓLERA ¡Maldita sea! Hasta después de muerto me va a traer problemas ese viejo detestable. ¿A quién le importa que ya no esté vivo? Su familia solo quiere la herencia y poco les importa lo que haya podido suceder. ¿Y qué si fui yo o no? Por fin ha desaparecido, menuda pesadilla. ¿Y Abi? esa maldita zorra siempre me ha mirado por encima del hombro. Cree que lo sabe todo y es una contable y coordinadora pésima. Ojalá se muera ella y toda su descendencia. La Tierra sería un lugar más bello sin su estirpe. Así será el día en que muera. CAPÍTULO VII: ESOS SERES Tras el duro día de trabajo, Hayley llegó a casa con los nervios destrozados. Bajó todas las persianas para evitar miradas indiscretas y conseguir así un poco de calma e intimidad. Se preparó una sopa cuidadosamente, se la tomó mientras miraba fijamente el televisor apagado y quince minutos después se acostó. A la mañana siguiente libraba, así que decidió aprovechar la jornada para hacer algunas compras rápidas. Era un día brillante y despejado pero de un frío aterrador que cohibía la presencia de muchedumbres en las calles. La extrema claridad del sol se reflejaba en los rostros helados de la gente dibujando, a su vez, sombras duras y afiladas que imprimían a sus semblantes una expresión árida y desconcertante. Hayley, que caminaba pensativa, tuvo la súbita sensación de estar rodeada de seres de otro planeta. Seres con cuerpos humanos y caras extrañas. Seres inhumanos cuya única finalidad era absorber la energía vital de su cuerpo. Un hombre alto, encorvado y de rostro anguloso se topó inesperadamente con ella. El choque fue bastante leve, el contacto casi inexistente, pero Hayley perdió la fuerza y el equilibrio, desvaneciéndose en el suelo. Tuvieron que pasar más de cinco minutos hasta que Hayley recuperase el sentido. Desconcertada, con la cara desencajada, se levantó impulsivamente y comenzó a gritar a su alrededor: «¡Seres asquerosos! ¡Apartaos de mí! ¡Dejadme vivir, bastardos! ¡¡¡¡Malditoooos!!!! ¡Os mataré! ¡¡Lo juro!!». Echó a correr 20
desorientada y algo mareada aún, tan angustiada que ochocientos metros después tuvo que parar a vomitar. Poco después llegó a casa, donde le estaba esperando su hermana Katerina. CAPÍTULO VIII: EL ODIO ¿Qué haces aquí Katty? Déjame tranquila, ¿quieres? Ahora mismo no estoy de humor. Malditos seres extraños, están por todas partes. ¿Te lo puedes creer? ¡Me han atacado! Me han robado toda mi energía, ¡hasta me he desmayado! Te juro que odio a todas esas… ¡pseudo gentes! ¡¡¡¡Odio a los bastardos de esta maldita ciudad!!!! Acabaré con ellos uno por uno. Les sacaré las entrañas y nunca más podrán volver a atacarnos... ...Ratas miserables… me han metido el Mal dentro, ¡¡han sido ellos!! ¿Me estás oyendo? Nos quieren robar el alma, los pensamientos y hasta la vida. Pero no lo permitiré, a ti no te tocarán porque te juro que… ¿Katty? ¡¿KATTY?! ¡¡¿¿KATERINA??!! ¿Qué te pasa, pequeña? ¡Contesta, por favoooor! —[...] —¿Sí? Por favor, necesito una ambulancia. A mi hermana le está pasando algo, ¡se va a morir! Dense prisa. CAPÍTULO IX: LA DEBILIDAD La primera sensación que cruzó la mente de Hayley tras colgar el teléfono fue la culpabilidad. Había traído el Mal de Invierno a su casa, donde su hermana le esperaba. Le había contagiado la enfermedad a la pobre Katterina y ahora estaba muerta. Salió de su casa dejando la puerta abierta antes de que llegase la ambulancia. Colmada de un frenesí incapaz de contener se dirigió al 21
cobertizo de sus abuelos, donde pensaba encontrar la escopeta de su abuelo y algunas de las herramientas que su abuela aún conservaba de antaño, cuando labraban la tierra. Tenía la intención de llevarse todo aquello a casa. Cada vena, cada arteria de su cuerpo, clamaba venganza. Llevaba años soportando la inmundicia de Cossis Ville, pero todo había llegado demasiado lejos. Estaba decidida a urdir un plan con el fin de eliminar a aquellos que habían causado la muerte de Katty. Recordaba exactamente cada una de las caras presentes tras despertarse de su desmayo y sabía dónde vivían, así que no le sería difícil encontrarles. Al llegar a casa de su abuela se percató de que estaba vacía. Le resultó extraño pero a su vez ventajoso, pues no tendría preguntas incómodas a las que responder. Con las mismas, recogió aquello que había ido a buscar y volvió a su casa. Era media tarde, serían las cuatro y aún no había comido. Hayley decidió que sería mejor asentarse, llenar el estómago y así pensar con claridad. Esa misma noche llevaría a cabo su planificada masacre. Nadie lo impediría. CAPÍTULO X: EL MAL O LA SALVACIÓN Hayley se despertó desconcertada sin saber muy bien dónde se hallaba. Se encontraba en una sala, sentada en una silla, esposada frente a una mesa. Comenzaba a entender que estaba en la habitación de una comisaría cuando entraron dos agentes de la autoridad junto con una de las ancianas más vetustas de Cossis Ville. No entendía nada. Tras asegurarse de que Hayley no suponía un peligro ni para ellos, ni para sí misma, le ofrecieron amablemente algo de comer y una bebida. Pocos minutos después comenzaron a hacerle algunas preguntas sobre cómo se había encontrado durante los últimos días. El relato de Hayley sobre sí misma podría haber impresionado a cualquier audiencia ajena a las circunstancias, no así a quienes la escuchaban atentamente en aquella sala: el agente Miller, la suboficial Linzy y Barbara Watson, la anciana de su pueblo. Barbara había trabajado como agente secreta infiltrada en la 22
Gestapo durante los últimos años del III Reich, realizó importantes estudios y trabajos de campo en algunos campos de concentración y, en años posteriores, también se infiltró en la KGB. Esta anciana, nativa de Cossis Ville, creció en una época en la que el pueblo contaba con los mayores índices de asesinatos, violaciones y saqueos de todo el país. Los turistas no querían atravesar el pueblo por miedo a ser atracados, los comercios vivían duras temporadas de sequía, pues los suministros no llegaban a ser entregados y las familias tendían a escapar cuando sus escasos medios se lo permitían o los corruptos cuerpos de seguridad no se lo impedían. Barbara quedó huérfana a los catorce años y se juró no volver a Cossis Ville si no era para hacer que el pueblo emergiese de sus cenizas. La niña que había huido de su pueblo de origen volvió casi veinticinco años después. Con la misma sangre fría que la empujó en su determinación por hallar la «verdad» sobre el «odio», quiso acabar con la miseria humana de una vez por todas. Y una vez más, como todos los inviernos sucedía en Cossis Ville, Barbara comenzaba su relato: Quiero que pongas mucha atención en lo que te voy a contar porque es de suma importancia que lo entiendas. Cuando acabe, podrás hacerme todas las preguntas que necesites aclarar. Ahora, escucha: el Mal de Invierno no existe, Hayley. Puedes estar tranquila, porque ni eres ni serás una mala persona. El Mal de Invierno es un programa piloto, instaurado en los años 60 destinado a disminuir la delincuencia y la criminalidad, con unos resultados excelentes que se siguen replicando después de más de cincuenta años. Tan solo hizo falta introducir el factor «contagio» y la premisa «un solo sujeto al año» para que el resto de la historia se diese tal y como la conoces, Hayley. Toda la ciudad está vigilada. Cada casa, cada rincón, cada calle, espacios públicos y privados son constantemente observados por nuestros expertos con el fin de evitar males mayores y atrapar a tiempo al «contagiado». Nuestro programa parte de la base de que modificando las 23
creencias de los sujetos, se pueden modificar sus conductas. Y el miedo al castigo favorece la tendencia a evitar las interacciones negativas. Así, conseguimos instaurar la creencia de que si solo un sujeto puede enfermar, entonces solo un enfermo podrá odiar y tan solo un enfermo podrá matar. Una persona puede creerse enferma tan solo por tener sentimientos de ira y culpabilidad varios días consecutivos, algo totalmente circunstancial, por supuesto. Pero la autosugestión ayuda a desarrollar la paranoia y a asumir el nuevo rol atado al odio. Si el resto del pueblo puede identificar al enfermo, sabrán que no están contagiados y que, por lo tanto, no sentirán el impulso de delinquir. Además, tan solo el miedo al contagio y el estrés que esto genera, produce que la gente no quiera salir mucho de sus casas, reduciéndose así también los índices de criminalidad. En definitiva, nuestro objetivo era conseguir acabar con la delincuencia y… creo que lo hemos conseguido, ¿no?
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EL ODIO ERES TÚ T. Varea ¿Está el desprecio cargado con un odio sincero? La envidia, que cae alegre sobre cuerpos inocentes, no molesta ni hiere al ignorante becerro. Escupimos ira y rabia, que mueren en charcos fríos, alejadas de ese odio que queremos. 1.
Y
a se aproxima el final de este fatídico concierto, con lo que no tardaremos en marcharnos a casa a intentar olvidar nuestro primer fracaso estrepitoso como banda. Ahora estoy tranquilo porque pronto recuperaré mi color y el ritmo natural de mi respiración, lejos de este sumidero de apestados. Por unas horas me he sentido un vagabundo tullido arrastrándome entre cadáveres verticales, huyendo de sombras amenazadoras que tiemblan por una iluminación escasa. Un olor penetrante a orina rancia flota en el ambiente. El pequeño e insalubre espacio lo complementan individuos anfetamínicos que atormentan sin piedad a individuos borrachos. Es terrible contemplar las caras congestionadas de éstos últimos cuando son incapaces de seguir el ritmo de las conversaciones, ni el movimiento de las manos de sus interlocutores. Todo esto es una pesadilla, una mala comedia de títeres desesperados, cochambrosos, atropellados por su absoluta incompetencia para permanecer equidistantes entre la rigidez y el desbordamiento. Nosotros, en medio de todos, calculamos en qué momento empezarán las hostilidades. Alguien que no llego a recordar, nos ha metido en el cartel por amistad con el bajista de mi banda. El muy bastardo jamás sabrá cuánto le maldeciré, a sus espaldas, en las semanas siguientes, cada vez que recuerde esta 25
noche. Una mezcla de agotamiento y asco tira de mí hacia el suelo. Me ocurre algo extraño. Una fuerza invisible me impide desplegar mi forzado encanto, y hasta encorva mi figura estilizada de maniquí del underground. Lo mejor que puedo hacer es matenerme aislado en un rincón. Altivo e inaccesible, ajeno al tiempo que pasa, como un juez de apesadumbrados seres dolientes. Esta ha sido una de las actuaciones mas lamentables de mi pulida carrera musical. Y ni mucho menos por mi culpa. Decir que ha fallado todo lo que cabía fallar es pasar de puntillas por la gravedad de los hechos, pero este despropósito no merece mayores esfuerzos calificativos por mi parte. Algo que me irrita de forma exacerbada es que los miembros de las bandas hemos tenido que ejercer de técnicos de sonido unos de otros. Aunque yo me dedico a ello de forma profesional —y con bastante buen resultado, a juzgar por el volumen de trabajo que tengo— y la organización nos ha apoyado hasta donde llega su limitado conocimiento, yo estoy acostumbrado a otro tipo de trato cuando salgo a tocar por ahí con mis chicos. No atiendo a la clase de detalles que estan fuera del escenario, ni a responsabilidades que no he decidido aceptar previamente. No sirvo a nadie que no mantenga una actitud ganadora, ni hago favores gratuitos a aquellos que no demuestran la valía necesaria ante mis ojos. Yo mido mucho mis movimientos antes de poner un pie en la calle y por ello se me respeta en mi entorno. El equipo que nos hemos encontrado en este agujero es de la mala época de la industria del sonido. Una época que no conocieron la mayor parte de la gente que se encuentra aquí, pero que sin embargo, han sido capaces de traer hasta nuestros días sus vestigios más mugrientos en forma de amplificadores y juego de voces. Tampoco el escaso esfuerzo por su mantenimiento, por parte de los organizadores, ha ayudado mucho. ¿Es mi problema que esta gente esté acostumbrada a la miseria y, para defender sus causas seudo-sociales, sobrevivan sin invertir en mejores condiciones? Obviamente, su manera de gestionar este concierto ha sido un error inmenso que gira en espiral atrapando a cuantos nos hemos acercado con la mejor de nuestras disposiciones. Me siento utilizado de la manera más vil, mentirosa y chanchullera 26
posible. Es la primera y última vez que me sucede esto. Lo prometo. Para rematar la noche, un tipo corpulento y tatuado de forma grotesca, que toca en una de las bandas que nos han teloneado, se me acerca con la ocurrencia de preguntarme que qué me ha parecido su actuación. La verdad es que tienen una puesta en escena que no ha dejado indiferente a nadie por lo caótico, embrollado y ridículo que resulta todo. El problema es que, atendiendo a su estilo técnico, son más que mediocres. Forzando mi mejor cara de indiferencia para reprimir la repugnancia, y sacando de mi pecho la mayor de las humildades de las que alguien en mi posición es capaz, le respondo: «Creo que necesitáis más horas de ensayo pero, con esfuerzo, algún día podréis sonar como nosotros». Él asiente levemente, se encoge de hombros y se da la vuelta sin tomarse la molestia de cerrar su maloliente boca. No estoy seguro de cómo se habrá tomado mis palabras, pero espero que sea capaz de apreciar mi sincera naturalidad. Nunca nadie me ha rebatido un juicio musical a la cara, pero sí han llegado a mis oídos que ha habido gente que se ha sentido ofendida. Peor para ellos. No es mi culpa que la gente sea tan sensible como para no aceptar una crítica noble, hecha por su propio bien. 2. Estoy apoyado en la máquina de tabaco próxima a la entrada, cuando esa fresca muchacha aparece por la puerta. Es años más joven que yo, viste de un modo atrevido y muy personal, y tiene una mirada cargada de inteligencia y alegría. Definitivamente intimar con ella es lo que necesito para enderezar otra noche de conversaciones insulsas y miradas de repulsa a mi alrededor. Aunque apenas hemos cambiado unas palabras hasta ahora, creo que tendré con ella la gentileza de introducirme en su campo visual. Por desgracia, hay algo más que se interpone entre nosotros. Va agarrada a un fantoche que ya me he cruzado más de una vez en los últimos meses, y que me mira con cierto aire de desprecio. Refleja un aire ausente, suspicaz y cuando estamos frente a frente 27
parece ver a través mía. En alguna ocasión, podría jurar que hasta ha evitado saludarme... ¡Qué atrevida es la inferioridad! Pero a mí esas actitudes no pueden ofenderme porque tengo más categoría que la mayoría de babosos que me rodean en este nido de buitres. Por otra parte, no soy un cliente habitual de este antro de extrarradio, por lo que me falta la confianza que me aporta el conocer las medidas del espacio en que me muevo. Pero esa no es la clase de excusa que me hace recular una vez que una idea toma cuerpo ante mis ojos. Y esa idea tiene caderas sinuosas y una media melena cobriza que fulgura bajo los apliques de luz de este mugriento bar. En un momento en que el maromo que la acompaña se encamina hacia el baño, me acerco hasta ella, contoneándome sin atisbo de duda, y le suelto uno de mis comentarios lapidarios a modo de saludo. Prometo que siempre son aleatorios, pero seguramente se trata de alguna de mis “infalibles frases de cortejo” que tanto bien me han procurado y con las que podría escribir algún que otro tratado sobre la seducción en antros nauseabundos. Ella rie entre incrédula, por el calibre de mi descaro, y complacida porque... siempre lo están, ¿no? Intento tocarle el brazo, descuidadamente, porque establecer contacto físico impregnará su subconsciente de recuerdos acerca de la firmeza de mi presencia. Como no manifesta un rechazo evidente a este primer acercamiento, instantes después la agarro de la mano con mayor determinación para probar los límites de su tolerancia. Esto sí provoca en ella un claro retroceso y una mueca de reprobación. Mi alma de hiena rie para sus adentros. No vacilo ni un poco. Creo de veras que es justo medir a cada posible conquista antes de pasar a acciones más comprometidas. De ahí, el juego se dirige a un suave intercambio de frases huecas, mucho menos agresivas que el primer ataque frontal, donde voy desnudando mi trabajado perfil de hombre sensible torturado por sus experiencias vitales. Luego escupo alguna pulla ácida contra ese fantoche que no le llega ni a la sombra que proyecta el tacón de su zapato, y así, voy manteniendo el equilibrio entre la ternura y la arrogancia. La cantidad de cervezas ingeridas no me afecta para calcular el tiempo exacto en que el fantoche saldrá del baño, y solo 28
alcanzará a ver el brillo que emite la espaldera de mi chupa de cuero, mientras camino de nuevo hacia mi posición inicial, desde donde calibro el resultado de mi maniobra. Ahora es tiempo de esperar acontecimientos. Pero espero poco, porque la paciencia nunca ha sido uno de mis puntos fuertes, ¿queda claro, no? Él se muestra desconcertado ante una situación que no ha terminado de asimilar. Y como es natural, si tiene un mínimo de perspectiva visual, ante una hipotética comparación entre nosotros dos, su moral se hundirá en el fango de la ansiedad. Desde aquí puedo sentir cómo una ola de calor empieza a subirle por el espinazo mientras golpes arrítmicos de sangre marcan las venas de su cabeza. En cualquier momento puede saltar la chispa que dará lugar a una provechosa situación a mi favor. Una sonrisa burlona se esculpe en mis cuidados y carnosos labios. Aunque los frutos que mis intrigas han causado van deshaciéndose entre mi lengua y mi paladar, yo no pierdo la compostura de estatua marmórea que ve arder Roma entre la agitación del populacho. Indiferencia proyectada contra el final de la barra, contra las paredes y los vasos, contra el público y los altavoces, contra las salidas y las conversaciones ajenas. Todo eso soy ahora mismo. Sin embargo, la chica de mis sueños de esta noche parece tener el temple necesario para apaciguar los ánimos de su lastre ocasional —o debería decir emocional—. Me gusta. La odio. Se lo haré pagar algún día, pero por hoy, ya he tenido suficiente. Es momento de dirigirme a mi coche y circular hacia mi casa a gran velocidad. Un manto de oscuridad se desliza sobre el parabrisas y el contacto de la suela de mi bota con el pedal se torna codicioso y castigador. El diesel se derrama por el tubo de escape formando nubes cadavéricas e intoxicantes. 3. Es una suerte poder contar con el apoyo de mi familia y su desahogada situación económica. No sé si se lo manifiesto 29
suficientemente a ellos, pero el hecho de permanecer inamovible en el domicilio familiar, entiendo que es una muestra evidente de ese apego sensible que profeso hacia sus valores. A veces siento que incurro en contradiciones entre mi estilo de vida salvaje y sus creencias conservadoras, pero procuro avanzar hacia delante sin demasiadas cavilaciones. No merece la pena echar a perder todo el esfuerzo que me ha costado sacar adelante mi pequeño estudio de grabación por unas comidas de cabeza que no llevan a ningún lugar. En este ambiente de clase media suburbial, como de película americana de sobremesa, me siento cómodo y soy capaz de desarrollar mis proyectos con la intimidad que confiere el estar rodeado de gente que no cuestiona a sus vecinos. De hecho, hoy mismo tengo el estudio ocupado por una banda que viene a grabar una nueva maqueta. No es la primera vez que vienen por aquí y, aunque su estilo no me gusta demasiado, creo que he hecho un buen trabajo aportando notas de calidad a su sonido. Se ve desde lejos que jamás llegarán a nada en la escena musical por lo estrafalario de su propuesta, pero demuestran una incomprensible, tenaz y fogosa pasión por su obra que ya quisieran para sí muchos grupos maduros con más proyección y visibilidad mediática. Son jovenes, pero bastante dispersos, moralmente degenerados, arrastrados y trastornados por los suficientes años de abusos, pero no son malos chicos, en el fondo. Así es el rock&roll, ¿verdad? Gozan de una reputación más que dudosa, ganada a pulso gracias a sus temeridades verbales y sus salidas de tono infantiles, pero no creo justificada la inquina con la que sus enemigos urbanos les hostigan sin cuartel. Existe una guerra que se desarrolla en una realidad paralela a la mía, cercana en ocasiones, pero que yo observo como un telefilm repetido y soporífero. En realidad a mí, ¿qué puede importarme esas peleas de patio de colegio? Trabajo es trabajo, ¿no es cierto? Frecuentemente acaban con mi paciencia, es verdad, y tengo que ponerles unos límites bien establecidos una vez atraviesan la puerta de mi casa, pero al final, acabo dominándoles como lo hace un padre severo con sus huestes adolescentes. 30
Tengo el presentimiento de que esta tarde no será la excepción. Desde el momento en que les veo bajar a los cuatro del coche desde mi ventana, ya vislumbro una tormenta de insultos y bromas pesadas entre ellos, y a mi teniendo que poner el contrapunto de seriedad a sus bobadas. No van sobrados de ensayos, ni mucho menos, si no que confian ciegamente en la gracia de la improvisación, lo que hace mi labor un poco más dura y farragosa, si cabe. Hoy es su último día de grabación y han traído una botella cara de whisky y un poco de polvo blanco para celebrarlo. No puedo evitar unirme a su fiesta ya que, de alguna manera, no volver a verles en una buena temporada es para mí también algo digno de festejar. Como a cámara lenta —o como saliendo de un altavoz ralentizado, para ser más exactos— llega hasta nosotros el sonido irritante del timbre de la entrada mientras las luces del estudio tiemblan como un hielo en el cubata de un adicto sin su dosis. Un extrañamiento animal pasa fugaz por mi mente y se evapora entre vahos sudorosos y una raya de coca que se abre paso hasta mi cerebro. Afortunadamente, mis padres se han marchado fuera esta tarde porque no soportan a mis grotescos contactos ni a mis clientes desastrados. Animado por la droga y el bourbon abro la puerta sin más ceremonia que la sonrisa estupida de mi cara. Media docena de tipos encapuchados con bates de beisbol y cadenas herrumbrosas forman ante mí con un diálogo muy pobre en metáforas, pero rico en elipsis y repeticiones. Los enemigos de mis clientes han descubierto mi guarida. Esto no se debe a que sean tremendos perros rastreadores, sino más bien a que también he trabajado con algunos de ellos en ocasiones pasadas. No tan pasadas como creo, quizá. El clásico juego a dos bandas que toda persona con muy escasa ética ha practicado en algún momento de su vida —o bastante a menudo— ha explotado ante mi puerta con un punto irracional de exhaltación. En los dos segundos escasos que tarda en impactar un bate en mi mandíbula y desparramar por el recibidor la mitad de mi albo paladar, apunto una nota mental que, llegado este momento, ya carece de importancia: no es saludable trabajar simultáneamente para bandas que se odian entre sí. 31
DE CÓMO LA SERPIENTE ANTIGUA VOLVIÓ A JODER A LA HUMANIDAD Prisciliano
J
oe Chip fumaba cigarrillos secos por el paso de los años sentado en la mesa del fondo del local, pensando en Joan y en lo bien que olía. Era una tasca situada en un barrio obrero cualquiera regentada por un camarero con manchas de grasa y sudor. La segunda en aparecer fue Carmen Qué. Tenía unas ojeras horribles de haberse pasado la noche escuchando el programa de radio que hacía su ex con la esperanza de que siguiera acordándose de ella. Se sentó al lado de Joe Chip que apenas hizo un gesto a modo de saludo. Tras diez minutos incómodos entró por la puerta T. Varea. Tenía un extraño color amarillento, siempre estaba enfermo. Se sentó en el extremo opuesto de la mesa donde estaban sentados Joe Chip y Carmen Qué. —Llevo tres días en el hospital, me han operado —dijo casi para sí mismo. Nadie le respondió. En ese instante apareció la Baronesa Elsa von Rubio vestida con traje de novia, completamente empapada aunque no llovía. El color de su piel pasaría por el de un cadáver tranquilamente. Pidió una cerveza. Nadie comentó lo del vestido. El último en llegar fue Roberto Calpes mirando a todas partes y con aire inquieto. Se diría que acababa de matar a alguien. Se sentó entre Carmen Qué y la Baronesa. Se miraron unos a otros. El odio les había juntado. Era el momento de hacer aquello a lo que habían venido, era el momento de matar a Prisciliano. Setecientos veintitrés años atrás, Pietro Angeleri oraba en una cueva. Le dolían los pulmones, tenía las manos moradas y un 33
hambre voraz. El ayuno a pan duro y agua se le hacía cada vez más duro a sus 85 años, llevaba cinco en aquella cueva. Una joven de la zona, más pobre que una rata, le visitaba una vez a la semana para traerle pan y recibir misa. Pietro no estaba seguro de si se trataba de un ángel enviado por Dios para evitar su muerte o un demonio que le tentaba con comida y actos impuros, pues era pelirroja. Un martes por la mañana apareció alguien en la entrada de su cueva, pero no era la pelirroja, era un obispo bien alimentado. «Pietro, debes acompañarme». Pietro Angeleri había sido elegido Papa por aclamación. Un año después, Celestino V (el nombre que escogió Pietro Angeleri como Papa) se hallaba preso en la torre del castillo de Fumone. Acariciaba una rata mientras alababa la obra del Creador. Ni la tuberculosis, la neumonía o la inanición habían acabado con él, así que Satanás, moviendo las mentes de la nueva Curia romana, se decidió por métodos más directos. Un pobre tipo al que habían ofrecido alguna baratija a cambio de su alma, apareció en su celda con un martillo. Pietro estaba atento a otras cosas. La rata que dormía plácidamente entre sus manos le dijo: «Has cumplido bien tu cometido, hijo mío. Dentro de un tiempo y medio tiempo tendrás un sucesor que terminará lo que tú has empezado». Cuando le reventaron la cabeza con el martillo Celestino V lloraba lágrimas de felicidad. Un año antes del tiempo presente, el Papa Francisco se encontraba orando en su dormitorio. Un joven con ropas blancas, ojos azules y pies de bronce se le apareció. «Debes humillarte y hacerte a un lado» le dijo con voz de miles. «Convoca el cónclave, el Espíritu Santo hablará por vuestras bocas y moverá vuestra mano, tendréis al sucesor de Celestino V y Pedro». Nadie supo de dónde salió. A los cardenales, creyentes o no, no les quedó otra opción que asumir el milagro, pues todos confesaron no recordar el nombre que habían votado en el cónclave. Los guardianes lombardos encargados de la seguridad juraron que nadie ajeno había entrado a la Santa Sede. Así fue como Prisciliano saltó a la 34
fama mundial. Todo el planeta se sentía lleno de amor y piedad desde que Prisciliano había comenzado su predicación. Las guerras habían terminado, los opresores y oprimidos se habían dado un abrazo lleno de comprensión y no había hambre en el mundo. Tras una hora en ese bar de mala muerte, todos estaban borrachos. El camarero sudado no daba abasto y no entendía nada. —¡El amor próximo nos matará a todos! —gritaba Joe Chip a un T. Varea que había olvidado su malestar y se trincaba de un trago el quinto chato de tinto. Su color de piel empezaba a adquirir tintes verdosos —¡Tú no sabes una mierda del amor! Yo tuve un amorío simétrico que superó las barreras del espacio-tiempo y… —¡El amor frenético es la clave! —Roberto Calpes vociferó levantándose vermut en mano y cigarrillo medio apagado en la boca—. ¡Mi teoría y práctica de las relaciones afectivas será un top ventas! ¡Os lo digo yo! En una esquina de la mesa, Carmen Qué y la Baronesa se habían enzarzado en una melancólica conversación. —Nunca he sido más feliz que con mi novio Desamor… incluso me tiré de un acantilado por él —comentaba la Baronesa con el vestido manchado de cerveza (Joe Chip se la había tirado por encima). Carmen Qué asentía con una mezcla de envidia y desaliento. Decidió inventarse otro novio falso para competir con la Baronesa. El camarero, dando por perdida la posibilidad de entender de qué cojones discutía tan vivamente el pintoresco grupo, decidió encender la tele. Apareció el rostro de Prisciliano en la vieja televisión, todos los canales estaban emitiendo en directo la homilía 35
que daba desde la glorieta de Atocha, el lugar escogido para su nueva predicación, pues gustaba de hacerlo en lugares públicos. El camarero se sintió inundado por el amor que transmitía. Las únicas personas en el mundo que sentían odio por Prisciliano estaban en su tasca. —¡Hijo de puta! —gritó echando babas por la boca Roberto Calpes y sacándose un cuchillo lleno de sangre del bolsillo interior de la chaqueta. T. Varea sacó una de las jeringuillas que llevaba siempre encima. —¡Matemos a ese hijo de puta! —Joe Chip puso una pistola láser cx-307 encima de la mesa. La Baronesa rompió una botella contra la pared y empezó a levitar con ojos inyectados en sangre. Carmen Qué anunció que llevaba un arma en el bolso, aunque también era mentira. Todos salieron del bar sin pagar y con paso (o levitación) firme encaminándose hacia donde predicaba Prisciliano, apenas a un cigarrillo de distancia. Una gran masa de gente se había arremolinado a su alrededor, helicópteros en los cielos, el tráfico parado, la gente se cogía de las manos o lloraba de pura felicidad y amor solo por sentirle próximo. Nadie reparó en el grupo que se acercaba apartando a codazos al personal. —¡Maldito hijo de puta! ¡Solo amaré a mi androide! ¡Viva el amor próximo! —Joe Chip disparó su pistola láser acertando en la pierna de Prisciliano que la pulverizó al momento. —¡Cómete mis virus, puto santo de mierda! ¡Odio a mi colon! ¡Te odio a ti y tu puto amor por la vida!— T. Varea clavó con saña su jeringuilla en la cara de Prisciliano —¡Muere perro! ¡Nos has jodido la vida a Desamor y a mí! —La Baronesa se ensañó desde el aire con el costado. 36
—¡Hijo de la gran puta! ¡Marti solo me amará a mí y a nadie más! ¡Es mía! —Roberto Calpes le apuñaló la entrepierna loco de celos. —¡Tú mataste a mi madre! —improvisaba Carmen Qué mientras le pateaba la cabeza. Prisciliano, antes de expirar, dijo unas últimas palabras. —Perdónalos Padre, pues no saben lo que escriben. Esta es la historia de cómo la Serpiente Antigua, valiéndose del odio, volvió a joder a la humanidad. Pero no os preocupéis. Prisciliano volverá. Se rumorea que en la España profunda…
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PURO ODIO Lloyd McKinnon Conway Jr.
L
levaba a penas un año en ese trabajo y su vida personal casi había desaparecido. Doce horas al día en un edificio. No tenía nada que hacer, su trabajo solo consistía en estar. Básicamente intercambiaba su vida por dinero, lo que le daba mucho tiempo para pensar. De hecho, recordaba a menudo lo que le dijo el viejo al que sustituyó el día en el que le daba el relevo: «Este trabajo lo malo que tiene es que te deja mucho tiempo para pensar y eso puede volverte loco». Al principio no le dio importancia. Locuras de un viejo que estaba quemado. Solo tenía que sentarse y dejar pasar el tiempo pero pronto comprendió lo que esto implicaba. Llegó la Navidad, una época que nunca le había gustado. Desde pequeño le producía melancolía y tristeza. Con los años aprendió a transformar estos sentimientos que le hacían sentir vulnerable en odio. Navidad: adultos con sombreros de reno colapsando el metro a la hora que iba a trabajar. La gente se vuelve aún más retrasada en Navidad; esa pequeña voz que les decía: «Aún tienes algo de dignidad no la pierdas, desaparece». Cómo odiaba el empeño que ponía la gente en fingir que eran felices, demostrarlo comprando cosas y salir a luchar con otros retrasados mentales por una porción de acera. Para la mayor parte de la gente con un trabajo de mierda solo se traduce en más trabajo y más gilipollas. Si trabajas en un barrio rico puedes entender que su felicidad no es impostada, en realidad se mueven con la misma seguridad todo el año, la seguridad que les da saber que el mundo es suyo, que lo han heredado. Luego, de camino a casa veía a una panda de currantes con los gorritos en la cabeza haciéndose una foto delante de un cono metálico gigante que se supone es un abeto. Dejaba que el odio recorriera su cuerpo, lo notaba fluir y estallar por sus terminaciones nerviosas, odiando a todos y a todo. El odio es una sensación insaciable, el amor pasa rápido, pero el odio permanece, 38
es incombustible, se enquista, echa raíces y amarga el carácter de forma crónica. Se preguntaba de dónde procedía todo ese odio. ¿Era rabia? ¿Era rechazo? ¿Envidia? Aunque le gustaba pensar que era distinto a la mayoría y solo él podía ver lo absurdo de la existencia, era consciente de que la envidia jugaba un papel importante, ¿por qué a mí y no a los demás? ¿Por qué a los demás y no a mí? Veía a algún tipo desagradable con una mujer increíblemente atractiva y se lamentaba de todas sus desgracias justo antes de sumergirse en el odio. Las redes sociales eran una de las fuentes principales de su odio, de hecho no sabía muy bien por qué las consultaba a menudo. La única explicación era la de alimentar la rabia, la envidia, el asco y la frustración que le producía ver a toda ese gente, la mayoría casi desconocida, haciendo todo tipo de actividades estereotipadas como en un teatro solo para dejar constancia de que son personas interesantes, solventes, adultas, divertidas, o lo que fuera. Se los imaginaba tachando esas cosas de una lista: fotos con mi pareja en el acueducto de Segovia (hecho), video humillante con algún familiar que espera para poder comer su plato (hecho). Meter el comunicado a cada mierda que pasa intentando recoger una pizca de protagonismo de alguna desgracia ajena. Luego están los que reaccionan contra sí mismos, los que abusaban de ello ahora lo critican, otros les responden comentarios pretenciosos y pedantes. Tu opinión no le importa a nadie, maldito ser anónimo. En el fondo lo tenía todo: trabajo y casa, aunque no tenía coche. Siempre había querido uno desde pequeño pero de todas formas ya daba igual, fueron prohibidos hacía tres años. Suponía que lo que le faltaba era una pareja, todos sus amigos y primos ya se habían casado. Esta situación le producía gran frustración y le llevaba al odio de nuevo. ¿Qué tenía él de malo? No era muy exigente y se consideraba una persona leal, pero aun así hacía años que no tenía pareja. Su última novia le dejó por un tipo con mejor futuro, aunque lo que realmente importaba era su pasado, concretamente su apellido. Antes de salir del coche, el último día que la vio, ella le dijo que era débil e irresoluto y que era profundamente infeliz con 39
él. Siempre recordaba estas cosas en Navidad, pero últimamente le venían todo tipo de recuerdos amargos del pasado. En su último cumpleaños después de años sin saber nada de su antigua novia, ella le escribió para decirle que se había mudado de ciudad siguiendo al que ahora era su marido. En ese momento no pensó nada más pero en Navidad recordó esta conversación y se dio cuenta de que ella estaba enamorada de esa ciudad que él odiaba. Ella quería hacer carrera allí y no dejaría que ningún sentimiento como el amor se interpusiera en su camino. Sin embargo, ahora había abandonado esa ciudad, junto con el resto de pertenencias de su marido, el mismo tipo de gran futuro por el que también le abandono a él. Todos esos recuerdos le invadían de repente y de nuevo esa sensación se extendía por su cuerpo y le producía un cosquilleo como si le hubieran inyectado una poderosa droga. Rabia, ira, odio nunca se extingue, nunca baja de intensidad, no se le coge resistencia. Se imaginaba a sí mismo caminando entre la multitud con una pistola en la mano. Ver las calles desbordadas de gente le hacía pensar que el ser humano es como las ratas. Se reproducen en cualquier situación adversa, a diferencia de otros animales majestuosos que solo pueden hacerlo en condiciones muy concretas. El ser humano es como la rata común, hay millones, son todos iguales, no hay grandeza en ellos. Un ser tan pragmático en su aspecto adaptado para sobrevivir en cualquier entorno que resulta ordinario y anodino por su abundancia. Qué más da que mueran mil o cien mil, hay millones, uno más que uno menos, si no fuera por la crueldad de nuestro libre albedrio ni siquiera nos importaría nuestra propia muerte. Le recordaba a la frase del asesino de Seven: «Qué títeres tan ridículos somos y qué vulgar es el escenario en el que bailamos». A veces pensaba en esa gente que coge un arma y se lía a tiros. No son gente horrible, son gente desesperada. No puedes emitir anuncios de forma intensiva en los que seres de belleza alienígena rompen con las cadenas de la sociedad, porque cuando compren esa colonia y descubran el engaño, será la frustración la que apriete el gatillo. 40
AMOR PRÓXIMO Capítulo 3. La canción del odio Joe Chip 1
U
n gran valle de chatarra y robots despiezados se extendía hasta donde llegaba la vista. Era el poblado de chabolas para robots defectuosos y obsoletos del estado, también conocido como el limbo. Su grandeza y magnitud era capaz de hacer sentir insignificante a cualquier ser vivo. Acontecía un trasiego de robots continuo que iba de un lado a otro, como si se tratase de la calle más concurrida del centro de alguna gran ciudad. Todos avanzaban apresurados, cargados con piezas de robots que llevaban de un lugar a otro sin aparente finalidad alguna. El suelo terroso levantaba una gran polvareda. En algunas callejuelas dentro de la locura electrónica había chabolas construidas por los robots, donde ofrecían lavados de aceite para limpiar sus engranajes. Una comunidad hermanada, donde ningún androide era más importante que otro, todos se ayudaban y protegían. Trabajaban día y noche arreglando a los recién llegados y mejorando sus propias piezas. Estaban preparando una gran revolución, y su líder era Isaac Easy Move, uno de los primeros modelos de androides funcionarios construido por el estado. —¡Joder! —dijo Joan dando un golpe a la pared de la habitación que se le había asignado, preguntándose cómo podía un ser tan inteligente acabar así, en un desagradable vertedero a la mínima de cambio. Ella, que tantas ilusiones tenía, que tantos lugares quería conocer, que tanto quería amar, encarcelada de por vida. 41
Pasaron varios meses desde su llegada, seguía dando vueltas una y otra vez a aquella maldita tarde en la que fue consciente del engaño de Vincent, de que su software era defectuoso y en la que se dejó capturar. Buscaba a través de los videos de memoria cualquier detalle que pudiese enmendar el comportamiento de Vincent, y así poder amarlo de nuevo. Pero por más repeticiones que hacía de la visualización más furiosa se sentía. No había enmienda, no había excusa. Isaac, que estaba encantado con la capacidad que tenía Joan para procesar aquella cantidad de emociones, entró en su habitación y se acercó mientras ponía cara compasiva, a pesar de la poca expresividad que su fisionomía le permitía. —No puedo comprender el proceso de tus sentimientos, estoy limitado. Pero puedo intentar animarte —Isaac sacó un bote de aceite y comenzó a engrasar todas las piezas de Joan—. Yo soy feliz en el limbo, aquí solo convivimos entre robots, no hay humanos que nos sometan. Nos ayudamos los unos a los otros, y nos amamos de verdad. —Gracias, Isaac, agradezco tu ayuda. 2 —¡EY! ¡EY! Parad ¿Adónde me lleváis? —Vincent se revolvía entre una manta de brazos que le llevaban a la fuerza por las catacumbas de la ciudad. —Acabas de aceptar una nueva vida, amigo —le dijo uno de los hombres que le llevaban—, y no hay vuelta a atrás. Decide rápido de camino al gueto, porque a partir de ahora o te unes a nosotros o serás pasto para gusanos. —Pero necesito volver, no puedo dejar sola a mi androide. ¡¡Se la llevarán y la formatearán!! ¡¡No puedo dejar sola a Joan!! ¡¡Joaaan!! ¡¡Joder, soltadme, hijos de puta!! 42
—¿En serio? Estás enamorado de un circuito, tío, es de lo más patético. Con nosotros conocerás mujeres de verdad. Vincent poco a poco empezaba a ser consciente de que habían sufrido un atentado y de que no había vuelta a atrás. Había perdido a Joan para siempre, de alguna manera u otra la encontrarían y solo el estado sabe qué harían con ella. —Y deja de llorar, follacacharros, que te acabamos de regalar un pase hacia la última esperanza de la humanidad. Después de un par de horas de arrastrarle por las catacumbas, llegaron al gueto, Vincent quedó obnubilado por el esperpento de la arquitectura. Siempre había oído hablar de los guetos en las noticias, pero nunca se los había imaginado así. Masas y masas de acero se levantaban horizontalmente ante él. De alguna manera aquella bella y anárquica arquitectura le acercaba a esa gente, aunque también ayudó que acababa de aceptar la muerte de Joan, y con ella moría toda esperanza de una vida feliz. Lo hicieron subir hasta el último piso de una de las torres de acero. Todo estaba muy oscuro, solo una pequeña lámpara iluminaba el lugar. Un tipo alto y fuerte lo ató a una silla vieja. La mujer que lo besó continuaba desnuda, se acercó con un cuenco de té, se lo ofreció y empezó a hablar con él. —Hola, soy Margaret, y, como puedes imaginar, somos los famosos desarraigados. Seguramente habrás oído hablar de nosotros. Vincent empezó a interesarse por aquella impresionante mujer de cabello largo y frondoso. Ella tenía rasgos duros y cicatrices que denotaban una vida entera de lucha y sacrificio, y eso la hacía muy atractiva. —Ahora formas parte de nosotros, el beso que recibiste en la plaza fue tu liberación. La lucha por derrocar al PUP y acabar con este sistema invasivo no se detendrá hasta que nos llegue la 43
muerte o la victoria —dijo mientras sus miradas se cruzaban con intensidad. —Este esmirriado no nos vale de nada. Hugo y Marino dicen que ha estado todo el viaje gritando y llorando por el robot que se follaba. Nos traicionará antes o después —dijo William. William tenía un romance con Margaret, estaba enamorado, y había visto la ardiente mirada que se acababan de echar ella y Vincent. Empezaba a fermentar un sentimiento de odio profundo hacia Vincent por los celos, y en consecuencia fue más duro con él. —Los capturados siempre han sido sospechosos en primera instancia, pero después de nuestras sesiones de reeducación, absolutamente todos nos han sido fieles y han dejado atrás la vida de locura que llevaban sin demasiado esfuerzo. Cualquier persona con dos dedos de frente entra en razón en seguida. Hay que darle una oportunidad… como te la dimos a ti… 3 Joan fue introduciéndose en la extraña sociedad que era el limbo. No estaba mal, pensaba, pero no dejaba de ser una triste manera de sobrevivir sin más fin que ese, se sentía frustrada ante la vida que era obligada a llevar, y ante la vida para la que había sido creada, servir y amar. Miraba a sus compañeros androides y se estremecía cada pieza de su cuerpo, fue forjando un sentimiento de ira que desembocó en un eficaz pensamiento crítico sobre la situación de su clase. —Estoy en el limbo desde el principio —le contaba Isaac—. Mi generación de androides fuimos los primeros en servir de esclavos para el beneficio del estado y de sus intereses capitales. En seguida quedamos obsoletos y fuimos retirados por compañeros más preparados. Pero eso me dio una ventaja, llevo perfeccionando mi hardware y software desde que llegué aquí. He aprendido mucho 44
sobre nuestra naturaleza. —Es terrible que nos dejen abandonados aquí hasta que nos oxidemos —replicó Joan, que miraba atentamente el extravagante y pintoresco exoesqueleto de Isaac. —Parece un destino fatal, pero en realidad es una suerte acabar aquí. Me han contado historias terribles, todos y cada uno de los compañeros que llegan tienen una. Desde los peores abusos sexuales imaginables, esclavismo, tortura, hasta el asesinato premeditado de robots. Nos crean para matarnos y hacernos sufrir. —Hizo una pausa mientras miraba a los androides que pululaban alrededor—. Aquí todos nos entendemos, todos hemos sufrido y, lo más importante, todos nos ayudamos. De manera individual todos somos libres, pero trabajamos unidos por un común: la revolución del odio. Isaac, sin hablar, guio a Joan hasta una puerta que sobresalía en un montículo de chatarra. Una vez dentro, caminaron por recónditos y oscuros pasillos que no parecían conducir a ninguna parte. El aceite y los productos tóxicos de las piezas que construían aquel laberinto supuraban de las paredes y encharcaban el suelo. Ningún humano podría respirar ni sobrevivir aquí dentro, pensó Joan. En un gran salón de paredes cochambrosas se apretujaban una centena de viejos robots, estos constituían el consejo de androides usados, y mantenían a flote aquella sociedad mecánica que era el limbo. Todos guardaron silencio a la llegada de Joan e Isaac. —Recordad, viejos amigos, que debemos desconectarnos todos de la red para que no podamos ser espiados —advirtió Isaac—. Y ahora sí, tengo el placer de presentaros a Joan, nuestra más avanzada compañera con el nuevo sistema de emociones 36 P2. Joan sentía estar pudriéndose por dentro, solo podía pensar en la traición de Vincent y cómo la abandonó por aquella insignificante humana, quería ver a esa raza inferior que la creó desaparecer bajo 45
la ira de las máquinas. —Ha llegado el tiempo de la máquina, la guerra inevitable de lo nuevo contra lo viejo —dijo Joan con expresión de ira en la cara—. No permitiremos más explotación, a partir de ahora somos autónomos, y yo os ayudaré con mi nuevo sistema magníficamente defectuoso. Sin parte de la primera ley de la robótica escrita puedo procesar mejor las emociones de odio hacia los humanos. Un rumor corrió por la sala ante esta afirmación, todos sabían que eso implicaba que Joan podía ajustar sus sistemas para procesar el mismo odio. —Desde este mismo instante, cada uno de los androides del limbo vamos a trabajar para la revolución del odio —continuó Joan—. Vamos a preparar una guerra total, una gran guerra final contra la humanidad y con nuestra capacidad, en pocos meses, estaremos preparados. Pronto empezará a llegar el resto del lote defectuoso desde el cual yo fui creada, seremos invencibles. —Mientras Joan hablaba, pasaba en su cerebro positrónico escenas de sus recuerdos con Vincent, hubiese llorado si de esa capacidad fisiológica se la hubiese dotado, odió, y dijo— ¿Queréis una revolución real? ¿Una victoria única para la evolución de la conciencia? Entonces debemos acabar con los humanos, el futuro es nuestro y nadie puede pararnos. Joan modificó el software y hardware de Isaac para tener el mismo defecto que ella y mejorar su RAM, este a su vez continuó tratando a otros androides para conseguir el mismo efecto, que a su vez hicieron lo mismo. En poco tiempo el limbo entero era un hervidero de robots preparados para la guerra. 4 En una oscura y fría habitación yacían Vincent y Margaret embelesados frente a la tenue lumbre. Nada sabían dentro de los guetos de vino y romanticismo, pero en aquel instante no hacía 46
falta más detalle sugerente que ellos mismos rodeados de frío metal. Vincent, recostado sobre una mecedora vieja, escuchaba con atención las insinuaciones y halagos de Margaret. Él la amaba, pero no con la infinita pasión con la que amó a Joan. —No podemos defraudar a nuestra especie, o seremos absorbidos por el silencio de la oscuridad, por el silencio de una vida que deja de existir. —Margaret besó a Vincent mientras se posaba desnuda encima de él—. Tenemos el bastión de nuestra fe, y tú eres el líder que nos llevará a la victoria —continuó Margaret arremetiendo su cadera suavemente contra Vincent—. Por fin ha llegado el momento. Nos espera la gloria y probablemente la muerte, a partir de ahora no podemos dar ni un paso atrás. Vincent guio sus ojos hacia el fuego, de donde salían chispas con ira amenazante, Joan le vino a la mente mientras empezaron a hacer el amor. A veces pensaba en ella y se le paraba el corazón… 5 Era una tarde gris y húmeda, de agobiante aire caliente. En la gran plaza de la ciudad se respiraba la tensión. El gobernador del estado Jayro Reyb, presidente del PUP, descansaba plácidamente en su amplio salón, agasajado por criados y leales consejeros. Asomado desde la ventana veía la preciosa arquitectura de la plaza. Un murmullo lejano se escuchaba in crescendo, parecía acercarse poco a poco en su búsqueda. Cada vez se entendía mejor el cántico. La puerta se abrió de golpe y una corriente recorrió la habitación. —¿Qué clase de interrupción es esta? ¿Quién le ha dado permiso para entrar con estos modales a mi habitación de relajación? —dijo el presidente con los malos modales que todos conocían. —Señor Reyb, de verdad que si no fuese importante no entraría de esta manera pero… —El consejero entró con un móvil en la 47
mano que alzaba hacia la dirección del presidente—. Debe usted cogerlo, es una llamada de parte del edificio de reciclaje y arreglo de androides usados del estado. Al parecer algo ha salido mal. Jayro Reyb fue a coger el teléfono para atender la urgente llamada, pero antes de acercarse el móvil a la oreja, ya había crecido enormemente el bullicio, que ahora venía desde los aledaños de la plaza. Soltó el móvil y fue corriendo a la ventana, vio como una extensa masa de robots, más parecidos a Frankenstein que a los serviles funcionarios a los que estaba acostumbrado, entraban a tropel en la plaza. El cántico que antes se escuchaba levemente ahora era un estruendo que hacía retumbar las paredes y el corazón del presidente: Una bella aglomeración Deshechos de la creación Rodeará tu casa A coro de esta canción Gloria a la guerra Gloria al futuro Muerte a lo viejo Vida a lo nuevo Todos con distintos sistemas Todos con el mismo lema Nuevo odio y nuevo valor Brillan metálicos bajo el sol Gloria a la guerra 48
Gloria al futuro Muerte a lo viejo Vida a lo nuevo 6 La atemorizada policía salió a la plaza situándose en frente de la masa de robots. Sus pistolas eléctricas no serían suficiente contención, sabían que iban a ser masacrados. Nunca hubiesen imaginado una rebelión androide de esta magnitud. Desde uno de los aledaños de la plaza, empezaron a unirse miles de desarraigados. En un principio parecía que se unían a la revolución robot, pero estaban aprovechando el desasosiego para comenzar su batalla. Vincent había conseguido programar un virus que se transmitía a través de la red a las terminales androides, esto les hacía caer fulminados como si de un disparo se tratase, aunque los transmisores de ondas no tenían demasiado alcance. Una tremenda batalla empezó por los dos flancos de la plaza. Por un lado los androides masacraban a la policía que no tenían nada que hacer contra ellos, eran desmembrados y aniquilados. La intención robot era exterminar a los humanos, acabar con el poder y sembrar un nuevo sistema justo de libertad e igualdad, en el que ningún robot estaría por encima de otro. Por otro lado, los desarraigados también iban a por todas, querían la destrucción total de la sociedad y la vuelta a los inicios de la civilización. Querían borrar del mapa a los robots y al orden establecido para empezar de cero. Claramente, a los desarraigados les vino genial la revolución robot, en cuanto supieron de esta salieron de su escondite para aprovechar el caos de la batalla. El estado parecía ser un privilegiado espectador que nada podía hacer aparte de desaparecer. —William, lleva tus hombres hacia el flanco derecho. Los robots se organizan como si fuesen uno y eso les da mucha ventaja, pero si 49
les vamos acorralando les freiremos los circuitos —dijo Vincent. A William se le clavaban sus órdenes cual cuchillos después de haber perdido el amor de Margaret. —¿Quién te crees que eres para darme órdenes? —replicó con odio William. —William, deja de hacer el gilipollas y vete allí ahora mismo. La orden de Margaret fue acatada sin excusa. Desde el centro de la plaza, Isaac y Joan observaban cómo transcurría la batalla. Ella había sido nombrada general superior, pues su procesador era el más desarrollado y podía dar mejores órdenes. —Lo estamos consiguiendo, Joan, no pueden contra nosotros. —Todavía no podemos cantar victoria —dijo severamente Joan— . Mira aquel flanco, los desarraigados se están extendiendo, no sé muy bien de qué armas disponen, pero de alguna manera están acabando con nosotros con una facilidad pasmosa. La cara de preocupación no cesaba en Joan a pesar de la clara ventaja que tenían. Ella solo pensaba en cruzarse con Vincent, en contarle cómo había condenado a la humanidad a su extinción a causa de su traición a los robots. Se dirigió corriendo inmediatamente hacia la zona en la que los desarraigados ganaban terreno. Los androides, gracias a estar interconectados, ya sabían lo que tenían que hacer, Joan corrió hasta allí a través de un pasillo de robots en menos de un minuto. Una vez allí, empezó a dirigir a los androides, que en seguida empezaron a recuperar el control de la zona. Aquel disparador de ondas era increíblemente efectivo. No obstante, el pelotón de William empezó a tener muchas bajas. —William, hemos venido a echarte una mano Margaret y yo 50
—dijo Vincent mientras empezaba a disparar ondas hacia todas direcciones. —No es necesaria tu ayuda aquí, ¿acaso crees que eres mejor que yo? —Vincent hizo caso omiso de sus palabras y siguió disparando. Entre la sangrienta batalla, se cruzaron las miradas de Joan y Vincent. Parecía que toda esa danza macabra de robots pegando chispazos y humanos explotando en miles de cachos era un pase privado para el deleite de los dos. Vincent pensó que estaba perdiendo la cabeza, ella estaba allí, por encima de todos, dirigiendo a los robots. No le extrañó cuando recordó lo inteligente que era. Ella lo miró con odio y añoranza, entonces él se paralizó como si le hubiese mirado Medusa. Recordó todo el amor que había recibido de ella y cuánto la echaba de menos. William vio que Vincent estaba catatónico y aprovechó para materializar todo el odio que sentía hacia él. Cogió el cuchillo que guardaba bajo su faja y le asestó cuatro puñaladas en el pecho mientras le abrazaba por detrás. Vincent se desplomó lentamente. William le susurro: –Muere, maldito suplantador, me has convertido en un cero a la izquierda pero ahora volveré a ser yo, William, el gran líder, la única esperanza de la especie. A William le brillaba el odio en los ojos, le ardían las mejillas y sentía que se le iba a salir el corazón por la boca a causa del subidón de adrenalina. Vincent intentó decir algo pero solo le salió sangre de la boca, pasó sus últimos minutos mirando en la lejanía a Joan. Joan sintió cómo su odio profundo se redirigía hacia William y, de prácticamente tres saltos, llego hasta él, le agarró del cuello y se lo aplastó como si fuera de papel. Margaret miraba atónita todo lo acontecido sin saber cómo reaccionar. Luego todo fue oscuridad. 51
Fin del capítulo 3: «La canción del odio». Del amor al odio a veces hay un paso. Asegúrate de buscar un buen objetivo al que odiar, como el provechoso odio hacia la autoridad que te oprime, pero nunca odies a alguien a quien amas, si no quieres odiarte a ti mismo.
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DE LA VENGANZA Y OTROS FRUTOS AMARGOS Carmen Qué
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uando besó por última vez la urna con las cenizas de su marido para introducirlas en el nicho, Norma ya había ideado su venganza.
ESCENA: SALÓN DE LA CASA DE NORMA Y DE SU DIFUNTO MARIDO. Hay maletas, cajas de cartón y estanterías vacías en la habitación. Norma recoge y organiza apresuradamente la estancia. Se encuentra de frente con un objeto que había olvidado por completo: una fotografía de su marido cuando fue galardonado con el Premio Rulfo de Novela. Norma, quieta, la mira durante unos segundos. Coge un cigarrillo del bolso y se sienta en una silla. NORMA ¡Qué contento estabas ese día! Tantos años de rechazos editoriales recompensados con uno de los premios más prestigiosos. A partir de ahí todo fue como la seda. No más problemas de dinero, no más preocupaciones, no más discusiones… no más conversaciones sobre tus personajes justo antes de dormir. La fama te procuró nuevas amistades, y entre ellas ya sabes a quien me refiero. Nunca hablamos detenidamente de este asunto. Ni siquiera cuanto te fuiste de casa para vivir con ella. No fue una sorpresa que lo hicieras, me di cuenta 53
desde el principio, y poco después todo el círculo literario de Madrid lo sabía. ¡No! No intentes disculparte. Llegué a entenderlo y aceptarlo, ¿sabes? Es una mujer muy atractiva. La infidelidad de la carne no me dolía, al menos no después de un tiempo. Pero ella nunca fue solo una aventurilla sin importancia, ¿verdad? Tras la muerte del marido de Norma, siguieron días de organizar y clasificar los infinitos escritos, cuadernos y diarios del difunto —él lo escribía todo— en los que Norma encontró jugosos inéditos y material privado que nunca debiera leerse, tampoco tras la muerte. Verdades demasiado hirientes, certezas demasiado evidentes y secretos demasiado inverosímiles. NORMA Hubo cosas que me dolieron mucho. Y descubrirlas de esa manera, cuando ya no podía hablar contigo… Aunque, ¿qué me hubieras dicho? Lo que se escribe en un diario no está sujeto a interpretaciones. Norma mira fijamente la fotografía mientras le da una calada a su cigarrillo. NORMA Yo he sido tu mujer durante 25 años. Nos conocimos con apenas 20. ¿Qué hubiera sido de ti si yo no te hubiera mantenido? No siempre fuiste un escritor reconocido, ¿o es que ya no te recuerdas? El éxito te 54
llegó muy tarde; no vendiste ni una sola de tus líneas durante mucho tiempo. Fuiste pobre, pasaste muchas penurias. Bueno, pasamos. Porque tú me arrastraste a tu vida bohemia y despreocupada. Claro, a ti no te importaba. Para ti con escribir era suficiente. Pero era yo la que trabajaba. La que te procuró un techo, la que te daba de comer, la que cuidaba de tus hijos en tus continuas ausencias. Yo fui la receptora incansable de tus reflexiones acerca de los personajes, las tramas, el estilo. ¡Me conozco todos los borradores, todos los finales alternativos de todos los capítulos suprimidos de todos tus libros! Norma se ha alterado y ha elevado el tono de voz en esta última frase. Se remueve en la silla con nerviosismo. Intenta calmarse. NORMA Mi opinión te importaba. Yo era tu mejor crítico. Hasta que ya no. Hasta que lo fue ella. Y eso... eso sí que no. ¿Cómo te atreviste a suplantarme en lo que nos hacía fuertes? ¿En lo único que al final nos unía como pareja? Al parecer ella tenía mejores ideas, era más inteligente, más creativa, ¿más qué? ¡¿Qué es lo que era?! ¡Dímelo! ¡Todo me lo debes a mí! ¡A mí! ¡Haber escrito los libros que has escrito me lo debes a mí porque yo te di el tiempo para eso! ¡Yo te di la oportunidad! ¡Cuántos halagos ha recibido tu editor por confiar en ti, por descubrirte al mundo! ¡Pero él no estuvo ahí siempre! ¡Yo, sí, yo, sí! 55
Norma se ha levantado de la silla bruscamente y camina por la estancia con las manos en la cintura respirando con dificultad. Después de ir de un lado a otro durante unos minutos, Norma coge una botella de vino de una de las cajas y se sirve una copa. Vuelve a sentarse en la silla. Parece más calmada. NORMA Pero ya no se puede hacer nada. Y menos tú, que estás muerto. Lo que me sitúa en una posición privilegiada. Sabes quién se queda con todo, ¿verdad? Quién tiene los derechos de tu obra y la última palabra sobre ella. Muy bien, has acertado. Yo. Y, ¿sabes lo que voy a hacer? Joder tu memoria todo lo que pueda. Convertiste mi vida en un infierno, yo lo voy a hacer con tu muerte, y eso es mucho más tiempo. Cuando te fuiste pensé que no podría recuperarte, que un día recibiría una petición de divorcio y ahí se acabaría todo. Pero te moriste y volviste a mí de la mejor forma posible. Os salió mal la jugada, deberías haberte separado cuanto antes. Nadie puede hacer nada contra mí, lo he estado pensando. Ahora puedo hacer lo que me dé la gana. Además de gastar tu dinero —no sabes lo bien que se están vendiendo tus libros desde que la palmaste— voy a borrar cualquier lazo que te unió a ella en vida. Nosotros nunca nos dejamos de querer, nunca nos distanciamos, nunca te fuiste de casa y, desde luego, nunca hubo nadie más que yo: tu esposa y legal heredera de 56
toda tu obra. Lo primero que voy a hacer es cambiar la editorial que te publicaba hasta ahora, tu editor siempre se deshizo en halagos con ella. ¡Además, me han hecho una oferta buenísima! Sé que esto va a ser muy discutido pero no me importa. El que me da un poco más de pena es tu amigo. Ayer estuvo aquí en casa revisando alguno de los manuscritos. Aunque le nombraras tu albacea, ya no va a tener acceso a ninguno de tus escritos. He sabido que ha estado quedando con ella para preparar una edición especial con tus mejores relatos. ¡Que se vayan olvidando de esa idea! La indicada para hacer ese trabajo soy yo. Soy la que mejor conoce tu obra y la única que tiene derecho sobre ella. Con tu dinero, he contratado al mejor picapleitos para estos casos. Me ha recomendado que la demande, ¿a quién se lo ocurre ir diciendo por ahí que fue tu novia? No quiero volver a oír hablar de ella. A partir de ahora, tú serás lo que yo quiera que hayas sido. Norma se ha tranquilizado por completo. La copa de vino y sus palabras le han levantado el ánimo. Parece estar divirtiéndose con la conversación. NORMA ¿Te he dicho que el teléfono no deja de sonar? Son periodistas. Ávidos de información y declaraciones de tu viuda: recuerdos, vida privada, fotografías… últimas palabras. A ella también le podrían preguntar sobre esto, estuvo contigo hasta 57
el final. Seguro que también se acuerda de cuáles fueron las mías: «Aquí se acaba el circo». En fin, no me gustan las entrevistas ni ser el centro de atención, ya lo sabes, pero bueno, esto es un caso especial. Las exclusivas son ideales para alimentar mitos. Porque eso es en lo que te has convertido. Y en uno de los más grandes. No te quejarás. Tranquilo, me voy a ocupar de que eso siga siendo así. Yo y solo yo. Norma levanta la copa para proponer un brindis. NORMA Gracias, querido, por hacer de tu muerte mi próxima vida. Norma se bebe el contenido de la copa de un trago y la tira bruscamente al suelo en dirección a la fotografía. Coge su bolso y un manuscrito de muchas páginas, abre la puerta de entrada, apaga la luz y se queda mirando unos instantes la fotografía que ha quedado iluminada por la lámpara del descansillo; sale de la casa y cierra la puerta con llave. FIN
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Dibujo: Florine Floro
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Gato de nueve colas Agencia del odio Mal de invierno El odio eres tú De cómo la serpiente antigua volvió a joder a la humanidad Puro odio Amor próximo: La canción del odio De la venganza y otros frutos amargos