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Carta Inagural -María Jesús Gutiérrez Mesa

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Capítulo 2

La carta inaugural

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María de Jesús Gutiérrez Mesa. Abogada egresada de la Universidad Libre seccional Pereira, Licenciada en Filosofía y Letras, Universidad del Valle.Amplia experiencia en creación y ejecución de proyectos sociales, dirección y atención a población en claro estado de vulnerabilidad, planes dirigidos a infancia y núcleos familiares, coordinación en programas pedagógicos y formativos, elaboración de diagnósticos sobre situación de infancia y adolescencia, atención a familias sufrientes de la violencia social y familiar. Conocimiento y ejecución de los Derechos Humanos en diferentes programas; creación de redes de apoyo para promoción y puesta en práctica de los Derechos de Infancia

La carta inagural

“He escrito (en una tablilla) desde los distintos nombres de Inanna Ihstar hasta (los nombres) de animales que viven en la estepa (y los nombres de diferentes) artesanos”.

Cuando el aedo Homero entonaba la rapsoda devenida de todos los siglos que le precedían a la misma historia de la humanidad poblada de símbolos traductores de la existencia, se convertía en el perfecto compilador de habitantes de los tiempos paseándose a través de los infinitos viajes que hacemos con ruta hacia Itaca, invistiéndonos de la aventura que nos ofrecen los Polifemos, buscando a cualquier entrañable Euríloco que nos soporte la jornada, topándonos con el sueño de una dulce Calipso y de la misma necesaria Circe; batiéndonos en duelo contra tormentas y monstruos, maravillas y ensueños, naufragando o resistiéndonos continuamente al mar del olvido o del paso inexorable de la finitud declarada desde siempre por el poderoso Poseidón.

Igual que Odiseo, exiliados inexorables y lanzados a este viaje involuntario, levamos las velas de nuestra vida con rumbo desconocido, acompañados en un principio por marineros y marineras mayores que han servido de puente para traernos como pasajeros y luego, lanzados en nuestro propio rumbo abordando nuestras naves, recopilando salidas de sol y coleccionando formas de lunas, pensando, añorando que efectivamente, haya una Penélope que teje con hilo de oro irrompible nuestro lazo para regresar a Ella.

Toda una colección de imágenes, sonidos, olores y tactos, a las que vamos buscando espacio para acomodar en ese gigantesco armario y de forma desordenada a la manera de una memoriateca, los catálogos de balbuceos, la colección de intentos para erigirnos en trípode catalejo, bípedo astroinfante retando a la gravedad en un mundo de gigantes, la acometida temeraria del tobogán rojo encendido sin agarraderas, la rueda rueda sin pan ni canela, el terror del primer día de escuela, el astrolabio extraviado del lugar de nuestra casa materna. Con cada flor escogida ἄνθος [anthos = flor] y λέγειν [legein = escoger] que deshojamos del jardín de nuestra vida, empezamos a compilar el gran ramillete selecto de nuestras experiencias con las que construimos leyendas propias y ajenas, unidas, conforman una ἄνθολογία [anthología]. Los primeros jeroglíficos recolectados que nos pasean desde el alfa beta para arribar a la cizañera y rectilínea zeta, nos traduce silbando el trayecto del nombre de las palabras que mencionan al mundo, así, juntando los grafos construimos relatos, leyendas como atisbos de chispas encendidas que arrumamos para dar lugar al fuego: el verbo presuroso abriéndose paso. Des-encubrimos runas para caer en frases acomodadas desde el pensamiento, el sacro ejercicio está aquí investido de Tiresias mostrando lo oculto.

En Mesopotamia, reside Innana la Diosa-Madre, fuente de vida, ente poderoso y totalizador y como sus inicia-

dos estamos emprendiendo un viaje por los diversos caminos que llevan al inframundo, a la manera de la misma metáfora de la vida, pobladas de las angustias y las inquietudes existenciales, sumergidos dentro de los miedos vitales y también de las esperanzas y alegrías que pueden conducirnos a una comprensión total del universo propio, individual y ajeno o simplemente a la catarsis del soliloquio profundo.

Es una carta de la Diosa la que nos inaugura en esta expresión que construye nuestra primigenia manera de ver al mundo poblado por un árbol sagrado donde se establecen tres criaturas: en sus raíces una serpiente; en el tronco un lilitu, un espíritu femenino, y en sus ramas un ave Anzu, representando los tres Mundos (inframundo, tierra y aire) y los ciclos de nacimiento, vida, muerte y regeneración. Expulsados de este paraíso, los seres humanos, de ahora en adelante, no contaríamos más con Inanna y este Árbol del Mundo se negará a mantener el ciclo de vida, muerte y regeneración, rompiéndose el eterno ciclo de nacimiento, vida, muerte y renovación, sustituido por una percepción lineal de la vida como nacimiento y muerte, teniendo el inevitable viaje al inframundo como final absoluto. Con la llegada de Enlil, entidad masculina, la esencia regenerativa y totalizadora de lo femenino se ha perdido.

A partir de este relato inaugural de los hechos en los tiempos, repetido a fuerza de no perder la memoria que nombra la historia de la humanidad, nacen los escribas, artesanos de las tablas de arcilla construidas en planchas de marfil enceradas, rollos de cuero y el añorado papiro, donde posteriormente depositaban órdenes, cuentas y declaraciones de guerra o de armisticio encargados a los mensajeros, carteros milenarios que fungieron como rebotes del viento encausado a la entrega de los mensajes inscritos. Fulminadores de las distancias.

A través del proyecto Cartas sobre la mesa nos adentramos en la escuela de escribas buscando las tablillas para recuperar el aprendizaje de técnicas básicas de moldear y sostener la tablilla y el estilete, desde el soplo inicial estudiamos el silabario para aprender el equivalente del abecedario, jugamos al símbolo, escribimos el signo y lo pronunciamos, liberando lo que nos habita retrayendo al verbo a nuestra boca que una vez suelto y sin amarras, navega como barca tripulada por el éxtasis del mar de las palabras alborozadas protoliterarias y pictográficas.

Letras que parieron las mezclas culturales a través de los siglos pariendo a la escritura, danza de la memoria que busca otro para allegarle palabras, edificando aventuras, la Fundación Enfances 2/32, presenta las Cartas sobre la Mesa, una antología que preguntará por el lugar del sentimiento.

Carta como sinónimo de epístola, la primera devenida del griego “khartes”, soporte sobre el que se escribe, ondeante papiro, papel, la flor a la que únicamente accedía el rey para depositar la imagen de su poderío. Hoy igual al ‘papiro, carta mapa, carta naútica, carta certificado, Cartas sobre la mesa se presenta como una carta lienzo o mundo en blanco para plasmar-nos desde dentro.

Cartas haciendo historia, género del discurso convertido en literario, arraigo sin mordaza de la vida cotidiana que evidencia una realidad ineludible invadiendo como conquistadora invocada o no, las señales de desaliento y de esperanza, claros en medio del bosque vivencial de la necesidad comunicativa de una sociedad que ha evolucionado hacia las telecomunicaciones que hoy en día conocemos.

Diálogo lanzado al viento como instrumento para superar al espacio, detener la marcha del voraz Kronos, canto ritual tejiendo los acontecimientos a la manera de héroes que se detienen en letras perennes en procesión de presencias, un diálogo diferido venciendo obstáculos, devenidos antes del mito, del canto ritual y del texto físico. Niños y niñas investidos de escribas, son cronistas oficiales de los hechos de este país en perenne guerra, redactores históricos viajando por el mundo, oteando barrios y ciudades, auscultando los sentimientos que nos impulsan a romper el dique del pensamiento y como otrora, componiendo sus cartas con cañas afiladas sobre tabletas de arcilla, como cuando eran ágrafos, rayando las cuevas primitivas para que el olvido no arrase su rastro como espejo de sí en ejercicio de la memoria que navega por la conciencia.

La Fundación Enfances 2/32 recoge como una jardinera atemporal, las cartas sobre la mesa, más allá del ejercicio escritural, es la tentativa de re-correr los escenarios del tejido social y psicológico que han plasmado niños, niñas, adolescentes, madres, padres, abuelos, invitados y voluntarios de diferentes partes del mundo, transparentando la silueta de una época, y quizás la sombra de quien les habita, el inevitable bucle del universo aposentado en la poliexpresión personal que locuciona a las diversas esferas que le afectan, un ágora personalísimo convocando, denunciando, saludando o gritando a la manera de Edvard Munch, el absurdo existencial.

Transgredir el discurso y ponerlo en movimiento, atravesar la historia de los relatos intentando una hermenéutica que se aproxime compasivamente al decir de quien escribe, replantear su reflexión acerca de sus propias ideas, escarbar la escritura en su verdad, ficción, retórica, ingresar a su casa del lenguaje, intentando arrojar la antorcha que se apoya en al subjetividad de quien ha blandido su pluma en pugna sobre un adorno que fue árbol y ahora tábula rasa que invita a rasgar en su lomo el ánimo particular de una centella que se niega a abandonar el cuarto donde habitan los fantasmas para maldecir la ausencia.

Cartas sobre la mesa como muestra de la producción literaria de un ser hecho autor, que desviste una generación, un país, un suspiro, un reclamo, una plegaria, una rabia o la entronización de la carcajada. Las que se detienen en el pórtico de su casa, también otras que abarcan una postura crítica o las que canonizan el acto de la nostalgia.

En Cartas sobre la mesa los emisores han sido Meleagro de Gadara, Filipo de Tesalónica, Diógenes Laercio, Agatías de Mirina, intentando arañar el Shih-ching de Confucio y el Codex Salmasianus…, pretendiendo democratizar el acto parresiasta de las apariciones literarias.

Como lo manifestaría el filósofo Derridá, la carta es el género de géneros, donde se da cita plena de manera entrañable al deseo de comunicar y, además, establece una relación propia, clara e íntima entre el autor y su destinatario, de modo que se origina un diálogo desde una cercanía especial.

Por esa misma razón, desde la butaca del lector, quien no es el destinatario original, tampoco es aquél espectador imparcial, sino el testigo asomado por una ventana por la cual tiene lugar una especie de teatro donde se cruzan conversaciones íntimas, cotidianas.

Capítulo 3

El trasfondo literario en las cartas sobre la mesa

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