La vida afectiva
I.E.S. “Ben – Al – Jatib”. Departamento de Filosofía Prof. Fco Espadas Sotés
La química del enamoramiento
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Una visión biopsicológica del amor
Cuando dos personas se enamoran se dice que entre ellas hay química; no es solo una metáfora. El laboratorio del sistema nervioso tiene mucho que ver.
¿Estamos tristes porque lloramos o lloramos porque estamos tristes?, esta es una de las preguntas de la psicología científica que no tiene una contestación exacta. Fue el veterano psicólogo Williams James quien hace más de un siglo la formuló provocativamente y quien sostuvo, frente a la lógica aparente, que es el llanto el que provoca la tristeza y no al revés. No era descabellado, hoy se sabe que lo emocional tiene orígenes físicos muy poderosos y se reconoce, sin mucho romanticismo, que las tormentas sentimentales como la ira, los celos o el enamoramiento se gestan en el cerebro por el efecto de sustancias nerviosas apenas apreciables. Nuestro cuerpo es una máquina fantástica compuesta de elementos visibles (piel, cabello…), otros menos visibles (páncreas, huesos…) y otros casi desconocidos (hormonas, neurotransmisores…), cuya incidencia, sin embargo, es clave en la inteligencia, la memoria, el aprendizaje o los sentimientos. Es en el laboratorio del sistema nervioso donde estos elementos bioquímicos “fabrican” el amor.
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Fuente: www.psychologies.com
La vida afectiva
I.E.S. “Ben – Al – Jatib”. Departamento de Filosofía Prof. Fco Espadas Sotés
Una revolución psicofísica Es verdad que si alguien pretende encontrar el amor en el cerebro no lo va a conseguir, tampoco si busca la generosidad o la valentía, pero sin cerebro no hay generosidad, valentía ni amor. Entonces, ¿cómo funciona la máquina de pensar y sentir? ¿Cuáles son esas sustancias sutiles y cómo actúan en la mente y cuerpo de un enamorado? A lo largo de la vida nos enamoramos probablemente cuatro o cinco veces; los hay más enamoradizos y menos, pero esa es la media. Estos enamoramientos provocarán una revolución psicofísica capaz de crear un alto nivel de satisfacción y, en algunos casos, de cambiar el sentido de la existencia. Se puede decir, sin duda alguna, que un enamorado que es correspondido es feliz. Feliz y transformado físicamente, porque el amor es como una enfermedad, que afecta a casi todo el cuerpo. El sistema nervioso autónomo de un enamorado pone en jaque músculos, intestinos, corazón, vello, pupilas, vejiga, genitales… Todo está involuntariamente desbordado, todo desobedece a la razón. Oxitocina y dopamina Los principales responsables de esta conmoción son precisamente los neurotransmisores, unas sustancias producidas por las células nerviosas, desconocidas hasta hace unas décadas y que inciden en enfermedades como el Alzheimer, el Parkinson, la depresión y, en general, en el ámbito emocional. Cuando una persona se siente atraída por el encanto de otra, simultáneamente dos neurotransmisores están actuando en su cerebro. El primero es la oxitocina, clave en el establecimiento de los vínculos afectivos. Las mujeres y las hembras de los mamíferos la segregan como estimulante de las contracciones del parto, del amamantamiento y de la conducta de protección a las crías. A los humanos enamorados la oxitocina, llamada también “hormona del apego”, les despierta el deseo de pasar largo tiempo juntos, sin sentir cansancio, sueño ni agotamiento. La oxitocina es, probablemente, responsable no solo de abrazos, encuentros y ternura, sino de cartas amorosas y llamadas telefónicas reiteradas y quizá de alguna locura de amor, esas que se hacen solo por estar un rato a escondidas o por robar un beso apasionado. El otro neurotransmisor es la dopamina, que juega el curioso papel de alterar el esquema vital y trastocar las prioridades. La dopamina potencia la actividad del cerebro interno, donde se procesan las emociones, y rebaja la preponderancia de la corteza cerebral, que es donde se procesa el pensamiento racional. Gracias a la dopamina, a los enamorados les importa mucho más sus sentimientos que su cuenta corriente, mucho más una mirada apasionada que un éxito laboral. Pero, por suerte o por desgracia, el período de enamoramiento intenso –o de “imbecilidad transitoria”, como dice Ortega y Gasset– es breve y los neurotransmisores pronto dejarán de condicionar tan rotundamente la vida de los enamorados. Sin embargo, mientras eso sucede, la dopamina minimizará sus problemas y ellos se sentirán no solo felices, sino guapos, fuertes y hasta buenos. Y lo serán, porque el amor hace dar lo mejor de cada uno de nosotros.
La vida afectiva
I.E.S. “Ben – Al – Jatib”. Departamento de Filosofía Prof. Fco Espadas Sotés
Síntomas de una adicción Esta sensación de fortaleza y optimismo se refuerza también por el efecto de otro elemento del laboratorio cerebral, la feniletilamina (PEA), cuya actuación es parecida a las anfetaminas. La acción de PEA ha sido estudiada por los investigadores Klein y Lebowitz, del Instituto Psiquiátrico de Nueva York, que sostienen que los adictos al amor se parecen en cierto modo a los adictos a las drogas, ya que unos y otros se habitúan a su emoción, o a la droga que la provoca, y su intensidad va desvaneciéndose, necesitando cada vez más estímulos. Sostienen igualmente que la revolución química y orgánica no solo la provoca el cariño, sino su cara contraria; es decir, el desamor, los celos, la inseguridad o el miedo a la pérdida de la persona amada. Esa es la razón por la que la pérdida potencial o real del amor tiene efectos similares al síndrome de abstinencia. Una persona que ha visto desbaratarse su pareja verá alterado su equilibrio orgánico, probable mente pierda peso, tendrá insomnio, se sentirá deprimida y su sistema inmune se debilitará. En las pasiones de respuesta intensa y repentina también actúan otros mensajeros químicos muy poderosos, la adrenalina y la noradrenalina, que son segregados por las glándulas suprarrenales. Durante el período de fogosidad amorosa, estos elementos provocan los cambios físicos más evidentes; por ejemplo, el aumento de la frecuencia cardiaca, la respiración agitada, la tensión muscular, la sudoración, la falta de ganas de dormir y, por supuesto, las reacciones propias del deseo sexual. En la química de la conducta sexual también interviene muy directamente la testosterona que producen los varones y, en menor medida, también las mujeres. Esta hormona es la responsable de la erección y su mantenimiento, así como de la lubricación vaginal. Pasado cierto tiempo las cosas cambian. La investigadora Cindy Hazan, de la Universidad de Cornell, en Nueva York, sostiene que los humanos se encuentran biológicamente programados para sentirse apasionados solo entre 18 y 30 meses. Es cierto, un organismo no puede soportar largamente esta algarabía psicofísica y quizá suceda lo que sostenía Williams James, que al decaer la potencia de la química afectiva, decaiga la efervescencia del amor. Sin embargo, el laboratorio todavía no se clausura. Y llegan las endorfinas Tras la fase de enamoramiento surge otra distinta, la pareja se amará a partir de ahora de modo sosegado, pacífico y seguro y este sentimiento se potenciará por la acción de las endorfinas, una especie de opiáceos que el organismo genera de modo natural y que también se producen por la práctica de actividades placenteras, como el baile o el deporte. Según la misma investigadora, los hombres son más susceptibles a la influencia de todas estas sustancias que las mujeres; ellos se enamoran más y más rápidamente que ellas. ¿Será verdad? Lo que sí es verdad es que el declive de la química en unos y otras no anula necesariamente el amor: no se deja de amar cuando se deja de estar enamorado. Hay quien dice que “el amor es ciego y el matrimonio le devuelve la vista”, pero tampoco estaría mal si lo que “se ve” es un cariño sólido salpicado de momentos de pasión.