Número de página HISTORIA DE LA FILOSOFÍA PARA BACHILLERATO VIII. Hume
HUME
1.
BIOGRAFÍA
El empirismo, cuyas bases fundamentales habían sido establecidas por John Locke (1632-1704) , con quien alcanza su máxima consolidación el empirismo moderno, dva a alcanzar su desarrollo último y definitivo con la filosofía de David Hume Él va a romper definitivamente con la tradición metafísica occidental, que se extiende a lo largo de una dilatada época que va de Heráclito a Descartes, para iniciar un movimiento que conduce a las modernas filosofías antimetafísicas.
Hume en un retrato de A. Ramsey cuando el filósofo tenía 53 años de edad
David Hume nació el 7 de mayo de 1711, en Edimburgo (Escocia), un año antes que Rousseau y muy pocos antes que Kant. De hecho, Hume es el representante más destacado de la Ilustración inglesa, de la que adoptó alguno de sus principios básicos, como por ejemplo, el afán por depurar el conocimiento de todo prejuicio y superstición.
Cursó estudios en la Universidad de Edimburgo, donde ingresó con tan sólo 12 años, pero en 1734 se trasladó a Francia, concretamente al colegio de La Flèche (donde también estudió Descartes. Fue en esta etapa en la que escribió su obra más importante, Tratado sobre la naturaleza humana (3 volúmenes, 1739-1740), que constituye la síntesis de su pensamiento. Ésta pasó desapercibida y, como dijo el propio Hume, "nació muerta", tal vez por culpa de su estilo abstruso1. Tras el fracaso del Tratado Hume tuvo que atraerse la atención del público por medio de una serie de ensayos menores, antes de encontrar alguna consideración. Posteriormente, decidió reelaborar los temas y problemas del Tratado y así, en 1748 publicó la Investigación sobre el conocimiento humano (que refunde la primera parte de su primera obra), y en 1751 sacó a la luz la Investigación sobre los principios de la moral (en la que se vuelven a tratar los temas del libro tercero del Tratado). Tras aspirar por dos veces, de forma infructuosa, a a una cátedra en la Universidad de Edimburgo, Hume aceptó un puesto como bibliotecario en esa misma ciudad. Allí escribió una Historia de Inglaterra (seis volúmenes que fueron apareciendo por entregas) que le haría rico y famoso. Más tarde, como secretario del embajador británico en París, fue exaltado en los círculos ilustrados franceses y entabló amistad con pensadores como Rousseau (con quien acabó rompiendo entre una catarata de mutuos reproches y acusaciones), Voltaire o Diderot. Ocupó luego un alto cargo en el gobierno inglés, en Londres, pero pronto se cansó de la vida pública y se retiró a Edimburgo, donde pasó los últimos años de su vida, hasta su muerte, ocurrida en 1776, rodeado de sus amigos y seguidores.
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Abstruso, sa. (Del latín abstrusus, oculto) adj. Recóndito, de difícil comprensión o inteligencia (Diccionario RAE)
© Francisco Espadas Sotés/Alfonso Ortiz Vida
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2. La investigación del conocimiento Como ya le Todos lo que la mente contiene son sucediera a Decartes, la filosofía de Hume impresiones o ideas. Las primeras son vivas e parte de un vivo intensas (como los interés por sentar las colores que la niña bases del conocimiento percibe de su cuadro); Humano. Hume, al las segundas son copias igual que el pensador atenuadas de las francés, era consciente primeras (como la de las dificultades que imagen que la niña tiene entraña la búsqueda del cuadro que está de un conocimiento pintando cuando cierra seguro, sobre todo en los ojos). el ámbito de la Ambas tienen su origen filosofía, donde las en la experiencia disputas seculares y las contradicciones son constantes. Hume considera – como ya hizo Descartes – que antes de abordar la investigación de cualquier tema hay que investigar el conocimiento mismo para no repetir el error de la que él llama “filosofía abstrusa” (comprende todo el pensamiento anterior él): no haber considerado los límites y exigencias de nuestro conocimiento, no haber tenido en cuenta la fragilidad de la razón humana y, sim embargo, lanzarse temerariamente a indagar temas y cuestiones inasequibles. El resultado ha sido el más estrepitoso de los fracasos. Por consiguiente, Hume invita a la “nueva filosofía” a estudiar primero el ser humano y a sus capacidades. Sólo de esta manera podrá saberse si sus descubrimientos y aportaciones tienen o no garantía. Impresiones e ideas. El principio de correspondencia. Hume parte de los mismos presupuestos de su antecesor, Locke:
La experiencia es el origen de todos nuestros conocimientos: todo lo que la mente contiene (ideas, conceptos) procede directa o indirectamente de los sentidos. La mente humana es incapaz de crear, por sí misma, ni una sola idea original (Negación de la existencia de ideas innatas).
1.
Los datos sensibles son el límite de todos nuestros conocimientos: cualquier idea o concepto que no proceda directamente de los sentidos, tiene que ser rechazada inmediatamente por falsa.
Hume llama “percepciones” a cualquier elemento de nuestro conocimiento, es decir, a cualquier cosa que pueda presentarse a la mente, sea que empleemos nuestros sentidos, o que nos impulse la pasión, o que ejercitemos nuestro pensamiento y reflexión. Todas las percepciones tienen, siguiendo el principio expresado más arriba, un origen empírico Las percepciones se dividen en dos tipos:
a) Impresiones. © Francisco Espadas Sotés/Alfonso Ortiz Vida
Número de página HISTORIA DE LA FILOSOFÍA PARA BACHILLERATO VIII. Hume Denomina Hume “impresiones” a aquellos datos que son recogidos directamente por los sentidos y que, por lo tanto, se presentan a nuestra mente con fuerza y viveza. Bajo este nombre quedan comprendidas todas nuestras sensaciones, pasiones y emociones. Así, esta página llena de letras que tienes encima de tu mesa, la mesa misma y la alegría que sientes porque estás acabando el trabajo y te vas a tomar una cañita de cerveza, son impresiones. Las impresiones no representan nada por sí mismas ni remiten a ninguna cosa; se tienen, eso es todo. Las impresiones son, para Hume, los objetos inmediatos de nuestro conocimiento. De los ejemplos anteriores, los dos primeros corresponde a impresiones complejas (son descomponibles en otras más elementales); pero también las hay simples (átomos del conocimiento. No se pueden descomponer en otras más elementales): el color negro que veo resaltar sobre una superficie rectangular blanca, el sonido del teclado que escucho mientras escribo, son impresiones simples.
b) Ideas. Llama Hume “ideas” a las percepciones que son, en el pensamiento, imágenes débiles de las impresiones. Así, si cierro los ojos y trato de imaginar la página que estoy escribiendo lo que sobreviene a mi mente es una idea. Como puede apreciarse, la única diferencia que media entre la impresión y la idea es su distinto grado de fuerza y vivacidad, en todo los demás coinciden de manera perfecta. Las ideas se dividen, al igual que las impresiones, en simples y complejas. Las primeras no admiten división ni separación, no así las segundas. Toda idea simple deriva de su correspondiente impresión simple, a la cual representa y copia. No hay, pues, ideas innatas. Esta ajustada equivalencia entre impresiones e ideas, en todo excepto en su grado de fuerza y vivacidad, ha dado en llamarse “principio de correspondencia”, que establece que a toda idea le corresponde una impresión en la cual se origina. El principio de correspondencia tiene una decisiva importancia dentro de la filosofía humeana, pues funciona como un auténtico criterio de certeza, gracias al cual podemos establecer qué ideas son verdaderas y legítimas (las que deriven directamente de su correspondiente impresión) y cuáles otras, por carecer de relación directa con una impresión, no son más que ficciones, ideas falsas que hay que rechazar de una sana filosofía. No quiere decir con esto Hume que algunas de nuestras ideas se generen al margen de las impresiones (eso sería vulnerar el principio empirista admitiendo la existencia de ideas innatas), sino que determinadas ideas complejas se corresponden sólo indirectamente con impresiones, pues son el resultado de la asociación mental de otras ideas (por ejemplo, la idea de Pegaso, mezcla de las ideas de caballo y de ave) que sí derivan, en última instancia, de impresiones (para forjarse la idea de Pegaso primero hay que tener las impresiones de caballo y de ave). Pues bien, esas son las ideas que debemos considerar falsas 2.
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Como dice Jostein Gaarder (“El Mundo de Sofía”, p. 236), ninguna idea ha sido inventada por la mente; ésta utiliza “tijeras” y “pegamento” para construir ideas falsas.
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Los conocimientos válidos: relaciones entre ideas y cuestiones de hecho. Ya hemos visto cómo para Hume todo lo que la mente humana contiene se reduce a impresiones y a ideas de impresiones. Ahora bien, el entendimiento humano no se conforma con eso sino que amplía el caudal de sus contenidos enlazando esas percepciones entre sí y elaborando de ese modo juicios 3 o afirmaciones. Al comienzo de la sección IV de una de sus más conocidas obras 4, Hume establece una famosa y decisiva distinción entre los dos tipos o modos válidos de conocimiento. De acuerdo con esta clasificación, todo el saber posible se reduce al conocimiento de las “relaciones existentes entre las ideas” (relations of ideas) y al conocimiento factual, “de hechos” (motters of fact). Cualquier otro tipo de “conocimiento” es un pseudoconocimiento.
Relaciones entre ideas. Proposiciones como “la suma de cuatro y cuatro es igual a ocho”, “tres veces cinco es igual a la mitad de treinta”, o “el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma del cuadrado de los catetos” son proposiciones que tienen curiosas coincidencias entre sí: No expresan conocimientos que tengan que ver con hechos, dado que…
1.
Su verdad o falsedad es independiente de lo que pase en el mundo (se determina puramente a priori). Como dice Hume “aunque nunca hubiera habido un círculo o un triángulo en la Naturaleza, las verdades demostradas por Euclides conservarían siempre su certeza y evidencia”.
2.
Son analíticas (el predicado está incluido en el sujeto)
3.
El conocimiento que expresan no admite excepciones (es universal y necesario).
4.
Conocimientos de este tipo constituyen la ciencia matemática (también hay otras semejantes en lógica)
Cuestiones de hecho. Aparte de las relaciones entre ideas, nuestro conocimiento puede referirse a los hechos mismos. Observad estas proposiciones representativas: “El hidrógeno es menos pesado que el aire”; “los cuervos son negros”; “si llueve, crecerá la hierba”; “el agua hierve si se calienta a 100º”. Todas ellas tienen características comunes y opuestas a las que expresan relaciones entre ideas: 5.
Tienen que ver con hechos, no con ideas, dado que…
6.
Su verdad o falsedad sólo se puede descubrir recurriendo a la experiencia (a posteriori)
7.
Son sintéticas (el predicado no está contenido en el sujeto).
8.
El conocimiento que expresan es contingente (admite excepciones).
9.
Conocimientos de este tipo constituyen la Ciencia Natural (Física, Química, Biología…)
Obsérvese que el conocimiento de hechos no puede tener otra justificación que la experiencia, las impresiones. De este tipo de conocimiento nos ocuparemos en la explicación que viene a continuación.
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Juicio: Operación del entendimiento, que consiste en comparar dos ideas para establecer sus relaciones Investigación sobre el entendimiento humano.
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3. EL ALCANCE DE LA CIENCIA. Crítica a la idea de causa Recordemos que al establecer el principio de correspondencia Hume estaba sentando las bases de un empirismo radical: ¿queremos saber si una idea cualquiera es verdadera? Muy sencillo: comprobemos si tal idea procede directamente de alguna impresión. Si podemos señalar la impresión correspondiente, estaremos ante una idea verdadera; en caso contrario, estaremos ante una ficción de nuestra mente. Apliquemos ahora este criterio a nuestro conocimiento sobre los hechos (del conocimiento sobre las relaciones entre ideas poco más podemos decir puesto que en él no se contiene ningún dato acerca de la realidad). Aplicando este criterio en sentido estricto Hume descubre que nuestra evidencias se reducen a aquellos hechos que tanto las impresiones actuales como nuestro recuerdos de ellas (ideas) pueden garantizar: los hechos que ocurren en el presente o que ocurrieron en el pasado . Que el sol salió ayer y que está saliendo ahora mismo; que ayer me quemé al poner la mano en el fuego y que me estoy quemando ahora mismo cuando la pongo, son certezas originarias garantizadas por la experiencia. Pero ¿qué ocurre con nuestros conocimientos sobre hechos futuros? Aplicando el criterio empirista habría que Nuestra suposición de que una bola de billar que golpea a decir que sobre ellos no podemos saber otra invariablemente producirá su desplazamiento, es un absolutamente nada, ya que no poseemos simple producto del hábito mental. impresión alguna de lo que sucederá en el futuro (¿cómo íbamos a poseer impresiones de lo que aún no ha sucedido?). Ahora bien, es incuestionable que en nuestra vida contamos constantemente con que en el futuro se producirán ciertos hechos: vemos caer la lluvia a través de la ventana y, si vamos a salir a la calle, cogemos el paraguas contando con que, como siempre, la lluvia nos mojará; colocamos un recipiente de agua sobre el fuego, contando con que se calentará; sentimos un fuerte dolor de cabeza y nos tomamos una aspirina contando con que se nos pasará. Sin embargo, solamente tenemos la impresión de la lluvia cayendo, del agua fría sobre la llama y del terrible dolor de cabeza. ¿Cómo podemos estar tan seguros de que posteriormente tendremos las impresiones de los objetos mojados, del agua caliente y del bienestar corporal? Hume observó que en todos los casos en los que tratamos con hechos, nuestra certeza acerca de lo que acontecerá en el futuro se basa en un razonamiento causal: estamos seguros de que las cosas bajo la lluvia se mojarán (en vez de ponerse azules, por ejemplo), de que el agua se calentará (en vez de enfriarse más, por ejemplo) y de que el dolor de cabeza me desaparecerá (en vez de crecerme el pelo, por ejemplo) basándonos en que el agua, el fuego y la aspirina producen respectivamente estos efectos. Decimos que la lluvia es causa, que el fuego es causa y que la aspirina es causa y sus respectivos efectos son el mojarse, calentarse y aliviar el dolor de cabeza cuando uno caiga bajo su acción. La idea de causa es, pues, la base de todos nuestros razonamientos acerca de hechos sobre los que no tenemos una impresión actual. No es difícil comprobar la importancia de esta idea para nuestro conocimiento de la realidad: la ciencia, y todo su poder predictivo, está íntimamente ligada a ella; de ella se deriva nuestro concepto de “ley de la Naturaleza” como una conexión inquebrantable entre una causa y su/s correspondiente/s efecto/s; en ella se sustentan todas nuestra expectativas sobre la concurrencia de hechos en el futuro. Puesto que entre la causa y el efecto existe una conexión necesaria (es decir, que no
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Número de página HISTORIA DE LA FILOSOFÍA PARA BACHILLERATO VIII. Hume puede dejar de darse), podemos conocer con certeza que el efecto se producirá necesariamente si se da la causa. Sin embargo, ¿por qué admitimos sin más la veracidad de dicha idea? ¿y si sólo se trata de una ficción de nuestra mente? Una idea verdadera es, decíamos, aquella que se corresponde directamente con una impresión. Pues bien, ¿tenemos alguna impresión directa que se corresponda con nuestra idea de conexión necesaria entre hechos o sucesos? Hume recurre a la experiencia para dar validez a este supuesto conocimiento y descubre que de la conexión causal entre dos acontecimientos no hay ninguna impresión: Si nosotros observamos fenómenos de los que se afirma que están conectados causalmente, lo único que podemos comprobar empíricamente, viene a decir Hume, es una secuencia constante de los mismos, no una conexión necesaria entre ellos. Si prestamos atención al movimiento de una bola de billar A, tras un recorrido, choca con la bola B, la cual, a continuación del choque, se desplaza igualmente. En todo este proceso, ¿qué es lo que en rigor se muestra a nuestros sentidos? Según Hume estos tres fenómenos: movimiento de la bola A; choque con la bola B; desplazamiento de la bola B. Esto es todo lo que la observación y la experiencia puede proporcionarnos. Jamás, por tanto, nos proporciona idea alguna de la conexión necesaria entre los movimientos de la bola A y B. A la experiencia, estos fenómenos se le dan constantemente unidos pero no necesariamente conectados. Ahora bien, la observación repetida de objetos constantemente unidos en el espacio y el tiempo origina en nosotros un hábito o costumbre que nos hace creer que una simple sucesión de acontecimientos repetidamente observada en el pasado se volverá a repetir siempre en el futuro.
Ciencia y probabilidad Si la idea de causalidad deriva de una creencia, inevitable pero injustificada, en el curso “regular” de la naturaleza, que adquirimos por la costumbre (no nacemos con una serie de expectativas innatas sobre cómo es el mundo o como se comportarán las cosas del mundo, sino que lo vamos aprendiendo), habrá que concluir que nuestras seguridades sobre el comportamiento real de la naturaleza son inexistentes . La tarea de descubrir la “leyes inquebrantables de la naturaleza” (aspiración de la ciencia) es imposible. Sin presuponer que tales leyes no existen, lo que Hume viene a decirnos es que nuestra experiencia – y mucho menos nuestra razón – es incapaz de captarlas y que, por lo tanto, exclusivamente nos guiamos por seguridades “psicológicas” a la hora de predecir acontecimientos: a más casos de contigüidad observados, más seguridad de que dicha contigüidad se repita en el futuro. Nos movemos en el terreno de las posibilidades, y una posibilidad no es ni verdadera ni falsa, es simplemente una posibilidad (“Todo lo que concebimos es posible. De lo que es posible nunca puede demostrarse que sea falso” ). Así es como Hume considera el alcance de la ciencia natural. El análisis de Hume viene a demostrar que nuestra conducta – y la ciencia natural – están basadas en una especie de “fe natural” que tiene más fuerza que ningún razonamiento: aunque sepa que sólo existe una posibilidad de que me queme al acercar la mano a la estufa, ¿acaso no retiraré instintivamente la mano cuando vea demasiado próxima la llama? ¿Me tomaré a broma que el tabaco es la “causa” principal del cáncer de pulmón, sólo porque Hume me haya demostrado que no puede existir conexión necesaria entre una cosa y la otra, y que tan posible es que mis veinte cigarrillos diarios desarrollen en mí un cáncer como que no lo provoquen? En la práctica, piensa Hume, no es realmente grave saber que nuestra certeza acerca de hechos no observados no se apoya, pues, en un conocimiento de éstos, sino en una creencia, puesto que tal creencia y certeza es justificable desde este punto de vista (podríamos nosotros decir, “evolutivo”) y nos sobra y nos
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basta para vivir. Sin embargo, Hume advierte que no todas nuestras creencias sobre hechos no observados son justificables:
Es naturalmente justificable señalar como causas de determinados sucesos a otros sucesos de cuya coincidencia con los anteriores hemos tenido constancia empírica (impresiones) en el pasado (p.e. “suponer” que esta llama que estoy viendo me quemará la mano si la acerco a ella), siempre y cuando hayamos acumulado un número suficiente de experiencias en una gran diversidad de situaciones, y no nos lo tomemos en plan dogmático (es decir, no pensemos que es “necesario” que ocurra).
No es naturalmente justificable señalar como causas de determinados sucesos observables a ciertas “entidades” de las que, por definición, no es posible tener impresión alguna. Para Hume, la creencia en Dios, en la sustancia material y en el Yo o el alma (los tres pilares de toda la Metafísica) es una creencia injustificada, basada en un mal uso del razonamiento causal (veremos con detalle estas conclusiones en el apartado siguiente). El resultado de la filosofía empirista de Hume es una clara recomendación de que adoptemos una sana postura escéptica frente a todo tipo de dogmatismo (científicos, religiosos, también morales y políticos) que bajo la apariencia de “racionalidad” atenazan al hombre, lo confunden, atemorizan y dominan :
“Una de las misiones principales de los filósofos es la de advertir a la gente que no saque conclusiones demasiado precipitadamente. De hecho, algunas de éstas han dado origen a muchas formas de superstición (…) ves a un gato negro que cruza el camino. Un poco más tarde, ese día, te caes y te rompes el brazo. Pero no significa que haya ninguna relación causal entre esos dos sucesos. Sobre todo es importante no sacar conclusiones precipitadas. Aunque mucha gente se cure después de haber tomado una determinada medicina, no significa que sea la medicina la que los haya curado. Así pues, es preciso contar con un gran grupo de personas que crean haber recibido la misma medicina, pero que en realidad sólo están tomando harina y agua. Si también esas personas se curan, tiene que haber un tercer factor, por ejemplo la fe en la medicina que las ha curado5” (Jostein Gaarder, “El Mundo de Sofía”, p..336) En el siguiente gráfico se resume la consideración final de Hume respecto a los saberes humanos:
4. La negación de la metafísica. El principio empirista de Hume según el cuál toda idea válida ha de provenir directamente de una impresión ha problematizado la validez de la ciencia y supondrá un rechazo total de la metafísica. La metafísica, o sea, aquella disciplina que pretende investigar y descubrir por descontado a priori) la naturaleza última de la realidad, no puede enmarcarse en ninguna de las dos categorías en que Hume ha clasificado el conocimiento válido: relaciones entre ideas o cuestiones de hecho. La Metafísica ni trata de relaciones entre ideas o conceptos (ningún filósofo clásico estaría dispuesto a admitir que “Dios”, “El Universo”, “El alma” son simples “conceptos”), ni, en un sentido estricto, podemos decir que trate de fenómenos o hechos que se puedan investigar experimentalmente. Por tanto, afirma Hume, la Metafísica no es propiamente conocimiento sino opiniones sin consistencia ni fundamento “que deben ser arrojadas al fuego puesto que no contienen mas que sofismas y engaños
Crítica a la idea de sustancia La metafísica, sobre todo desde Descartes, se ocupa básicamente de la idea de sustancia, ya sea la sustancia extensa (mundo), la sustancia infinita (Dios) o la sustancia pensante (alma). Hume volverá a aplicar
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Nota de los profesores: ¿qué os parece si sustituís “medicina” por “curandero”?
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Número de página HISTORIA DE LA FILOSOFÍA PARA BACHILLERATO VIII. Hume su criterio de validez (la inferencia causal sólo es aceptable entre impresiones) para revolucionar el panorama filosófico tradicional. Veamos cómo lo hace.
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Crítica a la idea de sustancia extensa. Locke había constatado la incognoscibilidad de la sustancia extensa, llamándola “un no-sé-qué” cuya existencia debo suponer como soporte de mis sensaciones; Berkeley había ido más lejos negando directamente la existencia de la materia. Para Hume, la idea que tenemos de sustancia material como el soporte de las cualidades que causan nuestras impresiones, no tiene base empírica. Si la analizamos detenidamente nos daremos cuenta de que, al margen de impresiones como olores, sabores, sonidos, texturas..., no contamos con ninguna impresión de la entidad que se supone que permanece como soporte de esas cualidades: yo no conozco un libro que está ahí delante, sino que tengo una serie de impresiones, su color, su olor, su tacto. La idea de sustancia material es una invención de nuestra imaginación, dirá Hume.
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percibo la sustancia – p.e. “la naranja” – ?. Si es Crítica a la idea de sustancia infinita. La idea percibida por los ojos, será un color; si por los que tenemos de Dios es la de un ser (sustancia) oídos, un sonido; si por el paladar, un sabor. infinito con todas la perfecciones posibles: ¿Puede alguien afirmar que la naranja no es algo omnipresencia, omnisciencia, omnipotencia... más que un color, un sonido o un sabor? Ahora bien, si aplicamos el criterio de correspondencia, nos tenemos que preguntar de qué impresión deriva una idea como la de infinitud. Obviamente, dirá Hume, de ninguna ya que, por definición, cualquier impresión es particular y concreta. Por lo tanto, la idea de sustancia infinitamente perfecta se queda sin impresión que la legitime, y hay que concluir que no puede existir ningún tipo de conocimiento (ni teológico, ni filosófico, ni científico) de Dios.
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Crítica a la idea de sustancia pensante. La existencia del Yo nunca había sido cuestionada por la filosofía:¿cómo se iba a poner en duda nuestra propia identidad, el núcleo de nuestra personalidad, eso que cada-uno-de-nosotros-e, el sujeto que percibe y siente? Incluso el propio Descartes había llegado a la conclusión de que el Yo es objeto de una intución inmediata absolutamente indudable. Hume se pregunta: ¿Cómo podemos conocer la existencia del yo? ¿De qué impresión deriva? De ninguna. Aunque el alma, la mente o lo que quiera que seamos, sea sujeto de impresiones, de ella misma no hay ninguna impresión. Pensamos en el Yo como algo estable e invariable, cuando ninguna de nuestras impresiones es permanente, sino que unas suceden a otras de manera ininterrumpida. “Si alguna impresión originara la idea del yo, tal impresión habría de permanecer invariable a través del curso total de nuestra vida, ya que se supone que el yo existe de este modo. Sin embargo, no hay impresiones constantes e invariables. Dolor y placer, tristeza y alegría, pasiones y sensaciones suceden unas a otras y nunca existen todas al mismo tiempo” (Tratado de la naturaleza humana).
Hume se pregunta: ¿por cuál de mis sentidos
No existe, pues, el yo como sustancia distinta de las impresiones. Sin embargo, cada uno se reconoce a sí mismo a través de sus distintas y sucesivas ideas e impresiones (cuando lees estas páginas tienes conciencia de ser el mismo que antes veía la televisión o escuchaba música; si sólo hay conocimiento de las impresiones e ideas, y éstas –la página, la escena de la película, la melodía- son tan distintas entre sí, ¿cómo es que el sujeto tiene conciencia de ser al mismo?) Para explicar la conciencia de la propia identidad, Hume recurre a la memoria: gracias a ella reconocemos la conexión entre las distintas impresiones que se suceden; el error consiste en que confundimos sucesión con identidad. Hume se dio cuenta de que su explicación no era plenamente satisfactoria, lo que le llevó a una actitud resignadamente escéptica.
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