El lugar del ausente

Page 1

Miguel Vázquez García

El lugar del ausente

PADILLA LIBROS EDITORES & LIBREROS



E



Miguel Vázquez García

El lugar del ausente

J

C

Prólogo de R

R

PADILLA LIBROS EDITORES & LIBREROS SEVILLA


© Miguel Vázquez García © Padilla Libros D.LEGAL SE-4.382-2009 ISBN 978-84-8434-494-0 P L E &L C/. Feria n.º 4–local uno– 41003 S (E ) ediciones@padillalibros.com


PRÓLOGO La poesía es un oír en el silencio y un ver en la oscuridad. M Z .

L

EÍ el primer poema de Miguel Vázquez en 1981, en una de mis clases de Literatura a la que llegó de manos de un alumno de COU del Instituto Menéndez Tolosa, de la Línea de la Concepción. Era un poema dedicado al mes de febrero, al paso del tiempo y a esa brevedad y diferencia que a veces, de manera fatalista, desearíamos tuvieran nuestras vidas. El poema me pareció muy oriental y muy andaluz y se leyó a toda la clase en voz alta, como un ejemplo sencillo de lo que es la percepción del instante, la palabra en el tiempo. Estábamos estudiando a Antonio Machado. –7–


Después conocí al autor de aquel poema con el que entablé una amistad que se ha vuelto más intensa con el paso de los años y la distancia. Recuerdo que leyéndonos mutuamente unos poemas que iban a sernos publicados en una revista malagueña, en la entonces despoblada playa de Bolonia, llegamos a la feliz conclusión, no podía ser de otra manera en aquel marco, de que solamente dejaríamos que nos incluyeran en una supuesta generación de «poetas acuáticos», y con eso queríamos indicar que no estábamos dispuestos a sumarnos a ningún credo ni ropaje, «olas sin nada más», decíamos entonces, citando a Juan Ramón Jiménez. Aquella intención, aquel verso, aquel título, «ola sin nada más», lo entiendo ahora en la distancia, ha tenido el carácter imperativo de una profecía, y desde entonces esa ola que era la poesía, el don, de Miguel Vázquez, ha venido rompiendo en extrañas costas, dejando su espuma sola, y ha vuelto una y otra vez a ahondar en el sentido de la palabra poética, como cantaba Juan Ramón Jiménez. Se suele decir que a quien los dioses otorgan un don le ofrecen también un látigo para disciplinarse. Para Miguel Vázquez el látigo es la pluma con la que escribe, tejiendo el hilo de Ariadna de –8–


la razón poética –de la que habló María Zambrano– la que nos permite visitar el monstruo que nos habita y regresar contándolo y volver, una y otra vez y una vez más, a la poesía, cuando los hombres y bestias del zodíaco están cada vez más contra nosotros. Y hablar sobre los ángeles. Y soñar con el duende. No pretendo en estas breves palabras descifrar las claves secretas de los poemas de Miguel Vázquez, «desmontar» se dice ahora que impera la tecnología, ni siquiera mencionar sus influencias. ¿Cómo hablar en este breve espacio de influencias en la poesía de quien ejerce la profesión de psicólogo con dedicación y finura de artesano y es, a la vez, apasionado y minucioso lector de poesía, y escucha con paciencia y emoción todas las músicas y se mira hasta en los cuadros más abstractos y conversa con todos los que pasan? Prefiero decir solamente: viento, luz, palabra. Porque si hablo del viento, hablo del pneuma, del espíritu que decía Lezama Lima, citando a Orígenes; si hablo de la luz, hablo de la figura, de la forma, de la rosa de la llama, que surge del humo más oscuro y apretado; si hablo de la palabra poética, hablo de comunidad, de sueño compartido.  Y con esto quiero decir que la poesía de Miguel Vázquez me parece a mí, justamente, ese –9–


tipo de poesía en el que el estilo, la tradición, las influencias no son lo contrario del sueño sino que en Miguel todas estas condiciones son apoyos, corceles que permiten cabalgar las palabras al viento, acordes con que las palabras expresan su melodía de sombras.  Sin embargo, por respeto al río de palabras que nos lleva, al mar de las palabras que nos lava y nos ilumina y nos engendra, puedo decir al lector que se sumerja en el libro que aquí encontrará no solo su título inicial El festín de las abejas, aparentemente contradictorio pero complementario con el definitivo El lugar del ausente, sino también múltiples ecos y variaciones y juegos con poemas del libro de la poetisa Trinidad López, Luz de retirada, y al dramaturgo y poeta Antonio Barroso, y la mezquita de Córdoba, Rafael Alberti, Islandia, Vicente Huidobro, Stefan Zweig, Borges, Aitana Alberti, Lezama Lima, Konrad Lorenz, Antonioni, Gonzalo Hidalgo Bayal, Pablo el apóstol, o Isaac Bahevis Singer... Dicen que leer nos hace físicamente más reales, que después se ve, se camina y se actúa de otra manera y eso es lo que le ha pasado a Miguel Vázquez en este libro, ha ido haciendo poesía y a la vez ha aprendido a estar solo y en –10–


silencio, y a disfrutarlo. Porque de esa soledad ha surgido la comunicación; y del derecho a la huida, la aproximación; y de la ausencia, el encuentro. Escribiendo su poesía, Miguel se ha hecho y nos ha hecho a muchos, a los libros y autores que ha leído y a los que le leemos, físicamente más reales, buscadores activos del recogimiento universal, acorde y consonante, como diría fray Luis de León. Miguel Vázquez se ha entregado, se ha dejado arrastrar, poseer por la caridad, por la gracia del lenguaje de los otros, y del pensamiento ordenado ha seguido la recitación, el compás, la conmemoración ritual, como si la poesía fuera el camino, el método de la perdida unidad. Porque el don de la poesía es de todos, de todos los que, dejándose llevar, alguna vez la encuentran. Pero, además, estos poemas tienen la virtud esencial de la fragilidad, en ellos todo queda abierto, múltiple y diverso, la mirada interior se abre hacia los otros y hacia el mundo y luce en un instante como un tesoro, pero luego todo vuelve a ser flor de ceniza, grano de polvo en el espacio, «dame el aliento/ del pájaro y la nube/ y déjame/ ingrávido y celeste/suspendido», dice en uno de sus poemas. –11–


Por eso quiero terminar este prólogo con un verso de Tu Fu, el gran poeta chino de la Antigüedad que mientras oía voces de tragedia y veía peligrar las torres de palacio,«Estoy solo –dijo– y escribo para divertirme». Que los dioses le conserven a Miguel Vázquez la alegría. Y a todos nosotros.

J

C

–12–

R

R


El lugar del ausente



A mi hijo.



Ojalá este libro, nacido entre un cruce de huertos, te lleve a las luciérnagas de Trinidad López –poeta azul y transparente– como a mí me llevaron sus palabras.



1/37

Y tú con las cuencas de los ojos vacías no hallarás obscenidad con la que poder regalarte. Ese y no otro será el precio de la catarsis.

–19–


2/37

Es triste, muy triste la tristeza cuando te alcanza y la sientes tristemente ocupando los espacios del aire, de la sangre, de la palabra, apropiándoselos. Y vas acordando contigo que no es el tiempo la cura, que sólo el olvido prohíbe el festín de las abejas.

–20–


3/37

In memoriam Antonio Barroso.

Este es el escenario y estos los días en los que vamos esparciendo la mirada por la febril tierra de las horas en punto en las que tú y yo quedamos citados para representar el drama de lo deseado no venido y donde el alma y su angustia deshacen la noche.

–21–


4/37

Para que fluya mi voz y tu voz fluya y se adentre y salga de la espesura del alma, de tu alma y la mía, y para que se confundan ambas y ambas se hagan una y se pierdan para siempre y no [regresen nunca y se lancen ditirambos y vivan encantadas [por los siglos de los siglos, cruzaremos clandestinamente la frontera del paraíso. Tantas veces la voz mudada, endeudada, dada a la nada, germen esquivo de naturaleza amarga, suave mortaja la muerte improvisada.

–22–


5/37

A Jaime Rojas Bermúdez.

Yo he bebido de tus ojos como tú de los míos en los días sábado, alrededor de dos sillas vacías. Y he sentido la pena adelgazarse como el agua de lluvia en los días sábado. ¿Qué pretendo ver, me digo, más allá de los lirios? Acaso he venido a presenciar el milagro de la resurrección de tus labios.

–23–


6/37

A Christiane.

Ella se aleja en el tiempo y regresa luego cuando el reloj ha marcado todas las horas del día y tú estás al otro lado del mundo en la endeble y acuática estación de las lágrimas derogando el peor de los decretos no saber nada acerca de su vida.

–24–


7/37

Esta tarde aciaga de noviembre, en la que he oído de nuevo el lamento de la evanescente voz en perpetua llamada de auxilio, vuelvo a no poder imaginar entre espigas de mármol tus brazos extendidos.

–25–


8/37

Cualquier tiempo pasado vimos volar cien pájaros, te digo. Y rodando surcan tus mejillas dos lágrimas que guardabas para salar mis labios del mar que te circunda.

–26–


9/37

Duermes como un beso dado al aire en la tarde triste de los adioses. Adiós definido con un gesto melancólico de la muñeca. Apartado de tus ojos –que se dibujan húmedos– me digo: Contigo se alejan los años vividos y como la primavera vuelas de mi lado, dejándome sólo entre tú y yo, prendido de la nada, el azahar.

–27–


10/37

Mi vida entera se deshoja. ¡Que vengan los que todo lo unen a repoblar de cerezos las horas de vigilia!

–28–


11/37

Cicuta aparte, regresaré al cruce de caminos donde la elección es posible y elegiré discurrir por el gris, tenue, dolorido, temible y silencioso, quimérico y allanado tiempo de tu vida. Tal vez entonces, hermosa mía, la verdad no será necesaria y podremos, sin ambages, entregarnos a la dicha y gozar de ese momento amargo y rojo de abundancia vivido, que mañana es hoy y pasado no hay corazón que resista tanto despilfarro.

–29–


12/37

De este lado del alma se apagan los amaneceres cuando a la hora de los ojos tĂş cierras los tuyos y mi boca que se hace agua declina evaporarse esperando saciar tu boca donde no hallo enigmas ni clave de amargura ni hendiduras en los labios.

–30–


13/37

No te arrepientas, corazón, de amar tanto vacío, de cruzar el oscuro sendero en el que se convirtió mi vida al comer de tu mano la mixtura celeste y ebria de la que están hechos los milagros.

–31–


14/37

Elegir al final de la abundante cosecha. Las lágrimas de Onán. Y mil sepulturas sobre las que clavar la mirada. Los dedos, al fin, entrelazados. El diálogo sacro de la mano. La voz de la mirada. De la palabra no dicha. La música de las otras palabras. La música de las palabras. Acaso la voz, el acento. De los labios que solos no suman un beso. De la densidad de las horas vividas en la espera del otro. Del discurso más allá de la presencia inmaculada. De los días ínfimos. De la imaginación adelgazada por el paisaje goteante. De las jaulas. De los lugares conocidos De este lado del alma.

–32–


15/37

Son las tardes, amor, las tardes abismales de domingo en las que nada ocurre y todo es predecible, tanto como el vuelo de las gaviotas sobre los tejados en dĂ­as de tormenta, las que elijo para no quererte. Suplico, amor, suplico y no anochece.

–33–


16/37

A Jesús Haro.

Retumbe el mar y cuanto lo puebla, el orbe y cuanto en él crece, aplaudan los ríos, aclamen juntas las montañas, quédese el Sol alumbrándonos día y noche, que no dispongo de más tiempo que una vida para andar esa distancia pagana y de hermosos puentes que separa a la palabra de su herida.

–34–


17/37

Cual dragones penitentes las gárgolas se hicieron con las lágrimas y ya nadie pudo llorar la ausencia. El sonrosado color de sus mejillas se lo llevó el viento de poniente, y con la misma fatalidad que vivimos prescindiendo de los escenarios estelares, nos abocamos al llanto agónico, naciente, moribundo, evanescente, impreciso, caudalosamente escueto, de un corazón que late sin sonido. Amanece a este lado del alma en los claros días de invierno donde, si tú no quieres, nada ocurre.

–35–


18/37

En el silencio de la noche En la noche sin luna En la luna sin mar En la mar sin espuma En la espuma más blanca En la blancura más oscura En la oscuridad sin talle En el talle de tu cintura En tu cintura de almidón En tu almidonada blusa Estoy yo huidóbrico jugando a que tú eres mi adorada tuya.

–36–


19/37

Me abracé a ti como a un árbol y como a un árbol te conté todos los secretos. Vaciada el alma de cuanto me afligía y a salvo de los profanadores de tumbas, sentí que no sólo me aliviaste la vida, me la diste. Yo que no sabía beber como los pájaros.

–37–


20/37

Y de nuevo, rozada por el dulce viento del sur, la melodía brotará de los devastados roquedales del alma –escribe Zweig acerca de la resurrección–.

Del libro de Stefan Zweig, Momentos estelares de la humanidad. Traducción de Berta Vias Mahou. Ed. El Acantilado.

–38–


21/37

Yo no soy el oferente ni éstas son las nupcias del perdón, mi alma está a la vista de los contrayentes. A mí no me pidáis el pan y la sal, no es mi alma la estigmatizada ni es mi ánimo el sufriente mendicante de un puñado de alegrías. Con la sabia certidumbre del dónde y del cuándo salidos de tu boca y sin noticias de si alguna vez caducó el pronunciamiento, te digo, yo no soy el oferente, soy la sombra que se detiene frente a la clara evocación del sortilegio y acude solícito al banquete.

–39–


22/37

Si la belleza quedó aquí detenida como un árbol o una casa o un hombre en medio de la lluvia, no seré yo quien ponga en movimiento el río de la vida.

–40–


23/37

Salvo los pájaros nadie osará pervertir con cantos y lamentos el breve sueño del sesteante y ni los pájaros con sus trinos ni las fuentes con el sonido límbico del agua perturbarán a los danzantes que eligieron vigilia y lujuria como sustento en los tórridos días de verano. Zahora

–41–


24/37

De este lado del alma te digo que fuiste para mí, en la hora en la que todos se desdicen, el anillo de agua necesario, el arquitecto de Adriano, la prudencia, la dignidad, todo de cuanto fui despojado.

–42–


25/37

Los días de mi vida debieran darse tregua, como la luz en Islandia.

–43–


26/37

De este lado del alma amanecen días sombríos donde las horas ruedan lentas y salen al encuentro de otras horas. El pensamiento cincela lugares donde el aire no corre ni nadie vuela. Llueve sobre la tarde noche, la temida noche, de soledad sitiada. La tristeza desenvainó tristeza y enarboló un grito de dolor presentido con espanto por los otros: invádame el sol.

–44–


27/37

Van para veinte los años que el otro, el mismo, se fue y su petición de olvido no ha sido satisfecha. Acaso el empeño no lo puso en morir enteramente este muerto duradero y desvalido.

–45–


28/37

Porque los objetos se purifican hasta donde la tierra los cubre, dame el aliento del pájaro y la nube, y déjame ingrávido y celeste suspendido.

–46–


29/37

y siéntate conmigo a ver el viento. R. Alberti A María.

De donde yo provengo el viento manda el sempiterno viento que desafía a toda primavera que se atreva a filtrarse entre la espesa capa de nubes que nos cubre y que nos deja una y otra noche sin estrellas quiero el azul del mar de julio y al gigante de piedra del color del alba y una raya en las aguas de levante que diga que tu luminoso corazón las cruzó a nado.

–47–


30/37

A propósito de la lectura de la novela Paradoja del interventor, de Gonzalo Hidalgo Bayal.

De este lado del alma y a poco menos de tres jornadas para el final de la partida, ruego al interventor que haga cuanto esté en sus manos para que no se cumplan las funestas predicciones del oráculo, anunciando la llegada de otro verano frágil, muy frágil, que irremisible me eleve a la cima del desamparo.

–48–


31/37

Poema lezamiano.

A Macarena Alés.

Todos los días a una hora incierta la mano deja de latir y se tiende escandalosamente sobre el mármol.

–49–


32/37

A Claudio y Marisel.

En el mismo lugar donde guardo las alas rotas de los ángeles, guardaré mis ojos y mis manos y las lágrimas que impregnaron tus labios del sabor de los ahogados.

–50–


33/37

Colgaremos tu curiosidad y la mía como cuelgan sus exvotos los creyentes, con el deseo de aunar paraísos.

–51–


34/37

Yo ando por aquí este agosto en cubierta donde los peces y los pájaros en una lengua de tierra mientras en la espera cuento nubes nubes blancas negras nubes grises nubes de agua de tormenta nubes como casas como campos nubes que vienen de cubrir el mar de bañar de asolar las costas de dar sombra y siguiendo con el inventario cierro el mes y hago acopio de bestias peces y pájaros y continúo contando cada ola que llegue a las playas de poniente cada muerto.

–52–


35/37

A Anabel.

Una advertencia antes de la partida, sujetad bien a Pablo camino de Damasco.

–53–


36/37 …la palabra apenas comenzada… P N .

A Lucía

Enamoreme de ti al verte. Digo, me enamoré de ti con los ojos y quedeme ciego de amor al instante. No hubo otro sentido en este trance. No fue el gusto ni el olfato. No fue el tacto ni el oído. Entonces habríame vuelto loco, pues desconozco el secreto de la contemplación y menos la comunión de los sentidos. Noviembre, 2008.

–54–


37/37

A Baltasar G. G.

Los signos y la sombra. La presencia única, la única mirada posible. La mirada que mira la mirada. La mirada que asiente. La implacable mirada. La pupila marítima. Las huellas del cincel. La mirada que cincela el mármol cincelado. El testigo único. La mirada última. El mármol hecho carne. La mano que se despide de la mano. El ojo que se despide del ojo. El índice que imperceptible se cruza con los labios. En la soledad de San Pedro, el sonido fragilísimo de una campana. Con paso decidido y entre un coro celestial, Michelángelo Antonioni se funde en negro, en el adiós más dulce.

–55–



ÍNDICE



ÍNDICE PRÓLOGO 1/37 2/37 3/37 4/37 5/37 6/37 7/37 8/37 9/37 10/37 11/37 12/37 13/37 14/37 15/37 16/37 17/37 18/37 19/37 20/37 21/37

7 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38 39

–59–


22/37 23/37 24/37 25/37 26/37 27/37 28/37 29/37 30/37 31/37 32/37 33/37 34/37 35/37 36/37 37/37

40 41 42 43 44 45 46 47 48 49 50 51 52 53 54 55

–60–


T

ERMINAMOS de imprimir este libro la jornada XXª del mes de agosto del año del Señor de MMIX, luego lo hemos encuadernado, y todos los trabajos los hemos realizado aquí, en nuestra oficina tipográfica de la calle Feria, n.º 4.





Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.