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Mi madre

Consuelo Gómez

¿Ves aquella rama donde cuelga un nido, donde hay alboroto y hay animación? Una pajarita tiene allí escondido todo el entusiasmo de su corazón. ¿Ves aquella planta con tanta belleza que tiene capullos de lindo color? Es que allí ha dejado la Naturaleza, Madre de las madres, un beso de amor. ¿Ves junto a la cueva, cubil de una fiera, un tigre cachorro que empieza a jugar? Es que muy de cerca la madre lo espera y nada al pequeño puede asustar. ¿Ves aquella casa con una ventana donde siempre hay dicha, calor y amistad? ¡Asómate y mira, una soberana forja los destinos de la humanidad! Tal vez, veas un ángel que con mil cariños arrulla un querube con dulce placer; tal vez una ronda formada de niños que juegan alegres con una mujer. Pero si una anciana miras junto al fuego, porque allí hay un ángel lleno de virtud que está meditando con gran lentitud, detente viajero, escucha este ruego. Está meditando las horas pasadas: un canto de cuna, tierna melodía que alegró sus noches y sus alboradas con la más sincera y bella alegría. Luego ve a unos niños bellos y sonrientes. Luego los ve grandes, fuertes y valientes como a otros no ha visto en la vida jamás, y siente en su pecho dulcísima paz. Pero ya se nublan sus ojos de llanto; el que fue a la guerra, no volvió a venir; otro está muy lejos, y lo quiso tanto que esa ausencia larga la hace sufrir. Los otros formaron sus nuevos hogares. Sólo un hijo ingrato, que fue el más infiel, sintiéndose grande, libre y sin pesares olvidó a su madre con saña cruel. Por eso sus ojos húmedos, marchitos miran fijamente con ansia febril todos los recuerdos, gratos y benditos, que hicieron su vida, plácida y gentil. ¡Dobla la rodilla, espera un momento... que esa madre buena ya camina en pos del trono de gloria que en el firmamento a todas las madres les reserva Dios!

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Publicado originalmente en el número de mayo de 1947 de la revista Liahona

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