Primera edición, 2015 Pérez Quezada, Jesús Ricardo Autumn Falls / Pérez Quezada Jesús Ricardo; — Querétaro, México; 2015 Par Tres Editores, S.A. de C.V.; 356 p. ISBN de la obra 978-607-9374-10-5
Distribución nacional © 2013, Jesús Ricardo Pérez Quezada. © 2014, Par Tres Editores, S.A. de C.V. Fray José de la Coruña 243, colonia Quintas del Marqués, Código Postal 76047, Santiago de Querétaro, Querétaro. www.par-tres.com direccioneditorial@par-tres.com Ilustración de portada © 2015, Tania Quezada. Diseño de portada © 2015, Aline Trejo García.
Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito de los titulares de los derechos correspondientes.
Impreso en México ● Printed in Mexico
Ricardo Pérez Quezada nació en la ciudad de Santiago de Querétaro, Querétaro en diciembre de 1988. Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad del Valle de México y desde hace poco más de dos años se dedica a la publicidad, producción audiovisual, escritura creativa y guionismo. Empezó a escribir a los 14 años ante la frustración de no ser bueno para realizar ninguna otra actividad artística como dibujo o música. Los inicios fueron torpes y lentos, pero gracias a la influencia de autores como Neil Gaiman, Grant Morrison y Chuck Palahniuk, fue puliendo poco a poco su técnica y retándose cada vez con trabajos más complejos. Lo que en principio era un pasatiempo se convirtió en una necesidad latente por inventar historias y plasmarlas en papel. En 2013 se mudó durante un breve periodo a la ciudad de Chihuahua donde comenzó a tomarse el papel de escritor más enserio y a trabajar su primer novela de manera formal Autumn Falls. Su súper héroe favorito es Batman. Le gustan las películas de terror, el whiskey, las nueces y le va a los pumas.
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Prólogo El hombre muerto Entre las cenizas que ardían, aún quedaban las memorias de canciones de fogata, abrazos amistosos e historias de terror. El olor a pino y arce se mezclaba con el aroma de los bombones derretidos y las salchichas asadas la noche anterior. Para David Wilson, de 17 años, la noche transcurrió con más calma de lo que él hubiera deseado. Sentado sobre un tronco con una cerveza en la mano, veía con decepción la casa de acampar roja que estaba a unos metros de la fogata. Meses de planeación se habían desplomado cuando la noche anterior, Ellie su novia, estuvo demasiado borracha como para poder mantenerse consiente. Al entrar en la casa de campaña, David intentó sin éxito quitarle la ropa para finalmente deshacerse de la vergüenza que le causaba su virginidad. Bajo el rocío matutino y con el trasero helado, intentaba convencerse a sí mismo de que era un buen hombre, sabía que había tenido una oportunidad pero la dejó ir gracias a la moral que su madre le inculcó desde pequeño. Con los delicados senos rosados de su novia frente a sí, no se atrevió a consumar el acto, pues para él, tener relaciones sexuales sin amor podía convertirse en una demanda por violación. No hizo nada, le dio un beso en la frente y salió de la tienda de acampar, después se sentó sobre un tronco cerca 9
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de las brasas de la fogata de donde no se movió en toda la noche. Detrás de él había otra tienda de color amarillo, en ella dormían Sara, la mejor amiga de David, y Duncan su novio de 20 años. A David le atormentaba ver frustrados sus sueños, por eso pensaba seriamente en qué decirles a los que preguntaran. La verdad no sería suficiente, así que optó por decir que no sabía si lo habían hecho, pero que despertó desnudo a su lado. Eso debería calmar a los curiosos, le guiñaría el ojo a Duncan y a sus amigos y ellos sonreirían en respuesta. Cuando el sol comenzaba a levantarse por encima de las montañas Apalaches, el cierre que protegía la entrada de la tienda de acampar roja comenzó a abrirse. Una versión espantosa de Ellie, con la cabellera oscura enmarañada, los ojos hinchados y la camisa de cuadros blancos y rojos sucia con restos de vómito amarillento, emergió de ella. La chica no notó nada, se acomodó a un lado del muchacho y recargó la cabeza en su hombro. David pensó que ahora también tendría que lavar la tienda de acampar, no era algo nuevo pero esta vez debería limpiar los restos de una borrachera y no aquellos de los placeres desbocados que tanto imaginaba. Ellie encendió un cigarrillo, fumó dos bocanadas con lentitud y tosió varias veces, pasó el tabaco a su novio y se puso de pie. David se quedó mirando la colilla arder mientras Ellie buscaba en la mochila que estaba a su lado una palita de acero y el rollo de papel de baño. Agitó el papel frente al muchacho y se fue andando hacia el bosque. David no preguntó nada y caminó tras ella. Por lo menos verle las nalgas desnudas a su chica debería ser un recuerdo suficientemente bueno como para imaginar todo lo demás. Ellie caminaba cuidando de no tropezar. Desde que tenía memoria le había dicho a todo el mundo que le gustaba 10
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usar lentes como una forma de innovar en la moda, pero la verdad era que usaba una graduación suficientemente alta como para transformar su percepción de manera dramática. Ante sus ojos todo eran visiones borrosas de un bosque desconocido. Pensó en bajarse los pantalones despreocupadamente pero tenía que llegar a un lugar especial en la zona de campistas; un baño natural y privado en medio de la espesura forestal. Su limitada visión no le permitía distinguir formas a más de seis metros lo que hacía la tarea sumamente difícil. Siguió caminando, intentó reconocer el camino, pero antes de que pudiera continuar, un dolor agudo en el vientre y un movimiento intestinal, como si las tripas se ajustaran a la forma de los desperdicios de la noche anterior, le recordaron que el lugar era lo de menos, debía detenerse donde fuera. Se acomodó detrás de un enorme arce y con mucha prisa comenzó a cavar un pequeño agujero en el suelo, después le dio la espalda al árbol y miró a su alrededor. Se bajó los pantalones, las pantaletas y se puso en cuclillas para soltarse abrazando las rodillas con los brazos. Aún no había comenzado cuando un crujido la sobresaltó, se puso de pie y rápidamente subió la ropa interior, giró la cabeza buscando el origen del sonido, pero su poca capacidad para distinguir no le dio ninguna pista de lo que acechaba en el bosque, las ganas se detuvieron y le provocaron un dolorcito en el vientre bajo. Estaba lista para correr o gritar, cuando de detrás de un árbol, salió David con unas gafas de pasta gruesas en las manos y se acercó a Ellie con una gran sonrisa el rostro. Ella suspiró aliviada y sonrió de vuelta. –¿Me estabas espiando verdad?, sucio. David no contestó, sonrió aún más y le acercó los lentes. Ellie los tomó e hizo una mueca coqueta. 11
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–Tal vez te deje ver un poco, pero debes ser bueno. –Anoche fui bueno. Ellie empezó a desabotonarse y a bajar el cierre de los pantalones lentamente. –Fue muy dulce que no me hayas obligado. –Estabas muy borracha. No era lo correcto. –Te lo dije, muy dulce, cualquier otro se hubiera aprovechado pero no te preocupes, te lo compensaré en nuestra luna de miel. –Sabes que no puedo esperar tanto. –Vale la pena esperar, creo. –Hay muchas lunas de miel antes del matrimonio, ¿deberíamos tener una? Ellie se bajó los pantalones y mostró sus lindas piernas pálidas y unas coquetas pantaletas a rayas azules y guinda con el dibujo del sonriente gato de Cheshire en el área de la pelvis. –¿Lo demás? –preguntó su novio con notable ansiedad en la voz. –Es todo, además de verdad necesito ir –el rostro de Ellie se desfiguró por el dolor abdominal. David sonrió con complicidad mordiéndose los labios, caminó hacia atrás sin girar el cuerpo para no perderse ni un solo instante de las piernas de Ellie bañadas por el sol de la madrugada. De pronto, un paso en falso hizo que el muchacho cayera por un ladera rodando entre la hojarasca y la tierra hasta que un golpe seco en la espalda lo detuvo. El aire salió con violencia de sus pulmones y el panorama se tornó difuso, las formas del bosque se volvieron borrosas y el cantar de los pájaros sonó hueco. Puso las manos en el suelo para intentar reincorporarse pero no tenía fuerzas, a lo lejos sólo escuchaba los gritos de Ellie, giró hasta quedar 12
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boca arriba y respiró de manera lenta. –Estoy bien –contestó, pero de pronto un olor a putrefacción llenó el ambiente y captó su atención. Volteó instintivamente hacia la razón del terrible aroma y lo que vio lo perturbó profundamente. Atado a la base del árbol, un hombre calvo y delgado, yacía sentado con una expresión de profundo terror en lo que le quedaba de rostro, tenía arrancada gran parte del cuerpo y las entrañas estaban esparcidas alrededor de él. La cara se encontraba dividida en secciones que lo hacían irreconocible, el lado izquierdo del cráneo tenía un enorme agujero que dejaba ver los órganos machacados en su interior. Pedazos de piel, cejas, pestañas, sesos ensangrentados y una sustancia viscosa de color marrón, escurrían desde el filo de la cavidad ocular en forma de una emulsión bizarra que se detenía en los huesos de una mandíbula hecha jirones. En los brazos rasgados era fácil distinguir el hueso de la carne y los tendones que colgaban del hombro meciéndose al ritmo de la brisa matutina. David agachó la vista pero no pudo evitar que su curiosidad lo motivara a ver el resto, las entrañas del cuerpo producían un olor nauseabundo e intolerable que provenía de la mezcla de fluidos, desechos humanos y suero de maple. El torso era ahora un amasijo de tripas y cuerdas roídas. Con la nariz tapada David se acercó lentamente, después le gritó a Ellie que no bajara y le indicó que llamara a la policía. Miró de nuevo el cuerpo y notó una peculiaridad. En la cabeza rapada del hombre muerto y agitada por el viento matutino, había una hoja de papel asegurada con grapas y clavos. Cuidadosamente, David se acercó y la tomó con un movimiento rápido. Sobre la hoja, dibujada con un pedazo de carbón, había una figura en forma de gota. De su centro 13
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salía una línea que trazaba una espiral rodeando la primer forma, al llegar a las tres vueltas la espiral hacía una línea recta que cortaba el centro hasta terminar en una punta de flecha justo detrás del arco formado con la parte inferior de la gota.
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PRIMERA PARTE
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I Algo en el periódico… Verano, tres meses antes Hay varias maneras de llegar a Autumn Falls en Virginia Occidental. La primera es a través de la ruta estatal número dos que te lleva hasta Charleston, un camino angosto rodeado por arces y niebla; se le considera un camino peligroso por el repentino cruce de venados y el tráfico de los camiones que transportan grandes pilas troncos, desde los aserraderos hasta la parte sur del pueblo, donde se encuentran las bodegas y la estación del tren que distribuye madera fina para la construcción de nuevos complejos campestres en toda la región noroeste del país. El otro camino es Riverside o la ruta número 18, que va desde Autumn Falls a la ciudad de Hellensburgh, y continúa hasta entroncarse con la interestatal 470, en el estado de Pensilvania. Es una carretera de doble sentido que recorre una gran extensión a orillas del río Ohio, lo cual la convierte en una ruta encantadora, especialmente en las tardes de verano cuando el aroma a arce se impregna en el aire y los rayos del sol se reflejan en el río creando un camino dorado. La tercera es por el ferry que cruza varios estados a través del río Ohio. Todos los días, excepto los domingos, las embarcaciones recorren el río desde Pittsburgh hasta San Luis Missouri, y hacen una pequeña escala en el puerto 17
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de Ashford Ohio, el pueblo vecino de Autumn Falls, el cual se encuentra cruzando el puente Lafayette hacia el norte. Ahí el ferry, baja pasaje, mercadea materiales y recarga combustible. A bordo del ferry «Désir», un sacerdote temblaba de manera incontrolable a causa de una anticipación apenas disimulada. Con la mano sudorosa dentro del bolsillo, jugueteaba con las cuentas de un rosario mientras intentaba convencerse a sí mismo de que el plan de Dios era perfecto y siempre existía una determinación para todo. No era un hombre inocente, los lugares rotos donde creció lo habían forjado como una persona de convicciones y principios. Conocía toda la escala de grises del juicio humano, era un hombre de fe pero se mantenía siempre racional, a veces incluso escéptico, pero hasta ese momento de su vida nunca experimentó una sensación de duda tan terrible. Comenzaba a cuestionarse todas las cosas que ocurrían a su alrededor; su salida abrupta de una comunidad que lo necesitaba y el cambio hacia un lugar perdido en medio de los Apalaches, lo hacían dudar de su congregación y preguntarse si las decisiones tomadas por el Arzobispo estaban verdaderamente orientadas bajo la luz divina o sí sólo eran un conflicto de intereses económicos y políticos, pero sobre todo, batallaba consigo mismo día y noche. Por primera vez cuestionaba su fe, la cual poco a poco, se veía mermada al contrastar las aspiraciones de lo intangible contra la luz de las brutales acciones humanas. Miraba a su alrededor buscando alguna distracción. A menudo contemplaba a las personas en la iglesia o durante sus confesiones, e imaginaba las historias de vida intentando atar los cabos que los habían llevado a ese lugar en ese momento específico. Pese a ser una forma de crear empatía 18
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y generar el mejor consejo, no era una actividad escrupulosa. A ratos se sentía como un chiquillo chismoso, inventando historias para sí mismo, arropándose en la idea de que sólo quería ayudar, conocer gente y orientarla hacia Dios. Era una buena forma de refutar su compromiso divino, aunque a menudo sentía pena por lo lejos que volaban sus suposiciones. Ya había inventado anécdotas para toda la tripulación y algunos viajeros pero una mujer llamó su atención de manera sobresaliente. La había estado observando desde que subieron al barco, no podía generar una lectura convincente, eso lo tenía maravillado, mejor aún, lo distrajo de sus dudas. El viaje se había vuelto pesado y los rayos del sol se ocultaban tras un cúmulo de nubes que reclamaba el cielo y lo estremecía con truenos, anuncio de una fuerte tormenta. En uno de los pasillos, contemplando el paisaje rural, la mujer joven de cabello oscuro y figura delgada, estaba de pie con los codos apoyados sobre la barandilla del costado izquierdo del barco. Llevaba puesto un vestido de rayas negras y blancas y una chamarra de mezclilla azul le cubría espalda y brazos. Desde la salida esa mañana, no cruzó palabra con ninguno de los otros pasajeros o trabajadores en el barco. Había permanecido en ese lugar todo el trayecto, y de vez en cuando, cambiaba de posición para dar otro ángulo a su delgada figura o para encender un cigarrillo. Una gota de lluvia impactó contra su rostro, luego otra y otra. Rápidamente la lluvia comenzó a empapar todo y los viajeros que deambulaban por la cubierta corrieron hacia una estructura metálica, cerca de la proa, para protegerse del agua. La chica no se movió. Su rostro pasó de un semblante serio a otro de profunda tristeza. Sintió una vibra19
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ción en el bolso y sacó un teléfono celular. En la pantalla, una foto suya abrazando a una chica de cabello castaño, ojos color miel y sonrisa dulce, aparecía cercana a un hombre de color con una gran sonrisa blanca viendo directamente a la cámara. «Deslice para contestar» se leía en la parte inferior de la pantalla, pero la chica no lo hizo. Tomó aire y apretó el teléfono con tanta fuerza que las uñas rasparon la pantalla. Miró hacia los bosques de pino y las granjas a orillas del río y, con un movimiento violento, estiró el brazo y lo arrojó al agua. Éste cayó varios metros fuera del barco con un chasquido seco. No se pudo distinguir entre la caída del celular y el ruido que producían las gotas al caer. Al sumergirse, aún se distinguía la imagen de las dos chicas fundidas en un abrazo de felicidad y el caballero alegre que las acompañaba. El agua estropeó el aparato y la fotografía desapareció en el fondo del río. Era un inicio, el camino para el olvido. Derramó una última lágrima la cual se confundió con la lluvia que recorría las formas de su rostro. Se dio vuelta y caminó por la cubierta del barco intentando fumar el cigarrillo empapado. Cuando por fin se rindió, extendió los brazos y sintió cómo alguien la arropaba. Repentinamente, sin apenas notarlo, ya tenía sobre sus hombros una enorme y pesada gabardina color negro y un paraguas protegiéndola de la lluvia. –Señorita puede resfriarse. El sujeto con el paraguas y el abrigo era un tipo joven, de no más de 40 años, alto, el cabello oscuro y lentes delgados, usaba pantalón de vestir y una camisa negra con un alzacuello. La chica sonrió levemente, sacó de su bolsillo un nuevo cigarrillo y lo encendió. –Gracias padre, es una molestia fumar con este clima. 20
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–Puedes decirme Martin, no estoy acostumbrado a que la gente me llame padre fuera de la iglesia. –Pero lo es, siempre lo va a ser. Un doctor fuera del hospital no deja de ser doctor, de la misma manera que usted no deja de ser sacerdote afuera de la iglesia. A menos de que sea como esos doctores a quienes no les gustan las llamadas cuando están perdiendo el tiempo jugando golf o con alguna enfermera que conocieron la noche anterior. En ese caso puedo no llamarle padre, aunque lo que usa en el cuello lo delata. –No dije que no soy un sacerdote. Si lo desea puede llamarme a cualquier hora del día y yo estaré dispuesto a hablar con usted, incluso a confesarla, aun si estoy jugando golf. Martin era una persona sumamente confiada. Sus ojos castaños, detrás de las gafas redondas, transmitían una sensación de seguridad que la chica del vestido a rayas pocas veces había visto en su vida. Simuló una sonrisa y se quedó callada. Martin hizo lo mismo. Desviaron la mirada hacia cualquier lugar. –Lamento haber sido atrevido. Puede quedarse el abrigo, sólo intentaba ser amable, me gusta conocer gente. Espero que esté muy bien. Martin estiró el brazo e intentó sin éxito hacer que la chica tomara el paraguas. –Gracias por el abrigo. Dios lo bendiga pero dudo que tenga algo que confesar, por lo menos no me siento así. Si quiere hablar conmigo de cualquier cosa puede hacerlo, cuando se aburra de hablar con Dios o cuando Él no lo escuche. –Dios siempre escucha. Permítame preguntarle su nombre. La chica sonrió. 21
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–Lo sé, es un gran oyente, lástima que tarde tanto en actuar –después acomodó el cigarrillo en la boca, cruzó los brazos y mientras exhalaba el humo dijo. –Lily Henning, padre. Puede llamarme señorita Henning, excepto en misa, ahí puede decirme hija si lo desea. –¿Le pasa algo señorita Henning? La vi desde que subió al barco, parecía ausente y pensativa. No quiero sonar chismoso pero años de aconsejar y escuchar los problemas de las personas me han enseñado a detectar a la gente que se siente abandonada por Dios. Si necesita hablar con alguien, sepa que no importa dónde ni cuándo, Dios siempre va a estar para escucharle. Si quiere un consejo puede recurrir a mí, Dios intercede por todos. –Ahora se está esforzando demasiado y está siendo molesto Martin. Si no considerara su celibato, podría apostar que esa es la mejor frase para ligar que he escuchado, pero no creo en su abandono si nunca estuvo conmigo. Martin hizo una mueca de desaprobación pero pronto recobró la tranquilidad en el rostro y replicó de manera cálida. –No lo has encontrado pero Él te encontrará a ti. –¿De verdad quieres seguir hablando de esto Martin? No es que no disfrute discutir con un desconocido, pero en este lugar y con esta lluvia, creo que podríamos estar hablando sobre cualquier otra cosa. El puto clima por ejemplo. Lily apretó los dientes y bajó la mirada. Dio dos bocanadas apresuradas al cigarrillo y exhaló el humo con fuerza produciendo un leve silbido. Martin no se intimidó, al contrario, se sintió más dispuesto. Colocó su mano en el hombro de la chica y dobló un poco las rodillas para verla directamente a los ojos enrojecidos. –¿Entonces qué la trae por aquí? 22
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Lily se trabó. Las palabras intentaban salir pero se habían congestionado en su garganta como un trago amargo. Intentó vociferar algo pero no pudo. –Respire –dijo Martin clavando su mirada en la de la chica. Se quitó los lentes empapados de lluvia para verla mejor y respiró profundamente. Lily hizo lo mismo. –El futuro tal vez…la verdad es que no lo sé, no estoy muy segura. ¡Déjeme en paz! – Martin no retrocedió. –Empecemos de nuevo. Soy Martin, estoy aquí para ayudarle y auxiliar a quienes lo necesiten en nombre de Dios –el sacerdote sonrió intentando empatizar con la chica. –¿Por qué estás en este ferry? ¿Cuál es tu propósito? –Carajo, qué necio eres –Lily levantó el rostro y recuperó la compostura. –Por lo pronto vine a visitar a mi hermano y a su familia, su adorable familia, con una esposa trofeo y dos niños adorables. Vine a aprender a vivir en un hogar acogedor lleno de comodidades y vecinos amigables en un pueblo que, por la información en internet, es poco más que aburrido y encantador. –Lily sacudió los hombros para que Martin bajara la mano. El interrogatorio continuó: –¿Cuál pueblo? –Autumn Falls. No lo conozco. Mi hermano se mudó ahí hace cuatro años, siempre ha insistido que fuera a visitarlo pero nunca lo hice. Ahora parece un buen momento. –Dices eso como si fueras a estar ahí mucho tiempo, si es así creo que seremos vecinos. Yo vengo a trabajar con la comunidad en la iglesia de Ashford. Autumn Falls es un lugar encantador para iniciar lo que sea desees Lily. La chica lo miró de manera retadora. –¿No estás muy convencido? 23
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La pregunta golpeó a Martin de forma inesperada. Era como si la chica pudiera ver los pensamientos debajo de sus sonrisas. Inventó rápidamente una respuesta. –Es el cambio, cambio de vida, de gente, de clima. La verdad estoy un poco nervioso, pero sé, y te lo digo con toda sinceridad que es el plan de Dios el estar aquí. –Padre, la gente de fe siempre dice que Dios tiene un plan. Lo ven como un hombre sabio sentado en su escritorio de nubes redactando la vida de cada persona en la tierra. Si en verdad Dios escribe nuestras vidas no creo que sea un hombre prudente. Es más bien un niño a quién le gusta ver cómo las arañas tejen sus telas para después destruirlas con una manguera, y entonces, el proceso se repite de nuevo hasta que la araña lo aburre y decide ahogarla. Al final es como lo que se canta en las canciones de cuna. Esa idea de la predestinación es enfermiza. –Creo que te gusta ver el vaso vacío. Dios nos puso en este mundo para que busquemos una felicidad plena. –Martin, si algo aprendí de la felicidad es que nos vuelve vulnerables e inocentes, perdón por ser tan negativa pero creo que nunca debemos creer que somos plenos y felices. –Créeme Lily que entiendo tu forma de ver las cosas. A veces sólo se tiene que tener fe y estar dispuesto a subir esa gran montaña presente en nuestras vidas; saber que Dios nos dará las fuerzas necesarias para conquistar cualquier desgracia. –Ese es el problema, subir a la montaña significa conquistarla y mirar tu reinado desde el punto más alto. Créeme, no quieres estar descansando cuando vengan los deslaves. –Así funciona el mundo real Lily. No importa cuántas veces te caes sino las que te levantas. El ferry se detuvo en el pequeño puerto a orillas de Ash24
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ford. Después de algunos movimientos bruscos, la rampa de descenso estuvo colocada y la gente comenzó a bajar de la embarcación. Lily le sonrió rápidamente y después extendió la mano. –No le dije que podía llamarme por mi nombre padre, no es por ofenderlo pero en realidad no estoy muy interesada en hacer amigos, sólo quiero que pase el tiempo. –El tiempo es muy largo para los que esperan que pase algo señorita Henning. La verdad disfruto mucho su tenacidad, no sé qué le pasa pero espero que en este lugar, su corazón encuentre la paz que busca. –Aún tengo esperanzas Martin, eso es lo que me mantiene en pie. La esperanza te mueve cuando tu cuerpo decide ya no hacerlo. El sacerdote sonrió, contestó el saludo con un beso en el dorso de la mano de Lily. –Es un placer señorita Henning –Lily soltó una risa burlona. –Qué anticuado eres –entonces se acercó al sacerdote y le dio un beso en la mejilla–. Eres frustrante y muy hablador, gracias por la compañía. Caminaron en silencio protegiéndose de la lluvia, con el equipaje en mano bajaron por la rampa hasta el muelle de Ashford. Eran las cuatro de la tarde y el sol estaba totalmente cubierto por las nubes. Pese a lo lúgubre del paisaje Ashford era un lugar tranquilo. Lily pudo ver algunos negocios: una frutería, la panadería, una peluquería, la pescadería, una tienda de abarrotes, algunos edificios de madera antigua con dos pisos y la gasolinera. A lo lejos, subiendo por las faldas de una colina verde, se distinguían algunas casas, granjas y molinos. Alguien la llamó por su nombre. Lily tomó la maleta, y 25
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pese a la insistencia de Martin, se cubrió con un periódico y devolvió la gabardina y el paraguas. El sacerdote enfiló hacia la calle Main de Ashford, un camino de asfalto que recorría una pendiente muy inclinada hasta desembocar en la colina, sobre cuya parte más alta y rodeada de pinos, estaba la iglesia de María de la Misericordia y el cementerio Kokumthena-Ashby. Lily escuchó sonar el claxon de un Honda color rojo y se dirigió hacia él. Rodeó el vehículo y al abrir la puerta se sorprendió al darse cuenta de que no era su hermano sino su cuñada Ashley, una mujer de 30 años, con grandes ojos de un hermoso color ocre, cabellera castaña y nariz afilada, quien había venido a recibirla. En la parte trasera del automóvil dormían en sus asientos de viaje, los dos pequeños. Hayley, de 4 años y cabello castaño hasta los hombros, labios regordetes y rosados, con el color de piel lechoso como el de su padre, y Hunter de 6 años, más parecido a su madre, con la tez menos clara y unas cejas bien delineadas. Lily abrió la cajuela, acomodó el equipaje y subió al automóvil. Su cuñada hizo una mueca en señal de confianza pero la chica no saludó de inmediato sino que con un suspiro profundo se quebró nuevamente. Ashley se acercó a ella, la abrazó con mucha fuerza y le susurró al oído: –Todo va a estar bien nena, qué bueno que decidiste venir. Permanecieron así un momento mientras Lily disimulaba el llanto para no despertar a los niños, apretó el hombro de Ashley con fuerza y no hubo más sonido que el de las pesadas gotas golpeando contra el techo del vehículo. Aún no se había consolado cuando una voz delicada y dulce las interrumpió: –¿Tía Lily? 26
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Las dos chicas se soltaron. Ashley se acercó para zafar a Hayley de la silla mientras Lily bajaba el parasol del auto para verse en el espejo y limpiarse las lágrimas. Su cuñada tomó una cobija gruesa del asiento trasero con la que tapó a Lily. Cuando estuvo lista, Ashley colocó a la niña en las piernas de su tía. –Hola princesita, ¿cómo estás? –la niña le dio un beso en la mejilla y sonrió con sus dientes de leche. –Mira, se me cayó un diente –Lily miró asombrada el hueco que había entre los dientes frontales de la niña. –Wow, ¿ya lo dejaste debajo de tu almohada? –la niña asintió. –Sí, el hada de los dientes me dejó cinco dólares. –Eso es mucho dinero para una niña de tu edad, ¡dámelo!, ¿dónde está? –Lily empezó a esculcarle los bolsillos. –No tía, es mi dinero, no tuyo –Ashley tomó a su hija por la cintura y la sentó encima de la cobija. –Abróchense el cinturón y Hayley, tu tía se mojó con la lluvia, no quiero que te empapes, así que no te la pases revoloteando encima de ella –la niña giró el cuerpo y vio el cabello de Lily, lo tomó entre sus dedos y lo levantó hasta verlo escurrir. –Te mojaste con la lluvia tía, debes llegar a bañarte o te vas a resfriar –Ashley se asomó al asiento trasero para ver a su otro hijo antes de arrancar. –Hunter despierta, la tía Lily ya está aquí –el chico entreabrió los ojos y dijo: –Hola tía– inmediatamente se quedó dormido de nuevo. –Quédate sentada con tu tía por favor bebé, vamos a casa –Lily sonrió mientras se acomodaba el cinturón de seguridad y a la niña entre sus brazos. –¿Ya vamos a comer pastel? –preguntó Hayley. Ashley 27
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arrancó el auto y comenzó a conducir hacia el paseo Plum donde estaba la casa. Encendió la radio y dijo mientras sonaban las noticias locales. –Spencer lamenta mucho no poder venir a recogerte pero espera acompañarnos para cenar. Hace dos días tuvo que salir a atender a un cliente en Chicago, así que no debe tardar tanto. Lo esperaremos para comer pero creo que después de un baño nos merecemos una probadita de ese rico pastel de zanahoria que preparamos para tu tía, ¿no es así hija? –Te preparamos un pastel pero es sorpresa –susurró la pequeña. –No te preocupes corazón, me haré la sorprendida cuando lo vea, seguramente estará delicioso –contestó Lily mientras abrazaba y besaba con delicadeza a su sobrina. Los paseos Peach, Plum, Pear y Apple eran calles muy largas localizadas en el extremo occidental de Autumn Falls, a unos cuantos minutos del distrito comercial. Las casas de esta calle pertenecían a gente con educación y buena adquisición económica. El paseo Plum poseía solares grandes y verdes llenos de árboles y arbustos. Las enormes casas de estilo inglés, colmadas de flores y banderas estadounidenses, tenían las banquetas delimitadas por vallas de madera blanca lo que les daba un toque muy hogareño. Portones con figuras en la herrería o muros de piedra con enredaderas remataban el paisaje. La lluvia seguía cayendo cuando llegaron a casa de los Henning. Lily preguntó: –¿Así es todo el año? –Sé que no se ve muy alentador ahora linda, pero las lluvias de junio traen las flores de julio...o algo así escuché. 28
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El auto se detuvo y Lily miró por la ventana. La casa, o mejor dicho el chalet de la familia de Spencer era grande y en verdad hermoso. La construcción semejaba a la de una de esas casas que aparecen en las revistas de bienes raíces, de diseño flamante que toman lo mejor de todas las épocas y lo incorporan en un estilo moderno por dentro y tradicional por fuera. La fachada era de ladrillo rojo con teja color negro. Tenía puertas y marcos de ventana de color blanco, al costado izquierdo se veían algunos pinos, del otro lado, una cochera con un tablero de basquetbol, y por lo que Lily podría apreciar, un exquisito jardín trasero. Ashley oprimió un botón del auto y la cochera se abrió. Cuando entraron, Ashley bajó a Hunter quién se esforzaba por despertar y Lily cargó a la pequeña en brazos y tomó su maleta de la cajuela. Una vez en su habitación no se detuvo a contemplar el lugar. Asomada a la ventana, pudo ver cómo golpeaban las gotas en el vidrio. El panorama parecía sacado de un programa de televisión, un paisaje esmeralda de árboles emergía a las faldas de varias montañas iluminadas en secciones por los rayos de sol que se colaban entre la espesura de las nubes grises, algunas casas de madera y aserraderos destacaban entre la vegetación y las primeras luces de Autumn Falls empezaban a destellar como luciérnagas. Lily desabotonaba su chaqueta cuando Ashley entró al cuarto con Hunter todavía adormilado. –Alguien vino a decir «hola» –Lily dejó la chamarra sobre la cama y se agachó para recibir el abrazo de su sobrino. Al acercarse a su tía, Hunter se detuvo al notar que algo en los brazos de Lily no andaba bien. Los delicados hombros se veían tensos pero lo que llamó la atención del niño fueron las vendas que cubrían sus brazos. Hunter dio unos 29
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pasos señalando las muñecas de su tía con el pequeño dedo índice. –Tía Lily, ¿qué te pasó en las manos? –rápidamente Ashley se interpuso entre ellos. Lo tomó de la mano suavemente. –Creo que tu tía está a punto de bañarse, ¿por qué no la dejamos? –Sin preocuparse Lily sonrió a su cuñada, abrazó al niño, le dio un beso y lo sentó en la cama junto a ella. –¿Hunter, en qué año vas? El pequeño hizo cuentas y luego levantó la mirada. –En tercer año tía. –Muy bien, y ¿cómo se llama tu maestra? –Mrs. Bradford. –Eres muy listo Hunter, supongo que alguna vez la señorita Bradford te dijo que nunca, nunca corrieras con tijeras pero no te dijo por qué. –Dice que nos podemos caer. –Bueno, yo tenía unas tijeras que me gustaban mucho y las llevaba a todas partes, eran muy importantes. –¿Por qué eran tan importantes si sólo eran unas tijeras? –Bueno eran unas tijeras especiales, si algo me daba miedo o me sentía insegura, tenía mis tijeras para protegerme, cortaban todo. Pero lo importante es que un día corrí muy rápido con mis tijeras, no me di cuenta de qué tan rápido estaba corriendo hasta que me caí y me corté con mis tijeras especiales, por eso debes prometerme que nunca vas a correr con tijeras. Lily lo miró con sus grandes y profundos ojos azules. El pequeño estaba hipnotizado, no podía dejar de ver las cicatrices. –¿Eso te pasó por correr con tijeras? –Sí, fue un accidente pero necesito que me prometas nunca hacerlo. 30
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–Prometo nunca, nunca correr con tijeras, no importa si son normales o especiales. Lily le sonrió y rápidamente levantó la mano, cerró el puño y dejó levantado el dedo meñique. –Prométemelo –el niño imitó ademán con la mano, juntó el dedo meñique con el de su tía y lo apretó fuertemente. –Ahora dame un abrazo y un beso. El niño la abrazó y ella lo levantó, después se lo pasó a su madre quién no mostraba una mueca aprobatoria pero tampoco parecía disgustada. Cuando Ashley y el niño salieron de la habitación, Lily se detuvo a mirar sus brazos. «Ha parecido más tiempo» pensó. Cerró los ojos y decidió que era bueno estar en un lugar nuevo con esperanzas, era maravilloso vivir en un hogar donde no esperas nada. Miró por la ventana, así la recibía Autumn Falls, con un día lluvioso. A las 10 de la noche, después de haber platicado, jugado Xbox y comido pastel de zanahoria, los niños se quedaron profundamente dormidos. Ashley bajó después de haberlos arropado. Recibió una llamada al celular mientras Lily estaba sentada ante la barra de la cocina leyendo el periódico local «El Vigía de los Apalaches». Cuando terminó la llamada Ashley se acercó. –Era Spencer, dice que se va a tardar más de lo esperado pero que mañana nos invitará a comer. Te mandó saludos. Tú, ¿cómo te sientes? –No me siento mal si a eso te refieres, no te preocupes. –¿No has vuelto a hablar con tu ex? –No, y en realidad no quiero hablar de eso. Si estoy aquí es para iniciar una nueva vida, o por lo menos eso espero, parece un lugar genial. 31
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–Sí, es perfecto para criar niños, la gente es amable y los vecinos encantadores, por lo menos de este lado. Ashford es un asunto totalmente diferente, la mayoría de las personas que viven ahí son problemáticas y ebrias. Puedes encontrar un buen trabajo, nosotros te vamos a apoyar linda. Existen chicos muy guapos en el pueblo, deberías probar suerte. Lily sonrió apreciando el gesto, después volteó la hoja y le dijo: –Leí algo en el periódico, están solicitando un reportero para trabajo local. Parece que mi suerte está comenzando a cambiar. –Puedes intentarlo, Autumn Falls no es un pueblo plagado de aventuras pero te va a mantener lo suficientemente entretenida y además vas a conocer gente. Faltan cinco días para el 4 de Julio, seguro va a ser una gran oportunidad. Tenemos mucha fe en que vas a mejorar, nunca hemos dudado de ti y sabemos que vas a llegar a donde tú quieras pero debes darte la oportunidad para aclarar tu mente. –Le diré a Spencer que me lleve, prefiero empezar a ganar algo de dinero para hacerme de un lugar aquí. La verdad ustedes son increíbles pero no quiero ser una molestia. –No lo eres, me siento muy aliviada de tenerte aquí. Hayley está creciendo muy rápido… –dijo con voz entrecortada, se detuvo para tomar aire, miró hacia el suelo y después continuó: –Es difícil, hay muchas cosas que explicarle y no entiende, a veces me pregunto sí siente suficiente afecto, si cuando la acaricio, de verdad nota mis manos, no me malinterpretes, sé que se da cuenta pero me cuesta trabajo entender que no sienta como tú o como yo. –Hayley es una niña perfectamente normal Ashley. Ne32
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cesita crecer de la misma forma que su hermano, tiene cuatro años y nunca ha presentado grandes complicaciones. Siente igual que tú y yo. Creo que eres una excelente madre, sólo necesita más cuidados que otro niño. –Pero cometo errores, anteayer estaban jugando en el patio y se tropezó con la raíz de un árbol. Tardé mucho tiempo en darme cuenta. Cuando Hunter me dijo que su hermana tenía sangre, la vi y estaba sangrando por la boca. Ella siguió jugando, no le importa golpearse o caerse. Me sentí muy mal, qué hubiera pasado sí se abre la cabeza o se hace una cortada profunda. –No es tu culpa, es una niña. Los niños deben ser niños. Ahora que somos tres adultos en la casa, la puedo vigilar cuando la pierdas de vista. Todos la queremos y la vamos a cuidar. –Lo siento, no me hagas caso. Hay días en que me siento muy impotente. Gracias, creo que será más fácil contigo viviendo aquí, sólo prométeme que no te vas a dejar caer, lo más importante es que vuelvas a sentirte bien y sigas adelante. Ashley se sentó en una periquera y tomó las manos de Lily entre las suyas. –No te preocupes por mí, además hiciste un buen trabajo en esconder todos los cuchillos –contestó Lily sarcástica. Después Ashley tomó una gran caja de regalo y se la entregó a su cuñada. –Feliz renacimiento. –Gracias pero no debías, el doctor dijo que era algo simbólico. Abrió el regalo. Dentro venían un par de zapatillas de correr color rosa y azul fosforescente, una chamarra de cuero negra, una blusa blanca con estampado de David Bowie, un pantalón de mezclilla, unas botas cortas y un teléfono 33
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celular muy básico. En el fondo había un papel en el que se leía: «bienvenida a tu nueva vida». –Me da mucho gusto que hayas decidido venir –dijo Ashley con un semblante calmado.
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