Primera edición, 2021 © 2020, Sabine Schütze. © 2020, Par Tres Editores, S.A. de C.V. Fray José de la Coruña 243, colonia Quintas del Marqués, Código Postal 76047, Santiago de Querétaro, Querétaro. www.par-tres.com direccioneditorial@par-tres.com ISBN de la obra 978-607-8656-52-3 Diseño de portada © 2021, Diana Pesquera Sánchez. Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito de los titulares de los derechos correspondientes. Impreso en México
Printed in Mexico
Sabine Schütze nació el 15 de mayo de 1977 en Beckendorf-Neindorf, en la entonces República Democrática Alemana, donde vivió su niñez y presenció la caída del muro de Berlín en 1989, a los doce años. Se graduó de Licenciada en Traducción Técnica de la Universidad de Ciencias Aplicadas de Magdeburg, Alemania, en el 2000. También tiene un BTEC Professional Certificate in Business Administration del European Vocational College en Londres. Llegó a México por primera vez en 1998 por unas prácticas en el Centro Nacional de Metrología en Querétaro. Desde el 2003, trabaja en la empresa automotriz Brose, donde actualmente se desempeña en el área de Recursos Humanos. Cuenta con un diplomado en Administración Estratégica de Recursos Humanos del Tecnológico de Monterrey. En el desempeño de funciones anteriores en la misma empresa ha tenido la oportunidad de redactar artículos para revistas internas y la intranet empresarial. Es soltera, madre de dos hijos y en su tiempo libre le encanta leer, correr trail, nadar y escribir reseñas de libros que lee. Fundó el club de lectura Gutenberg hace tres años y es miembro del club de lectura Aspasia desde hace cinco. En su página de Facebook: Enamorada de la Lectura, intenta despertar la pasión por la lectura en otras personas.
Para mis padres, Erika y Manfred, quienes me dieron una infancia hermosa. Para mis hijos, Nicolás y Saskia. Espero que algún día digan que les di una infancia igual de bonita que la mía. Para Honigmann, mi héroe silencioso. Te extraño.
Introducción 9 de noviembre 1989 La puerta de entrada a la casa se abrió de golpe. Alguien casi tropezó al entrar con violencia. Sobresaltada, me incorporé en la cama. El hámster, dentro de la rueda de mi mente, comenzó a correr a cien kilómetros por hora. ¿Un intruso? ¿Un ladrón? ¿Otra vez se equivocó de edificio el soldado ruso borracho? –¿Pero, qué demonios hacen dormidas mientras ocurren eventos trascendentales en el mundo? –gritó alguien a todo pulmón con la voz de mi papá. Me froté los ojos. «¿Qué está pasando? ¿Cuál evento trascendental?» musité, forzando mi mente a hacer sentido del alboroto. Era un jueves, nueve de noviembre. «Mañana tengo que madrugar para ir a la escuela. Dejen dormir». Hasta ahora, el nueve de noviembre había sido un día cualquiera en mi casa. Si bien hubo mucha agitación en el país, con manifestaciones en las calles que se veían seguido en la televisión y gente huyendo a través de Hungría, nadie prevenía lo que estaba por suceder. Nos fuimos a dormir temprano, como todos los días: mi mamá, mi hermana y yo. Mi papá tenía asignada la guardia de noche en la Oficina de Suministro de Calefacción y no iba a regresar hasta el alba. O eso pensábamos. Pero aquí estaba, en mi casa, un sujeto con su voz, haciendo aspavientos. Prendió la tele a todo volumen –su manera habitual de llamar la atención– y allí fuimos el resto de la familia, arrastrando los pies en las pantuflas afelpadas y con los cobertores envolviendo nuestros cuerpos calientes, recién salidos de la cama, 7
para protegernos contra las inclemencias del clima alemán casi invernal, apenas en condiciones de abrir un ojo, ajenas al alboroto. Cuando, poco a poco, el ruido de la tele empezó a penetrar en nuestros oídos, (tardó un rato en abrirse paso a nuestros cerebros), y conforme lo que decía el comentarista cobraba sentido, nuestros ojos se abrieron como platos. Nos quedamos boquiabiertas y anonadadas frente al televisor, sintiéndonos como en un sueño irreal, una película surreal. Vimos a personas subiéndose al muro de Berlín, golpeándolo con martillos, gritando, abrazándose, cantando. ¿Qué pasaba? Por fin se dignaron a dar una explicación. Una y otra vez, pasaban imágenes del portavoz del gobierno: Günther Schabowski, declarando lentamente, como si le diera harta flojera el estar allí, en una de sus siempre aburridas conferencias de prensa: «Y por lo tanto… hemos tomado la decisión… de implementar… una regla… que le permite… a cualquier ciudadano… («Al grano, por favor», pensé desesperada) de la República Democrática Alemana… salir del país… a través de los puntos de cruce de frontera de la RDA». A lo que un reportero le hizo la pregunta: «¿Cuándo entra en vigor esta regla?» Hojeando unos documentos frente a él, Schabowski respondió: «Esto, según mi información… entra en vigor… ¿enseguida?… ¿inmediatamente?». Se percibió un ligero rastro de asombro o sorpresa en la expresión facial del portavoz. Lo dijo con el ceño fruncido y sin levantar la mirada a los periodistas. «A ver, a ver. ¿Cómo? Seguro estoy soñando. En cualquier momento suena el despertador y me reiré de mis ocurrencias oníricas». Me froté los ojos, volteé a ver a mi papá, a mi mamá, a mi hermana. Todos estaban en la baba, sin poder quitar sus miradas de la caja luminosa. Repetían la escena en la tele. «¡Realmente, el portavoz aburrido, dijo eso!». Esto era una sensación. Una bomba. Previo a esta declaración histórica, a los ciudadanos de Alemania del Este no se nos permitía viajar libremente a cualquier destino de nuestro antojo. Desde la erección del muro, habíamos sido prácticamente 8
presos en nuestro propio país. Quien intentaba escapar a través de la frontera, se topaba con soldados fronterizos con permiso para disparar. –Miren, miren. La voz agitada de mi papá me sacó de la contemplación. Nuevamente dediqué toda mi atención a la pantalla. Vimos cómo, a pocas horas de la conferencia de prensa, la multitud se agolpaba en el punto del cruce fronterizo en Berlín. «Wir kommen wieder, wir kommen wieder» (Re-gresa-remos, re-gresa-remos), gritaban y brincaban. Lo mismo les prometieron a los soldados, de quienes no estaban seguros cómo iban a reaccionar o si ya habían recibido las órdenes relacionadas con la conferencia que acababa de terminar. Una situación tensa. Los soldados estaban visiblemente confundidos. Comenzaron a discutir con la gente. Aún no creían lo que sucedía. No dejaban pasar a nadie. Acto seguido, la multitud entonó el grito: «Tor auf, Tor auf» (Abran la puerta, abran la puerta). Las tropas fronterizas, completamente abrumadas, dejaron pasar a los primeros ciudadanos al Oeste. En el cruce del puente de Bornholm, dos oficiales abrieron la primera puerta al Occidente, en contra de las indicaciones explícitas de sus superiores. La multitud fluyó como un río caudaloso de Este a Oeste. Algunos soldados aún intentaban detenerlos con la fuerza de sus cuerpos. Mas ya no había vuelta atrás. Eran las 23:30 horas del nueve de noviembre de 1989. Por primera vez, en veintiocho años, las personas transitaron libremente de Este a Oeste por el puente de Bornholm. Cambiaron el enfoque de las cámaras a la Puerta de Brandenburgo, donde a medianoche, la situación seguía siendo tensa. Las tropas fronterizas continuaban desfilando. Más convoyes militares llegaban con órdenes de defender el muro. Sin embargo, cuando arribaron los primeros ciudadanos del Este, caminando hacia la puerta de Brandenburgo, los soldados no tomaron acción. «Poco tiempo antes habrían disparado». Un escalofrío recorrió mi espalda al cruzarse este pensamiento por mi mente. Vi a ciudadanos del Este atravesar la puerta y acercarse al muro, vi a los del Oeste 9
empezar a escalarlo. Los del Este los imitaron y se dieron abrazos fraternales parados encima de la pared divisoria. Se me enchinó la piel. Volteamos a mirarnos las caras preguntándonos sin poder articular palabra: «¿Y ahora qué?». Increíble, pero cierto, estaba presenciando el ocaso inminente de la RDA. –¡Denise! ¿Volveré a ver a Denise? –prorrumpí en voz alta en el silencio. Cuando me cayó el veinte, hice un pequeño baile de alegría, repitiendo–: ¡Volveré a ver a Denise! A ojos ajenos les parecería un ataque de epilepsia. Bailar no es mi fuerte, pero la alegría era real. Antes de la caída del muro, alrededor de abril de 1989, se produjo un desmantelamiento de una valla eléctrica a lo largo de la frontera entre Hungría y Austria. Más tarde, en el mismo año, una gran cantidad de refugiados accedieron a Hungría a través de Checoslovaquia y la Embajada de Alemania Occidental en Praga. Entre estos refugiados se encontraba mi mejor amiga, Denise. Nos conocimos años atrás, de vacaciones con nuestras respectivas familias. Vivía en Berlín y nos comunicábamos principalmente por cartas, y en verano venía a mi casa o yo iba a la suya. Finalmente, pasé muchos veranos en la capital, ya que gran parte de mi familia vivía allí. Un día, en 1989, me llegó una carta suya en la que me comentaba los planes de su familia de huir, a través de Hungría, a Alemania del Oeste. Lloré día y noche durante varios días y le decía a mi mamá que nunca en la vida iba a volver a verla. Tenía doce años, y ni en mis sueños, pensé que tan sólo meses después iba a caer el muro y me llegaría una carta muy alegre desde Stuttgart, diciendo que todo salió bien y se estaban instalando en su nueva vida. Se hubieran ahorrado ese viaje tan difícil de haber sabido que ese día llegaría pronto. –Dudo que esta noche volvamos a dormir. ¿Alguien quiere café? –mi mamá arrastró sus pantuflas en dirección a la cocina y la escuchamos preparar unos tentempiés para aguantar la noche. En la televisión seguían transmitiendo los sucesos históricos, sazonados por los primeros documentales. La voz del narrador nos llevó de viaje: 10
–El muro de Berlín, y poco después, la frontera que dividía ambas Alemanias desde 1961, cayó en un evento memorable esta noche helada del nueve de noviembre de 1989. El símbolo más conocido de la Guerra Fría cayó de golpe. Oficialmente erigido en la zona alemana ocupada por los rusos para: «Proteger Alemania Oriental de elementos fascistas», en realidad servía para detener la migración hacia la República Federal de Alemania. »Entre 1949 y 1961, unos tres millones de personas abandonaron el bloque del Este para internarse en Alemania Occidental. Tan sólo en las primeras semanas de agosto, emigraron cuarenta y siete mil personas. A menudo se trataba de personas jóvenes con excelente educación y formación, lo que representaba una amenaza a la economía de la República Federal Alemana. Además, eran comunes el contrabando y el cambio clandestino de moneda a tasas de cambio favorables entre una y otra parte de Berlín. »Veintiocho años de muro llegaron a su fin. Veintiocho años y quién sabe cuántos muertos. Se estima que alrededor de cien mil alemanes del Este intentaron huir de Alemania Oriental a Alemania Occidental entre 1961 y 1989. Alrededor de seiscientos fueron asesinados a tiros por soldados fronterizos, o bien murieron de otras maneras en el proceso de la huida: se ahogaron, tuvieron accidentes fatales, pisaron minas o se suicidaron al ser sorprendidos en el acto. Tan sólo en el muro de Berlín, por lo menos ciento cuarenta personas dejaron sus vidas en el intento de cruzar. Y esto son sólo las cifras oficiales. Se estima que la realidad está más cerca de mil quinientos. También entre los soldados hubo bajas, algunos murieron a manos de fugitivos, otros se suicidaron al no querer seguir la orden de disparar. Mi mente volvió a desconectarse. «Muchas cifras». Afortunadamente no conocía a nadie que hubiera dejado su vida de esa manera. Pero los kilómetros de hormigón también separaron familias y sueños. No tengo que ir tan lejos. Mi abuela materna es originalmente del Oeste y se quedó en la RDA por mi abuelo, dejando atrás a sus hermanas, papás, amigos. Al igual que ella, muchas familias y amigos pudieron reunirse nuevamente tras 11
casi treinta años de separación. Por mi parte, estaba emocionada por conocer a toda esa familia que hasta ahora sólo había figurado en mi vida como remitentes distantes de los paquetes del Oeste. En ese momento, sentía que estaba viviendo una gran aventura. Presenciar una ocasión histórica de esa magnitud era algo indescriptible. Agarré una galleta del plato que trajo mi mamá de la cocina. Entonces, quité la vista de la pantalla y noté a mi hermana ya dormida sobre el hombro de mi papá. También me di cuenta que los rostros de mis papás empezaban a reflejar más preocupación e incertidumbre, que alegría. «¿Estarán pensando en lo que cambiará de ahora en adelante?». Y sí, al día siguiente, nada era como antes.
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La memoria La memoria humana es una cosa curiosa, caprichosa. Nuestro cerebro actúa de un modo extraño a la hora de recuperar recuerdos. En ocasiones crea memorias falsas, que no son lo mismo que mentiras, ya que la persona que las recuerda, jurará solemnemente que son sus memorias y las recuerda como si realmente hubieran pasado. Los recuerdos no son una fuente confiable de información precisa. El cerebro los modifica basándose en emociones, motivaciones y contexto. Tampoco nuestros recuerdos están completos. No podemos notar absolutamente todo de nuestro entorno. Recibimos información a través de nuestros sentidos, pero hay lagunas, así que cuando nos acordamos de un evento, lo que hace nuestra memoria es rellenar esos huecos. Así, por ejemplo, es probable que si le preguntamos a mi hermana sobre alguno de nuestros recuerdos compartidos, su descripción pudiera variar ligeramente de la mía. O bien, si le preguntamos a mis papás, nos relatarían como sospechaban que algún vecino los espiaba y no verían ese periodo del mismo color de rosa, como yo a mi tierna edad. O si mi abuela escribiera este libro, votaría porque volvieran a erigir el muro, porque «el capitalismo con su desempleo y su falta de camaradería y el horrible consumismo», le son ajenos e inaguantables. En el caso de algunos recuerdos, no estoy segura si son propios o los hice míos a través de relatos de mis parientes. Por ejemplo, en Alemania es muy típico que, cuando el novio o la novia llegan por primera vez a la casa, la suegra potencial saca el famoso álbum familiar y bombardea al pobre pretendiente 13
con los detalles más íntimos y vergonzosos de la infancia de su novio o novia y con las fotos inocentes de bebé, desnudo en la bañera. Uno ya escuchó tantas veces los relatos que siente que realmente los recuerda. Los recuerdos que comparto a continuación son como yo los viví o percibí en cada etapa de mi niñez. Intenté relatarlos a través de los ojos de mi «yo» de ese entonces. No necesariamente reflejan lo que pienso o sé hoy en día sobre ciertos asuntos políticos que menciono de la historia de Alemania Oriental. Hoy dispongo de mucha más información sobre lo sucedido, pero intenté por lo general que esa opinión de adulta no influyera en lo que vivió la niña. Intenté preservar esa inocencia infantil para transmitirles las vivencias de esta niña que fui y que siente que tuvo una infancia hermosa. Es mi historia muy personal y particular. No pretendo minimizar el sufrimiento de otras vidas bajo el régimen socialista, ni adornar o endulzar la realidad. Sólo relataré mi niñez como la viví. Quien se sienta ofendido por ello, que escriba su propio libro.
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¿Cómo se fundó la RDA? Si crees que lo sabes todo sobre ese periodo histórico, sáltate esta parte, pero creo que nunca está de más un breve repaso de los sucesos para que todos estemos sintonizados y ubicados en tiempo y espacio. Además, quien me conoce, sabe que me apasiona la historia, así que: Humor me, please. La Segunda Guerra Mundial finalizó en mayo de 1945 con la capitulación del régimen nazi. Alemania quedó en ruinas, vencida, liberada y ocupada. Los Aliados tomaron posesión de Alemania militarmente y dividieron el país en cuatro sectores autónomos de ocupación bajo el mando de un Consejo Aliado de Control. Rusia se adueñó de la zona Este; Gran Bretaña de la parte Noroeste; Estados Unidos del Oeste y Francia del Sur. Inicialmente la intención fue reunificar el país; sin embargo, la creciente tensión entre Estados Unidos y la entonces Unión Soviética, en el contexto de la Guerra Fría, llevó a las zonas de ocupación occidentales a unirse, y proclamar en 1949, un nuevo estado independiente al que llamaron República Federal de Alemania (RFA). El vecino ruso no tardó en reaccionar con su propia versión: Nació la República Democrática de Alemania (RDA), llevándose a cabo así la separación política. De igual manera, Berlín, la capital, fue dividida en cuatro sectores desmilitarizados. Berlín Oriental fue declarada capital de la RDA. Con la intensificación de la Guerra Fría, se reforzaron las fronteras. A partir de 1952, vallas y vigilantes protegieron las lindes interiores entre la RFA y la RDA, ya que desde la fundación de la RDA, se registró una elevada emigración del Este hacia el Oeste. Se creó 15
una zona de cinco kilómetros alrededor de la frontera, a la que sólo se podía acceder con un permiso especial para residentes. Aún así, las fronteras estaban relativamente abiertas, y el tránsito de los ciudadanos era difícil de controlar. Se estima que entre 1949 y 1961, el año en que se levantó el muro, unos tres millones y medio de habitantes de la RDA (lo que en su momento representaba un veinte porciento de la población) huyeron a la RFA, además del flujo constante de polacos y checos, quienes usaron Alemania del Este como ventana a Occidente. A menudo se trataba de jóvenes muy bien capacitados, lo que constituía una amenaza a la economía de Alemania Oriental. En Berlín del Este se daba un fenómeno conocido como Grenzgänger, literal «caminante fronterizo». Significaba que un trabajador de Berlín del Este trabajaba en Berlín Occidental, mientras se beneficiaba de las condiciones financieras favorables del sector oriental. Para contrarrestar este tipo de prácticas, en agosto de 1961, un decreto ordenó a los caminantes fronterizos a registrarse y pagar sus rentas en la moneda de la RFA. Incluso antes de erigir el muro, miembros de la Volkspolizei, o Policía Popular, patrullaban las calles y los medios de transporte públicos para identificar a estos «caminantes» y otros personajes sospechosos que pudieran tener, ya fuera la intención de fugarse o estar involucrados en actividades de contrabando. El mercado negro experimentó un auge impresionante, los habitantes del Oeste compraban productos de la canasta básica, de por sí baratos, y los pocos artículos de lujo de Alemania del Este, a una tasa de tipo de cambio extremadamente ventajosa, lo que debilitó la economía planificada del sistema socialista. Era apremiante contener la fuga. El muro de Berlín se construyó prácticamente de un día al otro. El once de agosto de 1961, el Parlamento aprobó la construcción, y la noche del doce al trece de agosto, se acordonó la zona bajo estricta vigilancia militar y se construyó el muro sin previo aviso a la población. Incluso en junio del mismo año, el Presidente del Consejo de Estado, Walter Ulbricht, pronunció la 16
famosa frase: «Nadie tiene la intención de construir un muro». La construcción fue supervisada por el Ejército Popular Nacional, la Policía Fronteriza y la Policía Popular, en total, alrededor de quince mil elementos de la ley y el orden. Además, tropas soviéticas fueron apostadas para estar preparados en caso de un ataque en la frontera aliada. Al día siguiente, solamente una ínfima parte de la frontera quedó sin construir y estuvo fuertemente vigilada. Todos los accesos al Oeste fueron sellados. Los medios de transporte que comunicaban entre Este y Oeste fueron detenidos o bien no se paraban en las estaciones del Este, como en el caso del tren subterráneo que seguía funcionando. De la noche a la mañana: familias, amigos, compañeros de trabajo, amantes y amigos, quedaron separados por lo que el gobierno socialista llamó: «Muro de Protección Antifascista». La opinión occidental lo bautizó como: «Muro de la Vergüenza». Un muro de cuarenta y cinco kilómetros dividía Berlín del Este de Berlín del Oeste, mientras otros ciento quince kilómetros rodeaban su parte Oeste para separar la ciudad del territorio de la RDA. Un total de ciento cincuenta y cinco kilómetros que se convirtieron en el símbolo más emblemático del famoso «Telón de acero» o «Cortina de hierro», término acuñado por Sir Winston Churchill para referirse a la frontera, no sólo física, sino ideológica, que separaba a los países que se encontraban bajo la influencia de la Unión Soviética, de los países occidentales regidos por el capitalismo. Contrario a lo que muchos creen, el Muro de Berlín no fue el único muro en Alemania. El más largo fue la frontera interalemana que recorría mil trescientos ochenta kilómetros desde el Mar Báltico hasta Checoslovaquia. Si bien, el Muro de Berlín es la sección más famosa de la construcción, representa poco más del diez porciento de su longitud. Hubo tres puntos de control a lo largo del muro, mismos que constituyeron pasos fronterizos: Alpha (en la ciudad de Helmstedt), Bravo (en Dreilinden) y Charlie (Checkpoint Charlie en Berlín), sin duda, siendo este último el más famoso de los tres. 17
A lo largo de la frontera interalemana, los pueblos y ciudades fronterizas se vieron fuertemente afectados debido a acciones de reubicación forzada. Medidas con nombres pintorescos como: «Acción Alimañas» clasificaban a ciertos ciudadanos «políticamente incorrectos o no confiables», quienes no eran deseables para radicar en la zona fronteriza. Esta clasificación se hacía de forma arbitraria, por ejemplo, en base a denuncias de vecinos, o porque eran activamente religiosos, tenían vínculos con la RFA, eran antiguos miembros de la NSDAP, pero también campesinos que no cumplían con su cuota mínima de entrega de productos agrícolas. Estas personas «indeseables» fueron reubicadas al interior del país. En sus nuevos lugares de residencia solían correr rumores de que se trataba de criminales, así que no sólo se les quitó su hogar, sino se les imposibilitaba, en cierta manera, de llevar una vida social normal. En este contexto histórico se desarrollan las anécdotas que viví. Mis papás nacieron en 1954, siete años antes de la construcción del muro. Ellos no recuerdan mucho de aquella época; sólo tienen vagos recuerdos de haber visto algo en la televisión. Yo nací dieciséis años después de que lo construyeran, en 1977, ya como ciudadana de una república joven. 1977, el año en que Jimmy Carter fue elegido como presidente treinta y nueve de Estados Unidos. El año en que la última persona en la historia fue ejecutada por medio de la guillotina. Un año lleno de crueles ataques de la RAF en Alemania. Apple lanzó el Apple II al mercado estadounidense, y yo tardé casi trece años en trabajar con una computadora en la escuela.
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