Ernestina, una brujita miedos

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Primera edición, 2020 © 2020, María Rebeca Mendoza Romero. © 2020, Par Tres Editores, S.A. de C.V. Fray José de la Coruña 243, colonia Quintas del Marqués, Código Postal 76047, Santiago de Querétaro, Querétaro. www.par-tres.com direccioneditorial@par-tres.com ISBN de la obra 978-607-8656-39-4 Diseño de portada © 2020, ---. Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito de los titulares de los derechos correspondientes. Impreso en México • Printed in Mexico


María Rebeca Mendoza Romero, nació en Querétaro, Querétaro, el 27 de enero de 1979, es Maestra en Derecho por la Universidad Autónoma de Querétaro. Durante veinte años se ha dedicado al servicio público en Procuración de Justicia. Desde secundaria le ha gustado escribir artículos pequeños, pero su gusto por crear historias infantiles surgió en el 2013 cuando nació su pequeña hija, a quien le fascina contarle nuevas historias, personajes y mundos irreales infantiles, llenos de fantasía, y que ha decidido compartir en este cuento.



A mi pequeña hija Rebeca, mi crayola, quien pinta mi vida de los mejores colores, por escucharme con mucha atención cuando le invento un cuento, lo que me permitió crear esta historia y compartirla.



Capítulo I El caldero mágico

Había una vez, en lo más escondido del bosque, una casa vieja; estaba hecha de madera y tenía un techo de paja. Durante el día, la casa permanecía cerrada. Por las noches, se escuchaban voces muy extrañas, bailes, risas y cantos. En algunas ocasiones, se observaban luces de muchos colores dentro de esa casa, a veces parecía que estaba ardiendo en fuego, pero sólo eran las llamas de una gran fogata que se encontraba adentro. Casi nadie se acercaba a esa parte del bosque. Estaba prohibido llegar hasta allá, y aunque no lo estuviera, todos tenían miedo de ir a ese lugar. Una noche, mientras el pueblo dormía, encendieron las luces de la casa vieja, se escucharon las risas y los bailes y una canción que decía así: Llegó la noche. ¡Ay qué alegría! Saquemos los calderos. Haremos hechizos. Busquemos las escobas, volaremos por el cielo y cantaremos con alegría. Llegó la noche. ¡Ay qué alegría! Saquemos los calderos. Haremos hechizos. Busquemos las escobas, volaremos por el cielo y cantaremos con alegría. 7


Así es, en esa casa vivían dos brujas. La mayor de ellas era una mujer alta, vestida totalmente de negro, con la cara pálida y la nariz larga con una verruga. Tenía un sombrero muy grande. Las uñas de sus manos eran larguísimas y las uñas de los pies, esas no eran largas, es más, no tenía uñas en los pies, porque las brujas no tienen dedos en los pies. Su cabello era tan largo que le llegaba casi a los tobillos: esta bruja se llamaba Lola. La otra, era una bruja un poco más pequeña, no tan alta, más joven que la primera, apenas tenía ciento veinte años. Lola había cumplido ya ciento cincuenta y cinco años. Esta bruja joven tenía un sombrero más corto, terminado en punta. Su cara no era tan pálida, a pesar de que nunca le había dado el sol, pero su piel era clara como la luna, también tenía una verruga en la nariz y se vestía de color negro. Ella se llamaba Cleotilde. Lola y Cleotilde eran hermanas. Tenían muchos años viviendo en esa casa del bosque. Las dos eran muy buenas haciendo hechizos, también eran fantásticas acróbatas cuando volaban en sus escobas. Todas las noches salían al bosque a dar piruetas y piruetas: era lo que más disfrutaban. La escoba de Lola, obviamente era una escoba grande, de la misma edad que ella, ciento cincuenta y cinco años; aún volaba muy bien, tenía algunas ramas medias rotas pero era como una amiga para Lola: esta escoba se llamaba Nona. La escoba de Cleo, al igual que ella, tenía ciento veinte años, era más pequeña, tenía el palo retorcido de tantas piruetas que habían dado juntas: esta escoba se llamaba Layla. Una noche, mientras se encontraban volando e iban rumbo al castillo del Conde Vampiro, Cleotilde le comentó a Lola que quería tener una hija. –¿Una hija?, pero, ¿qué dices, Cleo? –Así es, Lola, quisiera tener una pequeña brujita conmigo. –Vamos, vamos. Deja de pensar esas cosas. No sabes lo que estás diciendo. Vamos rápido al castillo del Conde para saludarlo y regresamos pronto, antes de que salga el sol. 8


Así, pasaron esa noche visitando a su amigo. De regreso, Cleo le dijo lo mismo a Lola. –Creo que sería hermoso poder convivir con una pequeña brujita, ¿no lo crees tú? Lola se quedó pensativa, la verdad era feliz viajando con su hermana en las escobas, pero veía en su cara unas ganas inmensas de tener una hija. –Luego lo platicamos, Cleo. Vamos a pensarlo muy bien. Hemos estado solas por más de cien años. No sé si tener una hija sea algo bueno ahora. –Piénsalo, Lola. Hace falta un poco más de alegría en la casa vieja. Una niña vendría muy bien para dársela a nuestro hogar. Así pasaron los días, Cleo era cada vez más insistente en querer tener una pequeña brujita en casa. –Oye, Lola, ¿qué has pensado de lo que te dije, de tener una brujita pequeña aquí en la casa? –En verdad, Cleo, considero que tienes muchas ganas de tenerla. –Así es, Lola. –Bueno, pues entonces hay que preparar todo para que en estos días puedas tener a tu hija brujita. Cleo se puso muy contenta, fue a buscar el caldero más grande que tenían colgado arriba, en el techo de paja de la casa vieja. Porque han de saber, que en este cuento, las brujitas nacen en el caldero mágico. –Ya traje el caldero, Lola, es el más grande que tenemos. ¿Crees que sea suficiente con este? –Por supuesto, Cleo. Éste será suficiente, ahora, a buscar todos los ingredientes. Esa noche, se fueron al bosque, comenzaron a buscar todo lo que necesitaban para crear a la brujita que tanto deseaba Cleo. –Muy bien, Cleo. Necesito que vayas lo más cerca que puedas de la luna, debes tocarla y traer un poco de su luz clara en este frasco, la guardas aquí y lo tapas bien porque esa luz será la que le de el color de piel a tu brujita. 9


–Así lo haré, Lola. Me gusta mucho acercarme a la luna volando en mi escoba. ¿Has visto qué bien se ve mi silueta en la luna? –Anda, Cleo, ve rápido. Yo me adentraré en el bosque, buscaré el canto del pájaro más hermoso y lo traeré para depositarlo en el caldero. Tu brujita tendrá una voz hermosa para cantar todas las noches. –Lola, además de ir a la luna, también iré a los sembradíos de algodón, traeré el suficiente para ponerlo en el caldero y que mi niña tenga su vestido. Tomaré un poco de la oscuridad de la noche para que su vestido sea negro como los nuestros. –Así es, Cleo. Vamos rápido, antes de que amanezca. Ya casi amanecía cuando las dos hermanas regresaron a la casa vieja. Dejaron todo lo que habían traído para al día siguiente preparar, en el caldero, el hechizo con el que crearían a la brujita, a la hija de Cleo. Pasaron toda la mañana siguiente dormidas, hasta que llegó la noche. –Vamos, vamos, Lola. Por favor empecemos a preparar el hechizo. Quiero conocer a mi pequeña. –Está bien, Cleo. Vamos, vamos, pues. Colocaron el caldero en medio de la casa, arriba del fuego lento que estaba encendido, ese que parecía una fogata, le pusieron suficiente agua para poder mezclar todos los ingredientes: • La luz de la luna para la claridad de la piel de la niña. • El algodón para crear el vestido. • La oscuridad de la noche para hacer su vestido negro. • El canto de un cuervo para la voz de de la pequeña brujita. • Y muchas, muchas hierbas y aceites para crearla por completo. Mezclaron todo en el caldero mágico. Lola movía y movía la mezcla con una cuchara grande para una mejor combinación de todo lo que habían puesto ahí. Cleo puso una de sus fotos para que la niña se pareciera a ella. Entonces, las dos hermanas comenzaron a dar vueltas alrededor del caldero mientras decían: 10


–En esta noche, deseamos que en este hechizo aparezca una pequeña brujita, quien será la hija de Cleotilde. Del caldero salían chispas de fuego, luces de colores, se escuchaban cantos y la luz blanca de la luna se salía del caldero y brillaba por toda la casa vieja. Lola dijo las palabras mágicas: –Noche, nochecita, oscura, oscurocita. Haz que en este caldero nazca una brujita. Fin, fun, fa. Fin fun fa –repetía mientras seguía aventando polvos mágicos en el caldero. Cleo miraba a su hermana mayor con mucho asombro por lo que hacía, pero también con mucho amor porque sabía que lo hacía para ella. De pronto, del caldero empezaron a salir más luces de colores. Muchas luces, blancas como la luna, empezaron a brotar por toda la casa. Más y más: pum, pum, pum, se escuchaba. Los pobladores, que vivían cerca de ahí, estaban más que espantados, no sabían qué era lo que estaban haciendo las brujas, porque con tanto ruido y tantas luces que alcanzaban a ver, les daba mucho miedo. Cleo y Lola no cabían de asombro por lo que veían. En todos sus años de vida, nunca habían creado una brujita. En ese momento, Lola se quedó pensativa, se quitó su gran sombrero y se rascó la cabeza mientras caminaba dando vueltas al caldero. –¿Sabes, Cleo?, presiento que olvidamos poner algo en el caldero. El hechizo necesita algo más. –No lo creo, Lola. Trajimos todo lo necesario. No creo que falte nada. –¡Ah!, ya sé. Nos falta un mechón de tu cabello, para que lo tenga tan negro y largo como tú. –Es cierto, voy por las tijeras. Cleo fue por las tijeras, se cortó un mechón del cabello y lo puso en el caldero. –Listo, Lola. Ahora el hechizo sí está completo. –Creo que sí, Cleo, aunque sigo pensando que falta algo. No me hagas caso, quizás no falta nada. 11


La casa continuó llena de luces de un lado para otro. Esa noche se escucharon muchos cantos, pasaron unos minutos más y todo volvió a la calma. De pronto, el caldero comenzó a moverse y se escuchó una voz desde el fondo que dijo: –Mamá. Sí, las brujitas nacen diciendo su primera palabra y siempre es mamá. Cleo y Lola, que para ese momento estaban en el piso cubriéndose de las luces y del fuego que volaba por la casa, se levantaron rápidamente para asomarse al caldero. –¿Escuchaste eso, Lola? Me llamó mamá. Ya nació mi brujita. Al fondo del caldero se encontraba recostada una bebé con un vestidito negro y un gran sombrero morado con una franja negra. Con mucho asombro, también la bebé miraba a las dos hermanas. –¡Oh! Mira, Cleo. ¡Qué bella brujita! ¿Ya viste la verruga tan grande que tiene en la nariz? –¡Es la brujita más hermosa que he visto! ¡Me encanta mi hija! –gritó Cleo. Para las brujas, tener una verruga muy grande en la nariz es tener belleza. Las dos hermanas estaban felices, sacaron a la brujita bebé del caldero y la tomaron entre sus brazos. La llevaron a acostarse a la cama y la arroparon en una cobijita negra. La bebé también las miraba y miraba pues estaba muy contenta de tener una mamá. –Yo te enseñaré a hacer hechizos –le dijo Lola. –Y yo te enseñaré a volar en tu escoba –le dijo Cleo. –¡Oh, la escoba, se nos olvidó la escoba! –Lola se puso sumamente preocupada–. No hicimos su escoba, Cleo. Ya decía yo que algo se nos había olvidado. –No te preocupes, Lola. Aún es muy pequeña para usarla. Llegado el tiempo, le haremos su escoba a mi brujita. Aún así, Lola se quedó pensativa pero ya no podía hacer nada. Las dos estaban muy contentas con la nueva integrante de la familia. No paraban de mirarla. La luz de la luna le había dado 12


un color claro a su piel, pero los polvos de colores le dieron un bonito color rosado; sus ojos eran grandes, muy redondos; su cabello corto, a la altura del hombro, de color castaño; su cuerpo estaba delgadito; su vestido negro, con una cinta morada en la cintura; su sombrero morado, de pico alto, con franja color negra y sus zapatitos color negro. Era una brujita diferente y hermosa. –Oye, Cleo: ¿cómo llamarás a tu hija? –Mi hija se llama Ernestina –dijo con una voz muy tierna. Ese día, la noche se les hizo muy corta, no paraban de disfrutar a Ernestina. El deseo de Cleo se había cumplido por un hechizo de Lola, con la ayuda del gran caldero mágico.

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