Primera edición, 2018 © 2018, Frida Monzerrat Guzmán Franco. © 2018, Par Tres Editores, S.A. de C.V. Fray José de la Coruña 243, colonia Quintas del Marqués, Código Postal 76047, Santiago de Querétaro, Querétaro. www.par-tres.com direccioneditorial@par-tres.com ISBN de la obra 978-607-9374-99-0 Diseño de portada © 2018, Diana Pesquera Sánchez. Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito de los titulares de los derechos correspondientes. Impreso en México
Printed in Mexico
Frida Guzmán nació en Cuautitlán Izcalli, Estado de México, el 5 de noviembre de 1999. Desde muy corta edad, adquirió una gran pasión por el estudio y conocimiento, razón que la llevó a participar en el evento “Energía 3.0 Gestión de los recursos energéticos con tecnología espacial” (Space BootCamp 2017) de la Agencia Espacial Mexicana, por la DGETI (ahora UEMSTIS). Su enorme afición por la escritura le abrió paso al primer lugar, a nivel estado, en el concurso del ENAC de la DGETI en la rama de creación literaria-cuento, y segundo lugar, a nivel estado, en el mismo concurso, en la rama creación literaria-minificción. Al fusionar su amor por el conocimiento y la literatura/escritura, ingresó a la licenciatura de Estudios Literarios por la Universidad Autónoma de Querétaro, la cual cursa en la actualidad. Apasionada por las distintas manifestaciones del arte, se ha convertido en una lectora empedernida; su camino por la escritura recién comienza, aunque la ha practicado la mayor parte de su vida como pasatiempo.
Nota de la autora Según la Organización Mundial de la Salud, alrededor de cuatrocientas cincuenta millones de personas en todo el mundo, padecen alguna enfermedad mental1; dentro de las cuales, trescientos millones de personas padecen de depresión, siendo ésta, la principal causa mundial de discapacidad2. Una de cada cuatro personas tiene alguna enfermedad mental a lo largo de su vida3, por lo que muy probablemente, a lo largo de tu vida, te toparás con algunas personas que tuvieron, tienen o tendrán un padecimiento mental. Más de ochocientas mil personas se suicidan cada año a nivel mundial y hay una muerte cada 40 segundos; en 2015 fue la segunda causa de muerte en el grupo de personas de 15 a 29 años4. La depresión, en su forma más grave, puede llevar al suicidio5. En el mundo, el estigma que cargan los trastornos mentales perjudica severamente a las personas que los padecen; es decir, esos cuatrocientas millones de personas deben cargar con él. ¿Te imaginas el efecto positivo que tendría eliminar esa fea marca que les ponen a esos individuos? 1 Organización Mundial de la Salud, Mental Health: facing the challenges, building solutions. (2005) 2 OMS, Trastornos mentales, http://www.who.int/mediacentre/ factsheets/fs396/es/ (2017) 3 OMS, Mental Health: facing the challenges, building solutions. (2005) 4 OMS, Depresión, http://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/ detail/depression (2018) 5 OMS, Trastornos mentales, http://www.who.int/mediacentre/ factsheets/fs396/es/, (2017)
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Prólogo Me seguía, lo sabía, lo sentía en cada átomo de mi cuerpo, me seguía. Caminaba por la calle y me seguía, me iba a la cama y me seguía, comía, lloraba, reía, estaba en familia y me seguía. Volteaba a buscar a ese ente para saber qué o quién era, pero nunca logré ver nada, sin embargo, sabía que algo me seguía, estaba conmigo en cada segundo de cada día. Con el paso del tiempo sentía que era más y más grande, tenía miedo porque, a pesar de que no lo veía, sabía que estaba ahí y no tenía ni la menor idea de sus intenciones, si era bueno o malo. O si existía. Una mañana desperté y estaba al pie de mi cama. No me asusté, me pidió quedarse y sin inmutarme dejé que se instalara. Prometió nunca dejarme y hasta el momento ha cumplido su promesa. Pero ahora, me da miedo.
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Capítulo I La pequeña gran quimera
«Un monstruo me persigue. Yo huyo. Pero es él quien tiene miedo, es él quien me persigue para pedirme ayuda». Alejandra Pizarnik. Diarios.
No sé cómo llegó a mi vida, el momento exacto en que se impregnó en cada fibra de mi ser, la forma en que se apoderó de mi cuerpo, ni por qué me escogió a mí, sólo sé que, desde muy corta edad, una desagradable y dolorosa compañera de vida apareció a mi lado y no se ha ido, aunque yo lo quiera. Es fría y dolorosa, llena de zozobra, eternamente sofocante, tan elegante y sigilosa que nunca sé el momento exacto en el que tomará las riendas de mi vida, o si acaso ya las tomó. En sus inicios, fue del tamaño de un grano de arena y muy inocente, pero mientras iba creciendo, echó raíces por todo mi cuerpo hasta apoderarse por completo de mi piel. Lo cierto es que no nos llevamos nada bien, pero irónicamente, somos inseparables. Muchas veces me hace dudar de su existencia pues, cualquiera a quien le hablo de ella, me dice que no es real. Le fascina hacerme quedar en ridículo. No tiene buenos modales, suele agradarle ser el centro de mi absoluta atención, todo el tiempo. Le fascina pasearse por mi mente para que piense en ella el día entero; tener el control de las cosas es lo suyo. Tengo la teoría de que el mundo le impide tanto tomar decisiones, y está tan desesperada que quiere adquirir poder en cualquier cosa que pueda. Debe ser difícil ser 13
invisible por tanto tiempo y siempre sentirse rechazada. Creo que la compadezco sólo un poco. Tiene una manera muy rara de existir; es tan inocentemente cruel que, a simple vista, parece que sus planes son malvados. Lo que para ella es bueno, para la mayoría resulta ser inadmisible. Las reglas de la convivencia no son lo suyo. Sospecho que se siente sola, pues a aquellos a los que nos ha llegado a invadir, intentamos huirle –a nadie le gusta sentirse prisionero, encerrado en un pozo sin fondo, oscuro y frío– y, para el resto que no la conoce desde su propia piel, les resulta sumamente desagradable y exagerada; no la comprenden. ¡Vaya existencia tan dolorosa la que ha de llevar: nadie la quiere cerca! Creo que es por ello por lo que tomó medidas drásticas para acabar con la soledad: hizo un pacto con el aislamiento, se le unió al sometimiento y me susurra cosas al oído intentando persuadirme para que nunca me aleje de ella. Y no lo puedo negar, es muy convincente. Muchas veces tiene una voz que te seduce y, de pronto, cualquier irracionalidad parece ser la idea más cuerda que haya existido en todos los tiempos. Se siente profeta, un profeta pésimo pues predice lo que ni siquiera cabe la más remota posibilidad de que suceda. Siempre trae consigo un exceso de aquellas gotas saladas que inundan los ojos cuando el ser resulta vencido; lágrimas, les llaman. Tengo la sensación de que son su juguete favorito, porque le agrada sacarlas por mis ojos para compartirlas con los demás cada que tiene oportunidad, aunque a veces se vuelve muy celosa de ellas y, ni aunque yo quiera, logro sacar alguna esfera de agua salada de mis ojos, lo que duele, duele estar tan triste que no se pueda ni siquiera llorar. Esas lágrimas, las que nunca pueden salir, las que tienen fin antes de existir y se evaporan sin calor, ésas, se sienten como un millón de dagas al corazón. No sé cómo llamarla, nunca se presentó formalmente; llegó a un lugar donde nadie la había invitado, llegó a mí y comenzó a crear caos hasta que me convertí en catástrofe. 14
Me convertí en ella. Creo que por ello me desagrada muchísimo: tomó mis planes, metas, objetivos, propósitos y motivaciones y los destruyó, los devoró y los convirtió en nada; fue como si me hubiera robado el mapa del laberinto que es mi vida, dejándome sola, a la deriva, sin saber qué hacer y, a cambio de perder mi mapa, me pusiera una venda en los ojos. Incluso siento que me llevó a un laberinto muchísimo más intrincado y con un millón de obstáculos en cada centímetro cuadrado. Me hace sentir como una persona floja, ya que se consume toda mi motivación y energía, afecta a mi funcionamiento diario y, por ende, a las actividades que tengo previstas para un futuro inmediato. No me deja hablar ni convivir, me hace imposible tener contacto visual con las personas. Ha hecho la palabra procrastinación común en mi vida diaria. Con ella a mi lado, siento que siempre estoy siendo juzgada por el mundo entero, como si estuviera marcada como suelen hacer con las vacas, y en realidad lo estoy, el estigma es inmenso, a veces le cedo la razón y me siento insegura de mí misma. No puedo aceptar ningún cumplido porque siento que no son reales, que son una gran blasfemia o lo hacen porque quieren decir lo contrario, pero no saben cómo. Los profesionales me dijeron que se llamaba depresión, trastorno depresivo mayor, para ser precisa, pero me rehúso a llamarla así, no le queda el nombre, se me eriza la piel cada vez que esa palabra entra a mi cuerpo y mi compañera de vida no me eriza la piel, me congela, petrifica y destruye para convertirme en polvo, pero no me eriza la piel. Algunas personas que tienen o conocen a una compañera de vida como la mía, le llaman perro negro, pero tampoco puedo llamar así a la mía, me parece una mala descripción para ella. Si bien es cierto que puede ser latosa y te sigue como un pequeño cachorro, y que también puede ser domesticada como un buen perro, sé que ella es mucho más que eso; me parece similar a querer llamarle gallina a una avestruz. 15
También he escuchado que la llaman esqueleto, por estar dentro de ti y por ser difícil de sacarla de tu vida sin morir en el intento, me niego también a que se llame esqueleto, no le queda nada bien a mi compañera de vida, es más compleja. Si algo he aprendido de ella es que ninguna compañera de vida de este tipo es igual a las demás que tienen cada uno de los más de trescientos millones de personas que la padecemos. Creo que todas las personas que viven día a día con esta extraña compañera deberían ponerle un nombre, algo que las haga sentirse más cercanas a ella pues, aunque no la queramos en nuestras vidas, estará por un periodo de tiempo con nosotros, e incluso, muchas veces sentiremos que somos nosotros. La mía es una quimera, sí, así le llamaré, como ese ser híbrido mitológico de tres cabezas: una de león, otra de cabra (al igual que el torso) y la última (además de las alas) de dragón; y como cola, tiene a una serpiente. Es una criatura intimidante pues vomita fuego, sus garras son tan afiladas que pueden matar en un solo movimiento y su aspecto es amenazador, perturbante. He vivido con una quimera por larguísimos años, y no, no ha sido nada fácil. Nada fácil. Muero de miedo con cada segundo que pasa. Me destroza y desarma cada que tiene oportunidad. Intento esconderme de ella, pero es imposible porque está dentro de mí, ¿cómo liberarme?, ¿cómo matar a la quimera sin destrozarme a mí misma? Lo cierto es que no lo sé.
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Capítulo II Inicio de un mundo gris
«Algo se rompe acá dentro y pienso, me estoy vaciando viva». Enriqueta Ochoa. Carta a Jesús Arellano.
Recuerdo que agonizaba, no lo sabía, pero agonizaba, sentía que la vida era agua y se me escurría por las manos y, por más que intentaba asirme a ella, no podía. La vida se me iba. Se me iba. Se me va. Todo se iba tiñendo poco a poco de gris, gris sofocante, pesado y solitario. Lloraba en todas partes, por cualquier cosa, sin importarme quién me viera; lloraba porque la vida me dolía, pedía ayuda, pero sólo se limitaban a decir: «estás exagerando» o «deja de querer llamar la atención», así que sentía que la soledad me devoraba, me destrozaba y pisoteaba. ¿Los sentimientos tienen sabor? Porque el sabor a mustio no desaparecía de mi boca. Ni de mi vida. Lloraba en mi habitación antes de dormir, era el único lugar y horario en mi casa donde podía llorar sin alarmar a mi familia. Cerraba la puerta de la habitación, ponía a mi lado pañuelos y me iba a la cama, tomaba una almohada y rompía a llorar en ella. Lloraba en silencio mientras mi dolor gritaba agonizante. Promedio del llanto nocturno: una hora. 17
Mis ojos terminaban tan agotados que me quedaba dormida ahogada en llanto. Lloraba. Lloraba. Mis noches se volvieron rutinarias. Creía que llorando me desahogaba, que tal vez, si lloraba lo suficiente, podría volver a ser la persona que era antes, como si las lágrimas pudieran purificarme, hacer que saliera todo lo que estaba mal en mí, pero ocurrió todo lo contrario: sentía que, entre más lágrimas salían disparadas de mis ojos, más me hundía en el hoyo del sufrimiento y me sentía ajena a mí misma. Tan ajena. Tan incómoda en mi propia piel. Las personas decían que me querían, pero no les creía: ¿cómo podrían ellos quererme si yo me odiaba más que nada en el mundo? Era un estorbo, lo sabía, aunque la gente me dijera que no. Una gran basura. Dejé de comer como antes, mi apetito se había ido –o quizá se lo había adueñado la quimera–, al igual que mi motivación, pues lo que antes gozaba hacer dejó de importarme. Nada me llenaba, comenzaba a desvanecerse lentamente la esencia de la persona que solía ser; mi concentración había hecho maletas y se había marchado con lo poco que quedaba de mí. Ya no me llamaba la atención nada de la vida. Todo carecía de sentido y propósito. Mi quimera decía: «¿Para qué continuar?» «¿Para qué hacer cualquier cosa?» «¿Realmente merece la pena salir de cama?» «¿Para qué seguir en un lugar donde no haces más que sufrir?» Todo aquel circo de catástrofe que creí que duraría unos cuantos días –por lo mucho un par de meses– se apoderó de años de mi vida; años que, cuando miro hacia atrás, son tan borrosos que se me llenan los ojos de lágrimas, la garganta se me hace un ovillo y mis piernas se debilitan y vencen. 18
En la mitología, a la quimera le gustaba coleccionar tesoros y engullir rebaños completos; mi quimera hace lo mismo pues a veces pienso que se ha devorado toda la persona que yo era y me tiene presa como tesoro o trofeo, quizá simplemente le gusta el cómo la hace sentir adueñarse de vidas. No lo sé. Aún no descifro su lenguaje. Llegó un punto en el que no recordaba la última vez que había disfrutado realmente de un momento, o que había podido conciliar el sueño sin haber cansado mis ojos de lágrimas o, incluso, que había pasado un solo día sin llorar. Tenía nueve años cuando consideré por primera vez el camino del suicidio, me seducía la idea de dejar de sufrir; la promesa de que nada me dolería de nuevo era bastante tentadora. Mi quimera había abierto esa posibilidad para mí y, por primera vez, le estuve tan agradecida. A muy corta edad, la vida se encargó de hacerme la existencia pesadísima, las situaciones me sobrepasaban, me sentía tan perdida y rota que creí que nunca más podría volver a ver otra tonalidad en la vida que no fuera gris. Era demasiado sufrimiento para una niña pequeña. Me convertí en una persona que se irritaba por todo. El único lugar donde me sentía bien era en la escuela, el conocimiento se convirtió en una salvación para mí, podía poner pausa por un momento al caos de mi vida y me concentraba en el estudio. Hice de la escuela mi motor para continuar, era lo único por lo que seguía con vida. Fui una niña apasionada por el estudio, el saber y el conocimiento, era mi única manera de escapar de la pequeña quimera que comenzaba a aparecer en mí, y yo ni siquiera lo sabía, tal vez no lo comprendía. El cuidado personal no me preocupaba en lo más mínimo, porque yo no me podía importar menos; cada que tengo recaídas, es lo mismo, no hago las cosas que pudieran ayudarme porque soy la persona que menos me importa, entre menos hago por mí, me agrada más… es decir, le agrada más a la quimera. Es 19
muy dicho que el ejercicio ayuda a combatir la depresión, pero ¿cómo hacer algo por uno mismo cuando te odias tanto que deseas morir? Mi infancia fue solitaria; desde siempre he sido una mujer introvertida, mis amistades fueron menos que efímeras y no sabía nada sobre el arte de socializar. Rompía en llanto cada que me exponía en una situación frente a muchas personas, rompía en llanto cuando me daba pena, rompía en llanto cuando tenía que hablar a la fuerza con gente nueva, cuando iba a conciertos de manera obligada y cuando iba a fiestas de la misma manera. Mis lágrimas se desbordaron de mis ojos tantas veces que todo mi interior estaba hecho añicos, y hasta este momento lo sigo conservando así; me sigo rompiendo a pesar de estar hecha ruinas, porque los pequeños trozos siempre se pueden romper un poco más. «Hagas lo que hagas se van a reír de ti». «Todo mundo te está juzgando». «Aquello que dijiste fue realmente estúpido». «Si hablas en público te equivocarás y todo mundo hablará de ello». No tenía idea de que otras pequeñas colegas de la quimera se estaban haciendo presentes en mí: mi querida ansiedad y fobia social. Tal vez, sólo tal vez, se trata de las cabezas de la quimera: tres cabezas al frente, tres compañeras de vida; sin embargo, aún no sé qué cabeza es cuál compañera, quizá por ello aún no logro domarlas. Descubrí un mundo hermoso al intentar huirle a la soledad y, aprovechando la escuela como medio, al ser una alumna destacada desde siempre (la única cosa certera que tengo en la vida), los maestros me reconocían entre mis compañeros y constantemente platicaban conmigo. Un día decidí darles cuerda suelta a aquellas conversaciones y encontré cobijo en ellos, comencé a tenerle más confianza a los docentes que a cualquier otra persona y, en todas las escuelas a las que asistí, se repitió la historia. Encontré amistades en algunos maestros. 20
Me enamoré del mundo adulto. De la madurez intelectual. Siendo una niña, las conversaciones de las chicas de mi edad me aburrían, mientras que los temas que rodeaban a los adultos me parecían irresistibles. Por ello nunca sentí que encajaba, me sentía muy extraña, como una piedra en medio de rosas. No sabía que me estaba enfrentando con una verdadera fiera, que estaba cayendo en un abismo sin fondo y que seguiría cayendo por años.
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