En mi mente sigo jugando futbol, cuentos de balompié

Page 1


Primera edición, 2018 © 2018, Salvador González Ávila. © 2018, Par Tres Editores, S.A. de C.V. Fray José de la Coruña 243, colonia Quintas del Marqués, Código Postal 76047, Santiago de Querétaro, Querétaro. www.par-tres.com direccioneditorial@par-tres.com ISBN de la obra 978-607-9374-95-2 Diseño de portada © 2018, Diana Pesquera Sánchez. Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito de los titulares de los derechos correspondientes. Impreso en México • Printed in Mexico


Salvador González Ávila nació en la ciudad de Querétaro el 19 de noviembre de 1980. Es Ingeniero industrial de profesión, profesor universitario y futbolista en el corazón. Fruto de la influencia de su padre, desde niño mostró un interés genuino por la lectura, la oratoria y el deporte. Ha escrito diversos artículos de carácter social en diferentes publicaciones online en España y en México, y en este, su primer libro, une de manera sensible sus dos pasiones: el futbol y la literatura.



Índice 9 Prólogo

13

19

25

El mejor hijo del mundo

Magia

35

De izquierdas

Querétaro

43

53

Teatro de los sueños

Repetición

59 Capitales

67

75

Ídolo

Resaca

81 Envidia



Prólogo

Todos los futbolistas, profesionales o amateurs, tienen algo en común: un día debutaron. Y ese fue uno de los días más importantes de su vida. El poner por primera vez un pie en el terreno de juego, es el inicio de algo que no saben a dónde los llevará; ni cuándo ni dónde terminará. Cada uno de esos futbolistas, antes del silbatazo inicial del partido, o de pie en la línea de cal antes de entrar al campo de juego, disfrutaron y sufrieron el nerviosismo y emoción de su debut. Y eso le pasa también los escritores. Las letras de la página que tienes en tus manos, fueron escritas con ese nerviosismo y emoción del debut. El poner la primera letra en una página en blanco es el inicio de algo que no sabemos a dónde nos llevará, ni cuándo ni dónde terminará. El futbol y la literatura corren por la misma banda. Hablar o escribir de futbol es tan fácil o difícil como queramos hacerlo. Lo mismo pasa con la literatura. A través de las letras podemos meter los goles más hermosos y a través del futbol podemos realizar los mejores poemas. Festejar, reír, gozar y jugar es lo importante. Eso es la vida. Eso es el futbol. La vida es un interminable partido de futbol. Aunque sea por una sola vez, sin importar si nos apasiona o no, todos hemos sentido emociones profundas en algún partido de futbol. ¿Qué sucede cuando en tu vida diaria todo lo relacionas con el futbol? Este libro contiene pequeñas historias de futbol que suceden en la cotidianidad. Historias que te hacen dar cuenta de lo delga9


da que es la línea entre ver el futbol a través de la vida o de ver la vida a través del futbol. Tengo treinta y siete años y cada día que pasa juego menos futbol, pero, también, cada día que pasa me convierto en un mejor jugador. En cada partido mi mente sabe qué hacer en cada jugada. Mi mente llega a todos los balones, pero mi cuerpo ya no… Por eso, en mi mente sigo jugando futbol. Que lo disfrutes.

10


De izquierdas

Urrutia sabía que todas las cosas que vivió lo habían preparado para ese momento. Sustentado en ese cliché barato, Urrutia empezó a adquirir poco a poco seguridad para la decisión que tenía que tomar. Era el momento de trascender. Siempre he creído que, en situaciones de estrés o peligro, es donde salta la verdadera personalidad de los individuos. En esas ocasiones te llevas grandes sorpresas, donde, en casos de emergencia, personajes aparentemente parcos, sin gracia y casi con manos de piedra, se convierten en virtuosos violinistas y resuelven con solvencia y firmeza los problemas, o te llevas grandes decepciones cuando, por ejemplo, el salvavidas entra en pánico, se paraliza y se convierte incluso en la persona que tiene que ser rescatada. En este caso, en esta historia, Urrutia siempre fue virtuoso, disciplinado, buen compañero y sabía desarrollar y liderar proyectos en equipo de manera sobresaliente. Era un líder nato: con pasión animaba a sus compañeros a sacar lo mejor de sí mismos y siempre cumplía con los objetivos que le planteaban. Así que, cuando llegó ese momento clave, ese momento de elegir a alguien para ejecutar la decisión de todos, no hubo nadie que no pensara en él y Urrutia, sin dudarlo, aceptó. Lo sabía antes de que se lo pidieran y él asumía ese liderazgo con orgullo. No había nadie más preparado que él. Cuando estuvo frente a todos, el bueno de Urrutia identificó que se hallaba en uno de esos momentos especiales que te mar13


can, que años después se siguen recordando; de esos momentos que te convierten en leyenda. Urrutia, a pesar de la urgencia y presión, se tomó la calma necesaria para saborearlo. Sin ningún aspaviento, guardó silencio y se dispuso a escuchar los murmullos a su alrededor y éstos, lejos de incomodarlo, le emocionaban y lo motivaban. Era muy competitivo y por eso se deleitaba sabiendo que tenía la oportunidad de cambiar la historia, de salir de ahí ese día señalado como un ganador y, sobre todo, que ese día quedaría en la memoria de cada uno de los presentes; que pasarían los años y todos recordarían que él salió victorioso: donde antes muchos otros salieron derrotados. Llegó la hora. Todos hicieron silencio; incluso, en ese instante, el director suspendió una junta importante con el sindicato y no pudo evitar asomarse desde la ventana de su oficina en la segunda planta para observar el momento. Urrutia sabía que esto era una oportunidad que lo convertiría en alguien memorable. Muchos empresarios y personas de otras profesiones esperan toda su vida por una oportunidad así… y cuando se les presenta, si es que se les presenta, a menudo no la aprovechan o la dejan pasar. Pero, definitivamente, este no era el caso, o, mejor dicho: no podía ser el caso. Se levantó, caminó y unas gotas de sudor cayeron desde su frente. Se las secó con desprecio, mientras que sus compañeros lo palmeaban en la espalda y, aunque estaban muy temerosos, con sinceridad le daban toda su confianza. ¡Caray! Era Urrutia; no había de qué preocuparse. El clima era tenso, todos dejaron sus actividades para estar atentos y no perder ningún detalle. Rodríguez, compañero de toda su vida, lo miró a los ojos, sonrió tímidamente y levantó el pulgar en señal de aprobación. Aunque en el fondo estaba más nervioso que nadie, Rodríguez aparentaba una calma tensa. Estaba tan nervioso que mientras levantaba la mano para dar confianza y aprobación, de los nervios, con la otra mano rompía un lápiz dentro de su bolsillo. 14


Urrutia, siempre había tomado ese tipo de decisiones con marcada tendencia a la izquierda. Y todos lo sabían. Pero, ¿qué más daba? A pesar de su radicalidad, las cosas siempre le habían salido bien. Cuando llegó el momento indicado, mil cosas le pasaron por la cabeza. Urrutia abrió los ojos, dio una gran bocanada de aire, exhaló, aceleró un poco y justo antes de ejecutar su decisión… dudó. Dudó porque todos sabían que iría a la izquierda. Y en ese segundo final, Urrutia, queriendo sorprender a todos, cambió su decisión y cobró el penalti lanzándolo a la derecha. Le pegó tan mal al balón, que éste salió rodando lastimosamente lento, incluso parecía que el balón iba llorando por tan triste manera de ser pateado. Nadie supo qué decir. Todos se quedaron congelados, incluyendo, por supuesto, al bueno de Urrutia. Justo en ese momento, sonó la campana. Esa maldita campanada que significaba el inevitable final del recreo en la Primaria Benito Juárez. El director volvió a su junta con el sindicato de maestros. Jorgito Urrutia falló el penalti… Y los de Quinto B, nuevamente, volvieron a perder contra los de Sexto A.

15



El liderazgo debe ser agradable, afable, cordial y, sobre todo, emocional. La moda de liderazgo autoritario se ha ido. El futbol es la vida y no se puede estar enojado toda la vida. Vicente del Bosque.



El mejor hijo del mundo.

Él siempre les decía a todos que lo más importante era su familia. Sergio se sentía extremadamente orgulloso de venir de una familia tradicional y con valores. Para él y para mucha gente, su familia era ejemplar en todos los sentidos y eso le gustaba mucho; le gustaba sobre todo que la gente se lo reconociera y se lo aplaudiera. Por eso, él siempre decía que su familia era lo más importante. Hablaba tanto de ellos, que incluso personas que no conocían a su familia los admiraban y Sergio sentía que el poner en alto el nombre de su familia lo hacía ser una mejor persona. Lo hacía sentir que era el mejor hijo del mundo. Cuando él se fue de su casa para vivir en España, les llamaba a diario y les contaba todo con meticulosos detalles. Durante el día, estaba ansioso por regresar a su departamento y comunicarse con su familia para poder compartir sus aventuras y transmitirles todo lo nuevo que iba conociendo. Su familia, emocionada, esperaba siempre esas llamadas y así sentía que, a pesar de la distancia, seguían estando muy cerca, y Sergio, a su vez, estaba seguro de que a través de él y de esas llamadas su familia podía saborear y vivir un poco de todo lo que él descubría. Sergio ya tenía algunos años viviendo en Madrid y por sus actividades laborales, la comunicación con su familia era cada vez menos frecuente y detallista. Ya no les llamaba a diario, muchas de sus actividades diarias empezaron a dejar de ser sorpresa y se convirtieron en el día a día, y creía que no tenía caso comunicarles detalles ahora, ya incluso 19


aburridos, y por eso la comunicación dejó de ser la misma. La cotidianidad empezó a comérselo y la rutina terminó por digerirlo. A pesar de eso, con frecuencia los tenía en su mente. Cuando descubría algo nuevo, él deseaba que su familia estuviera a su lado para disfrutarlo juntos y siempre se repetía que lo más importante para él era su familia. Pasaron varios años y Sergio añoraba visitarlos, pero cuando tenía oportunidad de hacerlo, siempre surgía algo extraordinario y al final nunca podía. Sergio siempre pensaba: «Será en las próximas vacaciones», pero cuando llegaban esas próximas vacaciones volvía a salir algo extraordinario, como más trabajo o algún viaje a un a ciudad nueva y, al final, el pobre Sergio, a pesar de extrañarlos mucho, siempre terminaba diciendo lo mismo: –Será en las próximas vacaciones. En ese año, a Sergio le iba especialmente bien. En su trabajo era reconocido por sus colegas; tenía una linda novia, buenos amigos, y, por las actividades laborales que realizaba, él era invitado a muchos eventos importantes en la ciudad. Vivía tranquilo y cómodo, pero, a pesar de eso, Sergio sentía que su familia le hacía falta y los extrañaba cada vez más. Hasta que un buen día, a él se le ocurrió que, si él no podía visitar a su familia, el haría que su familia lo visitara. El costo no importaba; de cualquier manera, él siempre pensaba y repetía que su familia era lo más importante. Su familia nunca fue de grandes viajes, así que esto sería una gran aventura. Sergio, emocionado empezó a buscar los boletos; planeó un gran itinerario y envío los pasajes a sus padres y, cuando por fin pudieron visitarlo, fue algo mágico: se abrazaron y se rieron lo que pudieron. Visitaron muchos lugares y ciudades; tomaron muchas fotos y se esforzaban por hacer cada lugar y ocasión muy especial. Todos sabían que era algo que difícilmente se repetiría y estaban ansiosos por vivir y crear nuevas experiencias, nuevas anécdotas qué contar y eso alegraba mucho a Sergio, porque él 20


sentía que sus anécdotas familiares ya estaban muy gastadas e, incluso, algunas habría que jubilarlas. Los días pasaron y se fueron como llegaron: rápido. Y la familia de Sergio se tuvo que ir. Fueron dos meses grandiosos. Él se sentía triste y reafirmaba ante todos que lo más importante para él era su familia. Gente cercana le admiraba el esfuerzo que había hecho por haber llevado a sus padres a viajar y cada que escuchaba eso, sin duda, Sergio se sentía el mejor hijo del mundo. Pasaron los meses y con eso llegó nuevamente otra helada Navidad a Madrid y el fin de ese año estaba cercano. La celebración de Año Nuevo en esa ocasión fue diferente. Todos los amigos de Sergio pudieron ir a visitar a sus familias, Sergio y su novia tenían pocas opciones para festejar. Una de esas opciones era con una amiga suya, Luisa. Ella estaba organizando una fiesta, él y su novia decidieron que pasarían esa celebración con Luisa y sus amigos. Sergio, gustoso de la fiesta en grande, imaginó que sería algo extremadamente festivo: –¡Pues no todos los días puedes celebrar el Año Nuevo en Madrid! –decía a todo aquel que lo pudiese oír. Pero todo fue solemne, formal y educado. Eso no le importó; él estaba decidido a pasarla bien de cualquier manera. Hablaron del clima, de la sociedad, de política, de vinos y de cosas que le aburrían; pero todo cambió cuando Luisa les platicó una tradición que su familia repetía cada celebración de Año Nuevo y dicha tradición consistía en que cada uno de los asistentes a la cena compartía con todos los presentes lo más importante que ellos consideraban que les había sucedido ese año. ¡A Sergio le encantó esa idea! Y sin dudarlo quiso participar. Uno a uno fue contando lo mejor de ese año. Hubo de todo: viajes, bodas, fiestas, hijos, etc… Mientras tanto, Sergio estaba ansioso por contar lo suyo y hasta agradeció ser el último de todos. Cuando fue su turno, tomó una pausa, dio un gran respiro, esbozó una gran sonrisa y con un gran brillo en sus ojos narró con elocuencia, conmovido y orgulloso lo mejor que le había pasado ese año… 21


Les contó emocionado y con la piel erizada, que el día 27 de abril de ese año él había visto en el estadio Santiago Bernabéu al más grande jugador de la Historia marcar dos goles en un partido memorable de semifinal de la Champions League. Les contó que vio jugar a Messi y que lo mejor de todo fue que La Pulga hizo una faena impresionante en el minuto 87, donde con sus pies de bailarina y su velocidad felina partió desde el centro del campo, deshaciéndose de cuatro jugadores, para marcar el segundo y más bello gol de la noche, con un tiro suavemente cruzado ante la salida del ya mítico portero español Íker Casillas. Narró con detalle y pasión que Messi lo hizo con gran facilidad y estética y que se veía tan superior, que era como ver jugar a los niños de Sexto contra los de Primero de Primaria. Sergio añadió, por último, que estaba en un palco del estadio Santiago Bernabéu donde él era el único aficionado blaugrana y que, en medio de todo ese glamour, aunque intentó contenerse, no lo logró y, producto de esa emoción indescriptible, él festejó gritando y saltando como un niño entre distinguidos aficionados madridistas, y que eso, eso precisamente, le había causado unas de las mejores emociones y experiencias de su vida. De pronto, su novia lo interrumpió y le recordó a Sergio que después de mucho tiempo sin ver a su familia, ese año por fin lo habían visitado y le recordó que habían pasado unas vacaciones increíbles. Todo fue silencio. De ese silencio que da vergüenza. Él siempre se había jactado que su familia era lo más importante y había olvidado su visita. Sergio ya no se sintió el mejor hijo del mundo, se sintió el mejor aficionado del mundo.

22


Amo el futbol. Lo más importante para mí es la familia, pero sin el futbol estaría perdido. David Beckham.



Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.