Hechiceros II: El regreso de lord Athan

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Primera Edición 2017 Yahuaca Santana, Andrea Hechiceros II: el regreso de lord Athan / Yahuaca Santana, Andrea; – Querétaro, México; 2017 Par Tres Editores, S.A. de C.V.; 312 p. ISBN de la colección: 978-607-9374-02-0 ISBN de la obra: 978-607-9374-64-8 Distribución nacional © 2013, Andrea Yahuaca Santana. © 2016, Par Tres Editores, S.A. de C.V. Fray José de la Coruña 243, colonia Quintas del Marqués, Código Postal 76047, Santiago de Querétaro, Querétaro. www.par-tres.com direccioneditorial@par-tres.com Ilustración de portada y emblema © 2015, Edgar Clement. Diseño de portada © Par Tres Editores, S.A. de C.V.

Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito de los titulares de los derechos correspondientes.

Impreso en México • Printed in Mexico


Andrea Yahuaca Santana nació en Atotonilco el Alto, Jalisco en 1992. Al poco de cumplir un año, se mudó con su familia a Querétaro, Querétaro, donde actualmente reside. Aunque mostró siempre gran sensi- bilidad hacia todas las bellas artes, desde una edad corta tuvo una inclinación hacia la literatura, siempre su asignatura favorita, siendo sus primeros contactos con ella en concursos de cuento y oratoria. Sintiéndose por lo general fuera de un círculo social y desinteresada por el tener que encajar, buscó un escape en las ideas que rebosaban en su mente, comenzando a escribir más seriamente a los diecisiete años. Los trabajos de C.S. Lewis y J.R.R Tolkien, tuvieron una fuerte influencia en ella, adentrándola al mundo de la novela fantástica. Además de éstos, entre sus autores favoritos se encuentra también Edgar Allan Poe y J.K Rowling.



El regreso de lord Athan

La vida en Nell

Pasaron doce meses y siete días desde que Glyndialynn dejó de ser una estrella, ahora era la reina de Nell. Hasta ese entonces, su reinado resultó próspero y pacífico; las personas se hicieron más solidarias y, debido a que ahora en el reino habitaban duendes, ninfas, centauros, sátiros y demás criaturas, las personas eran considerablemente más tolerantes que antes. Resultó una maravilla atestiguar cómo aquellas criaturas fantásticas podían vivir otra vez sin miedo entre los humanos, conviviendo con ellos con naturalidad. De entre los nueve reinos, Nell mantenía una relación especialmente estrecha con Aeneas, cuyo príncipe, el Noble Andrew, visitaba con frecuencia a los reyes de Nell, sus mejores amigos y a quienes más confianza tenía en todo el mundo, después de su tutor Edwin y su aya. Las gynëjai fueron invitadas a vivir en el reino de Nell tras la boda de los reyes, pero ellas eran seres no sólo fantásticos, sino también mágicos y las reglas de convivencia entre seres mágicos y mortales les impedían vivir entre humanos. Y aunque llevaban poco más de un año sin ver a los reyes, se conservaba fresco en sus memorias el recuerdo de su amistad. Todo parecía haber resultado mejor de lo que Leander habría podido esperar. Los antiguos reyes de Nell, Stefan y Gladys, cedieron la corona a favor de su hijo tan pronto contrajo matri11


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monio, vivían en el castillo junto con Leander actuando como sus consejeros, pero ya no intervenían en las decisiones políticas. El rey Stefan quería descansar de toda una vida de gobernar. La reina Gladys llegó a querer a Glyndialynn tanto como si fuera su propia hija; pasaban mucho tiempo juntas, mientras que Stefan y Leander salían de cacería o se ocupaban de asuntos del reino. Una vez cada mes, acudían al castillo Ademia y sus dos pequeños, Alicia con su esposo Albert y Andrew. El objetivo de la reunión era llevar a cabo un banquete en el que recordaban y honraban a los caballeros y las criaturas que habían muerto valientemente en el campo de batalla defendiendo al bosque de Callia. Al finalizar el banquete, se realizaba en la plaza principal de Nell un baile al que podía asistir todo el reino. A pesar de todo el regocijo que llenaba la vida de los reyes, Leander comenzó a experimentar un extraño sentimiento de culpa. Pensaba que no tenía derecho a ser feliz. No quería admitir porqué le sucedía eso, pero por dentro sabía que era por sus sueños constantes con Stacia. Recordaba aquellas duras palabras que ella le dirigía siempre en sus pesadillas, sin dejar de recriminarle su amor por Glyndialynn y su promesa rota. La princesa de Aure jamás habría pensado algo así, ella habría comprendido que Leander conoció a Glyndialynn y que la amaba por quien era; pero el remordimiento lo hacía pensar de ese modo. Desde luego que nunca le mencionó nada de eso a su esposa; lo único que ella sabía era la pesadilla en la que Stacia lo asesinaba a sangre fría. No sabía nada acerca del sentimiento de culpa que invadía a Leander: y él pensaba mantenerlo de esa manera; decírselo a Glyndialynn implicaría una carga más para ella, una que él decidió llevar solo. 12


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Al principio de cada mes, la gente del reino acudía al castillo, Leander brindaba audiencia en el salón del trono y escuchaba las necesidades y problemas de su pueblo. Glyndialynn escuchaba a un lado de su esposo, pero no opinaba, la política es del rey y la reina siempre debe estar presente en las audiencias públicas, así lo dictaba la ley. Generalmente, las audiencias eran siempre iguales, tan aburridas para Glyndialynn que luchaba internamente por no quedarse dormida. La gente siempre se quejaba de lo mismo: robo de ganado, falta de dinero, granos podridos, disputas por tierra y todos aquellos problemas inminentes ante el rápido crecimiento de un reino. Pero ese día, mientras escuchaban a un campesino quejarse sobre un zorro que mataba a sus gallinas, Glyndialynn notó a su marido ausente, el hombre se veía desesperado y el rey no reaccionaba. La reina le dio un sutil golpecito en el brazo que lo hizo salir de sí mismo. –Perdón... –comenzó Leander, pero ante la falta de atención y el no saber que contestar, Glyndialynn se adelantó. –Veremos que podemos hacer al respecto –dijo tranquila–, enviaremos a alguien con trampas para atrapar al zorro. El hombre asintió y se retiró de la sala. Mientras, Leander permaneció callado, con la mirada ausente, hasta que de pronto se detuvo en un anciano maltrecho y escuálido, casi al final de la fila. El viejo llevaba una capa negra muy maltratada que le arrastraba hasta los pies; un extravagante sombrero de punta, que también parecía de aspecto muy viejo y un bastón que lo mantenía de pie. Además, su arrugada cara estaba cubierta por una barba muy espesa que le llegaba hasta la cintura. Leander inspeccionó detenidamente al anciano y luego le dedicó una sonrisa. Leander indicó a los guardias que lo acercaran al trono, tenía curiosidad de escucharlo. Sus pensamientos comenzaban a disiparse y volvía otra vez la atención a su audiencia. 13


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–Buenos días, su majestad –habló el anciano con una voz temblorosa y ronca. –Buenos días. Dígame, ¿qué puedo hacer por usted este día? –Quisiera ver a Stacia, reina de Nell. El nombre de Stacia timbró en los oídos de todos los súbditos, dando pie a murmullos y cuchicheos en todo el salón. Además, el sobresalto al escuchar el nombre de la difunta princesa, hizo que Leander se enderezara en su trono, al tiempo que su corazón latía violentamente, al grado que casi sentía que se le salía. Resuelto a no dejarse dominar por sus emociones, el rey tomó una generosa bocanada de aire y suspiró profundamente, tratando de sosegarse. –¿No querrá decir: “Glyndialynn, la reina de Nell”? –No, alteza, quisiera ver a Stacia. –Me temo que eso no será posible. Verá, la princesa Stacia... falleció hace ya un tiempo. –¡Cómo! ¿Falleció? –inquirió el anciano, desconcertado. Era evidente que no sabía nada. –Sí. Hace poco más de un año –contestó Leander con aires de melancolía. –Y, si mi pregunta no es inoportuna, ¿en dónde fue sepultada? –En el mausoleo de Aure, como lo marca la tradición. –¡Cómo lo lamento, alteza! –exclamó el anciano, decepcionado–. Si no es mucha la osadía, majestad, me permitiré decir que hacían una pareja encantadora. Leander abrió los ojos tanto como pudo, incrédulo ante el comentario tan osado de aquél anciano y asintiendo extrañado le dedicó una mirada fulminante. No estaba completamente seguro de qué debía decir, pero si evitaba a toda costa la mirada de Glyndialynn o siquiera voltear a ver la expresión que tendría ante aquél momento incómodo. –Bueno, entonces me temo que partiré ahora –indicó el 14


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anciano. –¡Larga vida a Leander el buscador de la esperanza, rey del apacible reino de Nell! El anciano salió del salón tropezándose torpemente con la capa, sin dejar de aclamar a Leander. La reina Gladys, quien tenía su puesto en el estrado de consejeros, miró de reojo a su hijo y pudo percatarse de que éste había estado haciendo lo posible por no derramar lágrimas frente a los presentes. Su estómago era verdaderamente un manojo de nervios. –La audiencia ha terminado –decretó de pronto Leander, se escucharon murmullos de desesperación y queja, pero los guardias comenzaron a desalojar el salón tan pronto el rey se levantó y caminó hacia sus jardines privados. Mientras aceleraba el paso y dejaba atrás todo el barullo del salón, su madre lo abordó abruptamente. –Tal vez ahora es un buen momento para dar un largo paseo por los jardines, Leander –sugirió su madre, suavemente, tomándolo del brazo. A veces parecía como si pudiera leerle el pensamiento y siempre tenía la más asertiva solución a sus problemas. Sintió un enorme alivio, quizá su madre podría ayudarlo. El príncipe atravesó de cabo a rabo los tres jardines del castillo, para terminar sentado bajo un sauce llorón a las orillas de la pequeña laguna que se encontraba en uno de ellos. Tomaba piedritas que hallaba entre el césped y las arrojaba dentro del agua, creando ondas que se propagaban poco a poco. En ocasiones arrancaba hierbitas del césped y las partía entre sus dedos. –¿Leander? –lo llamó la dulce voz de Glyndialynn. El rey se volvió un poco para encontrarse con su esposa, recargada en el tronco de un árbol que daba sombra bajo sus frondosas ramas. Parecía como si ella hubiera estado allí durante mucho tiempo, pero había esperado el momento más apropiado para hablarle. 15


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Leander le dedicó una sonrisita y volvió a su actividad de arrojar piedras dentro del agua. Glyndialynn se acercó y se sentó en silencio a su lado, sin dejar de estudiarlo con la mirada. –¿Qué sucede? –Preguntó preocupada. –No... no es nada, Glynd. Sólo que éste trabajo de ser rey ha resultado más estresante de lo que pensé que sería. Es todo. –Pero no es así. Dime qué sucede –insistió dulcemente–. Sabes que no puedes ocultarme nada. Te conozco muy bien. –Bueno es... es sólo que... –Es el sueño, ¿verdad? –interrumpió. –Sí, lo es –suspiró resignado–. Pienso todo el tiempo en lo que ella me repite dentro del sueño. Y lo repaso una y otra vez dentro de mi mente, aun después de que me convencí que no me hace ningún bien. –Tal vez sería mejor que ocuparas tu mente con otro asunto. –Lo intento, de verdad. Pero... no puedo. –Leander, no puedes torturarte a ti mismo todo el tiempo... –Cada que le doy vueltas al asunto, concluyo que no fue justo –interrumpió Leander–. Ella tenía el mismo derecho que yo de amar. De ser amada. De vivir. –Sí, lo tenía. Pero Gaia decidió que su tiempo había terminado. No fue más que el ciclo natural de la vida. Lo único que tú querías era darle una segunda oportunidad. –Y sin embargo no lo hice. –No. Te enamoraste, ¿verdad? –inquirió Glyndialynn, sin ocultar una sonrisita que se extendió en su rostro. –Sí, así fue. Me enamoré y me casé con una estrella –Glyndialynn sonrió cálidamente y se formaron pequeñas arrugas alrededor de sus ojos, cosa que no sucedía cuando era todavía una estrella. –Ya no soy una estrella. –No. Eres mi deseo hecho realidad –contestó, tomando 16


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entre sus manos el rostro de Glyndialynn y besando suavemente su frente. Aquél día transcurrió con normalidad: el atardecer pintó los campos de anaranjado; los abarrotados y coloridos mercados cerraron, los pastores reunieron a sus rebaños, las personas volvieron a sus hogares y las estrellas hicieron su aparición en el cielo: brillantes y encantadoras. En Nell, todo fue normal, pero no lo fue en el reino vecino Aure. Al caer aquella noche, un anciano que se apoyaba sobre un bastón, entraba al cementerio de Aure, llevando con él un ramillete de pequeñas florecillas silvestres. Era el mismo anciano que había estado en el castillo de Nell aquella tarde. Se acercó renqueando hasta el mausoleo de criptas con los nobles de Aure y miró hacia ambos lados de donde se encontraba parado, para asegurarse de que no hubiera nadie observándolo. Al cerciorarse de ello, pronunció un conjuro en un idioma que sólo los hechiceros conocían: Inszhana ieshané dhon oshuma. Al hacerlo, se convirtió en un hombre alto, fornido e imponente, de mirada profunda y críptica como la muerte: lord Athan. El mismo hombre malévolo y perverso que hacía tiempo juró vengarse del entonces príncipe Leander y de su nueva esposa Glyndialynn y que ahora regresaba para honrar su juramento. Estaba preparado para llevar a cabo su venganza a cualquier costo, para él los límites no existían. Con un simple movimiento de la mano, hizo que las puertas del mausoleo salieran disparadas con la mayor facilidad del mundo, como si se hubiera tratado de hojas al aire. Dos guardias que estaban dentro custodiando las criptas, se abalanzaron con sus espadas sobre lord Athan, quien los derribó a ambos con un solo golpe, haciéndolos caer desfallecidos en el suelo. 17


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Avanzó con pasos firmes y sin fluctuar hasta donde se encontraban las tumbas; y ahí, subiendo los escalones, se encontraba una vidriera diáfana dentro de la cual descansaba un féretro de oro y terciopelo. Una pequeña placa de oro, con marcas en una lengua desconocida, se posaba al pie de la vidriera. Lord Athan torció los labios en una extraña mueca que se pareció a una sonrisa y con otro simple movimiento de manos hizo que, sin un sólo ruido, la vidriera se rompiera en mil pedazos, cada pequeño trozo del cristal se convirtió en agua cayendo sus pies. Acto seguido, dio un paso hacia delante para quedar parado justo frente al ataúd. Sin tocarlo pasó ambas manos por encima del mismo y cerró los ojos. Luego pronunció otro conjuro en aquella misma lengua antigua de hechiceros: Kandaeni ashmak. Kalk veyiur. Al decir esto abrió los ojos y miró fijamente el cajón. Levantó una mano y con el movimiento de un dedo la tapa del féretro se separaba, dejando al descubierto el cuerpo inerte de la princesa Stacia. Lord Athan la miró fijamente durante unos segundos y su embelesamiento se vio interrumpido por el súbito parpadear de la princesa, que dejó expuestas las enormes y relucientes esmeraldas que llevaba por ojos.

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Noticias de Aure

A la mañana siguiente ya se difundía por los nueve reinos hermanos la catastrófica noticia. Y fue esa misma noticia saliendo de los labios de Andrew, la que despertó a los reyes de Nell tan pronto los primeros rayos de luz salieron en el horizonte. –¡Alguien ha robado a la princesa Stacia! –vociferó Andrew, abriendo las puertas de un golpe y dando tumbos dentro de la habitación de los reyes. No era extraño que Andrew se encontrara merodeando por el castillo de Nell –sobre todo si se trataba de la cocina–, y es que la amistad entre los reyes de ambos reinos era ahora estrecha, tanto que la confianza de Andrew podía fácilmente ser confundida con la irreverencia. Era por eso que podía darse semejantes lujos, como el de irrumpir sin previo aviso en la habitación de Leander y Glyndialynn. Desde luego que los reyes ya estaban acostumbrados a semejantes comportamientos; no era la primera vez que lo hacía y tampoco sería la última. –¿Qué dices? –inquirió Leander, todavía adormilado, mientras frotaba sus ojos a fin de despabilarse. –¡Alguien ha robado el cuerpo de la princesa Stacia de su cripta! La noticia ha llegado más allá de las fronteras de Altaír. Estoy seguro que dará lugar a un tremendo conflicto entre los nueve reinos hermanos –contestó Andrew exaltado. En un segundo, Leander ya se encontraba de pie al lado de 19


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Andrew y Glyndialynn se había sentado en la cama, perturbada por la noticia y temerosa de que Leander, impulsado por la curiosidad y el recurrente sueño de Stacia, quisiera formar parte de aquel embrollo que, estaba segura, se trataba de algo más complejo que sólo un robo. –¿Cómo te has enterado de esto, Andrew? –preguntó Glyndialynn, preocupada. –Las noticias corren rápido, Glynd. Y las malas noticias vuelan como cuervos en la noche. Y, seamos honestos, tratándose de mí, yo no estaría tan sorprendido de... –Bueno, bueno, pero ¿cómo es que sucedió? –interrumpió la muchacha, impaciente. –Todo comenzó hoy por la madrugada –continuó Andrew–. El encargado del mantenimiento del mausoleo se disponía a trabajar, pero al llegar se encontró con que las puertas estaban abiertas de par en par y los guardias estaban tirados en el piso, inconscientes. Inmediatamente se dispuso a revisar todo el lugar, es obvio que se imaginó que algo no andaba bien, al llegar a las criptas lo vio: vio el féretro de la princesa completamente vacío. Y el cristal que antes lo rodeaba, había desaparecido. Lo único que había era agua alrededor. Los reyes de Nell estaban completamente pasmados. Para empezar, todavía no habían procesado la noticia del todo. Estaban tratando de imaginar toda la escena. Pero no conseguían entenderlo. Y no querían ni imaginar por qué alguien haría algo así. –Los mensajeros están por todos lados. La noticia ha llegado lejos en poco tiempo... –¿Quién cometería tal atrocidad? –dijo Glyndialynn, pensando en voz alta. –La pregunta no es quién –interrumpió Leander–, la pregunta es: ¿por qué? ¿Por qué alguien querría robar el cuerpo de una princesa? Es ilógico... 20


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Los presentes intercambiaron miradas preocupadas y cautelosas; un hecho como este podría traer problemas para los nueve reinos. –Tal vez un súbdito nostálgico... –opinó la reina–, alguien que la extrañaba... –Súbdito nostálgico... –repitió Leander, distraído y absorto en sus pensamientos–. Sí. ¡Sí, eso es! –exclamó el rey. –¿Qué sucede? –inquirió Andrew. –Ayer. Ayer por la tarde, un anciano vino al castillo y preguntó por la princesa Stacia. Dijo que deseaba verla. Aparentemente no sabía que había muerto. Entonces yo le dije que estaba en el mausoleo de Aure. ¡Cómo no lo pensé antes! –Leander hablaba atropelladamente, caminando de un lado al otro y moviendo las manos aleatoriamente. –¿Qué dices? –inquirió Glyndialynn, confundida. –¿No te parece extraño que tanto tiempo después del funeral de la princesa, este viejo no supiera que había fallecido? –¿No es probable que el anciano simplemente quisiera saber en dónde estaba enterrada la princesa? –preguntó Glyndialynn. –No. Ni siquiera sabía que falleció. Además, ¿por qué querría saber eso, si todos los que habitan en los nueve reinos hermanos saben que a los nobles se les entierra en el mausoleo de su propio reino? –Ahí tienes tu respuesta –contestó Glyndialynn–. Tal vez él no era de por aquí. –¿Y si no era de por aquí, para qué querría el cuerpo de una princesa de un lugar ajeno? No, no, no. Es que debe haber una conexión por allí. Los tres nobles quedaron perplejos ante las observaciones de los hechos. Nada parecía tener sentido, sin embargo sabían que Leander tenía razón: debía haber alguna conexión entre la visita del anciano y la desaparición del cuerpo. 21


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–¿Alguna especie de rito? –inquirió Andrew. –Hay suficientes reinos con cementerios públicos. No habría sido necesario robar el cuerpo de una princesa. Mucho menos preguntar por ella un día antes de cometer el crimen. Sería demasiado arriesgado –contestó Leander, caminando de un lado a otro de la habitación–. Pero... algo no encaja. Algo nos está faltando ¿qué es? –Tal vez el sujeto –indicó Glyndialynn–, tal vez él no es el culpable. –¿No crees que es mucha la casualidad?, quiero decir, ¿considerando todos los hechos, uno por uno? –Leander acariciaba su barba al tiempo que miraba a Glyndialynn–, es demasiada coincidencia. Primero, viene un anciano a preguntar por una princesa que tiene más de un año enterrada y a la noche siguiente el cuerpo de la princesa desaparece de su cripta... –No quiero sonar condescendiente pero él tiene razón –contempló Andrew, mirando atentamente a Leander y de reojo a Glyndialynn. –Pero piénsenlo sólo un momento –comenzó la reina–, ¿qué clase de anciano abre las puertas del mausoleo como si se tratara de una casa abandonada? ¿Cómo sacó de combate a dos de los guardias que custodiaban las criptas? Y más importantemente, ¿cómo se deshizo del vidrio que rodeaba al féretro, sin dejar un solo rastro del mismo? A medida que hablaba, Glyndialynn comenzaba a sentirse cada vez más alarmada. Se levantó de la cama y caminó rápidamente hasta donde estaba Leander, refugiándose en éste. Él la rodeó con los brazos, tratando de tranquilizarla, cuando en realidad era él quien se encontraba seriamente perturbado. Trataba, inconcientemente, de ligar la desaparición del cuerpo de Stacia con el sueño que lo visitaba cada noche. –Andrew –llamó Leander tras una larga pausa–, busca a 22


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Eugene, el centauro. Pídele que reúna unos cuantos hombres. Nos dirigiremos al bosque de Callia. –¿Qué? –dijo Glyndialynn, mirando dubitativa a Leander. –Tengo una buena idea de quién puede estar detrás de todo esto y, créeme, si no estoy equivocado, no estamos seguros aquí en el castillo. Ninguno de nosotros. –¿Qué? ¿Quién, Leander? El rey dedicó una mirada consternada a Glyndialynn y luego suspiró con desesperanza. –Lord Athan –susurró Leander. Glyndialynn dejó salir un gritito ahogado y se llevó una mano a la boca. –Es por eso que iremos a pedir ayuda a las gynëjai. Glynd, prepara tus cosas. Y tú haz lo mismo, Andrew. No quiero que te quedes aquí. Andrew asintió y se dirigió de inmediato a buscar al centauro Eugene. El príncipe de Aeneas cabalgó hasta las afueras del reino, donde según sabían el centauro tenía una pequeña casa en la que habitaba desde hacía apenas unos meses, cuando se había retirado de las batallas. Mientras, Glyndialynn y Leander reunían las provisiones necesarias para el viaje hasta el bosque de Callia, que, si eran constantes en su paso, les tomaría aproximadamente hasta el ocaso. Antes de partir, Leander pidió a todos los guardias de Nell que reforzaran la vigilancia en las puertas del castillo, para la seguridad principalmente de sus padres, quienes apoyaron su decisión de dirigirse al bosque, al comprender que ninguno de los jóvenes reyes estaría a salvo si se quedaban en Nell. Por los antiguos reyes no había por qué temer, ya que resultarían irrelevantes a cualquiera que buscara a Leander. En especial si tenían razón y era lord Athan quien estaba detrás de aquello. Después de todo, la venganza del hechicero era directamente con Leander. 23


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Leander prometió a sus padres que cuidaría de Glyndialynn y que se mantendría alerta en todo momento. Fueron a las puertas del castillo, escoltados con más soldados de lo habitual, a esperar la llegada de Andrew. A eso del medio día, el príncipe de Aeneas apenas llegaba de vuelta al castillo, acompañado de Eugene y unos de los cuantos guerreros que se habían mudado a Nell después de la boda de Leander y Glyndialynn. En cuanto éstos entraron al castillo, Leander ensilló a Arsen y ató a él todas las provisiones. Glyndialynn tenía también un corcel, una briosa yegua que había sido su obsequio de bodas de parte del viejo Argus, pero era diferente a todos los otros caballos en el establo; aquella tenía el dibujo de un ala a cada costado; y sólo unos pocos cuantos, entre ellos Andrew y los antiguos reyes de Nell, sabían realmente cuál era la función de dichas marcas. En cuanto estuvieron listos y sobre sus monturas, partieron sin perder ni un minuto. Andrew y Leander iban a la cabeza, seguidos por Eugene y Glyndialynn, que a su vez precedían a todos los guerreros de Callia que vivían en Nell. Aquella caravana hacía una fila tan larga que desde el castillo fue vista durante un largo rato, moviéndose al ritmo del tambor, al tiempo que el sol se posaba en lo más alto del cielo.

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