Primera edición, 2018 © 2018, Julia García Suastegui. © 2018, Par Tres Editores, S.A. de C.V. Fray José de la Coruña 243, colonia Quintas del Marqués, Código Postal 76047, Santiago de Querétaro, Querétaro. www.par-tres.com direccioneditorial@par-tres.com ISBN de la obra 978-607-9374-84-6 Diseño de portada © 2018, Diana Pesquera Sánchez. Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito de los titulares de los derechos correspondientes. Impreso en México
Printed in Mexico
Julia García Suastegui nació en la ciudad de Querétaro el 15 de septiembre del 2004. A su corta edad (13 años, apenas) Julia ha escrito ya dos libros; uno es el que tienes en tus manos. Su pasión por la escritura ha estado presente desde muy pequeña y espera poder dedicarse a la creación literaria por el resto de su vida. Además de escribir, a Julia le gusta nadar, cocinar y bailar. Actualmente estudia en el Colegio Suizo, Campus Querétaro.
Prólogo Recuerdo, lúcida y perfectamente, el día en el que tú y yo lo perdimos todo. Recuerdo los gritos, los miles de insultos inimaginables que no paraban de escurrir de tus labios. Recuerdo mi llanto. Tan fuerte y largo que me quedé afuera de tu puerta hasta altas horas de la noche, rogando que me dejaras pasar. Rogando, aunque me hubieras azotado la puerta en la cara y me hubieras pedido mil veces que me largara pues no querías volver a verme jamás. Recuerdo cada uno de los pensamientos que me atacaron esa terrible noche en la que te perdí, haciéndome el mismo daño que como si hubiese tomado un litro del veneno más letal. Durante aquellas últimas semanas te había culpado a ti por todos nuestros problemas, pero al pensar me di cuenta, sentada en los escalones enfrente de tu casa sin parar de llorar, que todo había sido mi culpa. Culpa de mi egocentrismo, mi idiotez y ceguera, que no me dejó ver que cada cosa que hacía te lastimaba cada vez más. Culpa de mi cambio repentino. De cómo me volví una persona desagradable de la noche a la mañana. Hoy me arrepiento de la decisión que tomé ese día. La que arruinó lo que nos había tomado años formar. Aquella que alejó todo nuestro cariño y amor. En serio lo lamento y, si pudiera, viajaría en el tiempo para cambiarlo todo. Pero no puedo, así que entiendo si tu corazón está cerrado y comprometido a no volver a dejarme entrar. 9
Espero que me mires directamente a los ojos y me digas que todavía significan algo para ti los momentos que pasamos. Las aventuras, los escapes a medianoche, los días en el hospital, los cafés mañaneros o los helados que tomamos en esa banca en la fría playa. El perdón, en nuestra situación, es algo difícil de pedir, así que el perdón no es algo que realmente espero recibir. Sólo te pido, querida amiga, que recuerdes y volvamos a empezar. Que todas estas memorias no se conviertan en recuerdos de una amistad que alguna vez vivió. De una amistad que, por aquel día, para siempre se perdió.
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Capítulo I Miré a Mónica con ojos llorosos; ella me volteó a ver y soltó una carcajada sonora. –Claire, ¿acaso no hay ni una película que no te haga llorar? –preguntó ella. Sabía que conocía la respuesta y que sólo lo hacía por molestarme, pero aun así negué con la cabeza. Ella volvió a reír. –Me sigue sorprendiendo que hayas llorado con Madagascar. Se supone que te debes reír, ¡no llorar! Le di un golpe en el brazo y me acosté en su regazo. –Te encanta ver películas conmigo, bien lo sabes –exclamé y tomé el control remoto para elegir otra película. –¡Claire! No más televisión por hoy, cariño. ¡Ya es tarde! –gritó mi madre desde el piso de abajo. Se notaba en su voz el cansancio por el que la estábamos haciendo pasar. Suspiré y apagué la televisión. Recogimos la sala de estar y subimos a mi habitación. Nos echamos en la cama bruscamente, después de correr hasta ella desde el inicio del pasillo. Mónica rebotó de la cama y cayó de espaldas al suelo. Nos quedamos en silencio unos segundos y luego estallamos en una bola de risitas y mascullando cosas sin sentido. Mónica se subió de nuevo a mi cama y se dejó caer cual costal de papas. –Ahora recuerdo algo… –murmura Mónica. Cuando vi su cara supe exactamente a lo que se refería. –¡No, por favor! No quiero hablar de eso –Mónica me miró con ojos suplicantes y después exclamó–: ¡por favor, Claire! Me 11
dijiste que me contarías y nunca lo hiciste así que… ¡Cuéntame! Suspiré derrotada. Es mi mejor amiga, ¿cómo voy a decirle que no? Quité las manos de mi rostro y la miré seriamente a los ojos. –Lo que estoy a punto de contarte es información extremadamente confidencial. Si esta información llegara a salir de esta habitación, tendría que matarte. Mónica rio y me dio un pequeño empujón. Me reí con ella y me acosté boca arriba, poniendo parte de mis brazos y piernas arriba de la cara y cadera de Mónica. Yo había ido a una cita hacía ya varias semanas. Grayson Whitemore. El dios griego del instituto.
Grayson era un chico que me había encantado desde la escuela primaria. Una vez en cuarto grado, le mandé una pequeña carta en de San Valentín. Más que una carta era un poema que Mónica me había ayudado a escribir con sus geniales habilidades de escritura. Terminó como todo un desastre. Charlotte Weathersby dijo que ella había escrito y enviado el poema, pues yo había tomado la decisión de mandarlo anónimamente (¡bien hecho, Claire!). Charlotte y Grayson, por más ridículo que suene, estuvieron juntos por bastante tiempo. De hecho, desde cuarto grado hasta hace un mes. Resulta que Charlotte, aunque todos lo supieran menos Grayson, lo engañaba con los chicos de todas las escuelas de la región. Así que hace una semana, en San Valentín, le mandé otro poema y una pequeña nota que decía que yo había sido la chica del poema de cuarto grado. Me invitó a tomar un café un sábado en la mañana. 12
Pensé que por fin había encontrado al amor de mi vida… sólo que el «amor de mi vida» se pasó toda la cita quejándose de Charlotte. Cuando por fin tuve la oportunidad, le dije que me tenía que ir y que lo lamentaba, aunque no fuera cierto. Lo dejé en el café y, sorprendentemente, no miré atrás. Mónica se rio, sorprendida con la historia. –No veía a Grayson como un chico que haría eso –exclamó ella entre carcajadas. Asentí y escondí mi rostro avergonzado en la almohada. Mónica se me abalanzó y se acostó encima de mí mirando al techo: –Pues ahora sabes que no se acerca a lo perfecto que pensabas que era –me reí y rodé hacia el otro lado de la cama para quitarme a Mónica de encima; pero terminé rodando demasiado y nos caímos de la cama. Y así nos soltamos en carcajadas.
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Capítulo II Cerré mi casillero de golpe después de sacar todas las cosas que necesitaba para la clase: sólo mi estuche y mi cuaderno en blanco, con portadas decoradas con todas mis bandas favoritas. Me encaminé al salón de Arte con los audífonos puestos y no miré a nadie mientras caminaba, aunque sí paré a observar el muro forrado de corcho con todos los anuncios escolares. Miré el panfleto del Show de talentos, como si las fechas fueran a cambiar radicalmente frente a mis ojos. Nada. Seguían faltando cuatro meses para poder presentarme en el escenario. Tenía todo el acto preparado: la canción, el baile… hasta el vestuario. ¡Por Dios! ¡Hasta me teñí el cabello de colores de algodón de azúcar! Mis botas resonaron fuertemente contra el piso de mármol cuando empecé a correr al salón de Arte al oír las campanas sonar. Paré en seco y me puse a pensar. Y lo que empecé a pensar me hizo preocuparme bastante. No había visto a Mónica en todo el día. Volví a correr, aunque para cuando llegué al aula era demasiado tarde. Había llegado a destiempo a mi última clase del día y la puerta me parecía tan cerrada como si la hubieran soldado. No había manera de que la profesora me dejara entrar. Solté un bufido y me puse el gorro de la chamarra en la cabeza. Caminé lentamente por los vacíos pasillos hasta llegar a la entrada de la escuela. Siempre mantenía, por más ilegal que suene, pases de salida falsos en mi mochila por si alguna situación así llegara a suceder. 15
Mi casa quedaba a algunas calles de la escuela, así que los policías de la entrada sabían que no era necesario que algún padre o tutor viniera a recogerme. Mis pensamientos e imaginaciones me carcomían, así que pasé a casa de Mónica porque no podía dejar de pensar en todas las cosas que le pudieron haber sucedido. Así de pesimista era. Toqué el timbre con miedo a que nadie abriera, pero no fue así. La mamá de Mónica, la señora Christina Ramos, abrió la puerta lentamente, pero sonrió al ver mi rostro. –¡Claire! Cuánto gusto me da verte. ¿No deberías estar en la escuela? –me encogí de hombros y dije: –Acabé temprano. Le di un abrazo y le pregunté por Mónica y por qué no había ido al colegio. Christina soltó un suspiro cansado, me pidió que pasara y después de cerrar la puerta me indicó que Mónica estaba en su habitación. Me empecé a asustar, para ser sincera. Nunca había visto a Christina tan cansada y triste. Fruncí el entrecejo y corrí hasta el cuarto de Mónica a toda velocidad. –¿Mónica? –pregunté al entrar a la habitación. Mónica parecía muerta en su cama, pues su piel estaba pálida y con un tono amarillento. Sus ojos estaban rojos e hinchados y estaba tendida bajo sus sábanas, como si la hubieran lanzado allí y la hubieran dejado por muerta. –¡Mónica! ¿Qué sucede? –pregunté preocupada. No sabía lo que pasaba, ni si el estado actual de Mónica me permitía estar ahí con ella, pero aun así me apresuré a sentarme a su lado. Sentí las lágrimas amenazando con salir. Mónica inhaló profundamente tres veces e intentó sentarse, pero fue un intento fallido. –No, no… quédate acostada. Te lastimarás –murmuré suavemente y le acaricié la cabeza de la misma manera–. ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás así? Mónica suspiró y con tristeza en los ojos me lo dijo: –Estoy muy enferma, Claire, y la verdad es que no sé cuánto tiempo me queda de vida, pero sé que es poco. 16