Primera edición, 2019 © 2018, Carlos Chaparro Baeza. © 2018, Par Tres Editores, S.A. de C.V. Fray José de la Coruña 243, colonia Quintas del Marqués, Código Postal 76047, Santiago de Querétaro, Querétaro. www.par-tres.com direccioneditorial@par-tres.com ISBN de la obra 978-607-8656-07-3 Diseño de portada © 2018, Diana Pesquera Sánchez. Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito de los titulares de los derechos correspondientes. Impreso en México
Printed in Mexico
Carlos Chaparro Baeza es Licenciado en Nutrición por la Universidad Autónoma de Querétaro, nació en Querétaro el domingo 14 de noviembre de 1993. Con una infancia dedicada a diversos deportes como béisbol, natación, básquetbol, rugby, artes marciales, entre muchas otras, llegó a jugar para las fuerzas básicas del C.F. Pachuca hasta los catorce años. A esa misma edad fue a su primer concierto fuera de la ciudad a ver a “The Mars Volta”, su banda favorita. A los dieciséis grabó una canción en un estudio con su banda de metalcore llamada A Broken Promise. Las Desventuras del joven Werther, El extranjero, La culpa es de uno y Sin orificio de salida, fueron el parte aguas para que comenzara a escribir y llegar a este ejemplar que tienes en tus manos. A los veinte años fue publicado en una columna del Diario de Querétaro.
Palpé el otro lado de la cama, las yemas de mis dedos sólo acariciaron lo suave de las sábanas. Tu lado aún permanecía cálido, pero no estabas ahí, observándome como cada mañana para decirme: «Buenos días. ¿Cómo amaneciste?, ¿quieres hot cakes?». Eran aproximadamente las siete de la mañana, no recuerdo el día, ni el mes, mucho menos el año. No abrí los ojos ya que pensaba que tal vez fuiste al baño, que quizá me preparabas esos hot cakes con arándanos, mantequilla, nuez y tocino que te quedaban tan bien y esponjosos, qué sé yo… dormí unos minutos más. Desperté. No habías vuelto a la cama, me paré, me puse las pantuflas en forma de gatito que me regalaste en Navidad y caminé hacia el baño. Al asomarme no estabas ahí. Salí de la habitación y de verdad que la casa se sentía vacía. Existía una sensación de aire frío en el ambiente que me erizaba y me ponía de punta los vellos de los brazos y las piernas. Fui a la cocina, a la sala, al estudio, regresé a la habitación. No había rastro de ti; no había ropa tuya; no había fotos con tu hermosa cara; no había nada. Llegué a pensar que te habían secuestrado o que probablemente te había abducido un OVNI. Simplemente ya no estabas. Tomé mi celular para marcarte, mandarte un mensaje, lo que fuera. Me encontraba preocupado y consternado. Al buscar tu número, no estaba en mi lista de contactos, no tenía mensajes tuyos, ni llamadas pasadas, ni fotos, no había absolutamente nada. Nunca conocí bien a tus familiares, ya que ni siquiera vivían en la ciudad, no tenía contacto alguno con tus amigos, siempre éramos sólo tú y yo. A partir de ese momento me di cuenta de 7
que no tenía nada, que me borraste de tu vida después de algún buen tiempo, sólo despertaste y decidiste que no estabas segura; segura de lo que tenías conmigo. Decidiste eliminarme, huir, escapar y dejarme ahí, a que muriera en el tiempo lleno de recuerdos y dudas. ¿Y ahora qué hago? *** Te conocí de manera inusual. La verdad, siempre he sido un tipo poco común, a veces muy social, a veces solitario, pero tengo la manía de usualmente tener algo que hacer por las tardes, alguna actividad, cualquier cosa fuera de lo cotidiano después de todo el ajetreo del trabajo, el tráfico, y lo que implica vivir en una maldita ciudad infestada de gente, sin alma, que sólo se preocupa por sí misma. Una tarde, buscaba algún hobbie, alguna actividad que pudiera hacer. Tal vez una clase de pintura, de lectura, hasta de baile podrían estar bien. Clases de pintura: demasiado costosas y se necesitaba tiempo y dedicación, algo que yo no tenía entre mis cualidades, sobre todo hablando de la dedicación y la paciencia. Clases de baile (salsa, merengue, cumbia): en realidad no eran lo mío, no sé por qué busqué eso. Club de lectura: de los pocos que visité en un día. Sólo discutían y argumentaban de Crepúsculo, Cincuenta sombras de Grey o diversos best sellers de Paulo Coelho. Definitivamente, el día que los visité fue el peor para mi suerte, o no sé, simplemente no podía hablar o analizar y discutir sobre alguna de esas literaturas que me parecían horribles y vagas. Pasadas las siete y media de la tarde, encontré este club. Entré. Tenía como nombre Pink Flamingos, claramente era un tributo a la película del mismo nombre del loco John Waters. La entrada era gratuita, llegué, me senté y tomé una cerveza Tecate light que había metido de manera clandestina y comprado en 8
el OXXO de una esquina. Estaba medio tibia, pero en lo que comenzaba la película eso no era mayor problema. Estaba bien. Me sentía cómodo. Ese día iban a proyectar Inland Empire, ya la había visto hacía algunos años pero la verdad fue que en su momento me incomodó un poco y la quité. En ese tiempo tenía dieciséis años y no comprendía el cine de Lynch. A decir verdad, esa película me parecía uno de sus peores trabajos. Había aproximadamente unas veinticuatro personas contándome a mí, la mayoría iba con alguien, y como yo, también se encontraban personas sin acompañante. Empezó la película. Pasó una hora con cincuenta y tres minutos, y en ese momento, la cerveza tibia que me tomé hizo su trabajo. Tuve unas enormes ganas de ir a orinar, y definitivamente, como decía antes con mis amigos: «quería orinar como caballo». Para esto, también la película comenzaba a incomodarme y a cansarme como en aquellos gloriosos tiempos cuando tenía dieciséis años y la vi con mi hermano. Entonces decidí ir al baño. Mientras orinaba sobre aquel mingitorio amarillento y apestoso, medité en irme y regresar la semana próxima, ya que las películas que iban a pasar eran: The Naked Lunch y Fando y Lis. Esas dos en verdad me gustaban, me incomodaban pero me gustaban. Siempre tenía en mente la canción que Lis le cantaba a Fando: «Yooooo moriré y naaaadie se acordará de mí». Una frase bonita pero que da escalofríos, también tenía en mente el famoso lugar que buscaban: «La maravillosa ciudad de Tar», donde todo era perfección y a la cual prometimos ir juntos en alguna de nuestras vidas. Salí del baño y me fui. *** Regresé al club de cine a la semana siguiente, hastiado del trabajo y de mi jefe fastidioso, por el cual me quedé hasta tarde para redactar un documento que bien podría haber hecho cualquier 9
otro día, pero ¡no!, el idiota lo quería ese día. Llegué y The Naked Lunch estaba por terminar, seguía Fando y Lis. Me senté y conté veinticinco personas. Casi las reconocí a todas porque estuve ahí la semana anterior. Entonces te vi: piel blanca, ojos miel, cabello suave y castaño –casi puedo decir que olía a café con menta– calculé que pesabas aproximadamente unos cincuenta y dos kilos y medías un metro con sesenta y un centímetros; te veías tan vil, confundida y aprehensiva, todo lo que una persona puede pedir, y a la vez, la razón por la que cualquier persona puede sufrir. Eras como el lugar que jamás visité, eras la persona veinticinco ese día, en ese pequeño espacio cinematográfico, en toda esa ciudad sin esperanza. A lo lejos, te estaba analizando y veía salir el humo de tu tersa boca. Te contemplaba y ya te estaba odiando, podía pronosticar que la destrucción era tu actividad favorita, que el desorden era tu medicina predilecta. La película seguía su curso y ya estaba harto de observarte pero no podía dejar de hacerlo. Había algo ahí, más allá, que decía que me acercara. Era un frío arrasador que corroía mis encías, pretendías una absurda inteligencia, muy pretenciosa, pero sólo era yo, juzgándote sin conocerte. Aún así, seguía sentado, viéndote y juzgándote, simplemente no engañabas a nadie con esa pose seductora pero a la defensiva, bueno… tal vez a algunos estúpidos que creían que eras fácil, pero se equivocaban; eras más que eso, un arma sutil que hiere lentamente, un laberinto con muchas salidas pero en el que podrías quedarte a vivir sin problemas. Por error, volteaste a verme y se me heló la razón. Es difícil saber a dónde voltear después de parafrasear todo lo anterior, las piernas se me entumecieron y no reaccionaban. Quizá me equivoqué contigo, quizá nunca debí estar ahí sentado, pero el destino es un hijo de puta, es a la vez un amenazador y un dador de esperanzas. El amor siempre será un riesgo, y si hay algo que a todos nos llama la atención, son los riesgos. Pensé en dejar a ese hijo de puta hacer su trabajo. «Quizá me acerque otro día, hoy no», pensé. 10
Encontré un defecto, y ese era tu situación actual en el club. Estabas al lado de un tipo, tomada de su brazo, viendo Fando y Lis. Supuse que era tu novio, porque casi nadie besa a su hermano o a su amigo en los labios. La verdad, yo no era mucho de andar de fiesta o en la calle fijándome en las mujeres, nunca era mi plan, honestamente eso no me interesaba. Anteriormente había tenido relaciones muy buenas y otras muy malas. Tal vez ya me había cansado del cuento de llegar con alguien, hablarle, ir a cenar, presentarle a mi familia, a mis amigos, salir al cine, manejar hacia un motel, organizarnos para comer, pelear por teléfono, besarnos y todo para que al final termináramos odiándonos o simplemente siendo un par de desconocidos con recuerdos vacíos que nunca van a ocurrir nuevamente, o por lo menos no en esta vida. Pero tú eras diferente, siempre llega alguien que lo cambia todo en la vida de las personas y sabía que esa eras tú. Tenías mis gustos de cine, olías a café y menta y eras la persona número veinticinco del día. El veinticinco siempre fue mi número, mi jugador favorito de fútbol en la infancia de mi ciudad natal lo portaba en su dorso, mi banda predilecta siempre lo mencionaba en sus canciones, el vigésimo quinto día del mes pasado me dieron un ascenso, era la edad que tenía en ese momento, algo me decía que eras tú una especie de destino o coincidencia, sabía que eras tú y sólo tú. La película terminó y salí decepcionado por encontrarte y a la vez perderte, por algo que nunca pasó, por el «hola» que nunca salió de mi boca o por el entrecruzamiento de miradas que nunca se dio. Ni siquiera sabías que estaba ahí, jamás me viste, jamás sentiste mi esencia, jamás escuchaste mi voz, jamás me cuidaste en mis borracheras ni en mi enfermedad, tampoco me preparaste el desayuno, nunca existí. Eras sólo una llamada de atención en la forma de una chica guapa y que estaba muy buena. Mi casa quedaba cerca de aquel lugar así que decidí caminar. Eran pasadas las once de la noche de un sábado. El clima, a veces era frío y otras cálido, quién sabe qué carajos le pasa siempre 11
a esta ciudad con su inestabilidad climática. Caminaba y percibí el olor a tacos. Enseguida me detuve y seguí aquel aroma tan característico de las avenidas de muchas colonias y de casi toda esta ciudad, ya bastante poblada por gente que no es de aquí, ni se siente parte de aquí. Fui a los tacos, y como siempre, pedí: dos de bistec, dos de pastor, uno de suadero, y un volcán de pastor con un Boing de guayaba. Satisfecho, acabé de comer. Estaba cansado pero tenía actitud para salir un momento a pasar el rato, tal vez tomarme un mezcal y una cerveza para después dormir y volver a empezar otro día rutinario. Como la mayoría de la gente, ya había tenido mis etapas de ponerme hasta la madre cuatro o cinco veces por semana, de salir de fiesta y besar a quien se atravesara, pero supongo que eso es parte de la vida. Ahora sólo era un tipo de veinticinco años, con un trabajo aburrido, por el que me pagaban bien pero sólo eso. No lo disfrutaba, y aunque no era infeliz, tampoco irradiaba felicidad. Llamé a uno de los pocos y únicos amigos que me quedaban. Las personas siempre cambian y no hay excepción en los amigos; casi siempre lo hacen para mal. Ya no satisfacen tus necesidades como en la secundaria o la preparatoria, nada vuelve a ser lo mismo, hay que aceptar que esos momentos no van a volver, tampoco esas sensaciones únicas. Yo lo acepté hace tiempo. Y claro, nunca faltan aquellos amigos que tuvieron éxito, tienen dinero, buena casa y auto, se sienten la gran cosa y creen que ya no estás a su nivel, y por eso ya no se pueden divertir contigo; tampoco faltan los que siempre están con su horrorosa novia y sólo te buscan cuando esa novia se va, o con sus amigas o de viaje, y si por error se te ocurre salir con ellos, la novia siempre acaba enojada por las conversaciones o por la actitud del «amigo», en este caso yo. Por último, están los amigos tiradísimos al abismo que son drogadictos, alcohólicos o unos malandros delincuentes. Ninguno de estos tres tipos de ex amigos vale la pena. Este amigo al que le marqué, era parecido a mí: soltero, feliz e infeliz por etapas y vivía solo. Me dijo que llegaba en veinte 12
minutos a aquel lugar que se llamaba La Perdida. Llegué, pedí un mezcal y una cerveza, me los tomé como si fueran agua, pedí otra ronda e igual, como agua. Pasaron cuarenta y siete minutos y el maldito de mi «amigo» jamás llegó. Tal vez tenía algo mejor que hacer o simplemente le dio flojera mover su gordo trasero de la cama King Size en la que se aplastaba viendo el resumen semanal del fútbol. No le di importancia, ya estaba acostumbrado a ese tipo de decepciones, y cabe decir que ya me sentía algo noqueado por los mezcales. Pedí la tercera ronda y me fui. Curiosamente, ese día fue el último que abrió ese bar, nunca nadie supo por qué, sólo un día decidieron no abrir y desaparecer. Mi casa estaba cerca. Faltaban unas dos cuadras, ya era pasada la una de la mañana. Caminé y caminé, a lo lejos vi una sombra sentada a un lado de la entrada de mi puerta, y vi otra sombra alejándose con el paso muy acelerado. Faltaban cuatro metros y te reconocí: la chica que hacía unas horas había estado viendo Fando y Lis en el mismo lugar que yo, estaba en la puerta de mi casa borracha y llorando. En ese momento supe que Dios no me odiaba tanto como yo pensaba. Como tremendo caballero, te pregunté qué había pasado, si te podía ayudar en algo, si podría ofrecerte alguna bebida caliente de mi acogedor departamento. Ya conocía las respuestas a las preguntas que me hice en la cabeza. Sabía que la sombra que iba caminando aceleradamente era tu novio y claramente te había hecho algo o te había dejado. Pensaba que podía ayudarte, consolarte y creía que tal vez querías un café para bajarte la borrachera y tranquilizarte. Para mi suerte, sólo estaba correcto en mi primera suposición. No podía consolarte, ni querías un café, tú sólo querías que el sufrimiento amoroso que acababas de tener se terminara. Me presenté y platicamos durante un buen tiempo al pie de las escaleras. Al día siguiente no tenía que ir al trabajo, ya que era domingo, y te ofrecí hospitalidad en mi sofá. Estabas tan borracha que enseguida aceptaste la hospitalidad de un extraño bien parecido. 13
Al entrar, ya no insistí en ofrecerte nada ni en consolarte, me quedé satisfecho con lo que me dijiste: –Sí, ese pendejo era mi novio y nunca quiero volver a ver al hijo de puta. ¿Tienes otra cobija? *** La luz entraba por mi ventana, nunca había dormido tan bien y tan feliz. El sol brillaba, y cada rayo de luz penetraba mis ojos rellenos de ojeras. Tenía mil cosas planeadas para sorprenderte e invitarte por ahí a vagar. Me vestí con mi mejor outfit antes de salir de la habitación, no tan elegante ni tan casual, estilo intermedio. Me rocié un gran perfume y me puse el reloj Montblanc que me había regalado mi padre y nunca me había molestado en usar; me peiné como nunca lo había hecho y salí del cuarto. Ya no estabas. En el sofá sólo quedaban mis cobijas de los Baby Looney Tunes bien dobladas y algunos restos de tus cabellos en la almohada. Desaparecer fue tu mejor truco y tu peor costumbre desde aquél entonces. Aunque no sé… con el simple hecho de que llegaras a mi casa y durmieras, como una vil extraña, ahí en mi sofá, fue suficiente. Presentía que algo estaba por suceder, se sentía bien, estaba realizado, no sabía nada de ti, pero no era necesario conocerte para sentirme así. Me imaginaba como en un viaje nocturno en bicicleta, sin las manos en el manubrio, sin ningún auto que estorbara y con audífonos tocando mi música preferida. Esa sensación es inigualable, se debe hacer algo así para lograr tener ese sentimiento. Pero por el otro lado, me encontraba algo afligido y molesto por el hecho de que ni las gracias me diste. El día corría. Un domingo de esos que son aburridísimos, nada en la televisión, ninguna buena película, ningún programa pasable en el cable, había pura película de tres pesos en la televisión abierta, como en el canal siete que pasaban La guardería de papá y en el canal cinco La pasión de Cristo doblada al español y 14
censurada. Ninguna comida familiar, ni con mis pocos amigos, ni nada, absolutamente nada. El día estaba para dormirse y no despertar jamás. Con los ojos medio cerrados, escuché el timbre y pensé: «Carajo, ¿quién pide que le abra mi puerta en domingo casi a las nueve de la noche?» La ciudad, callada y vacía, lucía como un pueblo fantasma. Los domingos suelen ser así, ya todos están acostumbrados al silencio de las calles en domingo pero había un timbre de una casa sonando en kilómetros a la redonda y era el mío. Me paré de la cama, abrí la puerta y ahí estabas otra vez, con esa sonrisa partida, esas ojeras que detenían cualquier frecuencia cardíaca y mataban cualquier sentimiento. Lo primero que dijiste esa noche fue: –Gracias, perdón por irme así pero no estaba segura de lo que había pasado, de lo único que estoy segura es de que no me arrepiento de nada. –¿Quieres pasar? –dije muy entusiasmado. Preparé los mejores nachos con queso de la historia e hice explotar las más deliciosas palomitas que se habían hecho en mucho tiempo. Encargué por taxi un six de cervezas y un Jack Daniels, porque no quería perderme ni un segundo de esa noche. Aquella noche me contaste la mayor parte de tu vida: que tu madre había muerto hacía tres años y nunca volverías a tener una amiga como ella; que tu padre era un viejo amargado pero en el fondo era un buen hombre; que tus dos hermanos ya estaban casados, eran felices y exitosos; que odiabas tu segundo nombre; que amabas a los animales; que tenías veintitrés años y siete meses; habías terminado una carrera que te parecía inútil, y ahora querías terminar otra, que según tú, te interesaba y le hallabas más el chiste. Eras desempleada; no tenías auto; que el imbécil de ayer era tu ex novio y te había engañado con tu mejor amiga; que ya no tenías mejores amigas; que odiabas la mostaza y la mayonesa, así como el aguacate y que súper odiabas las tapas del inicio y final de cualquier paquete de pan blanco o integral entero; que no te gustaban mucho los deportes; amabas la músi15
ca y el cine; le tenías un pavor horroroso a los insectos; amabas las plantas y las flores; odiabas los tacones, y lo mejor de todo, que amabas ser tú. ¿Cómo no enamorarse de alguien así? Eran casi las cinco de la mañana y estábamos en la cama, en mi cama, en mi casa, en mi espacio y lugar. No tuvimos nada sexual, sólo permanecimos juntos compartiendo nuestro sueño y nuestra piel. No se necesitó una eternidad para saber que éramos dos almas perdidas en este sucio y horrible mundo y que tal vez nos encontramos para destruirnos juntos. *** Desperté exactamente a las siete de la mañana. Era lunes, indeseado e infortunado lunes, y tenía que ir al trabajo. Otra vez no estabas, nunca supe cómo podías irte sin emitir ningún sonido, ninguna onda de aire que me despertara y me alertara para no soltarte. Esta vez, había una nota: Sintamos lo mismo que ayer. Te espero en siete días, 8:00 p.m. Calle Valle Verde, #25, Colonia Valle Dorado. Nunca hubo alguien que disfrutara un trabajo tan aburrido tanto como yo lo hice en esa semana. Platicábamos diariamente por diversos medios electrónicos, y siempre quería soltarte todos los sentimientos que había dentro de mí, pero tú te ponías un poco rara. Llegó el día. Toqué tu puerta, ni un minuto tarde, ni un minuto más temprano. Como toda mujer guapa, tardaste demasiado en salir. Sólo gritabas: «¡Voy!». Apareciste, y desde esa noche, supe que quería pasar toda mi asquerosa y grandiosa vida contigo. En tu casa, cenamos una lasaña que preparaste. Fue una de las peores comidas que había probado en mucho tiempo. Un exceso de especias me hizo desear no querer comer ningún platillo hecho por ti. Sin embargo te dije que estaba deliciosa, que 16
si me permitías tomar otro pedazo y que los italianos quedaban humillados y perplejos a tu lado. Estaba nervioso y confundido, pero te dije que tenía tantos sentimientos frustrados que acababa muriendo cada noche sin saber qué pasaría contigo al día siguiente. Que mi vida era distinta desde que supe y me dije a mí mismo: «Me gusta tanto». Y no es que mi vida fuera más ordenada, sino que era más confusa, pero no me importaba en lo absoluto, me fascinaba cómo le dabas rodeos a todo, me encantaba la confusión que había en tu vida y más me obsesionaba el hecho de que nunca querías hablar de que lo nuestro pudiera ser serio. Aunque para ti parecía imposible algo tan repentino, yo seguía insistiendo, porque aunque había mucho que perder, prefería perder eso a nunca saber qué hubiera podido ocurrir. Y lo que menos me importaba eran aquellos imbéciles que iban detrás de ti, pero lo que más padecía mi corazón, era el miedo que tenías a intentar algo que en el fondo sabías que querías. Estaba condenado a perderme. Ya era algo tarde, pero sin duda, en el fondo tenía miedo de fallarnos. Temblaba por las noches. Estaba allanado en un tiempo-espacio que no tenía escape, el cual soñaba con tus besos como suaves brisas de otoño, y tu indiferencia no era más que una hecatombe de sensaciones perdidas. Debíamos encontrar la manera de no fallarnos, aunque este mundo ya lo había hecho. Necesitaba que me hicieras perder los estribos sabiendo que algún día darías fin a mi condena, siendo fiel a la promesa de que el jamás fuera cierto. Y es que no había más, no podía dejar todo así simplemente, y que se fuera… no podía irme sin tan solo intentarlo todo, sin tener que pasar vergüenzas, humillaciones y fracasos. De lo único que estaba seguro es que estaba sin sentidos y lo único que podía hacerme sentir era un «sí» tuyo. Así que, después de decirte eso y más, me besaste con esos labios muertos y partidos, tomaste mi mano, apagaste las luces y lo demás es historia… no tenía idea de que serías el obstáculo más horrible y gratificante de mi vida. 17
*** Los primeros ocho meses fueron perfectos. Éramos inseparables, visitamos ciudades, ruinas, lagos, mares, bares, conquistamos el cielo y la tierra. Comimos en todos los restaurantes de la ciudad, desde el más exclusivo y caro, hasta los tacos de tripa y cabeza de la colonia más moribunda y podrida. Fuimos a varios conciertos de bandas que te agradaban y de bandas que me gustaban, hasta de bandas que odiábamos, pero sólo porque salíamos a burlarnos de los ridículos fans. Bailábamos borrachos y en calzones por mi departamento y por la tarde hacíamos ejercicio. Contigo empecé a fumar mucha marihuana y no cesábamos de reír hasta quedarnos dormidos y abrazados. Tenía los pulmones destrozados de fumarte, las neuronas desgastadas de tanto pensarte. La vida no era más que una ruleta de sensaciones y tragedias agradables que iban y venían como energía a través de cualquier corriente desgastada. Nos hicimos maníacos y adictos al cine, tanto que compramos más de setecientas películas de todo tipo, desde comedias románticas hasta películas donde destazan a miles de personas. Los domingos sólo eran un despertar, ver películas, comer, ver películas, reír, hacer el amor, ver películas, llorar, volver a comer, ver más películas, volver a hacer el amor. Empezaste a estudiar la otra carrera que querías, te decidiste por Química, y al semestre te saliste porque no era lo que pensabas. Sé que sólo te metiste a esa carrera por nuestra serie favorita, te apoyé, pero en secreto me daba risa que tu decisión sólo fuera por esa serie. A fin de cuentas te saliste y empezaste a trabajar de lo que en realidad habías estudiado y empezaste a disfrutarlo. No ganabas mucho dinero pero tampoco era poco, con lo mío y lo tuyo era suficiente para los dos, y nos sobraba, así que decidí invitarte a mudarte a mi casa. Lo dudaste un poco pero al final aceptaste. Ese mismo día te ayudé con la mudanza, no tardamos más de una hora, en realidad no tenías muchas cosas. Eso me gustaba, siempre fuiste sencilla. 18
A veces te comportabas indiferente, y eras aburrida y tonta pero sabía que estarías ahí para abrazarme y decirme que todo estaba bien, para decirme que acabaríamos con todo y con todos. No existía nadie que se arriesgaría tanto a perderlo todo contigo de una manera tan especial como yo lo hice. Me entregaste la oportunidad de volver a soñar, de volver a creer; y así como hay personas que dedican su vida a morir, dedicábamos nuestra vida a morir juntos, a destruirnos, a quemarnos. Eras la persona más madura que había conocido, de verdad te admiraba. Sufrías por lo que era necesario y disfrutabas lo que era necesario. Conocía muy pocos errores tuyos, y aunque eras misteriosa, nunca salías de mi mente, mucho menos de mis pupilas. Eras la respuesta a la pregunta que nunca contesté. Todo estaba tan bien, que hasta fuimos felices por saber que en realidad no éramos nadie. *** Ocho meses y un día después, recibes una invitación. Es para la boda de tu ex novio con tu mejor amiga. Te desmoronas y lloras en el baño. La verdad lo entiendo; por una parte, nadie quiere ver a su ex novio feliz y por la otra, me rompe el corazón que te pongas así por algo que supuestamente ya olvidaste y superaste. Peleamos. Esa tarde te vas a tu viejo departamento, y te llevas las pocas cosas que tenías. No le doy importancia ya que no merecía eso. Al pasar el tiempo entendí. Entre más pasan los días, existe más el olvido, nunca nos marcamos, nunca nos buscamos. Tú piensas que yo tengo la culpa, yo pienso que tú eres una indecisa y no sabes qué hacer con tu vida, maldita tonta. Cuatro meses después me llegan rumores de que sales con dos o tres idiotas a la semana, que hiciste un drama enorme en la boda de tu ex novio y que estás fuera de control y lo único que me importaba lo escucho por primera vez: me has olvidado. 19
Así que maldigo el tiempo, maldigo tu modo de vida y las cosas que te gustan. No soporté verte, odio las más de setecientas películas que vimos, odio las ciudades, ruinas, lagos, mares y bares que visitamos, entierro los recuerdos en lo más profundo de mi ser y quiero alejarme, quiero crear, quiero llorar y sonreír. Maldigo el día en que te conocí, y sobre todo, maldigo el día en que me enamoré de ti. Hay personas que nacen con la maldición en sus venas y yo creo ser una de ellas. Soy el deshecho de todos tus días felices, la venganza en tus ojos, soy la noche donde me dijiste que era una basura, soy todo el desamor y los rechazos que has recibido, soy tus lágrimas, tu insomnio, el desprecio que sientes; soy el día en que lloraste y no te abracé, soy la tarde en que me pediste un beso y no te lo di. En eso me convertiste. Lo que hice antes de enterarme de que estos rumores eran falsos no tiene nombre para lo que habíamos construido algún día. Yo sí me descontrolé, salía con dos o tres chicas a la semana, me metía hasta la tierra de las macetas y me ponía súper mal en los bares y en cada lugar en el que me encontraba. Nunca había dicho tantas groserías hacía alguien que había amado, así como lo hice contigo. Te acabé y te olvidé, ya no significabas nada para mí. Enterarme de que no habías hecho nada, y sólo querías intentar regresar a mí en este tiempo, que lo que me habían dicho era falso y podían demostrármelo, simplemente me derrumbó y supe que había cometido errores enormes al intentar borrarte. Todo lo que hice era imperdonable. Inmediatamente me propuse que nunca lo supieras. *** Pasa medio año, voy por aquellas viejas calles donde te vi por primera vez hace más de un año y quiero revivirlo. Me meto al club Pink Flamingos, está cabrón que siga existiendo un club así. Faltan minutos para el final de la película. Ese día era una de 20
nuestra favoritas: Donnie Darko. Siento aquella sensación; el aire congelado que avientan los autos a más de ciento veinte kilómetros por hora en la carretera, tan cerca de la muerte y de la vida. Sé que estás a mi lado, volteo, nos sonreímos, tomas mi mano, beso tus labios secos y partidos. El beso que nunca olvidaré. Esa noche vuelves a mi departamento, todo vuelve a ser como antes, excepto por las cosas reprobatorias y lastimosas que hice mientras estuvimos separados, no puedo vivir con ello pero no puedo decírtelo, es inconcebible. Después de un año y cinco meses excelentes a tu lado, te propongo ir al club de cine donde nos conocimos. Ese día pedí que pusieran una película especial, era tu película favorita: Pulp Fiction. Antes de terminar te digo que quiero ir al baño. La película se corta y salgo por atrás de la pantalla proponiéndote que te cases conmigo. La sala enmudece, y sin dudarlo, aceptas. Nunca había habido tanta asistencia al club como esa única noche, creo que ninguno de los presentes lo olvidará. *** Falta un día para nuestra boda. Ya todo está planeado, mi familia y mis pocos amigos se encuentran muy entusiastas al igual que los tuyos. Por fin me voy a adentrar en tu familia, aquel viejo amargado de buen corazón y esos dos hermanos exitosos. Para siempre, sigo callándome con ardor lo que hice, pero estoy a punto de explotar junto con todo este montón de mentiras. Por la noche, nerviosos, decidimos dormir temprano. La mente me traicionaba y quería gritarte lo que hice en el tiempo que estuvimos separados. Por otro lado, sabía que decírtelo sería un error, pero posiblemente me perdonarías, ya había pasado algún tiempo. Sinceramente, si hubiera sido al revés, yo no lo hubiera pasado por alto. Desperté a las dos de la madrugada, y decidí escribirte en un papel todo lo que había hecho hace un año y cinco meses, de manera detallada, no quería que se me fuera ningún detalle. No 21
quería empezar a escribir este nuevo libro manchado de mentiras, malentendidos y traiciones. *** Amaneció el gran día, palpé el otro lado de la cama, las yemas de mis dedos sólo acariciaron lo suave de las sábanas, tu lado aún se sentía cálido… Tomé mi celular para marcarte, mandarte un mensaje, lo que fuera. Me encontraba preocupado. Al buscar tu número no estaba, no había mensajes ni llamadas tuyas, no había fotos, no había nada. Me di cuenta de que ya no quedaba rastro. Me borraste de tu vida después de varios años, despertaste, leíste aquel papel y decidiste que no estabas segura, segura de lo que tenías conmigo. Decidiste eliminarme, huir, escapar y dejarme ahí, a que muriera lleno de recuerdos y dudas. Cuando te conocí tenía veinticinco años, ahora tengo casi veintiocho. Ha pasado un año desde que te fuiste, no sé nada de ti, no sé si vives aquí, si estás viva, si eres libre, si eres feliz. Ahora entiendo cómo un error puede cambiar el rumbo de muchas cosas. ¿Quién va estar ahí en las mañanas para que reflejes tus ojos en alguien que sabes que ha intentado todo para ser el mejor?, y ¿quién va estar ahí para decirte que nada va a ser igual en su vida después de tener tus labios? No me arrepiento de nada de lo que hice contigo. Por desgracia, la solución más dolorosa es a veces la correcta, y realmente me importa un pito que me odies. A mí lo que me importa es tu sentir, el latido de cada palpitar al verme llegar, que se estrujen tus nervios hasta colapsar por la necesidad de tenerme cerca. Lo siento, pero me vale mierda tu terquedad absurda e infinita que sirve para llenar de vacíos cada oración que sale de tu boca, boca dulce y amarga que llena mis noches de borrachera en bellos recuerdos que van a ser difíciles de borrar. Confío en tus manos, confío en las madrugadas en que nos quedamos hablando hasta 22
terminar callados y simplemente cómodos; no hagas caso de las cosas diminutas que no me importan, últimamente no me importa nada, me importas tú y eso debería bastar, ¿no? Sólo queda decirte que nunca voy a olvidar nada, siempre te llevaré conmigo. Fuiste y serás mi mejor amiga, no era mi intención darte la espalda, no quise estar lejos, aunque a veces pareciera que éramos desconocidos en la misma cama. Siempre estuviste a mi lado y donde sea que estés, toma estas palabras como una disculpa, como una despedida, o simplemente tíralas y olvídalas. Haz con ellas lo que quieras: son tuyas. Podré volver a amar a alguien como te amé a ti, pero nadie podrá amarte como yo lo hice. Cansa dar tantas explicaciones. Cuando la ecuación no se puede resolver, no debes darle más vueltas a la razón. Eso no significa darse por vencido, eso se llama darle vuelta a la página y demostrar que no hay cobardía, al contrario, se da la cara para admitir la derrota. Es por eso que sigo sin remedio y no lo quiero, no busco la solución. Vete desperdiciando caminos y yo me iré caminando sin definir mi destino, sin reconocer la vida, así es como me gusta, lo único que importa es no caer de rodillas. No busques un cambio donde los antecedentes dicen lo contrario, si en tu futuro está escrito mi nombre, ¡qué alegría!, si no es así, no voltees la cara, no hay que cavar donde ya todo está enterrado. Espero volver a encontrarte en esta vida incoherente. Te pido no me olvides.
23