Primera edición, 2018 © 2018, Jessica Cruz Sasia. © 2018, Par Tres Editores, S.A. de C.V. Fray José de la Coruña 243, colonia Quintas del Marqués, Código Postal 76047, Santiago de Querétaro, Querétaro. www.par-tres.com direccioneditorial@par-tres.com ISBN de la obra 978-607-9374-89-1 Diseño de portada © 2018, Daniela Baez. Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito de los titulares de los derechos correspondientes. Impreso en México
Printed in Mexico
Jessica Cruz Sasia nació el 14 de enero de 1987, en la ciudad de Puebla. Siempre ha sido una apasionada de las series animadas y desde muy tierna edad fantaseaba con tener su propia revista y compañía para algún día poder desarrollarlas. En la escuela primaria descubrió que le gustaba escribir además de dibujar. Bajo el pseudónimo de Sango Kinomiya, publicó sus primeras historias en fanfiction.net. Enamorada de la cultura japonesa, Jessica decidió estudiar la Licenciatura de Animación y Arte Digital para acercarse más a su sueño. Y aunque no ha creado (aún) esa empresa, ya cuenta con su primera historia plasmada en papel. Jessica, pues, es ahora animadora digital de día y escritora de noche, donde comienza la magia y el sueño de crear personajes y universos llenos de aventura, fantasía, comedia y romance.
Capítulo I Hace unos diez años o más… ¡Ah!... El bello sonido de las risas infantiles resuena en todo el parque, robando una sonrisa a todo aquel que pasea por ahí o simplemente va de paso. Esos pequeños ríen a todo pulmón mientras se persiguen, saltan, corren, brincan, imaginan. Todo es felicidad, todo es armonía, todo es amistad. Llegó el momento de descansar para aquellos tres compañeritos, el hambre les ha llamado y deciden sentarse a descubrir el desayuno que sus madres han preparado para ellos, y si algo no les gusta, siempre está la opción de compartirlo o intercambiarlo. Sándwich de mermelada, leche con chocolate, quesadillas, sándwich de jamón con queso, galletitas, jugos y mini cereales de maíz, era el gran botín de los pequeños. Si bien, a dos de ellos les daba igual lo que fuesen a almorzar, Beto, el más pequeño de los tres, no estaba tan gustoso de que su mamá le haya mandado quesadillas, pues, no le gustaba el queso. –Eehh… Oigan, amigos –se decidió a hablar–. ¿Alguien quiere mi comida? –¿Por qué? ¿Qué tiene? –preguntó la pelirroja, que se disponía a comerse su sándwich de mermelada. –Es que mi mamá me puso quesadillas de queso, y ella sabe que me gustan las quesadillas de puros frijoles. Samantha y Alan se miraron a los ojos y echaron a reír fuertemente; tanto que empezaron a llorar. El color rojo se apoderó de las mejillas del pelinegro de ojos verdes. 7
–No seas babas –sentenció Alan–. ¡Lo que tú dices son tacos de frijol! –¡Si! Las quesadillas siempre llevan «queso» –secundó Sam con una sonrisa. –¿Eso qué? ¡Las quesadillas pueden no llevar queso si así lo deciden! –Entonces no serían quesadillas, Beto. Serían tacos de otra cosa –siguió riendo el pequeño rubio. –¡Pues no me importa! No me gustan las quesadillas. –Toma, te las cambio por mi sándwich, es de mermelada. De la que te gusta –sonrió Sam e intercambió su comida con el pelinegro; el cual sólo miró a su amiga y de nuevo sus mejillas se tiñeron de rojo. Alan lo observó seriamente mientras se borraba de su rostro aquella sonrisa burlona de segundos atrás.
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Capítulo II A pesar de que ha pasado mucho tiempo desde que Sam dejó a sus amigos, Beto y Alan, ella seguía recordando sus tiempos de infancia con mucha ternura y alegría, y, por ello, siempre llevaba una cámara fotográfica consigo para seguir guardando memorias. En gran medida por eso, Samantha tomó la decisión de regresar a su natal ciudad: para revivir los buenos momentos, vivir con María su prima, y probar suerte en el trabajo. Sus padres hace meses que se habían ido a viajar por el Mundo dejándola sola, así que se le hizo fácil tomar aquella resolución. La pelirroja de largo cabello hizo sus maletas con gran emoción. Imprimió sus boletos de camión y se dirigió a la central de autobuses para emprender su viaje. Esto era maravilloso, una nueva aventura, un nuevo comienzo junto a las personas que tanto atesoraba… Y por fin la espera terminó. Sam ya estaba de regreso y bajó con mucho entusiasmo del camión. La chica respiró el fresco aire de su bella ciudad; respiró profundo, más profundo… más. Y un ataque de tos se hizo presente de manera estrepitosa. Definitivamente ya no era tan fresco como recordaba, pero ese pequeño primer altercado no le opacaría la alegría y emoción de ver a su prima y a sus amigos. Samantha corrió, corrió y corrió como si no hubiera un mañana, con una mochila que llenó con lo que más pudo con sus cosas personales, como ropa, zapatos, cepillos, pijamas y demás cosas que se pudieran ofrecer. 9
Decidió desviarse un poco de su ruta para poder pasar rápidamente a la Primaria donde había estudiado. Al llegar a la esquina, se dio cuenta con gran asombro que ahora era un centro comercial; uno muy grande y fancy, por cierto. «Ok, ok, todo cambia… nada es eterno…», se repetía para sí misma una y otra vez. Caminó de nuevo con actitud renovada, pues pensaba que ahora tendría la oportunidad de descubrir aquella plaza con sus amigos en algún momento de su estadía. La chica sacó un pequeño papelito arrugado con un mapa dibujado en él. ¿Por qué no sacar su celular para que le indicara la ruta óptima de cómo llegar? ¡Ah! Pues, porque había una trampa-recompensa en todo esto: si Samantha llegaba sin usar tecnología al restaurante de María, la comida y cena serán gratis durante una semana; si no, a la pelirroja le tocaría hacerle un masaje de pies a su prima. ¿Y el porqué de esta apuesta? Muy sencillo: nuestra querida Sammy era demasiado despistada y no sabía leer mapas ni ubicarse en las calles, por lo que María estaba contando con un masajito esa noche. La pelirroja empezó a perder poco a poco la paciencia. La ubicación no era la suyo y María lo sabía; lo sabía bastante bien. –¡Mi niña, espera! –se escuchó una voz a las espaldas de Sam–. Estás olvidando tu bolsa, cariño. –¡Oh! Qué despistada. Gracias, señora Leonor. Mi mamá me mata si pierdo su encargo. Sam volteó por reflejo a ver de dónde provenían las voces. Se deslumbró al ver a una chica más o menos de su edad que emanaba mucha alegría y elegancia. Aquella chica era de cabello rubio dorado, el cual estaba trenzado y colocado coquetamente en su hombro derecho. Vestía una blusa color melón y ajustada; una falda color blanco con pocos pliegues; un cinturón negro, ancho, con formas de hojas de árboles y unas zapatillas de correa color aqua en el tobillo. La chica elegante, al sentir una mirada intensa, volteó y se encontró con los ojos azules de la pelirroja, que emanaban asombro y admiración. 10
–Hola. ¿Estás perdida? –dijo mientras se acercaba a Sam. –¿Có-cómo sabes? –preguntó Sam, un tanto sorprendida. –Bueno… –empezó a decir la chica, al tiempo que alzaba los hombros y sonreía–. Es una ciudad pequeña. Por lo regular nos conocemos todos, aunque sea de vista, y a ti nunca te había visto. Además de que llevas un papel arrugado, por no decir que destrozado, entre las manos. –¡Ah, claro! –rió Sam algo nerviosa y avergonzada–. Sí, ando buscando una dirección: Mary´s Café… La chica rubia tomó el papelito y asintió. –Está muy cerca. No te falta mucho. ¿Pero por qué no sacas tu teléfono y escribes la ubicación? ¡Oh, espera! ¿Acaso no tienes un smartphone y andas pidiendo direcciones a la antigua?… ¡Qué grosera! ¡No debí preguntarte si tienes uno teléfono así! Es de mala educación insinuar si la gente es pobre. ¡Ya me lo han dicho cientos de veces!… ¡te pido una disculpa! Samantha miró de manera confundida a la chica. De parecerle una celebridad de cine, pasó a verla como una simple mortal. Samantha rió un poco y le restó seriedad al asunto con la mano y negó con la cabeza. –No te preocupes. No me ofendiste –sonrió y sacó su smartphone–. Sí tengo uno. Es sólo que hice una apuesta con mi prima que llegaría sin ayuda de ninguna aplicación. No soy buena ubicándome, ¿sabes? Así que… creo que se aprovechó de mí –dijo con pesar la pelirroja. –No te preocupes. Yo te diré cómo llegar para que le ganes –la chica empezó a dictarle a cuántas calles debía dar vuelta a la derecha y luego a la izquierda, para poder llegar rápidamente a casa de su prima. Sam iba a empezar a anotar las indicaciones en el mapita, cuando la bella señorita la detuvo–. Mejor escríbelas en otra parte. Así no se dará cuenta tu prima que alguien te ayudó –guiñó un ojo y sacó de su bolsa una libretita con una pluma y empezó a escribir las indicaciones para que la pelirroja pudiera llegar sin problemas–. Listo, con esto no habrá pierde. Samantha le agradeció con una amplia sonrisa, mientras que 11
la chica rubia se despidió con un gesto de cabeza y se marchó por lado contrario a donde estaban paradas. Sam emprendió el camino nuevamente, levantó el papelito para ver las instrucciones del camino y se volvió a sorprender. ¡Era una letra muy bonita! Verdaderamente esa chica era bonita en todo sentido. Algo atolondrada al hablar, pero sin ninguna maldad. La pelirroja suspiró y miró sus tenis deslavados, sus pantalones rotos de las rodillas y su blusa gastada. Definitivamente nunca podría ser como aquella chica tan elegante, pero Sam no cambiaría sus confiables pantalones y tenis, pues gracias a ellos podía correr, brincar y agacharse para tomar las fotos más imposibles y difíciles que se le presentaran. Al fin, Samantha llegó a la casa/cafetería de María. Había en la entrada un tipo de pizarroncito con un rápido menú para que a los comensales se les antojara. Al entrar se respiraba un ambiente tranquilo, mágico. Era una cafetería medianamente grande, en su mayoría de madera y piedra. A unos veinte pasos a la izquierda, estaba la barra para preparar el café. Tenía también una vitrina con postres cortados en rebanadas y unos pétalos de rosa como adorno. Más adelante había una puerta, que era la cocina para la elaboración de la comida. Todo el lugar estaba lleno de mesas y sillas; mesas redondas con mantel blanco. Daba la sensación de ser muy espacioso el lugar. La pelirroja se maravilló al entrar. Era la primera vez que lo visitaba, aunque su prima le había mandado fotos antes. Sus ojos empezaron a recorrer el lugar buscando a María. Fue cuando se dio cuenta que era un sitio muy popular, pues a pesar de ser medio día, ya estaba lleno casi por completo. –Claro que sí, señorita. En seguida le traigo su pastel de tres chocolates –ahí estaba; esa voz era inconfundible para Sam–. ¡Chamaca! ¡No puedo creer lo que mis ojos ven! Llegaste más rápido de lo que esperaba. Juan, ¿puedes traer la orden de la señorita de la mesa catorce, por favor? –le dio la comanda a uno de los meseros que estaba cerca para poder irse con Samantha a una mesa libre. 12
–María… ¡Wow! En serio que tu restaurante es exitoso. Está muy bonito; me encanta. –Y más te va a encantar tu habitación. Ven. Te llevo de una vez para que te acomodes y dejes tus cosas. María era alta, del tipo deportista, menudita; de ojos miel y cabello castaño, agarrado en una larga coleta alta. Vestía una blusa negra y un pantalón del mismo color. Se diferenciaba de los meseros, pues ellos llevaban un chaleco con camisa blanca. Ella era la única que iba totalmente de negro. La dueña de la cafetería llevó a su prima por todo el lugar, atravesándolo por completo. Abrió una puerta la cual mostraban unas escaleras. Ambas subieron y ahí se encontraba un segundo piso que fungía como la casa de María: un lugar sumamente blanco, con muebles muy contemporáneos; un contraste bastante amplio, comparado con el restaurante, que era más color madera. –Este es mi cuarto. Este es el baño general. Puedes ocuparlo cuando gustes. Será tu baño. Mi cuarto tiene baño dentro. Este es mi estudio, donde vengo a pensar sobre los menús de temporada; puedes ocuparlo cuando quieras. Y éste es tu cuarto. Espero te guste. La castaña abrió la puerta del ahora cuarto de Samantha. Era sencillamente un ensueño. Estaba una cama en medio de la habitación, de base sólida blanca y un colchón muy ancho, con sábanas blancas. De lado derecho, estaba una ventana con un pequeño banquito tipo almohadilla para poder sentarse y disfrutar del paisaje. Después se hallaba un escritorio con silla para que Sam pudiera escribir, leer, o hacer lo que quisiera. En frente de la cama y casi a lado de la puerta de entrada, estaba un mueble con varios espacios; en el más grande estaba una tele, y los demás estaban libres para poder poner libros. De lado izquierdo de la habitación, se encontraba otro mueble para poder poner algunas cosas, y un armario pequeño para la ropa. A lado de la cama se encontraba un pequeño buró con una lámpara. Cabe mencionar que la pared era de un color lila pálido, que le daba un toque tranquilo y juvenil a la habitación. 13
La pelirroja abrazó fuertemente a su prima. Le había dado la habitación perfecta. –Acomódate. Cuando bajes nos tomamos un café. ¡Ah! ¿Y a qué hora te agrada más el masaje? ¿Ocho o nueve de la noche? Sam esbozó una sonrisa triunfante. Le mostró su teléfono con la prueba de que no se había guardado ninguna ubicación para que ella pudiese llegar a aquel destino. María la miró sospechosamente. Ambas chicas empezaron a bajar las escaleras para regresar al restaurante. Tomaron una mesa y pidieron un café. –Ya, dime. ¿Cómo le hiciste para llegar? No me creo que hayas podido llegar sin ayuda. –Pues lo hice –sorbió un poco de café la pelirroja. Recargó su cara sobre su mano libre y volvió a tomar café–. No ocupé en ningún momento mi teléfono. –No te puedo creer. Te pierdes hasta en un departamento de tres habitaciones. No pudiste haber llegado sin ayuda hasta aquí. –Sí, bueno… eso fue una sola vez… no es como si siempre me pasara eso del departamento. –Cuando vas a los baños de los restaurantes también te pierdes. No sabes cómo regresar a tu mesa. –… –Sam empezó a sudar y a ponerse nerviosa–. Sí, lo sé. No soy la persona más ubicada del mundo… –giró los ojos y empezó a jugar con un mechón de su larga cabellera. –Te ayudaron, ¿no es cierto? –En las reglas de la apuesta no decía nada de que te dieran indicaciones… –Pediste ayuda… –¡No! Una chica muy linda me dijo cómo llegar. –¡Ja! Te vio la cara de perdida o… ¿por qué? –…algo así –confesó Sam. María suspiró pesadamente mientras ladeaba la cabeza de un lado a otro. No había nada qué hacer. Ese masaje de pies se había desvanecido en el olvido. Pasaron un tiempo, ambas primas, poniéndose al corriente 14
sobre sus vidas y la castaña sugirió que contactara a sus viejos amigos. A lo que Sam no dudó: sacó su teléfono e inmediatamente le marcó a Beto. Ella ya le había comentado al pelinegro que llegaba el día de hoy. Por una extraña razón, Alan había estado un poco distante los últimos meses, pero Sam no le dio mucha importancia; seguramente tenía mucho trabajo y no podía estar siempre presente. El teléfono sonó… siguió sonando… nada. Buzón. Sam se alzó de hombros. Marcó el segundo teléfono en su lista; Alan. Un tono… dos… tres. Sam hizo un puchero mirando a María. No tenía suerte en ese momento, seguramente después o mañana. –¡Bueno! ¿Sam? ¡Hola! –se escuchó al otro lado del auricular. –Bueno, ¿Alan? –¡Sam! ¡Qué gusto! ¡Qué milagro! ¿Cómo estás? –la voz del rubio se escuchaba un poco ajetreada. –Bien, Alan. ¿Y tú? Fíjate que ando de regreso. Estoy con María, en su café. –¿Qué? ¿Por qué no me dijiste? Hubiera ido por ti para que no te perdieras. ¿Por qué todo el mundo tenía que saber que no era la ubicación su fuerte? –Pude llegar sin contratiempos… gracias –dijo mientras su cara denotaba fastidio. –¡Qué bien! Justo estoy por salir a mi hora de comida. Si quieres podemos comer ahí en el café de tu prima o vamos a otro lugar. Como gustes. –Me parece bien vernos aquí; si no tienes inconveniente. –Para nada –dijo Alan–. Salgo para allá. Ambos chicos colgaron. María se quedó con la pelirroja mientras esperaban la llegada de Alan. –Oye –pronunció María–, ¿aún te acuerdas de la cara de Alan? ¿Cuándo fue la última vez que lo viste? –Mmmh… Fue cuando tenía quince, que tanto él y Beto fueron a visitarme a mi casa, que estuvieron de visita ese fin de semana. 15
–¡Pufff! De eso ¿qué? Ocho años, ¿no? –preguntó la castaña, mientas enarcaba ambas cejas en señal de sorpresa. Sí que el tiempo pasaba rápido. No tenía compasión de los mortales. –¿Serías capaz de reconocer a Alan en cuanto entre por esa puerta, Sam? –sugirió una prima un tanto impaciente por ver aquel reencuentro. –No lo sé –contestó lentamente la chica mientras dudaba de su antiguo recuerdo de hace ocho años. Aquella puerta siempre estaba abierta para los comensales. Así daba la sensación de frescura y de luminosidad que tanto le gustaba a la dueña de aquel local, pero en ese momento Sam tuvo la sensación de que la puerta se abría, y ahí estaba él: un chico alto, como de 1.77 de estatura, complexión delgada, cabello rubio corto, y esos ojos de color pardo. Se notaba que trabajaba en una agencia de alta reputación, pues vestía un pantalón negro, una camisa azul claro, una corbata gris y el saco lo llevaba entre el brazo por el calor que hacía ya a esas horas. –¡Sam, qué bueno es verte! –entonó el rubio, mientras avanzaba decididamente hacia delante. Abrazó por detrás a la pelirroja para rápidamente hacerle cerillito–. No has cambiado nada; sigues igual de pequeña. La señora que estaba en esa misma mesa gritó horrorizada al ver lo que hacía el rubio. Alan parpadeó un par de veces, e inmediatamente sus ojos se abrieron como platos, pues esa misma señora se quitó una de sus chanclas y se abalanzó contra el rubio. –¡Pervertido! –gritó–. ¡Deja a mi hija! ¡Auxilio! Alan pegó un salto, con el corazón a mil por hora se dirigió a la salida del restaurante. No sin antes voltear un poco a un lado y ver a su amiga Sam con una expresión de sorpresa, terror y confusión. –¿Sam? –dijo con voz tambaleante antes de sentir el chanclazo de la justicia, impartido por aquella madre horrorizada. Samantha saltó de su mesa para socorrer a su amigo. Acto que copió María para poner un alto a ese malentendido. 16
–¿Por qué no me hablaste antes de hacer semejante ridículo? –lloraba un Alan lleno de chichones en la cabeza, ya lejos de todo peligro. –¡Pero si el que metió la pata has sido tú! ¿Quién en su sano juicio le hace cerillito a alguien por la espalda? –Pensé que eras tú… –gimoteó. María salió del restaurante despidiendo a la señora y a su hija. No sin antes asegurarse que volverían a su restaurante por el jugoso descuento que les había aplicado en su cuenta; el cual le cobraría al rubio sin duda alguna. La señora pasó a un lado de Alan y Samantha y sólo giró la cabeza sumamente indignada, mientras jaloteaba a su hija del brazo para llevársela de ahí. –¿En serio me confundiste con esa niña como de trece años? –habló una ofendida Samantha. –Bueno… en mi defensa, casi están de la misma estatura –miró a la niña que ahora llevaba electricidad en toda su rojiza cabellera–. Y hasta tienen el mismo estilo de peinado –escupió el chico que deseó no haberlo hecho, pues, ahora, tenía a otra mujer molesta con ganas de golpearlo–. No, no quise decir eso. Tú sabes que nunca hablaría mal de ti de frente. Es decir, sabes que no es mi intención decir que nunca te peinas. No, yo… ¡No me pegues! –tembló el rubio. Samantha suspiró pesadamente y negó con la cabeza. Qué buen reencuentro. Ya con las aguas un poco más tranquilas, los dos chicos habían ingresado nuevamente al restaurante. –¿Ya le dijiste a Roberto que estás aquí? –rompió el hielo Alan, el cual miró cómo Sam le daba un sorbo a su café. –Sí –asintió levemente–. No me contestó. Le marqué y se fue a buzón. Ha de estar ocupado. –Sí, probablemente. En fin, Sammy, me dio mucho gusto saber que estás por aquí. ¿Andas de vacaciones? –No. Vengo a probar suerte. Voy a buscar trabajo. 17
–¡Genial! Mira, me tengo que ir. Debo regresar al trabajo o mi padre me mata. Sabes lo estricto que es con la puntualidad. Pero toma mi tarjeta y llámame. Estamos en contacto. Sam estiró la mano por inercia para tomar la tarjeta de su amigo. Ladeó su cabeza cual perrito confundido y parpadeó un par de veces. Alan salió del lugar girando su mano en señal de despedida. –Pero si ya tengo su número… Se encogió de hombros y miró la tarjeta lentamente: Castillos & Castillos. Consejeros profesionales de empresas. Vicepresidente Alan Castillos. Wooow… Alan ya era vicepresidente de la empresa de su padre. Eso debía ser todo un reto, ya que el señor Castillos era realmente estricto y si no considerara a su hijo apto, no estaría ahí. Sam tuvo la necesidad de salir un rato por los alrededores de su nuevo hogar. Caminó y encontró un parquecito cerca de ahí, en el cual podría ir a tomar fotos o simplemente estar tranquila. Se sentó en una banquita. Una brisa fresca le rozó la cara jugando con sus rojos cabellos. Cerró los ojos para apreciar más aquella caricia. Empezó a escuchar voces de todos los que pasaban cerca de ella. Algunas eran pláticas entre amigas. Otras eran peleas de enamorados. Otras más eran sugerencia de madres a sus hijos. Algunas otras de temas de la vida cotidiana. El circular de la gente era constante. Al igual que el calor y el aire que seguía recorriendo el rostro de aquella chica soñadora. Pero aquella ensoñación fue interrumpida por un ligero zumbido que fue haciéndose más y más fuerte. Sam abrió los ojos y relacionó que ese sonido era su teléfono, al que se apuró a contestar. Lo sacó del bolsillo trasero de su pantalón y contestó. Número desconocido –¿Bueno? –Sammy, hola. Soy Roberto. Disculpa que no pudiera contestarte antes. Estaba en junta. –¡Ah, hola, Beto! ¿Cómo estás? 18
–¿Bien, y tú? Imagino que ya estás con María Platillos locos. –¿Platillos locos? –preguntó una muy curiosa Sam. –¿No te ha contado? Cuando estaba estudiando la Preparatoria y tenía clases de gastronomía preparaba cada atrocidad y yo era su asiduo conejillo de indias. –No, no me contó… –¡No te contó la vez que no tenía aceite para preparar huevos revueltos y le echó miel, pues resbalaban igual? Una carcajada sonó al otro lado del teléfono del pelinegro. –No… no me contó… –dijo recuperando el aliento la chica. –Fue horrible… no sé cómo no ha envenado a nadie aún. En fin. Qué bueno tenerte de regreso, Sammy. ¿Ya tienes alguna idea de dónde vas a trabajar o mandaste algún CV? –Eeeh… no. Pero hace rato que vi a Alan me dio su tarjeta de presentación. Supongo puede tener algún contacto o puesto que pudiera desempeñar. Me dijo que le hablara después –se encogió de hombros. –Ahhh… –escuchó la voz desganada de su amigo–. Pues no pierdes nada en hablarle; a ver qué te dice… mmmh… si quieres puedo checar en mi trabajo si necesitamos una fotógrafa. El teléfono del que te marqué es de mi oficina; cualquier cosa que necesites puedes marcarme ahí o a mi celular. –Muchas gracias, Beto. –Qué gusto tenerte de regreso. Te extrañé. –Yo también, Beto. Ambos chicos colgaron. Sam Sonrió y volvió a cerrar los ojos. Su mente empezó a imaginar todas las nuevas aventuras que tendría con sus dos amigos.
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