Gabriel Vega Real

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GABRIEL VEGA REAL SOBRE EL ESCRITOR Gabriel Vega Real, Ciudad de México 26 de mayo de 1954. Actualmente radica en la Ciudad de Querétaro. Estudió en la Escuela de Escritores de Querétaro SOGEM en 2004. Dentro de sus publicaciones se encuentra el poema En el octavo día en el libro Por amor al Cimatario (2006), el libro de cuentos El Vendedor de Poemas (Fondo Editorial de Querétaro, 2006), El bozal (Fondo Editorial de Querétaro, 2007), La mujer más bella del mundo (programa literario El Tren de Las Letras, promovido por el Consejo Consultivo del Instituto de Cultura del Municipio de Querétaro, 2007), novela Héroes Inconclusos(Editorial Calygramma, 2009), libro de cuentos La muerte tiene mirada de algodón de azúcar (Fondo Editorial de Querétaro, 2011), Ermuz y las cantantes siderales (Par Tres / Biblioteca Digital de Escritores Queretanos, 2011), novela Jeremías (Diario de Querétaro, Suplemento Cultural Barroco y Par Tres, 2012).

ÍNDICE

Ermuz y las cantantes siderales Mutantman El gallo galán Yie brel, el niño fantasma El jardín mágico Elías Tano Jr. & Tanos Sr. Jeremías

El contenido de estos textos es propiedad y responsabilidad del autor, Par Tres Editores, S.A. de C.V. transmite estos textos de manera gratuita a través de su proyecto de difusión cultural y literaria denominada Biblioteca Digital de Escritores Queretanos. Los autores han seleccionado sus textos para permanecer en dicha biblioteca para su uso única y exclusivamente como difusión literaria, por lo que se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito del autor, quien es el titular de los derechos patrimoniales de los mismos.


ESCRITOR QUERETANO: GABRIEL VEGA REAL

Ermusz y las cantantes siderales Es un poco aburrido ser estrella fugaz, si no fuera por Ermuz, que es una piedra cósmica, el tiempo sería demasiado largo. ¡Ermuz!…¡Ermuz! Uno… dos… Uf, qué alivio, sí están las dos. Cuando me desperté sólo vi a Eco. Pero sí, están las dos. Ermuz es quien me preocupa; es muy traviesa, se esconde por todas partes. Un día la encontré debajo de una roca. Es demasiado pequeña. Su cuerpo es menudito, mirada vivaz y es bien inteligente. Siempre sonríe y platica con una voz muy delgadita, no es tan gritona como Eco. Algunas veces ve la Tierra y canta cosas dulces. Cuando me preparo a descansar, se mete en el aire térmico, brinca hasta que se cansa, y después se acurruca junto a mí. No es como Eco, que duerme en cualquier parte; es muy independiente, casi no hace ruido, bueno no hace ruido cuando está despierta, pero cuando duerme, sus ronquidos se escuchan hasta el paraje de mis vecinos. Yo vivo en el Mar de la Tranquilidad y mis vecinos en el del Conejo. Desde mi casa se ve la Tierra, que aunque es más grande que la Luna, ahí no hay vida inteligente. Es un planeta azul y el setenta y cinco por ciento está cubierto de agua. Algunas veces, cuando platicamos, pensamos en lo que los escritores siderales han dicho de ella; que inspira amor, ternura, romanticismo. Que es testigo del amor de los enamorados. Pero sólo es eso; motivo de inspiración de los enamorados. ¿Qué ser inteligente podría vivir entre tanto oxigeno? ¡Nadie! Es por eso que la ciencia asegura que en la Tierra no hay vida consciente. Lo más parecido a la inteligencia son las nubes y las rocas. Bueno, existen unos seres que la habitan, pero sus movimientos son muy torpes. Su vida es primitiva. A lo mejor, cuando evolucionen, podrán alcanzar cierto nivel de inteligencia. Pero para eso falta mucho tiempo. Por lo pronto, la Tierra únicamente es motivo de inspiración de los poetas estelares. Hace mucho tiempo tratamos de conquistarla. Llegaron guerreros de muchos planetas, pero el oxigeno y el hidrógeno formaron un ejercito muy poderoso del que todavía se tiene memoria en toda la Galaxia. La lucha fue brutal. La Tierra se cubrió de nubes que nos atacaron sin piedad. Veíamos con desesperación que éramos vencidos. Los cuerpos se desintegraban al Biblioteca Digital de Escritores Queretanos

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tratar de penetrar en su atmósfera, los lamentos se escucharon por todo el universo. Los refuerzos fueron inútiles; eran meteoritos que atacaron a la Tierra. La lucha fue muy larga. Creíamos haber vencido cuando se cubrió de polvo, pero la Tierra fue más fuerte, de sus entrañas vomitó fuego. El agua se calentó, su atmósfera se cubrió de nubes negras y nos cerró el paso. La conquista fue imposible. Nos retiramos derrotados. La Luna, por un tiempo fue lugar para atender a los heridos. Ahora quedamos pocos. Los meteoritos se fueron a tratar de conquistar otros planetas. En el cielo se ven carros de fuego tripulados por guerreros. En un cuarzo del Planeta de los Aros, está escrito que el universo está poblado por seis mil billones de seres inteligentes, pero no viven en ningún planeta; están dispersos en el infinito. Cuando decidí quedarme en la Luna, Ermuz ya la habitaba. Hace sesenta y cinco millones de años que vivo junto a ella. Ermuz tiene la habilidad de crear la compañía que quiera. Dice una fábula infantil, que hay seres que se reproducen entre ellos, y hasta llegan a enamorarse. Eso debe ser muy bonito, pero tan solo es un cuento producto de la imaginación de algún poeta soñador. Las estrellas fugaces y las piedras cósmicas no acostumbramos enamorarnos. Escogemos la compañía que mejor nos acomode. Yo, por ejemplo, escogí vivir con Eco y Ermuz. Ellas me acompañan a estudiar. Escuchan mis teorías y repiten mis palabras. Ahora estoy mirando el planeta azul, al que los cantantes siderales le dicen Tierra, pero no tiene vida inteligente. Por lo pronto, ese lugar es sólo motivo de inspiración de los poetas estelares. Sigo esperando refuerzos para la conquista. Sé que vienen en camino; son meteoritos que viajan por el infinito. Una, dos… ¡Me lleva el agujero negro! Ernuz se volvió a esconder y Eco está esperándome para dormir. Después la busco. Probablemente esté metida en una roca del Mar de la Tranquilidad. ¡No puede ser! Ermuz me escondió otra vez el aire térmico y los condones. Seguramente se los llevó al Paraje del Conejo. Ni modo. Primero tengo que encontrarlos para irme a la cama. Eco está desesperada. ¡Ermuz!… Ermuz!

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Mutantman Cuando se me vino la idea de escribir un cuento para niños, me enfrenté a un verdadero dilema. Quise narrar de príncipes; hadas; gnomos; animales que hablan; extraterrestres y no sé qué más cosas. El trabajo se presentaba complicado: con los asuntos de la Familia Real Inglesa, la figura sofisticada de Diana de Gales y su accidente en París, Camila, Charles, el príncipe William y todo el rollo que se manejó en la televisión, se me opacó la fantasía por la realeza. El asunto de las hadas y los gnomos está saturado. Los animales que hablan ya han dicho todo lo que se tiene que decir y los extraterrestres ya no parecen fantasía. Sentía que hablar de fantasía, ofendería el intelecto de los niños, ellos ahora son distintos. A mí me dormían con cuentos clásicos: la Bella Durmiente, la Cenicienta, Robín Hood y canciones de Cri Cri, o me espantaban con El Coco, La Llorona y El hombre Lobo. Recuerdo cuando les platiqué a mis sobrinos de la vez que el OVNI con figura de chapulín aterrizó afuera del rancho. Me interceptaron unos tipos de escasos cuarenta centímetros de estatura, ojos hundidos, manos sin dedos, cuerpo escamado y tres pies. A pesar de que no hablaban, entendía perfectamente sus mensajes. Sus palabras no se escuchaban, pero las oía en forma de pensamientos. “Síguenos”. No opuse resistencia, los seguí al interior de la nave, ya adentro, sentí miedo, quise pedir auxilio; pero no pude hablar. Me acostaron en una cama de aire, (bueno, ahora digo que es una cama), la verdad es que estaba flotando. De una puerta corrediza de cristal salieron varios tipos con aspecto de doctores y tres personas más con figura femenina. Sus ojos eran grandes, labios color plateado y ellas sí tenían dedos. En muy poco tiempo, el OVNI estaba atiborrado de esos seres extraños. Me observaban con atención, me colocaron una manguera en la frente, justo al centro, donde empieza la nariz. Unos se pararon frente a mí y otros a mi espalda. Dos, de apariencia femenina, me tomaron de las manos, su piel era muy suave pero excesivamente fría, tan fría que me adormeció los brazos. La tercera colocó ambas manos en mis sienes, en ese momento fue cuando sucedió lo realmente digno de contar. De una lámpara conectada a la manguera de mi frente se proyectó el inicio de la vida en tercera dimenBiblioteca Digital de Escritores Queretanos

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sión. Vi unas manos transparentes amasando tierra y agua para dar forma a un hombre de barro. El hombre se levantó del suelo, quiso dar unos pasos, pero se cayó. Estaba en el centro de un bosque de manzanos y no podía ponerse de pie. En cada intento por levantarse su cuerpo se agrietaba. Un aire color azul pálido que venía del cielo se le metió en la boca. Hasta ese momento se levantó, dio unos pasos y, después, cuando su cuerpo ya era de carne, tomó de las manos a una mujer de pelo negro, piel blanca y mirada dulce. En ese momento me dormí. Desperté con un tremendo estallido, un demonio gigantesco se comía a puños la tierra; era un diablo de fuego. Yo nunca creí que Satanás existiera, mucho menos los extraterrestres y dudaba de la existencia de los ángeles, pero lo que vi me asombró; imaginaba estar presenciando una cinta de Steven Spielberg. Los ángeles atacaban al demonio con lanzas de metal. La batalla duró una eternidad, estaba aterrorizado. Finalmente, después de oponer feroz resistencia, el diablo fue vencido, lo encerraron en una mazmorra en el centro de la Tierra. Dios se asomó del cielo, con sus propias manos atendió a los heridos y a los ángeles, que se veían exhaustos, los mandó a descansar mil años en el cielo. Se proyectaron muchas cosas que no quiero recordar, eran muy feas, pero también vi mucho amor, sin embargo, el amor era de muy pocos. No podría precisar cuántos, nunca he sido bueno para calcular. Creo que en las pocas personas que vi amor, fue en mis padres, mis hijos, mi esposa, mis parientes, mis amigos, mis vecinos y mis maestros. Repentinamente, uno de los seres que tocaban mis manos, dijo: “Gracias por la información, en pago extirpamos de tu cuerpo los genes de la envidia.” Fue todo lo que dijo, para esos momentos ya entendía sus palabras. Me regresaron al rancho, donde vi que la nave encogía las patas, y en fracciones de segundo, una raya blanca salió de la tierra hacia el cielo. Muchas veces he deseado olvidar esa experiencia, pero no puedo. Cuando me miro en el espejo, veo la manguera en el centro de mi frente, cuarenta centímetros de estatura y mi cuerpo cubierto de escamas, también veo mis manos con dedos de mujer y el tercer pie, que es muy cómodo para sentarse. Cuando les platiqué mi experiencia a mis sobrinos, me dijeron: “Sé más realista tío. Eso está bien para que te lo crea mi abuela, pues con quién crees que tratas. Ya tengo diez años”. El mayor; Diego, bostezando se dirigió a los otros, les dijo que mejor fueran a jugar a Mutantman inspirado en mí; tiene treinta y siete discos en su recámara. Ya me siento cansado de tanto pensar; acabo de leer que se divorcia el Rey de España de la Reina Plebeya, están por lanzar la Barbie pensante, en Francia casi logran que una cabra hable castellano y en la Unión Europea, se estudia un decreto para prohibir la literatura fantástica con el argumento, de que ofende el intelecto de los niños. Creo que mejor voy a escribir el 6

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cuento del Gallo Galán del rancho del Chapulinzote que me platicó el tío Juan, pero ya será en otra ocasión.

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El gallo galán El gallo era todo un galán. En las mañanas, se recargaba en la barda de piedra pasándose las alas por el copete, veía con coquetería a la yegua; la marrana y a la chiva; provocaba suspiros en todas las hembras que viven en el Rancho. Le encantaba aletear frente a los demás gallos, que se levantaban a las cinco de la mañana para despertar a los animales. Quiquiriquí: el canto retumbaba en el techo de teja; otro quiquiriquí en el molino; en el establo y en el pozo. En toda la granja se escuchaba el quiquiriquí de los gallos, menos el del gallo galán. El trabajo iniciaba a las seis de la mañana. Para esa hora, el rancho hervía de actividad. El ranchero les daba de comer a los puercos; su esposa ordeñaba la vaca; uno de los hijos desgranaba el maíz, otro acercaba la leña, uno más metía una cubeta para sacar agua del pozo. La marrana correteaba con su trompa a sus cochis para empezar a comer, los toros jalaban el arado para sembrar el maíz, las gallinas picoteaban el suelo, y la vaca miraba al gallo con ojos románticos; sus grandes pestañas reflejaban la figura viril del gallo recargado en la barda de piedra. En el rancho todos lo sabían; la vaca estaba enamorada del gallo; pero no sólo la vaca; también la chiva, la güila; la pata, y las gallinas ponedoras suspiraban por él. Pensaba el burro, (que era bien celoso), que la burra también se había enamorada del gallo; y no le faltaba razón, más de una vez, cuando el burro iba al monte por leña, la burra le reclamó a la vaca: “Oye vaca, ¿qué tanto le mirás al gallo?. ¿Acaso pensás, que con tus ojos soñadores, y tu copete colocho te lo vas a quedar? Yo soy más hembra que tú”, y casi a rastras, jaló la burra a la vaca a la barda, donde el gallo permanecía con la pechuga inflamada; la cabeza bien erguida y su cresta roja como tomate. “Gallo, dile a ésta de quien vos estas enamorado”. El gallo no dijo nada; levantó la ceja y le guiñó un ojo a la vaca. La vaca suspiró meneando sus abundantes pestañas, pero en un descuido, el gallo le mando un picorete a la burra cuando la vaca se alejaba meneando coquetamente la cola. Estas escenas de celos se repetían diariamente, un día era la burra, otro la yegua, luego la pata, la güila, las gallinas ponedoras, las marranas, y hasta un día le reclamó el gallo colorado, el jefe de los despertadores por inquietar 8

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a las hembras. “¿Idiay? Ya deja de estar de galán, y ponte a jalar”; pero el gallo, perdón, no había dicho que al gallo le decían el güero del rancho. Era un gallo colorado; con chapas, de cresta del tamaño de un elote maduro, y la pechuga más grande que un mango petacón; pero nunca cantaba. Eso era lo que fascinaba a las hembras. Detrás de su aspecto silencioso se veía un aire de magia; de encanto. “¿Qué pensará el gallo de mí?”. Decían todas las hembras cuando lo veían limpiando su pico con una varita de paja. La vaca también era callada, con el paso del tiempo se enamoraron. Fue un amor de cuento; se miraban, y mientras el gallo levantaba la ceja y le tiraba picoretes, la vaca ventaneaba los ojos; sonreía, y rumiaba el zacate moviendo coquetamente la boca. Así pasó mucho tiempo, hasta que los gallos se enojaron; también el toro, el caballo, el burro, el puerco, el güilo, el pato, y también se puso bravo el tejón que se robaba los huevos de las gallinas ponedoras. “Es un haragán”, dijo el toro, “démosle un castigo”, dijo el burro, “pamba”, dijo el cochi. “Sí démosle pamba”, gritaron todos. Y se encaminaron hacia la barda donde el gallo se paseaba orondo. Los ojos de la vaca se crisparon de espanto, los de la burra, casi se salen, la cocha se acurrucó entre sus críos, la pata graznó de terror. Los animales iban a darle pamba al Gallo Galán, pero vieron un carrazo, de los que sólo se miran en Tuxtla. Del auto bajaron dos emperifolladas damas; dos caballeros con guayabera, y siete chiquillos mecos de pantalón corto, pelo rojo y cara chapeada. “¡Yo quiero montar al caballo¡ ¡Yo al burro¡ ¡A mí regálenme un cochi! ¡Yo quiero un patito! ¡Yo un pollo!” Ante la avalancha de gritos, los animales regresaron corriendo. Los gallos aleteaban levantando nubes de polvo. Al cochi se le cerró la garganta de miedo, el burro rebuznó aterrorizado, el caballo relinchó con los ojos trabados de espanto. La vaca respiró con alivio, pero lo que vio después casi le provoca un infarto. La esposa del ranchero cogió al Gallo Galán del pescuezo y, sin importarle su galanura, se lo torció, para hacer un caldo con arroz y zanahorias a sus invitados. “Ay canijo gallo hasta que serviste para algo. Un gallo mudo nomás sirve para hacer caldo”. Los ojos de la vaca se pusieron tristes, pero en el gallinero todas las gallinas empollan el huevo del tamaño de una sandía que puso la vaca. “Te lo empresto, te lo empresto”. Todas quieren cubrir el huevo con sus alas. Están seguras que el hijo del gallo güero y la vaca será bien galán y, si no, cuando menos servirá para hacer un abundante caldo de pollo con arroz, zanahoria y garbanzo.

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Yie brel, el niño fantasma Shhh…¡Cállense! ¿Escuchan? Son unos pasitos en la sombra de la fogata. Nada más se oyen en esta parte del bosque. En ninguna otra parte se escuchan. Échenle más lumbre a la fogata. ¿Quieren saber de quien son los pasos? Son del ángel del niño fantasma que se perdió en el bosque. No se rían, también los niños fantasma tienen ángel de la guarda. Hace muchos años, vino una familia a pasear al bosque. Eran cuatro personas, el papá, la mamá, y dos hermanos; un niño rubio, y su hermana pelirroja. El papá se llama Arcano, la mamá, Bestolay, la hermana mayor, Aura, y el niño fantasma del bosque, Yie Brel. Pues bien, vivían en un lugar del Polo Norte de la tierra que se llama Aurora Boreal, es un lugar de muchos colores que no se ve siempre. Dicen los que lo conocen, que es un lugar que se asoma en el cielo cuando Dios se despierta. Los colores se arrastran entre las nubes como el arco iris, rebotan en la nieve y regresan al cielo. Bueno ustedes deben saber que en el Polo Norte hay nieve, ¿verdad? También hay osos polares, esquimales, focas, hielo, y hace mucho frío. Un día, Bestolay, la mamá de Yie Brel y Aura, platicó con Arcano, su esposo, y entre los dos planearon un paseo; un viaje al centro del mundo para sentir el calor del sol, admirar los árboles junto al río, ver a los pájaros cantando entre las ramas de los árboles, las mariposas, y sentir la humedad del río al meter sus manos en el agua. Después de ver el bosque, regresarían al Polo Norte, para subirse a los colores de La Aurora Boreal, verían el universo desde la parte más alta de la tierra, y al igual que todos los días, le darían los buenos días al sol. Pero Yie Brel, vio una mariposa negra. Se soltó de la mano de Bestolay, su mamá, y extendió sus manos para tocarla. Vio que la mariposa se acercaba a sus manos, y luego se alejaba. Estuvo siguiendo a la mariposa hasta que el sol se quería ir a dormir. Buscó con la mirada a su familia, pero no los encontró. Sus papás y su hermana lo buscaron, hasta que casi oscureció, pero sabían que si no regresaban a la Aurora Boreal, podrían desaparecer. Su cuerpo se alimentaba de las luces del sol, y si eran tocados por la sombra de la noche nunca regresarían. Con los ojos llenos de llanto, que eran pequeños copos de nieve, Arca10

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no, Bestolay y Aura regresaron a la Aurora Boreal, cuando la sombra de la noche tocó a Yie Brel, su cuerpo desapareció. Yie Brel lloró toda la noche. Sus lágrimas eran pequeños pedazos de hielo. Al amanecer, el bosque estaba cubierto de granizo, que era el llanto de Yie Brel. Dios quiso regresarle el cuerpo, pero eso era imposible; su cuerpo había volado al cielo y estaba disperso por todo el universo. Entonces, viendo Dios que la mariposa negra se le acercaba peligrosamente, le mandó un Ángel Guardián para que lo cuidara. Al salir el sol, el Ángel Guardián hizo un puente de colores entre el bosque y el Polo Norte para que El Niño Fantasma del bosque visitara a sus padres y su hermana. El puente es el Arco Iris, ¿lo han visto? Yie Brel en la noche es una sombra, y de día es el Arco Iris. No se suelten de las manos, la mariposa negra aún sigue rondando por el bosque. Shhh. Cállense, ¿ven la mariposa de colores? Es el Ángel guardián de Yie Brel. ¡Me lleva el demonio! ¿A quién carajos se le ocurrió echar a la fogata la cambáis indica que siembran los guardianes del bosque?

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El jardín mágico El niño caminó en el laberinto de colores sintiéndose arrullado por el piso. Sabía que pronto iba a llegar al lugar mágico. No tuvo que esperar mucho, en poco tiempo encontró el calidoscopio, en donde al final, se veía la entrada a un enorme campo alumbrado por un sol que reía a carcajadas y, un cielo tan azul, que se podían distinguir enormes borregos pastando entre las nubes. El campo estaba contento y era pródigo en alimentos; había árboles de pizza, hot dogs silvestres y criaderos de hamburguesas que se alimentaban en los corrales de las granjas. De entre la hierba, crecían helados de chocolate, dulces, tamales, y cualquier tipo de alimento imaginable. De las colinas bajaban riachuelos de agua de mango, de horchata y de jamaica. El niño creía que el campo estaba habitado por ciegos, porque nadie lo veía. Quiso platicar con los cábulas, quienes eran los habitantes del campo, pero no lo escucharon. Entonces, el niño pensó que estaban sordos. Desprendió una rebanada de pizza del árbol más cercano; con sus manos tomó agua de mango de un riachuelo. Al dar el primer sorbo, sintió que el suelo temblaba. Volteó para ver qué sucedía, y vio a uno de los cábulas caminando como globo inflado con agua. Tras de él, el suelo se partía. Le dijo que tuviera cuidado, que la tierra se agrietaba más a cada paso. Pero el cábula, ni lo vio, ni lo escuchó. Los cábulas podían volar y jugar brincando encima de las nubes junto a los borregos, y no tenían que caminar. Pero les cayó una maldición del globero-hechicero del país vecino, quien, viendo tanta felicidad, no lo pudo soportar y lanzó La Maldición. Debido a la ésta, los habitantes del campo dejaron de volar. El cielo se cubrió de relámpagos que cayeron en los criaderos de hamburguesas. Los hot dogs silvestres trataron de protegerse debajo de los árboles, pero la lluvia, con granizos del tamaño de una naranja, tiró los árboles de pizza. Los campos sembrados de helados y de dulces se inundaron. El niño corría por todas partes queriendo proteger los criaderos de hamburguesas, pero nadie lo veía. Les gritaba que se protegieran de la tormenta, pero nadie lo escuchaba. No pudo hacer algo para proteger a los árboles de la tormenta. La lluvia duró mucho tiempo. Recogió algunas hamburguesas heridas y se alimentó 12

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con ellas. Comió día y noche bajo la lluvia, hasta que se dio cuenta que sus pantalones ya no le cerraban. Casi no podía moverse. Su cara se había hinchado tanto, que por un momento pensó que se estaba convirtiendo en globo. Entonces se dio cuenta que todos los cábulas estaban inflados. Sonrió al pensar que se volvería globo porque así podría volar, pero estaba tan pesado que no pudo caminar. Tomó un hot dog herido para seguir comiendo; observó durante largo rato a los habitantes del bosque recolectando helados que todavía no se secaban y arrancaban pizzas de los árboles caídos. En ese momento, vio lo que nunca había visto en sus visitas anteriores. A cada paso de los habitantes, el suelo crujía porque habían engordado mucho. A pesar de que la tormenta cesaba, los relámpagos seguían cayendo. Vio que los cábulas papás y los cábulas hijos se desinflaban y caían a la tierra. Cuando una grieta se acercaba a donde estaba parado con el hot dog agonizante en la mano, vio al responsable de la catástrofe. Era el globero del país vecino. Iba vestido con un sombrero puntiagudo y con una varita mágica le ordenaba a los rayos que acabaran con todo lo que encontraran a su paso. A pesar de que aún llovía, lo pudo distinguir porque iba vestido con un traje morado y zapatos amarillos. Cuando la grieta que se abría en el suelo casi llega a sus pies, el globero extendió su varita mágica y dejó de llover. Al amainar la tormenta, en los campos se veían árboles desnudos que tenían mucha pena porque sus frutos se habían caído y estaban en el suelo. El niño los quiso tapar, pero estaba tan gordo que no pudo moverse; pensó que en cualquier momento empezaría a flotar y eso lo hizo sentirse bien, pero sintió miedo cuando se dio cuenta que todos los cábulas se habían desinflado y estaban tirados en el suelo. El globero se dedicó a recoger a los cábulas que se habían convertido en pequeños hules. Con una máquina mágica los infló y, convertidos en globos, se los llevó para venderlos en el país vecino. El niño se quedó en el campo con la mirada perdida. A pesar de que el malvado globero pasó varias veces junto a él, y el niño le gritaba que quería que también lo convirtiera en globo, el globero no lo vio ni oyó sus gritos. Ya no quería estar en el campo; quería irse volando como globo igual que todos los cábulas, quienes iban flotando en un gran atado de globos de colores. Pero el responsable de la catástrofe se perdió a lo lejos con los cábulas como rehenes dejándolo solo en el campo. Los árboles de pizza, los criaderos de hamburguesas, los conos de helado y los tamales desaparecieron. El sol ya no reía a carcajadas; estaba triste. El campo también estaba triste; las hamburguesas supervivientes agonizaban, al igual los hot dogs silvestres. Biblioteca Digital de Escritores Queretanos

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El niño se salió del laberinto de colores; aspiró la bolsa de cemento y, con el estómago vacío, se desapareció de los jardines. Se metió en la coladera de la entrada del parque con la esperanza que el nuevo calidoscopio lo llevara a un mar con peces de pan dulce.

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Elías Cuando hablaba de él con los lancheros, se les ponían los ojos de canica, la verdad es que me molestaba un poco las veces que me decían: “Brody, recomiéndame con tu siquiatra” Su cuerpo era verde y siempre lo miraba en cuclillas con sus manos deteniendo su mandíbula. Miraba el mar ignorando mi presencia, y sus tremendos pies me hacían pensar que si algún día se ponía de pie, nunca se caería. No puedo asegurarlo, pero si lo imagino erguido, estoy seguro que no alcanza el metro de altura. Acostumbraba aparecerse cuando el sol se perdía lentamente en la raya que se mira muy lejos de la terraza de la casa. Cuando las nubes formaban figuras de animales en el cielo, no lo veía. Muchas veces llegué a pensar que no regresaría, pero regresaba cuando el cielo estaba abierto. Con cuidado bajaba por las escaleras de piedra, y lo observaba con sus pies pegados a las rocas, donde el mar golpea todos los días, y en las noches refresca las recámaras con una brisa salada que se pega en las paredes y deshace el barniz de las ventanas. Decía Elías, bueno, todos lo conocen como Elías, pero su nombre es Eleazar. No sé por qué permite que le digan Elías, a mí me gusta más el nombre de Eleazar, pero yo no se lo digo. Aunque no me gusta el nombre, yo también le digo Elías, tal vez para no hacerlo enojar o, a lo mejor, porque se me hace más cómodo decirle Elías porque tiene menos letras, no sé, a lo mejor es por eso, porque tiene menos letras. Bueno, decía Elías, que aunque él no conoció Francia, se imaginaba al mono como una de las gárgolas de la catedral de Notre Dame, me platicaba que vio una figura parecida en una película de Disney y que la figura era de piedra, pero estaba viva. Yo sí conozco la catedral de Notre Dame, pero Elías no, y no la conoció porque nunca fue a París, pero tiene razón, el mono de las rocas es igual a las gárgolas de Francia. A mí también me gusta ver el mar, como al mono verde de las rocas, pero yo lo miro todo el día, y él lo ve nada más cuando el sol se duerme atrás de todo ese montón de agua salada. Una vez traté de hablar con el mono verde de las rocas, pero no me hizo caso. Dejó sus ojos fijos en el océano y no volteó a verme. Yo creo que se enojó porque ni siquiera se movió, a lo mejor porque le hable quedito, o Biblioteca Digital de Escritores Queretanos

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porque no me acerqué lo suficiente. No sé, puede ser que se molestó porque no supe su nombre. ¡Pero cómo voy a saber su nombre, si no quiso hablar conmigo! La vez que quise hablar con él me ganó el llanto, pero no sé si me ganó porque no me contestó, o porque nadie me creía. Bueno, ni siquiera Elías me creía, decía que eran figuraciones mías. Según él, me debería buscar una mujer, o meterme a trabajar en algo. Decía Elías que de tragones están llenos los panteones, y los manicomios están atiborrados de aferrados. A mí me daba coraje que Elías me hablara así, pero no le decía nada. Estoy seguro que si le hubiera reclamado no regresaría, y si Elías no regresaba, el jardín se llenaría de hierba, y capaz que hasta las iguanas y los alacranes se meterían a vivir en las recamaras. Pero un día Elías no regresó. Los lancheros decían que se casó con una mesera de Caleta, y los changuitos, (así les dice Elías los coqueros), aseguran que lo mataron en El Coloso. Yo no les creo nada, porque los que han visitado la casa dicen que lo han visto, pero nadie ha visto al mono verde de las rocas; sólo yo lo veía. A partir que Elías se fue, la hierba mala se metió en el jardín; el pasto y las flores se secaron. Las iguanas se paseaban junto a mí y los alacranes me picaron en los pies. Esto no era tan malo, lo peor es que el mono verde de las rocas no regresó, y yo estaba triste, pensando que el mono verde de las rocas creía que el día estaba nublado, y no podría ver el sol meterse atrás del mar. En una bolsa, metí un pantalón y dos camisas, y caminé a la puerta de la salida de la casa, volteé a ver las rocas; vi al mono con sus ojos fijos en el mar y sus tremendos pies pegados a las piedras. Su color verde me daba la impresión de una iguana dejando pasar el tiempo con los rayos del sol sobre su lomo. Quise regresar, pero me acordé que estaba enojado y ya no le pregunté qué tanto le miraba al sol metiéndose en el mar. Me vine caminando a Querétaro. No sé cuántos días caminaría, y no recuerdo haber cerrado la reja de la casa. Dice mamá que Elías sigue penando en el jardín, y que al marrano lo dejé encendido (Elías le decía marrano al carro) A mí me gustaba que Elías le dijera marrano al carro, y también me gustaba oírlo cuando decía que el marrano estaba bien manteca. Aunque ya hace varios años que no lo veo, estoy seguro que sigue sentado sobre los talones de sus pies, con su mirada clavada al final del mar dando la apariencia de que está pegado a las rocas de la parte más baja de la casa “De la Aguada 79”, en Acapulco.

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Tanos Jr. & Tanos Sr. En caso de que Tanos Jr. hubiera leído el ensayo “El prestigio de haber sido”, no estaría muerto. Hace tiempo leí una nota en Facebook; decía: “Si lees se nota si no, también”. Al pie de la nota se encontraba un comentario tímido: “¿Es una alusión personal?”. El comentario quedó en el limbo de la información. La autora de la nota no contestó. Después de publicar pensaría en otro, y otro después, hasta que el comentario de Tanos Jr. quedó sepultado en las publicaciones más antiguas. Decía que en caso de que Tanos Jr. hubiera leído mi ensayo “El prestigio de haber sido”, no estaría muerto. Para ser más preciso, no hubiese tenido el valor de jalar el jatillo de la pistola de su padre, pero existían dos circunstancias. Que yo todavía no escribía el ensayo, lo escribiría diez años después de su muerte y de que el comentario de Tanos Jr. se perdió en las tres mil seiscientas notas de la autora. Cuando se cobre por el uso de las redes sociales, la autora buscará otra forma de publicar sus comentarios. Lo más seguro es que cada día mande un correo masivo con sus reflexiones. Diez años después del suicidio de Tanos Jr, volverá a escribir. “Si lees se nota si no, también”. El eslogan del reality show donde Tanos Jr. se encuentra en este momento, cuando ya publiqué “El prestigio de haber sido”. El tema del reality es: “Joven limpio busca hombre maduro para relación discreta”. –Que pase el muerto –grita la animadora. La gente aplaude con rabia. El muerto está nervioso. Es el primer reality donde un muerto va a convivir con vivos. Después del show lo encerraran en una casa de campo junto a otros cuatro muertos y cinco vivos. Me llaman al escenario. Antes del programa leí varias veces mi ensayo. Debo explicar que al morir, lo único que queda es el prestigio de haber sido; bueno o malo. El productor me advirtió que el tiempo de televisión es muy caro y que sea concreto. Mis comentarios deben ser letales para dar paso al primer muerto. Tomo el escrito y me acerco donde se encuentra la animadora. Debo sentarme en la última silla del lado izquierdo del escenario, dos muertos se sentaran a la izquierda de la locutora y dos a la derecha. El olor a cadáver es muy intenso aunque el estudio se encuentra invadido de humo de copal y varas de incienso en el estrado. En este momento el floor manager ordena paso a comerciales, el público murmura en espera de que Biblioteca Digital de Escritores Queretanos

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inicie el espectáculo. Las edecanes están preparadas con letreros que dicen: “Gritos y aplausos”. Tomo asiento, a un lado se encuentran los muertos en una jaula dividida en cinco secciones para dar paso a cada muerto cuando sea el momento preciso de la transmisión. Varios encapuchados abren la jaula y toman al muerto de los brazos, pues desde la mañana ha tratado de escapar. Le doy una última leída a mi ensayo antes de que den la indicación de inicio de programa con una señal luminosa que advierte: “Gritos y aplausos cuando se indique”. Cinco, tres, dos, uno. Los encapuchados arrastran al muerto a una silla. El público no hace caso de las instrucciones, guardan un silencio absoluto, casi se puede oír el humo del incienso. –No estoy muerto –se oye un grito. –Cállese el hocico, usted está muerto y hablará hasta que yo le indique y Gabriel Vega Real, el escritor, nos explique la teoría del prestigio de haber sido. –No estoy muerto –se oye otro grito. Es Tanos Sr., el padre Tanos Jr. –Usted cállese. Este es un programa de muertos, los vivos y los que creen estar vivos no pueden hablar. –Que hable el escritor. –Al morir lo único que queda es el recuerdo de, si fuimos guapos, inteligentes o ricos, quien no tiene nada, será un muerto sin historia... El público se ha convertido en una turba. Tanos Sr. Baja al escenario para golpear a Tanos Jr. El cuadro es sensacional. Golpea despiadadamente al muerto. –Que hable el que cree estar vivo –después de los golpes y de que lo sometieron los encapuchados, el que cree estar vivo toma la palabra. No pude leer mi ensayo. –Este desgraciado me robó la pistola para darse un balazo. –Cállese, usted también está muerto. Que corra el video de cuando Tanos Jr. le dio el balazo en la cabeza a Tanos Sr. Lo asesinó varias horas después de que leyó el anuncio “Hombre maduro busca joven limpio para relación discreta”. En caso de que Tanos Jr. hubiese leído mi ensayo hace diez años, no se hubiera suicidado ni matado a su padre. Pero aún no lo había escrito, lo pensé diez años después de la muerte de ambos porque el ensayo está basado en este programa de televisión. Llego a mi casa. Las personas de seguridad me escoltaron a la calle. En el set se escuchan gritos. Enciendo la computadora, abro Facebook y leo la nota: “Si lees se nota si no, también” La autora. “¿Es una alusión personal? Tanos Jr. 18

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A esta hora ya están los muertos en la casa de campo conviviendo con los vivos. Apago la computadora y enciendo la televisión. Tanos Jr., patea sin consideración a Tanos Sr. Los cinco vivos tratan de separarlos, pero los otros tres muertos se los impiden. El programa “Joven limpio busca hombre maduro para relación discreta” es sensacional. Aclaración, la autora publicó en Facebook debido a que todavía no cobran por su servicio, cobrarán diez años después. Por lo pronto sigue escribiendo una nota cada día.

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