HÉCTOR ALEJO SOBRE EL ESCRITOR Héctor Alejo Rodríguez (Uruapan, Michoacán) gritó parte de su niñez y adolescencia entre bosques de casuarinas, manantiales y tierra colorada. De convicciones errantes, pisó varias universidades sin merecerse ninguna. Carmen Simón, con su método levreriano, lo aseguró en la inquietud de las letras y le encomendó las primeras tareas de esculpir relatos. Irreverente en consumir historias, logró menciones honorificas en el Primer Certamen Carta al Padre de Par Tres Editores (2011) y en el Concurso de Microrrelatos de la Biblioteca Popular José Ingenieros de Zárate (2014), en Argentina. Ha sido publicado por el Museo de la Palabra, en Toledo, España, (2012, 2013, 2014) y en la Primera Antología de la Biblioteca José Ingenieros (2015) de Argentina. Publica La raíz siniestra de Ernesto Atenco (Par Tres Editores 2016) y El falso Ápeiron (Par Tres, 2019)
ÍNDICE
Opertum Juguete de Joaquín El olvido de Felipe La venganza de Sofía Isla nebular Prisionero infinito Pensamiento pendular
El contenido de estos textos es propiedad y responsabilidad del autor, Par Tres Editores, S.A. de C.V. transmite estos textos de manera gratuita a través de su proyecto de difusión cultural y literaria denominada Biblioteca Digital de Escritores Queretanos. Los autores han seleccionado sus textos para permanecer en dicha biblioteca para su uso única y exclusivamente como difusión literaria, por lo que se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito del autor, quien es el titular de los derechos patrimoniales de los mismos.
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Opertum ¿Has visto cómo se quema la luz? ¿No? Es una expansión de oscuridad que se convierte en espuma, todos lo saben. Es lo mismo que conocer el mejor lugar para vivir en una ballena, todos saben que no es adentro, en su estómago, sino afuera, en la cuadragésima cuarta burbuja que suelta de su agujero respirador. Así ha sido siempre y así será; si piensas diferente serás un rebelde, un disidente y te atraerás un montón de problemas. Como te decía, ayer subí a la cima del lago que está a la vuelta de la esquina del caballo gordo que habla puras groserías, ¿ubicas dónde? Siempre que pasas por ahí te suelta unas palabrotas que tienen algo que ver con los orificios que te cuelgan de las orejas y de la nariz. No sé qué fijación tiene con ellos, es posible que se obsesione porque carece de los mismos y no tiene lugares amplios donde pueda hurgarse a gusto, como nosotros. Si, ayer escalé el lago cargando un bote de arena para construir una casa allá arriba y me encontré a Karina, ¿la recuerdas? También me sorprendí al encontrarla, acuérdate que la última vez que los tres soplamos nubes, la dejamos sepultada en el agujero que cavamos en el cielo, porque había crecido y envejecido de más y se nos había marchitado. Le pregunté qué había pasado porque esperábamos verla hasta el lustro de seis años bisiestos. Me respondió que no tenía idea, que había salido nadando del agujero hecha una niña otra vez y con su piano favorito cargado del brazo. Que no estaba segura si los agujeros de lombriz producían metamorfosis exprés o quizá habíamos roto uno en nuestra prisa por sepultarla contenta. Total, nos hemos quedado con la duda sembrada en la sien, y esperaremos a que después de que nos crezcan los duraznos en los cabellos, entendamos este universo de locos. Esto es como si Marte y Saturno se mentaran la madre en cada rotación. ¿Tú entiendes algo? Perdón, me desvío. Karina se ofreció ayudarme con el bote de arena y se lo cargué trece años luz y yo me lo cargué cuatro. Construimos la casa en la cresta de ola más grande que pudimos hallar; la petrificamos con cimientos de agua y le añadimos una sola puerta de vapor sólido que pescamos al verlo corretear en el fondo del lago. Sé por qué te maravillas, ese tipo de puerta es única. Cada vez que la abres entras a una estancia diferente: sala, cocina, recámaras, ático y hasta sótano tiene. Imagínate, pasamos tanto tiempo afuera Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
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abriendo y cerrando sin decidirnos a dónde entrar que revolvimos todo lo que había detrás de ella: la cocina estaba debajo del sótano y la sala le servía de corona a las recámaras. El hambre casi nos hace caer de sueño pero logramos escabullirnos en esa revoltura y comimos de las notas musicales del piano de Karina, calientitas, jugosas y recién hechas a mano. Karina no tuvo objeciones en seguir tocando, ya conoces la música tan deliciosa que sabe preparar cuando se entusiasma. Tocó sinfonías para la luna y consiguió que de ella crecieran raíces que trepamos con los pies. El agua de sus picos nos columpió y atrapamos cometas que cabalgamos más allá de las plantas suspendidas que florecen hacia abajo. Si, ya sé que nos fuimos lejos. No nos pasó nada, así que volveremos a ir, no te ofusques como cascada que cae al cielo. De ahí regresamos y apedreamos estrellas que nos gotearon en las manos y las embarramos en nuestros cachetes para escondernos las caras. Volamos como orugas y tropezamos una y otra vez, quemándonos con el aire las rodillas. No sientas envidia, volveremos la próxima noche del jueves que cae martes antes del sábado y te pensamos invitar. Contigo nos volveremos a emborrachar con gotas de lluvia y nos dejaremos rodar por las olas como aves rabiosas provocando el horror de las piedras del aire que huyen agarrándose las faldas para brincar mejor y veremos sus desorbitados ojos de espanto. De seguro irán a consolarse con sus millones de hijos y a pegarse los pedacitos que se les cayeron de la mortal impresión. ¿Escuchas el relámpago? Vámonos rápido antes de que te ganen el fruto del árbol de fuego, vete volando y escóndelo en tu pozo de hojas. Voy de regreso a mis clases a que me sigan trenzando el cerebro y encadenen a mis inquietas y náufragas ideas antes de que todas juntas terminen por salir…
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Juguete de Joaquín Dicen los mayores que en mi casa hay dinero enterrado. Yo no sé, pero de los cuarenta hoyos que he cavado solo me han salido pedazos de huesos. Parecen de pollo de lo pequeños que son y no tengo idea de cómo llegaron ahí pero Joaquín afirma que sí pueden ser de pollo mientras se carcajea. Si él dice que lo son, le creo porque es mi amigo y participa de mis juegos todos los días desde que abrí el primer hoyo y desenterré esos huesos junto a las raíces de los árboles que tapan todo el patio trasero. Nomás así apareció, como la llegada de nuevos vecinos a la colonia. No sé cuál es la casa de Joaquín, ni la calle donde está, pero eso no importa, llega todas las tardes al jardín del patio sobre la misma hora y se va ya oscureciendo. Creo que debe ser un niño muy obediente porque no se desbalaga por otras casas, ha de avisar que está aquí y deja sin pendiente a su mamá. Yo así lo creo porque lo dejan venir a mi casa sin castigarle los permisos y jugar sin preocupaciones y a nuestras anchas en el jardín de atrás. Dice mi mamá que me he vuelto muy travieso y yo se lo niego, le confieso que es solo la imaginación gigante de Joaquín que nos lleva a realizar muchas hazañas. Le cuento que hemos sido piratas y navegamos por mares de agua verde y brillante como los espejos, que nos hemos mareado de lo lindo y hemos vomitado por la borda las palomitas de maíz hurtadas de la cocina. Le señalo que hemos afinado la puntería y podemos hacer pipí adentro de un zapato puesto a gran distancia sobre sus macetas. Ya logramos columpiarnos sin cansarnos por las ramas bajas de los árboles del jardín, encuerados y haciéndonos popó al mismo tiempo. También somos unos buenazos en lanzarnos nuestras cacas y estamparlas en nuestras caras. Nos hemos convertido en grandes cazadores haciendo lanzas con los cubiertos y los palos de las escobas. Peleamos a gritos con lagartijas, arañas y hormigas que han querido sacarnos los ojos, y que luego asamos incendiando arbustos del patio. Conseguimos escupir cada vez más lejos y cabalgamos con nuestro ejército de hojas en lo más alto de los árboles. Platico cómo nos hemos dejado caer muertos de risa desde allá arriba y rebotar en la tierra con nuestras panzas infladas. Mamá me interrumpe y me dice que no conoce a ningún Joaquín y que no hay Joaquín alguno en las casas de nuestros vecinos. Le relato que a Joaquín le gusta disfrazarse, que usa pantalones cortos con tirantes, una camisa blanca y una Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
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boina gris como en las películas antiguas y que ella no se da cuenta cuando llega por estar entretenida jugando baraja con sus amigas. Mamá dice que va por su rosario grande que cuelga en una de las paredes de su recámara. Indago por una de las ventanas que asoman al patio, veo que Joaquín ya aguarda parado junto al primer hoyo que cavé. Se lo hago saber a mamá en un rápido alarido cuando paso corriendo delante de su cuarto. Escucho pasos tras de mí, pasos que me llaman y me siguen. Cruzo el umbral de la puerta del patio y al dejarla atrás, esta se cierra sin que la toque. Saludo a Joaquín que me mira diferente, sin alegría. Observo que desvía los ojos a mi espalda y volteó. No sé por qué mi mamá grita histérica detrás de la ventana de la puerta, golpeando y rompiendo el cristal con la cruz de su rosario…
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El olvido de Felipe Me han prohibido manejar, Simón, ahora resulta que soy un peligro al volante. ¿Será porque he chocado catorce veces en los últimos días? ¿Quiénes son para decidir esto? ¿Maestros de la moral? ¿En qué punto nos volvemos inservibles? Mejor, quítenme la vida… Quiero defenderme, Simón, no soy un anciano decrépito. Si he huido dejando puertas, defensas, salpicaderas chuecas y rotas es por la emoción de sentir la velocidad de nuevo. Tengo noventa años y conducir me acerca a un posible acto de libertad. Mi vida se estrecha a este confinamiento que me han regalado mis hijos. Se los agradezco, pero este cuarto insípido me hace morir de tristeza. Es un dolor envejecer, ¿sabes, Simón? Es bueno tenerte aquí, gracias por visitarme. ¿Recuerdas cuando trabajabas conmigo? Eras muy joven, casi como te ves ahora, los años han sido benévolos con tus pocas arrugas, sigues siendo vigoroso, dinámico, un chamaco inquieto. Nos divertíamos mucho, me leías buena literatura, me acostumbré a tus pausas para la poesía y la voz socarrona que fingías cuando me platicabas de algún cuento. ¡Cómo te reías al ver un partido de futbol conmigo! Me entusiasmaba ponerle unos gritos al televisor e insultar a los futbolistas, increparles su falta de devoción y oficio. Injuriarles su sed mercenaria de sueldos elevados y carnes débiles, que al menor rozón, caían fulminados como si la multitud del estadio estallara en guerra y cientos de balas les acribillaran el cuerpo. ¿Qué saben ellos de combatir? Si son más delicados y mimados que una vedette. Sus dotes serían bien valoradas en el cabaret o la telenovela, como el gusto carnívoro que poseen por las mentadas de madre. Nada comparado con el futbol americano, ese si es un deporte de hombres, de inteligencias. La máxima velocidad y destreza en un campo de juego. Ahí nos volvíamos sabios, corríamos una trayectoria de escuadra esperando el balón y nos desbocábamos en el cover dos hasta sentir los latidos húmedos de la sangre en las sienes y en la garganta. ¿Hace cuánto tiempo de eso, Simón? Me colma la memoria, invado deseos y mis articulaciones resecas se mueven, palpitan de calor, de hormigueo, de necesidad ¡Mira como corre mi cuerpo, Simón! Ja ja ja… ¡Aagghh! ¡Me sofoco! El movimiento y los recuerdos me fatigan, discúlpame Simón. Los brincos ya no se hicieron para mis rodillas. Ahora moverse implica padecer. Condúceme a la cama, por favor. Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
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Extraño a Guillermina, esa pobre mujer que elegí siendo casi una niña. Nuestra distancia en años, una brecha de casi treinta, la condenaron a la infelicidad. Tu lo advertiste primero, Simón, descubriste sus fugas a la cava de la cocina y la ansiedad de su boca bebiendo de los vinos para olvidarse. La abandoné a si misma muy temprano, ocupado en viajes y en fundaciones de escuelas. Tantos alumnos pasaron por mis enseñanzas, tantas vidas labradas que ahora no recuerdo ninguna. Todos se van, Simón, nos volvemos un recuerdo que alcanza cualquier olvido. Y Guillermina no me reconoce, soy un extraño, soy su abandono, alguien que no recuerda que vivió décadas a su lado. Extraño sus iras y sus peleas. ¿Dónde estás, Simón? Acércame aquella manta, el frío comienza a levantarse. Mañana escaparé y tomaré el auto de nuevo, sentiré sus leves vibraciones en mis manos, sujetando el volante. El acelerador empujándose hacia abajo, revolucionando el motor, alcanzando los lamentos heridos del aire. Podré ver otra vez los picos nevados que escalé en mi juventud y la dicha reventará mi pecho, no importa si embisto a otros autos, respiraré la limpieza de las alturas y volveré a huir para hacerlo por el tiempo que me queda… “Vamos, Simón, regresa otra vez, regálame otro día y otro, visítame todo lo que puedas aunque solo consigas existir en mi escasa imaginación”…
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La venganza de Sofía Sólo a mí se me ocurre venir al banco a las horas donde siempre hay filas interminables. Es un fastidio pero apenas tengo tiempo y este banco es el que me queda de pasada. Hay cuentas que pagar y mi ex marido deposita cuando le viene en gana. Esta crisis nos está matando. ¿Cerré la llave del gas? Le marcaré a Venancia, no creo que se haya dado cuenta, es tan distraída y lenta la pobre. Pero no tengo alma para despedirla, no se queja y me hace mucha falta. Y esta fila que no avanza. ¿Quién está comiendo cacahuates? Ese tipo me ha visto los senos y las nalgas seis veces, llamaré al guardia, ¡qué naco! Aun me falta pasar a la escuela de los gordos para ver lo de la vocalía, hablar con Fray Ignacio y con Miss Rosa Elena. Me choca hablar con ella, es demasiado bonita. Se le ve cara de conquista frailes. Quizá sea la próxima que salga casada y deje al colegio sin uno de sus hijos consagrados ¿Habré vaciado toda la caja fuerte? Salí con tanta prisa. Solo sentí las ganas de acariciar la pistola antes de volver a cerrarla. Aquí hace calor. Ya no tengo ropa que ponerme, ni espacio en el closet. ¿Dónde estarán mis zapatos rojos? Tengo que pasar a la tintorería. El dinero ya no me alcanza, le diré al idiota de Francisco que me aumente la pensión. Es lo menos que puede hacer por criarle a sus hijos. No puede condenarlos a vivir en la prehistoria. Ojalá no me pidan más las nanas. ¿Saqué el pescado del congelador? A veces siento que el espejo también sufre de cólicos menstruales, me regresa una imagen sin nalgas curvas y senos caídos cada dos segundos. Y tan caro que está el gym, pero dejarlo, nunca. Sería como vivir sola, hecha una fealdad, y solo las pendejas lo hacen. La culpa la tiene Sofía, ella me arrebató a Francisco. Por fin, la fila se está moviendo. Pobre señora con su andadera, quien sabe a qué horas van a atenderla y viene sola. ¿Por qué se tarda tanto ese señor en la ventanilla? ¿Qué no ve que tenemos prisa? Se ve tan jodido, quizá no sepa ni leer ni escribir pero que le apure. La bolsa me pesa, el señor de atrás hace mucho ruido, ¿qué traerá en sus bolsillos? Suena como si arrugara una bolsa de papas sabritas. ¿Estará comiendo aquí el desgraciado? ¡Uff!¡Qué mal aliento. Es más feo que la chingada, no vaya a pensar que si lo veo es porque me ha gustado ¡Dios me libre! Ya no voy a usar ropa tan estrecha. Te odio Sofía. La señora de allá enfrente ya cambió su peso a otro pie. Tiene una cara de insatisfecha la infeliz, qué desdichada. ¿A poco así se verá la Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
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mía? Ya se me va acabar la crema rejuvenecedora. ¡Qué poca tienes, Sofía! Se acerca el festival de música de los gordos, ¿qué me irán a pedir? ¡Que se vayan a la jodida tú y tus calenturas, Francisco! Estoy hecha una mierda, ¡maldita seas, Sofía! La bolsa me pesa, me la cambiaré de brazo. ¡Qué gorda esta esa ejecutiva! Nunca estaré así, primero me mato. ¡Avance joven que una ventanilla está libre! “Te haré una visita, Sofía, espérame hoy por la tarde, después de mis pendientes”. Abro el bolso y acarició la fría piel de la pistola. Estoy reflejada en el cristal, la cajera me habla, no escucho, ¡qué bonita es! Tan arreglada y tan amable. En su sonrisa espléndida, en su maquillaje uniforme, descubro a Sofía. Es Sofía con una sonrisa chueca de burla, mofándose eternamente de mí. Antes de reafirmar la existencia del arma dentro del bolso, en los dos segundos que entrecierro los ojos, logro matar cien veces tu rostro perfecto, pinche Sofía. El reflejo de la ventanilla me sonríe cómplice, la cajera voltea para cubrirse el espanto que proviene de mi maldad…
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Isla nebular Usted todo lo puede ver desde allá arriba, señor Marqués. Y no me equivoco, desde esa altura, todo lo domina. Hasta creo que puede tocar un pedazo de cielo y escuchar las voces que se humedecen en las nubes. Le han de dar ataques de risa de nuestras locuras, de nuestras prisas y nuestras pláticas pendejas. Se ha de divertir viéndonos correr tras nuestras importancias que valen pura chingada. Así somos de cábulas, a veces pura mentira, a veces todo lo contrario. Usted me conoce bien, vengo todos los días a su fuente, a pedirle permiso para tomar agua y mojarme con ella la suciedad de mi cara. Se lo digo por si no llega a acordarse: mi rostro escondido y mis andanzas errantes se pueden confundir con otros cuerpos sucios. De repente parecemos distintos pero nuestras cáscaras se marchitan igual. Sí, señor Marqués, a mí también me gusta mirar a estos locos, observarles la disfrazada preocupación de lo que quieren ser. Algunos hasta lo empujan en voz alta, sacan a su niño gritón que les habita el estómago hambriento y pregonan lo que les gustaría tener. Usted los ha de escuchar, convertirse en amos de la ficción. ¿Los ha visto jugar con sus aparatitos? Esos que los hacen callar por minutos y los convierten en varios sentimientos a la vez. Simulan reír, enojarse, reflexionar y actuar al ritmo de sus pulgares contra una pantalla y sus peladeces de moda. Son unas islas, señor Marqués, que están en varios lugares simultáneos, apenas conscientes de estar aquí. Nosotros si somos reales, usted en su contemplación de vigía eterno, yo un observador caminante que vagabundea llenándose de sol, lluvia, viento y polvo. ¿Quién nos negará lo que vemos? ¿Ellos, los poseedores del ruido interior? Usted los escucha tanto como yo, pidiendo auxilio por vestir como otros dicen, encontrar la falsa felicidad en la compra de lo que no se necesita. Dóciles, guiados en el qué decir, en cómo pensar. Creer lo que señalan otras voces explotadoras y sentir valía por ello. Si Marqués, son dementes y pobres de alma que vemos caminar a diario, secuestrados por el consumo, dentro de trajes costosos en cuerpos abandonados de espíritu y autos nuevos que deben sueldos que aun no ganan. Usted los ha visto irse muriendo de a poco, decolorando su maquillaje, arrugando sus promesas, huyendo de sí mismos, bebiendo, abriendo piernas, penetrando, decaídos en sus fracasos, Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
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en sus vanas conquistas. Pasar de jóvenes vendiendo amor a regalarlo en la desesperación de la edad madura. Son la carga de sus inequidades, de sus decisiones hechas al vacío, de manos que no sostienen nada. Hormigas desordenadas que acarician el caos y lloran bajo el peso de un espejismo de tranquilidad. Sí, señor Marqués, esto lo conoce bien, los abruptos de estos sicóticos y bárbaros que devoran sueños y carne humana, usted que desde allá arriba todo lo domina y nada tiene inalcanzable. Larga vida a usted, señor Marqués, lo dejo entretenerse en las alturas de su fuente que solo le sirve para aguantar en su cabeza y sus hombros, la cálida resequedad que le abonan los pájaros y sus zurradas matutinas...
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Prisionero infinito Sabías que era inevitable vestirlo. No precisas cómo se urdió esta circunstancia pese a tu constante lejanía. Quizá fue decretada desde el abismo de tus cavilaciones, tiempo atrás. Una confabulación inconsciente que llegado el momento de ruptura te encontró ahí, de pie, ajeno e insensible. La responsabilidad era de otros pero te ofreciste a ejecutar la tarea sin meditaciones precautorias. Ahora estás frente a él, en una contemplación triste de su cuerpo desnudo, gris y frio. Hay cansancio y dolor en su boca abierta, lejanía en la piel, vacío en sus genitales marchitos. Tiene aroma a jabón neutro. Un poco de loción de lavanda lo acercaría un poco más a él. La ropa lo comienza a formar en un traje de póstuma ilusión, de esconder y disimular el sufrimiento. Vas sacudiendo a la vez que ajustas los pantalones, el polvo de sus promesas incumplidas. Caen las narraciones que nunca quiso compartir. Y esa oscuridad inquieta de golpes e insultos que si recibieron sin pedirla. Ninguna caricia fue obsequiada en la niñez, menos algo parecido a una sonrisa. Sus ganas de reír se encajonaban a un resoplido que ninguna gracia alcanzaba. Había una mueca que aparentaba algo parecido pero sus músculos faciales no seguían el habitual camino de una risa franca. Era como un desprecio hacia cualquier alegría. Tienes frío. Al colocarle el calzado, atisbas por una esquina de tu atención en él que hay un deslizamiento de sombra. Descubres su movimiento suspendido, su acercamiento en pausa; entran en silencio, encorvados, sin apariencia de ojos, solo una simulación de mirada perdida. Confundes por un tiempo su actitud esquiva con solemnidad, al observarlas presencias una espera que se acerca a su fin. Cuentas trece, miras sin hacerlo a dónde está él incompleto de ropas. No tienes sorpresa, hace mucho que él se la llevó y lo sentías capaz de cualquier atrocidad. Hay doce hombres y una niña cerrando el círculo delante de ti, inclinados hacia él. La niña te produce una sensación de enojo, un disparate que no puedes eludir sacudiendo un olor molesto que te circunda. Te detienes en su cara sin ojos y ves la profundidad de un lamento. El absurdo te calumnia y prosigues tu tarea ablandando con tu creciente furia cualquier rigidez. Terminas más rápido de lo que suponías. La ropa calza bien y la piel se nota más oscura. Sigues teniendo frío. Contemplas la cara petrificada y el tiempo se congela en la prominencia de sus pómulos. Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
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“Tu vida fue un desperdicio”, dices a su oído enfocándote en pronunciar cada sílaba que sustente significado y llegue al lugar donde él se encuentra. El silencio cambia, una décima cuarta presencia se acerca. La observas sin que su ausencia de mirada te inquiete el alma. Las demás se dirigen a ella y se aligeran; por ellas pasa un hálito de bruma y las mueve en diversas volutas que vuelven a compactarse y darles sustancia. Lo distingues bien, a él, a tu abuelo que sale empequeñecido, custodiado y prisionero por las trece víctimas eternas que asesinó, por dinero y venganza, en su alocada existencia…
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Pensamiento pendular ¿Otra vez aquí? No ha pasado la longitud de una pesadilla y ya te tenemos de regreso en nuestra entrada, con tu paso incrédulo y esa cara obtusa como de sorpresa mal digerida. Creo que ya deberías estar acostumbrado a caer sobre nuestro piso de cantera, lo haces cada vez que se te pega la gana. Así que guarda las arrugas levantadas, voy a ahorrarte el camino, anda ven cuélgate de esta viga de techo, esa de ahí por favor. Te advierto que nos hemos dado cuenta y de todo nos acordamos; ya tenemos fastidio de que repitas este sueño a cada rato. No es nada nuevo repasar que tú no querías venir aquí, a nuestras ruinas, y te cargabas una intención pasada de aburrimiento. Pero te cambió rápido la idea al descubrir esa cabellera rubia terminada en un cuerpo notablemente exquisito de entre los demás visitantes mientras nosotros masticábamos el coraje de ver invadido nuestro viejo casco de hacienda. Demasiada gente escurriéndose en nuestros pasillos ahogados de tiempo, pululando como moscas intrigadas y llenando el patio abierto con el humo de sus cigarrillos. Por eso, planeamos a conciencia la primera noche. Al abrirse el interior de los cuartos, vigilamos desde la altura de los pisos, en la profundidad de los cajones y roperos, en la cercanía de los techos y en las sombras resplandecientes de pilares y ventanas. Presenciamos como la seguías magnéticamente y la forma en la cual ella te descubrió sonriéndote nerviosa a la hora de la cena, sin apartar los ojos de los tuyos y cambiándole el color de la cara. Urdiste bien en el sorteo de dormitorios y ella te siguió como única compañera al cuarto de las literas. La observaste fumar sin nervio, dominarse a unos metros de ti, lucir bella y serena con el brillo de la noche. En esa confianza y todos guardados en la distracción de sus comienzos de sueño, desde afuera, soltamos a nuestra Taconuda. Ella se esmeró en herir la cantera con la aguja de sus tacones, proferirles tal dolor que los pasillos se lamentaron, acercándose a las paredes y haciendo vibrar el cristal de los ventanales. Tu compañera fue la primera en abrazar el miedo. Escuchó la uña de los lamentos acuchillar los vidrios y a los tacones ir y venir en una loca sucesión de idas y regresos. Te hizo notar el eco de los pasillos, una cara demente grabada en el espejo y la debilidad del techo, incluso aseguró haber sentido el martilleo de unos tacones aguijoneando el mosaico por debajo de las literas. Tú reías, y percibimos que podría valerte madres los encadenamientos Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
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de haciendas viejas. Ella te pidió acercamiento, los ruidos la atemorizaban, te acomodó a su lado y sentiste la voluptuosidad de sus ondulantes formas, su calor guardado y su estremecimiento infinito. Tus labios encontraron los suyos, las caricias desempolvaron la resequedad de caminos olvidados y fundieron pieles erizadas. La ropa abatió la frialdad del piso, ella abrió su cálida humedad y al sentirte dentro, nombró a Dios suspirando, invadida de ti. Te vimos zambullirte en el manantial de aguas volcánicas, romper nuestro azoro y herirnos con tu grado de calumnia; al resto de los visitantes los teníamos arrinconados en su insomnio, tapados hasta la cabeza con las cobijas, escondidos en su temor escuchando la resonancia de nuestras previas carcajadas. Condenados por la furia de tu osadía, gritamos profanación. Alentamos a nuestra Taconuda a insistirse en renovadas incursiones de enojo, carente de piedad, insensible. Estampó su rostro carcomido de espanto en los espejos y los cristales. Vimos con asombro que no conseguía distraerte, al contario, igualabas el frenesí furioso de su taconeo con tu ritmo y hacías danzar los senos desnudos de ella hacia atrás y a hacia adelante, saltando en velocidad y empuje, orillándola a quebrarse en orgasmos en el punto más alto. Avanzaste encontrándola en el descenso del primero, haciendo sonar la piel de sus centros, el placer la lanzó a sucumbir en caída libre y logró sujetarse antes de expandirse en sus mareas internas. Tu movimiento la hizo subir de nuevo y ella te sostuvo agitada, el clímax la sacudió y se elevó empujándose contra ti, igualándote, sin atadura y dispuesta a caer aferrada en tu incesante embestida. Las piernas le temblaron, levantaste la carnosidad de sus caderas para sentirte completo en su interior. Seguiste adentro de ella, en el fondo, no hiciste caso de nuestros esfuerzos por derribar la puerta a golpes; incomprensiblemente te incitaban a continuar y no cesaste hasta que la litera había recorrido varios centímetros rayando el mosaico y amenazando ella con desplomarse en sus exhalaciones rápidas, ricas en un musical de gemidos. Se alcanzaron en la altura y la entrega se te arrancó desde la nuca hasta la raíz de la espalda, sentiste su grito de placer en sus ojos cerrados y su boca abierta, apretándote desde su profundidad para no escaparse antes, liberándose en una ardiente confidencia mutua y completa. No comprendíamos su falta de fatiga, los otros visitantes permanecían prisioneros en sus cuartos noqueándose los oídos para no escuchar nuestros lamentos y la exhalación entrecortada y fogosa de ella, devorándose las uñas y pateando sin ceder las puertas atascadas de sus cuartos. Los vimos caer desmayados de horror, y nosotros no conseguimos la satisfacción planeada. El cansancio nos privó de hacer el resto de nuestras tareas nocturnas. Solo nos quedó observar cómo le hacías el amor una y otra vez durante la conversión de noche en madrugada y ésta en nuevo día, mientras nuestro propio deseo se nos escurría por los ojos. 16
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Detente ya, bájate de esa viga sin sonreír; deja de mostrarnos esa crueldad y lárgate a levantar otro muro o cadenas de sueños. No nos tortures más con tus regresos. Si te vuelvo a ver por aquí otra vez, no dudaré en soltar de nuevo a la Taconuda para que se anticipe e infiltre en esta alucinación recurrente y se mantenga cerca de la litera y petrifique la pasión de tu compañera. Vete por favor y no reincidas. Déjanos descansar la eternidad aunque tengamos un gusto exacerbado por inmiscuirnos en la energía codiciada de los sueños ajenos…
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