JUAN MANUEL MALDA SOBRE EL ESCRITOR Juan Manuel Malda. Egresado de la Universidad Autónoma Metropolitana en 1981, Maestro en Filosofía por la Universidad Autónoma de Querétaro 1999. Doctorado en Filosofía por el Centro de Investigación y Docencia en Humanidades del Estado de Morelos 2001. Entre muchas de sus publicaciones, se encuentran el libro Las huellas de la vida, en coedición SEPUNAM, libro de cuentos A propósito de Hebe (Secretaría de cultura y Bienestar Social de Querétaro, 1988); libro de ensayos La eternidad despedazada (Editorial Fuera de Comercio, 2000). En 1999 fue el Primer lugar del Premio Alejandrina a la Investigación”en el área de Ecología.
ÍNDICE
Los senderos de Mogor (1987). Fungi (¿1993?) La decisión (¿2020?)
El contenido de estos textos es propiedad y responsabilidad del autor, Par Tres Editores, S.A. de C.V. transmite estos textos de manera gratuita a través de su proyecto de difusión cultural y literaria denominada Biblioteca Digital de Escritores Queretanos. Los autores han seleccionado sus textos para permanecer en dicha biblioteca para su uso única y exclusivamente como difusión literaria, por lo que se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito del autor, quien es el titular de los derechos patrimoniales de los mismos.
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
Los senderos de Mogor (1987) ¿Cómo dar una cualidad tangible a un producto de la mente? ¿cómo asegurar que una abstracción llegue a tener los mismos atributos de un objeto capaz de ser percibido por los sentidos? Antes de seguir, debo declarar que amo a la música. ¿Qué otra cosa sino este amor ha podido mantener mi cordura hoy que permanezco varado en el tiempo, protegido por la esfera eterna del quadrivium? He de reconocer, sin embargo, que la música me trajo hasta aquí; tuve que huir de las voraces armonías sin más remedio que postrarme en este refugio singular. Solo yo que ahora lo vivo, puedo asegurar esto: el quadrivium es una intuición genial. Los pensadores griegos lo descubrieron muy temprano. Entendían la vacuidad sospechosa de las jerarquías pero no por eso eran ciegos a la necesidad –propia de un cerebro limitado como el humano– de jerarquizar. Así que, sin soberbia, establecieron un modelo para aprender a percibir la realidad. Jerarquizando, distinguieron dos grandes categorías: la sensorial y la racional. Ésta última, raíz y origen del logos: vehículo imprescindible para transmitir conocimiento. Platón fue uno de los precursores de esa ciencia fragmentaria y única a la vez; ciencia que a través del latín, perduraría en la mal llamada “edad media”. Fue gracias a Platón que Atenas brilló bajo la luz de las siete artes liberales: la gramática, la retórica y la dialéctica, cuya unidad forma el trivium; y la aritmética, la geometría, la astronomía y la música, el divino quadrivium a quien debo la conservación de esto que no sé si llamar aún vida. Y aquí es donde entra mi cuestionamiento inicial, pues la abstracción inexpresable del quadrivium –porque en este caso, la palabra, el logos, es incapaz de transmitir algún conocimiento, alguna descripción siquiera de lo que ahora vivo– me protege como una esfera sólida, tangible, que puedo ver con mis ojos pese a que la mente sea incapaz de resolver tal absurdo. Acabo de atribuir a la música mi actual estado. Seré más preciso, me refiero a cierta música. Y sobre todo a su vínculo con ese lugar. Desgraciadamente conservo en la memoria cada detalle que lo caracterizaba: los grandes árboles y la interminable alfombra de flores, el cielo anormalmente azul en un lugar tan cercano a la ciudad; el viento más bien mudo y el silencio penetrante. Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
3
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
Mi primera impresión fue casi agradable y la sensación extraña evocada por el paisaje me hizo calificarle como “mágico”. Hoy descubro que esa imagen engañosa seduce a la mayoría. Si tan solo hubiera conocido aquel bosque mi vida habría permanecido más o menos igual. Pero quiso el destino o el azar, que finalmente son lo mismo, enfrentarme a su triste conjunción con mi afinidad –¿o vulnerabilidad?– hacia la música... de no haber sido tan ingenuo tampoco estaría aquí; aquella música no me era desconocida. Años atrás, cuando aún estudiábamos juntos, asistí con Manuel Ugarte a un recital, poco antes de que él fuera alienado por los ritmos cíclicos y las notas obsesivas que ahora mismo golpean las paredes de mi refugio. El concierto fue en la Universidad. Recuerdo haber reaccionado con interés ante aquellas melodías extrañas, ajenas. Pero en poco tiempo mi ánimo se tornó inquieto y me sumergí en una somnolencia enfermiza. Al cerrar los ojos sentí un ligero mareo; como si hubiera estado corriendo en círculos dentro lo que mi mente identificaba como un laberinto arcaico e inexplicablemente fatal. Manuel percibió mi inquietud y yo, temeroso de cualquier pregunta, me apresuré a justificar esta súbita incomodidad como el efecto acumulado de varias noches en vela, excusa bastante plausible pues entonces estábamos en exámenes. Evité toda alusión directa a la música o al persistente malestar que ésta me había provocado. Tal reacción, era por completo anormal en mí, sobre todo porque no había ninguna razón lógica para mentir. Pocos meses después y a pesar de tal experiencia, accedí sin dificultad cuando Manuel, ahora integrado al grupo de músicos, me invitó a un ensayo en su casa. El efecto que esa vez me provocaron las armonías surgidas de los antiguos instrumentos, fue mucho mayor. Pasaron luego algunos años. Manuel se dedicó por completo a la música y yo cedí a mi natural inclinación por los libros, emprendiendo el doctorado en Sevilla, a medio camino entre los legajos del Archivo General de Indias y las piernas esbeltas de una andaluza. Sin fortuna perdurable en el amor, los libros me brindaron su fidelidad perenne. Cuando regresé a México, solitario y algo triste, recuperé la felicidad –o algo muy parecido– enclaustrándome como investigador en la Biblioteca Central. Cierto día recibí en la oficina una nota de mi amigo donde me invitaba a un concierto. Había pasado ya tanto tiempo sin verlo que no dudé en ir. El recital sería el sábado en Tlalpuente, un fraccionamiento privado a las faldas del cerro Ajusco, en el extremo sur de la ciudad. Pese a que el trabajo que tenía entonces era apasionante y aunque me absorbía por completo, decidí posponerlo. Sin embargo, para evitar preocupaciones, me empeñé en él las últimas horas de aquella tarde. Era viernes y quería dejar las cosas ordenadas; sé por experiencia que cualquier cabo suelto puede convertirse en un 4
Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
dolor de cabeza. Y es que mi tarea se había concentrado a últimas fechas en organizar e inventariar los ejemplares de nuestras bodegas: una labor con mucha propensión al caos. Así pues, me dirigí a la enorme estancia donde mis asistentes incorporaban el material clasificado al banco de datos de la computadora, en la Biblioteca Central. En cuanto llegué, fui recibido por una sorpresa: habían encontrado un baúl con textos antiquísimos. Esto era notable ya que hasta el momento lidiábamos con más libros comunes que otra cosa. Con cuidado abrí la apolillada caja; guardaba mucho más de lo que hubiera podido esperar. Con una excepción, todos eran volúmenes extraordinarios; dos de ellos constituían un verdadero hallazgo: la “Biblia Valenciana” de 1478, con sus tapas de madera impecables y la extraña obra de Isidro de Sariñana, “Mitología Sacra” editada en México en 1652 y de la cual sólo se conocía un ejemplar muy deteriorado que llegué a ver en el Archivo General de Indias, cuando todavía era un enamoradizo doctorante en Sevilla. Como una mácula, entre tales joyas se había escurrido el cuarto tomo de un libro reciente sobre la historia del arte en España. Me dirigí con él al estante destinado a la sala de consulta general. Entonces, por un descuido, resbaló de mis manos. Al caer quedó abierto en las láminas centrales, donde una fotografía me llamó la atención. Era el acercamiento del bajo relieve tallado en un antiguo megalito. Sus líneas sinuosas, arregladas como espirales y círculos concéntricos, se entremezclaban, causando un efecto casi hipnótico. Leí la nota al pie: “Laberinto de Mogor, inscultura gallega en las peñas de Mogor, cerca de Pontevedra, con gran afinidad a otras de Irlanda y Gales que en su caso, representaría...” Soy aficionado a la historia y en otras condiciones me hubiera entregado a la lectura detenida de aquella nota, sin embargo tenía tanto trabajo que decidí apartar ese ejemplar junto con las dos rarezas recién descubiertas. Ser director de la Biblioteca me da privilegios; entre ellos la posibilidad de revisar en mi propia casa las obras que lo merezcan. Ingresé el código de seguridad y dispuse lo necesario para transportar, con las garantías indispensables, libros tan preciados. Esa misma noche me dedicaría a estudiarlos... por supuesto que las antigüedades me iban a acaparar toda la atención, pero la nota sobre el “laberinto de Mogor” sería un buen condimento para la lectura. Según lo esperado, casi a media noche, salí de la biblioteca. Por supuesto me llevé los libros. Tenía la intención de al menos hojearlos luego de darme una ducha. Al llegar a la casa, después del baño, merendé con ligereza, pero estaba tan rendido, que en cuanto puse la cabeza sobre la almohada, el sueño me envolvió profundamente. Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
5
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
Desperté muy tarde y apenas si pude tomar un café antes de subir a mi automóvil rumbo al concierto. Eran casi las diez de la mañana y el recital daría comienzo a las 12. Vivo en el norte de la ciudad, así pues, tuve que atravesarla para llegar a Tlalpuente. En contra de mi costumbre manejé muy rápido, con imprudencia. Detesto la impuntualidad, es lo único que al menos explica tan censurable comportamiento. Estaba inquieto, por el tránsito y por mi potencial tardanza. Fue un alivio constatar que llegaba a tiempo. De cualquier manera, el ánimo aprehensivo no me abandonó. Tal vez por eso el lugar donde se enclavaba aquel fraccionamiento me generó un curioso nerviosismo. Las casas se perdían en medio de un tupido encinar de árboles añosos, que permanecían sumidos en la humedad constante del musgo; cosa rara estando en plena Ciudad de México –pensé. La vigilancia era extrema y toda la propiedad estaba bardeada, algo que explicaba en cierta medida la perfecta conservación del bosque. Sumido en mis cavilaciones, llegué a la entrada. Los guardias vieron mi invitación y de inmediato me dejaron pasar, indicándome que siguiera el camino hasta el final. Así lo hice. La terracería, en muy buenas condiciones, era sinuosa. A veces, los árboles la cubrían por encima, dando la impresión de que uno atravesaba un túnel. En general, el aspecto del lugar era extraño. Algo tenía que ver sin duda, la arquitectura de todas las casas. Sin excepción, su estilo recordaba al de la campiña británica. Esto se acentuaba más por el paisaje boscoso y el clima húmedo. Por largo rato, según yo, anduve dando vueltas por aquellos senderos. Hasta me pareció estar perdido; aunque eso era imposible pues el camino era único y jamás se había ramificado. De todos modos me inquieté, era como si estuviera en un laberinto. Lo cerrado del bosque me agobiaba, el penoso transcurrir del tiempo también. ¿Llegaría tarde pese a todo? Con alivio, vi que el camino estaba obstruido por una larga hilera de autos. Era indudable que ahí se realizaba el concierto. Mientras me estacionaba, observé cómo el bosque se abría un poco dejando ver al fondo una imagen casi olvidada: la ciudad. Quizás fue su apariencia de un mar gris y monstruoso, quizás su contraste extraordinario con aquel bosque, pero aquella visión me impactó. El bosque entonces me pareció vacío. Era como si la ciudad hubiera extendido un terrible tentáculo para extraerle el alma, dejando un cascarón verde y engañosamente vivo. Salí muy pronto de estas reflexiones, o mejor dicho, Manuel me sacó muy pronto de ellas, pues en cuanto me vio, se dirigió ostentosamente a mi auto. Lo saludé con mucho afecto, como ya he dicho hacía tiempo que no lo veía. De inmediato me presentó a los otros músicos. Todos extranjeros. Eso no era raro, pues la música que tocaban era también extranjera: música celta. Lo que me produjo una sensación casi desagradable fue más bien que 6
Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
todo el público parecía extranjero. Aunque había algunos gallegos y dos o tres irlandeses –por cuyas venas seguramente corría sangre celta– la mayoría eran sajones... no quiero dar la impresión de ser un xenófobo, pero mi incomodidad puede ser comprensible si sumamos este hecho a que todo ese bosque parecía ser un fragmento ajeno insertado en las entrañas de la enorme ciudad. Literalmente, me sentí fuera de lugar. Busqué una banca y tomé asiento. Comenzó la música. La flauta inició un tema que fue imitado en crescendo por los demás instrumentos. De hecho, la melodía principal casi no variaba, más bien se repetía. Poco a poco, fui adormeciéndome. En verdad me sentía muy relajado así que cerré los ojos. En ese momento, como en un sueño intensamente real, me hallé en un camino bordeado por árboles retorcidos que ocultaban al sol de vez en cuando. Era una repetición casi exacta de lo que había experimentado mientras buscaba el lugar del concierto. La visión me causaba malestar y procuré, de manera infructuosa, abrir los ojos repetidas veces. Seguí recorriendo aquel camino. Ahora mi andar era más lento y podía ver las baldosas desiguales y húmedas que lo guiaban. Los encinos retorcidos mostraban su corteza oscura, manchada por las huellas verdosas de los líquenes. Entre los árboles, crecían hierbas perladas de rocío, coronadas aquí y allá con flores anómalas, semejantes a insectos iridiscentes. Arriba, el cielo intensamente azul contrastaba con la ciudad, cuyo rostro gris y amorfo se asomaba no muy lejos, entre los árboles. De pronto, la música. Vi que una sombra blancuzca se escondía entre el encinar. Comencé a correr. El sonido me rodeaba haciendo contrapunto a mi desesperación: un obstinato que se correspondía con la sensación de estar corriendo en círculos; un crescendo como el de mi persecución. Porque ahora estaba seguro. Me perseguían, y no había escapatoria. Ese sendero era parte de un laberinto; todo el bosque era el laberinto. Y por fin supe porqué ese encinar me había dado una sensación de vacío. Todos los árboles, cada hierba, cada gota de agua, todo estaba vacío. Y eso me esperaba a mí, era indudable. Abrí los ojos. Alrededor escuché los aplausos. El concierto había terminado. Me sentía muy mal. Tenía que salir de ahí. Me alejaba rumbo al coche cuando Manuel se me acercó. Me preguntó por el concierto, su interpretación... Yo contestaba distraído. Me dolía la cabeza. Manuel seguía conversando. “¿Vives donde siempre? ¿sigues en la biblioteca?...” A todo respondí que sí. Estaba muy incómodo, sobre todo porque tenía que ocultar mi malestar. Cuando sentí que iba a reventar, una mujer se puso a platicar con mi amigo. Fue un descanso. Cuanto antes subí al coche y me alejé. El trayecto dentro del bosque fue agobiante, sentía vivamente la persecución. Por fin salí a la autopista. Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
7
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
Llegué a la casa. Estaba agotado por completo y me dolía la cabeza. Me tumbé en la cama y cerré los ojos. Necesitaba descanso. El alivio inicial se tornó muy pronto en un sordo murmullo, cada vez más claro: eran los acordes del concierto. La terrible monotonía se repetía incesante dentro de mi cabeza. Abrí los ojos y el sonido cesó. Nervioso me levanté, fui al refrigerador por una cerveza. Me dirigí al estudio. Para distraerme, más que otra cosa, hojeé los grabados de la “Biblia Valenciana”. Después abrí la “Mitología Sacra” de Sariñana. Con descuido leí la primera hoja que me destinó el azar. “...y así desde que las demolió, su celo adquirió el nombre de Jerobaal, a la manera de Gedeón, cuya exposición es: el fuerte contra Baal, significando Baal lo mismo que ídolo vino a ser su renombre: El fuerte contra los ídolos. Porque para su difícil empresa fue necesario invocar el nombre de Dios, en el oscuro y único lenguaje del quadrivium. Así el invencible Jerobaal, no sin divina inspiración, salvó su alma de un terrible fin en los Senderos. Senderos, porque el mismo camino de los laberintos, con sus rutas circulares y ciegas, se repite en los bosques y en la música pagana de los Drvidas, en cuyas oscuras, turbias sombras, obscenamente acechan a las almas.” La cita me aterró, se relacionaba de manera atroz con mi experiencia. Di un largo sorbo a la cerveza. Guardé con cuidado los dos incunables. Logré mantener la mente en blanco. Luego abrí el tomo IV de la Historia del Arte. Leí la nota al pie sobre el “laberinto de Mogor”: “...inscultura gallega en las peñas de Mogor, cerca de Pontevedra, con gran afinidad a otras de Irlanda y Gales que en su caso, representaría la mágica ‘extracción musical del alma’ practicada por los druidas. Su origen celta sin embargo, aún es discutido por los especialistas.” Antes de que pudiera reflexionar cualquier cosa, la música regresó. Esta vez nada la alejaba. Comencé a entrever que era imposible huir. Yo había salido de aquel bosque, pero el bosque se había metido a mi cuerpo. En momentos difíciles, la mente suele iluminarse con una intuición superior. A eso debo mi salvación. Mientras mi cabeza parecía estallar, recordé a Pascal: “La naturaleza es una esfera infinita, cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna”. Aquellas palabras ya las conocía Platón, y todavía antes el propio Hermes Trimegisto. Sabía muy bien que Pascal había cultivado el quadrivium... súbitamente relacioné a Pascal con la cita de Sariñana. Era obvia mi persecución. También era claro que había surgido en el mundo abstracto de la música. Así pues, la salvación debía encontrarse en ese ámbito. Como un sacerdote oficiando un arcaico rito, canté, dirigí imaginarios trazos geométricos a los puntos zodiacales; susurré como un matemático 8
Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
desquiciado las extravagantes series de Cántor. Y mientras hacía todo esto, descubrí que Pascal conocía uno de los secretos del quadrivium, pues me encontraba protegido por una esfera inconcebible, cuya circunferencia no está en ninguna parte. Supe que debía refugiarme justamente ahí, y lo pude hacer. Ahora todo ha cambiado. Percibo al mundo abstracto, imaginario, con lo que podría considerar la “innegable realidad” de los sentidos. Sin embargo, lo que antes yo llamaba “el mundo”, solo puedo inventarlo. Si cierro los ojos, puedo imaginar a Manuel entrando a mi departamento con sus amigos. Puedo ver cómo al entrar, ellos se topan con mi cuerpo, vivo, pero mudo e inmóvil. Puedo oír a Manuel diciendo: –Creo que aparte de este cuerpo, aquí no hay nada.
Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
9
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
Fungi (¿1993?) EL INCIDENTE Trabajo como redactor de una revista científica. Mi labor es rutinaria y según los maliciosos, burocrática: sinónimo de inútil. No voy a contradecirlos, pues cuando menos he tenido los mismos anhelos de un burócrata cultivado: retirarme para publicar un libro en mi vejez. Cada semana lidio con lenguajes crípticos y confusos, esperando que a mi tediosa labor le llegue algún respiro. Cuando los aficionados a la ciencia envían sus contribuciones yo me regocijo. No es la política de ninguna revista seria publicar tales textos, así que me limito a coleccionarlos. Un mes de junio, a principios de los ’90, mientras todo el mundo se distraía aún con los pormenores de la reunificación alemana, mientras se discutía la muerte del socialismo real y se glorificaba con peligrosa ingenuidad a la “moderna” sociedad del libre mercado, yo me dispuse a leer uno de esos textos despreciados por mi revista. El artículo guardaba sorpresas, la primera, que estaba escrito por un científico. No caeré en la tentación de comentarlo, baste decir que luego de su lectura, mi ánimo sarcástico, mi escepticismo alrededor de la arrogancia occidental y su pretensión de representar a todas las opciones humanas, se convirtió en simple fatalismo. El texto, que ahora me dispongo a transcribir fielmente, se titulaba Physarum paradoxa. EL TEXTO «Pensé comenzar este escrito así: “Huyan de las ciudades, salven lo poco que aún queda de nuestro mundo, dense cuenta de que el progreso es la peor de las mentiras, el crimen arquetípico del que provienen todos los crímenes, !por favor, demos marcha atrás y retornemos a la Naturaleza!”. Mala idea. Errónea, cursi y melodramática. Aunque esas líneas digan la verdad, son patéticamente ingenuas. Mi intención va más lejos de la necesidad de recuperar una naturaleza a la que por tantos siglos hemos agredi do, excede al afán que anima a ciertos ecologistas (que no a todos, pues la 10
Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
vulgaridad urbana se esconde tras disfraces chapuceros y mal hechos). Lo que quiero decir es que la humanidad está en peligro de extinguirse, y no por los argumentos convencionales: nuestro cerebro está enfermo, y eso es algo que al mundo, que a la naturaleza, le tiene sin cuidado. Pero les pido un poco de paciencia; necesito ordenar mis recuerdos... Todo comenzó hace 15 años, cuando hacía mi tesis doctoral en micología. En unas cavernas cercanas a la Ciudad de México descubrí una nueva especie de mixomiceto, a la que propuse llamar Physarum paradoxa, por su semejanza con el género y por lo extraño de sus estructuras reproductivas: más del 50% de los cuerpos fructíferos carecían de esporas, eran “vanos”. Un colega mío, el Dr. Cáceres, analizó esa singularidad, mientras yo trataba de definir su hábitat. Jamás lo hallé en el campo; en cambio, al recorrer las principales ciudades del mundo, siempre lo encontré viviendo en las alcantarillas y ocasionalmente, en oquedades naturales asociadas a las cloacas urbanas. Hace cinco años recibí una carta del taxónomo Carl Crowther, donde sugería que mi “nueva” especie ya había sido descrita a principios de siglo por el italiano Pier Andrea Saccardo, habiendo aparecido una breve nota al respecto en el suplemento último de su obra principal: “Silloge fungorum”. El fallecimiento de Crowther me impidió discutir con él tal suposición, pero sembró en mí la duda. El último suplemento a la “Silloge fungorum” de Saccardo es un texto difícil de conseguir, sin embargo, conocía algunas personas que podrían ayudarme. Alguna vez tuve la fortuna de colaborar con los curadores del Archivo de Indias, en Sevilla. Lidiaban entonces con unos hongos cuyas esporas ponían en riesgo tanto a legajos y documentos antiquísimos, como a los pulmones de los investigadores. Ese hecho, anecdótico en sí mismo, me aproximó a un notable historiador y paleógrafo andaluz, Don José Luis Blasco Cabal. De modo que recurrí a él para obtener la esquiva obra de Saccardo. “No tiene porqué cruzar un océano para conseguir la Silloge fungorum –me dijo– Le bastará con conducir un par de horas hacia el oriente de su casa en la Ciudad de México”. En efecto: el ingeniero Antonio Fabián, de Puebla, tenía la obra en su extraordinaria biblioteca. Don Antonio pertenecía a la vieja aristocracia poblana, un ancestro suyo había sido gran amigo nada menos que del padre Athanasius Kircher. Fabián resultó ser tío de Humberto Cáceres, el genetista que colaboraba conmigo para determinar las afinidades filogenéticas del hongo. Gracias a este imprevisto lazo familiar, a los amigos sevillanos que teníamos en común y sobre todo, a que Don Antonio visitó a su sobrino en la ciudad de México, pude establecer un contacto muy personal con él. Cenamos en casa de Humberto. La sobremesa estuvo tapizada de anécdotas que, en otra Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
11
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
persona, me habrían parecido chocantes, pero Don Antonio contaba con tal naturalidad los pormenores de su linaje, lleno de fatuidades divertidas y chismes irónicos que ridiculizaban a sus nobles parientes, que no pude sino quedar encantado y ,¿por que no decirlo?, impresionado con el viejo caballero. Ya casi al final de la velada le platiqué sobre mis investigaciones y sin más preámbulo le pregunté sobre la obra de Saccardo. “Un investigador meticuloso sin duda –me dijo y creí adivinar un dejo de desprecio en su rostro– pero, si me permite decirlo, algo insensible. No soy un experto como usted, pero supongo que me concederá que todo científico requiere, además de método y paciencia, cierta dosis de agudeza”. Luego pasó a platicarme sobre una de sus aficiones: la exploración subterránea. “Alguna ocasión, Don José Luis Blasco me guió, cual Virgilio redivivo, por las tenebrosas galerías que urden su trama en las ignotas catacumbas sevillanas. Conocí con él, no sólo el rostro deforme de los murciélagos, sino también el repelente espectáculo de viscosos plasmodios reptando con lentitud infinita, por las oscuras paredes de roca. De allí que mi curiosidad hacia los peculiares habitantes de las profundidades ctónicas, me condujera casualmente, a la Silloge Fungorum”. El hombre era un experto espeléologo y ya que mi investigación se relacionaba con cavernas, insistió en llevarme a unas galerías naturales en el Cerro de La Estrella. “A lo mejor y allí encuentra también su dichoso hongo”, me dijo, y luego agregó “una vez que visitemos esos túneles me gustaría mostrarle un ensayo mío sobre el significado real de esa curiosa inclinación humana por todo lo subterráneo”. II Llegué al Cerro de la Estrella a tiempo; pero en lugar del Ingeniero Fabián vi a Cáceres. –¿También nos vas a acompañar? –le pregunté. –No Víctor, la verdad mi tío es demasiado viejo para esto y de hecho, me pidió que te guiara. Cáceres jamás me había hablado de que conociera estas cuevas; pese a que trabajamos en el mismo sitio, pese a que somos amigos. Esto me extrañó mucho. Debo haber hecho algún gesto de sorpresa pues de inmediato comenzó a hablar. –No te preocupes, conozco muy bien el sitio, y si no te había hablado antes de él es porque eres demasiado escéptico y algo dado a las burlas. –No es cierto –repliqué– ¿cuando me he burlado de ti? –Es mejor que ni hablemos del tema, mira, eso no tiene importancia, lo importante es lo que podremos ver aquí. 12
Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
Fuimos hasta su auto, sacó de la cajuela una cantimplora y un par de lámparas de minero. Era indudable que Humberto había planeado muy bien este día. Llegamos hasta la abertura. Estaba bloqueada. Una reja de acero y un letrero muy explícito prohibían la entrada. Sin inmutarse, Humberto me hizo una seña y me llevó hasta donde había una roca de casi un metro de diámetro, apoyada firmemente contra una pared del cerro. –Ayúdame, vamos a moverla. Era pesadísima. Con mucho esfuerzo pudimos retirarla lo suficiente como para poder dejar al descubierto una grieta oscura. Ahora vamos a entrar. No te separes demasiado de mí. Sobre todo en esta primera parte. Hay muchos recovecos y la cueva parece un laberinto. Pero no te asustes, me los conozco al dedillo. Comenzamos a caminar. La entrada era muy estrecha y por casi veinte metros tuve que andar a gatas. El suelo estaba cubierto de arena y piedras afiladas que lastimaban las manos. Al fin llegamos a una galería algo iluminada en donde logramos recuperar la posición bípeda. Pude ver que al fondo se veía la entrada “oficial”, con sus gruesos barrotes y cadenas. Me sentí más tranquilo, pues había suficiente claridad, pero conforme avanzamos, la luz del sol fue desvaneciéndose hasta desaparecer por completo. Ahora dependíamos únicamente de nuestras lámparas. Me abandoné a un precario sentimiento de seguridad; confié por completo en Humberto. Con esta nueva calma, pude percatarme de algunos detalles. Por ejemplo, el constante flujo de aire que se mantenía a nuestro derredor. Era sorprendente que en tales profundidades la atmósfera no estuviera viciada; en todo caso, aquel viento tenía una procedencia inexplicable. Caminamos por casi una hora. Humberto me dirigía sin titubeos en aquel laberinto de túneles estrechos que se bifurcaban constantemente. Después, al llegar a lo que parecía una gran cámara, vi que se detenía, y esta vez me pareció notar que por primera vez, vacilaba. En ese momento comprendí la enormidad de nuestra situación. Había confiado ciegamente en sus palabras. De acuerdo, aceptaba que él conociera muy bien el lugar, pero hacía mucho que no lo visitaba. Humberto podía estar perdido; en todo caso la posibilidad no era descabellada. Antes de que pudiera comunicarle mi terror, comenzó a hablar. –Hasta aquí conozco con seguridad estas cavernas. Mi tío siempre me incitaba a continuar, pero yo nunca me atreví. Ven conmigo. La bóveda que ves frente a nosotros no mide más de veinte metros cuadrados. Fíjate bien en ella. Dirigí mi lámpara a la cavidad. El haz de luz apenas si penetraba aquella negrura. –Al fondo se abren tres túneles –me dijo–. Sólo uno es de fácil acceso, los otros dos se encuentran casi en el techo de la cámara, como a seis u Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
13
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
ocho metros del piso. No he explorado el túnel accesible, pero sí pude subir a los otros dos. Uno de ellos no es interesante, se cierra muy pronto, como a diez metros de su entrada. El otro se vuelve muy estrecho y es imposible penetrar a él... en cuanto al túnel de abajo, sí, parece el más fácil de explorar, pero ven conmigo, te voy a explicar porqué nunca me atreví a entrar. Lo que acababa de decir Humberto me puso nervioso. Conforme avanzamos la bóveda se hizo mas aparente; también sus paredes. Humberto dirigió su lámpara a un promontorio rocoso a nuestra izquierda. La luz iluminaba las paredes ásperas e irregulares de la cueva. Justo encima del montón de piedras se podía ver la oscura boca de un túnel amplio, como de dos metros de diámetro. Al llegar a la entrada iluminó la bóveda hacia un punto que estaba sobre nuestras cabezas. Ahí se podían ver los otros dos túneles que me había mencionado. Uno al lado del otro. Ambos eran más pequeños que el anterior, como de un metro de diámetro. El conjunto de las tres aberturas, visto en la penumbra, producía una imagen desagradable. –Ahí está el motivo de que no entrara al túnel –me dijo Humberto–: estás viendo al monstruo del Cerro de la Estrella. En efecto, aquel rincón parecía ser el rostro deforme de una gárgola. –La primera vez que me di cuenta de esa cara, salí huyendo despavorido y me perdí... pero gracias a ese error, que me pudo haber costado muy caro, aprendí de memoria todos los caminos ciegos de este laberinto. Aquella ocasión salí casi de milagro, pero luego, sistemáticamente, recordando la estratagema de Ariadna –que tantas veces me contara mi tío–, me di a la labor de explorar cada uno de los túneles que conducen hasta aquí. A pesar de todo, nunca me atreví a seguir adelante por ese túnel: la boca del monstruo –soltó una risa fingida, al menos eso me pareció–. Pero ahora estamos los dos... Sin decir palabra, Humberto dio unos pasos dentro de la abertura. La impresión de que eran unas fauces se hacía repugnante y casi real. Las paredes estaban cubiertas de una viscosidad semejante a la baba, y una suave corriente de aire, traía un fuerte olor a humedad; como un aliento subterráneo y corrompido. –¿Te has fijado en esa humedad de las paredes? –le dije. –Sí. La he visto bien, pero no te emociones, ahí no hay ni rastro de hongos... a lo mejor si continuamos podríamos tener más suerte. ¿Aun quieres que sigamos? Sólo contesté con un ambiguo movimiento de cabeza. Preferí no decir palabra pues de haberlo hecho habría decidido regresar. Humberto interpretó mi gesto como una afirmación y continuó caminando. El túnel era muy recto y tenía una ligera pendiente. 14
Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
Me detuve a revisar la sustancia gelatinosa que cubría las paredes y pude notar que en ciertas partes se adelgazaba hasta formar hilos muy ramificados y casi secos. Vi que en algunos lugares esa trama había perdido por completo su humedad, formando una tela costrosa que se abría como un abanico hacia los extremos. Me percaté de que el olor tan peculiar y molesto de esas cuevas provenía de aquella baba. Pese a todo, no pude ocultar mi regocijo. ¡Era el hongo!. Humberto también lo había visto; como yo estaba alegre. –Creo que lo hayamos. Me parece que debemos colectar un poco. Así lo hicimos. El miedo casi se me había terminado, incluso yo fui el que insistí en que exploráramos un poco más aquel lugar. Caminamos largo rato. En todo el trayecto no hubo un solo instante en que se perdiera de vista la viscosa sustancia que se adhería a la pared como un tapiz. En cierto momento, el túnel que hasta ahora había sido recto, se torció a la izquierda. Mientras miraba hacia un lado para ver si las paredes seguían cubiertas por la costra ramificada, me pareció percibir, de reojo, una cierta luminosidad al fondo. Humberto también se dio cuenta de la luz. –Detente un poco –me dijo–. Apaga tu lámpara un momento y pon atención en el espacio que está frente a nosotros. Luego de un rato, pudimos percibir una débil claridad. –Creo que estamos llegando a una salida –me susurró Humberto–. Acababa de prender mi lámpara, cuando un rumor quejumbroso me puso los nervios de punta. –¿Oíste eso? –le dije espantado a Humberto. –Si, creo que es el ruido de la ciudad. Debemos estar muy cerca de la salida de éste túnel. Su calma era contagiosa. Seguimos caminando. Conforme avanzábamos, la penumbra era más notoria y el aire soplaba más fuerte, trayendo un aroma verdaderamente putrefacto. Miré las paredes: estaban absolutamente cubiertas de aquella trama reseca. En algunos lugares, el tejido se compactaba formando grandes costras que brillaban de una manera muy curiosa al pasarles la luz por encima. Me acerqué. Pude ver que el efecto luminoso se debía a una infinidad de pequeñas vesículas transparentes, unidas por un delgado tallo a la costra. De lejos daban el aspecto de una multitud de ojos vigilantes y brillosos. Aquellas vesículas transparentes, no eran sino estructuras reproductivas totalmente llenas de esporas. ¡Aquel sí que era un gran descubrimiento!, no sólo había encontrado al hongo, también estaba frente a los cuerpos fructíferos. Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
15
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
Iba a mencionar mi hallazgo a Humberto, pero un alarido aterrador nos envolvió. Humberto me arrebató la lámpara y la apagó, al tiempo que me empujaba al suelo. Permanecimos un rato con el vientre en el piso. Poco a poco, nuestros ojos se acostumbraron a la penumbra. En realidad, había bastante luz. Los lamentos continuaban. Eran enervantes, rítmicos. Pasaban de un desesperante gimoteo a un clamor pánico. Nos arrastramos unos metros hasta un punto donde el túnel doblaba a la derecha. Pese al horror nos levantamos muy despacio, asomando la cabeza por el codo de la cueva. Ahí se abría una cámara enorme, como de sesenta metros cuadrados, que seguramente daba al exterior, pues una luz insoportable penetraba desde el extremo que estaba frente a nosotros. Era tal su intensidad que tuvimos que cerrar los ojos para luego, acostumbrada la vista a la falta de oscuridad, detectar la causa de aquellos gritos. Como a diez metros, entre las piedras húmedas, una mujer harapienta estaba pariendo. Dos viejas le ayudaban en el trabajo. Era un espectáculo terrible y deprimente. Mis ojos, más acostumbrados a la luz, pudieron ver el paisaje que se extendía al exterior de la cueva. Enormes montones de basura se apilaban, unos a otros, iluminados por el sol amarillo y enfermizo de la ciudad. Sin duda, aquellos eran los basureros clandestinos de Iztapalapa, y la pobre mujer sería entonces una pepenadora... ese era el mundo al que venía aquella criatura. Permanecimos un rato inmóviles, hasta que Humberto me susurró al oído: –Es mejor que nos retiremos... por favor ten cuidado y no hagas ruido. Dimos algunos pasos hacia el interior del túnel cuando algo burbujeante y grotesco sonó encima de nosotros. Encendí la lámpara sin pensar, apuntando al lugar de donde venía el ruido. Un polvo oscuro semejante al humo flotaba y era arrastrado por la corriente de aire. Pude ver que provenía de los cuerpos fructíferos que recién había visto encima del hongo; el ruido se producía cuando éstos reventaban, soltando esporas al exterior. De inmediato le dije a Humberto que rociara con agua de su cantimplora un pañuelo y se cubriera la boca y la nariz, no podíamos saber si aquel hongo era dañino. A pesar de tener la boca y la nariz cubiertos, un fuerte olor, todavía más pestilente que el ya propio de aquel lugar, se introdujo a nuestros pulmones; las esporas flotaban como niebla alrededor. A ninguno de los dos nos extrañó aquello. El 50% de los cuerpos fructíferos rebosaban de gas. El ambiente se hizo casi irrespirable. Salir a los basureros me pareció algo lógico, pero Humberto me advirtió del peligro ya que desconocía16
Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
mos la reacción que tendrían esas mujeres. Así pues, nos internamos rápido al túnel. Después de un rato me sentí mareado. Humberto se detuvo un momento. Me dijo que se sentía muy mal. La cantidad de esporas era tan grande que la luz apenas podía atravesar a la penumbra; el ambiente era ominoso y la claustrofobia se apoderó de nosotros. Literalmente corrimos, durante casi dos horas, con muy breves descansos. Fue un milagro que en medio de aquella confusión y terror irracionales, Humberto haya encontrado la salida de esas cuevas espantosas. III Un día después de la visita a los túneles, Fabián me invitó a Puebla. Fue hasta mi hotel en su automóvil y de ahí nos dirigimos a una casona colonial en el centro de la ciudad. “Este es mi humilde refugio”, dijo, “acompáñeme, veremos mis libros”. Entré a una amplia estancia llena de antiguos muebles de encino. Sin prisa salimos de ahí, rumbo a la biblioteca. Atravesamos el largo corredor y llegamos hasta un patio bordeado en sus cuatro costados por una arquería doble. Al fondo se veía la escalera que llevaba al piso superior. Mientras caminábamos pude ver los prados, más bien descuidados, y la fuente de piedra que había en el centro casi cubierta con la maleza. Subimos los desgastados peldaños y llegamos al primer piso. Desde ahí uno observaba que la arquería gris alguna vez había tenido la blancura perfecta del mármol. El viejo abrió las puertas de su biblioteca. Pese al intenso sol que había en el patio, adentro reinaba una oscuridad tal que fue necesario encender la luz eléctrica. “El sol daña mucho a los libros, sobre todo a los muy viejos”, me dijo. Y en efecto, aquella biblioteca se componía de multitud de joyas. Frente a mí estaba un estante con varias Biblias, entre ellas la de John Wiclif y una viejísima obra escrita en no sé que idioma cuyos símbolos me recordaron al hebreo. “Se bien que, como a mí, a usted le aficionan los libros. Pero no sé si convenga conmigo en que hoy día ya no se hacen libros, sino meros folletines. Parece que pocos han digerido la majestuosa ascensión del espíritu humano, insisten en escribir sin ton ni son. Para mí, los únicos libros que merecen el apelativo en esta decadente era, son, sin duda, los que versan sobre la ciencia. Pero basta ya de divagaciones, venga, por acá está lo que buscamos”. Me acerqué. De inmediato mis ojos se posaron en un libro muy viejo, colocado como al descuido, sobre un antiquísimo secreter de caoba. Estaba abierto en la primera página. Pude leer: “Repertorio del mundo particular, de las spheras del cielo y orbes elementales”. “Ese es uno de los rarísimos ejemplares de la obra de Bartolomé de la Hera. La edición es de 1584, y perteneció a la biblioteca original de mi Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
17
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
ancestro, el insigne Don Alejandro Fabián. Y mire... aquí está el libro que Kircher le dedicó.” En efecto, a un lado del “Repertorio” estaba un viejo libro empastado en una piel quebradiza y blanquecina. Don Antonio, lo abrió y pude darme cuenta de que era el “Magneticum Natura Regnum” de Athanasius Kircher, editado en Roma en 1667. Aparte de la dedicatoria impresa, a un lado tenía otra, del propio puño y letra del jesuita, donde agradecía el interés de Alejandro Fabián por sus obras, así como los “valiosos consejos” que le había brindado mientras escribía. “Víctor, acerque esa silla para acá. Voy a mostrarle el fragmento de mi ensayo. Estoy seguro de que lo va a encontrar interesante” . Entre las manos, Don Antonio sostenía dos folders llenos con multitud de hojas. “Mire, traigo aquí el original, con todas las anotaciones. No tiene ninguna corrección, y por lo tanto tampoco está mutilado. En este otro folder tengo la versión que pensaba enviar a la imprenta; desgraciada mente tuve que desengargolarla, pero aún así, creo que es la más legible, así que tómela para que más o menos vaya siguiéndome mientras leo... además le servirá para notar claramente qué pasajes decidí omitir”. Leí la cabeza del ensayo: “Aspectos místicos de la minería ó la metáfora de la exploración subterránea”. El texto era tan ambiguo y desconcertante como el título, estaba plagado de especulaciones irresponsables que hacían evidente la estrecha formación técnica de Don Antonio, pues en medio de razonamientos que aludían a su indudable competencia como ingeniero, abundaba en las más disparatadas ideas. Según él, la exploración de las minas no respondía tan solo al deseo de extraer minerales del subsuelo, sino también a una inclinación innata del género humano a regresar a su origen. A partir de este momento, Don Antonio Fabián daba la impresión de ser uno de esos antropólogos de mediados de siglo XX: el hombre habría desarrollado sus facultades intelectuales en el interior de las cavernas; allí habría evolucionado “...desde la más atroz antropofagia hasta las sublimes alturas del arte Magdaleniense del paleolítico”. Para Fabián, “la inteligencia humana se desató de las opresivas lianas de su pasado arbóreo en el momento de aventurarse al protector e incógnito mundo de las tinieblas”. Curiosamente, estas citas literales, tan cargadas de adjetivos, no fueron sintetizadas en el escrito definitivo que me leía, sino que Don Antonio todavía tuvo la suficiente inventiva como para recargarlas más de su anticuada retórica. La tesis del ingeniero Fabián era que el hombre exploraba el interior de la tierra en respuesta a un impulso inconsciente, cuya raíz estaba en los orígenes de la civilización, la inteligencia y la religión. Para sustentar su teoría procedía a relatar una copiosa historia de las actividades humanas en el interior de las cuevas, desde los ritos que originarían el arte de Altamira 18
Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
y la celebración de los misterios eleusinos, hasta el moderno proyecto de ciudades subterráneas en Japón. Algo notable de esta cansada enumeración fue que según él, las extensas galerías cavadas en el subsuelo de todas las ciudades humanas ya fuera con objetivos de higiene o de protección, implicaban un gasto y un despliegue de excesivo ingenio. Uno de sus ejemplos era el de la Ciudad de México, que ya desde la época colonial fue sujeto de enormes obras hidráulicas, todas ellas tendientes a prevenir las inundaciones: “...notamos pues, que el número de túneles y galerías que se perforaron en lugares a todas luces ineficientes para el desagüe fue enorme y lo más curioso es que pese a que las autoridades virreinales tenían que hacer cuantiosos gastos en obras demostradamente inútiles, nunca hubo un solo obstáculo para su financiamiento.” Don Antonio, citaba aparte del caso de México, el de París, Toledo, Sevilla y una lista que llenaba casi dos cuartillas con las ciudades y pueblos donde se repetía la misma historia. Datos curiosos. Eso pensé hasta que me leyó esto: “Por último daré mis conclusiones, no sin antes manifestar que es una desgracia que las pruebas contundentes de mi teoría se encuentren reposando en el mutable fondo del océano. Mi ascendiente, el insigne físico poblano Don Alejandro Fabián, es con honor a la justicia, a quien debo la parte medular de la información que me permite aseverar lo anterior. Poseo el incalculable tesoro de sus libros, así como de su correspondencia con el sabio jesuita Athanasius Kircher, quien tuvo a bien dedicarle una de sus obras. En varias cartas, los dos genios hacen referencia al perdido continente de Mü. Una de ellas indica claramente su ubicación, lograda gracias al profundo conocimiento que tenía el padre Kircher de los jeroglíficos egipcios (¡cientos de años antes del farsante Champolion!). En otra, mi ilustre ancestro dice claramente que comparando lo descubierto por Kircher en antiguos papiros egipcios y vetustos textos tanto sarracenos como cristianos, no hay razón para negar que los indios de América sean los descendientes directos de la gran raza de Mü, desparecida por tremendo cataclismo bajo las aguas del océano pacífico. Que yo sepa, esta es la primera referencia directa que se conoce en occidente hacia ese mítico continente desaparecido. Siguiendo el ahora tenue hilo de mi disertación, paso a aseverar categóricamente, primero, que la exploración de las entrañas terrestres es el eco de la búsqueda natural del propio origen, pues el hombre surgió a la civilización en ellas. Segundo, que el primer punto de desarrollo de la civilización fue el legendario continente de Mü, pues en el epistolario Kircher-Fabián que tengo en mi poder, consta que tal continente estaba recorrido en el subsuelo por un laberíntico mundo de túneles. Tercero, que es en los túneles donde los primigenios antecesores de la humanidad racioBiblioteca Digital de Escritores Queretanos
19
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
nal pudieron escapar al cataclismo, para que una vez aplacadas Las Furias y serenada Natura, se dieran a la colosal tarea de reconstruir la humanidad viajando a los continentes que subsistieron a la catástrofe. Cuarto...” Y así continuó con un total de veinticinco conclusiones. Era evidente que Antonio Fabián carecía de rigor en sus razonamientos. El continente de Mü era lugar común entre esotéricos, místicos e iluminados; no podía ser más ridícula su pretensión de cientificidad… sin embargo, sus palabras me hicieron enlazar tortuosamente las anomalías reproductivas del mixomiceto que yo había descubierto, con los descabellados argumentos que estaba escuchando. La conclusión número quince de su ensayo, en medio de una ampulosa redacción fue, más que ninguna otra, la que me condujo a mis deducciones más morbosas: “Quince, que en el interior de las cavernas, del mismo modo que el hombre extrae la materia mineral en su estado bruto para luego convertirla en preciadas joyas o en robusto acero, los antiguos habitantes de Mü lograron la transformación del cerebro animal del hombre en la preciada intuición y el robusto raciocinio que ahora caracterizan a nuestra mente. NOTA.– Mi ascendiente y Kircher coinciden en una de sus sabrosísimas y eruditas cartas, en que el lugar del paraíso perdido fue Mü, pues en un enigmático manuscrito recibido por éste último de manos del rector de la Universidad de Praga, Johannes Marcus Marci, se hace referencia al multicitado continente, diciendo además que ahí, seres angélicos venidos de las estrellas a traves de túneles o cavernas en el cielo, crearon al hombre. Esta extraña idea es tomada por Kircher y Alejandro Fabián como una alegoría imperfecta de la Creación...” Esa nota era una clara referencia al Manuscrito Voynich, que tanto inspirara a muchos escritores de la escuela lovecraftiana. Incluso, el tono general del ensayo de Fabián me recordó a un curioso cuento de Colin Wilson. Así que le pregunté, como si se tratara de un comentario al margen, si le interesaba la literatura. “Mire Víctor, si me permite ser franco con usted, he de hablar en un tono algo intolerante. Aunque sé que usted, como científico, como colega, ha de coincidir al menos en parte conmigo. En efecto me interesan los libros y por eso tengo que soportar la insufrible plática de supuestos escritores. Pero no, no, rectifico: escritores eran Kircher, Shakespeare, Mill; aquí sólo prosperan los farsantes. Debe saber Víctor, que este ya no es un tiempo para la literatura. El progreso y la ciencia le han arrinconado. Escribir es asunto serio, pero ¿hacer literatura? México está plagado de literatos y ¿sabe usted que son todos ellos? Unos parásitos. Eso. Creen que escribir fantasías es un trabajo honesto pero no, cualquier hombre con sentido común sabe que no. Para empezar todos ellos son ateos, ninguno conoce La Biblia, y 20
Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
si alguna vez la abren es para mofarse de sus supuestas contradicciones. ¡Claro, como que no ven mas allá de sus narices!. Debo decirle de una vez por todas que la literatura es para mí no sólo una pérdida de tiempo, sino también una actividad reprobable que fomenta el ocio y la vagancia. ¡Por supuesto que no me interesa la literatura!. Los únicos libros que leo son los que puede ver aquí: por un lado los vetustos textos de mis ancestros, obras que como ve son de interés histórico; por otro los modernos libros de las ciencias aplicadas, como la ingeniería, la electrónica, la planeación empresarial, la psicología...” Y así continuó. Era obvio que no conocía a Lovecraft, aunque de haber vivido en su época estoy seguro de que habrían sido grandes amigos. Mientras seguía hablando tuve que contenerme para no reventar ante lo contradictorio de su argumentación. “Muchos piensan que escribo literatura –me dijo– pero eso es una muestra de lo decadente que es éste mundo. Yo escribo ciencia, nada menos y nada más”. Fabián se me figuró un personaje lovecraftiano. De hecho, todo lo que acababa de decirme se parecía a esa literatura. Me sentí como introducido por la fuerza en una ficción. Era curioso cómo la debilidad de sus pretendidas reflexiones “científicas”, hacían aún más fuerte la molesta sensación de verosimilitud que habían provocado en mí. Necesitaba salir de ese recinto oscuro que cada vez me causaba más claustrofobia. Fingí ver mi reloj al descuido. “!Es tardísimo, su plática ha sido tan extraordinaria que casi olvidé que tenía que revisar unos documentos antes de mi regreso a México”, le dije sin convicción. El ingeniero me acompañó hasta la puerta y dijo: “Aquí tengo una copia de la “Silloge Fungorum”, después de todo por eso vino a mi casa ¿no es cierto?”. IV Pese a que trabajábamos en el mismo proyecto de investigación, Cáceres tenía su laboratorio en el sótano del edificio mientras que el mío estaba en el segundo piso. Tal vez por eso, desde nuestra inquietante visita a las cuevas del Cerro de la Estrella no lo veía. El hecho es que el “ensayo” de su tío me había perturbado. Tenía una exagerada sensación de incomodidad: no podía evitar conexiones entre sus extravagancias especulativas y las singularidades en la reproducción de mi hongo. Hojeé la “Silloge fungorum”. Cierto párrafo parecía corroborar lo que hacía años me hubiera advertido Crowther: “...he notado que este hongo presenta un alto porcentaje de cuerpos fructíferos vanos con un anormal desarrollo del peridio, caracterizados por la total ausencia de esporas y la presencia, en su lugar, de una vacuola de gas pestilente.” En efecto, al leer la descripción general del hongo hecha por Saccardo, me di cuenta de que él también lo había descubierto. Sus princiBiblioteca Digital de Escritores Queretanos
21
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
pales colectas fueron en túneles de los alrededores de Roma. Mencionaba su gran abundancia en las cloacas que pasaban por el centro de la Ciudad. Saccardo enfatizaba que jamás pudo hallar un solo hongo fuera de las áreas urbanas. Como cualquier otro botánico, yo conocía bien la metodicidad tenaz de este micólogo, así que encontré muy lógico que yo hubiera encontrado exactamente la misma particularidad en la distribución del que antes consideraba mi hongo: la misma sospechosa asociación a los túneles y cloacas construidos por el hombre. Poco me importó que mi especie cayera en sinonimia; después de todo el descubrir una especie no es cuestión de talen to sino de suerte, además había muchas preguntas por responder. ¿Acaso ese mixomiceto se asociaba a subterráneos construidos o interferidos por los hombres debido a una simbiosis? aún más ¿existía alguna relación causal entre el ciclo de vida del hongo y la aparición de los primeros asentamientos urbanos?. El reciente análisis palinológico de las ruinas de los Valles de Uknu y Ulai, mostraba la presencia de esporas morfológicamente iguales a las del mixomiceto. Hace miles de años esa zona pertenecía a la costa del golfo Pérsico asociándose a los orígenes de la civilización. Si tales enlaces eran ciertos ¿de qué manera se realizaba la simbiosis? ¿o acaso no sería una simbiosis?... para salir de dudas, fui a ver los avances de Cáceres. Trabajando con las muestras que colectamos en las cuevas del Cerro de la Estrella, él había descubierto que tanto bioquímicamente como a nivel cromosómico el hongo no tenía afinidades con ningún otro mixomiceto; es más, algunas proteínas de la pared celular eran casi idénticas a las de ciertas algas cianofíceas. No quisiera entrar en más tecnicismos, pero vale insistir en que ese hongo no parecía tener lazos que lo emparentaran directamente con nada: a nivel bioquímico, por el tipo de sustancias que lo conformaban, era una mezcla abigarrada de plantas inferiores y vertebrados superiores, sin embargo, morfológicamente y aún fisiológicamente, no cabía duda que se trataba de un mixomiceto. Estábamos ante un enigma y sin embargo había una cosa aun más extraña. “Analicé el gas de los cuerpos fructíferos “vanos” –me dijo Cáceres– “lo primero que descubrí fue algo casi obvio: el mal olor se debía a una elevada proporción de ácido sulfhídrico, pero ¿a qué se debía su presencia?. Imaginé una posible descomposición de las proteínas en el interior del cuerpo fructífero debido a la acción de algún parásito. Ciertamente, esta idea explicaba muy poco la gran cantidad de gas que había en casi el 50% de las estructuras reproductivas, aunque tal vez fuera un producto metabólico del supuesto parásito. De inmediato lo busqué. En el interior de los cuerpos fructíferos “vanos”, aparte del gas, detecté un número elevadísimo de virus. Mi primera impresión fue que había dado con el parásito, pero cuando quise infectar al plasmodio con el virus, jamás logré un cuerpo fructífero 22
Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
“vano”. Al fin, me decidí a trasladar mi laboratorio a los sótanos y realicé el experimento crucial. Es increíble Víctor, este mixomiceto es una endemoniada paradoja. He replicado al máximo su hábitat; a partir de una espora seguí todo su ciclo reproductivo; marqué los ácidos nucleicos y ¿sabes de donde provienen los virus?: son creados por el mismo hongo. Al momento de la meiosis, por un lado se producen esporas y por otro células haploides a las que bauticé como “células virogénicas”, porque ellas dan lugar tanto al genoma del virus como a su cápsula.” Como han de suponer traté de refutarlo, pero él me interrumpió en seco: “No, no. Hay algo definitivo: la cápsula del virus está hecha con las mismas proteínas que la pared celular del mixomiceto; es más, todos los genes del virión están presentes en una sección del cromosoma número 23 del hongo, por cierto, la poliploidía es otra de sus singularidades, cosa que hace difícil el trabajo. Es un hecho que “tu” mixomiceto no es parasitado por el virus; el virus es “hijo legítimo” del hongo... y bueno, morfológicamente es un virus, pero creo que deberíamos buscarle otro nombre... nada más queda una cuestión: ¿a quién parasita ese ‘virus’?”. Una creciente incomodidad me preocupó. Fui a mi casa y traté de dormir. Recordé el disparatado ensayo de Fabián; de nuevo hice tortuosas conexiones y se me ocurrió una idea: ¿y si el virus parasitara al hombre?, ¿acaso esto no explicaría la asociación del hongo con los grandes asentamientos humanos?. Un telefonema y una terrible noticia interrumpieron mis preguntas: “¿Víctor Béjar?”, dijo una voz en el teléfono. “Sí, ¿diga?”, contesté. “Habla el oficial Uribe. Señor, es necesario que se presente de inmediato a la Universidad. Acaba de sucederle un accidente al doctor Cáceres y tengo entendido que usted trabajaba con él. Es importante que venga y conteste unas preguntas.” Por haber sido la última persona en verlo resultaba sospechoso; pasé dos días incomunicado. Cáceres se había quedado dormido en el laboratorio y una fuga de gas lo había matado por intoxicación. Al aclararse todo, me dejaron. En medio de la depresión y del pésimo trato que recibí en los separos judiciales, tuve la suficiente presencia de ánimo como para platicar con el médico forense y saber su veredicto: “Pues sí, ya le digo, aunque su amigo falleció por intoxicación con gas butano, de cualquier modo habría muerto muy pronto... su cerebro estaba infestado con virus.” Le pregunté al médico por la naturaleza del virus. “Es curioso”, me dijo, “pero no lo sé, ahora aparecen tantas enfermedades raras… y no me mire así, tengo mucho trabajo que hacer y ni piense en que me voy a poner a investigar de qué bicho se trata, aquí no estamos en la Universidad.” Le pedí si me podía dar una copia de su informe, después de un ‘arreglo’, accedió. En cuanto quedé libre fui a la Universidad. Soporté el pésame que me dieron mis compañeros y ya en el laboratorio, comparé el informe del foBiblioteca Digital de Escritores Queretanos
23
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
rense con los datos de Cáceres; no me sorprendí: aquel virus era el mismo producido por el hongo. Durante el funeral hablé largamente con su tío, llegamos a conclusiones tan increíbles que he dudado más de una vez en escribirlas. Desde hace seis meses he ido haciendo pruebas antigénicas entre la población urbana y siempre encontré la presencia del virus. Con algún pretexto, logré que un colega mío que trabaja con ciertas tribus perdidas de Mindanao les hiciera la prueba. Hasta ahora parece que son los únicos humanos que no están infectados; no me extraña: ellos desconocen las ciudades y el progreso. Tengo información como para escribir un artículo y dar a conocer mis resultados a la comunidad científica, pero no me atrevo. En todo caso ahora mismo escribo sin saber quien será mi lector y eso me basta; vayan pues mis conclusiones. El virus parasita a los lóbulos frontales del hombre, pero sin ningún efecto físico o degenerativo. Una vez dentro de las neuronas su acción se limita a provocar exhaustivas conexiones entre ellas. Esto lo supe gracias a un reporte médico que me envió mi colega de Mindanao (“The Tasaday: a medical approach”. University of Philipines, 1989 in “The Diliman review”; v.56, N. 2) donde se describe la infección de un indígena que “adquirió el virus durante su estancia en la ciudad de Manila”. Según el artículo “hasta el momento las pruebas antigénicas indican que toda la población muestreada en el país tiene el virus, con la excepción de los Tasaday de las montañas de Mindanao. Sin embargo, el virus íntegro no se ha detectado aún. Su existencia se infirió por la síntesis de “paraneurotransmisores” en cerebros infectados. El virión ha sido aislado. Esperamos lograr muy pronto en el laboratorio, la lisis de células infectadas para analizar el proceso de replicación viral. Las observaciones muestran que al parecer, este virus es inocuo.” Como se pueden imaginar el artículo despertó innumerables críticas… a mí, en cambio me pareció perfectamente (¿o debería decir atrozmente?) razonable. Mañana por la tarde salgo a Filipinas, tengo que hablar con los médicos que hicieron ese reporte: nunca lograrán la lisis de las células enfermas por la sencilla razón de que es el hongo quien genera a los ‘virus’, no las neuronas infectadas. Claro que esto crea más preguntas: ¿que función tienen los virus en el ciclo de vida de hongo? ¿para qué se establecen tal número de conexiones nuevas en los cerebros infectados?, y sobre todo: ¿por qué se asocia el hongo a las ciudades? Muy a mi pesar, parece que Fabián, con sus aventuradas especulaciones, tiene las respuestas. “Todo es muy claro Víctor”, me dijo, “¿se acuerda que mi ilustre ancestro y Kircher hablaban de que el hombre había sido creado por seres angélicos que viajaban por túneles o cavernas en el cielo?, pues ellos se 24
Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
referían metafóricamente, no a la creación del hombre, sino a la aparición de la humanidad civilizada. Me parece que el Ser que atraviesa “cavernas en el cielo” es, en este universo, su hongo. Esas cavernas podrían ser puertas inducidas hacia universos paralelos. Hay una carta que no le he mostrado y a la cual había considerado irrelevante, pero que a la luz de los últimos y lamentabilísimos sucesos, cobra una actualidad inusitada. Me he tomado la libertad de integrar esta información y he llegado a la conclusión de que el virus no hace sino aprovecharse del cerebro humano para permitirle a La Criatura –que así llamaré a ese ser intercósmico– continuar con su ciclo de vida en otros universos. Según la escuela parapsicológica soviética… o bueno, con todos los relajitos políticos de ahora, según la heterodoxa escuela parapsicológica rusa, los fenómenos de telepatía se pueden explicar físicamente porque el cerebro humano posee la cualidad de producir efectos desconocidos en universos paralelos, que por definición, son inobservables, pero que no obstante sirven de medio transmisor a los pensamientos. Así pues, las actividades de nuestros antepasados cavernícolas (éxtasis, uso de alucinógenos con finalidades religiosas, etc.) guiaron involuntariamente, a través de sus perturbaciones psíquicas en universos no observables, a La Criatura hasta el nuestro. Este Ser se vale de las especies que generan pensamientos obsesivos para seguir su camino en diferentes cosmos. Si es que entendí bien su explicación acerca de los ciclos de vida de numerosos organismos, yo creo que este Ser pasa por diferentes etapas larvarias, una en cada universo. Usted perdonará, pero creo que mi extrapolación se cumple con bastante elegancia en este caso. Pero sigamos; por algún motivo le fue difícil parasitar directamente al cerebro humano, así que logró penetrar mejor a otro organismo de la caverna: su hongo; un organismo simple que sin duda, no ofreció resistencia a la “posesión”. La historia que sigue usted la conoce. Los trastornos causados por el virus en el cerebro del hombre provocaron, por un lado, esa obsesiva tendencia al crecimiento desmesurado de nuestras poblaciones, y gracias al mayor número de conexiones neuronales, una cierta habilidad creativa que conduciría a los inventos, al progreso, a las ciudades y por supuesto, a hacer de nuestra mente un compás, un faro, para guiar a La Criatura en su ingreso al siguiente universo. La otra interferencia de La Criatura, es la obsesiva y ahora ya explicable tendencia del Homo urbanus, a crear túneles: el hogar de La Larva en nuestro Universo. ¿No le parece extraordinario?, de un plumazo he reducido el progreso del hombre civilizado a un simple efecto metabólico en la vida de un parásito intercósmico. No crea Víctor, esa conclusión ha cimbrado mi confianza en la ciencia, es más, me ha reconciliado con la literatura, con la misteriosa capacidad de explicar que subyace en la imaginación. Pero también, curiosamente, ha fortalecido mis inclinaciones religiosas, haciendo renacer una Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
25
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
nueva perspectiva que plantea el papel aún más trascendente de la ciencia en el Gran Plan de la Creación...” No recuerdo de qué más habló Fabián. No me interesaba ya. Había dicho más que suficiente. ¿Ahora comprenden por qué no me he atrevido a publicar esto de una manera formal? Sin embargo soy optimista, espero que mi contacto con los médicos Filipinos desemboque al fin, en un artículo sólido que atraiga la atención de la comunidad científica.» EL FATALISMO Al final del texto una nota indicaba que Víctor Béjar, el botánico autor del artículo, había muerto en los sismos de Filipinas durante el mes de mayo de 1990. He corroborado esta información y otras más. Visité los túneles del Cerro de la Estrella y la descripción es exacta. Luego de varios años me decidí y por fin he localizado a Don Antonio Fabián. Pese a lo que de él dice Béjar, me parece un anciano inteligente y simpático. Siguiendo sus consejos mañana mismo renunciaré a mi puesto en la revista. De cualquier manera, en este nuevo milenio la vejez nos vuelve obsoletos, y no tardarían en despedirme. Las cosas en mi vida han cambiado. Ya no anhelo escribir un libro. Ya no creo en la humanidad. No sé que significan la salvación ni la muerte.
26
Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
La decisión (¿2020?) “Siempre que alguien hable del hombre (...) como de un animal de un vientre con dos necesidades y una cabeza con una sola (...) siempre que alguien no vea sino hambre, apetito sexual y vanidad como los únicos verdaderos móviles de los actos humanos, el amante del conocimiento deberá escuchar de una forma sutil y diligente”. “Más allá del bien y del mal”. F. Nietzsche. Anteayer cené con el anciano perverso. Habló de muchas cosas, pero casi al final, insistió en una palabra: obsolescencia. “Recuerde su última estancia en Sevilla: el vetusto edificio del Archivo General de Indias... ¿tiene ya esa imagen en su memoria? Una construcción remozada, impecable, antes depósito de información obsoleta, casi inútil; al fin receptáculo de antigüedades, objetos cuyo único valor verdadero es su precio entre los coleccionistas. Sí, hay que tener coraje para deshacerse de lo obsoleto, pero sólo los genios son capaces sacarle jugo”. En aquel instante, sus palabras me hicieron percibir, de golpe, la enormidad de nuestra situación. Sí, es cierto, todo ha cambiado. Justo cuando la desesperanza se apoderaba otra vez de mi espíritu, me hizo una propuesta inquietante. No puedo dejar de pensar en ella. Es por eso que ahora escribo, para darme fuerza, para reflexionar y tomar una decisión. Él sabía bien del efecto que causarían sus palabras. Paternalmente me pasó un brazo por el hombro. “No se apure, piénselo”. Luego me llevó hasta la pequeña cantina de caoba. Bebimos cognac, y tras un momento de silencio, mientras yo miraba el fondo vacío de la copa, como para encontrar en ese acto inútil un alivio a la incomodidad que sentía, me sonrió y amablemente dijo: “recuerde a la Arendt, quienes hacen el mal no son hombres especiales, son hombres comunes y corrientes: padres amorosos, trabajadores cumplidos, gente de bien”. Después se despidió, insistiendo en que cenáramos de nuevo dentro de dos días: para entonces, debía darle una respuesta. La plática había sido intensa, pero, ¿a qué venía ese comentario sobre Hannah Arendt? Él nunca habla por hablar y en las actuales condiciones, sus palabras me turbaron en extremo. Pensativo, salí del comedor en silencio. Ya en el jardín fui custodiado hasta mis habitaciones por un militar. Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
27
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
Ahora que escribo esto, no dejo de encontrar divertido que mi nuevo hogar sea más una cárcel que un refugio. Una cárcel muy curiosa: rodeada de huertas, con luz y agua caliente, con servicio de alimentos, con video y música… un oasis atroz en medio del caos. Aún me cuesta creer que hace apenas un año estuviera tan despreocupado en Sevilla, en aquel congreso donde presenté los resultados de mis investigaciones en el Instituto de Medicina Genómica y que, para mí, fue el último de los espejismos. No dudaba que el mundo se había tornado violento, pero su estabilidad a largo plazo me parecía inexpugnable. ¿Cómo imaginar lo que pasaría después? Me percato –muy tarde por cierto– de que los beneficios que en ese entonces gozaba eran efecto de una estructura local predeciblemente frágil, evidentemente injusta, pero, en lo inmediato, terriblemente eficaz. Vivir como científico exitoso en México era la quimera de un dispositivo sofisticado. El anciano perverso fue uno de los diseñadores de aquella máquina social. Él me lo dijo muchas veces, aunque hasta ahora comprendo el sentido profundo de sus palabras: “Mire doctor, los científicos, al fin, son hombres tan comunes como el que más. Responden a los mismos estímulos básicos que cualquier animal. Pese a tener capacidades intelectuales sobresalientes, sus motivaciones más sinceras tienen que ver sólo con el alimento y la reproducción. Por eso hay que satisfacer tales impulsos sin perderse en las fatuidades rebuscadas de los filósofos. Y, para tener éxito, eso ha de hacerse con inteligencia. No se puede permitir que un potencial así, se deje guiar por intenciones efímeras, de un egoísmo rebuscado, impuro. Eso de hacer “ciencia por la ciencia”, de “buscar el conocimiento por el conocimiento”, de “comprometerse sólo con la disciplina en la que uno ha sido formado”, no es más que responder a frases huecas, inútiles y, de permitirse como guía de la actividad intelectual de un país, mucho muy costosas. Sus costos no sólo son económicos, sino sobre todo, sociales. Siempre lo he dicho, hay que retornar al origen. Cuando propuse la estructura estatal para sostener la ciencia y la tecnología en nuestro país, tuve la intención de que la comunidad científica mexicana se guiara por principios básicos, por esos estímulos que comparte con todo el gran reino animal. Fue, si me lo permite, un modo de recuperar la inocencia del gremio.” Qué palabras tan fatales. Cuando las mencionó hace tantos años, me parecieron parte del encanto cínico que adornaba la brillantez de su mente, pero no fui capaz de intuir la malignidad que entrañaban. Aquel anciano era un estratega que disfrutaba su labor. Habiéndose iniciado a la vida académica como físico, fue atrapado por el poder seductivo de la mecánica clásica. La idea de un universo regido por leyes cognoscibles era la promesa más concreta del poder absoluto como posibilidad real. Es más, era la razón más legítima para el ejercicio de un control inteligente sobre el mundo. 28
Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
El doctorado acentuó sus ideas, aproximándole a comunidades científicas que hacían del manejo del poder un arte. Conoció a Heisenberg, fue íntimo amigo del famoso “doctor Strangelove”: Edward Teller. Se relacionó con senadores norteamericanos, con jefes de empresas farmacéuticas, con políticos mexicanos. En este último caso lo hizo con reservas, pues, como me dijo una vez “siempre he despreciado a los políticos, pero más a los de nuestro país. Son gente pequeña y con frecuencia insensata. Por eso ha de tomar muy en serio lo que le voy a decir: jamás subestime el poder de la estupidez. Yo nunca lo he hecho, siempre los trato bien. Y como conozco a quienes ellos obedecen, doy la imagen de ser un mero vínculo con sus superiores sin mostrar nunca que yo soy, precisamente, uno de esos superiores. En México, mucho más que en otros países, el juego del poder exige discreción”. Su frialdad era temible y encantadora, sin embargo, también él se sorprendió por lo que pasó. Nunca pudo preverlo, no imaginó el escenario que ahora vivimos. Aunque debo decirlo, a diferencia de los demás, en su rostro jamás desapareció la expresión de entusiasmo. Cuando la catástrofe cundió estábamos juntos. Me dijo casi en un susurro: “…las variables ocultas… ese condenado Mandelbrot tenía razón… no, no, no es que haya un caos inherente al universo, lo que pasa es que desconocemos todas las variables. La gran máquina del mundo está en crisis. La máquina local de este país se detuvo. Ahora hay que ver si la podemos echar a andar o si construimos otra mejor. Nosotros, la comunidad científica, tenemos ese reto.” ¿Una máquina mejor? No veo cómo. Estados Unidos ya no existe. Desde que Texas proclamó su independencia, luego de unas trágicas y fraudulentas elecciones presidenciales, las separaciones se vinieron en cascada. Cuando todos creíamos que estallaría la guerra, el ejército mostró su lealtad en cada una de las flamantes naciones libres, y en los estados que seguían unidos, hubo una sorda y abnegada aceptación. ¿Qué razones habrán generado ese comportamiento? Según el anciano perverso hubo un acuerdo entre Texas, California y los estados restantes garantizando el suministro de petróleo y la coordinación militar. ¿Será verdad? Imposible saberlo, lo único cierto es que por el momento pudo evitarse un desenlace brusco. Pero hoy, las cosas son más amenazantes. Está el riesgo de agresión en contra de las numerosas bases militares ex–norteamericanas. Ha habido un primordio de acuerdo para enfrentar el problema entre los incipientes estados libres, se habla de una confederación o de una nueva unión. Pero en el inter, las prioridades de este “mundo globalizado” nos han dejado totalmente solos. Nadie hizo nada, nadie pudo hacer nada, cuando la República de California reclamó como propia toda la península de Baja. Y está el caso de Nuevo León, que, a resultas de un referéndum se incorporó a Texas. Chihuahua, Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
29
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
Sonora, Tamaulipas, son estados que viven ahora en el limbo: territorio virtual de un México fragmentado, acéfalo, son territorio real de disputa entre las dos grandes nuevas potencias del norte: California y Texas. Justamente, en la cena de anteayer mostré mi escepticismo. ¿Cómo hacer algo si ya no existe ninguna comunidad coherente en México? Y peor aún, ¿acaso él, el anciano perverso, sería capaz de convocar a tan ilusoria comunidad? Su ahora obsoleto plan se había encargado de destruirla. “Mire –me dijo– sólo la comunidad científica de México puede hacer algo para salvar lo que queda del Estado. Usted dice que ya no existe tal comunidad, yo digo que sí. Usted habla de obsolescencia, pero creo que no sabe lo que esa palabra significa en verdad. Hoy más que nunca los frutos de mi estrategia prometen sacarnos de este caos. Mire, mi plan fue tan exitoso que los científicos se convirtieron en un gremio consciente de su papel subordinado a los intereses del país. Y por cierto que ahora mismo no tiene sentido hablar de países, pero bueno, es un decir, me refiero a cierta determinación geográfica, coherente, que podría sobrevivir en lo que la nueva maquinaria mundial termina de emerger. Debo insistir en lo obvio; en este inédito ámbito geográfico, la comunidad científica mexicana se aglutina en torno a poderosos intereses: los de su condición biológica. Ese es el gran fruto de mis ideas. Por eso, si garantizamos satisfacer con holgura sus necesidades básicas, prestos estarán a organizar las acciones para que con sus conocimientos, este caos adquiera un poco de orden. Créame, sólo necesitan un guía que sea a la vez, generoso proveedor. En eso mi experiencia es absoluta.” No hubo manera de interrumpirlo, estaba entusiasmado. Habló mucho, tal vez por efecto del vino, aunque no lo creo, pues sus acciones son cuidadosas y nunca se permite perder el control. Precisamente, del control, de su experiencia en ejercerlo, fue de lo que versó su monólogo. “Mire doctor, todo es cosa de adaptación. Selección Natural y supervivencia, qué ideas tan brillantes. Fíjese, a fines de los años setenta, nadie en la comunidad científica mexicana tomaba en serio el discurso de la globalización. Estaban enfrascados en investigaciones caras e ilusorias, las más de las veces improductivas, cuando no polémicas y francamente rebeldes. ¿Por qué? Simplemente por que no consideraban al entorno real. Los suyos eran trabajos centrados en sí mismos. Cada científico padecía un autismo que le hacía perder de vista su condición de miembro subordinado a las exigencias sociales. Esas exigencias aún no emergían con el vigor absoluto y claro de los años ochenta, pero ya estaban allí desde que comenzó nuestra vida “independiente”. Una palabra y un breve predicado las sintetiza: el mercado, su supremacía sobre las naciones. Yo y otros tuvimos la visión de aproximarnos a políticos talentosos, rarísimos ejemplares de una especie fundamentalmente idiota. Con ellos ideamos un plan a mediano pla30
Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
zo que debía cumplir objetivos precisos: convertir a los científicos en una comunidad consciente de su papel subordinado ante el estado, hacerlos miembros de un sector dispuesto a cooperar sin reparos con las nuevas y cambiantes metas de un mercado global, generar en ellos la convicción de ser empleados expertos al servicio de la sociedad, o sea, del gobierno, y al fin, extirpar la nociva influencia del pensamiento crítico, de la especulación filosófica, de la arrogante autosuficiencia que había empezado a adquirir el gremio, al creerse heredero de disciplinas que, en su miopía, consideraba independientes del poder político. Dese cuenta doctor: en esa imperdonable ceguera, no percibían cómo era que, precisamente ese poder, constituía el factor definitivo que garantizaba la estabilidad social indispensable para que la ciencia prosperara. La ilusión de su “independencia” los llevó muchas veces a patear el pesebre. Mal. Muy mal. Con la mayor brevedad esa situación debía corregirse. Pero tal cosa no iba a lograrse de manera directa. Uno de los puntos cruciales de nuestra acción se centró en las universidades públicas. Se habían convertido en centros conflictivos que lejos de preparar trabajadores expertos o científicos como los que requería el estado, formaban puñados de jóvenes ilusos e inconformes. Era indispensable neutralizar ese problema. Algunos brillantes compañeros tuvieron la idea de convertir la universidad pública en un núcleo capacitador de obreros calificados, que en el peor de los casos, sería una guardería sedante, un verdadero “silenciador de rebeldías”, como dijo algún rector por aquel entonces. Encabezados por él justamente, entre todos se encargaron de planear las acciones para lograr su propósito: programas de tutorías que trataran a los jóvenes como inválidos; eliminación de enfoques críticos, en fin, todos sabemos muy bien la historia. Nosotros tuvimos otra tarea. Reformar no a las universidades, sino al núcleo mismo de la comunidad científica. Así ideamos la institución que centralizaría todo el apoyo a la ciencia, enfatizando una igualdad que los filósofos se habían encargado de poner en duda: el hecho de que ciencia y tecnología son lo mismo. Todavía recuerdo las cansadas discusiones con los más tercos… que si la ciencia busca en lo desconocido y la tecnología sólo desarrolla lo conocido, que si la ciencia es crítica y la tecnología acrítica… pobres diablos, ¿no se daban cuenta que con sus argumentos sustentaban aún más lo que nosotros queríamos expresar? El poder no se puede dar el lujo de la crítica, mucho menos la pretensión ociosa de indagar en lo desconocido. La ciencia contemporánea sabe lo bastante como para llevar a la práctica, exitosamente, aquello que se conoce y ya: eso es tecnología. Si se quiere podríamos nombrar al gran escenario donde esto sucede como “mercado de la ciencia”, pues son las fuerzas del mercado las que dirigen cada decisión para que de la ciencia se desarrolle tal o cual técnica. En fin, la retórica es un arte que los filósofos modernos han despreciado; por Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
31
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
fortuna quienes buscan el poder con inteligencia, la cultivan y la aplican. Con retórica logramos el beneplácito de la mayoría y fundamos el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. El objetivo de incorporar a los científicos en su nuevo papel de empleados gubernamentales al servicio del mercado podía comenzar a cumplirse en orden, con una agenda programable, eficiente. Pero, ¿el Consejo sería capaz de extirpar la arrogancia del gremio? Eso requirió un poco de más ingenio, y como suele suceder, el ingenio surge del razonamiento simple. Científico, artista o filósofo, todo intelectual es un sencillo animal humano. Come y copula. ¿Para qué polemizar sobre aumentos en el presupuesto a “la ciencia”, así en general? Lo ideal sería optimizar los recursos, es más, no gastar ni un centavo adicional en muchos años. ¿Cómo? Muy simple, en vez de incrementar sueldos, de invertir en investigaciones arriesgadas, elaborar un gran Sistema Nacional de Investigadores, dentro del cual, los más productivos, los que mejor desempeñaran su papel de empleados expertos del estado y del mercado, recibieran dinero. Sexo, estatus, comida. El retorno a la inocencia. Y además, el ejercicio del egoísmo natural, de la lucha por la existencia y la supervivencia del más apto. En el mundo del mercado, el más apto es el que vende más, y si no, el que aparenta que vende más, el que especula con las promesas, en una palabra, el que comprende los principios que alientan la bolsa de valores, quintaesencia del mercado. El Sistema Nacional de Investigadores logró un efecto adicional, sembrar las semillas de un sano individualismo. No más ruidos filosóficos, no más ilusiones malsanas de ser descendientes de una genealogía insulsa, con héroes como Kant, Marx o Kepler. No más intentos arcaizantes para guardar recuerdos obsoletos en elefantes blancos como el Archivo Histórico de Simancas, en dispendiosas instituciones inútiles como el Archivo General de Indias. ¿Acaso la memoria infame de la conquista merece la pena de ser conservada? ¡Ni un peso para instituciones análogas en México! La verdadera filosofía es la filosofía del éxito, la filosofía de “el mejor”. El mejor es el que publica más, el que publica más es el que genera más dinero; de donde se deduce que no basta publicar, sino publicar en las revistas que son relevantes para el mercado de la ciencia. ¡Qué criterio más adecuado para medir esa productividad que el citation index!: minucioso registro del valor de cambio en los productos científicos más competitivos. El mejor es el que entrena más empleados expertos para generar más dinero y para publicar más. ¿Qué criterio más adecuado para medir ese índice que el número de postgraduados que se formaron en torno a un laboratorio productivo? Loosers, excluidos, aquellos que no entren al aro, con todo y sus doctorados, con todo y sus tristes y arrogantes alegatos. El mercado, el único dios verdadero de ateos y no ateos… bueno, en ese entonces. Ahora, no sé cual sea el nuevo dios, y como no hay por el momento ningún dios, 32
Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
eso no me importa, ni me preocupa. Sólo hay lugar para el entusiasmo de diseñar una nueva máquina. ¡La máquina ha muerto, que viva la máquina!.” Insisto, es tarde para lamentarse. Si ahora vivo esta situación es sólo por mi culpa. No puedo huir, estoy en su casa y tengo que dar, hoy mismo, una respuesta a sus insinuaciones. ¿Qué hago aquí? Una pregunta muy tonta. Lo conozco desde hace años y nadie sino yo fue quien incitó esta relación. Recurrí a él en busca de apoyo, luego de que el éxito en mis investigaciones me hiciera entrever las posibles dificultades a las que estaba por enfrentarme. Tras años de esfuerzo, al fin logré insertar secciones del genoma humano en DNA viral. Usé un procedimiento desarrollado años atrás en México, aunque claro, no debo ser falsamente modesto: mis propias aportaciones lo modificaron de tal modo que, por derecho propio, se puede hablar de una técnica nueva. El vehículo viral con el cual trabajé fue también alterado a partir de un stock inicial de retrovirus, factor que da un grado de dificultad mayor a lo que hice. No entraré aquí en los detalles que caracterizaron a mi ponencia de hace un año, pero en pocas palabras, con mi investigación pude obtener resultados exitosos en la recesión de tumores cancerosos en humanos. El mecanismo de cura es muy simple. Se inserta el virus sintético en el paciente. Ese virus ya ha sido enriquecido con una sección de DNA saludable, el cual, gracias a las modificaciones genéticas que realicé en el DNA viral, sustituye en cada célula enferma al DNA causante del cáncer. La estructura de la cápside del virus es la clave para que éste ataque únicamente a las células enfermas, generando además, una resistencia definitiva a posteriores brotes tumorales, ya que el virus queda en estado latente, activándose cada vez que aparece una célula enferma. Luego de la inoculación, el porcentaje de recesión en los pacientes con cáncer fue del 100%. La eficacia rotunda de mi trabajo fue su principal defecto, pues no consideré algo que la claridad cínica del anciano perverso jamás olvida: la supremacía de las leyes del mercado. Dado que las secuencias de genes saludables que usé habían sido registradas con derechos comerciales, mi técnica no podía llevarse a la práctica generalizada si no se pagaba la tasa correspondiente estipulada por la ley. Por eso acudí a él. Y fue él quien no sólo me impulsó a que presentara mis resultados en el Congreso de Genómica, sino que simultáneamente se dedicó a buscar patrocinadores para que con sus recursos, fuera posible salvar el obstáculo que ya he mencionado. Recuerdo sus palabras entusiastas: “Doctor, no sabe lo significativo que es para mí apadrinarlo en su presentación ante los mayores expertos del mundo, precisamente en Sevilla. Esa ciudad es un símbolo. Su pasado, origen de la arquitectura bellísima pero obsoleta que adorna sus calles, es ahora un capital inmenso para el turismo. Su tradición intelectual, sumida hasta hace muy poco en un conservadurismo medieval, ha tenido el coraje de darle la Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
33
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
cara al futuro. No es casual que ahora, en lugar de celebrar un congreso que rememore hechos de un pasado que se ha convertido en anécdota, que ya a nadie importa, en lugar de celebrar, le digo, un congreso de historia por ejemplo, se dé a la tarea de celebrar el congreso de genómica. Ni más ni menos. Sevilla pone los ojos en el futuro, y nuestro país, México, tendrá en usted a un vocero de ese futuro. Ni más ni menos”. A raíz de aquella ponencia tuve numerosas ofertas de diferentes industrias farmacéuticas, pero en todas ellas había un mismo requisito: que vendiera los derechos de mi técnica a la empresa. Curiosamente, el anciano perverso me sugirió que no cediera a ofrecimientos tan abusivos. Me dijo: “Doctor, deme un poco de tiempo, estoy negociando un ofrecimiento que será mucho mejor.” A los pocos días sobrevino la catástrofe. Mi laboratorio, ubicado en la Ciudad de Monterrey, fue expropiado por el nuevo gobierno y mi puesto se condicionó a oscuras cláusulas que me obligaban a ceder los derechos de todas mis investigaciones a la República de Texas. Ante mi negativa fui amenazado. De inmediato, sin siquiera solicitarlo, el anciano perverso acudió en mi auxilio. Gracias a misteriosos contactos, logró que mi familia saliera de Nuevo León rumbo a la Ciudad de México, luego, él personalmente, fue por mí con un grupo de guardias del gobierno texano, quienes garantizaron la salida de mi equipo, mis documentos y por supuesto, mi persona. En el avión, el anciano me indicó que para mayor seguridad iríamos a su casa, situada en un hermoso lugar del estado de Morelos. “Mire, las cosas, como ya lo sabe, no son nada fáciles. Hay una violencia casi incontrolable en las calles. El gobierno es apenas un nombre, pues no tiene el poder real para garantizar el orden. Me da pena decirlo, pero vivimos en medio del caos. Por eso llevé a su familia a mi propia casa en la Ciudad de México. Allí están totalmente seguros. Y a usted lo traje a Tepoztlán, pues, además de ser un lugar protegido y en el que nadie sospecha de su presencia, debo comentar con usted asuntos de vital importancia. Déjeme decirle que el futuro depende de lo que hagamos, usted, yo, la comunidad científica”. Esa fue su primer perorata para preparar el camino a lo que hoy he de decidir. Hace ya media hora que espero al militar que ha llevarme a la cita. ¿Qué resolveré? El anciano estableció muy bien sus propósitos: “No quiero darle la impresión de ser un viejo arrogante, pero tampoco puedo evitar enorgullecerme de poseer ciertas cualidades. Una de ellas es la intuición. La intuición, mesurada por el raciocinio, es un arma poderosa. Hace más de 30 años intuí la proximidad inevitable del mercado como pensamiento único, de su imperio global. Hoy que la contingencia ha roto el orden, mi intuición ya me ha preparado para entrever lo que podría ser la nueva dirección de la historia. Cuando Roche y Bayer le entregaron sus propuestas leoninas, 34
Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
yo me sonreí un poco. Tenía un As bajo la manga y estaba por mostrárselo cuando sobrevino lo que ya sabemos. Desde ese entonces yo ya tenía una oferta muy apropiada de quien menos se imagina: CHEIN”. Mi reacción fue más de enojo que de sorpresa. CHEIN (Chemical Enterpises Incorporarted) era una recién formada empresa china, sobre la que ya pesaban numerosas sospechas de actividades ilícitas, entre otras, la fabricación de exterminadoras armas biológicas. “Doctor, ¿a qué esa cara? No debe creer todo lo que se dice por ahí. Los chinos son astutos, no iban a meterse en proyectos tan burdos como la fabricación de armas de exterminio masivo… por favor… ellos son descendientes de una civilización en verdad antigua y poderosa. China ya era vieja en los viejos tiempos de Roma y desde entonces, en ella ha existido una continuidad de la que ningún país de occidente puede presumir. Desde hace años, los chinos vieron con desprecio la vulgaridad de los métodos que, para ejercer el poder, se aplicaban en occidente. De hecho, lo que más detestaron de Mao fue su extrema occidentalización, por eso decidieron purificar su obra social recuperando viejas tradiciones. Pero nosotros, en este hemisferio, sólo hemos empeorado. Vea lo que sucedió con el terrorismo. El remedio fue tan bárbaro como el mal. Si la gran promesa del mercado se vino abajo fue por la vulgaridad de nuestra cultura. Mire, los chinos se preparaban con paciencia para un cambio. Ahora, el cambio ha llegado del modo menos esperado, pero ellos, a diferencia de los demás, toman las cosas con alegría. Bien, por el momento no interesa hablar de esas sutilezas, lo que importa es lo que CHEIN me propuso, bueno, lo que en verdad le propone a usted a través mío”. Recuerdo la inquietud que me causaron esas palabras. Después de lo hablado durante la cena, no podía esperar sino algo tremendo. Caminamos hacia el jardín, luego, como hacía frío, el anciano entró al comedor y me sirvió una copa de cognac. Apenas acababa de servirse a sí mismo cuando reinició su monólogo. “Realmente la propuesta de CHEIN es su oportunidad de convertirse, para siempre, en un personaje de la historia. Será un embajador hacia el futuro. Hoy que estamos en medio de la nada, sin dios, sin máquina, usted podría ser un eje de la historia, un punto de partida. Mire, hasta en el centro de este caos persiste el fundamento de nuestra civilización: el mercado. Los chinos, desde hace años, se incorporaron a las reglas del pensamiento económico; pero no lo hicieron pasivamente, analizaron la raíz, la piedra de toque del enmarañado mecanismo. Sabiendo que el petróleo sustenta al 90% de la economía mundial, y ya que en su extenso territorio ese recurso escasea, dirigieron en secreto, por años, gran parte de su esfuerzo científico a la generación de hidrocarburos sintéticos. Explorando la biosíntesis bacteriana, accidentalmente dieron con una cepa extraordinariamente eficaz, no en la generación, sino en la degradación del Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
35
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
petróleo. El descubrimiento se guardó con gran discreción. Algunos militares pensaron que, de inyectarse tales bacterias en los pozos petroleros de occidente, se pondría en jaque a todas las grandes potencias, dejando el paso libre a un renovado poderío chino. Es obvio que tal acción era descabellada, pues además de plantear dificultades enormes en cuanto a la técnica de inoculación, ésta, de tener éxito, también les afectaría a ellos. Sin embargo, el proyecto no se desechó, sólo se dejó para mejor ocasión. El tiempo llegó. Cuando usted presentó su ponencia en Sevilla, a los científicos chinos se les ocurrió lo obvio: ¿por qué no aplicar la misma técnica, sustituyendo los genes humanos por genes de las bacterias degradadoras que ellos tenían? A eso se abocó CHEIN: construir una potencial y revolucionaria arma biológica. La información se filtró, pero todos la interpretaron mal. Los chinos no pensaban fabricar armas de aniquilación masiva, sólo armas de aniquilación económica. ¡Qué novedad! ¡qué genialidad!, ¿no le parece? En fin, no estamos ahora para expresar admiraciones entusiastas. Debo explicarle de una vez por todas lo que CHEIN me propuso para hacérselo extensivo a usted en aquella ocasión. Ya se lo he dicho, la idea genial de los chinos se topó con dificultades técnicas insalvables. La teoría no lleva directamente a la práctica. Necesitaban, muy a su pesar, del talento de un mexicano: usted. Se contactaron conmigo. No es necesario dar los detalles, en síntesis, ofrecían pagar todos los derechos requeridos para que iniciara, sin restricciones, las medidas con las cuales aplicar la terapia genómica que usted había inventado. Se comprometían a montarle un laboratorio, a respetar por completo sus derechos sobre el invento y sobre los subsecuentes avances que en ese laboratorio se lograran. A cambio, usted se comprometería a armar otro laboratorio paralelo en las instalaciones de CHEIN, con el objeto de desarrollar, también sin restricciones, cualquier potencial uso de su técnica en otras investigaciones de índole genética, ésta vez bajo la dirección y absolutos derechos de CHEIN. Su responsabilidad en tal proyecto se limitaría únicamente a la fase inicial, quedando después al margen de toda decisión. En aquella oportunidad, claro, no mostraron su juego abiertamente. Yo sospeché, aunque no estaba seguro de qué se traían entre manos. Pero luego, cuando este pequeño Apocalipsis nos alcanzó, hablaron rápido y claro”. No era necesario explicar más. Los chinos pedían aplicar mis habilidades para lograr que un virus portador de los genes de bacterias degradadoras infestara los pozos petroleros. Sólo se requerían unos cuantos organismos infectados: el resto lo harían las propias poblaciones bacterianas del subsuelo, que pasarían de ser escasas e inocuas, a inmensos focos de contagio. El anciano me miró. Vio en mis ojos que había comprendido. Sonriendo, se me acercó y palmeándome la espalda dijo: “¿Y bien, qué dice? 36
Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
Deme su respuesta dentro de dos días, cuando estén aquí los representantes de CHEIN. Mire, el personal que estaría a su cargo será elegido entre miembros distinguidos de la comunidad científica mexicana. Claro, tendrá que admitir a un buen número de investigadores de CHEIN, pero ellos estarán siempre subordinados a sus instrucciones. ¿Lo ve? Aún en medio de este caos, gracias a mi intervención, en México podrá continuarse haciendo ciencia de primerísimo nivel. ¿Qué país “subdesarrollado” puede ufanarse, hoy día, de un lujo tan extremo? Pero no sólo eso, la comunidad científica mexicana, esa que usted creía inexistente, jugará un papel central en el nuevo mundo que está por nacer. Y fíjese bien, cuando Texas se anexe Tamaulipas –algo inevitable y muy próximo–, en los ricos pozos de Tampico habrá una sorpresa que usted, ni más ni menos, les regalará. ¡Qué magnífica Némesis! ¿No le parece hermoso?”. ****** Al fin, vinieron por mí. No tardé mucho en mi charla con el anciano y los representantes de CHEIN. He tomado una decisión. Es cierto, el mundo ya cambió. Qué tanto importarán mis actos para generar algo nuevo, no lo sé. Si los chinos tienen éxito, en muy poco tiempo la estructura de la civilización actual se derrumbará. Será algo amargamente rápido, más radical aún que la caída de EEUU. No sé qué haremos sin el petróleo. ¿Cómo se transportarán las gentes, los alimentos, las tropas? ¿de dónde se obtendrá la energía que exige la voracidad del consumo y el mercado? ¿qué sucederá con la información? Sin computadoras –pues sin energía éstas no funcionan– ¿dónde quedará nuestra memoria? Si desaparece ¿cómo podría ser ésta un objeto del mercado? ¿acaso sobrevivirá el mercado? Sí, la palabra clave es obsolescencia. El mundo como un inmenso edificio inútil. Ahora mismo evoco la imagen que me sugirió el anciano: el Archivo General de Indias, ya transformado en un fantasma vacío, devorado por el olvido. La enfermedad de nuestra memoria no tiene remedio. Algo han de tener planeado los chinos. La disciplina con la que han dominado a su pueblo muy pronto será nuestra cotidianidad. Sí, estoy de acuerdo con el anciano perverso: el caos que hoy mismo padecemos es apenas “un pequeño Apocalipsis”. El verdadero está por llegar y tal vez, yo sea uno de sus jinetes. Es curioso pero ahora que he tomado la decisión, el anciano perverso me parece infinitamente pequeño. Miserable. Es un pobre hombre, un simple instrumento al servicio de una estructura acéfala, que al fin, ha muerto. Cuando “la máquina” (como le llamaba) era poderosa, llena de vida, su mente, su cuerpo, estaban al servicio de ese dios idiota. Pero ahora, él sigue Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
37
ESCRITOR QUERETANO: JUAN MANUEL MALDA
siendo esclavo del mismo dios. Un dios no sólo idiota sino muerto. Un dios al que, tal vez, también yo adore. Cuánta razón tuvo en citar a Hanna Arendt: la banalidad del mal. Tan banal como él, tan banal como yo. Tan banal como el mundo que está a punto de nacer: entre otras cosas, un mundo sin memoria.
38
Biblioteca Digital de Escritores Queretanos