ROBERTO CUEVAS SOBRE EL ESCRITOR Roberto Cuevas (México, D. F., 1957) Escritor, de un número breve de obras breves; narrador oral escénico y productor de radio. Hasta hace poco tiempo creía que hay una forma correcta de hablar y escribir el español; ahora cree saber que hay formas más adecuadas que otras según la situación, y se dedica a enseñarlo, pues se le hizo difícil renunciar a andar de criticón de quienes se expresan sin esmero. Premio Nacional de Radio, al mejor guión original, por el programa La linterna mágica (Radio Universidad Veracruzana), en 1983. Premio Iberoamericano Chamán-Ciudad de México, de Narración Oral Escénica, en 1997. Ganador en dos ocasiones del Premio Alejandrina, en 2000, por el cuento El sueño de las monedas de Adoración Arcángel, y en 2004 por el poemario Donde el amor tuvo sus jaulas llenas. Docente del Seminario de Creación Literaria del Instituto Queretano para la Cultura y las Artes.
ÍNDICE
Un viento que pasa [Fragmentos del libro] Como una tarde que ha dejado de pensar en la muerte [Fragmentos del libro] Sueño inaugural [Fragmentos del libro] Velia tiene las llaves de la luz [Fragmentos del libro]
El contenido de estos textos es propiedad y responsabilidad del autor, Par Tres Editores, S.A. de C.V. transmite estos textos de manera gratuita a través de su proyecto de difusión cultural y literaria denominada Biblioteca Digital de Escritores Queretanos. Los autores han seleccionado sus textos para permanecer en dicha biblioteca para su uso única y exclusivamente como difusión literaria, por lo que se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito del autor, quien es el titular de los derechos patrimoniales de los mismos.
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UN VIENTO QUE PASA [Fragmentos del libro] Jalapa [1980-1984]
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Pensando en ti A veces los diarios me aburren Con sus cosas que no dicen Y sus atrocidades que no callan Entonces mejor me pongo A no hacer nada o casi O lo hago todo o casi O me voy calle abajo fumando O me tiro en un prado boca arriba Y no pienso mรกs en la renta Ni en la quincena que viene Y entonces mejor me hago un barquito De papel con el periรณdico Y me voy por el arroyo pensando en ti
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Viento Qué ganas de agarrar al viento por las trenzas! Qué ganas de ser las trenzas del viento!
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“a una que pasa” Mirarte caminar; Dejar pasar el viento Lleno de noche: tu cabello. Mirarte cruzar El oscuro espejo Y dejar que tu mirada vague En pos de alguna estrella Mirarte pasar Como un río de sueños A lo largo y lo ancho De la noche, A lo largo y lo ancho De mi nostalgia nocturna. Mirarte caminar; Respirar tu indiferencia Y reunir el valor suficiente Para saberte un viento que pasa.
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COMO UNA TARDE QUE HA DEJADO DE PENSAR EN LA MUERTE [Fragmentos del libro] Ciudad de México [1985 – 1986]
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(...como una tarde que ha dejado de pensar en la muerte...) para teresa vicencio Tus hombros contienen la divisa del horizonte que sueño, la blanca sábana con que cubro mi pavor para poder dormir. La sonrisa de la luna es el sello que el tiempo ha tatuado en mi frente. Como una rebanada de conjuros que presencian una función de teatro, como una tempestad de pregones sigilosos, la noche transita por la alameda del recuerdo. Tu mirada se prende de la luz como una gota de rocío que se condensa en una canción que nos hace llorar. Una gota de candente ternura nos incendia el bosque de la memoria. Un sol mutilado y gimiente reconoce en el viento a su hijo, ahogado de luceros. Tus ojos son el molde en que han fraguado crepúsculos que la tarde no recuerda pero adivina, peces de incienso que el silencio lleva en la mano como un estandarte de hojas secas, soles ignorados pero gladiolos. Una marea de búfalos de mármol sacude las ramas entumidas de la noche. Una flor de arena abre los ojos a la impudicia, obliga al mundo a despertarse 8
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ronco animal, como el trueno entre la lluvia. Permite que la luz florezca en el algodón turbio del desamparo. Atiza las voces del fuego en que arde el alba. El tunante que se regocija en mantener a raya la esperanza ha usurpado la máscara de agua del destino. No obstante, los salmones emigran a otros bosques: abrevan en el cielo que cruzan embarcaciones sin nombre. A veces, uno quisiera mirar el otro lado del horizonte atisbar el lado oscuro de los recuerdos, la mirada ciega de la luna, los otros ojos de la aurora, el páramo que cruza la noche como las comarcas intérminas de un país encantado. Uno quisiera otear la hora en que zarpan las aves incrédulas. Uno imagina que el sol, en baldaquín de agosto, ataviado con tarde naolinqueña y sombrero de día de muertos, bajará hasta nuestra mesa, que comerá de nuestro cielo y beberá de nuestro vino: que beberemos con la luna y con las gaviotas el vino azul de la esperanza, que beberemos el vino del sol en la copa de cristal anaranjado del ocaso. Uno imagina un festín de naipes dulces y jacarandas. Comeremos las uvas de copal que la tarde guarda en su delantal de niebla. Uno quisiera asomarse por algún balcón del atardecer, asomarse sobre unos hombros que Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
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(en el abrazo) nos ponen el horizonte al alcance de un beso. Un lucero inaugura el baile; como una música tenue y plagada de mariposas. El viento lleva de la mano a la tristeza, como a un niño malcriado que ha afrentado a la aurora. A veces, uno quisiera abrazarse a un sueño, como a una tabla que naufraga a merced de las inclemencias de la pesadilla más hosca. Uno quisiera mirar sobre sus hombros, descubrir los ritos que gesticulan frases de rencor en el fondo nocturno del silencio más tenue, los misterios que se debaten y boquean como peces lúdicos y ebrios, que saltan desde los dedos de la esperanza. La noche cunde por el viento de tu cabello. Tu sonrisa atraca en mi horizonte como una tarde que ha dejado de pensar en la muerte.
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(...nudo de incendios...) la plegaria como un nudo de sangre se extiende por la memoria incendiando las horas de papel como la inĂştil mirada del ahorcado las manos buscan mirar cara a cara al viento en todas las esquinas de la angustia una mĂĄscara se cae rueda repta rodando cayendo con un ruido de mil soles aplastados estrangulados por las manos furiosas de un ciego la noche es un incendio de obsidiana que hace un nudo en el viento sucumbe bajo el peso de una mirada aciaga se cae rueda reptando incendiĂĄndose en la hora en que zarpan infelices auroras como una plegaria atorada en el viento la noche de obsidiana se incendia rodando reptando cayendo hasta un amanecer sin orillas Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
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incendio de noche noche incendiada y atroz noche incendiando la atroz hora de obsidiana la sangre es una plegaria que rueda cayendo reptando incendiaria por los nudos del viento pájaros heridos cruzan las horas nocturnas de papel incendiado viento de pedernal en las horas que la memoria desgarra obsidiana atroz que incendia la noche noche de obsidiana e incendio la angustia sopla un viento de reyerta cunde en la faz incendiada de la tarde en los ojos del sueño que no pudimos contar el viento como una plegaria incendiada en la garganta avasalla la hora en que la luna de obsidiana cae rodando como una moneda de sangre inmisericorde como una lluvia de aves nocturnas de aves incendiadas de plumajes incendiados desgarrado incendio atroz reyerta del viento y la memoria la noche se incendia como un rencor desnudo que recorre el mar en que ha tenido su señorío el dolor como un viento de golondrinas que han perdido el rumbo el viento es una plegaria atorada en la garganta de la tarde horas de papel horas nocturnas de papel incendiario 12
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papel de horas nocturnas obsidiana de papel la memoria se pierde entre el plumaje incendiado de la aurora el recuerdo es un sol de pedernal que cae crepuscular incendio en las horas de papel abrazadas por la angustia sangre incendiada como un nudo en la garganta garganta que una plegaria de obsidiana incendia el viento arrastra con su escoba aves de plumaje crepuscular en sus trenzas lleva pedernales incendiados cunde la rabia en los ojos abiertos como bocas al asombro cunde un viento de represalia ahí donde la amargura ha barbechado un mar de incendios la plegaria como un nudo del viento se extiende por la tarde incendiando la memoria agua incendiada por la mirada aciaga del zopilote mirada incendiada de un ave de obsidiana la noche es el mar que surcan infaustos presagios la mar es un espejo en que se mira perpleja la luna la alarma cruza las habitaciones más oscuras como una plegaria incendiaria que el viento pregona cae rodando repta cayendo como un sol desinflado por la razón más tonta Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
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se propaga como la peste más tersa viento incendiando la aurora aurora incendiándose en la faz del viento amanece el día con una parvada de presagios atorada en la garganta
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(...ojos de gato azul...) para maliyel y domingo La anciana camina embozada por las calles y fresnos de mi ciudad. Camina con su capa gris y su cabello cano; se detiene, medita, lame las paredes hĂşmedas de mi ciudad. Recoge murmullos y masca las hojas secas de un poema. Va calle abajo, entristeciendo la tarde, alucinando la jacaranda. Se hace piedra, se hace sueĂąo, triste golondrina bajo el cielo violeta de mi ciudad. La neblina, envejecida y embozada, deposita caricias en el cuello de las araucarias. Arrastra silentes cadenas. Un gato la presiente. Y la busca en el fondo dormido de sus ojos azules de gato dormido y azul.
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SUEÑO INAUGURAL [Fragmentos del libro] Santiago de Querétaro [1987 – 1997]
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Sueño inaugural para emma peón Soñar es un acto inaugural, un juego de naipes donde el musgo desempolva una estrella; un deseo sin rumbo fijo; un desván lleno de juguetes donde recobran la paz los días azules, los días antiguos, los días felices como barquitos de papel. En el sueño, como en la hierba más alta y hospitalaria, el recuerdo tritura los dedos del infinito y la tarde oye los pasos del viento que bate los postigos. Arriban a la plaza colibríes ebrios de gozo; raptan princesas núbiles los astros confusos. Cuando un ángel sueña, sabe que el viento pone su sueño en cama blanda. Cuando un ángel se duerme para pensar en ti (que lo inventas con la mirada) nada nos atormenta, ni la furia de lo cotidiano, ni el diluvio del terror, ni la muerte desatada en oscuras calles, ni la felicidad como una plegaria atorada en la garganta de la tarde. Nada ha de perturbar lo que la luna sueña, Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
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ni el secuestro del tiempo, ni la tormenta que acecha en la duda, ni el silencio que la tenaz mirada deshoja. Un ángel sueña con el crepúsculo. Nada detiene ese paraíso a manos llenas que se ha puesto a pensar en ti.
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No navegamos el río El tiempo es una máquina invisible que no cesa de triturarnos, engranaje que se devora a sí mismo. Los minutos son esquirlas de nuestro miedo y los segundos carne molida de nuestras almas. No navegamos el río; estamos solitarios, indefensos, virtuales estatuas superpuestas, árboles muertos de una ciudad que vive esplendor y ruina al mismo tiempo. No podemos huir sin permanecer fieles a la servidumbre de nuestras alas impotentes. La memoria busca refugio en un fondo cenagoso, como un pez esquivo, como una moneda de oro, como una carta de amor olvidada: barco encallado, canción triste sitiada en el desierto. Como el humo de un cigarro, la memoria toma la forma de la nada.
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Las barbas de Vidamarga El tedio untuoso del ocaso, el sol de agua que un mosco agita en el espejo claro del lebrillo y el humo alado de sus cigarros alas miran a mi abuelo encorvado, delantal vencido por el peso, como una esfinge de papel de china que bebe la sombra del paso del tiempo. Pero es su mirada el papalote. Sus barbas: tristes trigales fatigados, campos de heno, distancias de nada, sabor hueco de manzana mordida apenas. Menuda yerba dorada, entremezclada de blando y güero, enmarca sus ojos grises, de zapatero, zapatero a tus zapatos, Papapancho Vidamarga. Ojos que miran por encima de sus gafas –discos de agua limpia y sueños. Grises, con el gris de cielo del océano, de la tarde que se cierne sobre el cerro, los ojos de mi abuelo, Papapancho Vidamarga. Afanosas, buscándole la forma al cuero, sus manos con la chaveta van y vienen por el humo extraño del recuerdo. Ásperas como el gusto del café, tiesas, crecidas a medias al modo de la yerba quemada del invierno, las barbas de Vidamarga. ¡Amargo césped vivo, la barba de Vidamarga!
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Mamalinda Como barco sonámbulo cruzabas, abuela, los perplejos aposentos donde el primer azoro fue mi reino, donde el reloj de péndulo marcaba el flujo semilento de las horas. Mundo en que los tiliches y trebejos me tatuaban el nombre de las tardes de neblina y granizo, de cristales nublados por la voz de la llovizna. Las aldabas persisten en nombrarte. El olor de orégano me asalta en todos los zaguanes donde sueño. Como barco sonámbulo surcabas, abuela, los perplejos aposentos; cruzabas como aquel barco cargado, cargado de...
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Rebelión de la memoria Vienen desde lejos voces abismadas. Las horas temen las represalias del musgo, entretejen los minutos la densidad del llanto. Tiempo arriba, por la ribera de los sueños, los gemidos se condensan en una risa inerte. ¿A qué rebelión alude la memoria? ¿En qué silencio se fermentan los recuerdos? ¿En qué distancia, en cuál aurora se desgranan los minutos que custodian la niebla? Si no la luz, es la penumbra el sitio donde emergen los ritos, las historias silenciosas que las velas no callan, las canciones derretidas del cirio, las blasfemias que resguardan las veladoras. Huyen los gemidos que la tarde no recuerda, los peldaños de la memoria por donde asciende la duda. La sinuosa espalda de la añoranza triunfa sobre la muerte. Descorro los telones que abruman mi nostalgia y veo allá, a lo lejos, un mar de noches, un abismo, una soledad donde el musgo es el reproche que no conozco.
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Poemas de lluvia Alguien escribe poemas a la lluvia en los cristales, Adentro, la voz de mi abuelo es como una fogata encendida toda la noche: brasas prendidas a la solapa del sueño, luna de octubre, candelabros descansando en el pretil de la ventana. Un gato desconfiado nos mira, las palomas dormitan en la frente de la tarde y un eco de campanas sordas viene de lejos, como mensajes secretos de la niebla. El tiempo se detiene para mirar pasar la muerte, como la sombra de un gato que acecha el reflejo de los vivos en los cristales ahumados de la madrugada. Qué es el silencio, sino la carne viva de los días, piedras trituradas por la marea en el fondo de la eternidad, aldabas golpeando en la aurora, gritos de auxilio que la noche desoye, mientras en algún sitio los árboles alzan parvadas de pájaros atolondrados, como plumeros para limpiar el hollín de la tristeza. Alguien escribe a máquina poemas de granizo en las ventanas. Adentro, la voz de la memoria es como un buque sonámbulo y a la deriva.
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La casa de mi abuela Mar de ramas y pájaros: el otoño lanza su mirada como una red de sombras y luces al patio adormecido en el ocaso. El humo espesa los tejavanes, humo del hogar, paredes de lámina oxidada: clavo, corcholata y cartón; muros que el polvo levanta en la penumbra y el sol lame como una enredadera. Un gato de tizne cruza el fogón. Los gallos dudan en la casa vecina. Los tordos saben algo y se van; son ellos los que al cielo arrastran.
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Los muertos tienen retorno Un día supimos que los muertos no duermen, que va en serio el color de neblina de su mirada. Supimos que sólo vagan de tumba en tumba, que son como barcos que no logran zarpar, que sus días y sus noches se mezclan en lo eterno. Las puertas del camposanto adiestran a las sombras para que ahuyenten a las mareas gozosas de los recuerdos. Siglos enteros con sus tempestades amotinadas aguardan el arribo de ahogados y suicidas, el desfile de occisos y hombres y mujeres despechados. Nonatos, monjas decapitadas, espejismos que la memoria no logra descifrar. El musgo del sinsentido se agolpa sobre lápidas donde la lluvia ha marchitado promesas, donde el sol ha desenterrado los gusanos del remordimiento. Panteón, sitio para ser visitado el dos de noviembre. El del pueblo de mi padre y de mi abuelo, aquel donde la mitad de mi estirpe despeña sueños por los acantilados de la angustia, de la desesperación por haber olvidado la sonrisa de un jueves, la forma correcta de orar, la plegaria que tenga forma de capullo... Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
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El panteón del pueblo de mi padre y de mi abuelo es un mar de cruces como gavias deshojadas, bahía de barcos silenciosos. Triste campo de árboles sin historia y sin pájaros. En el pueblo de mi padre, un día supimos que los altares no están vacíos, que las veladoras, como flores de fuego, tienen la forma del asombro, que las botellas de tequila, que los cigarros alas, que el pan de muertos y los dulces de jamoncillo, un día se fueron con gente viva por la calzada oscura donde los muertos duermen.
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Canción de amor Sueño endeble, a veces suicida ternura, el amor sucumbe bajo el peso de astros apagados. Débil y hermoso, frágil y desnudo, como un pájaro que la luna ignora, el amor se acurruca en el pecho de una muchacha solitaria. Lanza de cristal, arpa de helechos, viento que levanta la hojarasca gris de un día lluvioso, el pájaro silencioso del amor, el callado pájaro nocturno del amor, el ave ensimismada de dicha y de piedra del amor, levanta en vilo al misterio, se yergue en la noche prevista por el rito. Cruza como una luz tibia del amanecer la puerta y en el pecho de la muchacha un sol quemante y empenachado canta la inmensa, la interminable, la endeble y tímida canción de amor.
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Canción de amor II A falta de otro nombre, le pusimos amor. Luego lo bautizamos de otras maneras, con palabras que se cosechan cualquier día, que se encuentran en cualquier cajón, al otro lado de las puertas cotidianas, en el desván donde la tarde guarda sus reliquias de pájaros y sombras; lo llamamos ir al cine, viento de jacarandas, navegación a través de bosques, surcar las vetas de ámbar del crepúsculo, silencio, clepsidra, irse de pinta, olvido. Estaba con nosotros como lo estaban las araucarias y los álamos, como un dios acurrucado entre nosotros, como una noche con sonrisa de gato y los ojos al revés. A veces se me perdió en el bolsillo del pantalón, donde guardaba las canicas de la niebla, cuando la pelota, como un mundo de cuero, botaba en el cemento de la calle, en la tierra del lote baldío, entre las piedras que guardan la inocencia de los prados, entre los pies de la palomilla, saltando alto en forma de moneda lanzada al aire para decidir el saque. Lo recuperaba después, la tarde de los domingos, lo volvía a poner entre sus manos como una promesa no dicha. Bajo el farol de la esquina, lo vimos competir con las cometas, gastar las horas como un gis para escribir las letras de canciones cantadas a susurros.
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Perro mojado Una vez fui el otro. Una vez fui ese otro, el odiado, el que nunca quise. Fui el de los ojos vacíos como el amor de los vencidos. Fui el de las manos sin muchachas y palabras llenas de deseo. Fui el ebrio que comía estrellas recargado en el poste que sostiene a la noche, deambular de la lluvia por calles desiertas, perro mojado acurrucándose en la madrugada. El crepúsculo fue mi alimento. sabía a lodo pegado a los zapatos, a cama vacía, a timbres de teléfonos afónicos. Las cantinas de barrio fueron los santuarios en que se desangró mi plegaria. Un día fui el que no tuvo un centavo para otro trago, al que no le quedó más remedio que emborracharse con rebanadas de luna entre los arroyos del amanecer.
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Menos que el polvo ¿Cómo habitar los recuerdos si su rostro se deshace en la bruma? Se desgranan los nombres como una catarata de delirios. Hubo una aurora. Sé que hubo una aurora en el lugar donde ahora se erige el ocaso. Témpanos de silencio, espesos como adioses, traslúcidos como los ojos de la muchacha que en el metro no pudimos abrazar, ásperos como la fecha del último abrazo. Sé que hubo un sitio donde el perdón se hizo presente. Sé que hubo juegos cuyas reglas jamás comprendí, cuentos cuyo argumento nunca me quedó claro del mismo modo que un rayo en la tormenta nos toma por sorpresa. Sé que hubo luces efímeras como el relámpago, voces que comprendí sólo cuando fueron silencio. Sé que hubo pájaros encallados en la tarde, playas que el oleaje mudó mientras dormíamos. Sé que hizo mucho viento durante las breves horas del amor, que los cocuyos jamás apagaron sus faros. Muchas veces perdí los trenes que debí abordar. Mis pasos se perdieron en la piel de ceniza de amaneceres quejumbrosos como árboles de otoño. Sé que nunca estuve ahí cuando mis anhelos cobraban cuerpo; estaba en la calle, con un vaso de burro con anís en las manos. ¿Cómo perdonarme estos recuerdos? ¿Cómo navegar sensaciones que son polvo de un cadáver que es menos que el polvo?
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VELIA TIENE LAS LLAVES DE LA LUZ [Fragmentos del libro] Santiago de Querétaro [1998 – 2004]
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Las sombras de la aurora El Sombras, con su aullido de galaxia, despierta otros ladridos en la noche; el viento le revela los secretos, las rutas de la ofrenda, las flores del instinto, cautivos en las hembras que se ocultan atrás de los cristales de la aurora. Fidencio clava a fondo la mirada en todos los rincones de la angustia; sus ojos son dos ascuas que se extinguen, luceros de cenizas, espejos de las brumas; aunque, ávidos, espulgan en el vientre de todas esas sombras que se agitan atrás de los cristales de la aurora. Madrugadas de cal, de yeso y de basura, caminos que conducen a la nada: paredes de silencio los rodean. La luz de las estrellas se hace brisa que lame las heridas que ambos llevan. El Sombras se detiene y olisquea las manchas en las bardas y los astros; Fidencio va de frente hasta la esquina, arando con su pierna viejos surcos; la sombra gris de El Sombras se le aparta. El perro juguetea con la luna; parece sostenerla en el hocico y salta por encima de su rueda. Se vuelven a reunir más adelante, se miran y del mundo son los dueños. Mendrugos de quebranto han compartido, estrellas vacilantes, piedras romas. 32
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Como aves que se pierden en la bruma, Fidencio con El Sombras, El Sombras con Fidencio, son una misma lĂĄmpara en la calle. El Sombras y Fidencio ni se miran; les basta compartir el mismo viento, la misma oscuridad, un solo amanecer, idĂŠntico dolor y desamparo, la misma aurora turbia en que descubren que es una misma sombra la que pisan.
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Rastro de la voz Octavio Paz, in memoriam Las alas de tu voz –alas de pájaro detenido en el aire para siempre, de pájaro de plumas de palabras: ave mortal y espesa, nave de agua– sostienen la memoria en el abismo, río por el que te escapas sin nunca irte, mar en el que no puedes naufragar sin que la humanidad zozobre un poco en tu naufragio. Te vas, mas permaneces en nosotros. Te ocultas, pero el eco de tus pasos, tus palabras, tu voz de agua y de fuego, la huella de tus pasos como rastro de sangre en las palabras que nos dejas, delata tu presencia entre los vivos. (20 de abril de 1998)
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Jalapeña para nadine La muchacha desciende por la calle de Lucio con la tarde en sus hombros; y en sus ojos abiertos puede caer la noche, como cuando una mano se posa en los cabellos e intenta una caricia. La muchacha camina por la calle de Enríquez, como si caminara por los rayos del sol. Se dirige al café, mientras lleva en las manos la rosa regalada por alguien de sus sueños. Junto a ella, la gente va rumbo a sus casas. Nadie sabe el milagro; nadie mira su rosa. Por la calle de Lucio ha pasado mi prima. Por la calle de Enríquez va camino al café. Cuando dobla la esquina, va cruzando la niebla; una rosa en su mano da calor a su pecho. (10 de agosto de 1999)
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Una luz más tolerable Ya no quisiera amarte tanto, ni pasar por las mismas calles que tú ensucias con gestos pulcros, como si no supieras nada de las miradas que quebrantas con la luz de esos gestos amplios como alas de un pájaro azul que se confunde con el cielo; ni por los parques de neblina que tus pasos han ensuciado con su impecable transparencia, inmaculados pasos blancos como la noche... si la noche fuera blanca, como tus pasos. Ya no quiero más tus miradas inocentes y luminosas, ni que ensucies de luz mis calles cuando pasas sin detenerte, cuando pasas sin enterarte del polvo y su realidad. Tanta luz, tanto sol ensucian el mundo. Ten piedad de mí y recoge todas tus luces, que no encajan en las tinieblas donde habitamos los mortales. Ya no atentes contra la vida, de pensamientos sucios, pero elegidos entre las sombras y las luces, entre lo insípido de la virtud y los fulgores terrenales de la avaricia por la carne, y sitios oscuros donde el canto de los borrachos 36
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y los rezos de las rameras son una luz mรกs tolerable.
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El ave más hermosa y más ave del paraíso Una imagen del paraíso, una imagen del ave más hermosa del paraíso, una imagen del vuelo del ave más hermosa y más ave del paraíso... Ese pájaro de tus manos, esas alas flexibles de tus brazos y esas plumas tan dúctiles de tu gesto que emprende otros vuelos, más ágiles, de tus hombros como agua que se espesa y, no obstante, no pierde su fluidez, ni pierde la redonda transparencia donde buscan los peces las verdades de siempre. Esa imagen de los crepúsculos, por donde buscan las palomas las pequeñas verdades cotidianas, y los árboles los ritos de la lluvia, y las nubes la luz de tu mirada. Es tu cuerpo el que se ha elevado por encima del estupor; ha llenado de cúpulas la tarde y estragado las fuentes del olvido. Esa imagen del paraíso... Esa imagen del ave más hermosa del paraíso... Esa imagen del ave más hermosa y más ave del paraíso...
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Tenemos tantas cosas que decirnos Tenemos tantas cosas que decirnos el tiempo es esta nube tan pequeña, tan frágil, con frecuencia detenida y a punto de romperse... Tenemos esta flor en nuestras manos y es nuestra, de nosotros, de dos que se encontraron. Aquí tenemos ya la primavera; el cielo se ha posado en tu mirada y en la forma que tienes de dejar que las aves emprendan su retorno; la aurora, en tu manera de mirar y no mirar, la cristalina forma que tu mirada tiene de perderse en busca de tal vez otras comarcas y, tal vez, otros mares y otros cielos; esa forma de ave de tus pasos, y esas luces que pasas encendiendo con las manos repletas de otras luces. Aquí tenemos ya la primavera, aquí la flor, la nube, y el tiempo de decirnos tantas cosas.
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Lo bueno de la lluvia en tu cumpleaños Hay estrellas desviándose del rumbo y orillando a la aurora hacia otros sitios; pero tú estás aquí, y septiembre es un mes de dos colores, como todo en la vida. Con las lluvias de este año hemos crecido y hay manchones recientes en los muros. Lo importante es tenerte entre mis brazos, tachar el calendario en ciertas fechas y hacer como si el tiempo no pasara, aunque haya alarma en todas esas nubes que espesan el color de algunas tardes. (20 de septiembre de 2001)
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Hay días en que el camino es cuesta arriba y una sonrisa tuya me lo allana; entonces todo es fácil, o así me lo parece, como si hubiera pájaros con rumbo definido y hubiera siempre pájaros. Lo bueno es que tus manos y tus ojos, y el largo gesto curvo con que amparas nuestras vidas, están siempre presentes. Hay naves que zarparon desde marzo y encuentran en otoño el viento más propicio. Lo bueno de la lluvia es cobijarnos bajo un mismo tejado; lo bueno de las manchas en los muros es que dicen tu nombre este septiembre.
(20 de septiembre de 2001)
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Allí donde has pisado crece un dios Hay algo en tus pezones que me habla de la luz, que me dice en secreto cosas limpias, como el pregón de estaño de la luna; hay algo en tus pezones como el látigo, y algo brillante y terso, como el rumbo sin tregua del deseo. Allí donde has pisado crece un dios y se doblega el polvo de lo eterno. Hay algo en tus caderas que mide la distancia como se mide el cielo, a simple vista, como si hiciera falta dejar pasar las horas antes de penetrar los aposentos donde la aurora ha consumado el rito y los astros derraman, como un néctar, su luz. Hay algo en tus caderas que confluye hacia el sitio sagrado de tu vientre, donde un fuego se yergue y nos contempla. Allí por donde pasas, pasa un dios con las antorchas encendidas siempre, con candelas eternas, con candelas de amor para poner la luna en otro sitio. En tus muslos hay algo sideral, una canción azul, y en tus pies esa forma de la vida que aparece después de la tormenta. Hay algo en tu cintura... En tu cintura... que parece que arriban olas nuevas a una costa infinita en que la arena ha formado la imagen de una diosa. Allí por donde vas caminan los luceros, y algo que se desprende de la noche inaugura los ritos de la aurora. Hay algo en esa luz, en tus pezones, 42
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ESCRITOR QUERETANO: ROBERTO CUEVAS
en la forma que tienes de acercarte a mi cuerpo con el cielo amarrado a tu cintura, con las trenzas del viento entre las manos... algo donde los astros se desangran y derraman su sangre silenciosa. Cuando vas por los rumbos de la luz, esa luz se desprende de tus pasos y es ese algo que encuentro en tus pezones.
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ESCRITOR QUERETANO: ROBERTO CUEVAS
Velia tiene las llaves de la luz Velia tiene las llaves de la luz; es ella quien enciende los faroles en mi pecho, y enciende la fogata de mis días. No importa lo nublado que esté el cielo, sus manos lo despejan y erigen un altar para la vida: esta vida que empieza en sus caderas y sigue por su forma de mirar, como si hubiera signos de fatiga en la tristeza, como si con alas de espuma los presagios abrevaran en la hora más alta del recuerdo; esta vida que empieza al amanecer, cuando Velia la estrecha entre sus senos como a un recién nacido de la aurora. Velia tiene esa rara habilidad de detener el curso de las aves, convertir el silencio en una música y hacer más transparentes las palabras. Ella lleva en sus manos los braseros y, en sus hombros, la luz ha colocado, como un gesto de Dios cuando oye un rezo, los contornos del tiempo en las alturas.
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