ROBERTO DELGADO RÍOS SOBRE EL ESCRITOR Roberto Delgado nació en Querétaro, Querétaro en 1978. Definido como novelista, ha publicado las obras El Triunfo de los Otros en 2009 con la cual se presentó en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y Sólo lo Sabe la Luna en 2012, Generación Invisible, Par Tres Editores 2016 y La trampa de la ilusión, Pangrama, Nuevas Voces, 2018. Abogado de profesión y candidato a Doctor en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid, también es columnista semanal desde 2005 del periódico Capital Querétaro con cerca de quinientas colaboraciones publicadas en materia cultural y literaria. De igual forma, se ha interesado en la dramaturgia mediante una obra inédita que será montada en 2016. Roberto Delgado es un narrador joven quien ha venido a reposicionar la tendencia de los escritores queretanos que básicamente se han centrado en la poesía. Una pluma que promete abrirse paso en la literatura mexicana.
ÍNDICE
Isela no fue a misa La cueva La rebelión del ruido Los secretos del sueño Muerte en la biblioteca Mundo cervantino Yo sólo quiero un beso
El contenido de estos textos es propiedad y responsabilidad del autor, Par Tres Editores, S.A. de C.V. transmite estos textos de manera gratuita a través de su proyecto de difusión cultural y literaria denominada Biblioteca Digital de Escritores Queretanos. Los autores han seleccionado sus textos para permanecer en dicha biblioteca para su uso única y exclusivamente como difusión literaria, por lo que se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito del autor, quien es el titular de los derechos patrimoniales de los mismos.
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Isela no fue a misa La mañana del último domingo del mes, ese en que casi no faltaba a misa ninguna persona del pueblo, la joven Isela -huérfana de padre y madreno se presentó. En un lugar tan pequeño como aquel, las ausencias eran tan notorias como la subida de peso de unos, los desvelos de otros y las infidelidades de los tramposos. Isela no había acudido a misa y las conversaciones de los aburridos comenzaron a gestarse cuando el ritual hubo terminado. –Debe estar acostada con una resaca tremenda, me han dicho que esa niña se ha entregado al vicio desde que sus padres murieron en el accidente. –Debe ser eso, pobre creatura. Unos pasos más adelante, otras dos mujeres conversaban sobre lo mismo. –Creo que su novio la golpea, el otro día la observé detenidamente y nunca alzó el rostro, como escondiendo algo.Ya vez que Javier siempre ha sido violento con otras personas. –Debe ser eso, pobre mujer. En la tienda de la acera contraria, dos hombres pagaban nieves para mitigar el calor mientras preocupados abordaban el mismo tema. –Cuando mi compadre vivía, siempre me comentaba que esa niña no tenía remedio. –¿Pero a qué se refería? –Nunca me lo dijo, pero casi estoy seguro de que se acuesta con varios de los vaqueros de las tierras de Don Raúl. Siempre la veo caminando de manera provocativa por esos rumbos. –Pero su novio es Javier. –Por eso, no tiene remedio. –Pobre niña, que falta le hacen sus padres para que la corrijan. El propio Padre de la iglesia meneaba la cabeza con desaprobación cuando sus ojos no encontraban a la joven Isela por ningún sitio. –Que Dios bendiga a esa niña que ha pecado y va por el mal camino. –Pobre Isela. Esa misma tarde, cuando Isela de nuevo faltó a la plaza central donde todos se concentraban para darle la vuelta en círculos a las viejas esculturas, a alguien se le ocurrió ir por aquella niña del demonio. Era casi una Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
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burla para todos los lugareños la apatía de uno de los suyos. Remedios, una de las tías de la pecadora, subió con su marido en la motocicleta y en ocho minutos llegaron al cuarto que rentaba. Forzaron la puerta y ahí estaba, acostada en una cama sin vida con una nota que decía: “muero de amor”. –¡La han asesinado! –gritó Remedios. Las semanas siguientes fueron la antesala del infierno. Cada uno de los pobladores fue interrogado de manera agresiva y sin tregua. Había que encontrar al asesino que le había quitado la vida a Isela y que había tenido el cinismo de “maquillar de amor” aquel terrible hecho. A Javier le tocó la peor parte. –¡Por qué la mataste desgraciado! –No la maté –contestó despertando la furia de todos los pobladores quienes querían sacarlo de la comisaría a rastras para aplicarle la ley del ojo por ojo en la plaza central. Fue tanta la presión hacia Javier que al mes de las investigaciones terminó confesando un crimen que nunca cometió con tal de evitar que el propio pueblo lo torturara. La mañana del último domingo del siguiente mes, la joven Isela -huérfana de padre y madre- no se presentó por haber fallecido. El joven Javier tampoco lo hizo por permanecer preso como responsable del primer acto violento que no había cometido en su vida. Al terminar la celebración, las personas comenzaron a comentar. –Javier siempre tuvo ciertos problemas mentales desde pequeño. Yo nunca se lo dije a su madre, pero era obvio. –Desgraciado. Unos pasos adelante, otras dos mujeres conversaban de lo mismo. –Javier ha matado a más personas. Me dicen que va de pueblo en pueblo enamorando muchachitas para después… –Maldito. En la tienda de la acera contraria, dos hombres pagaban nieves para mitigar el calor mientras preocupados abordaban el mismo tema. –Le hubiera dado una golpiza cuando pude. Ese muchacho va a pagar todo lo que hizo. –Si llega a salir, le enseñaré a tratar a una mujer. El propio Padre de la iglesia meneaba la cabeza con desaprobación. –Que el asesino se arrepienta de sus actos porque Dios ya lo ha perdonado. Dentro de la prisión del pueblo, Javier le platicaba a su compañero de celda las razones de su encarcelamiento. –No la maté, la dejé. Ella me amaba como nadie lo ha hecho, pero a mí se me acabó el amor y un buen día, la abandoné para siempre. 4
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En las inspecciones posteriores, se encontró una segunda carta, copiada de un libro de poemas y personalizada por Isela, donde con su inconfundible letra que la tía Remedios confirmó, explicaba el suceso: “Muero de amor. Lentamente se me acabó y con él, se me acabó la vida. Muero de amor desde la muerte de mis padres y hasta el abandono de Javier. Muero porque ya no vivo, muero porque sin amor no puedo pertenecer. Muero porque he hecho lo peor que puede hacer una mujer sensible: entregarse.” La carta se hizo pública y Javier salió de la prisión sin que nadie intentara hacerle daño. Se necesitaron varios meses para que los pobladores aceptaran el hecho de que Isela había muerto de amor. Mucho tiempo después, el último domingo del mes, al terminar la misa, la gente comenzó a platicar. –Isela siempre fue una mujer de buenos sentimientos. Qué lástima que no pueda estar con nosotros. –Pobre creatura. Unos pasos más adelante, otras dos mujeres conversaban de lo mismo. –Según me acuerdo, Isela escribía poemas, pudo haber salido del pueblo y ser una escritora famosa. –Era una gran mujer. En la tienda de la acera contraria, dos hombres pagaban nieves para mitigar el calor mientras preocupados abordaban el mismo tema. –Qué lástima que no pude conocerla más. –Nunca faltaba a misa, era una buena muchacha. Finalmente y contra todo pronóstico, el pueblo terminó aceptando que el amor existe…aunque mate.
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La cueva El calor había llegado y como era costumbre, la vida diaria se mudaba a los exteriores de la vieja casa. A la edad de ambos, la diversión consistía en tomar limonada, algo de vino, botanas ligeras, conversar sobre los nietos y mirar al jardín desde la terraza. Y sin embargo, no necesitaban más. Una de aquellas tardes en que la esposa prefería dormir la siesta, el esposo hizo el descubrimiento de su vida. Detrás del cobertizo donde guardaba la herramienta, al fondo del jardín, miró en el suelo un cuadro de lámina oxidado con una manija en la parte superior. ¿Podría ser que en más de treinta años de vivir dentro de aquella casa jamás había visto aquello? Comenzó a hacer memoria sobre las veces que había caminado por aquel vértice de su propiedad. Sin duda eran pocas ya que la hierba siempre se acumulaba en dicha zona y la flojera era más fuerte que la estética para hacer una limpia. Tomó una pala del cobertizo y limpió toda la maleza que permanecía encima de aquella especie de puerta. Aventó la pala y tomó la manija para después impulsarse hacia atrás y con esfuerzo logró destapar lo que parecía un acceso subterráneo. Miró hacia su casa cual niño realizando una travesura y después hacia la negrura del fondo. Tímidamente comenzó a bajar uno a uno los escalones. Necesitaría una linterna. Subió y regresó. Ahora podía alumbrar su camino. Diez escalones después, su cuerpo ya había sido engullido por su propio jardín y se encontraba frente a una puerta negra cuya perilla dorada resaltaba. Giró la perilla y pudo ingresar. Caminó recto hasta que encontró una nueva puerta color rojo como la sangre. A lo lejos aún podía ver los rayos del sol colarse por el cuadro de lámina hasta las escaleras que lo tenían como topo en laberinto. La segunda puerta estaba cerrada con llave. Tocó tres veces y ésta se abrió apareciendo un hombre vestido de esmoquin con una enorme sonrisa en el rostro. El bullicio de una gran concurrencia dentro de una especie de festejo se alcanzaba a escuchar al fondo. –Bienvenido. –¿Dónde estoy? –No creo que este lugar tenga nombre. Lo que le puedo asegurar es que solamente tiene derecho a visitarlo por espacio de cinco horas. Al término de ese plazo, tendrá que regresar voluntariamente o por la fuerza al exterior. 6
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–¿Qué es esto? ¿Quién ha construido este lugar? –No tengo una respuesta exacta. Pero debe saber también que no aceptamos niños, solamente adultos. Y en la segunda visita no hay retorno, si vuelve a este lugar, será aceptado por un plazo de un día entero, pero al terminar esas 24 horas, usted fallecerá. La vida en este lugar dura solamente 29 horas. –¿Quiere entrar? –Sí –dijo pensando en su retorno, en su esposa y las tardes de limonada, vino, nietos y botanas ligeras. Le cedieron el paso y comenzó a internarse en aquel lujosísimo salón donde había un centenar de personas. El grupo en vivo entonaba sus canciones predilectas hasta que comenzaron los abrumadores encuentros. En una mesa se escuchaba la discusión política entre Churchill y Kennedy quienes le saludaban al pasar. Sus dos políticos favoritos estaban a unos metros y sabían quién era el. Al borde de su propia locura sus ojos se cruzaron con los personajes de varios de los libros que le habían causado una grata impresión. Joseph K se veía subiendo por un elevador que no llevaba a ningún sitio pero no se detenía, Raskolnikov se daba cachetadas en la barra del bar para levantarse de la pesadilla de la culpabilidad. Melquiades le hacía señas a lo lejos para que descubrieran juntos el hielo, McMurphey saltaba en los sillones para animar a los otros locos que le acompañaban a la cena. Holly Golightly se ponía sus guantes larguísimos, fumaba un cigarro y lo veía de manera sensual mientras Smowball incitaba a otros cerdos a tomar el lugar por la fuerza. En un oscuro rincón, Holden Caulfield le ponía balas a una pistola mientras leía un libro. Esas cinco horas, pasó su tiempo bebiendo, riendo, aprendiendo y jamás fue tan feliz como en aquella tarde calurosa de verano. Al regresar, le explicó todo a su mujer quien aburrida de la vida bajó sola a la cueva para toparse con Grace Kelly, la Princesa Diana, Maria Callas, Maria Curie y Frida Kahlo. Al volver sintió algo que había creído perdido. Algo en ella se había prendido para iluminarla por dentro y la sangre le volvió a correr. Asustados por tanta felicidad, dejaron en pausa la experiencia por varios meses y volvieron a sus actividades normales. Llegaban y se iban los hijos con los nietos mientras las jarras de limonada, las botellas de vino y las botanas ligeras se servían una y otra vez. Ambos se miraban en silencio y sabían que estaban pensando en lo mismo. Fue justo el día de navidad en que ambos tomaron la decisión de regresar al sitio por segunda vez. El llanto fue tan sentido que dejaron sendas cartas para sus hijos y sus nietos. Se abrazaron, se enfundaron en ropa de gala, llenaron dos copas del más fino champagne y caminaron lentamente por el jardín de siempre. Miraron la casa que les dio un hogar y una familia. Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
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Agradecieron al cielo y de la mano bajaron por aquella escalera y jamás regresaron. A las 24 horas cumplidas, ambos fallecieron como se los habían anunciado. Tiempo después, se descubrió el acceso a la cueva y la noticia corrió como pólvora por toda la ciudad y después, por lo largo y ancho del país. Todo había cambiado para siempre. A las afueras de aquella casa de más de treinta años de antigüedad, todos los días había dos filas: la de las primeras visitas que siempre promediaba entre cincuenta y setenta personas y la fila de las segundas visitas que no tenía fin…
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La rebelión del ruido Harto y decepcionado de los gestos que todos los seres humanos le hacían y la forma en que lo adjetivaban, el ruido dejó de ser lo que era. Había llegado la hora de su venganza y el momento de reposicionar su lugar en el mundo. Para ello, ideó un plan magnífico. Comenzaría por los recién nacidos, lo más preciado de los adultos. Visitó todos los hospitales que había en México y se coló en las salas de parto. Durante ese año, nacieron 1150 bebés en el país, los cuales abrían la boca, mostraban la lengua, deformaban su cara, manoteaban, se notaban desesperados e inflaban la nariz pero no emitían ruido alguno. Solamente sonidos que el hombre no catalogaba como ruido, o sea, lo que se escuchaba no molestaba. Es un hecho científico que el llanto es de los ruidos que más les molestan a las personas y por ello, el ruido comenzó su diabólico plan enmudeciendo a los nuevos tesoros. Los padres comenzaron a cuestionar al doctor creyendo que había algo muy malo en su hijo. Se especuló con haber tenido hijos mudos, con que algo de la tráquea les impedía “molestar” gente y un sin fin de teorías. Pero el ruido cuando se veía extrañado, le devolvía la voz a los recién nacidos. Nunca antes, se había anhelado más al ruido como en aquellos quirófanos. Siguió con las fiestas patrias donde silenció los cuetes, dejó con un chisguete de voz al Presidente desde el balcón y a todos los que gritaban en las cantinas, casas, restaurantes y demás sitios. La gente se sintió frustrada y fue el peor festejo de la independencia que hubo en la historia. Apagó el sonido de los taladros y de toda la maquinaria pesada por un tiempo. Lo que parecía ser una medida salvadora provocó el caos. Sin el ruido, los trabajos comenzaron a quedar deficientes. Curiosamente la concentración del trabajador se basaba en el sonido que hacía su herramienta al contacto con las distintas superficies. A la par, los que pagaban por las construcciones dudaban del avance al no escuchar ruidos molestos que en otros tiempos eran sinónimos de “estar haciendo el trabajo”. Todo comenzó a solucionarse cuando el ruido les devolvió lo que les hacía falta en las fiestas patrias y en las construcciones. La tala de árboles comenzó a bajar el ritmo. Los taladores sorpresivamente trabajaban menos cuando se dejó de escuchar el impacto del tronco azotándose en el suelo. Necesitaban su ruido triunfal de que el gigante había Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
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caído. El ruido como siempre, al verse necesitado, les devolvió su estruendoso sonido aunque hubiera preferido no hacerlo para evitar la deforestación, pero la vida es como es. En las calles, los cláxones - por decreto del ruido- dejaron de servir. Y el plan secundario de los gritos por la ventanilla tampoco dio resultado. La furia diaria de la jungla de asfalto se seguía presentando, pero nadie la escuchaba. Al verse necesitado ante la frustración colectiva por insultar al de enfrente, el ruido les regresó sus bocinazos y sus histerias. Las personas sintieron que les regresaba su identidad, por extraño que esto sonara. Las televisiones, aunque tuvieran todo el volumen arriba, se seguían escuchando a nivel bajo. Ya no existía tal cosa como el partido de futbol donde al narrador lo escuchaban en los estados vecinos. Los aficionados comenzaron a disfrutar menos y a desesperarse. Las conversaciones solamente eran sobre la forma de subirle al volumen en lugar de los marcadores de los partidos. El ruido les regresó sus decibeles. En los estadios, parecía que los encuentros se disputaban a puerta cerrada porque el ruido les había arrebatado las consignas a todos los asistentes. Y ocurrió lo mismo, cuando el ruido logró que le dieran su lugar, les devolvió las ganas de apoyar y despotricar como desquiciados. La rebelión del ruido había funcionado, nunca como en aquel tiempo, fue tan valorado. Ahora, todos sonreían y no se molestaban ante la presencia de aquellos sonidos tan estruendosos para los que el oído humano no estaba preparado. En todos los quirófanos esperaban con ansia los llantos, en todas las celebraciones se sentían dichosos por gritar, las construcciones dejaron de tener errores y los dueños sonreían más al escuchar que al mirar frente a sus proyectos. En las calles, los conductores verbalmente violentos volvieron a sentirse plenos. El ruido había cumplido con su propósito y regreso triunfal a su estado natural. Varios años pasaron y la vida como se conocía normalmente seguía su curso sin ningún contratiempo. Las personas iban y venían haciendo sus actividades cotidianas hasta que se presentó la mayor tragedia que la humanidad había conocido hasta ese momento. Un caos que derrumbó todo el equilibrio y fulminó al planeta de manera agresiva y sin piedad. Todo el tiempo posterior a la conclusión de la rebelión del ruido, se comenzó a preparar la madre de todas las revoluciones. Al verse rebasados y reducidos a un segundo plano, la felicidad, la tristeza, el silencio, el egoísmo, la vanidad, el sueño, la ilusión, el lamento, el arrepentimiento, la nostalgia, la lucha, el pesimismo, la sanidad, la locura, la introversión, la inteligencia, la muerte y la vida formaron un frente común para aplastar al ruido. No podían soportar que algo como el ruido comenzara a restarles importancia. La vida como era, representaba algo perfecto para ellos, algunos más importantes que otros pero todos contentos. Tenía que llegar el ruido con 10
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sus ideas socialistas para exigir que todos fueran iguales. Y lo que siguió fue la aniquilación interna del ser humano, mismo que jamás logró volver a funcionar y a ser compatible con el planeta. Se podían ver cuerpos recostados en el suelo experimentando una especie de convulsión cual máquina desprogramada. El frente común logró imponerse pero destruyó al ser humano. La victoria pírrica había sido una peor decisión que la propia rebelión del ruido.
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Los secretos del sueño Llegó a su casa con un cansancio descomunal y decidió jugar al autista con su familia. Se preparó el cereal de todas las noches mientras veía de reojo la primera plana del periódico que nadie había tocado sobre la barra de la cocina. Prefirió mirar la contraportada de la caja roja, ahora vacía, para leer la información nutricional mientras los pensamientos de impotencia le taladraban la cabeza. Seguía viviendo con sus padres, no tenía pareja, ya se le había pasado la edad para estudiar una maestría en el extranjero y solamente se dedicaba a conservar un trabajo donde el futuro no estaba incluido. Sumergido en el limbo que se abre implacable entre la juventud y el paso hacia la adultez que trae consigo el éxito o el fracaso, maquillaba su tristeza con aquella enorme y perfecta sonrisa que le regalaba a todos. Pero en la realidad, quería escapar. Terminó el cereal, caminó hasta su recámara, cambió de ropas y se deslizó entre las cobijas. Sabía que no recibiría un mensaje de buenas noches de ninguna hermosa mujer, que al despertar ahí estaría la Ciudad de México esperándolo de nuevo y que su alegría consistía en la llegada del repetitivo fin de semana. Acarició su cabello en un acto de autocompasión, trago saliva, acomodó las dos almohadas y finalmente cerró los ojos. El cansancio se encargó de lo demás. Su psicólogo le había recomendado que cuando cayera al vacío durante su sueño, emprendiera el vuelo y así lo hizo. Resbalando por una ladera que llevaba a un terrible barranco, se volcó hacia una muerte segura hasta que instruyó a sus pensamientos y se elevó de manera pletórica por encima de todo el valle que ahora se tornaba espectacular ante sus ojos. Aceleró y sintió el golpe frío y esperanzador del viento rampante que lo convertía en una fuerza poderosa y perfecta. Su gesto triunfante se hacía notar en el cuerpo real que dormía profundamente dentro de una casa amarilla al sur de la capital. Sin embargo, mientras el hijo llegaba a la cima de la fantasía, su madre pasaba del nerviosísimo al pánico. De la cómoda cama de aquella habitación, el cuerpo se desplazó hasta la sala de urgencias del hospital más cercano. El único hijo llevaba semanas sin despertar pero el parte médico no arrojaba complicación alguna. El coma estaba descartado y se confirmaba el hecho de que el paciente permanecía simplemente dormido. 12
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El hijo evadido caía hacia el asfalto y de nuevo se elevaba para confirmar el milagro de poder volar. Ahora surcaba mares e islas remotas donde los brillantísimos colores lo hacían sentir pleno y poderoso hasta que de repente cayó a tierra con un golpe estrepitoso encima de una enorme montaña de arena. No pudo volar más y comenzó a caminar. El sueño cada vez se parecía más a la realidad salvo que los escenarios cambiaban a su modo. Pensó que era el momento ideal para formar una familia. De igual manera, decidió fugarse para siempre de la siniestra capital mexicana para establecerse en Estocolmo, aquel destino nórdico donde la felicidad era perpetua. Para ello, en diez pasos llegó a Suecia y en quince más miró a una escultural mujer rubia sentada en una banca de parque. Caminó lentamente y se detuvo frente a la banca, la miró varios minutos mientras ella le devolvía su reflejo. Conversaron varias horas hasta que la atracción fue tanta que se fundieron en el beso más apasionado que se pudiera atestiguar. Cayó la noche y con ella las ganas de entrelazar sus cuerpos. Bajo una noche perfecta, ambos hicieron el amor de manera salvaje hasta que quedaron exhaustos mirándose de manera tan tierna que del cielo comenzaron a caerse las nubes para cubrir sus cuerpos desnudos. Salieron de aquel hotel, subieron a un auto y a gran velocidad zigzaguearon por las calles riendo y festejando su amor hasta que en una curva no pudieron evitar arrollar al hijo pequeño de los dueños de la panadería más famosa de la ciudad. No se detuvieron e intentaron borrar de sus mentes el terrible incidente. Un mes y medio después, las risas volvían ante el anuncio del embarazo. Los planes del enlace comenzaron a tomar forma. La madre caminaba hacia el Ministerio Público aquella mañana de abril ya que su hijo había desaparecido del hospital donde se encontraba internado desde comienzos del año. Nadie en el centro médico tenía una explicación pero al tratarse de una enfermedad que nadie encontraba ya que tenía todas las características de un descanso común y corriente, se concluyó que el paciente había despertado y se había marchado. La boda se llevó a cabo en una tarde radiante dentro de la isla de Skeppsholmen con una estupenda vista hacia el Báltico. Por la lejanía, solamente estuvieron presentes los familiares de la novia. Al finalizar, regresaron al centro de la ciudad y se hospedaron en el hermosísimo Grand Hotel cuya vista era inigualable. Se besaron, prometieron, rieron, lloraron y finalmente, durmieron. Voces y puertas cerrándose con violencia fueron las culpables de que sus ojos volvieran a abrirse. Su cerebro le mandó la monstruosa alerta de que todo aquello había sido un sueño y de tajo recordó su vida. El trabajo sin futuro, la casa de sus padres, la soledad de no tener pareja y la terrible Ciudad de México que no le permitía lograr el escape hacia un país lejano. Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
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Se miró en una cama de hospital y no lo entendió. ¿Sería posible que le hubiera pasado algo que no recordaba? ¿Dónde estaba su madre? El silencio sepulcral de las paredes de aquel hospital se vio destruido por el llanto de un bebé. Miró a su derecha y ahí estaba ella, su esposa sueca sosteniendo a su hijo mientras en la ventana se veía el Mar Báltico. ¿Podría ser que los hechos de su eterno sueño hubieran modificado su realidad? Acto seguido, ingresaron al cuarto dos policías con arma en mano para arrestarlo por homicidio involuntario. Y todo mientras su madre desconsolada rendía una declaración en algún Ministerio Público de la Ciudad de México para intentar encontrar a su hijo.
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Muerte en la biblioteca A todo el mundo le decía que siempre comenzaba sus novelas en septiembre por dos razones de peso: es un mes lluvioso y arranca el último cuatrimestre del año. Por lo primero, afirmaba que su inspiración fluía tan fuerte al escuchar el llanto del cielo que le era mucho más sencillo derrotar a la dictadura del papel blanco. Según su experiencia, el sol siempre le dejaba seca su pluma. Por lo segundo, decía que era tan metódico que le llevaba un total de cuatro meses edificar en letras el título, argumento, personajes principales, línea conductora y marco escénico para que arrancando enero fluyeran los capítulos a un ritmo vertiginoso. Sin embargo, solamente él y su diminuto y viejo perro “Kafka” sabían que los razonamientos elegantes sobre los inicios de sus novelas no eran otra cosa que una absurda máscara literaria. Sus motivos en realidad obedecían a que septiembre es parte de la época de lluvias, huracanes, ciclones, depresiones y términos ridículamente similares donde nadie organiza bodas y por ende no recibiría una sola invitación. En septiembre nada le interrumpía su proyecto. Un mes en que las botellas de su tequila favorito – que siempre le acompañaba en los primeros capítulos - bajaban de precio un treinta por ciento por las fiestas patrias y el gasto sería menor. Cual García Márquez manejando hacia Acapulco, a Franz – su nombre literario por negarse a ser un aburrido Francisco más- se le había ocurrido dos meses atrás el tema central de lo que él llamaba su “obra maestra” en un viaje por carretera rumbo a San Miguel de Allende. Pero fiel a sus reglas, no escribió ninguna letra hasta que llegó septiembre. En aquel viaje de epifanías literarias, ese hombre que había renunciado a casarse no obstante sus cuarenta años recién cumplidos, había decidido emborracharse de café en la plaza central, inspirarse mirando la iglesia barroca y asistir como cada año al festival internacional de cine. Manejando con las cuatro ventanillas abajo para que su larga cabellera se alborotara y los otros conductores dijeran “¡mira, ahí va un escritor!”, Franz sabía que ya era el momento de su consagración. Eran tantas sus ganas de ir mentalmente en busca de frases grandiosas que por un momento olvidó hacia donde se dirigía aquella tarde donde el sol que seca las plumas se impactaba en su parabrisas. Sacó el teléfono celular y miró la foto de “Kafka” mordiendo un libro de su tocayo en el patio de la casa donde ambos vivían. Sonrió. No menos de cinco veces Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
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se orilló para apuntar en el propio teléfono móvil las ideas que estallaban en su cabeza al mismo nivel que los bocinazos de los demás carros ante sus erráticos movimientos frente el volante. La llegada, los litros de café, las dos botellas de vino tinto español, el larguísimo festival de cine, las notas casi ilegibles en servilletas de restaurantes y las dos noches de poco sueño fueron lo que siguió. Estaba listo para la llegada de septiembre. A solas, con “Kafka” engordando en el patio por haberse devorado dos terceras partes de la historia de Gregorio Samsa, Franz comenzó a escribir entre cinco y seis horas diarias. El inenarrable estado de su casa contrastaba con la limpieza e impecable orden que se veía en el “cuarto de los sueños” como él lo llamaba. Una habitación secundaria convertida en biblioteca desde donde se volvían papel todas sus ideas. Mientras las tormentas diarias le acompañaban, las copas de tequila se vaciaban y las invitaciones a las bodas nunca llegaban, la novela iba tomando forma. La narrativa era limpia, grande y rica en sustancia. Nunca había transmitido tanto como ahora y él lo sabía hasta que llegó el día en que todo cambió para siempre. Curiosamente, la primera tarde en que dejó de llover, las teclas de la computadora dejaron de servir y “Kafka” comenzó a ladrar tanto que Franz se vio obligado a cocinarle la mejor carne de su refrigerador. La máquina fue revisada en el taller de reparación pero las palabras se anotaban en la pantalla normalmente. Por el contrario, al llegar a la biblioteca de Franz, nada funcionaba. Desesperado, se cambió a la silla mecedora y respiró profundamente con los ojos cerrados. Unos minutos después, el sonido de tecleas comenzaba a escucharse. Abrió los ojos y a lo lejos comprobó que varias de ellas se presionaban solas. Aterrado se quedó mirando y agitó la cabeza para intentar despertar de la pesadilla. Pero aquello era real. Se acercó y miró la pantalla: –Hola Franz. Necesitamos platicar –leyó en la pantalla. –¿Un hacker? – murmuró. –No soy un hacker, soy tu novela. –Esto es absurdo. – pensó. –No me gusta la dirección que está tomando el texto. Debes cambiarla o no te dejaré avanzar más. Franz se asustó aún más cuando le leyeron los pensamientos. “Kafka” corrió horrorizado hacia el patio como presintiendo algo terrible para acabar de devorarse a Gregorio Samsa. –Esta novela es lo mejor que has escrito en tu vida, ¿sabes que ella podría por fin darte la fama que tanto ansías? –Sí, lo sé –contestó Franz sometiéndose a la conversación surreal que se llevaba a cabo. 16
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–Entonces debes cambiar la dirección que está tomando o tendré que tomar medidas al respecto. –¿Qué debo cambiar? –Borraré las últimas veinte hojas para que las reescribas –afirmó mientras comenzaban a desaparecer del archivo párrafos enteros. –¡No! –gritó mientras trataba de apagar la máquina sin suerte y los ojos se le llenaban de lágrimas por perder semanas de trabajo en un minuto. –Cada vez que no me parezca el rumbo de la novela, las teclas dejarán de funcionar. Que tengas buen día y por favor, no escribas borracho, empobreces tu vocabulario. Franz no sabía que pensar. Estaba siendo amenazado por su propia novela en su propia biblioteca. Decidió guardar el texto en una memoria portátil e intentó seguir en centros de cómputo abiertos al público. Visitó amigos, parientes y universidades. Sin embargo, las teclas dejaban de servir cuando intentaba seguir desde otras máquinas. –¡Es mi novela! – escribió furioso desde el “cuarto de los sueños” aquella tarde que en que de nuevo llovía y las ideas llegaban como relámpagos. –Yo soy tu novela y me tienes que cambiar o habrá consecuencias. – le respondieron. Desesperado, volvió a escribir modificando todas las partes donde alguna vez dudó. Eliminó algunos personajes, cambió escenarios e introdujo una serie de hechos sorprendentes hasta que las teclas de nuevo dejaron de funcionar y alrededor de doce páginas fueron eliminadas. La angustia le hacía dormir poco, apenas probar bocado y olvidarse de “Kafka” quien ya no hacía otra cosa más que dormir. Las semanas pasaban y las letras iban y venían, se anotaban y se borraban con la misma rapidez en que septiembre se había convertido en enero. Al llegar el nuevo año, se dejaron de escuchar las teclas y el ladrido del perro. Tampoco los gritos de impotencia o la música clásica que lo relajaba. No había ya nadie en esa desordenada casa más que varias paredes colmadas de silencio. Los familiares tardaron varias semanas en descubrir que “Kafka” había muerto y que Franz estaba desaparecido. Y mientras los meses se escurrían entre los dedos dando paso a otro septiembre más, desde la pantalla de una computadora almacenada en la bodega de sus padres, Franz luchaba por salir del texto que él mismo había escrito y que lo tenía ahora reducido a un personaje secundario de una novela que nunca pudo terminarse. Todo ello sucedía mientras los precios del tequila volvían a bajar y las invitaciones de las bodas nunca llegaban por ser épocas de lluvias, huracanes, depresiones y términos ridículamente similares… Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
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Mundo cervantino El cruce de caminos se le presentaba a Alonso. En agosto comenzaría los estudios de su carrera profesional. Con el idealismo aún en su cabeza sobre un mundo justo donde ser buen estudiante bastaba, no quería pedir ningún consejo. Sin embargo, el mismo día en el que a su padre lo promovieron a un puesto superior y a su tío lo despidieron, las dudas comenzaron a engrandecerse. ¿Cómo era posible que ambos hermanos, cuyas calificaciones fueron de excelencia en la misma universidad, estuvieran viviendo realidades tan distintas? ¿Qué era lo que no estaba funcionando en el diseño laboral o qué era lo que no hizo uno y sí hizo el otro? No habría en la universidad tal cosa como una materia nombrada “formas de sobresalir en el trabajo”, “aspectos a evitar para no ser despedido” o “cómo edificar una escalera para llegar al olimpo del mundo real”. Los viernes eran los días del fin de semana en que la familia se reunía a jugar dominó en la terraza de la casa. Se escuchaba música suave, bebían algunas cervezas y los hijos esperaban hasta el sábado para salir con los amigos. Alonso se quedó con su padre una hora adicional en las cómodas sillas blancas que miraban de frente a las tres palmeras gigantescas que se movían de lado a lado. –No entiendo qué hiciste bien tú y que hizo mal mi tío Alejandro. Necesito un consejo antes de comenzar la carrera. –Son circunstancias distintas, el estudio en realidad abre puertas pero no te da antigüedad o éxito en ningún lado. Todo aquel que lo vea como un seguro de vida, está equivocado. –¿Y entonces qué consejo me podrías dar? –Mira, creo que mi consejo se entenderá mejor si haces una investigación. –¿Qué investigación? –Durante un mes, investiga cuantas personas son fanáticas del Quijote. Ya sea que sean coleccionistas de las figuras, lo citen, tengan ediciones especiales en sus casas, vayan a exposiciones del tema, etc… De igual manera, revisa sobre Miguel de Cervantes, su autor. –Pero, eso que tiene que ver con… –Hazme caso, realiza la investigación que te pido. Alonso, quien nunca había leído el Quijote y llevaba el nombre del protagonista, aceptó realizar el trabajo solicitado por su padre. Comenzó a per18
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catarse que las colecciones relativas a la novela más importante de la literatura española no tenían fin. Entre figuras pequeñas, medianas o gigantes, lo mismo que pinturas, libros, artesanías y todo donde la imaginación pudiera plasmar una imagen del libro, encontró un objeto en cualquier número de casas y oficinas. Un ejemplo de aquella de la gente fue la historia del madrileño Adolfo Prado. A los doce años vio que su tío tenía un Quijote en su casa y a partir de ese momento se propuso coleccionar al personaje. Hoy, a los 47 años, Adolfo tiene más de cien ediciones de todo el mundo y busca crear un instituto cervantino. De igual manera, entendió que el Festival Cervantino era más que beber cerveza en la calle. Nacido en 1953, el evento comenzó presentando los entremeses de Miguel de Cervantes en la ciudad de Guanajuato hasta convertirse en un festival internacional alrededor de la obra del escritor español. El descubrimiento hecho por Alonso sobre la pasión por la novela y el escritor era gigantesco y asombroso. De inmediato revisó si su padre tenía aquel libro tan trascendente y como en todas las casas de México, lo encontró. Su padre tenía de hecho tres distintas versiones. Sin embargo, no había ningún artículo relacionado con el personaje central o su fiel escudero adornado alguna esquina. La contradicción entre los tres libros y la nulidad de adornos le causó sorpresa. ¿Podría ser que a su padre no le gustara la historia o no la encontrara tan extraordinaria como todo el mundo? Confirmó que al Quijote se le consideraba “el mejor trabajo literario jamás escrito” y que Cervantes era una montaña del tamaño de Shakespeare. Se sintió agradecido con su padre por la investigación ya que una caja de pandora se abrió ante sus ojos. De cualquier forma, no veía la conexión entre aquello y su carrera profesional Dos meses después, de nuevo era viernes. Acabando la partida de dominó, Alonso y su padre de nueva cuenta miraban las palmeras mecerse mientras terminaban de beber la última cerveza de la noche. –¿Has terminado la investigación? –La he terminado. –¿Cuál es tu conclusión? –Es una monstruosidad lo que ha hecho esa novela con el mundo. El culto a la novela y al escritor son impresionantes, nunca pensé que un libro que no fuera la biblia tuviera semejante trascendencia. –Así es, y sigue vigente cuatrocientos años después. –Hablando de eso. Revisé tu biblioteca y tienes tres ediciones distintas pero en la casa ningún adorno, pintura u objeto de Don Quijote. ¿No te gustó? –No la he terminado. –¿Y por eso no has comprado nada relativo a la historia? –Justamente por eso. –No entiendo qué tiene que ver todo esto con los consejos que me darías. Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
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–Pues ahora es justo el momento, presta atención. Mi consejo es que seas como Cervantes o como la novela. Pero no en el sentido que crees. El 99% de las personas jamás han leído el Quijote, como tampoco entienden quién fue Cervantes. Y sin embargo, se obsesionan con citarlo por imitación y coleccionar todo lo que pueden. Definen a Cervantes como un genio, alguien mayúsculo y trascendente sin haberse tomado el tiempo de saber cómo creció, qué estudió y por qué escribió el Quijote. El mundo se mueve por percepciones. Mi consejo es que vivas de tal forma que el planeta te admire y te respete, aún y cuando no te conozca la mayoría de la gente. Con que a un puñado de personas las logres convencer de que eres inigualable, el resto lo pensará así. –¿Debo leer el Quijote? –Sin duda. Y ahí encontraras qué el tema central de la novela es que “las cosas no son lo que parecen”, ¿qué ironía, no te parece?
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Yo sólo quiero un beso –¡Papi! –gritó la pequeña Lucía alcanzando a su padre en la puerta de la casa después de que él hubiera discutido con su esposa en la cocina por temas de dinero. –¿Qué quieres hija? –preguntó presintiendo que le harían un encargo. –Yo sólo quiero un beso –respondió la pequeña con una sonrisa tiernísima que provocó que el padre se hincara y se lo diera mientras le acariciaba el rubio cabello. Salió de la casa con su matrimonio pendiendo de un hilo. Comenzó a manejar con la decepción tatuada en la frente aunque con el recuerdo de la frase desinteresada de su hija. Alrededor de quince minutos después, se detuvo en un semáforo. Miró la foto de su hija en su cartera. No quería perderla a causa un probable divorcio. Cambió la estación del radio para escuchar algo más digerible mientras el cementerio de autos amenazaba con un nuevo infierno. Cuando comenzaba a hartarse de mirar tanto a los niños de la familia de enfrente pelear a través del parabrisas, le tocaron en la ventana. Volteó y miró una pistola negra que le apuntaba directamente al rostro. Regresó la mirada a los dos niños peleoneros esperando que su padre le llamara a un policía. Que curiosa era la vida, ahora les suplicaba con los pensamientos a los niños que lo salvaran del peligro inminente. Bajó la ventanilla y el frío metal se pegó a su sien. Pensó en su hija. –¿Qué quieres? –La cartera, el celular y el reloj. No quiero sorpresas pendejo. Al entregarle la cartera, el segundo asaltante miró la identificación laboral y se acercó al oído de quien apuntaba con el arma. –Es el Director de la empresa de refrescos. Todo se había entregado y la frustración le inundaba el pensamiento. Cómo era posible que nadie le ayudara, que decenas de pares de ojos estuvieran atestiguando su desgracia y los asaltantes hasta se tomaran su tiempo para saber más de su víctima. –Vas a orillarte en aquella parada de camiones o te rociamos de plomo cabrón. –Pero que quieren, ¡ya les di todo! –¡Te estoy ordenando que lo hagas! Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
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–El segundo asaltante también le apuntó en el rostro y como pudo logró salirse del camino hacia la parada. Ya alejados y sin tanta gente mirando, ambos se subieron en el auto. Le ordenaron seguir por callejuelas hasta que estuvieron lejos del lugar de los hechos. Cuarenta y cinco minutos después, Juan estaba atado dentro de una bodega llorando a mares. Entró uno de ellos y se le quedó mirando. –Marica. –¿Qué quieren? –Dinero, ¿cuál es el teléfono de tu esposa? Se los proporcionó no sin antes decirles que no era un hombre rico, solamente tenía un buen puesto que pagaba la hipoteca, las colegiaturas y las vacaciones. A los asaltantes dicha información no los detuvo y comenzaron con las negociaciones, mismas que se entorpecían frecuentemente. A la semana y media del cautiverio, una tercera persona entró con guantes de látex en ambas manos. Juan presentía algo terrible. –¿Qué quieres? –¡Que tu familia nos pague! –respondió mientras comenzaba a cortarle el dedo índice. El grito de sufrimiento rebotaba por toda la bodega cual película de terror. –A las tres semanas, ya sin un dedo en ambas manos, notó que sus captores comenzaban a mudarse de zona. –¡Qué quieres! –gritaba cuando notaba una conducta distinta. –¡Que tu familia nos pague! –le respondieron mientras le diseccionaban la oreja derecha mientras comenzaba a perder la esperanza de vivir. –Lucía me necesita, tengo que salir de aquí –pensó. La familia de Juan erraba la estrategia ya que aunque estaban haciendo todo lo posible por juntar el dinero, querían detener a los secuestradores en el mismo momento del pago. Lo único que conseguían con sus demoras, era que Juan perdiera partes de su cuerpo. –¡Qué quieres! –Gritó cuando comenzaron a desvestirlo sin intenciones de bañarlo. –¡Que tu familia nos pague! –le respondieron ya cuando habían pasado tres meses de cautiverio. –Mira cabrón, ese que ves en la esquina es homosexual y ha venido aquí a tener una fiesta contigo. Cuando acaben, voy a ponerte en la bocina a tu mujer para que le expliques todo lo que te ha ocurrido por no mandar el dinero. –Lo que siguió fue la pérdida del honor, la vergüenza y desesperanza. Juan había sido violado y mutilado. Anhelaba que lo mataran pero Lucía lo necesitaba. Le pusieron la bocina en la única oreja que tenía completa y con un chisguete de voz reconoció todo: –Mi amor, sácame de aquí. Me han violado, cortado partes de mi… 22
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–¡Juan! ¡No sigas! ¡Ya tenemos el dinero mi amor! ¡Diles eso! El rescate finalmente se había pagado. Subieron a Juan a una camioneta vieja y condujeron hasta una calle transitada. Lo bajaron a empujones con doscientos pesos en las bolsas rotas de sus pantalones. Miró la luz y cayó a la banqueta dándose por vencido ante la vida. Ya no podía seguir luchando más. El dependiente de una tienda lo recogió y lo pasó a un cuarto trasero desde donde se pidió el taxi. Juan recorrió la ciudad desconsolado y acostado en el sillón del vehículo. Miró sus dos manos incompletas, tocó el lugar donde alguna vez debió estar su oreja derecha y recordó la fiesta privada de la que fue objeto. Odiaba su vida y la vida de todos los demás. Había descubierto el poco sentido que tenía ser parte de la decadencia del planeta al que desgraciadamente pertenecía. Llegó como pudo a su casa. Los gritos de felicidad y de angustia no se dejaron esperar. Lo acostaron, le apagaron la luz y lo dejaron descansar hasta que llegara la ambulancia. Sin embargo, una persona desafió la privacidad de Juan, abrió la puerta y en la oscuridad caminó hasta el borde de la cama. –¿Qué quieres Lucía? –¡Yo solo quiero un beso! Juan la abrazó como pudo recuperando la fe y la esperanza en el ser humano.
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