Silvia Lira León

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SILVIA LIRA LEÓN SOBRE EL ESCRITOR Silvia Lira León. Ciudad de México, abril 1965.- Egresada de la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Diplomada en Lengua Española por la Escuela de Lengua y Literaturas Hispánicas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Diplomada en Letras Iberoamericanas, Narrativa del siglo XX-XXI, Facultad de Filosofía. Universidad Autónoma de Querétaro. Radica en Querétaro desde el año 2001. En el 2007 apareció su primera publicación titulada Materia Urbana, editada por el Fondo Editorial de Querétaro del Instituto Queretano de la Cultura y las Artes. Escribió la columna semanal Crónicas desde el portal, en el suplemento cultural Barroco de Diario de Querétaro, desde julio de 2007 a junio de 2010. Escribió también una nueva etapa de Crónicas desde el portal, que apareció los jueves en el suplemento cultural aQROpolis del periódico Plaza de Armas. Querétaro, de octubre de 2010 a mayo de 2011.

ÍNDICE

¿Cuánto por tu cariño? Treinta... menos uno Tequita de la buena suerte Pícara premonición ¡Arrepiéntete ya! Corralito para la espera ¡Santo fin de semana!

El contenido de estos textos es propiedad y responsabilidad del autor, Par Tres Editores, S.A. de C.V. transmite estos textos de manera gratuita a través de su proyecto de difusión cultural y literaria denominada Biblioteca Digital de Escritores Queretanos. Los autores han seleccionado sus textos para permanecer en dicha biblioteca para su uso única y exclusivamente como difusión literaria, por lo que se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito del autor, quien es el titular de los derechos patrimoniales de los mismos.


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¿Cuánto por tu cariño? Globos, globos y más globos por todas partes. ¿Qué tendrán que ver los globos con el amor? Que está lleno de aire, que deslumbra mucho y dura poco, que se arruga al desinflarse. Recuerdo que hace algunos años al catorce de febrero se le llamaba el día de los novios. Pero para la mercadotecnia resultaba muy poco rentable. Son cada vez menos las parejas que se identifican con el concepto de noviazgo. Fue necesario ampliar el festejo a todas aquellas relaciones que no tienen un compromiso formal, aquellas a las que se les llama mi compañero, mi güey, mi galán, mi detalle, mi asuntito, o simple y sencillamente “andamos”. Para la publicidad, todas estas relaciones indefinibles se conjuntan en el concepto amistad. Pero las campañas publicitarias no se dirigen solamente a los jóvenes, que son presa fácil de esa explotación, sino que ahora entran grupos de todas las edades. Como es el día de la amistad, todos estamos obligados a tener mínimo un amigo y desde luego a regalarle algo. Así vemos que desde las guarderías hasta las agrupaciones de ancianos se fomenta la celebración, y entre más amigos festejen, mucho mayor será el consumo. No es lo mismo lo que consuman solo dos a que lleguen acompañados de otros diez. No hay escapatoria posible. La vorágine comercial ha llegado a grado tal, que ya no es sólo un día, sino todo el mes. Así que no se preocupe si el catorce usted anduvo sin un quinto. Todavía tiene la oportunidad de quedar bien y aprovechar las promociones, como ésta que me hallé en el anuncio de un cine: Este mes de febrero se pone romántico. Trae a la taquilla una foto besando o abrazando a tu pareja y opten gratis un dos por uno. Nota: Se aceptan fotos con parejas diferentes todos los días ¿cuántas traerás? Y qué tal esta otra: ¡Este catorce de febrero celebra tu amor con huevos! En la compra de cualquier combo, más 49 pesos, llévate un peluche de huevos. Y yo sigo aquí en el café mirando globos. Lo que para mi iba a ser una mañana de plácida lectura se ha convertido en un berenjenal de celebraciones amistosas. Hasta aquí han llegado los vendedores de rosas rojas, envueltas en papel celofán; los vendedores de poemas y de canciones; los reporteros de sociales que toman fotografías de las parejas o de los grupos de amigos, haciendo a un lado a la gente que como yo, viene sola en busca de un rincón acogedor. Biblioteca Digital de Escritores Queretanos

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Todos metidos en su papel de gente feliz, y a nadie le importa saber que yo también estoy acompañada: Tengo entre mis manos un buen libro, sobre la mesa una taza de café cargado y bien caliente, en mis oídos la más hermosa música que guardo en un pequeño reproductor; amores auténticos, amigos fieles hasta la eternidad. En compensación, la mesera ha puesto sobre la charola de la cuenta una paleta de caramelo rojo en forma de corazón, y me agradece la visita con una afable sonrisa. No me queda más remedio que sonreírle a pesar de que aborrezco los caramelos, no me gusta el color rojo, y tengo muy agrios recuerdos de las paletas de cereza.

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Treinta... menos uno Llegaba caminando tranquilamente, a paso lento pero firme. Su figura larga se recortaba en la luz intensa del fondo de los portales de la Plaza de Armas. El hueco del pasillo silueteaba su andar, su expresión seca, casi agria. Se detenía en medio de las mesas del café Marrón. Ahí miraba hacia un lado y hacia otro pensando de qué lado tomaría una mesa. Miraba al cielo consultándole sobre el benigno clima, sobre la conveniencia de sentarse junto al arroyo de la calle o junto a la pared del establecimiento. Esta decisión era crucial, pues pasaría ahí las próximas dos o tres horas trabajando en la que al parecer era su mayor pasión: el periodismo. Pedía una taza grande de café y desplegaba sobre la mesa el rollo de periódicos que llevaba bajo el brazo. Uno a uno los iba consultando, haciéndoles anotaciones, escribiendo en alguna hoja de papel, quizá corrigiéndoles la plana a los editorialistas, a las imprecisiones de la información impresa. Esto lo deduzco por los gestos que hacía al darle un sorbo al café sin soltar la plana que leía absorto, sin dejar de pensar en lo leído, y en cuanto dejaba la taza, señalaba algo sobre el texto. Ahí estaba, metido en sus páginas, en sus palabras, en sus análisis; serio, concentrado. Cuando cruzaba por ahí algún conocido, le saludaba con una frase cantadita: ¡Qué país!, y azorado, el periodista echaba un vistazo a quién le hablaba y le respondía con una sonrisa amplia y un brillo en los ojos: ¡Qué país! Ese era Ezequiel Martínez Ángeles, todo un personaje del periodismo, de la vida pública, política y social de Querétaro, pero sobre todo, una pieza insustituible en Radio Universidad Autónoma de Querétaro. Periodista polémico, que podía estar de acuerdo o en desacuerdo con sus juicios, pero que siempre generaba opinión. Yo lo miraba llegar al café después de haber escuchado su programa de radio. Él no sabía quién era yo, pero yo si sabía quién era él, pues desde que llegué a vivir a esta ciudad, su compañía matutina había sido una constante en mi vida, así como en la de mi familia. Un día le envié un correo electrónico para contarle que lo escuchaba todas las mañanas en la radio y que lo veía casi todos los días en el café. El horario laboral que yo tenía propiciaba que a veces tuviera que levantarme un poquito (muy) tarde, y eso hacía que no escuchara el programa desde Biblioteca Digital de Escritores Queretanos

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el principio. La sorpresa que me llevé un mal día de esos fue que Ezequiel había leído mi mensaje al aire; yo no lo escuché, pero cada conocido que me encontraba no dejaba de recordármelo con cierta mofa. Ese día entendí dos cosas importantes: 1. Que A micrófono abierto tenía una audiencia mucho muy nutrida. 2. Que yo había hecho el ridículo. Desde que Ezequiel ya no está presente, la radio dejó de escucharse en mi casa por las mañanas. Yo no he vuelto al café desde entonces. Cuando escucho en mi habitación la música que pasan en el que fuera su horario tengo la sensación de que en cualquier momento va a aparecer su voz. Es una de esas ausencias a las que uno nunca termina de acostumbrarse. Yo, por ejemplo, hace más de quince años que perdí a mi padre y aún espero verle entrar por la puerta de mi casa, de esta casa queretana que él no conoció, pero que seguramente sabrá muy bien cómo llegar. A treinta años de la primera transmisión de Radio Universidad Autónoma de Querétaro, uno no puede dejar de evocar, de reparar en esa ausencia tan profunda, en ese hueco periodístico tan enorme que muy difícilmente se podrá rellenar. ¡Un café a la salud de don Eze, donde quiera que esté!

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Tequita de la buena suerte Mañana fría, extremadamente fría. De un frío distinto, de ese que no incomoda. Mañana húmeda tras una noche de lluvia pertinaz, noche de jueves, acogedora. Alborada de modorra entre cobijas suaves y calientes. Mañana que estimula a salir a respirar su aire renovado. Salgo a caminar despacio por los andadores, me detengo frente a la pequeña plaza de Tequisquiapan. Es viernes, casi medio día. El sol se asoma con timidez a ratos, intermitente. Las nubes bajas acarician los contornos de los cerros difuminándose con una luz borrosa, melancólica, pero sonriente. Aunque el hambre me atosiga, no resisto las ganas de tomar asiento en una banca, hinchar los pulmones y respirar hasta el fondo este aire distinto; un aire que me sabe a libre. Desde la banca de piedra puedo ver el quiosco con su herrería tradicional, puedo ver a las palomas andar con dificultad sobre los adoquines, puedo ver que hay pocos visitantes entre semana. La escasa gente que cruza por la plaza es gente de casa. Se percibe en su manera de andar, con naturalidad y firmeza, con su atuendo rural en un entorno que se resiste a dejar de serlo. En un ambiente donde las mujeres se cubren el cuerpo con rebozo y los hombres llevan sombrero, pero que muy respetuosamente, se descubren la cabeza al pasar frente al templo. Respiro profundo tres veces más y me encamino a los portales en busca de algo para almorzar. Detengo mi andar en cada uno de los locales de artesanías y curiosidades. Hay toda clase de muebles y adornos; de figurillas, juguetes y dulces. Una anciana está sentada en una de las esquinas vendiendo muñequitas de trapo. Voy acercándome a ella lentamente, con intención de mirar sólo de pasada la mercancía. Estoy a unos cuantos pasos de ella y desde ahí miré sobresalir de entre el montón una linda muñequita de piel rosada, de hermosas trenzas de hilo negro atadas con listones tricolor. Sus ojos redondos, grandes y negros; un triangulito de tela roja hace su nariz y un pedazo más grande de tela roja, cortada en piquito hacia abajo, hace su boquita. El colorido de su vestimenta llamó mi atención, no es diferente a todas las demás, pero tiene en su bordado un atractivo distinto. No puedo quitarle la vista de encima. Me detengo frente a ella, la tomo entre mis manos. Pregunto a la anciana cuánto cuesta. Ella, amable, me dice que treinta y cinco pesos, pero que me la deja en treinta. Le doy cuarenta. Me sonríe con agraBiblioteca Digital de Escritores Queretanos

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decimiento, santiguándose con el dinero sobre la cara. Regreso a las bancas de la plaza con mi muñeca en brazos. Apresto la libreta para tomar nota de todo lo que miro. Aliso la página con la palma de la mano, y plasmo en ella la primera línea: Mañana fría, extremadamente fría... En ese instante cae sobre la página una hoja amarilla de tres puntas. Una hoja simétrica arrancada de su árbol por el viento frío. Una hojita simpática de buen augurio. Dejo de escribir, miro al cielo y cierro la libreta. La hojita amarilla de tres puntas se ha quedado ahí donde cayó. Vaya, parece que habrá buena suerte, Tequita. Ah, la llamé Tequita, se me ocurrió de repente, para abreviar tequisquiapencita. Tequita es más corto y suena bien. Bueno, Tequita, hay que ir a almorzar, hoy es día laborable y apenas hay tiempo para regresar a la ciudad.

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Pícara premonición Anoche soñé con Enrique Peña Nieto. Si, ya sé que muchos estarán pensando, eso qué tiene de raro, si hay muchas viejas que se deslumbran con él, dizque porque está muy carita. Pero el sueño que yo tuve no es una cuestión de pasión inducida por la mercadotecnia política, es un sueño que he de confesar, no es la primera vez que tengo. Tampoco es cosa de que se me haya convertido en la fantasía sexual pre menopáusica, ni alguna de esas suciedades que a más de uno se le estarán ocurriendo en este momento. Este sueño que me viene de vez en cuando me muestra la imagen de este personaje, con una actitud sencilla, generosa, modestamente vestido, sin preocupaciones, un muchacho con cara de ensueño. Es mi amigo de toda la vida, paseo con él en el Tranvía Turístico y conversamos de cosas simples que a ambos nos interesan, sobre todo aspiraciones, quimeras, deseos de volar. Siempre le acompaño a las puertas de su gran palacio de gobierno y me despido de él muy efusivamente, con mucho cariño. Yo camino unos cuantos pasos y de pronto lo veo salir en un gran auto lujoso, con una vestimenta muy cara y el copete envaselinado. Pasa junto a mí y no me mira porque no me conoce. No es que finja no conocerme, es que, una vez que porta su disfraz de gobernador, en verdad ya no me conoce. Esa metamorfosis no incluye solo la apariencia, sino es integral. Se transforma todo. Al principio me parecía curioso que ese sueño tuviera que ver con el Estado de México, quizás porque es una entidad muy cercana a mi vida siendo que su territorio rodea prácticamente al Distrito Federal y en muchas ocasiones hasta llegan a confundirse. En mi caso, vivía en una zona donde al cruzar la calle ya estaba uno en el Estado, por el lado del municipio de Tlalnepantla. Pero volviendo al asunto de los sueños y ya que andamos en las confesiones oníricas, hay otro sueño que me ha sorprendido desde hace algunos años. Recién obtenida la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard Casaubón se hizo presente en mi íntima pantalla de cristal, con toda su galanura en plan de conquista (por lo menos electoral). Gobernante de la entidad que me vio nacer, que me dio crianza y escuela y un desarrollo profesional. Marcelo también me hizo compañía varias veces, pero a él nunca lo vi metido en su traje de Jefe de Gobierno, sino todo lo contrario… Bueno, es Biblioteca Digital de Escritores Queretanos

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que a él me lo encontré en una de sus fabulosas playas en el zócalo capitalino, debía estar Ad hoc con el entorno, pues. Aunque usted no lo crea, de repente hay sueños que tiene lógica, sobre todo cuando les conviene. Lo que me parece el meollo del asunto es que ambos personajes sean los más señalados para obtener la Presidencia de la República Mexicana en el 2012. Son los precandidatos con mayores posibilidades de apoyo y de triunfo. Ambos gobiernan las entidades más grandes, de mayor población y de mayor riqueza económica en el país. Ambos se casaron (en segundas nupcias) con actrices de telenovela. Ambos poseen el porte de metrosexual que impera en la moda actual en el mundo. El que los dos hayan aparecido más de una vez en mis sueños y con tanta anticipación, predecía algo. Que serían los personajes más controvertidos de los tiempos electorales en momentos verdaderamente críticos para el país. ¿Y los partidos que los postulen? Porque seguramente será más de uno los que se cargarán de un lado o del otro. Pero de esto se hará destajo una vez que queden establecidas las candidaturas formalmente. Por lo pronto yo lamento mucho que uno no pueda soñar con lo que uno quiere. Vamos a ver si mi sentido premonitorio me alcanza para saber quién de los dos será el elegido. ¿Usted, con cuál de los dos soñará esta noche?

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¡Arrepiéntente ya! Cuando llegó a rentar la casa parecía tan normal. Era una persona común y corriente, una persona amable, con mucha disposición, incluso hasta para ayudar a los vecinos con sus oraciones, pues se caracterizó desde el principio por ser un católico muy solícito y devoto. Llevaba en el vecindario casi un año y se había ganado la confianza de los vecinos que lo veían como un cristiano ejemplar. La vivienda no tenía nada en particular, era sencilla como la de cualquier trabajador de oficina, pero como buen estudioso de los asuntos religiosos, tenía en su sala un librero donde acopiaba las lecturas que le auxiliaban en la tarea evangelizadora de su propia alma y la de sus prójimos. Así, reposaban en ese estante obras literarias como El secreto más grande del mundo, de Og Mandino; La mujer nueva y la moral sexual; Darwin no mató a Dios; Se nos rompió el amor ¿podemos ser amigos?; Cómo ganar amigos e influir sobre las personas; Porqué algunos cristianos cometen adulterio, causas y remedios; La inteligencia emocional. Hasta revistas como Vértigo, Inquietud Nueva; Muy interesante y un cancionero de Cri-Cri. Es así como, en medio de todas las catástrofes naturales y las provocadas por la catastrófica ambición humana, empezaron a resurgir los viejos mitos que cada determinado tiempo vuelven con sus apocalípticos pregones de la llegada del fin del mundo. El terremoto y el tsunami ocurridos en Japón fue el pretexto ideal para revivir el temor a los despiadados castigos divinos para todos los pecadores. Entonces se volvió a ver en las calles de algunas ciudades, pequeños panfletos en donde se advertía en caracteres grandes y con letra oscura que “¡El fin de mundo se acerca! El día del Juicio que el Dios Santo traerá, será el 21 de mayo de 2011. El Día del Juicio es algo que los seres humanos temen y es el día en que Dios destruirá el mundo a causa de sus pecados. El mundo tiene razón cuando piensa que el Día del Juicio vendrá. La Biblia nos da la información correcta y precisa en lo que a ese día se refiere…”. A saber si llegó a sus manos tal información, lo cierto es que por la actitud emprendida esa noche, es fácil advertir que este tipo de ideas proliferaban en el círculo más cercano del buen vecino, que acompañado de dos sujetos más, recibieron el mensaje divino de desprenderse de todo lo Biblioteca Digital de Escritores Queretanos

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material porque el fin del mundo está cerca. En medio de ese trance, los tres privilegiados emprendieron la orden celestial destruyendo muebles, vaciando los estantes y arrojando todos los objetos hacia la calle. Pero eso no era suficiente. Dios pedía mucho más que eso, era necesario arremeter contra los muebles del baño, y así con fuerza los destruyeron, con la misma fuerza con la que le pedían a gritos a Dios que les golpeara si es preciso: ¡Descarga en mí tu furia! En el éxtasis de agresividad divina, arrasaron con todo lo que había en la casa. Los vecinos se alarmaron cuando empezaron a escuchar golpes en las paredes, y ante el temor de que rompieran las tuberías del gas y del agua, decidieron llamar al servicio de emergencias. Cuando los oficiales llegaron aquello era un caos. No había sido un terremoto, ni el tsunami, ni el Creador. Eran tres tipos que inmersos en su excitación habían destruido todo. El buen vecino fue remitido a la agencia del Ministerio Público, de la que después salió por no haberle encontrado delito que perseguir, más que el escándalo y la reparación de la vivienda devastada. Muy a su pesar, el mundo todavía no se acaba, y sus valiosos servicios a Dios continuarán mientras siga habiendo pecadores a quienes redimir con un buen susto, un secuestro o una buena dosis de ignorancia.

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Corralito para la espera Dicen que en las comunidades rurales siempre amanece más temprano, será porque a pesar de todo dios si les ayuda, aunque parezca que a veces ni él se asoma por ahí. Pero la fe de la gente no se quebranta, es lo único seguro a qué aferrarse ante la ausencia total de respuestas terrenales. Hace algunos meses que la comunidad ha despertado todos los días con una inquietud constante. En este rincón apartado, donde parecería que el tiempo se detiene, donde el silencio es intenso, donde aún se levanta con sonidos de animales de corral; el manto oscuro de la noche se extiende a sus anchas sobre este pueblo que duerme intranquilo en la zozobra de una inquietud, con la esperanza cada vez más débil, de hallarlos con vida. A veces es tal la desesperanza, que ya con encontrarlos sería suficiente, todo, antes que seguir con la angustia de no saber qué fue de ellos. Estar imaginando cómo la estarán pasando si están vivos. No querer ni pensar cómo la habrán pasado si es que los mataron. Cómo, dónde… dónde están. Un día salieron de su pueblo como tantos otros que han tenido que ir a buscarse un patrimonio al otro lado de la frontera norte. Salieron dejando a sus mujeres y a sus hijos, a sus madres y a sus hermanas, a su modo de vida y a su tradición. Salieron para buscarse la vida, pero poniéndola en manos de alguien que les prometió fortuna y seguridad a cambio de una buena cantidad de dinero. Como pudieron lo juntaron, y encomendándose a ellos y a dios, se fueron para no volver más. Esa no era la idea, por supuesto, pero algo sucedió en el camino que impidió su llegada al destino acordado. Dicen que se extraviaron en San Luis Potosí, puedo haber sido en cualquier desierto que los dejaran abandonados, pero a Tamaulipas no llegaron. Era por ese lado del país que cruzarían la frontera hacia Estados Unidos. La sospecha más fuerte es que hayan podido ser víctimas de traficantes de personas o de reclutadores de elementos para negocios ilícitos, pero nadie está seguro de nada, sólo que desaparecieron sin dejar huella. Está por cumplirse un año de ese suceso, y hasta la fecha no hay investigación que indique ni una pista del paradero de esos diecisiete hombres que tienen a sus mujeres sin saber qué fue de ellos. La comunidad entera está al pendiente buscando información y el apoyo para encontrarlos. Las Biblioteca Digital de Escritores Queretanos

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instituciones implicadas no dan más datos, hablan del extravío en un territorio ajeno al suyo, en tierras donde no tienen autoridad para indagar. No queda más que solicitar el apoyo de las instancias de los estados vecinos y esperar los informes. Esperar… esperar… para la espera quizá inútil de las buenas noticias, que en la prolongada espera son ya malas, las mujeres se dedican a la crianza de pollos en corrales para conseguir un sustento económico ante la ausencia del hombre. Esa fue la única respuesta concreta del gobierno: un corral. Los familiares de los desaparecidos ahora si tienen algo en qué ocuparse para procurar su subsistencia a través de los huertos que el Ayuntamiento les otorgó, mientras siguen la búsqueda de los infortunados inmigrantes. Un año es mucho, demasiado tiempo para no saber el paradero de cualquier persona, más todavía si se trata de un hijo, de un esposo, de un hermano o de un padre. Si a eso se le agrega la situación de violencia extrema de la que todos los días se da cuenta puntual en los medios, la angustia se vuelve inaguantable. Levantarse todas las mañanas con el ruido de las aves en el corral, que dibujan una rayita más en el plano mental de la cuenta de los días. Agradecer a dios por no saber si las imágenes fatales que se sueñan son un pecado. Borrarlas de un jalón para volver a colocarse la esperanza de que algún día ellos vuelvan a su hogar.

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¡Santo fin de semana! Hay días que podrían pasar de largo, saltarse en la cuenta, como el día en que a medio mundo se le excitó la fantasía a través la expectativa del matrimonio de un miembro de la realeza británica, que por ser hijo de una célebre mujer, exitosa vendedora de revistas sensacionalistas, acaparó el morbo colectivo, bien estimulado por esas mismas corrientes escandalosas que llevaron a la popularidad a su principesca mamá. La fórmula ha demostrado que sigue siendo efectiva, y la difunta princesa de Gales sigue siendo un atractivo objeto de consumo, ahora a través de su hijo, el que muy probablemente se convierta en rey para beneplácito de la industria del escándalo. Y mientras el otro medio mundo tenía metida la cabeza en una burbuja de jabón, siguiendo paso a paso la ceremonia de la beatificación presurosa del Papa viajero desde Roma, hay gente que simplemente quiere seguir viviendo su vida de la mejor manera posible, lejos de todos esos sucesos masivos que irradian mucha emotividad y poca civilización. Con esa idea me levanté, con el ánimo de sacarle partido a ese fin de semana real y pontificio, haciendo cosas que verdaderamente me gustan. Tenía en mente una mañana de café en mi lugar favorito, acompañándome de una buena lectura, en busca de un ambiente propicio para el goce de la escritura. La mañana empezó una vez fuera de la casa, digo que empezó porque cuando todavía no salía tenía trazado otro plan. Pasé a la mini tienda de autoservicio que funge como farmacia, que está muy cerca de mi humilde hogar, para retirar una cantidad de dinero del cajero automático que ahí despacha. El movimiento financiero se realizó con toda normalidad. Introduje la tarjeta, el número, la cantidad solicitada, salió el recibo impreso. Todo bien, sólo que no salió la cantidad de dinero solicitada. Busqué afanosamente por debajo y por todos los orificios del aparato aquel y no encontré nada. Pregunté al encargado del changarro si el aparato estaba descompuesto o vacío porque no me dio la cantidad que le pedí, pero sí me dio el recibo impreso descontando la cantidad que quería retirar. Me dijo que ya había reportado al banco esa situación, que ya había pasado antes, y supuestamente ya lo habían ido a arreglar, pero que no me preocupara, que no aparecería el movimiento en mi estado de cuenta. Antes de salir de ahí le pedí que le pusiera un aviso a su máquina advirtiendo de la situación. Me miró con recelo. Biblioteca Digital de Escritores Queretanos

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Al no poder hacer otra cosa en ese lugar, porque no hay nadie que responda por esto, me dirigí a la parada del camión con una sensación de estafa. Pasaron diez minutos y ningún transporte. Empezó a juntarse la gente y transcurrieron otros diez minutos. Entonces, como de la nada, vinieron varios vehículos de transporte correteándose para llegar primero. Toda la gente que estaba en la parada abordó su respectiva ruta, pero la que esperaba yo tuvo la genial idea de pasarse de largo mientras los demás se peleaban por llevarse al abundante pasaje que se había juntado en la parada. Todos se fueron en su camioncito y yo me quedé sola, parada en la esquina como vil perro. Otros veinte minutos pasaron, yo estaba a punto de desistir de mi idea original, asándome las ideas bajo el intenso calor; empezaba a sentir sed. Le di la última oportunidad al camión que se acercaba y, ya no sé si por fortuna, resultó ser el bueno. Lo abordé y en el trayecto pensaba en que antes de llegar a mi destino anhelado, pasaría al cajero automático de la sucursal bancaria depositaria de mi cuenta. Así lo hice, le di al aparatejo todas las indicaciones indispensables y me apareció en la pantalla mi saldo con la cantidad que solicité en el otro cajero ya descontada. Inmediatamente salí de ahí para apersonarme en la sucursal bancaria a hacer la aclaración pertinente, pero la maldita sucursal estaba cerrada. Una segunda sensación de estafa me recorrió de arriba a abajo. Tendría que esperar hasta el lunes para hacer la aclaración. Pero de cualquier manera necesitaba dinero, así que retiré una cantidad y guardé mis comprobantes para cuando tuviera que hacer las reclamaciones, con pocas esperanzas de ver recuperado mi dinero. Esas sensaciones me bajaron los ánimos. Sentí mi entusiasmo inicial diluido en un caldo de maldiciones, hilando palabras altisonantes por cada uno de los eventos desafortunados que me estaba tocando padecer. Mientras caminaba por la acera caliente, con la canícula metiéndose por mis pantalones zancones, reflejando el brillo intenso en mi gesto de hastío, detuve mi paso frente al establecimiento de comida rápida y se estrelló en mi mente la imagen de una hamburguesa de pollo con papas y un vaso grandote de refresco de cola con hartos hielos. Sin tener en mente más que esa idea, dirigí mis pasos hacia allá, decidida a hartarme de ese veneno, valiéndome todo un soberano sorbete. Con la firmeza bien plantada, abrí la puerta del establecimiento cual villano en la cantina y me encontré el lugar invadido de escuincles de bote en bote. Chamacos escandalosos por todos lados gritando, jugando, riendo y comiendo… ¡Ah, qué burra, pues si es el día del niño! Cómo pude olvidar que en la subcultura de la colectividad esos lugares de hamburguesas y refrescos son para los niños. Maldita sea mi suerte. Salí de ahí con una triple sensación de estafa, pero ahora con el añadido de que hasta el antojo se me había pasado, dejando 16

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en su lugar un hueco en mi estómago imposible de saciar. Me senté en una silla de las mesas que están afuera del café que era mi destino original al comenzar esta historia; me recargué en el respaldo, levanté un poco la cabeza, suspiré y me fugué tras una nube gris que se alejaba.

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