YOLANDA RUBIOCEJA SOBRE EL ESCRITOR Yolanda Rubio Ceja nació en la Ciudad de México. Es egresada de la Escuela de escritores de Sogem y diseñadora industrial. Actualmente radica en la ciudad de Querétaro. Publicó El insólito mundo y otros seres imaginarios; cuentos, Ediciones B, México, 2012. Otras publicaciones: El mundo y otros productos desechables, Instituto Mexiquense de Cultura, 2007. Fantasiofrenia, antología del cuento dañado; Pragmatáfora, antología de las cosas; ambos editados por As de Corazones Rotos. Ha colaborado en las revistas Zarabanda, el espacio sogemita; Castálida, del Instituto Mexiquense de Cultura; y Parteaguas, del Instituto de Cultura de Aguascalientes.
ÍNDICE
Allá en la fuente Mitad bestias Antes cayó un cigarro Mal día Como estaba planeado
El contenido de estos textos es propiedad y responsabilidad del autor, Par Tres Editores, S.A. de C.V. transmite estos textos de manera gratuita a través de su proyecto de difusión cultural y literaria denominada Biblioteca Digital de Escritores Queretanos. Los autores han seleccionado sus textos para permanecer en dicha biblioteca para su uso única y exclusivamente como difusión literaria, por lo que se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito del autor, quien es el titular de los derechos patrimoniales de los mismos.
ESCRITOR QUERETANO: YOLANDA RUBIO CEJA
Allá en la fuente Y es que soy demasiado distraída, no es la primera vez que me meto en el baño equivocado. Lo que pasó es que ya iba de salida cuando escuché que él iba entrando, estaba hablando de mí. Me regresé rápido y me metí a uno de los cubículos, me senté sobre el excusado y subí los pies. ¿Tú sabías que los hombres platican en los mingitorios? Pues ellos dicen que no pero sí lo hacen. Rodrigo volvió a decir mi nombre, se oía tan bonito con el fondo como de cascada, después dijo que yo estaba “buenísima”, sacando un chorro mucho más débil pero todavía constante, más puntual. Lo siguiente fue un goteo rítimico, como un llanto, y se quejó: “pero nunca me va a pelar.” “Y es que la amo”, dijo en el instante que dejaba caer la última gota. En ese momento pude sentir su escalofrío en mi cuerpo y unas incontrolables ganas de orinar. Cómo no iba a enamorarme de él, si son las palabras más húmedas y románticas que he escuchado, bueno exceptuando lo de “está buenìsima”, pero ya sabes como es eso de la plática entre hombres, y mucho más si están orinando juntos, tienen que parecer más machos en esos momentos tan comprometedores, además otra parte de él me hablaba sólo a mí, y eso es aun mejor que si lo hubiera dicho con la mano en el corazón, ¿o no? Te va a sonar muy cursi pero yo sé que aunque estuviera en el baño de un estadio de fútbol, le reconocería de puro oído, ¿cómo ves? Y es que Rodrigo en vez de orinar recita. Es en serio, no te rías, mira, por ejemplo; el que iba con él ese día también estaba orinando, pero sin gracia, como quien abre la llave de la tarja, así nada más, de fuerte a débil y sin suspirito. Ya ves que Rodrigo es muy tímido, por eso tuve que invitarlo yo. Fuimos a un restaurante muy malo, pero lo escogí por que el baño de hombres está dividido del de mujeres por un simple tablero de madera delgada. En cuanto entró, yo me metí al baño contiguo. Escuché todo lo que no se había atrevido a decirme en una hora y media de estar viéndonos las caras sentados a la mesa. Estaba muy nervioso, porque el chorro era demasiado irregular y agitado, seguro estaba salpicándolo todo. Pero esta vez el suspiro fue diferente, profundo y largo. Se subió la bragueta con un solo y decidido “zip”, así que no tardaría en salir, escuché sus pasos dirigiéndose a la puert, no se lavó las manos y eso es bueno porque quiere decir que una vez que te ha Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
3
ESCRITOR QUERETANO: YOLANDA RUBIO CEJA
hecho el amor, no se levanta rápidamente a tomar un baño ¿suena lógico no? Tuve que actuar rápido, porque él ya me había dicho todo y yo nada, me abrí el cierre intentando hacer el mayor ruido posible, luego me bajé el pantalón haciéndolo rozar con mi piel y para cuando me bajé los calzones él ya estaba en silencio, escuchando. Estoy casi segura de que se puso la oreja en el panel. Entonces oriné para él, contieniendo y soltando el chorro con ritmo ascendente ¿Si sabes cómo, no? Hasta que ya no aguanté y terminé con un suspiro. En ese momento la madera del panel crugió un poco, pensé que me observaba por algún agujero pero no encontré ninguno. Me acomodé la ropa y por supuesto no me lavé las manos, hubiera sido una grosería. Salió primero y yo esperé el suficiente tiempo para que él llegara a la mesa, entonces abrí la puerta y lo vi ahí sentado, de espaldas, pidiéndole algo al mesero. Nos trajeron una botella de vino blanco, Rodrigo no permitió que el mesero nos sirviera, tomó la botella con su mano grande y morena. Vertió el líquido en mi copa interrumpiendo los chorros y volviéndolos a soltar cada vez más rápido, y derramando el líquido con un último chorro fuerte. Nunca en mi vida he sentido al mismo tiempo tanto placer y tanta vergüenza.
4
Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
ESCRITOR QUERETANO: YOLANDA RUBIO CEJA
Mitad bestias A las cuatro de la tarde, el redondel de Insurgentes comienza a rugir. Mientras por el sonido local se anuncia un encierro de la Lupita, Lorna recuerda aquella primera vez en que se despojó de la ropa en público. Cómo es que ella está ahí sentada, viendo al primero de los alternantes, Manolo no sé qué el Poeta, a punto de torturar a una de esas bestias a las que ella siempre ha defendido. Yo debería de estar allá afuera con ellos, pensó. ¡Asesinos, sanguinarios, matando a sus hermanos!, escucha dentro de su cabeza al unísono con aquel coro que se percibe lejano, entonado por catorce hombres y mujeres desnudos que portan una diadema cornúpeta alrededor de los cráneos. Es irónico lo de ese tal Manolo. A ella siempre le han atraído los poetas, pero ahora está aquí, dispuesta a ver cómo uno de ellos realiza sus limpios, cadenciosos y rítmicos trazos sobre algo distinto al papel en blanco. Está sentada, a la sombra, junto al hombre guapo que la invitó a salir. Después de casi dos años de soltería, le había resultado imposible negarse. Cerrados los párpados, se entera de lo que sucede a través de la voz del hombre que está sentado tras ella. A lo lejos siguen escuchándose las protestas. Esa gente no sabe ni lo que defiende, según ellos están por la vida de las bestias, pero no entienden que estos ejemplares fueron creados para la fiesta, sólo existen para ella; abogando por sus vidas proclaman por su extinción. ¡Ole! Qué ganas tiene de responderle, pero esta vez se halla del lado equivocado, el de los tendidos. El primero se llama Bonito, pesará cuatrocientos setenta kilos, pero es manso y con poca casta, no logra bien la acometida. El segundo de la tarde. También un toro complicado, pero el valiente se impone llevándolo con maestría de su lado. Una oreja. Con el tercero la cosa mejora. Encastado y de buen juego. No entiende aquel lenguaje, pero se imagina la sangre, el sufrimiento, escucha bufar a aquel ser. Tercia de banderillas bien colocadas. Al parecer, el torero puede por fin demostrar sus cualidades. Certero estoconazo. El público otorga las dos orejas y hasta el rabo. Cuando se atreve a mirar, ya llevan al que anda en dos pies, en hombros. Al de cuatro patas, el sacrificado, lo arrastran dibujando con su sangre un camino rojo ondulante que brilla con la luz del sol. Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
5
ESCRITOR QUERETANO: YOLANDA RUBIO CEJA
–Por qué no me dijiste que no te gustaba esto, desde que empezó la faena tienes los ojos cerrados –le recrimina Juan. Lorna se pone en pie. Mira cómo la cola de aquel ser mitad hombre-mitad toro, expresamente creado para la fiesta, inventado en un laboratorio genómico con las mejores partes del ser humano y de la bestia, termina por desaparecer del ruedo. Se despide del hombre guapo colocando sobre sus labios un beso triste. Antes de traspasar la frontera entre la Monumental Plaza México y la calle, desabrocha los últimos botones de su blusa. Los cuernos, ya le pedirá un par a alguno de sus compañeros.
6
Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
ESCRITOR QUERETANO: YOLANDA RUBIO CEJA
Antes cayó un cigarro Me desagrada esta sensación pero también me atrae, ese vacío que hipnotiza. Ver bajo mis enormes pies aquel fondo dibujado de gentecita lejana y automóviles de juguete. Te invita a acercarte, la lejanía. Si se tensara el cordel, mi nariz se aproximaría cada vez más al vacío. No me lanzo sólo porque me da miedo alejarme de mí misma. Además quedaría desparramada en el suelo. Parecería sólo un bicho rodeado por un charquito de sangre. Perdóname si te espanté. Mira nada más, estás pálido. Despreocúpate, que no pienso dejarme caer. Es sólo esta sensación que… Necesitarías experimentarla. Así entenderías. Sólo es un juego. Caminas dos o tres pasos por la orilla y, cuando sientes que jalan del cordel, das un pequeño salto para atrás. Vacío. ¿Por qué le llamarán así? Si está repleto de cosas; de edificios con techos anchos y bases pequeñas, de árboles diminutos, de… ¡Qué cochino eres! Qué tal que le atinas al café de alguien. ¿Viste dónde cayó? Es como si hubiera desaparecido en el… ¡Detente! La primera lluvia del año comienza repentinamente. Las gotas caen sobre el charco rojo, desvaneciéndolo poco a poco. Una colilla flota al centro.
Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
7
ESCRITOR QUERETANO: YOLANDA RUBIO CEJA
Mal día Por primera vez desde que era consciente, se siente feliz. Todo ha salido bien este día. Amaneció descansada y, al abrir los ojos, se encontró con que Goliat finalmente había aprendido a avisar para hacer sus necesidades afuera de la casa. Después de ser paseada por su perro, Jimena se preparó un desayuno que, extrañamente, sabía bastante bien. Había interrumpido la última mordida de pan con mantequilla para contestar aquella llamada. Le avisaban que su proyecto había sido aceptado, tenía que ir a revisar algunas cláusulas y, si así le parecía, firmar el contrato. Pensó que algo podía salir mal. Tal vez alguna de aquellas cláusulas resultara inaceptable, tal vez querrían pagar menos de lo presupuestado y le regatearían como si se tratase de una venta del mercado. Pero todo siguió estando de maravilla. Su firma temblorosa se repitió en todas las hojas del contrato. Ahora tendría trabajo para seis meses o un poco más. Podría terminar de pagar la hipoteca y las deudas de palabra que había adquirido con casi toda su familia cercana. A menos que… no sabía qué, pero según su experiencia, algo siempre podía salir mal. Tendría que tener precaución para no echarlo todo a perder. Tuvo excesivo cuidado bajando escaleras, atravesando calles, inspeccionando alimentos antes de introducirlos a su boca. Nada. El día estaba casi por terminar y ella no había sufrido ningún percance. El teléfono sonó tres veces. Jimena no quería contestarlo, tenía un mal presentimiento. Timbró una cuarta vez y alzó el auricular. No se atrevió a colocárselo sobre la oreja. Colgó. Tras unos segundos volvió a timbrar, seis veces. “Hola, soy Jimena. No puedo atender tu llamada en este momento. Después del tono deja tu recado.” –Hola tarada, sólo llamaba para darte una noticia que te va a gustar. Se la daría a tu máquina pero no me gusta dar buenas nuevas a aparatos sin emociones, prefiero dárselas a humanos sin emociones, como tú. En cuanto puedas llámame. Dejó pasar media hora y marcó. Faltaban tres horas para que el día terminara. Se alegró de saber que su hermana por fin había logrado embarazarse, pero no pudo evitar pensar en cosas terribles: deformidades, complicaciones, muerte. Sacudió la cabeza. Odiaba tener, inevitablemente, esos pensamientos. Sentía que atraía lo malo con sólo imaginarlo, pero no podía dejar de hacerlo. Mientras más se esforzaba en deshacerse de las tragedias 8
Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
ESCRITOR QUERETANO: YOLANDA RUBIO CEJA
que habitaban su cerebro, éstas más le llenaban el pensamiento. Su hermana era distinta, había nacido con buena suerte y facilidad para alegrarse por cualquier cosa. Van a ser gemelos, dos por uno, qué suerte, así me ahorro un parto y mucho dolor, le había dicho su hermana, mientras ella visualizaba seis dedos en cada mano y mucho dolor. Decidió ya no salir de casa, no quería que un día en el que nada malo había sucedido hasta el momento, se echara a perder por su imprudencia. Prendió el televisor. Pasaban una película que había querido ver desde hacía años. Le gustó, aunque todo el tiempo estuvo temiendo el peor de los destinos para el protagonista. No fue así. Revisó su reloj. Veintinueve minutos faltaban para completar un día entero de buena fortuna. No dejó de observar el movimiento de las manecillas. El segundero dando pasos precavidos hacia todas las nuevas posibilidades que hay detrás de otro nuevo segundo. Cada avance milimétrico, el riesgo de un desastre. El corazón de Jimena acompasándose con las manecillas. Imposible pensar en no caer en una mala casilla mientras se siga apostando al giro de la ruleta. Pavor a cada tic, terror en cada tac. Veintinueve minutos más extensos que un día casi completo de buena fortuna. Últimos segundos. Último movimiento del día. Ambas manecillas en los alto, llegando al unísono a la cúspide de la felicidad. Un nuevo día. Jimena con insomnio, las manecillas recomenzando el camino, millones de posibilidades más de perder la felicidad. Muchos días de angustia por venir. Ojalá nunca hubiera tenido ese día feliz. Ahora sentía tanto miedo de perderlo todo.
Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
9
ESCRITOR QUERETANO: YOLANDA RUBIO CEJA
Como estaba planeado El cuchillo cayó al suelo, Fabiana estaba muerta. El gesto de orgasmo petrificado en la cara de ella, había ocasionado que Pablo finalmente lograra una erección. Germán se aferró al mango del cuchillo con la mano temblorosa. Cómo podía estar muerta. Ya no podría atravesarle el corazón en el momento justo para congelar el rictus de “mal cogida”, y lograr de esa manera que Pablo recordara por siempre el rostro insatisfecho y frígido de su amante. Ahora no podría tampoco amenazarlo a él con un cuchillo ensangrentado y hacerlo salir corriendo y bajar las escaleras hasta el primer piso, verlo huir del edificio completamente desnudo y sin excusas. Escuchar los gritos de indignación de las mujeres en la calle. Si sólo su esposa no hubiese abierto los ojos en el momento en que Germán levantaba el cuchillo sobre ella, su corazón no se habría detenido repentinamente capturando ese gesto de terror tan parecido al del orgasmo. Entonces él estaría sosteniendo un arma manchada de sangre y no este ridículo cuchillo pulcramente plateado. Este imbécil de Pablo, ni siquiera se ha dado cuenta de que le hace el amor a una muerta.
10
Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
ESCRITOR QUERETANO: YOLANDA RUBIO CEJA
Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
11