L de Lector No. 26 (Agosto 2017)

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de Lector

No. 26 Agosto 2017 Año III

Santiago de Querétaro, Querétaro vidas miercolees leer más allá OTRAS ARTES escritores queretanos El arte de no crecer El soldadito de plomo De Constantinopla a Adaptaron felices para 3

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Estambul

siempre

Verónica Ramos

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Hans Christian Andersen Estimado Lector del L, este mes presentamos al increíble escritor danés Hans Christian Andersen, quien muere el 4 de agosto de 1875. Un escritor famoso por sus cuentos adaptados en el cine para niños como La sirenita, Pulgarcita, El soldadito de plomo, El patito feo, entre otros. En VIDAS, encontrarás El arte de crecer, de Roberto Delgado, con una delicada ruta de las estatuas en todo el mundo que elogian a nuestro escritor seleccionado. En el MIERCOLEES, presentamos un cuento fantástico del autor: El soldadito de plomo, el cual hemos visto en la pantalla grande y chica desde hace muchos años con la adaptación de Disney. En LEER MÁS ALLÁ, Valeria García nos describe el desarrollo de Constantinopla hasta convertise en Estambul, la ciudad más poblada de la actual Turquía. En OTRAS ARTES, Addy Melba nos lleva a una reflexión de nuestra infancia, con las películas de Disney que mostraron la adaptación de las obras de nuestro autor. En ESCRITORES QUERETANOS, presentamos a Verónica Ramos, escritora dentro de nuestra Biblioteca Digital de Escritores Queretanos, con la cual presentamos su cuento La quinceañera. En RECOMENDACIONES, presentamos uno de nuestros títulos más vendidos: Del peróxido de benzoilo al vodka, de César Tarello Leal. Esperamos disfrutes de este nuevo año que L de Lector tiene preparado para ti, asiduo lector. Nos leemos en Septiembre, mes patrio. PRT


Agosto 2017 Santiago de Querétaro, Querétaro Dirección editorial Patricio Rebollar

Vidas

EL ARTE DE NO CRECER Roberto Delgado

MiercoLees

el soldadito de plomo Hans Christian Andersen

Leer más allá

dE CONSTANTINOPLA A ESTAMBUL Valeria García Origel

Otras artes

ADAPTARON FELICES PARA SIEMPRE Addy Melba

Escritores Queretanos

la quinceañera Verónica Ramos

Asistencia editorial Valeria García Origel Relaciones Públicas Diana Pesquera Circulación y promoción Librerías Nuevos Horizontes, Librería Sancho Panza, Amadeus, Punta del Cielo, La Charamusca, Dipac, Moser Kafé. Colaboradores Patricio Rebollar, Diana Pesquera, Valeria García Origel, Addy Melba Espinosa, Roberto Delgado Ríos, Verónica Ramos.

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L de Lector. Agosto 2017, año III, No. 26. Publicación mensual editada por Par Tres Editores, S.A. de C.V., Fray José de la Coruña 243, colonia Quintas del Marqués, 76047, Santiago de Querétaro, Querétaro. Sitio web: www. par-tres.com, blogpartres@gmail.com. Editor Responsable: Patricio Rebollar. ISSN: 2448-5586 tramitado por el Instituto Nacional de Derechos de Autor. Impreso por Hear Industria Gráfica, ubicado en Calle 1, No. 101, Zona Industrial Benito Juárez, 76120, Santiago de Querétaro, Querétaro, este número se terminó de imprimir el 28 de Julio de 2017 con un tiraje de 1000 ejemplares.

Se permite la reproducción parcial de esta obra en lo concerniente al texto del Autor del Mes en virtud de encontrarse libre de Derechos de Autor, en cuanto a las demás secciones de la publicación, se prohíbe su reproducción parcial o total, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito de los titulares de los derechos correspondientes.


vidas El arte de no crecer En las orillas del puerto de la modernísima ciudad de Copenhague, alguien mira con melancolía pasar a los navegantes. Con una mirada de bronce, una sirenita de un cuento de hadas sorprende a cada turista. En una banca de Central Park en Nueva York, una estatua sostiene un libro y mira a un pato. Enmarcado por enormes palmeras, en la ciudad española de Málaga, los caminantes se tropiezan con una escultura de un hombre que descansa su brazo derecho sobre un maletín de donde también se asoma un pato. Cuando se visita la ciudad de Solvang en California, dentro de un parque se puede admirar un busto de un hombre con sombrero mirando al cielo. En las nevadas calles de la ciudad eslovaca de Bratislava, se puede uno encontrar a un hombre meditabundo alzando su pierna izquierda frente a un árbol pelón. En los cinco casos, la coincidencia tiene nombre y apellido: Hans Christian Andersen. Dicen que los niños son el símbolo del matrimonio eterno entre el amor y el deber, algo que lo entendió perfectamente este gran escritor escandinavo. Una mañana en que llovían algodones de azúcar en el pueblo de Odense, Dinamarca, nació H.C. Andersen el 2 de abril de 1805. Hijo único y con una situación familiar precaria, el autor fue enviado a escuelas para personas de escasos recursos e incluso tuvo que trabajar de niño para completar el gasto. Sin embargo, la pobreza no impidió que su padre le inculcara el amor por la literatura. A los catorce años se mudó a la capital danesa en busca de una carrera como actor, donde fue aceptado por la Royal Da-

3 Por Roberto Delgado

nish Theatre. Sin embargo, al reconocerlo sus maestros como una especie de poeta, cambia su dirección para acentuar su educación en la ortografía y la redacción. Por esas fechas, aparece publicado The Ghost of Palnatoke´s Grave, su primer cuento. Sin importar que Andersen define sus años escolares como los más oscuros y sufridos de su vida, en 1829, a los 24 años comienza a tener un éxito importante con el cuento corto A Journey on Foot from Holmen´s Canal to the East Point of Amager, la obra teatral Love on St. Nicholas Church Tower y a una serie de poemas. Gracias a una beca proporcionada por el Rey de Dinamarca, comienza a viajar y a conocer el mundo, lo que deriva en su primera novela de nombre The Improvisatore. Con todo y que la carrera de Andersen ya había despegado, es entre 1835 y 1837 que comienza a publicar cuentos para niños, su máximo legado. De ésta primera colección de nueve cuentos se desprenden clásicos como The Little Mermaid y The Emperor´s new clothes. Sin embargo, la calidad de los cuentos fueron reconocidos hasta 1845 cuando entregó otra serie de colecciones donde se incluyó el famoso The Ugly Duckling y ya no pararía el estilo infantil hasta sus últimos días. Andersen es de los escritores que más ha inspirado al mundo y ha resaltado las maravillosas posibilidades que hay en la mente humana. Dicen que el aeropuerto de Odense (mismo que lleva su nombre) es el único sitio en el planeta donde los viajantes pueden comprar vuelos al pasado. Y habrá que creerlo esperando que durante el recorrido lluevan enormes algodones de azúcar mientras una sirenita nos mira.


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El soldadito de plomo Por Hans Christian Andersen Había una vez veinticinco soldaditos de plomo, hermanos todos, ya que los habían fundido en la misma vieja cuchara. Fusil al hombro y la mirada al frente, así era como estaban, con sus espléndidas casacas rojas y sus pantalones azules. Lo primero que oyeron en su vida, cuando se levantó la tapa de la caja en que venían, fue: “¡Soldaditos de plomo!” Había sido un niño pequeño quien gritó esto, batiendo palmas, pues eran su regalo de cumpleaños. Enseguida los puso en fila sobre la mesa. Cada soldadito era la viva imagen de los otros, con excepción de uno que mostraba una pequeña diferencia. Tenía una sola pierna, pues al fundirlos, había sido el último y el plomo no alcanzó para terminarlo. Así y todo, allí estaba él, tan firme sobre su única pierna como los otros sobre las dos. Y es de este soldadito de quien vamos a contar la historia. En la mesa donde el niño los acababa de alinear había otros muchos juguetes, pero el que más interés despertaba era un espléndido castillo de papel. Por sus diminutas ventanas podían verse los salones que tenía en su interior. Al frente había unos arbolitos que rodeaban un pequeño espejo. Este espejo hacía las veces de lago, en el que se reflejaban, nadando, unos blancos cisnes de cera. El conjunto resultaba muy hermoso, pero lo más bonito de todo era una damisela que estaba de pie a la puerta del castillo. Ella también estaba hecha de papel, vestida con un vestido de clara y vaporosa muselina, con una estrecha cinta azul anudada sobre el hombro, a manera de banda, en la que lucía una brillante lentejuela tan grande como su cara. La damisela tenía los dos brazos en alto, pues han de saber ustedes que

era bailarina, y había alzado tanto una de sus piernas que el soldadito de plomo no podía ver dónde estaba, y creyó que, como él, sólo tenía una. “Ésta es la mujer que me conviene para esposa”, se dijo. “¡Pero qué fina es; si hasta vive en un castillo! Yo, en cambio, sólo tengo una caja de cartón en la que ya habitamos veinticinco: no es un lugar propio para ella. De todos modos, pase lo que pase trataré de conocerla.” Y se acostó cuan largo era detrás de una caja de tabaco que estaba sobre la mesa. Desde allí podía mirar a la elegante damisela, que seguía parada sobre una sola pierna sin perder el equilibrio. Ya avanzada la noche, a los otros soldaditos de plomo los recogieron en su caja y toda la gente de la casa se fue a dormir. A esa hora, los juguetes comenzaron sus juegos, recibiendo visitas, peleándose y bailando. Los soldaditos de plomo, que también querían participar de aquel alboroto, se esforzaron ruidosamente dentro de su caja, pero no consiguieron levantar la tapa. Los cascanueces daban saltos mortales, y la tiza se divertía escribiendo bromas en la pizarra. Tanto ruido hicieron los juguetes, que el canario se despertó y contribuyó al escándalo con unos trinos en verso. Los únicos que ni pestañearon siquiera fueron el soldadito de plomo y la bailarina. Ella permanecía erguida sobre la punta del pie, con los dos brazos al aire; él no estaba menos firme sobre su única pierna, y sin apartar un solo instante de ella sus ojos. De pronto el reloj dio las doce campanadas de la medianoche y –¡crac!– se abrió la tapa de la caja de rapé... Mas, ¿creen ustedes que contenía tabaco? No, lo que allí había era un duende negro, algo así como un muñeco de resorte.


–¡Soldadito de plomo! –gritó el duende–. ¿Quieres hacerme el favor de no mirar más a la bailarina? Pero el soldadito se hizo el sordo. –Está bien, espera a mañana y verás –dijo el duende negro. Al otro día, cuando los niños se levantaron, alguien puso al soldadito de plomo en la ventana; y ya fuese obra del duende o de la corriente de aire, la ventana se abrió de repente y el soldadito se precipitó de cabeza desde el tercer piso. Fue una caída terrible. Quedó con su única pierna en alto, descansando sobre el casco y con la bayoneta clavada entre dos adoquines de la calle. La sirvienta y el niño bajaron apresuradamente a buscarlo; pero aun cuando faltó poco para que lo aplastasen, no pudieron encontrarlo. Si el soldadito hubiera gritado: “¡Aquí estoy!”, lo habrían visto. Pero él creyó que no estaba bien dar gritos, porque vestía uniforme militar. Luego empezó a llover, cada vez más y más fuerte, hasta que la lluvia se convirtió en un aguacero torrencial. Cuando escampó, pasaron dos muchachos por la calle. –¡Qué suerte! –exclamó uno–. ¡Aquí hay un soldadito de plomo! Vamos a hacerlo navegar. Y construyendo un barco con un periódico, colocaron al soldadito en el centro, y allá se fue por el agua de la cuneta abajo, mientras los dos muchachos corrían a su lado dando palmadas. ¡Santo cielo, cómo se arremolinaban las olas en la cuneta y qué corriente tan fuerte había! Bueno, después de todo ya le había caído un buen remojón. El barquito de papel saltaba arriba y abajo y, a veces, giraba con tanta rapidez que el soldadito sentía vértigos. Pero continuaba firme y sin mover un músculo, mirando hacia adelante, siempre con el fusil al hombro. De buenas a primeras el barquichuelo se adentró por una ancha alcantarilla, tan oscura como su propia caja de cartón.

“Me gustaría saber adónde iré a parar”, pensó. “Apostaría a que el duende tiene la culpa. Si al menos la pequeña bailarina estuviera aquí en el bote conmigo, no me importaría que esto fuese dos veces más oscuro.” Precisamente en ese momento apareció una enorme rata que vivía en el túnel de la alcantarilla. –¿Dónde está tu pasaporte? –preguntó la rata–. ¡A ver, enséñame tu pasaporte! Pero el soldadito de plomo no respondió una palabra, sino que apretó su fusil con más fuerza que nunca. El barco se precipitó adelante, perseguido de cerca por la rata. ¡Ah! Había que ver cómo rechinaba los dientes y cómo les gritaba a las estaquitas y pajas que pasaban por allí. –¡Deténgalo! ¡Deténgalo! ¡No ha pagado el peaje! ¡No ha enseñado el pasaporte! La corriente se hacía más fuerte y más fuerte y el soldadito de plomo podía ya percibir la luz del día allá, en el sitio donde acababa el túnel. Pero a la vez escuchó un sonido atronador, capaz de desanimar al más valiente de los hombres. ¡Imagínense ustedes! Justamente donde terminaba la alcantarilla, el agua se precipitaba en un inmenso canal. Aquello era tan peligroso para el soldadito de plomo como para nosotros el arriesgarnos en un bote por una gigantesca catarata. Por entonces estaba ya tan cerca, que no logró detenerse, y el barco se abalanzó al canal. El pobre soldadito de plomo se mantuvo tan derecho como pudo; nadie diría nunca de él que había pestañeado siquiera. El barco dio dos o tres vueltas y se llenó de agua hasta los bordes; se hallaba a punto de zozobrar. El soldadito tenía ya el agua al cuello; el barquito se hundía más y más; el papel, de tan empapado, comenzaba a deshacerse. El agua se iba cerrando sobre la cabeza del soldadito de plomo… Y éste pensó en la linda bailarina, a la que no


vería más, y una antigua canción resonó dijo una palabra. en sus oídos: De pronto, uno de los niños agarró ¡Adelante, guerrero valiente! al soldadito de plomo y lo arrojó de ¡Adelante, te aguarda la muerte! cabeza a la chimenea. No tuvo motivo En ese momento el papel acabó de alguno para hacerlo; era, por supuesto, deshacerse en pedazos y el soldadito aquel muñeco de resorte el que lo había se hundió, sólo para que al instante un movido a ello. gran pez se lo tragara. ¡Oh, y qué osEl soldadito se halló en medio de incuridad había allí dentro! Era peor aún tensos resplandores. Sintió un calor teque el túnel, y terriblemente incómodo rrible, aunque no supo si era a causa del por lo estrecho. Pero el soldadito de fuego o del amor. Había perdido todos plomo se mantuvo firme, siempre con sus brillantes colores, sin que nadie pusu fusil al hombro, aunque estaba tendi- diese afirmar si a consecuencia del viaje do cuan largo era. o de sus sufrimientos. Miró a la bailaSúbitamente el pez se agitó, haciendo rina, lo miró ella, y el soldadito sintió las más extrañas contorsiones y dando que se derretía, pero continuó impáviunas vueltas terribles. Por fin quedó in- do con su fusil al hombro. Se abrió una móvil. Al poco rato, un haz de luz que puerta y la corriente de aire se apoderó parecía un relámpago lo atravesó todo; de la bailarina, que voló como una sílfibrilló de nuevo la luz del día y se oyó de hasta la chimenea y fue a caer junto que alguien gritaba: al soldadito de plomo, donde ardió en –¡Un soldadito de plomo! una repentina llamarada y desapareció. El pez había sido pescado, llevado Poco después el soldadito se acabó de al mercado y vendido, y se encontraba derretir. Cuando a la mañana siguiente ahora en la cocina, donde la sirvienta la sirvienta removió las cenizas lo enlo había abierto con un cuchillo. Cogió contró en forma de un pequeño coracon dos dedos al soldadito por la cin- zón de plomo; pero de la bailarina no tura y lo condujo a la sala, donde todo había quedado sino su lentejuela, y ésta el mundo quería ver a aquel hombre era ahora negra como el carbón. extraordinario que se dedicaba a viajar Datos Curiosos dentro de un pez. Pero el soldadito no El mismo año de 1827 Hans Christian le daba la menor importancia a todo logró la publicación de su poema El aquello. niño moribundo en la revista literaria KjøLo colocaron sobre la mesa y allí… en fin, ¡cuántas cosas maravillosas pue- I benhavns flyvende Post, la más prestigiosa del momento; apareció en las versiones den ocurrir en esta vida! El soldadito de danesa y alemana de la revista. plomo se encontró en el mismo salón donde había estado antes. Allí estaban Andersen a menudo se enamoró de todos: los mismos niños, los mismos mujeres inaccesibles para él y muchas juguetes sobre la mesa y el mismo herde sus historias se interpretan como moso castillo con la linda y pequeña bailarina, que permanecía aún sobre II alusiones a sus fracasos sentimentales. La más famosa de éstas fue la soprano una sola pierna y mantenía la otra exJenny Lind. Su pasión le inspiró el cuentendida, muy alto, en los aires, pues ella to «El ruiseñor», y contribuyó a que la había sido tan firme como él. Esto conapodaran la «ruiseñor sueca». movió tanto al soldadito, que estuvo a punto de llorar lágrimas de plomo, pero En 1866 el rey de Dinamarca le concedió no lo hizo porque no habría estado bien que un soldado llorase. La contempló y III el título honorífico de Consejero de Esella le devolvió la mirada; pero ninguno tado y en 1867 fue declarado ciudadano ilustre de su ciudad natal.


7 leer más allá De constantinopla a Estambul Por Valeria García Origel

Actualmente Estambul, situada a ambos lados del estrecho del Bósforo en Turquía, Constantinopla fue el nombre histórico para la capital del Imperio Romano, el Bizantino, el Latino y finalmente el Imperio Otomano. Desde el año 330 hasta 1922, año en el que comienza la caída. La historia de esta épica ciudad comienza en el año 324, cuando Constantino I el Grande vence al coemperador romano Licinio y se vuelve el hombre más poderoso del Impero Romano. Con este triunfo, convierte la ciudad de Bizancio en la capital del imperio, llamándola Constantinopla. A partir de entonces, Constantino pone en marcha trabajos para proteger la ciudad y embellecerla utilizando a más de cuarenta mil trabajadores, en su mayoría esclavos godos. A lo largo de la Edad Media, Constantinopla fue la ciudad más grande y rica, era conocida como la Reina de las Ciudades y la Encrucijada del Mundo, este último por ser la unión de comercio entre Asia, Europa y África. Para el año 1453, Constantinopla no se parecía ni un poco a la gloriosa ciudad de años atrás, por el contrario, calles desiertas, pobreza, muerte y abandono se apoderaban del paraíso imperial, los viajeros pasaron de relatar paseos alrededor de lujo y perfección a relatar destrucción y desolación. El 29 de mayo, marcó el fin, no sólo de un imperio, también de toda una época, la Edad Media. Pero el declive de Constantinopla comienza en 1190 con el inicio de la tercera cruzada y la reticencia de los bizantinos a las posibilidades de vencer. Catorce años después comienza el imperio latino con el triunfo de los cruzados sobre

la ciudad y más tarde los bizantinos recuperan su imperio, acción que repitieron durante años al enfrentarse con todo aquel que seguía debilitando a la gran Constantinopla y que pretendía convertirla en su imperio. A pesar de su magnífica resistencia, los otomanos lograron vencer a los bizantinos, el enlace cultural y comercial entre Asia y Europa desaparece y se origina la búsqueda de nuevas rutas comerciales, ocasionando el descubrimiento de América y el inicio de la Edad Moderna. Se pensaba que el cristianismo llegaba a su fin, se habló de una nueva cruzada y se generó una única entidad administrativa para un territorio completamente otomano. Son los escritores quienes nos hacen visitar un lugar sin tener que ir a el. La poca popularidad de las obras teatrales del autor que les presentamos en esta edición, lo motivaron a viajar por Europa y más adelante, con el éxito de sus cuentos visitó, entre otros países, la gran Constantinopla, todavía territorio del imperio otomano, y regresó por el Mar Negro y el Danubio, relatos que constituyen su mejor libro de viajes, El bazar de un poeta (1842), pero hacia 1923 la ocupación de Constantinopla puso fin a este nombre histórico y oficialmente se cambió a Istanbul (nombre turco) en 1930. Hans Christian Andersen sí viajó a Constantinopla y lo que podemos saber ahora de la gran ciudad, lo sabemos gracias a escritores, viajeros y por supuesto historiadores, que con palabras son capaces de mostrarnos lugares fantásticos que de otro modo pensaríamos que sólo existen en relatos de ficción.


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OTRAS ARTES

Adaptaron felices para siempre Hans Christian Andersen: Y bailaron, cantaron, ilustraron y adaptaron felices para siempre.

Escribir de forma objetiva sobre un autor que mueve todas las fibras de la infancia es un reto casi tan grande como seleccionar un eje o arte específico en el que su influencia sea notoria. Su obra ha sido adaptada a teatro, ballet, pintura, escultura, canciones, y por supuesto películas y series de televisión. Como sucede con muchos cuentos infantiles anteriores a nuestra época, las adaptaciones son algo más amigables con el público joven que las versiones originales, en donde la crudeza de las historias nos deja con un mensaje más profundo que el “felices para siempre” al que estamos acostumbrados. El ejemplo más conocido es La Sirenita que en la mayoría de las versiones animadas consigue un final feliz, mientras en la original se convierte en espuma de mar. Al ser Hans Christian Andersen un escritor de cuentos para niños, vale la pena destacar de su presencia en otras artes su presencia en el arte gráfico: pinturas, dibujos y por supuesto ilustraciones que nos acompañaron en incontables noches cuando antes de dormir existía el “mamá cuéntame un cuento” y no el “mamá préstame otro ratito tu ipad”. Muchos de nosotros recordamos el nombre del autor y las palabras de boca de nuestros padres mientras veíamos como ese pequeño pato era en la siguiente página un hermoso cisne. O nos acurrucamos en el calor de nuestra cama mientras nuestro corazón se estremecía de frio junto con la pequeña cerillera en una noche de invierno. Y es casi seguro que en cada cuento que nos acompañó en esos momentos y en

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cada imagen que evocamos al pensar en ellos, pasamos por alto a los artistas que también pusieron gran trabajo y empeño en convertir las palabras en imágenes capaces de transmitir las emociones que había detrás. Una de las ilustradoras que podemos destacar es Anne Anderson. La artista escocesa vivió su infancia en Argentina y regresó a su país en su vida adulta para trabajar como ilustradora. Se dedicó a hacer ilustraciones, principalmente de cuentos infantiles aunque también trabajó en tarjetas postales y otro tipo de aplicaciones de arte gráfico. En 1924 se publicó el libro “Hans Andersen’s Fairy Tales, illustrated by Anne Anderson” (Los cuentos de hadas de Hans Andersen ilustrados por Anne Anderson). Actualmente este libro está disponible en dos partes, la primera consta de 18 cuentos entre los que destacan “La Reina de las Nieves”, “Los zapatos rojos”, y “El traje nuevo del emperador”. La segunda consta de 11 cuentos, siendo algunos de los más populares “La Sirenita”, “El Patito Feo” y “La niña de los fósforos”. Las ilustraciones de Anne cuentan con una calidad tal que convierten a este libro en una edición que vale la pena apreciar. Para ello empresas como “Read Books” y “Pook Press” han tratado de rescatarlos para versiones físicas y digitales que puedan acompañar a nuevas generaciones de niños. Sin duda la infancia de muchos de nosotros no sería la misma sin la presencia de Hans Christian Andersen en ella, algunos de forma más directa que otros, pero siempre con la base del celebre escritor danés y su emotiva forma de crear cuentos de hadas.


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escritores Queretanos La quinceañera

Por Verónica Ramos Verónica Ramos (29/11/1973, Coahuila). Mi necesidad de explorar el mundo por mi misma y mi amor al arte, me llevó a partir de mi pueblo a una edad muy temprana. Fui adoptada por otros pueblos lejanos, con otras lenguas y costumbres, pero al mismo tiempo de una familiaridad universal, que siempre me sentí como en casa, sin embargo yo sabía que mi verdadera casa estaba en mis orígenes con mi familia en el pueblo que me vio nacer. Mis cuentos son un retrato antiguo de un tiempo que ya no está ó sólo existió en mi mente, fantasmal, reflejo de mis propios temores y deseos no lo sé. Me inspiro desde las migajas de escombros que encuentro en mi andar, de los olores antiguos y las palabras que deambulan en el viento queriendo permanecer donde ya no tienen vida. No sé si deba contar mi historia, soy de las ria y pasé mi infancia buscándolo. personas a las que nadie recuerda. Me llamo Aprovechaba cualquier oportunidad Blanca. A veces creo que ese nombre me para ir a caminar a las vías, de punta a punta ha traído mala suerte. del pueblo, brincando de durmiente a durHe sido la hija de Carmela Beltrán y la miente. Me iba silbando, como mi padre lo nieta de don Pedro el de las velas. Así es hacía. El silbido era un lenguaje que sólo mi como me identifican cuando me presentan padre y yo entendíamos. con un ahhhh! Pero de mí no saben nada. Conocí a todos los maquinistas y garroCon decir que mi amiga y compañera de teros del tren. Me hice amiga de Francisco, la primaria, con quien tanto jugué y tantos un viejo que me traía dulces y platicábamos recuerdos tengo, cuando al salir de misa me siempre que me encontraba sentada en la acerqué a saludarla de luto de su padre, note estación. Yo le conté de mi padre y él me en su mirada la angustia que se siente al no dijo que mi padre no se había dormido en saber ni el nombre de quien te está saludan- las vías, que se había ido en el tren a Chido y tratas de hacer un esfuerzo para que la huahua y si yo quería me podía llevar. otra persona no lo note, pero es inútil, yo Suenan las campanas. Planeé todo, y una me di cuenta pues ya estoy acostumbrada, tarde de noviembre me fui, exactamente un le ayudé para que no se sintiera mal. Le dije, día después de mi cumpleaños que no pude soy Blanca, estuvimos juntas en la primaria. festejar, porque a un cristiano se le ocurrió Para que no quedara duda, le dije que era morirse ese día y en vez de festejo me la hija de Carmelita. Hasta entonces vi cómo pasé ayudándole a mi madre en la tienda descansó de su angustia con una sonrisa ti- vendiendo veladoras. Ese día, a las 6 de la bia, como recordando en ese instante en que tarde, con la última campanada de la iglesia la boca se alarga y los ojos medio se cierran de Dolores, mi madre se fue a misa y yo me y pasan la película de tu vida en su mente. subí al tren. Era el día más feliz de mi vida, Mi madre se casó a los diez y nueve años. iba a volver a ver a mi padre y lo traería de Nunca se fue de casa del abuelo porque mi nuevo a casa, era el regalo de cumpleaños padre no salía de la cantina y ella de la iglesia. que más anhelaba. Mi abuelo hacía cirios y velas, y mi madre Francisco dijo a sus compañeros que yo atendía la tienda. Nuestra casa está en la es- era su hija. Era la primera vez que me subía a quina de la iglesia. Recuerdo el olor a cebo un tren. Vi cómo el desierto desolado se iba que usaba mi abuelo para las velas, que tanto abriendo entre huisaches y magueyes para repugnaba y me hacía devolver el estómago. que pasara el tren con su sonido majestuoso. Otra vez suenan las campanas de la iglesia. El viaje duró poco, aunque a mí se me hizo Un día mi padre no llegó a casa. Todos eterno. Nos bajamos en la noche en Parese pusieron de negro y lloraban y gritaban. dón, un pueblo que está a dos horas del mío. Pregunté por él y sólo me dijeron que no En la estación de Paredón había unos vavolvería más, que se había quedado dormi- gones viejos que adaptaron como casas y do en las vías del tren. Yo no creí esa histo- en uno de ellos nos metimos. Al entrar vi


que solo había un catre viejo y angosto. Por un momento me dio miedo, pero Francisco me abrazó y me dijo que no temiera, él nunca me haría daño. Mañana al fin vería a mi padre. Francisco me ofreció un trago de tequila, yo no quise pero me obligó a tomarlo, me dijo que me quitaría el frío. De lo demás no recuerdo mucho, estaba oscuro y sólo sentí su cuerpo sobre el mío que me asfixiaba. Pegó su boca a la mía, me quitó el vestido de un tirón y me comenzó a meter los dedos por todo el cuerpo. Al otro día desperté entre sangre y moretones. Él no estaba. Como pude me levanté, me puse mi vestido desgarrado y no me quedó más remedio que subirme al tren. El maquinista, al verme, me preguntó de dónde era y qué diablos hacía allí. Yo comencé a llorar. Tuve que contar la historia. Mi madre y mi abuelo no me reprendieron, pero creo que nunca me lo perdonaron. Mi madre me bañó ese día por horas con agua y muchas lágrimas. Y aunque me talló tanto hasta sacarme más sangre, siempre quedé sucia. De infancia no me quedó mucho, tan sólo tenía ocho años, pero no me volvieron a dejar salir a caminar sola como tanto me gustaba, ni juntarme con amiguitas de la escuela por las tardes. Sólo salía del brazo de mi madre a la iglesia y ayudaba a mi abuelo a hacer las velas. Aunque seguía detestando y vomitando el olor a cebo. Así terminé la primaria, sola. Mi madre me decía que no podía tener amigas, porque un día yo les podría querer contar mi historia. Ya no pude entrar a la secundaria, según mi madre, yo no tenía cabeza. Me dieron la tarea de dar catecismo en la iglesia y querían que me hiciera monja. Mi abuelo me dejó la tienda de velas y a mí me gustaba mucho ese trabajo. En especial los fines de semana. Por las tardes sacaba una silla a la banqueta y me sentaba a ver la gente que llegaba a misa. Veía de todo, bodas, quinceaños y muertitos. Lo que más me gustaba era ver a las quinceañeras y pensar que yo todavía podía ser una de ellas, pues apenas tenía catorce años. El día de mi cumpleaños número quince se acercaba. Separé con el padre la misa. Sólo me faltaba el vestido, pero eso no sería problema, pues yo ya ganaba mi dinerito en la tienda de velas del abuelo. A escondidas fui a separar mi vestido, era rosa pastel con una crinolina de cinco aros, con cien pesos me lo apartaron y hasta me dejaron probár-

melo, no tenían que hacerle ningún ajuste, me quedaba a la perfección. Ya solo faltaba un días para mí cumpleaños. Otra vez las campanadas de la iglesia, alguien se había muerto. Don Faustino, el hombre más rico del pueblo. Esa noche mi abuelo se puso sin descanso a hacer montones de cirios y veladoras para poder abastecer a todos los dolientes. Hacía mucho frío, era noviembre. Mi abuelo chorreaba de sudor en el taller de velas, con todos los cazos llenos de cebo y parafina ardiendo. Ya muy de madrugada cruzó el patio de la casa para irse a dormir, pero una pulmonía fulminante lo sorprendió. Quedó tirado en el suelo, apestando a cebo, ese olor a cebo que no se le quitó ni estando en la caja. Otra vez las campanadas de la iglesia llamando a misa de muerto, en el día de mi cumpleaños, de mis quinceaños. Lloré mucho, pero de rabia. Nunca le perdoné que se haya muerto el día de mis quinceaños. Nos quedamos mi madre y yo solas. Nunca pude hacer una vela. Cada vez que mi madre a gritos me obligaba a entrar al taller de velas, empezaba a vomitar. Mi madre tuvo que hacerse cargo del taller. Íbamos a misa de seis todos los días y mientras ella rezaba a la virgen de Dolores y le pedía por el descanso de mi abuelo, yo también le pedía a la virgencita que se llevara pronto a mi madre, igualito que a mi abuelo. Mi madre no se moría y ya habían pasado cuarenta años. Fue entonces cuando se me ocurrió lo del accidente. Con las campanadas de las siete de la tarde, se fue al novenario de la virgen de Dolores. Yo prendí todos los cazos de parafina y cebo. Después de una hora ya estaba todo que ardía de caliente. Como pude, volteé un cazo para que cuando llegara mi madre se resbalara, pero no contaba con que la parafina se iba a ir directo a la puerta de madera y empezó a arder todo. A mi madre la llevaron a un asilo y a mí me encerraron en esta casa blanca como yo. La ilusión que tengo es que en unas semanas va a ser noviembre y me han dicho que me van a festejar mis quinceaños, con mi vestido rosa. Todos aquí ya me llaman la quinceañera. Biblioteca Digital de Escritores Queretanos Más textos de Verónica El cenicero y yo El sauce La casa de la moneda La puerta de ladrillos


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Recomendaciones

El peróxido de benzoilo existe porque para algunos, los retretes se vuelven sórdidos cuando no se tienen a la mano algunas palabras de aliento. Carajo, en esos lugares no siempre hay revistas y ni siquiera una caja de dentífrico o un poco tapa barros con el nombre de químicos desconocidos para hacer menos angustiosa la espera. Estos relatos son mi contribución para esa breve estancia, y sus personajes pueden recordarte algo parecido a...

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