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Los tres mundos de Los fuegos fatuos / Las Comuna de París George Sand lavanderas nocturnas
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George Sand
No. 24 Junio 2017 Año II
Santiago de Querétaro, Querétaro OTRAS ARTES escritores queretanos Películas íntimas de una mujer
César Báez
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Estimado Lector. Este número se despide del Año II de L de Lector. Durante 24 meses nos hemos esforzado arduamente en conseguir traer a los mejores autores clásicos de la literatura universal. Vienen nuevos retos a seguir, con el objetivo de que leas más y disfrutes de las letras igual que nosotros. Este año cierra con una mujer magnífica: George Sand, quien tuvo que elegir ese seudónimo de hombre para poder publicar sus obras en un mundo machista y sin lugar para las mujeres; falleció en su castillo de Nohant, cerca de Chateauroux, en Francia, el 8 de junio de 1876 a la edad de 71 años a causa de un cáncer gástrico. En VIDAS de Roberto Delgado, conocerás la vida de Amantine Aurore Lucille Dupin. En el MIERCOLEES podrás disfrutar dos textos magníficos de nuestra autora: Los fuegos fatuos y Las lavanderas nocturnas. En LEER MÁS ALLÁ, Valeria García nos muestra la cara de la mujer que luchó contra de los comuneros en sus escritos donde instaba a la asamblea a tomar acciones violentas contra los rebeldes. En OTRAS ARTES, Addy Melba nos invita a disfrutar de diversas adaptaciones de las obras de Sand, que fueron llevadas a la pantalla grande. En ESCRITORES QUERETANOS presentamos al poeta César Baez, de quien podrás disfrutar Un poema, Ceguera, Origen e Imagen. En RECOMENDACIONES la librería Sancho Panza otorga un descuento de despedida del L de Lector en el libro Los secretos de la mente millonaria de T. Harv Eker. ¡Lee mucho! PRT
Junio 2017 Santiago de Querétaro, Querétaro Dirección editorial Patricio Rebollar
Vidas
LOS TRES MUNDOS DE GEORGE SAND Roberto Delgado
MiercoLees
Los fuegos fatuos / las lavenderas nocturnas George Sand
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COMUNA DE PARÍS Valeria García Origel
Otras artes
PELÍCULAS ÍNTIMAS DE UNA MUJER Addy Melba
Escritores Queretanos
POESÍA César Baez
Asistencia editorial Valeria García Origel Relaciones Públicas Diana Pesquera Circulación y promoción Librerías Nuevos Horizontes, Librería Sancho Panza, Amadeus, Punta del Cielo, La Charamusca, Dipac, Moser Kafé. Colaboradores Patricio Rebollar, Diana Pesquera, Ricardo Rabell, Librería Sancho Panza, Valeria García Origel, Addy Melba Espinosa, Roberto Delgado Ríos, César Baez.
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L de Lector. Junio 2017, año II, No. 24. Publicación mensual editada por Par Tres Editores, S.A. de C.V., Fray José de la Coruña 243, colonia Quintas del Marqués, 76047, Santiago de Querétaro, Querétaro. Sitio web: www. par-tres.com, blogpartres@gmail.com. Editor Responsable: Patricio Rebollar. ISSN: 2448-5586 tramitado por el Instituto Nacional de Derechos de Autor. Impreso por Hear Industria Gráfica, ubicado en Calle 1, No. 101, Zona Industrial Benito Juárez, 76120, Santiago de Querétaro, Querétaro, este número se terminó de imprimir el 29 de Mayo de 2017 con un tiraje de 1000 ejemplares.
Se permite la reproducción parcial de esta obra en lo concerniente al texto del Autor del Mes en virtud de encontrarse libre de Derechos de Autor, en cuanto a las demás secciones de la publicación, se prohíbe su reproducción parcial o total, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito de los titulares de los derechos correspondientes.
vidas Los tres mundos de George Sand Nacida en 1804, Amantine Aurore Lucille Dupin fusionó tres mundos. El primero proveniente de su madre, hija de un pobre vendedor de pájaros. El segundo con su linaje paterno, un aristócrata nieto del Rey Augusto II de Polonia. El tercero fue el que se creó ella misma: el de escritora marcada por los contrastes naturales de su ascendencia. A la muerte de su padre en un accidente de caballo cuando ella contaba con solo cuatro años, su abuela materna la llevó a su casa sin mucha oposición de la desobligada madre de quien se rumoraba que se prostituía con varios soldados. Lo anterior produjo que se criara en Nohant, Francia entre lujos, aunque con el impactante antecedente de sus dos primeros mundos. Un año después de la muerte de su abuela, apenas a los dieciocho años se casó con un hombre con quien duró menos de una década de relación y procreó a dos hijos. En 1831 aparece su primera novela Rosa y Blanco en colaboración con un buen novelista francés de nombre Jules Sandeau (de quien tomó el nombre “Sand”). En aquella época, Aurore comenzó a vestirse como hombre con la finalidad de moverse más libremente por París y acceder a sitios negados para una mujer. Esto no significaba que dejara de relacionarse sentimentalmente con varios hombres durante su vida, entre ellos con el gran pianista polaco Frederic Chopin. Aunque fue duramente criticada por sus costumbres de protesta por algunos intelectuales como el poeta Baudelaire, llegó a ser parte del círculo cercano de escritores reconocidos como Flaubert, Proust, Verne y Balzac. Para la publicación de su primera novela en solitario Indiana (una de las más
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Por Roberto Delgado
reconocidas), Aurore firmó por primera vez como “George Sand”, nombre con el cual se le conoció para siempre. Tenía una regla: escribir a diario veinte páginas como mínimo. Sus primeras novelas fueron historias de pasión que típicamente aliviaban los dolores de sus propias experiencias fallidas con los hombres. Entre ellas están la ya mencionada Indiana, Valentine y Lelia. Su trabajo posterior simbolizó todo en lo que ella se había convertido: activista en favor de los trabajadores y los derechos de las mujeres. Eran épocas de la revolución que derrocó a Luis Felipe de Orleans, el último Rey de Francia. Así nació Consuela otra de sus novelas más celebradas donde habla de la vida de una cantante gitana. Es una exaltación del triunfo de la moral frente a las tentaciones. Posteriormente, se mudó a las afueras de París para producir trabajos más de corte auto biográfico como Historia de mi Vida, Ella y El y los veinticinco volúmenes de Correspondencia. Un dato curioso es que el libro Diario Íntimo se publicó hasta cincuenta años después de su muerte en 1926. El 8 de junio de 1976, ya fuera del disfraz o el sobrenombre de George Sand, la famosa abuela Aurore murió rodeada de nietos a los 71 años. En una carta dirigida a Flaubert, afirmaba que estaba segura que con el tiempo ella sería olvidada y se equivocó rotundamente. Hoy se le reconoce como una de las mejores escritoras en lengua francesa y uno de los modelos históricos del feminismo ya que le abrió camino a muchas de las mujeres que le siguieron. Y hoy también, en 2017, L de Lector la recuerda en toda su justa y trascendente dimensión.
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Los fuegos fatuos / Las lavanderas nocturnas Por George Sand Los fuegos fatuos Los flambeaux, flambettes o flamboires, también llamados fuegos fatuos, son esos meteoros azulados que todo el mundo ha encontrado por la noche o ha visto danzar sobre la superficie inmóvil de las aguas pantanosas. Se dice que esos meteoros son inertes por sí mismos, pero la menor brisa los agita y toman aspecto de movimiento que divierte o inquieta la imaginación según ésta esté predispuesta a la tristeza o a la poesía. Para los campesinos son almas en pena que les piden oraciones, o almas perversas que los arrastran en una carrera desesperada y los llevan, después de mil rodeos insidiosos, a lo más profundo del pantano o del río. Como al lupeux o al trasgo, se les oye reír cada vez más claramente a medida que se adueñan de su víctima y la ven aproximarse al desenlace funesto e inevitable. Las creencias varían mucho respecto a la naturaleza o la intención más o menos perversa de los fuegos fatuos. Algunos se contentan con perderte y, para lograr su fin, no les importa adoptar diversos aspectos. Se cuenta que un pastor que había aprendido a hacer que le fueran favorables, los hacía ir y venir a su antojo. Bajo su protección todo marchaba bien para él. Sus animales disfrutaban y por lo que a él respecta, no estaba nunca enfermo, dormía y comía bien en verano como en invierno. No obstante, lo vieron de repente ponerse delgado, macilento y melancólico. Cuando le preguntaron acerca de la causa de su desazón, contó lo siguiente: Una noche que se encontraba en su cabaña con ruedas, cerca de su redil, fue despertado por un gran resplandor y por grandes golpes sobre el techo de su habitáculo. -¿Qué ocurre? -dijo, muy sorprendido de que sus perros no le hubieran advertido.
Pero antes de que hubiera logrado levantarse, pues se sentía pesado y como asfixiado, vio ante él a una mujer tan pequeña, tan pequeña, y tan menuda, y tan vieja, que se asustó pues ninguna mujer viva podía tener semejante tamaño y semejante edad. Estaba cubierta por sus largos cabellos canosos que la tapaban por completo y sólo dejaban salir su pequeña cabeza arrugada y sus pequeños pies resecos. -Vamos muchacho, ven conmigo; ha llegado la hora -le dijo. -¿La hora de qué? -preguntó el pastor desconcertado. -La hora de casarnos -respondió-. ¿No me has prometido matrimonio? -¡Oh! ¡Oh! ¡No creo! Sobre todo porque no la conozco en absoluto y porque la veo por primera vez en mi vida. -Estás mintiendo, mi apuesto pastor. Me has visto bajo un aspecto luminoso. ¿No reconoces a Flambette, la madre de los fuegos fatuos de la pradera? ¿Y no me has jurado, a cambio de los grandes servicios que te he hecho, que harías lo primero que viniera a pedirte? -Sí, tiene razón, señora Flambette; yo no soy hombre que incumpla su palabra, pero juré eso con la condición de que no se me pidiera nada que fuera contrario a mi fe de cristiano ni a los intereses de mi alma. -¡Ah, pues! ¿Vengo acaso a engatusarte como una aventurera? ¿No vengo decentemente revestida con mi cabellera de plata fina y adornada como una novia? Quiero llevarte a la misa de medianoche, y nada es más saludable para el alma de un vivo que el matrimonio con una bella muerta como yo. Vamos, ¿vienes? No tengo tiempo que perder charlando. Hizo ademán de llevarse al pastor fuera de su redil, pero éste retrocedió, aterrorizado, diciendo: -Nada de eso, mi buena señora, es demasiado honor para un pobre hombre como yo y además prometí a san Ludre,
mi patrón, permanecer soltero toda mi vida. El nombre del santo, mezclado con el rechazo del pastor, puso a la anciana furiosa. Comenzó a saltar rugiendo como una tormenta y a hacer remolinear su cabellera que, al levantarse, dejó ver su cuerpo negro y peludo. El pobre Ludre (así se llamaba el pastor) retrocedió horrorizado al ver que era el cuerpo de una cabra, con la cabeza, los pies y las manos de una mujer decrépita. -¡Vuelve al diablo, fea bruja! -exclamóreniego de ti y te conjuro en nombre del… Iba a hacer la señal de la Cruz, pero se detuvo considerando que era inútil pues sólo con el gesto de su mano, la diablesa había desaparecido y no quedaba de ella nada más que una pequeña llama azul que flotaba por fuera del redil. -Muy bien -dijo el pastor- haga tantos fuegos fatuos como quiera, me da igual, me burlo de sus luces y de sus payasadas. Tras lo cual, quiso volver a acostarse; pero he aquí que sus perros, que hasta ese momento habían permanecido como encantados, se acercaron a él gruñendo y enseñando los dientes como si quisieran devorarlo, lo que lo puso airado contra ellos y, cogiendo su cayado ferrado, les pegó como merecían por su mala vigilancia y su pésimo humor. Los perros se acostaron a sus pies temblando y llorando. Habríase dicho que lamentaban lo que el espíritu perverso les había obligado a hacer. Viéndolos tan calmados y sumisos, Ludre se disponía a dormir de nuevo cuando los vio levantarse como bestias furiosas y lanzarse sobre el rebaño. Había doscientas ovejas que, presas de miedo y de vértigo, saltaron por encima del cercado del redil y huyeron por los campos como si se hubieran transformado en ciervas, mientras que los perros, rabiosos como lobos, las perseguían mordiéndoles en las patas y arrancándoles la lana que volaba formando nubes blancas sobre los matorrales El pastor, muy preocupado, no se tomó el tiempo necesario para volver a ponerse los zapatos y la chaqueta que se había quitado por el calor. Se puso a correr tras su
rebaño, jurando detrás de sus perros que no le prestaban atención y corrían cada vez más, ladrando como los perros de caza que han levantado la liebre, y espantando al rebaño asustado. Tanto corrieron ovejas, perros y pastor, que el pobre Ludre hizo al menos doce leguas alrededor de la charca de los fuegos fatuos, sin poder alcanzar su rebaño ni detener sus perros, a los que habría matado de buena gana si hubiera podido alcanzarlos. Por fin, cuando amaneció, se quedó muy sorprendido al ver que las ovejas que él creía perseguir no eran sino pequeñas mujeres blancas, largas y menudas, que corrían como el viento y que no parecían cansarse más de lo que lo hace el viento. Por lo que respecta a los perros, los vio transformados en dos gruesos cuervos que volaban de rama en rama graznando. Convencido entonces de que había caído en un aquelarre, volvió derrengado y triste a su redil, donde se sorprendió mucho de encontrar su rebaño durmiendo bajo la vigilancia de los perros, que se acercaron a él para acariciarlo. Se dejó caer en su cama y durmió como un tronco. Pero, a la mañana siguiente, cuando salió el sol, contó sus animales y encontró que faltaba una oveja, que no pudo encontrar por más que buscó. Por la tarde, un leñador que trabajaba cerca de la charca de los fuegos fatuos le trajo sobre su asno la pobre oveja ahogada, preguntándole cómo cuidaba las ovejas y aconsejándole que no durmiera tanto si quería conservar su buena fama de pastor y la confianza de sus patrones. El pobre Ludre se preocupó mucho por un asunto del que no comprendía nada y que, por desgracia para él, se repitió, aunque de otra manera, a la noche siguiente. Esta vez soñó que una vieja cabra, con grandes cuernos de plata, le hablaba a sus ovejas y que éstas la seguían galopando y saltando como cabritos alrededor de la charca. Imaginó que sus perros se cambiaban en pastores y él mismo en un macho cabrío al que estos pastores golpeaban y obligaban a correr. Como la víspera, se detuvo al amanecer, reconoció las figuras blancas que ya lo ha-
bían engañado, regresó, lo encontró todo tranquilo en su redil, se durmió por el gran cansancio, se levantó tarde, contó sus ovejas y encontró que faltaba una. Esta vez corrió hacia la charca y encontró al animal que se estaba ahogando. La sacó del agua, pero era demasiado tarde y ya no era buena sino para ser despellejada. Estos desagradables hechos duraban ya ocho días. Faltaban ocho cabezas en el rebaño y Ludre, bien porque corriera dormido como un sonámbulo, bien porque soñara en medio de la fiebre que tenía las piernas en movimiento y el espíritu afligido, lo cierto es que se sentía muy fatigado y tan enfermo que creí que se iba a morir. -Mi pobre amigo, -le dijo un viejo pastor muy sabio al que él le contaba sus cuitas-, tienes que casarte con la vieja o renunciar a tu oficio. Conozco a esa cabra de cabellos plateados por haberla visto cortejar a uno de nuestros amigos, al que hizo morir de fiebre y pena. Por eso no he querido nunca tratar con lasflambettes aunque me hicieran numerosas insinuaciones y de que las viera danzar como bellas jovencitas alrededor de mi redil. -¿Y no sabría usted darme algún remedio para librarme de ellas? – le dijo Ludre abrumado. -He oído decir -respondió el viejo- que aquel que pudiera cortarle la barba a esa maldita cabra la gobernaría a su antojo; pero se corre un gran riesgo porque si se le deja, aunque sólo sea un pelo, recupera toda su fuerza y te retuerce el cuello. -¡Caramba!, yo mismo lo intentaré -dijo Ludre- pues lo mismo da morir en ese empeño que ir languideciendo poco a poco como hago yo. La noche siguiente, vio a la vieja con figura de fuego fatuo acercarse a su cabaña y le dijo: -Ven aquí, bella entre las bellas, y casémonos de inmediato. Cómo fue la boda, no se supo jamás; pero, hacia medianoche, cuando la bruja estaba bien dormida, Ludre cogió las tijeras de esquilar las ovejas y, de un solo golpe le cortó tan bien la barba, que el elfo tenía el mentón desnudo, y él se puso muy contento al ver que era rosado y blanco como el de una jovencita. Entonces, se le
ocurrió la idea de esquilar toda la cabra, su esposa, pensando que tal vez perdiera su fealdad y su taima al mismo tiempo que el pelo. Como seguía durmiendo, o haciendo como que dormía, no le costó mucho esfuerzo hacer todo el esquilo. Pero, una vez que concluyó, se dio cuenta de que había esquilado su cayado y que estaba solo, acostado junto a su bastón de serbal. Se levantó muy inquieto por lo que pudiera significar esta nueva diablura y lo primero que hizo fue recontar sus animales, que resultaron ser doscientas, como si ninguna se hubiera ahogado. Entonces, se apresuró a quemar todo el pelo de la cabra y a darle gracias al bueno de san Ludre, que no permitió nunca más a los fuegos fatuos que lo atormentaran.
Las lavanderas nocturnas He aquí, en mi opinión, la más siniestra de las visiones del miedo. Es también la más difundida pues creo que se encuentra en todos los países. En torno a las charcas estancadas y a los manantiales límpidos; en los brezales como a orillas de las fuentes umbrías; en los caminos hundidos bajo los viejos sauces como en la llanura abrasada por el sol, durante la noche se oye la paleta precipitada y el chapoteo furioso de las lavanderas fantásticas. En determinadas provincias se cree que evocan la lluvia y atraen la tormenta al hacer volar hasta las nubes, con su ágil paleta, el agua de las fuentes y de los pantanos. Pero aquí hay una confusión. La evocación de las tormentas es monopolio de los brujos conocidos como «conductores de nubes». La auténticas lavanderas son las almas de las madres infanticidas. Golpean y retuercen incesantemente un objeto que se asemeja a ropa mojada pero que, visto desde cerca, no es sino el cadáver de un niño. Cada una tiene el suyo o los suyos, si ha sido varias veces criminal. Hay que evitar observarlas o molestarlas; porque, aunque tuviera usted seis pies de alto y músculos en proporción, lo agarrarían, lo golpearían en el agua y lo retorcerían ni más ni menos que como un par de
medias. Todos hemos oído con frecuencia la paleta de las lavanderas de noche resonar en el silencio de las charcas desiertas. Pero no hay que engañarse. Se trata de una especie de rana que produce ese ruido formidable. Es muy triste haber hecho ese pueril descubrimiento y no poder esperar ver la aparición de esas terribles brujas retorciendo sus harapos inmundos, en la bruma de las noches de noviembre, a la pálida luz de una pálida luna creciente reflejada por las aguas. Sin embargo, yo tuve la emoción de escuchar un relato sincero y bastante aterrador acerca de este tema. Un amigo mío, hombre de más talento que sentido común, debo reconocerlo, y sin embargo un espíritu ilustrado y culto, pero, debo reconocerlo también, proclive a dejar su razón de lado, muy valiente ante las cosas reales, pero fácil de impresionar y alimentado desde su infancia con las leyendas de la región, tuvo dos encuentros con las lavanderas que no contaba sino con repugnancia y con una expresión en el rostro que transmitía un escalofrío a su auditorio. Una noche, hacia las once, en una «traîne» encantadora que corre serpenteando y saltando, por así decirlo, sobre el flanco ondulado del barranco de Urmont, vio a orillas de una fuente, a una vieja que lavaba y retorcía en silencio. Aunque aquella bonita fuente tuviera mala fama, no vio en ello nada de sobrenatural y le dijo a la anciana: -Está lavando muy tarde, buena mujer. Ella no respondió. Pensó que era sorda y se acercó. La luna estaba brillante y la fuente resplandecía como un espejo. Entonces percibió claramente las facciones de la anciana: era completamente desconocida para él, lo que le sorprendió porque dada su condición de agricultor, cazador y paseante de la campiña, no había rostro desconocido para él a varias leguas a la redonda. Así fue como me contó personalmente sus impresiones frente a aquella lavandera singularmente retrasada: -Sólo se me ocurrió pensar en la leyenda una vez que había perdido de vista a aquella mujer. No pensé en ella antes de encontrarla. No creía en ella y no sentí ningún
recelo al abordarla. Pero tan pronto como estuve junto a ella, su silencio, su indiferencia ante la aproximación de un transeúnte, le dieron el aspecto de un ser absolutamente ajeno a nuestra especie. Si la vejez la privaba del oído y la vista, ¿cómo es que había venido a lavar tan lejos, sola, a esta hora tan insólita, a aquella fuente helada en la que trabajaba con tanta fuerza y actividad? Esto era al menos digno de observación; pero lo que me sorprendió aún más, fue lo que yo sentí personalmente. No tuve ninguna sensación de miedo, pero sí una repugnancia, un asco invencibles. Seguí mi camino sin que ella volviera la cabeza. No fue sino cuando llegué a mi casa cuando pensé en las brujas de los lavaderos, y entonces tuve mucho miedo, lo confieso abiertamente, y nada del mundo me habría decidido a volver sobre mis pasos.» En otra ocasión, el mismo amigo pasaba cerca de los estanques de Thevet, hacia las dos de la mañana. Venía de Linières, donde aseguró no haber comido ni bebido, circunstancia que yo no podría garantizar. Iba solo, en cabriolé, seguido de su perro. Como su caballo iba cansado, se bajó en una cuesta y se encontró a orillas de la carretera, cerca de un canal donde tres mujeres lavaban, golpeaban y retorcían con gran vigor, sin decir nada. Su perro se acercó de repente a él sin ladrar. Él mismo pasó sin mirar demasiado. Pero apenas había dado unos cuantos pasos, oyó que alguien iba detrás de él, y que la luna dibujaba a sus pies una sombra muy alargada. Se volvió y vio que una de las tres mujeres lo seguía. Las otras dos venían a cierta distancia como para apoyar a la primera. -En esta ocasión -dijo- sí pensé en las lavanderas malditas, pero tuve una emoción distinta a la de la primera vez. Aquellas mujeres eran de una estatura tan elevada y la que me seguía de cerca tenía hasta tal punto las proporciones, la cara y el andar de un hombre, que pensé que tenía que vérmelas con algunos tipos del pueblo probablemente mal intencionados. Llevaba un buen garrote en la mano, me volví y le dije: -¿Qué quiere de mí? No recibí respuesta y al ver que no me atacaba, no tuve pretexto para atacarla yo, por lo que me vi obligado a volver a mi
cabriolé, que iba bastante lejos por delante de mí, con aquel desagradable ser en los talones. No decía nada y parecía disfrutar teniéndome bajo el efecto de una provocación. Yo seguía sujetando mi bastón, dispuesto a romperle la mandíbula al menor roce, y llegué así a mi cabriolé, con mi cobarde perro, que no decía ni pío y que saltó al vehículo al tiempo que yo. Entonces me volví y, aunque había oído hasta ese momento pasos tras los míos y había visto una sombra caminar al lado de la mía, no vi a nadie. Sólo vi, a unos treinta pasos por detrás, en el lugar donde las había visto lavar, a las tres grandes diablesas saltando, danzando y retorciéndose como locas a orillas del canal. Su silencio, que contrastaba con aquellos saltos desenfrenados, las hacía aún más singulares y más penosas de ver.» Si después de haber escuchado este relato, se intentaba hacerle al narrador alguna pregunta de detalle, o darle a entender que había sido víctima de una alucinación, él sacudía la cabeza y decía: -Hablemos de otra cosa. Prefiero pensar que no estoy loco. Esas palabras, pronunciadas con expresión triste, imponían silencio a todo el mundo. No existe charca o fuente que no sea frecuentada bien por las lavanderas nocturnas, o bien por otros espíritus más o menos molestos. Algunos de estos huéspedes son sólo extraños. En mi infancia, yo temía mucho pasar por delante de cierta cuneta donde se veían los «pies blancos». Las historias fantásticas que no se explican respecto a la naturaleza de los seres que ponen en escena, y que quedan imprecisas e incompletas, son las que más impresionan la imaginación. Aquellos pies blancos que caminaban, según decían, a lo largo de la cuneta a determinadas horas de la noche, eran pies de mujer, flacos y descalzos, con un trozo de vestido blanco o de camisa larga que flotaba y se agitaba sin cesar. Caminaba rápido y en zigzag, y si se le decía: «Te estoy viendo… ¿Quieres escapar?» corría aún más y no se sabía por dónde había desaparecido. Cuando no se le decía nada caminaba delante de ti, pero cualquier esfuerzo que se hiciera para ver
más arriba de los tobillos, resultaba inútil. No tenía piernas, ni cuerpo, ni cabeza, sólo pies. No sabría explicar qué tenían aquellos pies de terrorífico, pero por nada del mundo habría querido verlos. En otros lugares hay hilanderas nocturnas; se escucha la rueca en la habitación en la que se está y en ocasiones se ven sus manos. En nuestra comarca, he oído hablar de una brayeuse nocturna que hilaba el cáñamo delante de la puerta de ciertas casas y dejaba oír el ruido regular de la braye, de una manera que no era natural. Había que dejarla tranquila, y si se obstinaba en volver muchas noches seguidas, había que poner una vieja hoja de guadaña a través del instrumento que cogía para hacer ruido: por un momento trataba de romper la hoja, luego se cansaba, la arrojaba delante de la puerta y no regresaba más. También está la peillerouse o harapienta nocturna, que se sentaba en la guenillière de la iglesia. Peille es una antigua palabra francesa que significa guenille, harapo; por eso el porche de la iglesia en el que se sientan durante los oficios los mendigos que llevan peilles o guenilles, se llama guenillière. Aquella harapienta abordaba a los transeúntes y les pedía limosna. Había que cuidarse mucho de darle algo; de hacerlo, se ponía alta y fuerte aunque te hubiera parecido achacosa, y te molía a palos. Un tal Simon Richard, que vivía en la antigua casa cural y que sospechaba alguna broma por parte de las chicas de la aldea hacia él, quiso bromear con ella. Lo dejaron por muerto. Yo le vi el costado al día siguiente, que estaba muy magullado y arañado, efectivamente. Juraba que sólo había visto a una anciana, menuda, pero que tenía los puños de tres hombres y medio. En vano quisieron hacerle creer que se las había visto con algún tipo más fuerte que él que, disfrazado, se había vengado de alguna mala jugada que él le habría hecho. Era fuerte y valiente, incluso pendenciero y vengativo. Sin embargo, una vez que se recuperó, abandonó la parroquia y no volvió más, diciendo que no le temía ni a hombre ni a mujer, pero sí a los seres que no son de este mundo y que no tienen el cuerpo «como los cristianos».
leer más allá Comuna de París
En 1871, París fue el escenario de uno de los mayores movimientos revolucionarios de la clase obrera, un acontecimiento de gran importancia pues la fuerza y la unidad del pueblo logró derrocar al gobierno y estuvo cerca de crear una Francia socialista, sin embargo, un evento inconcluso, frustrado y quizás falto de estrategia. Napoleón III llegó al poder tras dar un golpe de estado en 1851 y autoproclamarse emperador un año después, pero su débil régimen se vio amenazado social y económicamente. En un intento de salvar el imperio y mantener la hegemonía francesa en Europa, declaró la guerra a Prusia, pues, según el emperador, esto permitiría la conquista de nuevos territorios lo que pondría fin a la crisis financiera e industrial del país y debilitaría a los enemigos internos. El 2 de septiembre, Napoleón III, reconociendo la derrota y el fracaso, se rinde en Sedán y es capturado junto con diez mil soldados por el ejército del líder prusiano Bismarck. Las masas tomaron las calles. Exigiendo el fin del imperio y proclamando la instauración de una república democrática, la multitud parisina marchó al ayuntamiento y la oposición se vio obligada a declarar la República y formar un gobierno provisional de defensa nacional. Las fuerzas alemanas tenían rodeada la ciudad, y el pueblo, creyendo en la unidad para vencer a un enemigo extranjero, apoyó al gobierno burgués, encabezado por Adolphe Thiers. Poner fin a la tensión entre el pueblo y la asamblea nacional era el deber del nuevo líder, o más bien, asegurarse de controlar una situación de doble poder. La guardia nacional significaba una amenaza para el orden capitalista, Thiers y el gobierno decidieron enviar soldados para desproveer a la guardia de cualquier
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cosa que significara un peligro para la ley. Los soldados desertaron al encuentro con la guardia. Ahora el gobierno peleaba solo y Thiers entró en pánico. Mientras huía de París, se formaba un nuevo gobierno. Un gobierno revolucionario. Se acordaron elecciones en los barrios o mejor denominados, comunas. Se estableció un gobierno compuesto por trabajadores y personas de la guardia nacional, todos con la visión de lograr la emancipación social tras el proceso revolucionario. Se eliminaron todos los privilegios a funcionarios, se puso atención a pobres y enfermos y se anhelaba el fin de la competencia laboral y los ideales sociales. Había un techo para todos, educación, hermandad, unión. Reuniones para hablar sobre cada aspecto de la comunidad para organizarse por el bien común. Era una utopía con la que todos soñamos. Los errores que muchos señalaron son importantes para entender las fallas del movimiento, no obstante, lo que faltó fue tiempo. La carrera hacia el socialismo se vio interrumpida prontamente por el regreso del ejército. Thiers no huyó en vano, aliado del Banco de Francia y Bismarck, se pudo armar contra París y poner fin a la comuna en un sangriento final de episodio. Muchos escritores, académicos e intelectuales expresaron sus ideas alrededor del movimiento. Marx y Engels fueron duros críticos de los comuneros, y la mismísima Sand, autora que protagoniza este número, se mostró en contra de los comuneros en sus escritos donde instaba a la asamblea a tomar acciones violentas contra los rebeldes. Hay que reconocer el esfuerzo de la gente parisina y, quizás organizando mejor cada aspecto, inspirarnos de dicho suceso para algún día liberarnos de quienes todo piden y nada retornan.
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OTRAS ARTES Películas íntimas de una mujer Amandine (o Amantine) Aurore Lucile Dupin, mejor conocida como George Sand no solo destacó en el terreno literario. En una época en donde ser mujer era sinónimo de ataduras al padre o al marido, la baronesa de Dudevant decidió infringir todas las normas sociales y convertirse en dueña de su propio destino. Forjando así un nombre en el mundo de las letras y una leyenda en el mundo de las relaciones sociales. El cine no podía quedarse inmune ante una fuente tan rica de historias y por ello, la vida y obra de Sand han sido llevadas a la gran pantalla en numerosas ocasiones. La adaptación más reciente, Red Wing (2013) lleva la historia de “François le Champi” a Texas, Estados Unidos. Fanchon the Cricket de 1915, en los inicios del cine, es la más antigua y está basada en “La Petite Fadette”. Y por supuesto en más de 100 años de adaptaciones no podían faltar aquellas que revelaran lo que estuvo en boca de la sociedad parisina del siglo XIX: la vida amorosa de George Sand. En específico, se destacan la adaptación francesa de su relación con Alfred de Musset: “Les enfants du siecle”, 1999 (Confesiones íntimas de una mujer”), y la británica “Impromptu”, 1991 (Pasiones privadas de una mujer), de su relación con el músico polaco Frederic François Chopin. “Les enfants du siecle”, protagonizada por la galardonada actriz, Juliette Binoche (Chocolat) y Benoit Magimel cuenta con una dirección magistral y con actuaciones sólidas, que se derivan principalmente del trabajo de investigación tan arduo por parte de los actores principales. Su acercamiento a los personajes que interpretaban
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Por Addy Melba
fue tal, que terminaron en un romance similar al de los auténticos protagonistas de la historia complicando incluso el rodaje con la decisión de tener un hijo mientras continuaban con la filmación. Esta obra basada principalmente en “La confesión de un hijo del siglo” (1836) de Musset, tiene también vistazos de “Ella y él” (1841) de la propia Sand, y tomó un tiempo de realización muy largo, principalmente porque los protagonistas no querían empezar a filmar sin haber estudiado lo suficiente de la vida y obra de los controvertidos amantes. Esto le da a la película un mayor realismo y sobre todo un realce marcado en la química entre Sand y Musset. Por su parte Impromptu cuenta con un nombre garantía de éxito en la taquilla internacional: Hugh Grant interpreta a Chopin, el compositor polaco que se convirtió en otro de los amantes más famosos de la baronesa Dudevant, interpretada en esta película por Judy Davis cuya interpretación le valió un galardón como mejor actriz en los “Independent Spirit Awards”. Aunque una entrega mucho más comercial y menos rica en actuaciones y detalles que la película francesa, vale la pena ver y sobre todo, escuchar, esta obra del séptimo arte donde destaca el sountrack con música de Liszt, Beethoven y por supuesto un amplio repertorio del mismo Chopin. Otro gran acierto de esta obra es que termina justo antes de que los amantes pasen el invierno en Mallorca, por lo cuál, la continuación de esta historia, la podemos encontrar en las páginas escritas por su protagonista, dejándonos con una historia de amor que supera a la ficción y que sigue inspirando a artistas de toda índole.
Una colección de la A a la Z con las obras más reconocidas de la literatura clásica. 27 autores consagrados y cuidadosamente seleccionados para que vivas en cada letra una aventura. Te invitamos a que seas parte de esta colección y te sumerjas en el abecédario más exclusivo uniendo tus letras favoritas y fomentando la lectura y cultura de nuestro país.
WILLIAM SHAKESPEARE HAMLET
Horacio, Marcelo y Bernardo se encuentran haciendo la habitual guardia nocturna y hablando sobre la aparición que los ha estado visitando y que, además, tiene el mismo aspecto del recientemente difunto, rey de Dinamarca. El fantasma entra en la habitación donde se encuentran y Horacio, tras fracasar en su intento de comunicarse con el espectro, decide comunicárselo a Hamlet. El príncipe de Dinamarca ha regresado de Inglaterra tras la muerte de su padre y encuentra a si tío Claudio ocupando el trono a lado de la rei-
na viuda, Gertrudris, con quien contrajo matrimonio luego del fallecimiento de su hermano. Hamlet no soporta tal traición y luego de ser informado de la aparición, decide esperarla una noche junto con sus compañeros. El espectro vuelve, le cuenta la verdad sobre su muerte y le pide venganza. Hamlet, honrando la memoria de su padre, decide tomar acción. La tragedia comienza a tomar vida, la venganza de Hamlet costará mucho más de lo que inicialmente prometía.
ANÓNIMO EL CANTAR DE ROLDÁN Roldán postula a su padrastro como emisario para una gran misión, fundamental para completar al fin el propósito de los siete años de cruzada del emperador Carlomagno en España. No existe ya castillo, muralla o ciudad que no esté bajo su poder a excepción de Zaragoza. Esta ciudad está a cargo del rey moro, Marsil, a quien sus fieles aconsejan no aceptar una guerra, pues no hay ejército que pueda enfrentarse al del emperador y que lo mejor es proponerle un encuentro en Francia y llenarlo de regalos y riquezas y falsas promesas. Ganelón, emisario del emperador, se siente traicionado por Roldán y jura venganza pues piensa que ha sido enviado a su muerte, así que ya en Zaragoza, lleva a cabo la traición. Pone a los moros en contra de Roldán y planea con el rey Marsil un ataque a la retaguardia francesa. Tras muertes, venganzas, condenas y batallas, se hace por fin la justicia y la situación da un giro súbito tanto para quienes habitan Zaragoza, como para quienes sirven al emperador.
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escritores Queretanos Poesía
Por César Báez César Báez (México, D.F., 1977), poeta y editor, estudió la Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Ha publicado poesía y reseñas en suplementos culturales del país, así como los poemarios Lenguajes pendulares (en La materia del silencio [colectivo], Fondo Editorial de Querétaro, 2002) y Urdimbre, la palabra (Fondo Editorial de Querétaro, 2011); becario en el rubro de poesía, en el área de Jóvenes Creadores por el Centro Estatal para la Cultura y las Artes de Querétaro, en 1997, por el Instituto Queretano de la Cultura y las Artes, en 2005 y 2007, y miembro fundador del Centro Queretano de Autores Literarios A.C., actualmente reparte su tiempo entre la edición, la cocina y la escritura. Un poema Un poema para decirlo todo acido bajo la mirada inaccesible para el nombre que tenga la pausa exacta entre silencio y silencio la imagen precisa sobre cada espacio en blanco sobre cada omisión inaugurar un espacio dispuesto para el aliento de las cosas un silencio que lo diga todo que todo lo diga en silencio
Ceguera Así como la luz la negrura tiene distintas intensidades está el misterio total de los vacíos en la niebla la ingravidez de una voz de muerte la pisada de un silencio absurdo y peligroso o el llanto que miente la negrura tiene distintas intensidades y la oscuridad se amontona cuando puede pero jamás tendrá la soberbia de las transparencias como la luz que cree que hace todo visible y también ciega
Origen Toda música busca su origen todo sonido el silencio que encierra y pareciera a veces sólo a veces que el origen busca su origen su historia personal para darle sentido a los demás orígenes para abrir las historias y la oscuridad no se amontone en las manos abiertas en la suela desgastada del tiempo Debiéramos a veces darle espacio a los principios a su fractal de vida empecinado en conocer a Dios pero el latido de los párpados no se lo permite la necedad de mantener abierto el cauce de la memoria la ha filtrado por las grietas de la lágrima por los poros de la luz en la mañana Debiera haber un principio solo solamente solo que nunca haya estado ahí para no cuestionarse y para no mantener nuestra esperanza un paso adelante del fin un punto irremediablemente blanco en medio de la luz
Imagen Debieras no existir como no existo yo volverte emoción perenne dentro de cada palabra que pronuncio y poder contenerte en los silencios Debieras no existir simple y llanamente y así confundir nuestras no existencias cuando estemos en un gran vacío abierto para ambos Debieras también no haber nacido para no tener edad ni tiempo y fueras tú siempre y antes y después en una sola Debiste haber cumplido ese capricho de no volver de mi imaginación y mantenerte transparencia ocultarte en la noche para que al mirarte te confundiera con la infinita negrura de la luz adormilada Pero ya estás aquí y eres la edad que contiene todas las palabras mientras te pronuncio el amanecer que me respira desde adentro
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Recomendaciones Aventurera, imaginativa e inconforme, Aurore prefiere pasar su tiempo inventando historias, disfrutando del sol y de cualquier cosa que la vida proponga mientras no se trate de vestidos y maquillaje. Después de una infancia ajetreada, confundida y sin objetivos claros, es separada de su madre para ser educada por su abuela, quien más tarde la envía al convento donde tendrá una serie de revelaciones e importantes cambios en su ideología y en su vida. Tras su etapa de reflexión y maduración, encuentra a su primer pareja, se aventura en el mundo de la literatura y crea el seudónimo bajo el cual relata su vida: George Sand. A pesar de considerarse mala en asuntos de coquetería y feminidad, Sand tiene mucho que contar sobre su vida amorosa, un inesperado invitado moverá sus cimientos y una serie de eventos imprevistos continuarán haciendo de esta autobiografía, un relato emocionante.
LOS SECRETOS DE LA MENTE MILLONARIA T. Harv Eker
Todos tenemos un patrón personal del dinero arraigado en nuestro subconsciente, y es este patrón, más que cualquier otra cosa, lo que determinará nuestra vida financiera. Puedes saberlo todo sobre mercadotecnia, ventas, negociaciones, acciones, prosperidad inmobiliaria y finanzas en general, pero si tu patrón del dinero no está programado para el éxito nunca tendrás mucho dinero; y si, de algún modo lo consigues, ¡lo perderás con gran facilidad! La buena noticia es que ahora, aplicando las sencillas instrucciones contenidas en este libro, puedes programar de nuevo tu patrón del dinero para que te lleve al éxito económico de una forma natural y automática, ¡los resultados te sorprenderán! Ahora por primera vez T. Harv Eker comparte sus secretos de éxito en este libro revolucionario. ¡léelo y hazte rico! Librería Sancho Panza te regala un 10% en el libro recomendado
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