de Lector
No. 5
Noviembre 2015
Santiago de Querétaro, Querétaro leer más allá escritores queretanos
vidas
miercolees
Los dramas de Wilde
La esfinge sin secreto
All art is quite useless
Eloy Caloca Lafont
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Oscar Wilde
Emocionados por este quinto volumen de L de Lector, seleccionamos un autor que en su época fue una celebridad debido a su ingenio. En el apogeo de su fama y éxito, cuando su obra maestra La importancia de llamarse Ernesto se representaba en el escenario, Wilde demandó al padre de su amante por difamación y tras una serie de juicios fue declarado culpable de indecencia grave y encarcelado dos años. Sin embargo, allí nació De profundis, una larga carta que describe el viaje espiritual que experimentó en la cárcel. Saliendo escribió La balada de la cárcel de Reading, un poema que remembraba los duros días de la vida carcelaria. Murió en Paris el 30 de noviembre de 1900. En el MiercoLees seleccionamos el cuento La esfinge sin secreto, con una narrativa sencilla, misteriosa y donde el secreto de nuestra personaje es precisamente el no tener secretos. En Leer más allá, encontramos al carismático, polémico y ecléctico Wilde, con su narrativa que muestra su realidad lúgubre pero al mismo tiempo con un corazón atrapado. En Escritores Queretanos, Eloy Caloca Lafont, autor del libro Ocio y Civilización (Par Tres Editores, 2013), nos regala el breve ensayo Ocio como generador de cultura, donde presenta al ocio como un medio para vivir, generar y propagar la cultura. Finalmente en Recomendaciones, la Librería Nuevos Horizontes ofrece un descuento en el libro de Sharon M. Draper: Fuera de mí. Disfruta este número, que el próximo ya cumplimos el medio año. PRT
Noviembre 2015 Santiago de Querétaro, Querétaro Dirección editorial Patricio Rebollar Vidas Los dramas de wilde Mariana Zertuche MiercoLees la esfinge sin secreto Oscar Wilde Leer más allá all art is quite useless Luis Erick Anaya Suirob Escritores Queretanos ocio como generador de cultura Eloy Caloca Lafont
Asistencia editorial Aline Trejo García Circulación y promoción Librerías Nuevos Horizontes Relaciones Públicas Diana Pesquera Colaboradores Patricio Rebollar, Mariana Zertuche, Eloy Caloca Lafont, Diana Pesquera, Aline Trejo García, Marcela Shelley, Librería Nuevos Horizontes, Luis Erick Anaya Suirob.
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Noviembre 2015, año I. L de Lector es una publicación mensual editada por Par Tres Editores, S.A. de C.V. en asociación con Librerías Nuevos Horizontes. Editor Responsable: Patricio Rebollar. Impreso por Excellens en Santiago de Querétaro, Querétaro. Se permite la reproducción parcial de esta obra en lo concerniente al texto del Autor del Mes en virtud de encontrarse libre de Derechos de Autor, en cuanto a las demás secciones de la publicación, se prohíbe su reproducción parcial o total, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito de los titulares de los derechos correspondientes.
vidas Los dramas de Wilde Escritor, poeta y dramaturgo, Oscar Wilde nace el 16 de octubre de 1854 en Dublín, Irlanda. Hijo de un cirujano y una escritora, es el segundo hijo de tres. Su padre, Sir William Wilde, era un oftalmólogo muy destacado de Irlanda, y su madre Joana Wilde, era poetisa y escribía bajo el seudónimo de Speranza. Como uno de los dramaturgos más importantes del periodo victoriano, Wilde empezó sus estudios en el Trinity College, en Dublín y después en Magdalen College de Oxford, donde se graduó con honores y recibió el Premio Newdigate de Poesía. Mientras estudiaba, el joven autor realizó varios viajes por Europa. Durante este tiempo, comenzó a trabajar en varios periódicos y revistas realizando publicaciones y poemas. Que posteriormente serían reunidos y publicados bajo el nombre de Poemas (1881). En el siguiente año, Wilde viaja a los Estados Unidos, para dar conferencias sobre el dandismo, filosofía y estilo estético que el autor utilizaba y que se define como “el arte por el arte”. En 1884 se casa con Constance Lloyd, hija de un consejero de la reina. Tuvieron dos hijos. Sin embargo, después del escándalo sobre su homosexualidad que lo lleva a su encarcelamiento, su esposa se ve obligada a cambiar de apellido y el de sus hijos, por Holland, para desvincularse del autor. Nunca se divorció de él. En los años siguientes, después de contraer matrimonio, el autor se dedica
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a escribir varios cuentos que luego fueron publicados en 1888 como, El príncipe feliz. Acontecimiento que le brindó mucho reconocimiento y que posteriormente motivarían al autor a publicar sus obras más destacadas, tales como El crimen de Lord Arthur Saville (1891). Entre 1888 y 1889 editó la revista femenina Woman’s World. Caracterizado por un estilo satírico e ingenioso, el autor casi siempre recurre a criticar la hipocresía de su época. Es aquí cuando publica su única novela, El retrato de Dorian Gray (1890). Obra donde critica a la sociedad conservadora. Manteniendo su ironía característica, siguió su carrera como dramaturgo escribiendo grandes obras como La importancia de llamarse Ernesto (1895) y Salomé (1891). Sin embargo, en 1895, época en la que estaba en la cima de su carrera, Wilde se ve enredado en un escándalo después de que el marqués de Queensberry difamara que sostenía una relación homosexual con su hijo, Alfred Douglas. Wilde es sentenciado a dos años en prisión, donde escribe Balada de la cárcel de Reading, la reputación del autor se ve gravemente afectada por este acontecimiento. Tras la liberación del autor, se muda a París donde cambia de nombre a Sebastian Melmoth. En sus últimos años de vida, se convierte al catolicismo. Finalmente muere el 30 de noviembre de 1900.
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La esfinge sin secreto Una tarde, tomaba mi vermú en la terraza del Café de la Paix, contemplando el esplendor y la miseria de la vida parisina y asombrándome del extraño panorama de orgullo y pobreza que desfilaba ante mis ojos, cuando oí que alguien me llamaba. Volví la cabeza y vi a lord Murchison. No nos habíamos vuelto a ver desde nuestra época de estudiantes, hacía casi diez años, así que me encantó encontrarme de nuevo con él y nos dimos un fuerte apretón de manos. En Oxford habíamos sido grandes amigos. Yo lo había apreciado muchísimo, ¡era tan apuesto, íntegro y divertido! Solíamos decir que habría sido el mejor de los compañeros si no hubiese dicho siempre la verdad, pero creo que todos le admirábamos más por su franqueza. Me pareció que estaba muy cambiado. Daba la impresión de estar inquieto y desorientado, como si dudara de algo. Comprendí que no podía ser un caso de escepticismo moderno, pues Murchison era el más firme de los conservadores, y creía con la misma convicción en el Pentateuco que en la Cámara de los Pares; así que llegué a la conclusión de que se trataba de una mujer, y le pregunté si se había casado. –No comprendo suficientemente bien a las mujeres –respondió. –Mi querido Gerald –dije–, las mujeres están hechas para ser amadas, no comprendidas. –Soy incapaz de amar a alguien en quien no puedo confiar –replicó. –Creo que hay un misterio en tu vida, Gerald –exclamé–; ¿de qué se trata? –Vamos a dar una vuelta en coche –contestó–, aquí hay demasiada gente. No, un carruaje amarillo no, de cualquier otro color... Mira, aquel verde oscuro servirá. Y poco después bajábamos trotando por el bulevar en dirección a la Madeleine. –¿Dónde vamos? –quise saber. –¡Oh, donde tú quieras! –repuso–. Al res-
Por Oscar Wilde
taurante del Bois de Boulogne; cenaremos allí y me hablarás de tu vida. –Me gustaría que tú lo hicieras antes –dije–. Cuéntame tu misterio. Lord Murchison sacó de su bolsillo una cajita de tafilete con cierre de plata y me la entregó. La abrí. En el interior llevaba la fotografía de una mujer. Era alta y delgada, y de un extraño atractivo, con sus grandes ojos de mirada distraída y su pelo suelto. Parecía una clairvoyante, e iba envuelta en ricas pieles. –¿Qué opinas de ese rostro? –inquirió–. ¿Lo crees sincero? Lo examiné detenidamente. Tuve la sensación de que era el rostro de alguien que guardaba un secreto, aunque fuese incapaz de adivinar si era bueno o malo. Se trataba de una belleza moldeada a fuerza de misterios... una belleza psicológica, en realidad, no plástica... y el atisbo de sonrisa que rondaba sus labios era demasiado sutil para ser realmente dulce. –Bueno –exclamó impaciente–, ¿qué me dices? –Es la Gioconda envuelta en martas cibelinas –respondí–. Cuéntame todo sobre ella. –Ahora no, después de la cena –replicó, antes de empezar a hablar de otras cosas. Cuando el camarero trajo el café y los cigarrillos, recordé a Gerald su promesa. Se levantó de su asiento, recorrió dos o tres veces de un lado a otro la estancia y, desplomándose en un sofá, me contó la siguiente historia: –Una tarde –dijo–, estaba paseando por la Calle Bond alrededor de las cinco. Había una gran aglomeración de carruajes, y éstos estaban casi parados. Cerca de la acera, había un pequeño coche amarillo que, por algún motivo, atrajo mi atención. Al pasar junto a él, vi asomarse el rostro que te he enseñado esta tarde. Me fascinó al instante. Estuve toda la noche obsesionado con él, y todo el día siguiente. Caminé arriba y abajo por esa maldita calle, mirando dentro de todos los
carruajes y esperando la llegada del coche amarillo; pero no pude encontrar a ma belle inconnue y empecé a pensar que se trataba de un sueño. Aproximadamente una semana después, tenía una cena en casa de Madame de Rastail. La cena iba a ser a las ocho; pero, media hora después, seguíamos esperando en el salón. Finalmente, el criado abrió la puerta y anunció a lady Alroy. Era la mujer que había estado buscando. Entró muy despacio, como un rayo de luna vestido de encaje gris y, para mi inmenso placer, me pidieron que la acompañase al comedor. »–Creo que la vi en la Calle Bond hace unos días, lady Alroy –exclamé con la mayor inocencia cuando nos hubimos sentado. »Se puso muy pálida y me dijo quedamente: »–No hable tan alto, por favor; pueden oírlo. »Me sentí muy desdichado por haber empezado tan mal, y me zambullí imprudentemente en el asunto del teatro francés. Ella apenas decía nada, siempre con la misma voz baja y musical, y parecía tener miedo de que alguien la escuchara. Me enamoré apasionada, estúpidamente de ella, y la indefinible atmósfera de misterio que la rodeaba despertó mi más ferviente curiosidad. Cuando estaba a punto de marcharse, poco después de la cena, le pregunté si me permitiría ir a visitarla. Ella pareció vacilar, miró a uno y otro lado para comprobar si había alguien cerca de nosotros, y luego repuso: »–Sí, mañana a las cinco menos cuarto. »Pedí a Madame de Rastail que me hablara de ella, pero lo único que logré saber fue que era una viuda con una casa preciosa en Park Lane; y como algún aburrido científico empezó a disertar sobre las viudas, a fin de ilustrar la supervivencia de los más capacitados para la vida matrimonial, me despedí y regresé a casa. »Al día siguiente llegué a Park Lane con absoluta puntualidad, pero el mayordomo me comunicó que lady Alroy acababa de marcharse. Me dirigí al club bastante apesadumbrado y totalmente perplejo, y, después de meditarlo con detenimiento, le escribí una carta pidiéndole permiso para intentar visi-
tarla cualquier otra tarde. No recibí ninguna respuesta en varios días, pero finalmente llegó una pequeña nota diciendo que estaría en casa el domingo a las cuatro, y con esta extraordinaria postdata: “Le ruego que no vuelva a escribirme a esta dirección; se lo explicaré cuando le vea”. El domingo me recibió y no pudo estar más encantadora; pero, cuando iba a marcharme, me rogó que, si en alguna ocasión la escribía de nuevo, dirigiera mi carta “a la atención de la señora Knox, Biblioteca Whittaker, Calle Green”. »–Existen razones –dijo– que no me permiten recibir cartas en mi propia casa. »Durante toda aquella temporada, la vi con asiduidad, y jamás la abandonó aquel aire de misterio. A veces se me ocurría pensar que estaba bajo el poder de algún hombre, pero parecía tan inaccesible que no podía creerlo. Era realmente difícil para mí llegar a alguna conclusión, pues era como uno de esos extraños cristales que se ven en los museos, y que tan pronto son transparentes como opacos. Al final decidí pedirle que se casara conmigo: estaba harto del constante sigilo que imponía a todas mis visitas y a las escasas cartas que le enviaba. Le escribí a la biblioteca para preguntarle si podía reunirse conmigo el lunes siguiente a las seis. Me respondió que sí, y yo me sentí en el séptimo cielo. Estaba loco por ella, a pesar del misterio, pensaba yo entonces –por efecto de él, comprendo ahora–. No; era la mujer lo que yo amaba. El misterio me molestaba, me enloquecía. ¿Por qué me puso el azar en su camino? –Entonces, ¿lo descubriste? –exclamé. –Eso me temo –repuso–. Puedes juzgar por ti mismo. »El lunes fui a almorzar con mi tío y, hacia las cuatro, llegué a Marylebone Road. Mi tío, como sabes, vive en Regent’s Park. Yo quería ir a Piccadilly y, para atajar, atravesé un montón de viejas callejuelas. De pronto, vi delante de mí a lady Alroy, completamente tapada con un velo y andando muy deprisa. Al llegar a la última casa de la calle, subió los escalones, sacó una llave y entró en ella. “He aquí el misterio”, pensé; y me acerqué presuroso a examinar la vivienda. Parecía uno de esos lugares que alquilan habitaciones. Su pa-
ñuelo se había caído en el umbral. Lo recogí y lo metí en mi bolsillo. Entonces empecé a cavilar sobre lo que debía hacer. Llegué a la conclusión de que no tenía el menor derecho a espiarla y me dirigí en carruaje al club. A las seis aparecí en su casa. Se hallaba recostada en un sofá, con un elegante vestido de tisú plateado sujeto con unas extrañas adularias que siempre llevaba. Estaba muy hermosa. »–No sabe cuánto me alegro de verlo –dijo–; no he salido en todo el día »La miré sorprendido, y sacando el pañuelo de mi bolsillo, se lo entregué. »–Se le cayó esta tarde en la Calle Cummor, lady Alroy –señalé sin inmutarme. »Me miró horrorizada, pero no hizo ninguna tentativa de coger el pañuelo. »–¿Qué estaba haciendo allí? –inquirí. »–¿Y qué derecho tiene usted a preguntármelo? –exclamó ella. »–El derecho de un hombre que la quiere –contesté–; he venido para pedirle que sea mi mujer. »Ocultó el rostro entre las manos y se deshizo en un mar de lágrimas. »–Debe contármelo –proseguí. »Ella se puso en pie y, mirándome a la cara, respondió: »–Lord Murchison, no tengo nada que contarle. »–Fue usted a reunirse con alguien –afirmé–; ése es su misterio. »Lady Alroy adquirió una palidez cadavérica y dijo: »–No fui a reunirme con nadie. »–¿Acaso no puede decir la verdad? –exclamé. »–Ya se la he dicho –repuso. »Yo estaba furibundo, enloquecido; no recuerdo mis palabras, pero la acusé de cosas terribles. Finalmente, me precipité fuera de su domicilio. Ella me escribió una carta al día siguiente; se la devolví sin abrir y me fui a Noruega con Alan Colville. Regresé un mes más tarde y lo primero que leí en el Morning Post fue la muerte de lady Alroy. Se había resfriado en la ópera, y había muerto de una congestión pulmonar a los cinco días. Me encerré en casa y no quise ver a nadie. La había querido demasiado, la había amado con locura. ¡San-
to Dios! ¡Cuánto había amado a esa mujer! –¿Y nunca fuiste a aquella casa? –le interrumpí. –Sí –replicó. »Un día me dirigí a la Calle Cummor. No pude evitarlo; me torturaba la duda. Llamé a la puerta y me abrió una mujer de aire respetable. Le pregunté si tenía alguna habitación para alquilar. »–Verá, señor –contestó–, en teoría los salones están alquilados; pero, como hace tres meses que la señora no viene y que nadie paga la renta, puede usted quedarse con ellos. »–¿Es ésta su inquilina? –quise saber, mostrándole la foto. »–Sin duda alguna –exclamó–, y ¿cuándo piensa volver, señor? »–La señora ha fallecido –repuse. »–¡Oh, señor, espero que no sea cierto! –dijo la mujer–. Era mi mejor inquilina. Me pagaba tres guineas a la semana sólo por sentarse en mis salones de vez en cuando. »–¿Se reunía con alguien? –le pregunté. »Pero la mujer me aseguró que no, que siempre llegaba sola y jamás veía a nadie. »–¿Y qué diablos hacía? –inquirí. »–Se limitaba a sentarse en el salón, señor, y leía libros; a veces también tomaba el té –respondió ella. »No supe qué contestarle, así que le di una libra y me marché. –Y bien, ¿qué crees que significaba todo aquello? ¿No pensarás que la mujer decía la verdad? –Pues claro que lo pienso. –Entonces, ¿por qué acudía allí lady Alroy? –Mi querido Oswald –replicó–, lady Alroy era simplemente una mujer obsesionada con el misterio. Alquiló esas habitaciones por el placer de ir allí tapada con su velo, imaginando que era la heroína de una novela. Le encantaban los secretos, pero no era más que una esfinge sin secreto. –¿De veras lo crees? –Estoy convencido. Sacó la cajita de tafilete, la abrió y contempló la fotografía. –Sigo teniendo mis dudas –exclamó finalmente.
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más de wilde
Por la editorial
La deliciosa prosa de Wilde lo llevó a la publicación de esta novela corta titulada El fantasma de Canterville, publicada por primera vez en 1887 en la revista The Court and Society Review. Obra que ha sido llevada al cine y teatro en numerosas ocasiones. Este delicioso libro retoma a la familia capitalista y rica estadounidense de la época que adquiere el castillo de Canterville, ubicado en la campiña inglesa a siete millas de Ascot, en Inglaterra. El señor Hiram B. Otis lleva a su familia a vivir allí, advertido pero divertido ante la amenaza del antiguo dueño, pues desde hacía más de trescientos años que el fantasma de sir Simon de Canterville, habitaba en el castillo. El fantasma de Canterville asesinó a su esposa Eleonore, siendo atrapado por los hermanos de su mujer en una habitación, sin comida ni bebida hasta su muerte. El pragmatismo de la familia estadounidense, ante el poco miedo o indiferencia que mostraban ante los aterradores “espantos” de este fantasma, resultan en un enojo rotundo para sir Simon de Canterville llevándolo a la depresión, pues los gemelos Otis, conocidos como “Estrellas y Bandas” le juegan bromas pesadas al viejo fantasma. En general nadie en la casa lo respetaba y esto terminó haciendo que Virginia, la hija mayor de los Otis, se apenara por él y lo terminara ayudando. Esta es una Edición Especial, y limitada, de Par Tres Editores, siendo presentada en este número por primera vez. Utilizando el número 13, número cronológico de la colección, nos ocupamos en presentar una Literataza diferente, especial y única, con un libro de más páginas que sus doce obras predecesoras y esta excelente novela corta. Viene acompañada de su taza de cerámica con la frase impresa en una de sus caras:
“Puedes guardarte tu secreto mientras pueda ser yo el dueño de tu corazón” disfruta de la lectura de esta Edición Especial y llévate la tuya antes de que se agoten. Como siempre, disfrútala acompañada de un buen café o un delicioso té.
Datos Curiosos I
Siempre mostró mucho talento en sus estudios, y desde pequeño estudió francés y alemán.
II Su hermano mayor Willie, fue un des-
tacado periodista que trabajó para las revistas Vanity Fair y Punch.
IIITras la muerte de su hermana Isola. Le escribe el poema titulado Requiescat.
IV Su hijo menor Vyvyan sigue sus pasos y se convierte en escritor.
V Su sentencia tuvo mucha repercusión en toda Europa, pues muchos artistas tuvieron que emigrar.
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CARTELERA CULTURAL
¿Ya lo leíste? Dinos de que obra literaria se trata y llévate un libro.
Las salidas locuaces e incomprensibles de un profeta acompañado de un águila y de una serpiente. Las primeras dos personas que respondan correctamente * a partir del 15 de Noviembre, ganarán un libro.**
Envía tu respuesta a blogpartres@gmail.com
Felicitamos a Héctor Alejo Rodríguez y M. Ramón Pérez, por contestar correctamente al ¿Ya lo leíste? de la edición 4; agradecemos a los demás lectores por su decidida participación. La obra del número anterior se trata de Fausto, un poema dramático publicado en dos partes por Johann Wolfgang von Goethe, quien da a conocer la primera parte en 1808 y la segunda se publica póstumamente en 1832.
*Para obtener el premio y no ser descalificado, el concursante deberá enviar en el correo nombre completo, edad y su email. Limitado a un premio por participante cada número. ** El nombre de los ganadores y la respuesta se publicarán en el próximo número de L de Lector. El plazo para enviar sus respuestas es el 30 de Noviembre. El plazo para recoger los premios vence el viernes 26 de Diciembre de 2015.
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leer más allá
All art is quite useless Hoy todos saben el precio de todo y no el valor de Wilde, carismático, polémico y ecléctico. Para algunos un loco, para otros un pervertido, quizá un genio y un gran señor, lo cierto es que como autor y filósofo lleva a la grafía la idea que a muchos nos rondan, tiene obras que muestran su realidad lúgubre y al tiempo un verdadero corazón que quiere salir, aunque sea del closet, y esto último es uno de los puntos que más nos hacen recordar de su historia y si bien su pobre realidad es que tenía gustos que en su momento fueron mal vistos, bueno un poco más que mal vistos, incluso como sabrán por su biografía le fue penado algo que marcaría su vida y evidentemente da sabor a su obra. Y es una lástima que sus cuestionadas preferencias sexuales fueran por lo que se acabaría destacando el autor más allá de las influencias de autores contemporáneos quienes Wilde admiraba John Ruskin y Walter Pater, que defendían la importancia central del arte en la vida. El propio Wilde reflexionó irónicamente sobre este punto de vista cuando, en El Retrato de Dorian Gray, escribió que “Todo arte es más bien inútil” (“All art is quite useless”). De hecho, esta cita refleja el apoyo de Wilde al principio básico del movimiento estético: el arte por el arte. Esta doctrina fue acuñada por el filósofo Víctor Cousin, promovida por Théophile Gautier y adquirió prominencia con James McNeill Whistler. En su obra es de notar el paso por los géneros siendo uno de los dramaturgos más destacados, y dejando una interesante propuesta poética, más en la narrativa del cuento y novela es donde logra dejar una huella más notoria, quien quiera juzgarlo
Por Luis Erick Anaya Suirob
por esta vía déjenme decirles que no tendrán un trabajo sencillo y es ahí donde más refiero el termino ecléctico, si bien el invierno de su vida y el buen sentir en su interior se exterioriza en un Gigante egoísta, vemos su profundo hartazgo a la vida en el siempre joven Dorian Gray y en el sr Simon Of Canterville (el fantasma de Canterville) no creo que encuentren mucho más que una insana obsesión macular, en salome encontramos un entramado mas trabajado y desapegado al propio autor, aunque como siempre hay quien defiende que en ella encontraremos más de él que en las obras antes mencionadas, y la que en lo personal yo destacaría la osadía intelectual de escribirla en francés, un idioma distinto al natural del autor, y finalmente en este tour mencionaré La importancia de llamarse Ernesto y no dejaré fuera al perfecto marido (irónico para alguien que lleva la cita de que la bigamia en definición es tener una esposa de más igual que la monogamia). En fin si tienen oportunidad lean al autor que llevó la homosexualidad al plato y a las letras, les deseo una deliciosa lectura.
“Este es el movimiento de quienes nos gusta leer, porque nos hace sentir bien” www.queretarolector.com
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escritores Queretanos
El ocio como generador de cultura
Por Eloy Caloca Lafont
Eloy Caloca Lafont (1987) es Licenciado en Relaciones Internacionales y Maestro en Estudios Humanísticos por el TEC de Monterrey, Campus Querétaro. Ha publicado artículos en múltiples textos a nivel nacional e internacional (Razón y Palabra: Revista Latinoamericana de Comunicación, Picnic, Anagnórisis) y colaborado en diferentes congresos y foros (Asociación Mexicana de Semiótica Visual y del Espacio, Asociación Mexicana de Estudios Internacionales, Encuentro Nacional de Ensayistas Tierra Adentro). Ocio y civilización (2013), editado por Par Tres, es su primer libro. Estudiemos un poco de antropología filosófica. Ernst Cassirer propuso que el ser humano era, ante todo, una entidad simbólica; su carácter de homo sapiens era su capacidad para descifrar signos y comunicar la relación entre significantes y significados, produciendo símbolos, que eran patrones de significación compartidos por distintas comunidades, en diferentes contextos históricosi. Max Scheler, por su parte, eleva al homo simbólico a otro nivel: la capacidad de entendimiento, escritura y comunicación, ayuda a los hombres a entenderse a sí mismos, a aproximarse a su realidad, y a compartir un conjunto de valores legítimos e ilegítimosii. Sobre estas premisas puede suponerse que: a) el ser humano tiende a construir, legitimar y comunicar íconos fácilmente identificables por una mayoría, y b) que estos íconos lo dotan de una identidad al conectarlo con sus semejantes. ¿Qué sucedería si se pensara que, precisamente la industria que se dedica a la construcción de estos íconos, es el ocio? Se revaloraría sin duda el papel social de la ociosidad, al entenderla, no sólo como una forma de matar el tiempo, sino también como un medio de vivir, generar y propagar la cultura. Ésta es la visión del ocio que abandera Josef Pieper y con la cual coincido: toda la cultura en todas las civilizaciones de la
Historia, es un producto del ocioiii. Mientras que la edificación de las ciudades, su crecimiento y su enriquecimiento son el fruto del trabajo, su diseño, su identidad, su dimensión estética y sus dinámicas cotidianas, son ociosos. El ocio tiene su origen en una necesidad humana, que es la fiesta, el descanso o la interrupción del trabajo; esto se hará presente en todo grupo de seres humanos, no obstante su espacio o tiempo, históricos: Los antiguos ya dividían la vida en un esfuerzo activo y en otro pasivo, en el trabajo y en el ocio. Lo productivo está en el aquí y en el ahora, pero lo ocioso va más allá, es el intellectus, el pensamiento trascendental. El alma pasiva es sumamente activa: no sólo produce, sino que también recibe, aprende y comunica. El ocio es una actividad fundamental que consiste en crear, pero también en recibiriv.
El ocio, desde su carácter festivo ancestral, ya era la carencia del esfuerzo físico y la oposición a cualquier labor productiva. El culto y sus categorías, el mito y el rito, son productos de la ociosidad que llevan al hombre a preguntarse cómo se formó su mundo y qué fuerzas lo controlan. En esta lógica, el ocio motivó todas las cosmogonías, narrativas sociales e Historias oficiales, y es un detonador de “lo típico”. Las activi-
dades primarias, presentes en la cocina, en la charla cotidiana, en las danzas y en la generación de las artes “típicas” de cualquier civilización, son el producto de dos cosas: de la pérdida de tiempo, y del paso de ese tiempo perdido a través de muchas generaciones. En la investigación cumbre de Herskovitz, El hombre y sus obras, se le atribuye al ocio, el impulso creador y el descubrimiento, así como actividades de mayor elaboración individual y social, como el diseño y la estética, las artes, la religión, el folklore y la Historia. No podría hablarse, según Herskovitz, de algo más natural e inherente al hombre que el ocio; la especie humana no es sólo racional, funcional ni pragmática, sino también ociosa, pues incluso su razón es una forma de ocio, y aun la funcionalidad y la praxis, emanan de los planes provistos por la ociosidad: La filosofía, desde sus primeros días, ha luchado con el dilema de si el impulso para crear y apreciar la belleza que emana de la contemplación y del ocio, es inherente a la naturaleza del hombre mismo o si es un concepto que se genera a partir de la sociedad. Pero la belleza, en sí misma, más allá de cualquier parámetro estético o comunidad, trasciende cualquier momento o cultura. Más allá de la función del objeto, el diseño y el arte que superan la utilidad se presentan en todos los grupos humanos. Este argumento hace que no pueda plantearse la experiencia humana sólo en términos racionalistasv.
Volviendo al alto ocio y al bajo ocio, puede decirse que la industria del ocio funciona a la par en dos niveles: el trascendente y profundo, no lucrativo, y actualmente, el efímero y comercial. En ambos casos se crea “cultura”, pero apelando a las artes, a la filosofía y a la tradición, se consolida una cultura definitoria, fundamental, que origina y mantiene, o que incluso detracta o reestructura, la identidad de los pueblos; en cambio, los productos culturales cuyo único fin es su venta, tienden a desaparecer y a diluir las identidades sociales. Esto, cabe señalarse, no puede ser tajante ni definitivo,
pero sí puede ser cooptante y definitorio. A partir del siglo XX los productos de la cultura (todos, generados por ocio) van de lo exclusivo a lo popular, de lo alto a lo bajo, borrando las fronteras entre el arte de élites intelectuales y el de masas. No puede negarse que los filmes Lo que el viento se llevó (1939), El padrino (1972) o Toy Story (1995) nacieron como fenómenos de masas, lucrativos, pero tampoco se niega que sean documentos culturales que denotan las sociedades históricas que los generaron. No es que los seres humanos se vuelvan ociosos para hacer cultura, sino más bien, que la cultura es un proceso fluido, continuo y transhistórico, donde residen todos los productos del ocio de todos los tiempos que, a través de instituciones de legitimación, se determinan como señas de identidad histórica. No es tan sencillo: no es que todo ocio sea, de repente, cultura, sino que es el origen de la cultura. Lo que guarda la actividad ociosa en la memoria de los pueblos (o no) es una serie de instituciones que se encargan de escribir e interpretar la Historia. Sin embargo, hay que atribuir al ocio un papel edificador: el ocio propone y la legitimación dispone. Sin ocio, no habría materia prima para explorar nuestras identidades, según la herencia de los grandes relatos. i Cassirer, E. (1995) Filosofía de las formas simbólicas (en 3 tomos). Fondo de Cultura Económica, México. ii Sobre esto, ver el clásico de Scheler, M. (1999) El puesto del hombre en el cosmos. Siglo XXI, Buenos Aires. También: Berger y Luckmann (1968), La construcción social de la realidad. Siglo XXI, Buenos Aires. iii Pieper, J (1998), El ocio y la vida intelectual. Biblioteca del Cincuentenario, Madrid. iv Op. Cit., p. 22. v Herskovitz, M. (1952, ed. 2009) El hombre y sus obras. Fondo de Cultura Económica, México. P. 387.
Biblioteca Digital de Escritores Queretanos Más textos de Eloy Aquella tarde en Tlatelolco Simpatía por el supermercado American way of life Autoretrato a los 17 Caracoles Los pitufos no nos dejan besarnos
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Recomendaciones Sólo hay algo más fascinante que perder el tiempo: perder el tiempo analizando cómo el tiempo se pierde. El ocio da una sensación de poder y de brío; es la posibilidad de afectar el mundo sin siquiera moverse, o mejor dicho, de cambiarlo todo por el hecho de permanecer estático. No hay mayor atentado contra la modernidad que interrumpir el trabajo. En la pasividad queda patente la afrenta contra lo productivo, lo positivo y lo progresivo. Se cuestiona, por el simple “dejar de hacer”, la idea del hombre como controlador del universo; se detienen por unos instantes, la ciencia y la técnica, el poder y la política, los grandes valores, las figuras inmortales y las instituciones. Estar ocioso es un acto de introversión y de hedonismo; abrirse a contemplar y ser contemplado; es imponerse ante el sistema dinámico, irreversible, que manipula el tiempo y el espacio.
fuera de mí
Sharon M. Draper Melody es la más inteligente de toda la escuela... pero nadie lo sabe. Su memoria y capacidad son increíbles. La mayoría de la gente, maestros y médicos incluidos, cree que es medio retardada, y asiste a un aula especial, donde te repiten el abecedario una y otra vez. Si pudiera contarles a todos lo que piensa y lo que sabe. Pero eso es imposible, porque Melody no puede hablar, ni caminar, ni escribir... ni casi nada. Fuera de mi habla de una vida extraordinaria, llena de curiosidad y perseverancia. Una historia de superación que demuestra lo que somos capaces de hacer por el sólo hecho de tener la dignidad de ser humanos.
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