Revista buen vivir 38

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Metal celeste Revista Buen Vivir - Número 38 - Páginas 40 a 44

Hombre, hierro y fuego, tres elementos para reproducir un ritual, el de la forja, que cada vez que se oficia pone de manifiesto su poderío.

El desarrollo de la edad de hierro ha supuesto un matrimonio entre el hombre y la naturaleza. Aquel la ha seducido para apoderarse de sus encantos. En su empeño por descubrir su secreto conoció la fusión de los metales e inauguró así una nueva etapa en la historia de la humanidad, la edad de los metales. Con el descubrimiento de los hornos, y sobre todo del reajuste de la técnica del endurecimiento, del material llevado al rojoblanco, el hierro adquirió una posición predominante. Hay que resaltar cómo con el empleo de los caballos en la guerra, el oficio de la herrería fue adquiriendo mayor importancia. Así, mientras que en la civilización griega y romana seguramente los esclavos realizaban esta labor, en la Edad Media, debido al poder táctico adquirido por los equinos, muchos caballeros la hacían personalmente. El desarrollo de la herrería al amparo de la guerra hizo que las escuelas más importantes fueran las militares. En el libro Herreros y alquimistas, Mircea Eliade registra el vocablo más antiguo del que se tenga noticia para designar el hierro, An bar, vocablo compuesto por los signos pictográficos cielo y fuego que significan metal celeste. La fascinación de muchos por el hierro y la herrería tal vez se deba a su carácter ambivalente. No sólo representa la victoria de la civilización con el desarrollo de la agricultura, también la guerra. Muchas son las referencias del libro a esta condición. En las culturas arcaicas se imaginaba al especialista en lo sagrado, el chamán, como un señor del fuego. El herrero, el alfarero y el alquimista también se consideraban señores del fuego: “todos ellos reivindican una experiencia mágico-religiosa particular en su relación con la sustancia”. En algunos regímenes culturales el forjador tenía la categoría de chamán. Por su condición de nómada, siempre en busca del preciado metal, el herrero se convirtió en un agente de difusión de mitologías, mitos y misterios metalúrgicos.

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En la antigua Java, la relación entre el príncipe y el forjador se tenía como una de sangre. En Bali existían ritos de iniciación para los herreros; de hecho, antes de emplear las herramientas se pronunciaba un mantra. Según los estudios de Walter Cline en 1936, donde más fuertemente se manifiesta ese significado complejo que encierra este oficio es quizás en el continente africano. En la parte occidental se comunicaban con sociedades secretas y se los asociaba con sacerdotes y jefes; mientras que en África oriental los forjadores eran considerados una casta menospreciada y su trabajo no ofrecía carácter ritual. Cristobal Castro no escapó de la seducción que supone este oficio. Desde muy niño tuvo contacto con los caballos y nunca dejó de sentir especial afecto por ellos. Siempre le intrigó el entorno de los herreros, también lo fascinaba el fuego; esa llama, esa luz cegadora con su poder transformador. Igualmente la condición propia del oficio, un tanto olvidado y un tanto anacrónico, por eso en su decisión de estudiar herrería en la École de Maréchalerie, en Bruselas, había mucho de rebelión pero también de afirmación de un destino que, finalmente, se empezaba a cumplir y que para él significaba hacer parte de una tradición memorable. Internado en su taller en compañía del martillo y del yunque, y seguramente recordando a San Eligio, sacerdote pagano convertido al cristianismo, considerado patrono de los herreros por sus poderes naturales en la corrección y tratamiento de los pies de los caballos, este forjador se entrega, a diario, a su trabajo. Una labor que, a su juicio, siempre debe tener presente el bienestar de los equinos. Pero ¿qué determina a un buen herrero? Es en los pequeños detalles donde se lo descubre, anota. En la adecuada disposición de las claveras, en la finura de los bordes de la herradura, en la hechura de la pestaña, etc. “ Es un trabajo en el que nunca hay plena satisfacción, siempre habrá la posibilidad de hacerlo mejor”, agrega. A esa tarea de educar el ojo ha estado entregado Cristóbal Castro desde hace ya varios años, pues mientras estudiaba herrería realizaba estudios de artes plásticas en La Cambre, Bruselas; exploraba el hierro mediante un trabajo escultórico, que, en sus inicios, se reflejó en piezas con pequeños cortes y un ligero movimiento, y otras, donde eran muy importantes las uniones y la geometría. En el Salón Nacional de Artistas del pasado año tuvimos la oportunidad de compartir el resultado de las conversaciones solitarias de Cristóbal Castro con el hierro, mediante 250 herraduras que se instalaron en una pared de 4 metros de alto X 12 metros de largo, a las que llamó “Conceptos herrados”. Todas ellas habían salido de su fragua y le habían pertenecido a algún caballo. En ellas había quedado el gozo de este oficiante que deja su vida en cada golpe del martillo sobre el yunque. patriciaruan.com

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