qhapaq ñan atacama
qhapaq ñan atacama TRAZADO VISUAL AL CAMINO DEL INCA EN SU PASO POR EL DESIERTO
claudio pérez
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¹ Del quechua wak'a que designaba a todas las sacralidades fundamentales incaicas, lugares sagrados, aquellos astros de los que los ayllus, o clanes creían descender, los propios antepasados, incluyendo a las deidades principales, el sol y la luna. Los incas creían que el inca Túpac Yupanqui podía hablar con las wakas, y por medio de estas conocía los hechos pasados y futuros, incluso, la llegada de los españoles a América. ² Ayllu es una forma de comunidad familiar extensa originaria de la región andina con una descendencia común –real o supuesta– que trabaja en forma colectiva en un territorio de propiedad común. El ayllu era una agrupación de familias que se consideraba descendiente de un lejano antepasado común. Es la forma tradicional de una comunidad en los Andes, especialmente entre los quechuas. Son un modelo de gobierno local indígena en todos los Andes de la región de América del Sur, particularmente en Bolivia y Perú. Los ayllus funcionaban antes de la conquista Inca, en el período colonial y se mantienen vigentes hasta nuestros días.
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... «Los Incas eran, en general, autoridades que quedaron quién sabe. Después de la llegada de los españoles fueron los que pusieron la cara pues, pusieron la cara dentro de la religiosidad social cultural. En ese sentido, fueron los últimos mensajeros de las tradiciones. Dicen que se preocuparon mucho los Incas, ya que los españoles llegaron con sus santos patronos a los pueblos, evangelizando; entonces el Inca, tan preocupado de este asunto, dijo: cómo podemos hacer, y llama a una Junta de Mayores allá en el lago Titicaca y hacen una ceremonia muy grande, donde esperan la salida del sol en un lugar sagrado. En esa Huaca¹, una vez reunidos de los cuatro ayllus²: Coyasuyu, Chinchasuyu, Antisuyu y Kuntisuyu, cuatro autoridades mayores de las cuatro autoridades de la región del Gran Tawantinsuyo, entonces una vez ya convocados allá, hacen una ritualidad Tiahuanako, y el Inca en esos tiempos anunció: “esto está mal, aquí está viniendo gente
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³ Wiracocha es una divinidad del cielo que abarca la idea andina del "Dios Creador". Viracocha es considerado el más destacado entre los dioses andinos y su figura es la central de la Puerta del Sol de Tiwanaku. ⁴ Curaca era el jefe político y administrativo del ayllu. Después de la invasión del Perú por parte de Francisco Pizarro y sus compañeros, los hispano-hablantes empezaron a conocerle con la voz taína de cacique, que denota autoridad. Deriva de la voz quechua kuraq (el de mayor edad/ hijo primogénito) que significa el primero o el mayor entre todos los de su colectividad natalicia.
foránea, los Wiracocha³ están confundiendo a nuestra gente, están malogrando nuestras costumbres, por lo tanto aquí en este lago sagrado, en esta Huaca que es milenaria, quiero consagrar a cuatro familias originarias para los cuatro suyus, y ahí hizo sentar un matrimonio, otro, otro y otro”, representando a los cuatro regionales, y les dijo: “a estos los consagro con Iman Mama (coca), para que ustedes sean los mensajeros de por vida de nuestras costumbres y pongan la cara ante cualquier invasión, esta familia se va a llamar su apellido Mamani, este es Mamani, este es Mamani y este es Mamani, y van a ser los mensajeros eternos de nuestras costumbres”, dijo. Así la fiesta levantó, dicen, con tanta alegoría, danzas y todo y fueron consagrados y se fueron los Mamani a hacer sus mandatos a los cuatro ayllus. Entonces yo, con todo esto que estoy conversándole, me siento contento, me siento que somos parte de esos mensajeros, de lo que dejaron consagrado nuestros mayores, abuelos Curacas⁴ en el Titicaca». Gumercindo Mamani floreo del ganado, Guantija
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Sería algo criminal y estúpido colocar a las luciérnagas bajo un reflector creyendo observarlas así mejor. Lo mismo que de nada sirve estudiarlas habiéndolas matado previamente, pinchadas sobre una mesa de entomólogo o miradas como viejas cosas presas en ámbar desde hace millones de años. Para conocer a las luciérnagas hay que verlas en el presente de su supervivencia: hay que verlas danzar vivas en el corazón de la noche, aunque se trate de esa noche barrida por algunos feroces reflectores (...). Georges Didi-Huberman La supervivencia de las luciérnagas
qhapaq ñan atacama La inmensidad del desierto más árido del mundo no es algo desconocido, el caminar del chasqui era habitual, comunicar y trasladar tanto información como objetos de un lugar a otro era la misión. Una cultura persistente que ha luchado por mantener ritos, lenguaje y costumbres, defendiéndose y acogiendo a la vez la insistente españolización de sus tierras y creencias. Apachetas⁵, Kallanka⁶, turi,
catarpe, construcciones que nos evidencian un cambio en la arquitectura y pensamiento estructural de la comunidad; achaches, ayllus, apus y familias como los Mamani, los Quispe, los Chocce (les han otorgado la responsabilidad de proteger y difundir la cultura del mundo andino) son la persistencia del desierto, específicamente del Camino del Inca, que cruza más de tres países en la actualidad, con una longitud total aproximada de 30.000 kilómetros, pero que constituyen una sola historia.
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⁵ Apacheta,
Qhapaq Ñan, ATACAMA bajo la mirada de Pérez, quien manifiesta
montículo de piedras colocadas en forma cónica una sobre la otra, como ofrenda realizada por los pueblos indígenas de los Andes de América del Sur a la pachamama y/o deidades del lugar, en las cuestas difíciles de los caminos. Verdaderos monumentos indígenas de valor sagrado, los que se construyeron en diferentes puntos a orillas del Camino del Inca.
multidisciplinariamente parte del recorrido actual del Camino del Inca,
⁶ Kallanka, construcción de grandes proporciones con neto carácter estatal, característico de la arquitectura del poder inca, de planta rectangular, con paramentos largos elaborados en piedra y adobes, espacio de carácter multifuncional, y por su cercanía a las plazas, se le asigna un papel ceremonial, definido por las crónicas, que narran ciertos ritos realizados de éstas.
nos propone un trabajo visual, antropológico y geográfico donde la pulsión radica en la observación de esta resistencia cultural. Miradas andinas del desierto nos embisten para hacernos recordar de quién es el territorio visitado, la apacheta, altar para agradecer a la Pachamama y pedir protección de los Apus y Mallkus, nos habla de una cultura mística y científica. El silencio y la inmensidad del desierto son registrados bajo dos visiones: una desde las alturas compuesta por una mirada cartográfica y otra desde la tierra, haciéndonos entender que en cualquiera de los casos los observadores somos un mínimo absorbido por este inmensurable planeta que nos proporciona la extraña sensación de una libre e inmortal conexión espiritual.
Aymaras, quechuas, diaguitas, kunzas y coyas y su cosmovisión andina son la identidad del símbolo que caracteriza las partes constituyentes de una historia y el simbolizante de una civilización de golpes y contragolpes, donde el camino es el vaso comunicante entre un sitio y otro, pero a su vez es la posibilidad de observación, estudio y catalización de una cultura de paisajes compuestos desde el sol, desde el viento, desde el frío nocturno, desde la altura, desde la soledad y de un ojo que puede mirar un infinito de imágenes auténticas, que parecen ser antiguas pero que generan un pensamiento auténtico nuevo.
Camila Opazo
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... «Los españoles, cuando cruzaron, cuando se traían a todos los indígenas, los indios como decían antes, no ve que los encadenaban y los traían por los caminos, esos iban haciendo otros caminos donde traían el oro, traían todo, lo hacían traer. Son historias que a nosotros nos contaban, los traían... los traían encadenados. Entonces, si un indio moría, le cortaban el cuello y lo dejaban ahí no más botado y seguían... por todo esto caminaban, no sé por dónde pasaban el oro para los españoles» ...
Eufemia Pérez camino a la fiesta de la virgen del Panire
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⁷ Apus son montañas tenidas por vivientes desde épocas preincaicas en varios pueblos de los Andes, a los cuales se les atribuye influencia directa sobre los ciclos vitales de la región que dominan. Tiene un significado asociado a una divinidad, a un personaje importante, o a alguna de las montañas que de acuerdo con la tradición preincaica de la zona andina tutelaban a los habitantes de los valles que eran regados por aguas provenientes de sus cumbres. En estos cerros tutelares existían estructuras o plataformas donde se desarrollaban diversos ritos, específicamente en los santuarios de altura como el Aconcagua, entre los que se cuentan sacrificios humanos llamados Capac Cocha. ⁸ Mallku es el espíritu y la fuerza de las montañas y una presencia poderosa en las alturas, la cual encuentra su representación en el cóndor, animal majestuoso y respetado, ya que Mallku también es el Kuntur mamani (el espacio del hábitat de los cóndores ubicados en las altas montañas rocosas). Representa la fuente de la vida de las montañas, ya que por sus cumbres, en las épocas de deshielo, cae el agua que da la vida.
... «Mis abuelos me contaban que el Camino del Inca era un viaje a la Pacha en donde encontraríamos cerros Apus ⁷ , Mallkus T’allas (cerros mujeres), y que cada tramo tiene una lógica de superación o escalera mágica que se alimenta y se cría como una persona, y que a medida que avistamos un Mallku⁸, uno solo piensa en llegar al otro cerro, y así se puede decir que en el camino se van cumpliendo metas y logros. Para esto, las apachetas y portezuelos se construyeron en armonía para que el Inca reflexionara y se produjera una renovación de energías, como un efecto de borrón y cuenta nueva. Estar acá en esta pampa interminable rodeada de volcanes como faros en el camino es un escenario mágico y sagrado. Pisar por donde caminaron durante siglos nuestros antepasados, buscando nuevos tiempos y espacios, transmitiendo la religiosidad incaica, respeto y libación, challar. El indio es tan inmensamente pequeño frente a este trayecto ...». Mario Mamani Ramos comunero de Cancosa en el Despoblado de Atacama
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Columna Inca Ramaditas
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Apachetas Tambo Quemado
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Kallanka Incahuano
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Columnas Inca Conchi Viejo - Lasana
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Columna Inca Alto de Vaquillas
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Camino Tambo Cachiyuyito El Salvador
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Kallanka Incahuano
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Chullpa funeraria Zapahuira
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Pukará Lasana
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Tambo Zapahuira II
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Incahullo Belén
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Pampa del Carrizo Quebrada Doña Inés
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... «Mi papá se llama Teófano Yupanqui Abrigú y nació en Toccopampa entre Ayacucho y Avancay. No me recuerdo qué año nace, pero hace siete años que él falleció allá en Lima; tenía como 54 o 52 años si no me equivoco. Ya hace siete años que murió. Nosotros somos descendientes del Inca, de la sangre Inca sí, pero ya hay pocos descendientes ¿no? Somos pocos los que estamos quedando, y según mi abuela, me dijo que los últimos descendientes son el Huáscar y Atahualpa, que vienen a ser como primo hermanos para nosotros, son a los que mataron –los últimos–, y ahí quedamos nosotros, prácticamente no tengo más. En el pueblo de nosotros, por donde justo esa civilización entró por allí, y las casas construidas a medio terminar, ahí quedaron las casas. Ahí hay unas construcciones que están botadas en los cerros. Mi abuela me decía que existían gentiles, pero mas allá de donde nosotros vivíamos son casas
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chiquititas para los gentiles que son súper chicos, que hay gentiles dijo. Hay un sitio que le dicen Chajaja, más conocido por la laguna de Anori. Es como una construcción. Allí adentro mismo hay momias, pero ahora no sé si hay, porque antes se conservaban ya que nadie las podía sacar, pero ahora no sé, no. Va pasando el tiempo y la gente se las va llevando también. Mi abuelo, él se escapó. No sé si me equivoco, pero él viene a Guajana de otro pueblo, pero no es del mismo sitio del que viene escapando; no sé si de la guerra u otra que ellos pelearon; no sé por dónde. Él contaba que no es nacido ahí y que llegó por ese motivo, pero del pueblo somos Yupanqui. Bueno, Yupanqui hay varios, pero de mi abuelo, de su familia legítima, son como dos hermanos no más que están en ese pueblo de Toccopampa, donde hoy viven tíos y tías míos”. ...
Teresa Yupanqui Santiago, cerro Santa Lucía
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MAMANI
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⁹ Qhapaq Ñan fue un sistema de caminos de enormes distancias en la civilización incaica que vinculaba las ciudades importantes de la costa y de la sierra. Se estructuró con base en dos ejes longitudinales: del sector cordillerano y del llano costero. Este sistema de los incas no fue sino un bimilenario legado preincaico, potenciado durante el Estado incaico. En idioma quechua, Qhapaq Ñan significa: camino del rey o del poderoso o camino del Inca, tanto para la totalidad de esa organización de rutas, que superaban los 30.000 kilómetros, como para el camino principal (de aproximadamente 5.200 km de longitud). Todos estos caminos se encontraban conectados al Cuzco, la capital del Tahuantinsuyo o Imperio incaico. Dado que el Qhapaq Ñan interconectaba localidades tan distantes como Quito, Cuzco y Tucumán, los conquistadores españoles lo emplearon durante el siglo XVI para invadir Perú, Bolivia, Chile y las pampas cordilleranas argentinas.
... «Nosotros en ese tiempo lo llamábamos caminos troperos: no sabíamos que era el Qhapaq Ñan ⁹ . Ahora último lo conocí que lo llaman así, no sé. Nosotros siempre lo hemos usado. Hace como cinco años que empezaron a prohibirnos pasar a nosotros, pero han pasado las mineras por este camino y lo hicieron tiras y nadie les dice nada. En cambio, si nosotros queremos... Por ejemplo, yo en mi casa, nosotros quedamos aislados cuando baja el agua. Entonces queremos hacer un camino por este lado para bajar, pero nos prohíben, porque dicen que por ahí pasa el camino del Qhapaq Ñan, siendo que estamos en nuestro territorio. Hoy día pasan todos por el Qhapaq Ñan: pasan las bicicletas, motonetas, van camionetas de particular que andan por ahí a pasear y a curosear, como decimos nosotros... Y a ellos no les dicen nada.En cambio, si nosotros pedimos algo, tenemos que tener una carta: que tiene que tener esto y esto otro...». Eufemia Pérez camino a la fiesta de la Virgen de la Asunción, Panire
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R í o S a l a d o - P u e n t e D e l D i a b l o
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11 de junio Ojo de San Pedro
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Osada Fiesta de la Virgen del Carmen de Conchi Viejo
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Casa de comunero Toconce
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Animita Camino a Calama
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Camino de acceso Lasana - El Abra
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Pago a la tierra Guantija
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Sor Teresa de Los Andes Toconao
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Fiesta del Niño Dios Calama
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cerro Tata Sabaya, Colchane
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La Mirada del Chasqui Recorriendo el Camino Incaico entre la Sierra de Arica y Copiapó
Raúl Molina Otárola
Entre los meses de julio de 2016 y octubre de 2017, efectuamos cinco viajes en busca del Camino del Inca entre la sierra de Arica y el valle de Copiapó, visitando en este trayecto los tramos del camino que fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2014. Recorrimos una distancia de más de mil kilómetros para cumplir con los objetivos de realizar un exhaustivo registro fotográfico documental y antropológico, crear un bello relato conceptual de lo que el chasqui veía y quizás soñaba en su recorrido por el Camino del Inca o Qhapaq Ñan, y montar una exposición y editar este libro con fotografías y relatos que constituyen un importante aporte al trazado visual del Camino del Inca a través del desierto, las pampas, las sierras, las quebradas y el altiplano del Norte Grande chileno.
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ZAPAHUIRA Subimos desde el mar a los valles altos de Arica por una carretera asfaltada (Ruta 1-Ch) que no deja de encaramarse en las laderas de los cerros. Pasada la localidad de Copaquilla, donde existe una fortificación prehispánica que mira a la profunda quebrada de Livilcar y San José, el camino se convierte en una línea recta que hace un pequeño desvío en arco, para evitar el tambo incaico de Zapahuira. La carretera pavimentada pasaba hasta hace unos años por la mitad de este sitio arqueológico, que es considerado, según los estudiosos, un centro administrativo construido por los incas hacia fines del siglo XV, durante su expansión hacia el Collasuyu, la región sur del Imperio. El tambo presenta edificaciones de habitaciones, qollcas o bodegas y corrales para las llamas, el principal animal de transporte de la época. Este sitio fue muy importante, puesto que se afirma que desde aquí se articulaba la red de tráfico de diversos bienes y productos económicos, así como la expansión del Imperio hacia el sur, controlando el movimiento de poblaciones provenientes de las tierras altas. El tambo fue también un lugar de acopio y distribución de productos, ubicado estratégicamente en la unión de los caminos de la costa y la sierra. Zapahuira debió ser visitado por numerosos chasquis y caravanas.
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El Tambo Zapahuira, declarado Monumento Histórico en 1983, está localizado sobre una explanada y al costado norte de un pequeño cerro de cima plana. Mirando al noreste, se puede observar, majestuoso y con nieves en su cima, al volcán Taapaca, que lleva el nombre de la antigua divinidad aymara, también llamada Tarapacá. Más allá, caminando hacia el oriente del tambo, cerca de una quebrada, se encuentra una chullpa, una torre funeraria del periodo preincaico, construida con barro y paja. Volvemos a Zapahuira de día, de noche y al amanecer, para hacer las primeras fotografías y confeccionar dibujos de esta larga ruta de los chasquis. Al oriente del Tambo Zapahuira, se encuentra un «tambo moderno», la parada obligada de los viajeros actuales. En el lugar, restaurantes camineros reciben con una cazuela caliente a cualquier hora del día a los viajeros hambrientos que suben y bajan del altiplano. Hay venta de combustible a granel y un puesto de recauchaje. Pareciera que este tambo de la modernidad fuera un nodo, como el antiguo tambo inca. Aquí se descansa, se reponen fuerzas y también se separan los caminos. La carretera, frecuentada por camiones, sube a Putre y a la frontera con Bolivia, y hacia el sur un camino sinuoso lleva a los pueblos de Chapiquiña, Pachama, Belén, Sagsamar y Tignamar.
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Al noreste del Tambo Zapahuira y al costado sur de una hondonada, se yergue una pequeña aldea incaica que los arqueólogos han nombrado como Zapahuira II. Es un sitio de producción agrícola donde abundan las terrazas de cultivos y campos que fueron regados con canales. Algunas paredes de los recintos rectangulares siguen incólumes, mostrando la permanencia de la arquitectura del imperio del Tawantinsuyu. El camino incaico o Qhapaq Ñan está dibujado en un croquis arqueológico con rumbo norte-sur, uniendo el Tambo de Zapahuira con Zapahuira II, pero el trazado vial no es fácil de distinguir en el terreno. Este camino inca debería conectar al norte a Zapahuira con el pueblo de Socoroma, para continuar en dirección al Cusco, ciudad que en línea recta está aproximadamente a 590 kilómetros. Una parte de este camino incaico, el tramo entre Putre, Socoroma y Zapahuira, también fue declarado Patrimonio de la Humanidad por Unesco en el año 2014. Al sur de Zapahuira, el camino incaico conectaba con el tambo y centro productivo de Incahullo, cerca del pueblo de Belén. SOCOROMA Una de las acepciones de Socoroma en lengua aymara sería “agua que corre” (Chukuruma). Es un pequeño poblado formado en el siglo XVII a partir de las políticas de reducción a pueblos de indios del virrey Toledo
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del Perú. Destaca en él su plaza con una iglesia del siglo XVIII. El poblado se encuentra enclavado en el fondo de una quebrada que forma parte de las nacientes del valle del río Lluta, rodeado de terrazas agrícolas en las laderas de los cerros donde se cultiva el orégano (Origanum vulgare l.), una especia originaria de Europa y Asia. Hoy se vende en pequeños saquitos que desprenden el aroma inconfundible de este condimento y planta medicinal. Socoroma parece en el día un pueblo vacío de gente; sus pocos habitantes permanecen dentro de sus casas o en las eras y terrazas de cultivos. Solo al atardecer se les puede ver regresando para después permanecer en silencio. En el pueblo se ha reconocido la existencia de un tramo del camino incaico: una vereda pavimentada con piedras que enseguida de entrar al pueblo baja hasta el fondo de una quebrada, deslindando campos de cultivos. Para algunos estudiosos, el empedrado del camino inca sería de origen colonial, de tiempos cuando el camino tropero formaba parte de la ruta de la plata con destino a Potosí, Bolivia, pasando por el poblado de Putre. Esta porción del camino incaico, que se extiende por unos 150 metros, la visitamos a diversas horas del día, y en más de una oportunidad, para hacer fotografías y dibujar croquis. Intentamos en Socoroma fotografiar con luna llena el Qhapaq Ñan. En
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una noche helada y seca del mes de julio, esperamos hasta la una de la madrugada a que la luna estuviese en el zenit y proyectara su luz perpendicular, sin generar sombras. Mientras tanto, el pueblo dormía en silencio. Era extraño estar allí intentando capturar la luz lunar y relevar el camino, en medio de la intimidad y el silencio de un poblado andino. Bien protegidos del frío, conversamos en voz baja, sin hacer mucho ruido, para evitar despertar a la gente o bien causar la curiosidad de los pobladores. Aun así, un señor de cierta edad, a juzgar como se movía su silueta recortada contra el firmamento en lo alto de una quebrada, nos observaba con curiosidad mientras las máquinas fotográficas se obturaban. Buscamos nuevos tramos del Camino del Inca. La señora Adelaida Gutiérrez, agricultora de Socoroma, nos llevó a un sector que ella conoce bien. El camino va en dirección sur a Zapahuira. Lo hace subiendo en forma rectilínea por el fondo de una quebrada que cae a Socoroma. Su trazado se puede observar saliendo del pueblo en dirección a la carretera a Putre y en la primera curva del camino, se proyecta sobre la ladera este de la quebrada. Su trazado es de unos 2,2 kilómetros y una parte está emplantillado con piedras. Topa más al sur con la carretera actual de Putre a Zapahuira. Unos doscientos metros antes, el camino incaico esta
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flanqueado por dos apachetas que tienen puestas en su parte superior “cruces vestidas” con cintas de colores, que serían parte de la Fiesta de las Cruces, que se celebra cada año en el mes de mayo en Socoroma. El camino inca fue utilizado durante la colonia como ruta tropera de mulas, burros y caballos. Hasta hace poco tiempo, la comunidad de Socoroma realizaba constantes reparaciones del emplantillado, debido a los destrozos que provocan las lluvias del invierno altiplánico. Más al sur de Socoroma, el camino iría a encontrar a la aldea incaica de Zapahuira II. Desde aquí hay que seguir por unos 17 kilómetros en dirección sur, hasta el sitio incaico de Incahullo, ubicado al poniente del pueblo de Belén, en medio de la sierra de Arica. INCAHULLO Este es un gran sitio incaico que muchos científicos creen que fue una estación experimental de cultivos agrícolas, a juzgar por la red de canales y numerosas terrazas que se encuentran en las laderas del cerro aledaño. Es mediodía y el sol en el zenit no favorece hacer fotografías. Recorremos el lugar y decidimos volver pronto a visitarlo. Incahullo está localizado en una quebrada a tres kilómetros al poniente del pueblo de Belén. Este poblado fue fundado en el siglo XVII y su plaza española presenta dos iglesias y dos campanarios.
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Alojamos en la pensión Lupita, que por esos días es la única que estaba abierta, atendida por una señora boliviana. Regresamos nuevamente unos días después a Belén en busca de Incahullo, pero antes fuimos invitados a celebrar la Cruz de Tablatablane. Allí algunos de los linajes importantes de las familias de Belén han subido a celebrar. Nada de esto vieron el Inca ni sus chasquis. Esta es una celebración cristiana que arribó con la evangelización después de 1553. La Cruz de Tablatablane tampoco es muy antigua, ya que se instauró en décadas recientes para conmemorar la fiesta de la Cruz de Mayo. Allí, familias aymaras vinculadas por parentesco, compadrazgo y amistad celebran este día. Hacen una “watia”, un cocimiento de carnes y papas bajo tierra. Nos invitan a celebrar, y el curaca autoriza a hacer fotografías y a elaborar dibujos de la celebración. Volvemos a Incahullo, ahora con la luz de la tarde, esa luz rasante que define las siluetas y resalta las formas y colores. Permanecemos allí intentando capturar imágenes. En Incahullo destacan, además de los canales de riego y las terrazas de cultivos, las edificaciones de viviendas, qollcas y dos estructuras muy particulares. La primera de estas es una construcción redonda, con paredes de piedra de 1,8 metros de altura a la que se ingresa por una
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puerta a ras de suelo; en su interior hay doce hornacinas pequeñas de piedra y dos pequeñas ventanillas horizontales que miran al nacimiento del sol y otra hacia el atardecer. La segunda construcción que llama la atención a los arqueólogos es una chullpa confeccionada en piedra, y no en barro y paja como las tradicionales aymaras preincaicas. Dicen que esta torre funeraria podría haber pertenecido a un curaca o jefe aymara incanizado, pero la orientación de la entrada de la sepultura mira al poniente y no al saliente del sol, como sería la norma constructiva de la chullpa aymara, según los especialistas. Al parecer, la orientación al poniente no es exclusivo de esta chullpa de piedra de Incahullo, ya que en el pueblo de Sagsamar hay otra de estas chullpas de barro y paja ubicada detrás de la actual iglesia, en la esquina noreste, que mira igualmente al poniente. Desde Incahullo, el camino incaico sigue al sur hasta el Tambo de Incauta (Casa del Inca, en lengua aymara). Aunque su trazado aún no ha sido estudiado, se infiere su existencia. Incauta es un tambo que se ubica en la quebrada de Chaca, al interior de la localidad de Codpa. Los arqueólogos describen el edificio incaico como rectangular, con dos recintos divididos por gruesas murallas de doble hilada de piedras y enlucidas en barro. Los mapas del Qhapaq Ñan dibujan el camino en
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su ruta al sur, mayormente inferido, uniendo el importante sitio inca Tambo Saguara, el cual presenta tres sectores de construcciones ubicadas a ambos lados de la quebrada, con numerosos recintos rectangulares y circulares, qollcas y una plataforma piramidal de carácter ceremonial llamada ushnu. Desde allí, una línea sobre el mapa infiere el camino incaico pasando por Camiña hasta Tarapacá Viejo. TARAPACÁ El Camino del Inca en la Región de Tarapacá aparece en la cartografía como una red de senderos longitudinales y transversales que unen diversas localidades ubicadas en los oasis del pie de monte de la Pampa del Tamarugal con las quebradas y el altiplano vecino. Se pueden apreciar en terreno algunos tramos del camino que han sido reutilizados en el periodo colonial y republicano como rutas de caravanas y de arreos de animales. Pero en zonas del altiplano y la cordillera, su trazado es más difuso y, en algunos casos, la huella ha desaparecido a consecuencia de las abundantes lluvias, vientos, suelos arenosos y vegetación invasora. Aun así, vamos en busca del Qhapaq Ñan. Desde Iquique subimos por una moderna carretera que empalma con la ruta Panamericana. En Pozo Almonte, doblamos al sur hasta el cruce al poblado de La Tirana. En este pueblo enclavado en medio
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de la Pampa del Tamarugal, se celebra cada mes de julio una de las fi estas religiosas más grandes de Chile, dedicada a la virgen del Carmen, “la chinita”, como bien se la conoce. En esta oportunidad, el pueblo está abandonado, solo su plaza se mantiene activa con los devotos que visitan el santuario. Subimos hasta el oasis de Pica, un poblado ubicado en el pie de monte con raíces prehispánicas, de la llamada cultura Pica-Tarapacá, que cayó bajo la influencia inca cuando este Imperio escogió este lugar como asentamiento en su trayecto de conquista del norte de Chile. Pica en lengua quechua significa flor, flor en la arena. Pica estuvo en la ruta longitudinal del camino incaico que une los tambos de Mamiña por el norte y el de Tamentica, por el sur. Este mismo camino fue utilizado en 1535 por Diego de Almagro en su expedición a Chile. Posteriormente, el lugar fue elegido como asentamiento español, después de vencida la resistencia de los pobladores originarios. Aquí, entre 1540 y 1590, se entregaron encomiendas de indios, se vinculó su economía agrícola a la explotación del mineral de plata de Huantajaya y se inició el cultivo de la vid en sus tierras, dando origen a los lagares productores de vino, cuyos últimos vestigios aún se pueden observar en el poblado vecino de Matilla.
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Desde el oasis de Pica subimos a los Altos de Pica y al altiplano en busca de un tramo transversal del camino incaico que va por sobre la quebrada de Tambillos. En esta quebrada logramos encontrar, con algunas referencias de arqueólogos, unos paneles de pintura rupestre atribuida al estilo inca, especialmente en el caso de un personaje de 60 centímetros de altura, que aparece representado con un unku, especie de camiseta o túnica sin mangas, decorado con un diseño cuadriculado pintado de rojo, blanco y verde turquesa. Este personaje, con brazos abiertos hacia arriba, cuerpo y piernas llenas, y con un tocado probablemente de plumas, representaría a un personaje o autoridad incaica. Allí, Claudio hace fotografías aprovechando la sombra del alero. También se dibujan croquis para mantener registro de lo que vamos encontrando en la ruta del chasqui. El camino de tierra continúa subiendo desde Tambillos hasta los Altos de Pica para enseguida descender al salar del Huasco, en el altiplano. Al costado sur de la quebrada va el camino incaico transversal, que viene desde el valle de Quisma, cerca de Pica, y aparece como ruta tropera y prehispánica junto a numerosas apachetas que se encuentran en esta parte del camino y desde donde se puede observar el salar de Huasco. Hasta décadas recientes,
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este tramo del camino sirvió de vía de comunicación de caravaneros indígenas que bajaban con sus productos desde el altiplano y Bolivia hasta los oasis de Pica y Matilla. Llevaban carne, cueros, hojas de coca y tejidos para intercambiar por frutas y otros bienes producidos o disponibles en los oasis. Ya en Laguna de Huasco, intentamos encontrar vestigios del Camino del Inca. El lugar ha sido considerado como un área de presencia incaica, a juzgar por la cerámica encontrada y la existencia del centro administrativo El Tojo, cercano a la localidad aymara de Collacagua, una estancia ganadera de Lirima. Al parecer, el camino incaico pudo haber seguido al norte desde El Tojo hasta el Tambo de Incaguano, pero esta es solo una hipótesis. Desde El Tojo subimos hasta el poblado de Cancosa, cercano a la frontera con Bolivia, donde nos han invitado a una ceremonia que se inicia con la salida del sol, quizás muy similar a la que posiblemente se realizaba durante los tiempos del Inca. Desde allí, bajamos atravesando el cordón de Sillajualla, para visitar el Tambo de Incaguano, pero debemos bajar, ya que la camioneta se ha «apunado» y perdido la fuerza del motor. Bajamos muy lento, pero nos ayuda el declive de la carretera, hasta llegar, después de muchas horas, al poblado de Huara. Resuelto el problema, subimos nuevamente hasta el Tambo de Incaguano, un
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sitio inca ubicado en territorio de la comunidad aymara de Quebe, en la comuna de Colchane, del altiplano tarapaqueño. Este tambo se encuentra al final de una larga quebrada de orientación norte-sur, con vegetación de tola y pajonal y varios manantiales y pequeñas vegas. La altura en que se encuentra el Tambo del Incaguano aconseja moverse lento y con cautela para no coger el “mal de puna”, soroche o “apunamiento” que los lugareños suelen decir que ocurre porque al afectado “le salió el inca». En los mapas arqueológicos, Incaguano aparece pivoteando la ruta longitudinal del camino incaico que va del poblado de Tarapacá Viejo al Salar de Coipasa, en Bolivia. A este tambo se le considera uno de los sitios con arquitectura inca que mejor se conservan en el país. Presenta una kallanca , una gran habitación rectangular que servía para alojar a los soldados, viajeros y celebrar banquetes, con sus hastiales casi intactos sobre los que descansó el techo de dos aguas. Junto a ella, hay varias qollcas y habitaciones, dispuestas en torno a una kancha o plaza central. Los estudiosos plantean que este tambo pudo actuar como deslinde y frontera de grupos étnicos aymaras y, a la vez, como centro de organización territorial y articulación del altiplano con las quebradas que bajan hacia la Pampa del Tamarugal. Al lugar llegamos al amanecer, antes
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que la luz del sol cayera sobre las paredes de la kallanca, para hacer las fotografías con luz difusa y sin sombras. Nos despedimos de Incaguano. Al sur de Tarapacá y casi en la frontera con el Loa, se inician los establecimientos mineros del Inca. En Tamentica, cerca de Huatacondo, y en Collahuasi en el altiplano, se localizan dos centros mineros incaicos. Ambos sitios actúan como frontera de Tarapacá, para dar paso a los caminos incaicos que se dirigen hacia el tramo superior del río Loa (Alto Loa), ya en Antofagasta. ALTO LOA El Camino del Inca o los Caminos del Inca en la Región de Antofagasta comienzan a dibujarse de modo más diáfano en el terreno. A diferencia del territorio anterior, aquí la huella se puede visualizar y seguir por largos kilómetros o de modo casi ininterrumpido. Puede observarse su trazado en largos tramos a través de las pampas y laderas de cerros y volcanes. En los mapas arqueológicos se dibujan ingresando por la Pampa del Tamarugal hasta el río Loa, subiendo por su curso medio hasta el poblado de Chiu Chiu. Otro procede desde el centro minero de Collahuasi, en el altiplano tarapaqueño, cuyo trazado longitudinal atraviesa los faldeos del volcán Miño, en las nacientes del río Loa. Allí se encuentra el Tambo de Miño, donde el camino sigue su trayecto junto al río Loa hasta
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el Tambo de Incaguasi, al frente de Cerro Colorado, para llegar después hasta el poblado de Chiu Chiu, después de pasar por Lasana. Un tercer camino inca proviene del suroeste de Bolivia y llega hasta Turi, en el alto río Salado, ingresando por el abra que se forma entre el volcán Paniri y el cerro Echado. En una apacheta del camino se podían observar hasta años atrás ofrendas de cigarros fabricados en Bolivia y llevados por los viajeros de estas soledades. Finalmente, el cuarto camino inca ingresa por los faldeos del volcán Licancabur hasta San Pedro de Atacama. Los arqueólogos han llegado a la conclusión de que estas redes de caminos, tambos y centros administrativos están asociadas a la importante y extendida actividad minero-metalúrgica que desarrollaron los incas, ocupando mano de obra local, en los centros de extracción minera de El Abra y San Pedro de Conchi, en el Alto Loa, Cerro Verde, en el río Salado y San Bartolo, al norte de la cuenca del salar de Atacama. En la actualidad, los vestigios de estos asentamientos incaicos se incluyen dentro de los territorios de las actuales comunidades atacameñas de Chiu Chiu, Lasana, Ayquina-Turi, Toconce y Caspana. Además, dos de estos establecimientos mineros incaicos, Collahuasi y El Abra, continúan en la actualidad como explotaciones de la gran minería del cobre.
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En este viaje escogimos fotografiar y dibujar la ruta del Alto Loa y luego la que sale desde Chiu Chiu hasta Peine y Tilomonte, en el salar de Atacama, tramos del camino inca que unen los tambos de Turi, Caspana y Catarpe, en San Pedro de Atacama. Para reconocer esta ruta en la zona del Alto Loa establecemos el campamento en Lasana, un pequeño poblado agrícola enclavado en el estrecho valle flanqueado por las altas paredes rocosas de la quebrada junto al río Loa. El pueblo tiene el mismo aire de Socoroma: parece abandonado durante el día. La gente está en sus chacras y vuelve por la tarde. Su mayor atractivo se yergue sobre un promontorio en medio del valle: es el pukara de Lasana, un poblado fortificado preincaico de 250 metros de largo con más de cien recintos construidos. De madrugada salimos en busca de los monolitos que se encuentran junto al Camino del Inca que viene desde el Tambo Incaguasi, ubicado a varios kilómetros al norte de Lasana y muy cerca de la mina El Abra. En la carretera se puede observar el paso de camionetas rojas, con pértigas y franjas fluorescentes características de la zona minera del norte de Chile. Más allá, aparecen grandes y modernos camiones blancos con tolvas para transporte de mineral.
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Estacionamos a un costado de la carretera pavimentada que conduce al mineral El Abra, pero la oscuridad aun del amanecer nos juega una mala pasada. No es posible distinguir el camino incaico y los monolitos que sobresalen. Con apoyo de una carta topográfica con coordenadas y el instrumento de posicionamiento satelital (GPS), navegamos en la oscuridad hasta el vector dibujado en la carta que podría corresponder al trazado del camino incaico. Avanzamos desde la carretera unos seiscientos metros en dirección al oriente hasta encontrar la huella del camino longitudinal que une el Tambo de Miño con el de Chiu Chiu. Esta huella se dibuja entre cascajos de roca fracturada de cenizas volcánicas de color claro que contrasta con la arena plomiza oscura del sustrato. El camino que lleva rumbo sur-norte se ve con hendiduras, anastomosado o en rastrilladas, producto posiblemente del intenso uso por caravanas de llamas y arrierías coloniales y republicanas. A medida que aclara el día, apreciamos mejor el trazado, pero no hallamos el par de monolitos del Inca, solo algunos hitos de piedras que marcan el camino. La esperanza de encontrarlos y hacer una buena fotografía se esfuma. Los rayos del sol comienzan a asomarse tras la cordillera y se dibujan nítidamente las siluetas azuladas de los volcanes Palpana, San Pedro y San Pablo.
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Decidimos seguir en busca del Tambo Incaguasi, muy cerca del cerro Sirahue. Lo encontramos construido con rocas volcánicas blancas y a un costado aparece muy claramente la huella longitudinal del camino imperial. Volvemos desesperanzados, pero unos kilómetros más abajo observamos al este de la carretera un par de protuberancias rocosas. Paramos y nos devolvemos. ¡Sí!, son los monolitos que buscamos. Allí están dos estructuras de piedras erguidas de más de un metro de altura, alineadas a ambos costados del camino, y más allá y en línea, otra estructura que parece haber sido otro monolito. Estas hitos de piedras, conocidos como “columnas incas”, son muy relevantes no solo porque pasaron entre ellas chasquis y caravaneros, y son consideradas señaléticas que guían el trazado del camino, sino también porque se piensa que son marcadores espaciales, amojonamientos de deslindes de territorios étnicos, económicos y/o culturales, y recientemente se ha explorado la hipótesis de que tendrían una relación astronómica con los solsticios de invierno. Como sea, estos monolitos son verdaderos hitos en el paisaje formados por el Inca a través del camino. Estando entre ellos, pareciera que el paisaje fuese el mismo de antaño, aunque la huella del camino incaico está rastrillada, producto del intenso
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tráfico colonial de caravanas y arriería entre la costa, los valles y el altiplano de la región. La ruta del Inca nos lleva desde Chiu Chiu en el Loa, hasta Ayquina y Turi, en el alto río Salado. Aquí el camino transversal remonta por el costado norte del río Salado, que viene fluyendo con agua salada desde su nacimiento en los géiseres del Tatio, aunque aguas abajo recibe las aguas dulces de los ríos Toconce y Caspana, las que no alcanzan a cambiar su salinidad. El Camino del Inca entra al territorio de Ayquina por la apacheta del puente natural de Chiu Chiu, conocido también como Puente del Diablo. Enseguida, pasa por la apacheta El Inga y sigue hasta la entrada del pueblo de Ayquina. Este pueblo parece vacío de gente, como en Socoroma y demás pueblos andinos, pero cada año se transforma en un hervidero de gente entre el primero y el diez de septiembre, cuando se celebra la multitudinaria fiesta de la Virgen de la Guadalupe. En tiempos del Inca, la población de Ayquina cultivaba las terrazas agrícolas junto al río Salado, aprovechando las aguas dulces que brotaban de las vertientes de la roca; servían a la mita minera incaica (fuerza de trabajo como tributo) y atendían el centro administrativo inca de Turi. La fiesta de la Virgen de la Guadalupe se instauró con la evangelización y luego de la
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extirpación de idolatrías que sufrió la población indígena a manos del cura visitador don Francisco de Otal, en las primeras décadas del siglo XVII. Más al oriente, la ruta incaica lleva hasta la aldea amurallada de Turi, en el alto Salado, el mayor poblado atacameño de la región. Fue construida por la población nativa unos 400 años antes de la llegada del Inca y comprende un complejo con más de 600 recintos habitacionales, bodegas y vías de circulación, ubicada en las cercanías de los manantiales de Turi que riegan las extensas vegas del mismo nombre. Pero este mismo sitio arqueológico contiene una gran kallanka inca, de dimensiones mayores a la del Tambo de Incaguano, aunque no tan bien conservada como esta última por estar construida con adobes. Cuando los incas dominaron la zona, ocuparon la aldea de Turi, “limpiando” el sector más alto del sitio y construyeron una gran plaza o kancha donde instalaron la kallanca y los muros que la rodean. La luz de la tarde ayuda a relevar el edificio incaico que reluce amarillo. El sitio incaico de Turi posee un entorno extraordinario que invita a dibujar. En dirección norte, dialoga con los volcanes; uno de ellos, el volcán Paniri, es el lugar de nacimiento de uno de los linajes más importantes del pueblo de Ayquina. El otro es el cerro Echado, un domo volcánico, como una torta de lava, que no tiene
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punta, porque según los lugareños fue el propio Inca quien se la cortó de un solo hondazo. Desde Turi, el camino inca se puede apreciar muy bien dibujado en importantes trayectos mientras se dirige por entre las explanadas y quebradas hasta el Tambo de Catarpe, cercano a San Pedro de Atacama. Saliendo de Turi, el camino va en dirección al sur para atravesar el río Salado. Allí, el camino sube y baja la quebrada por escalinatas en zigzag, que la gente de Caspana y Turi llama “el puente”. Continuando al sur, se encuentra el sitio inca de Cerro Verde, ubicado en el interfluvio entre el río Caspana y la quebrada Curte, a unos 3100 m.s.n.m. Este lugar es considerado el centro minero incaico provincial más importante de la zona atacameña. Es el único sitio en esta región que posee un ushnu, un recinto ceremonial, desde el cual se puede observar mirando al norte la gran vega de Turi y los cerros tutelares de los poblados atacameños de Caspana, Toconce y Ayquina–Turi. El establecimiento inca de Cerro Verde posee, además, una plaza y varios estructuras rectangulares de función minero-metalúrgica donde trabajó población local, seguramente dirigida por una importante autoridad inca. Más al sur de aquí, el camino inca longitudinal se introduce por las quebradas que dan paso a la cuenca del salar de Atacama.
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SALAR DE ATACAMA Continuamos la ruta del chasqui por el Camino del Inca siguiendo su huella por el salar de Atacama. Ingresando por el valle del río San Pedro y a unos siete kilómetros antes de llegar a San Pedro de Atacama, se encuentra el centro administrativo incaico de Catarpe. Ocupa unas explanadas sobre un cerro. El camino desde Catarpe sigue al sur, pero no está bien definido. Recién en la localidad de Camar, pasados los pueblos de San Pedro de Atacama y Toconao, aparece su trazado más nítido, con un ancho de dos o tres metros, con una calzada despejada y piedras dispuestas en sus orillas que lo demarcan de manera magnífica. En San Pedro de Atacama no se conservan evidencias claras del Camino Inca, pero sí de la presencia incaica. Se dice que una de las casas más antiguas del pueblo, usada por Pedro de Valdivia en su entrada a Chile, sería de construcción inca, puesto que conserva un vano de acceso de forma trapezoidal, típico rasgo arquitectónico imperial. Este importante monumento y patrimonio hoy en día es usado como tienda de souvenirs y artesanías. San Pedro bulle de turistas y de población afuerina. Ya no es el pueblito rural con ayllus de fisonomía apacible que conservaba hasta antes de los años noventa.
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Hoy es un lugar transformado por la masiva afluencia de visitantes. Hoteles, restaurantes, bancos, tiendas y agencias de turismo que llegaron junto con los visitantes. Antes, los viajeros se interesaban más en conocer la cultura y la artesanía atacameña, el Museo de Arqueología, el pukara de Quitor y las aldeas prehispánicas, lugares que se combinaban con la visita al pueblo de Toconao y los géiseres del Tatio. Hoy este interés ha ido decayendo, en pos del turismo vinculado a los paisajes, la aventura y las experiencias estéticas relacionadas con la naturaleza y el medioambiente. El Valle de la Luna, en la Cordillera de la Sal, está sobre demandado y suelen verse columnas de turistas que caminan por los senderos señalizados. Es probable que el Inca haya visto los ayllus de la población atacameña y contribuido con su tecnología de riego, ampliando las zonas de cultivo en estas tierras de oasis y quebradas. Se sabe de su presencia también por el cementerio inca que se encontró en los suelos de la Hostería de San Pedro de Atacama y por los varios santuarios de altura incaicos que se despliegan en las cumbres de los volcanes y cerros que rodean el salar de Atacama. Vamos en busca del Camino del Inca más al sur de Camar y Talabre y cerca de la línea imaginaria que marca el Trópico de Capricornio, en el paralelo 23° Sur, un lugar muy
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visitado y conocido por las agencias de turismo. En ese punto geográfico, el Camino del Inca que viene de Camar está bien trazado y se acerca a la carretera pavimentada de San Pedro de Atacama a Socaire, para enseguida atravesar al costado poniente y seguir con su recta ruta hasta el Tambo de Peine, en el extremo meridional del salar de Atacama. En este lugar encontramos la “Cruz de Capricornio”, la primera de un total de catorce monumentos de metal que fueron instalando en la década de 1990 siete exploradores a medida que recorrían el desierto en motocicleta. Con ellas fueron marcando el Camino del Inca hasta Copiapó. La llamada “Cruz-Inca”, diseñada por estos expedicionarios, es un icono que se puede encontrar a lo largo del camino, ya que se asoman sobre promontorios, en medio de una pampa o en lo alto de una quebrada, observándoselas desde lejos por estar pintadas de blanco. Las cruces están confeccionadas con tubos de fierro y empotradas al suelo mediante cemento, presentan un mástil central y cuatro tubos horizontales que se prolongan como brazos, apuntando en las cuatro direcciones cardinales como una Rosa de los Vientos. Al centro tienen una placa que dice “Camino del Inca”, aunque los lugareños y pirquineros solo le llaman “la antena”. Nosotros las
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iremos encontrando y nos darán la bienvenida en lugares muy alejados y perdidos o de difícil acceso. De madrugada, antes de la salida del sol, encontramos el Camino del Inca en el mismo Trópico de Capricornio. Nos desplazamos a lugares más solitarios. Caminamos hacia el norte, cientos de metros en dirección a Camar, y escogemos lugares aislados donde no hay vestigios de turistas para hacer nuestras fotografías y confeccionar los croquis, teniendo como telón de fondo la cordillera y el volcán Licancabur, que sobresale con su silueta cónica. El camino se dibuja perfecto, rectilíneo, con su trazo despejado y con las piedras apiladas a sus costados. El camino continúa al sur, ahora por una pampa que se forma en el pie de monte que baja desde la cordillera al salar. Lo interceptamos cuando vuelve a atravesar la carretera pavimentada que va a Peine. Encontramos su trazado, bien definido, junto a una estructura de piedras, como un corral o un chasquihuasi. El Camino del Inca sigue recto por el pie de monte, a unos quinientos metros de la orilla del salar de Atacama, hasta alcanzar el Tambo de Peine. Según los arqueólogos, este tambo, debió cumplir un importante papel estratégico controlando el acceso al Despoblado de Atacama y el buen funcionamiento del camino en el sector, proveyendo población y
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alimentos. Desde este centro incaico, administrativo y militar, entre otras actividades, se inspeccionaban los sembradíos de Socaire, donde había, a lo menos, cien hectáreas de terrazas de cultivos, y en Peine Viejo, pueblo adyacente al Tambo, existían numerosas qollcas o bodegas para almacenar los alimentos y la producción. Recorremos las instalaciones del tambo, que posee varios recintos rectangulares unidos y emplazados sobre una explanada. Desde el lugar, apreciamos el camino inca que viene desde San Pedro de Atacama e intentamos imaginar el trayecto que sigue al sur, el cual no se aprecia, por los terrenos de cultivos, los caminos de tierra y ocupaciones urbano-rurales del poblado de Peine. En el tambo, no dejamos de pensar en que posiblemente por este lugar pasó el Inca Topa Yupanqui en su conquista, posteriormente Diego de Almagro con su cronista Cristóbal de Molina, y más tarde Pedro de Valdivia con Gerónimo de Bibar, quien dedica ocho capítulos de su “Crónica” a la travesía del Desierto de Atacama en su camino al valle de Chile. Al sur de Peine está Tilomonte, el último oasis antes de ingresar de pleno al desierto de Atacama. Tilomonte es un lugar regado por las aguas del río Tulan, con bosques de algarrobo y chañar. Las tierras son cultivadas por las familias de Peine, donde los potreros y chacras
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aún conservan los nombres en kunza, la lengua de los antiguos atacameños. Cuando el Camino del Inca sale de Tilomonte, lo hace hacia el “despoblado”, entre cerros y pampas del desierto. El volcán Llullaillaco se dibuja imponente y actúa como guía o faro en la inmensidad del desierto. El Llullaillaco es un volcán sagrado, un santuario de altura, en cuya cumbre fue realizada una de las más importantes Capaccochas incas de la región, con el sacrifi cio de tres niños, que fueron descubiertos y sacados de sus sepulturas rituales por arqueólogos y llevados a un museo en Salta, Argentina. Debido a la oposición de las comunidades indígenas trasandinas, nunca han sido exhibidos sus cuerpos, y en la actualidad, estas comunidades exigen que los niños del Llullailaco sean devueltos a su sepultura original. En los últimos chañares y algarrobos del oasis de Tilomonte que limitan con la entrada al desierto de Atacama, se inicia el Gran Despoblado, así llamado por el cronista Gerónimo de Bibar. En uno de estos añosos algarrobos, los españoles tallaron una cruz en el tronco; quizás, aquí hicieron los últimos rezos o celebraron última misa de campaña antes de adentrarse en el inmenso desierto que los separa de Copiapó.
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EL DESPOBLADO DE ATACAMA Esta última fase del recorrido del Camino del Inca para hacer las fotografías y elaborar los croquis de la Mirada del Chasqui, la hacemos de sur a norte, entre Copiapó y San Pedro de Atacama, recorriendo gran parte del trazado que va por el Despoblado del Atacama. El explorador San Román escribe a fines del siglo XIX que el Camino del Inca «…arranca de los tambillos, en Copiapó, y sigue rumbo general y constante de 22 grados al este del meridiano astronómico hasta el pie del Licancaur, a 580 kilómetros de distancia». Pero esta distancia entre Copiapó y San Pedro de Atacama ya la había calculado en 100 leguas (557 kilómetros) el cronista Cristóbal de Molina en el siglo XVI. El Camino del Inca recorre el desierto longitudinalmente, atravesando llanos, pampas, bajando y remontando quebradas. Se inicia en los Tambillos del Inca en el valle de Copiapó, hoy este lugar se encuentra destruido. Sale el trazado del camino por el cerro Chanchoquín, atraviesa el Portezuelo de la Mina Toro, sigue hasta Tambo Chulo y continúa recto hasta el Tambo del Cerro Medanoso. Sigue en recta línea pasando el Portezuelo del Inca, por el antiguo mineral de Tres Puntas (Placilla del Inca) y atraviesa por un costado del pueblo de Inca de Oro hasta llegar a Finca Chañaral.
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Desde este lugar, el camino incaico va uniendo el Tambo del Río de la Sal, Tambillo de la Mina El Salvador, Tambo Cachiyuyito, Tambo El Carrizo, Tambo Juncal, Tambillo Incahuasi, Tambo Vaquillas, Tambo Río Frío, Tambo Barrancas Blancas, Tambo Guanaqueros, Tambo de Puquios, Tambillo Neurara, oasis de Tilomonte y Tambo de Peine. Este trazado ya se dibujaba en mapas coloniales. Una cartografía más detallada del camino inca la presenta en 1912 Manuel Magallanes, y en décadas recientes, algunos tramos específicos fueron levantados por los arqueólogos Iribarren y Bergholz en 1971, entre Doña Inés y Copiapó, al sur del desierto, y por Niemeyer y Rivera en 1983, para el tramo entre Peine y Vaquillas, al norte del Despoblado de Atacama, quedando un área ignota entre Doña Inés y Vaquillas. Para trazar la navegación y no perderse en las intimidades del desierto, en lo desconocido de las tierras solitarias y adentrarnos en las fauces del despoblado, además del conocimiento del terreno, nos apoyamos en numerosas cartas topográficas, escala 1:50.000, del Instituto Geográfico Militar, que nos sirvieron para avanzar y definir rumbos en el desierto, con apoyo del GPS, que nos arrojaba las coordenadas.
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DE COPIAPÓ A EL SALVADOR En Copiapó iniciamos el viaje en busca del camino incaico. Según José María Sayago, historiador regional del siglo XIX, deberíamos encontrar un trazado del Camino del Inca con “...piedras sacadas de su sendero, ancho de poco más de medio metro, y acumuladas a los lados, se le conoce desde alguna distancia por su línea recta, que cruza los llanos, baja las quebradas y asciende las lomas y los cerros”. Nos dirigimos por la quebrada de Paipote, tomamos el camino a Inca de Oro, y unos kilómetros más adelante doblamos al poniente por la ruta que lleva a la mina Galleguillos. Allí, en una pampa arenosa, los restos de un pequeño letrero que anunciaba el paso del camino inca es la única señal de la huella tapada por las arenas del desierto. Decidimos ir a buscar el camino a la localidad de Inca de Oro, donde su trazado aparece muy diáfano. Antes de partir, miramos al norte y se aprecia imponente el cerro Medanoso, con una de las formaciones de dunas más altas del país, donde en sus pies los incas construyeron un tambo. El camino inca sigue al norte entre serranías hasta la llamada Placilla del Inca, pasando sobre los vestigios de una de las explotaciones argentíferas más importantes del siglo XIX: el mineral de Tres Puntas. Sobre un promontorio de las ruinas mineras
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destaca la “Cruz-Inca” que anuncia el paso del camino entre los pirquenes, desmontes y horadaciones del suelo. La huella se conserva angosta en la ladera de la serranía. En Inca de Oro, otra señalética junto a la carretera a Diego de Almagro destaca el paso del camino inca. Para la observación de su trazado se ha dispuesto una pequeña plaza y un portal de fierro, con una ranura vertical, que encaja la mirada para ver la huella rectilínea que viene bajando desde las serranías de Tres Puntas. A las espaldas, mirando en dirección noreste, hacia el cordón de los Cerros de Varas, el camino inca sube, y detrás de un portezuelo, gira para tomar dirección a Finca de Chañaral A este último lugar, el cronista Gerónimo de Bibar lo denominó El Chañar, diciendo que “…en este vallecito tenían poblados los ingas, señores del Cuzco y del Perú, cuando eran señores de estas provincias de Chile”. El cronista describió Finca Chañaral, como un lugar que le recordaba el río Guadalquivir de su España natal. La abundancia de aguas subterráneas que brotan y los bosques de chañares que allí crecen, así como su ubicación estratégica en el inicio y llegada al Gran Despoblado, a la manera de Tilomonte en el otro extremo del desierto, le dieron el título de tierras estratégicas. Estas fueron entregadas como merced al gobernador de Copiapó en la primera mitad del
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siglo XVII, en retribución por su participación en la derrota de la última rebelión de los indígenas Calchaquí que ocurrió en los valles andinos de Catamarca en 1636. El vallecito de Finca Chañaral se comenzó a secar hace años, debido a la instalación de bombas de extracción de aguas subterráneas para abastecer a la ciudad de Diego de Almagro (ex Pueblo Hundido). Durante esta expedición, el inusual aluvión del desierto que bajó por la quebrada de Chañaral Alto en marzo de 2015 y el de mayo de 2017 horadaron las tierras del valle, creando grandes cárcavas que incluso se llevaron las tierras y una parte del camino inca. Seguimos nuestro recorrido hacia el norte buscando interceptar el Camino del Inca. Lo encontramos en la Pampa del Inca, a los pies del cerro Vicuñita y entre Finca de Chañaral y la profunda quebrada del río Salado. Allí el camino se ve como una línea recta hundida en la pampa que, apreciada en detalle, se compone de varias huellas caravaneras o de arrierías de ganado que dan un aspecto anastomosado al camino incaico. Sin embargo, unos kilómetros más al norte desaparecen las huellas, para ser reemplazadas por un camino de tierra para vehículos motorizados, realizado con máquina excavadora sobre el Qhapaq Ñan. Su trazado original desapareció bajo este
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destrozo de la modernidad, pero cerca de la quebrada del río Salado vuelve a emerger, para bajar en zigzag la empinada ladera. Volvemos a buscar el camino por la quebrada del Salado. Subiendo desde Diego de Almagro, pasamos por la localidad de Llanta, y más arriba, en la junta del río de la Sal con la quebrada el Salado, un letrero anuncia el paso del camino incaico. Reconocemos el camino desde el fondo de la quebrada del Salado. Claudio, entusiasmado, llega hasta la cima subiendo en zigzag por el mismo sendero. Después, ingresamos aguas arriba por el río de la Sal, que muestra sus costras blancas en cada ribera de su angosto cauce. El suelo salino es duro en esta parte, y después de unos quince minutos de caminar se nos presenta ante nuestros ojos el Tambo de la Sal con sus muros y recintos muy bien conservados. Según el cronista Bibar, los indios llamaron a este río Suncaymayu, “río engañador” en quechua, pues las aguas cristalinas parecían listas para tomarse, pero al ser llevadas a la boca en el vaso de plata, se cuajaban. En el Tambo de la Sal se hacen fotos y se dibuja un croquis. Desde aquí se inicia el remonte de la alta y empinada ladera que lleva hasta el Llano de San Juan. En el Llano de San Juan, la parte superior de la quebrada del río de la Sal, el camino se observa rectilíneo en dirección del cerro del Indio
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Muerto, donde se encuentra la mina prehispánica de Las Turquesas y la actual mina El Salvador. El camino inca se puede observar muy bien con el sol rasante de la mañana o del atardecer: parece como una línea negra trazada casi con regla. Al acercarse a la localidad de El Salvador, el camino pasa por un pobre poblado llamado Portal del Inca, que los lugareños conocen más bien como “Inca Portales”. Allí, el camino remonta las faldas del cerro Indio Muerto y desaparece más al norte entre las tortas de desechos minerales y de las faenas industriales de la mina de cobre. El Salvador es un enclave minero diseñado por el arquitecto norteamericano Raymond Olson, con una planta urbana concéntrica que desde el aire parece un casco romano. Desde allí ingresamos al desierto por la quebrada del Ochenta, pasamos un basural actual y por los caminos de fondos de quebradas arribamos al lugar conocido como Pozo del Indio. El agua verdosa aflora en el orificio cavado, de unos tres metros de ancho. A un costado, un pimiento crece dando sombra, cobijando a cientos de pajarillos que allí se dan cita. Seguimos camino por la quebrada de Los Tambores, que va a desembocar en la quebrada de Doña Inés. A medio camino, un sendero remonta una quebrada al oriente. Lo seguimos hasta encontrarnos con
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la aguada Cachiyuyito donde crece un añoso algarrobo, y siguiendo al norte por un camino minero, a unos mil metros, aparece el Tambo Cachiyuyito, y más allá, varios recintos circulares de data preincaica. Desde lo alto del tambo se observa muy bien definido el trazado del camino incaico, de más de un metro de ancho, que baja por la ladera. A lo lejos y sobre la pampa del Carrizo, de repente se nos aparece la perfecta línea recta del camino inca trazada sobre una inmensa pampa, cortando el pleno desierto y sus soledades, que fue recorrido innumerables veces por los chasquis del Inca. En el lugar, hacemos fotografías y confeccionamos varios croquis bajo la mirada atenta del volcán Doña Inés, que se eleva en el oriente como un faro en el desierto. DE DOÑA INÉS A PEINE A esta última jornada del camino incaico se incorpora Mario Mamani Ramos, de la Comunidad Aymara de Cancosa. Además de la compañía y amistad, su presencia hace más fácil avanzar por el desierto. Se turna en la conducción por malos caminos y parajes sin huellas que vamos explorando de la parte más ignota del desierto de Atacama. Acampamos sobre la quebrada de Doña Inés y sobre la pampa del Carrizo. Allí el Camino del Inca va hacia el norte siguiendo las soledades del desierto hasta que llega a los altos de la quebrada del Carrizo, una
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hondonada muy profunda que nos separa de la pampa Exploradora, que se inicia en el costado norte. Abajo, junto a una vega pequeña, se levanta una estructura de piedras de un pequeño tambo inca, el Tambo de Carrizo. Arriba y antes de la bajada, nuevamente encontramos la “Cruz Inca”. En el lugar de nuestro campamento se aprecia de frente el volcán Doña Inés, que muestra su perfecto cono. Según los arqueólogos, es un importante santuario de altura inca en esta región, de acuerdo a las ofrendas y restos de estructuras incaicas que se han registrado en su cumbre. A las tres y media de la madrugada, en el horizonte oscuro de la cordillera, comienza a aparecer iluminada una inmensa punta blanco-amarillenta que va formando un gran triángulo a medida que asoma su cuerpo como un iceberg. Es la punta de una grandiosa media luna que nos sorprende y asombra la mirada, como algo nunca visto. Al día siguiente, en este tramo del Camino del Inca se hacen las fotografías y se utiliza un dron que ofrece una mirada desde el espacio, capturando en su profundidad el camino incaico. Seguimos por el camino inca, buscando su trazado más al norte. Para encontrarlo en la pampa Exploradora, damos una larga vuelta por las nacientes de la quebrada Juncal, donde un cóndor nos sobrevuela por largo momentos,
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hasta que se despide con sus alas extendidas. No hay gente en estos parajes abandonados y desconocidos. Solo en el camino que baja a Taltal desde la quebrada Exploradora vemos unos camiones de sondajes mineros que cruzan dejando una estela de polvo en el desierto. Acampamos junto al Camino del Inca para pasar la fría noche del desierto. Allí está nuevamente su silueta cruzando la pampa que hacia el norte lleva hasta San Pedro de Atacama. El trazado del camino continúa desde la pampa Exploradora hasta el Tambo Juncal, emplazado en el fondo de una pequeña quebrada. De allí se proyecta hasta el chasquihuasi de la quebrada Incahuasi, continuando por una explanada hasta la quebrada del Chaco, donde baja y sube para cambiar de dirección al noreste por la pampa de Vaquillas. Ingresa el camino incaico por la quebrada del mismo nombre y sale al portezuelo, que es un abra que da paso a la cuenca del salar de Punta Negra. Es allí donde vamos a buscar su trazado, en el lugar donde atraviesa las columnas o hitos incaicos de Vaquillas, que se encuentran a 4100 m.s.n.m. Estos hitos han sido considerados por los estudiosos como señaléticas del camino inca o marcadores etno-territoriales y astronómicos de solsticios de invierno. Pero en épocas posteriores han
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cumplido otras funciones. Durante la colonia, funcionaron como hitos que marcaban los límites entre el despoblado de Atacama y el despoblado de Copiapó, e incluso en el siglo XIX, estas columnas incaicas eran señaladas como monolitos de la desconocida frontera desértica entre Bolivia y Chile. El paisaje donde están emplazados los hitos de Vaquillas es hermoso, la vegetación de pajonal da un tono amarillo verdoso que contrasta con las rocas rojizas y el cielo azul. Al fondo, en la cordillera, se dibujan los conos de muchos volcanes, pero al norte, aparece imponente y solo el volcán Llullaillaco, que se yergue majestuoso con sus nieves eternas en su cima. Es el volcán ceremonial de los incas, donde se realizó una de las capaccocha más importantes de todo el Collasuyu. Dibujamos y hacemos las fotografías y la cámara del dron registra al chasqui desde lo alto. Es nuestro amigo Mamani, que camina raudo por la huella ancestral. Aquí, en Alto de Vaquillas, hacemos el pago a la tierra, agradecemos haber llegado sin novedad y en hora buena casi al final del camino. Nos queda solo el último tramo para cerrar nuestro recorrido, que comenzamos hace varios meses en la sierra de Arica. Ahora podemos ver el camino incaico que baja al Tambo de Río Frío. Desde allí continúa el camino hasta Barrancas Blancas, solo visible en algunos de sus tramos,
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pues la mayor parte está tapada por la arena. La huella sigue por las faldas del Llullaillaco hasta quebrada Tocomar y se prolonga hasta el Tambo de Puquios, luego al Tambo de Neurara y, finalmente, Tilomonte y Peine. Desde Vaquillas comenzamos a bajar por la Pampa del Chino hasta quebrada de Laguna Seca, la que se junta, en una estrechura de la geografía, con la quebrada que viene desde Río Frío. Pasamos por el lugar y antes de llegar a las orillas del salar de Punta Negra, cargamos el estanque de la camioneta con el último combustible que llevamos de reserva. Miramos hacia el lugar de donde venimos y aparece un espejismo que, como una cortina vaporosa y brillante, tapa el trayecto que traemos desde el sur. Continuamos camino siguiendo la huella agreste junto al salar. Cada cierto tramo aparecen los últimos bolsones de chuscas, que como una neblina de polvo muy fino tapan el camino cuando los pisamos con velocidad. Vamos dejando atrás el volcán Llullaillaco, el salar de Punta Negra se acaba, cruzamos el salar de Imilac y con las horas llegamos a Peine. Nos reencontramos allí con el Camino del Inca, por el cual pasamos hace algún tiempo, cerrando nuestro largo viaje de casi 1.100 kilómetros de camino incaico, que fuimos recorriendo o interceptando en su trayectoria con la mirada del chasqui, entre el altiplano de Arica y el valle de Copiapó.
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