Periódico Contexto #39

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PERIODISMO UNIVERSITARIO

ISSN 1909-650X

El periódico de los estudiantes de la Facultad de Comunicación Social-Periodismo

Medellín, octubre de 2013

No.39

Distribución gratuita

Geografía Págs. 5 - 16

Montaña centro oriental de Medellín. Foto: José Alejandro Calderón Ramírez.

No se conoce el Valle de Aburrá El desconocimiento de nuestra geografía, produce consecuencias como la ocupación de áreas que no son aptas para ser pobladas, los desastres naturales provocados por el hombre, el error en las maneras de construir, el taponamiento de quebradas, el poco aprovechamiento de los cerros tutelares del Valle de Aburrá dentro de los Planes de Ordenamiento Territorial y la situación actual del río, entre otros.

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Informe

La ciudad ideal no existe El problema es que en los trazados sólo se mira la topografía, mas no lo humano.

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Mapa

“El Valle de Aburrá tiene un gran reto porque la dinámica urbana y los problemas sociales superan nuestras condiciones geográficas; por ejemplo, porque no hay suelo para urbanizar y los más planos (terrenos de Carlos E. Restrepo, Barrio Colombia, Ciudad el Río, Calle 33) no los liberan para urbanizar estratos 1, 2 y 3”, asegura Luz Stella Carmona, doctora en Geografía.

Lugares geográficos Ubicación de lugares representativos del Valle de Aburrá.

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Análisis

Las montañas ya no son verdes Por las condiciones geográficas, las construcciones se expanden hacia las laderas.


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Opinión

UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA CONTEXTO No. 39 Octubre 2013

Aguas arriba,

las quebradas buscan “dolientes” Mary Correa Jaramillo / mary.correa@upb.edu.co

Pensar en proyectos de desarrollo que hagan más agradable el paisaje al lado del río Medellín puede ser productivo, siempre y cuando se resuelvan las dificultades de calidad en los nacimientos de sus afluentes, donde las poblaciones esperan cambios positivos. Las riberas de las 4.200 quebradas que alimentan la cuenca hidrográfica del río Medellín han sido –desde el siglo XVIII– parte sustancial de la geografía urbana paisa, porque, en ese entonces, en ellas se asentaron las poblaciones de 35 barrios y dos corregimientos de la Villa de la Candelaria de Medellín –Santa Elena y San Cristóbal– así como los otros municipios del Valle de Aburrá. En esas laderas la vida ciudadana comenzó y hoy se afianza y lucha por lograr que esas aguas sean mejor tratadas –desde sus nacimientos– por propios y extraños. El río Medellín, que atraviesa la ciudad de sur a norte, es el gran colector de aguas y, por eso, todo lo que ocurre en sus entrañas termina por afectar a la ciudad misma y a sus habitantes, quienes han sobrevivido por las bondades de tan fructífera cuenca hidrográfica que irriga miles de hectáreas y que facilita terrenos planos para familias y empresas. Sin embargo, las huellas del daño que hombres y mujeres le han hecho al agua en la región, por la tala de bosques, contaminación con basuras y el uso indebido de suelos aledaños, convertidos en construcciones habitacionales e industriales, dejaron marcada en esta tierra una lección que todavía no se aprende: hay que cuidar las aguas arriba, para optimizar el sustento económico y social que se requiere aguas abajo. Ya en los años 40, cuando se realizó la rectificación del Río para eliminar algunas curvas y canalizarlo, ambientalistas de la época declararon que esa labor había acabado con buena parte

de la fauna y la flora que daba frescura a las aguas. Desde 1951, este río se convirtió en una alcantarilla en la que se depositaron los residuos de la ciudad. Pero, a finales de los años 80, resurgió la conciencia ecológica y comenzaron los controles a las quebradas y se construyó la planta de tratamiento de San Fernando.

El debate de hoy La Alcaldía y algunas empresas privadas propusieron la construcción del Parque del río Medellín, obra de ingeniería con visión futurista, además de que su construcción generará miles de empleos y ofrecerá vías adicionales para la movilidad ciudadana. No obstante, esa solución administrativa no plantea reales respuestas para la protección de las aguas en las partes altas de varias quebradas que tributan sus caudales al Río en la zona de la obra, argumentan ingenieros civiles, así como ciudadanos que han aprendido a respetar el valor que tiene el tema ambiental en la transformación de una comunidad. Los críticos del proyecto Parque del Río Medellín señalan que quedará “cojo” en su intervención porque no hay suficientes planes de acción trazados para mejorar las condiciones de los nacimientos y corredores hídricos, lo que generará problemas en toda la cuenca, además de múltiples sobrecostos para las arcas del Municipio. Ramón Arturo Rueda y Fabio Díez, dos ciudadanos que hacen parte de

la Mesa Ambiental de la Comuna 3, Manrique, también se quejaron de que los controles al agua se hacen solo en aguas abajo, pero no se cuidan los nacimientos de las quebradas, donde debería haber una intervención mayor del Estado y sanciones en dinero para “los malos ciudadanos que hasta botan colchones y muebles a las quebradas”. En su concepto, un parque costoso no resuelve los problemas de calidad de las aguas.

Los argumentos en la discusión El director técnico del proyecto Parque del Río Medellín, ingeniero civil Carlos Eduardo Macías Torres, anunció que la obra –en su primera etapa de 2, 3 kilómetros, entre la calle 30 y la quebrada La Hueso– se calcula en unos dos billones de pesos. Ese dinero, que valdrá la primera fase del Parque, pues se habla de tres partes, significa lo mismo que hacer unas diez veces el puente de la 4 Sur (que costó 180 mil millones de pesos) o unas nueve veces la construcción del proyectado puente Madre Laura, que unirá los barrios Aranjuez y Castilla, cuyo costo se estima en unos 205 mil millones de pesos. Como lo expresó la doctora en Ingeniería civil y docente de la Universidad Nacional, Lilian Posada García: “Esa es toda la plata del mundo para una obra que tendrá problemas porque no está garantizado el mejoramiento de las aguas arriba”. La doctora Posada García le dijo al periódico Contexto que si no se revisan las zonas de drenaje y almacenamiento del Río en el área de la quebrada Zúñiga y en otras zonas donde se construirá la primera parte del Parque, que corresponden a las quebradas La Hueso, Picacha y Altavista, así como la Lorito y El Indio y no se “disipa la energía del Río”, las obras del Parque se verán afectadas en pocos años.

“Las adecuaciones que deben hacerse en las quebradas no demandan más de 11 mil millones de pesos, según los estudios realizados en la Universidad Nacional. Por eso recomendamos que se atiendan primero las aguas arriba, antes de hacer un parque costoso”, agregó la experta. Macías Torres, director técnico del proyectado Parque del Río Medellín, también explicó que los trabajos para esta obra se harán con capital privado y con la figura jurídica de concesión por 25 años, a fin de que las empresas aportantes se beneficien de los pagos de peajes que se cobrarán en las vías subterráneas que se construirán en ese Parque. En concepto del consultor especialista en Gestión del agua y huella hídrica, ingeniero civil Diego Arévalo Uribe: “El agua es un recurso valioso que debe protegerse desde su nacimiento. Si no se educa a la comunidad en su conservación y si no se optimiza el sistema de aguas residuales en los afluentes, exigiendo a la industria que se meta en una real cultura ambiental, no se pueden desarrollar obras de gran impacto. El problema es que a muchos les importa más lo económico que lo social y ambiental”, agregó. Por su parte, el ingeniero civil, especialista en temas hídricos y consultor de la empresa Gotta Ingeniería, Oscar Andrés Estrada Restrepo, dijo que: “Hay que poner cabeza fría a las ideas políticas”, al señalar que falta mucha intervención en las quebradas y en el sistema de la cuenca hidrográfica, con el propósito de mejorarlo y hacerlo eficiente en la calidad del agua. La idea que ronda entonces entre algunos expertos y ciudadanos es que si Medellín quiere parques y encantadoras riberas para disfrutar de su río, sus autoridades ambientales tendrán que intervenir más en la cultura ciudadana y empresarial por la defensa de las aguas arriba. Amanecerá y veremos.

Río Medellín a la altura de la Universidad de Antioquia. Foto: José Alejandro Calderón Ramírez


Editorial

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La geografía: para no quedar vacíos de memoria / pcontexto@gmail.com

Parodiando al historiador de la modernidad, Eric Hobsbawm, podemos decir que el viaje en búsqueda de oro de los primeros exploradores españoles por estas tierras del Valle de Aburrá fue una clase de geografía. Llegaron por el sur a la región encaramada en dos cordilleras separadas por una cicatriz hecha por el río Cauca. La nombraron Antioquia. Sedientos de metal venían de la fabulosa tierra de plata, Perú, y en sus oídos resonaban los nombres Pizarro y Belalcazar, capitanes que habían investido de poder a su líder, don Jorge Robledo Ortiz. La provincia de Antioquia es hija del oro que, aun en grandes cantidades, guarda su geografía. Muchos años después de los primeros “conquistadores”, cuando el Cauca dejó de entregar su riqueza, también se secaron las ciudades de Antioquia y Cáceres y entonces los insaciables buscadores, unos organizados en empresas y otros, la mayoría, desnudos y con una batea, subieron a los valles intermedios a seguir buscando en Aburrá y San Nicolás y, por la comodidad que estos lugares les permitía para alcanzar los placeres de minas, fueron poblando Medellín, Rionegro y Marinilla. Desde esta nueva región controlaban el Norte, por donde corre el río Nechí y da vida a las ciudades de Remedios y Yolombó y, además, alcanzar el Oriente a Nare, puerto sobre el majestuoso Magdalena, río que era

un corredor para el mundo entero. Esta geografía marcó el carácter de esos hombres y mujeres y moldeó nuestra cultura. Como griegos y persas, pueblos de tierras poco generosas, los pobladores de Antioquia desarrollaron dos características con las que fueron asumiendo cierto liderazgo en la historia de Colombia: creativos y esforzados. La necesidad de viajar para comerciar permitió aumentar su influencia y ampliar su cultura. Ahora, de lo que se trata, en el siglo XXI, es fomentar una mirada abierta inspirada en nuestra geografía que no ha parado de darnos sus riquezas: oro, café, madera y una fauna esplendorosa, entre muchas otras cosas, para que así nuestra cultura siempre esté abierta, recreándose sin encierros, alejada de esas formas de fascismos excluyentes que pregonan falsas superioridades raciales. Si somos coherentes, nuestra sociedad ha de estar cercana al espíritu democrático que propone aceptar el respeto a los derechos humanos como condición esencial de la vida. Antioquia y Medellín fueron poblados por seres humanos que buscaron su oportunidad y se forjaron ellos mismos. Una especie de democracia del trabajo se desarrolló gracias a las condiciones geográficas. La geografía nos determina, pero es la empresa humana y el empeño lo que permiten que aquello que parece un obstáculo, como una alta

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montaña, un cañón cerrado o un valle infestado de mosquitos, termine siendo la energía necesaria para superarse. Así fue que se configuró una particular manera de ser, muy humana, que es retratada por Tomás Carrasquilla en el bello cuento Que pase el aserrador. Los estudios históricos y antropológicos deben estar íntimamente relacionados con los estudios geográficos para comprender lo humano y lo social. Y la geografía es mucho más que lo político, países y sus capitales, también es geografía económica, física, humana y muchas más. Cultura, historia y vida, tres elementos que se armonizan desde los contextos geográficos, por eso fue tan grave que esta disciplina desapa-

reciera de los planes de estudio. La eliminó la Ley General de Educación de 1994 que la integró a la historia y a una cátedra de democracia que no pasó de ser una constante especulación sobre la coyuntura política que terminó por robar el tiempo que debía dedicarse a las otras dos disciplinas. Como a los antiguos pobladores de estas montañas y valles, hoy es necesario reconocer nuestro entorno, pues si no lo hacemos entonces no comprenderemos nuestro pasado y nos quedaremos vacíos de memoria y, aunque es posible que desarrollemos alguna identidad, con seguridad, será cerrada y excluyente, algo trágico en un bello planeta globalizado como el nuestro, en donde las

relaciones son riqueza. Encerrados en identidades chovinistas no disfrutaremos de los beneficios que da una mentalidad abierta a lo intercultural. Más que hombres o mujeres, ricos o pobres, viejos o jóvenes, somos terrícolas, pues nos determina el espacio en el que se desenvuelve nuestra historia. Los estudios geográficos son necesarios, pero no como en el pasado, desde una geopolítica que buscaba el control absoluto, sino desde las intenciones de crear y alcanzar el desarrollo en el conocimiento que permita intercambios benéficos. La Universidad está empeñada en ello, varios de sus docentes se han formado en doctorados en Geografía y en muchos cursos los rediseños cu-

rriculares han incluido los saberes geográficos. Solo si conocemos la tierra la respetaremos. Ella ha de ser nuevamente, como lo fue para los ancestros, nuestra madre. Este es el más eficaz pensamiento ecológico. Cuidar la madre que es la vida, vivir de ella sin destruirla. Se supone que somos suficientemente creativos y empeñados para lograrlo. Pero hasta el momento no lo hacemos porque muy adentro de nosotros aún palpita ese barbudo sediento de oro que se encaminó como demente por las más oscuras e impenetrables cañadas buscando el metal dorado y destruyéndolo todo. La educación, que es relación, nos ayudará a cambiar, para eso está la Universidad, nuestra otra protectora.

Rector: Pbro. Julio Jairo Ceballos Sepúlveda / Decana Escuela de Ciencias Sociales: Érika Jaillier Castrillón / Director Facultad de Comunicación Social-Periodismo: Juan Fernando Muñoz Uribe / Coordinador del Área de Periodismo: Juan José García Posada / Directora de Contexto: Ana Cristina Aristizábal U. / Jefe de Redacción: Carolina Campuzano B. / Fotógrafos: Hebert Rodríguez G. • Catalina Rodas Q. • Pablo Monsalve M. • José Alejandro Calderón Ramírez. • Ángela Amaya M. / Redactores: Carolina Campuzano B. • Natalia Correa C. • Natalia Calderón R. • Camila Reyes V. • Sarita Jaramillo R. • Juliana Carvajal C. • Camila Carvajal R. • Juan Pablo López M. • Ángela Amaya M. • María Alejandra Moreno De B. • Elizabeth Chalarca P. • Pablo Monsalve M. • Andrea Nieto Y. • Mariana Parra M. / Foto portada: José Alejandro Calderón Ramírez. / Diseño: Estefanía Mesa B. • Carlos Mario Pareja P. / Diagramación: Ana Milena Gómez C. - Editorial UPB / Impresión: La Patria / Universidad Pontificia Bolivariana • Facultad de Comunicación Social-Periodismo / Dirección: Circular 1ª Nº 70 - 01 Bloque 7 / Teléfono: 354 4557 / Correo electrónico: pcontexto@ gmail.com / ISSN 1909-650X.


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Opinión

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Ni un minuto de silencio por las víctimas Catalina Rodas Quintero / catarodasq@gmail.com

Ni nuestros muertos ni nuestros desaparecidos ni nuestros desplazados pueden convertirse en cifras banales que se disputan los gobiernos de turno con las organizaciones no gubernamentales, por las diferencias en sus números y formas de conteo. Ni un minuto de silencio por las víc-

timas, necesitamos toda una vida de reconstrucción de sus historias y de su memoria por medio de microrrelatos que permitan darle un rostro a la guerra que se vive en Colombia. Es indispensable escuchar a las víctimas y, al mismo tiempo, es importante un reconocimiento de los errores por parte de los actores armados partícipes en el conflicto, porque si bien esto propicia una mirada crítica sobre los hechos y el recuerdo doloroso de los mismos, también posibilita la construcción de un compromiso de las partes para evitar la repetición de estos acontecimientos y para que la reconciliación social se logre con la verdad y la justicia. Al Estado le corresponde un papel fundamental en este proceso, porque además de favorecer los diálogos entre víctimas y victimarios, debe reconocer que no garantiza a los ciudadanos sus derechos y permite que los intereses particulares se impongan sobre los del pueblo. Esto provoca la ampliación de las desigualdades sociales, la disparidad en la distribución de la tierra y el deterioro de los recursos naturales. Y,

¿Qué sería del mundo sin los exploradores? Pablo Andrés Monsalve Mesa / pabloandresmonsalvem@gmail.com

Siempre que miro una montaña o cuando observo el mar con detenimiento, mi mente se hace la siguiente pregunta: ¿Qué hay más allá de esos picos verdes o de esas aguas saladas que cubren el mundo? En ese instante, en el que mi mente divaga, me encantaría tener alas o dar grandes saltos para descubrir qué hay más allá. Pararme en el pico de alguna cordillera y descubrir dónde comienza el continente o dónde termina. Haciendo un trabajo de reporterismo gráfico en las montañas de Envigado, tuve la oportunidad de subir hasta La Catedral y, como el camino seguía, decidí continuar por esa angosta, enmontada y destapada carretera. Además, la tarde mostraba sus primeros rojos, naranjas y amarrillos que me hicieron quedar hasta el anochecer. Paré en un recodo de la vía para divisar todo el Valle de Aburrá, de sur a norte, y ver las laderas del Oriente y del Occidente con sus primeras luces nocturnas, hablé con un personaje que caminaba tranquilamente, olía a monte, estaba lleno de musgo en sus rodillas, llevaba un machete en su cinturón y un radio que trasmitía corridos mexicanos; también llevaba un sombrero de fieltro lleno de viruta de pino. Le pregunté por

Maduremos el oficio Juan Pablo López / soyjplopez@gmail.com

Mi edad me hace un insolente por titular de esa manera, pero es que quizá sería más difícil hacer una lista con las virtudes del oficio que, en Colombia, tiene la responsabilidad, incluso, hasta de educar. Pero vamos por partes y seamos cautelosos. La palabra periodismo es sobrevalorada gracias a las nuevas herramientas que, en vez de ayudar, han desacreditado la labor, has-

lo más grave, es que los defensores de los derechos son perseguidos y deslegitimados. A propósito del tema de la memoria, no basta con la historia oficial, necesitamos el horizonte comprensivo que nos prodigan la literatura, la poesía y el arte para revitalizarnos, para conmovernos y para que la sangre siga su curso normal por las venas y no se desvíe hacia el asfalto o hacia las montañas. Destaco y aplaudo la labor del fotógrafo Jesús Abad Colorado quien, por medio de las imágenes desgarradoras del conflicto armado colombiano, nos permite indignarnos, desconcertarnos y hasta arrancarnos suspiros de desolación y, asimismo, reflexionar sobre los efectos de la guerra porque las balas no sólo destruyen vidas sino, además, sueños, familias y países. Con trabajos como el de Jesús Abad es imposible someter las víctimas al olvido; con su defensa de la memoria les ha devuelto la dignidad. No más indígenas despojados de sus tierras y de sus tradiciones, no más campesinos huyéndole a la muerte, no más citadinos creyéndose ajenos al conflicto. Es trascendental hacer memoria, reconstruir nuestra vida y reconciliarnos con la tranquilidad.

la carretera y me dijo que esa era una ruta para llegar al municipio de Caldas, pero que no había nada más para ver. Seguí el camino, al principio vi árboles de lado y lado, pero después de unos 15 minutos la montaña se abrió como si llegara a su fin. De repente, vi un plan, caminé unos metros y, como por arte de magia, advertí que la montaña caía suavemente por una pendiente extensa hacia el Sur. Desde allí, a lo lejos, se observaba Caldas y, al mirar más al horizonte, vi algunas montañas que me enseñaban sus tonos grises y azules, logré percibir los Farallones del suroeste y otras montañas más. Allí, entre el viento que sopla fuerte, terminó la tarde. Sentado en ese filo, mirando con asombro la tierra y la inmensidad que tenía entre mis ojos, pensé en los primeros hombres que caminaron estos lugares. ¿Qué pensarían, cuáles serían sus rutas, sus dificultades, qué sintieron al ver este valle, qué decisiones tomaron para caminarlo, conocerlo y describirlo? Pensé en los grandes exploradores, hombres y mujeres que han recorrido las selvas, los mares, los desiertos, los polos, los ríos y tantos lugares que el hombre ha logrado descifrar, siempre con un supuesto en sus mentes, con miles de sendas para avanzar y con la magia de dar cada paso con la idea clara de que siempre es un paso distinto. Muchos viajaron por aventura, otros por intrépidos, otros porque sus países los mandaban en busca de territorios, conquistas y guerras o por objetos y riquezas. Algunos en sus libretas hicieron las primeras cartografías, los primeros mapas o dibujos, eran exploradores, y se convertían en geógrafos, científicos, botánicos, traductores y muchas cosas más que le permitieron al hombre conocer la Tierra a través de los ojos y los apuntes de estos trotamundos.

Empresas como la National Geographic han invertido miles de millones de dólares en viajes, geógrafos, investigadores, biólogos, fotógrafos y botánicos con el fin de saber qué pasa en el planeta. Botánicos como Richard Evans Schultes, quien viajó al Amazonas en busca de árboles de caucho para la Segunda Guerra Mundial, se quedó 12 años, recolectó 30.000 especies de plantas, incluidas 300 especies nuevas, trazó mapas de ríos y convivió con dos docenas de comunidades indígenas. Otro, Jacques-Yves Cousteau, decidió conocer el mar y a través de sus investigaciones, fotografías y películas mostró el mundo marino de otra manera, en una época en la que esto era irreal. Charles Robert Darwin, con sus viajes y luchas contra la marea de los críticos logró ver en las plantas y los animales lo que nadie había descifrado sobre la teoría de la evolución. José Celestino Mutis, con su Expedición Botánica, permitió ver el rico universo que tenía el entonces Virreinato de la Nueva Granada. Todos ellos fueron viajeros, soñadores y expedicionarios de tierras lejanas y, entonces, desconocidas. ¿Qué es la Tierra, cómo se mide, qué tamaño tiene, cuáles son sus ríos, sus pisos térmicos, cuáles sus profundidades? ¿Qué hay más allá de las estrellas y los planetas? ¿Qué hay en las células de los microorganismos? ¿Qué sería del hombre si no tuviera la capacidad de preguntarse por lo que le rodea y tratar de plantear algunas respuestas? Durante miles de años el hombre ha intentado responder con exactitud a estas incógnitas. Se necesitan más exploradores, soñadores y aventureros que sigan descifrando y guardando el mundo en fotografías y papeles, porque faltan miles de cosas por descubrir, como decía Jacques-Yves Cousteau: “Lo que una persona no descubra, otra lo hará” o “La felicidad de la abeja y la del delfín es existir. La del hombre es descubrir esto y maravillarse por ello”.

ta el punto de que los mismos medios mediocres incitan a que el ciudadano que carece de una profesión, practique y ejecute el “periodismo” como si tuviera las aptitudes para ejercer la labor y como si se tratara de la reportería de Germán Castro Caicedo, por ejemplo. Según los parámetros contemporáneos, hacer periodismo es subir un video a YouTube, tomar una foto y colgarla en Facebook, o hacer una “denuncia” vía Twitter; pero, además de que los nuevos periodistas limitan su labor a una “ardua y extensa investigación”, frente al computador y los motores de búsqueda, se suma el agravante de que deben competir con cualquier civil con un dispositivo móvil. Generamos nuestras propias adversidades. Alguna vez, Tomás Eloy Martínez –periodista y literato–, afirmó que “la gente ya no compra diarios para informarse sino para confrontar, entender y analizar”. Y no me atrevería a decir que se equivocó, pero sí que me da envidia saber que en Argentina tienen semejante grado de episteme tan avanzado. En cambio aquí, en Colombia, hay que hacer fuerza y “rezar” para

que la gente no use el periódico para madurar aguacates, envolver pesebres o recoger las heces del perro. Es así. El periodismo carga con otro peso, y es una especie de deber ético realizar una transición educativa a mediano o largo plazo para que los pocos periodistas que sí hacen su trabajo diligentemente, preparen a la sociedad para que hagan válida la frase de Martínez en Colombia. Otro gran inconveniente es que varios medios se auto limitan a la labor sosa informativa de escritorio, quieren vender a costa del amarillismo y del sensacionalismo, y no con buenos análisis e investigación, que es como debería ser, es decir, el periodismo colombiano es bien lagarto. Condicionan su criterio de acuerdo con las empresas que pauten en el medio. La ideología la delimitan, la independencia es efímera. El periodismo no es un contrapeso para el poder. Son algunos de los inconvenientes que complican el ejercicio periodístico en nuestro país y gran parte del mundo. Sólo queda rogar para que los que más lean periódicos en Colombia, no sean los aguacates, los pesebres y las flores. Roguemos, ¡en serio!


INFORME

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Foto: José Alejandro Calderón Ramírez.

Problemas de un territorio que no identifica sus condiciones naturales

No conocemos el Valle de Aburrá Juliana Carvajal Castrillón / juliana.carvajal.castrillon@gmail.com

La planeación territorial y, en general, la población del Valle de Aburrá, han transformado y sometido la condición del territorio que habitan, principalmente, desde el desconocimiento del mismo. El departamento de Antioquia, geográficamente delimitado desde el siglo XVI por la corona española, está ubicado al Noroccidente del país y cuenta con 125 municipios agrupados en nueve subregiones, una de las cuales está conformada por el Valle de Aburrá. Esta subregión se encuentra en la Cordillera Central y es el resultado de la unidad geográfica, determinada por la cuenca del río Aburrá que lo recorre de sur a norte. Su topografía es irregular y pendiente y las cordilleras que lo encierran dan lugar a la formación de diversos microclimas, saltos de agua, bosques, sitios de gran valor paisajístico y ecológico. Según el libro Antioquia: características generales (del Instituto Geográfico Agustín Codazzi, para la Gobernación de Antioquia en el año 2007), el desarrollo del Departamento se ha centrado en esta subregión, compuesta por diez municipios que representan el principal polo de desarrollo. Este predominio “excesivo” del Valle de Aburrá en el desarrollo antioqueño ha propiciado la concentración de externalidades, oportunidades y recursos en esta zona, como lo demuestran las cifras del Departamento Administrativo de Planeación de Antioquia que confirman que el valor agregado del Valle alcanza casi el 60 por ciento. En conclusión, el sistema urbano-regional de Antioquia se caracteriza por su inequidad subregional ya que se han concentrado las actividades eco-

nómicas, comerciales y de prestación de servicios en la subregión del Valle de Aburrá. A pesar de esto, esa posible “ventaja comparativa” se opaca, principalmente, por el desconocimiento que se tiene del territorio, lo que se traduce en un obstáculo de posible desarrollo (social y económico) que se basa en la adecuada identificación de la condición natural de la subregión aludida. ¿No sería de más sentido común reconocer un territorio y ocuparlo en función de su condición natural? Si bien esta es una pregunta cuya respuesta puede parecer obvia, la realidad es que en los diez municipios del Valle de Aburrá no se ha considerado o, si se ha considerado, han prevalecido otros intereses ajenos a ella. Esta realidad es de antaño, como otras tantas problemáticas en el país. Respecto a las actividades económicas características de la subregión a través del tiempo, éstas tienen su origen en el siglo XIX cuando personas de la élite antioqueña estudian en países europeos (principalmente Francia), y encuentran en este valle la posibilidad de una industria de tejido por los grandes cultivos de algodón y, posteriormente, la construcción del Ferrocarril de Antioquia para conectar la subregión con el resto del país, lo que produjo un cambio en la ciudad en función de la actividad industrial. Este cambio, sin embargo, no fue profundo ni consolidado. La ingeniera forestal de la Universidad Nacional de Colombia y doctora en Geografía de la

Universidad Federal de Pernambuco, y actual docente de la Universidad Pontificia Bolivariana, Luz Stella Carmona Londoño, asegura que la actividad industrial en el Valle de Aburrá siempre fue una actividad menor. Las industrias, que antes se encontraban en el centro, aunque de cierta manera sirvieron para planificar la ciudad en pro de sus intenciones (creación de barrios); en los años 50 se considera que no son muy rentables y se desplazan hacia el Sur como parte del Plan Piloto, elaborado por los arquitectos extranjeros Paul Wiener y José Luis Sert. “Se pensó en el Sur supuestamente para que los vientos que venían desde el Norte no contaminaran toda la ciudad, pero no se pensó en que el río Medellín se convertiría en el receptor de aguas negras de dichas industrias, recorriendo y contaminando toda la ciudad”, agrega la ingeniera Carmona Londoño.

El río invisible del Aburrá El río Medellín o río Aburrá atraviesa el Valle de Aburrá de sur a norte, pero al parecer, y a pesar de la importancia que debería representar, nunca ha tenido mayor trascendencia. Si en algunas regiones del mundo el río representa un eje articulador, ¿por qué en el Valle de Aburrá no cumple esta función? Según la doctora Carmona, la respuesta a esta pregunta parte de que, en principio, la ciudad de Medellín no tiene como eje articulador el río sino la quebrada Santa Elena; además, en su condición inicial, las llanuras de inundación del río no permitían un acercamiento a él sino un distanciamiento.

Entonces, incluso históricamente, esta subregión no se ha pensado desde sus condiciones geográficas. Por un lado, los suelos de mejores condiciones fueron usados para la industria. Y, por el otro, el interés por conectarse con el resto del país (lo que responde a ciertos intereses particulares) genera la construcción de vías a lado y lado del río, lo que rompe cualquier estructura de reconocimiento de esa fuente hídricas. Es así como el desconocimiento de la condición natural de nuestro territorio y la mediación de ciertos intereses, hacen que en este Valle no haya una estructura de usos y ocupación que permita a la gente acercarse al río, entre otras cosas porque en sus cercanías están los grandes flujos de la ciudad: vial, poliducto, oleoducto, redes de Internet, grandes tubos de alcantarillado, etc., explica la doctora en Geografía Luz Stella Carmona Londoño. El desconocimiento de la geografía produce consecuencias como la ocupación de áreas que no deberían ser pobladas, los desastres naturales provocados por el hombre, el error en la manera de construir, el taponamiento de quebradas, el poco aprovechamiento de los cerros tutelares del Valle de Aburrá dentro de los Planes de Ordenamiento Territorial y la situación actual del río, entre otros. “El Valle de Aburrá tiene un gran reto, principalmente porque la dinámica urbana y los problemas sociales superan estas condiciones geográficas, por ejemplo, porque no hay suelo para urbanizar y los suelos más planos (Carlos E. Restrepo, Barrio Colombia, Ciudad el Río, Calle 33) no los liberan para urbanizar estratos 1, 2 y 3”, concluye Luz Stella Carmona Londoño.


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ANÁLISIS

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Planeación urbana de Medellín

La ciudad ideal no existe Carolina Campuzano Baena / karo_k911b@hotmail.com Natalia Andrea Calderón Ruiz… / nancaru_95@hotmail.com

Cada fotografía de Medellín capta una ciudad sin terminar, pues se reinventa en cada proceso de urbanización en el que geografía física y humana son fundamentales para definir sus formas. La ciudad es ese artefacto cultural por excelencia, moldeado por los habitantes que traducen espacialmente sus deseos y necesidades. Tales dinámicas hacen de la planeación urbana un ejercicio de ciencia ficción, pues implica la proyección de la urbe en el futuro mediante lineamientos que pretenden controlar lo incierto. Cuando se asume la labor de armonizar la ocupación de un territorio, que se da en medio de un conflicto de intereses donde todo el mundo quiere el mismo suelo, la toma de decisiones es más compleja de lo que parece, explica María Zoraida Gaviria Gutiérrez, magíster en Planeación Física Urbana y exdirectora de Planeación Municipal y Departamental. El orden indiano, reglamentado por la monarquía española, procuraba una organización en forma de cuadrícula o damero (tablero del juego de damas) para pensar el plano de las ciudades, pero “aquí, como en el resto de América, la ley se acata pero no se cumple”, afirma Libia J. Restrepo, docente universitaria y magíster en Historia. El mito de la planeación de la Villa de Nuestra Señora de la Candelaria conforme a estas leyes, es un invento, pues “ya preexistía una traza urbana creada por lógica espontánea, en la que se arreglaron torceduras”, como afirma Luis Fernando González Escobar, arquitecto y Ph.D en Historia.

“El rostro de la ciudad, paradójicamente, es inasible, casi etéreo y fugaz”, dice Fabio Botero Gómez en el libro “Cien años de Medellín”. La gente, por asentarse, crea sus maneras de trazar el espacio, por eso las ciudades ordenadas que soñaron los españoles en América no se ven; las comunidades crean otras gramáticas urbanas, configuran sus territorios y, a la vez, se influencian por ellos. El problema, según el arquitecto González Escobar, es que en los trazados sólo se mira la topografía, mas no lo humano.

Medellín: tres ciudades en una En principio, la planeación de Medellín no fue una regla sino una excepción que en el siglo XX comenzó a hacerse realidad. “No se sabía con anticipación lo que sería esa villita; no se le veía futuro a esa pequeña aldea perdida entre montañas”, asegura la historiadora Restrepo. Según el censo realizado un mes antes de que la ciudad se erigiera como Villa de Nuestra Señora de la Candelaria, en 1675, ya contaba con 3.000 habitantes asentados en una urbe que creció conforme a los caprichos de propietarios de predios o a las imposiciones geográficas del Valle de Aburrá.

La topografía fue determinante para elegir los asentamientos en la colonia: terrenos libres de indios flecheros, con fácil acceso al agua y posibilidad para el cultivo o la ganadería, eran algunos de los requerimientos. Antes y después de llegar los españoles, la quebrada Aná (Santa Elena) fue la fuente hídrica más importante y eje del crecimiento de la Villa.

cadas luego de lo anunciado, se formuló el Plan Medellín Futura, que contribuyó a modernizar la urbe. Estos planos se quedaron cortos para el crecimiento de la población, Medellín eclosionó, pues, de acuerdo con el arquitecto Luis Fernando Arbeláez Sierra, los usos del suelo van en función de las actividades urbanas; así, una cosa es prospectiva y otra es gestión.

El desorden de Medellín era tal que las irregularidades surgieron desde que se trató de construir una ciudad en torno a una ermita que existía desde 1649, y no al contrario, como debía ser, cuenta Libia J. Restrepo, aunque posteriormente, no solo en Medellín sino en otros municipios de Antioquia, se edificaron iglesias en la parte más alta del paisaje, para que sobresalieran las torres y se evitaran inundaciones como disponían las Leyes de Indias.

Con el plan se pretendía que primara el bien común y se realizaron obras como el Instituto de Bellas Artes, el tranvía, los barrios Prado Centro y Villa Nueva. La urbe crecía pero el plan no se actualizaba, hasta 1947 cuando los europeos Wiener y Sert elaboraron un Plan Piloto para la reorganización de Medellín. En 1951 se convirtió en el Plan de Desarrollo Urbanístico centrado en la planeación física, mas no social, razón por la cual se produjo una desarticulación por la zonificación y se condujo a la invisibilización de una parte de la urbe. “Medellín es una ciudad segregada que no se reconoce, no hay preocupación por los demás”, explica la exdirectora de Planeación Municipal y Departamental María Zoraida Gaviria Gutiérrez.

Francisco Silvestre, entonces gobernador de la Provincia de Antioquia, junto con el visitador de la corona española, Juan Antonio Mon y Velarde, impulsó a mediados del siglo XVIII el ordenamiento de la ciudad. Sin embargo, las ideas de soberanía popular y de Independencia, hicieron que a principios del XIX la preocupación republicana fuera por el sistema político y no por la planeación; con hambre, plagas y menos mano de obra, los habitantes trabajaron en función de las necesidades inmediatas, agrega la historiadora. Los deseos de adaptar el medio se vieron en el Acuerdo Municipal de 1890 con el que se pensaba un plano para Medellín futura: “Es indispensable evitar el gravísimo mal del desorden implantado por las primeras urbanizaciones, y sentar las bases de una ciudad que con sus plazas, avenidas y calles, satisfaga plenamente las exigencias del progreso y la higiene”. Nueve años después se fundó la Sociedad de Mejoras Públicas, y dos dé-

En Medellín ha existido un orden jerárquico representado en mapas que, aunque dan una idea pictórica de regularidad, no son la realidad topográfica. Referencia: Mapa 1791.

Densificar la ciudad hacia el centro, en barrios como Sevilla, permite reducir riesgos geológicos, costos en construcción de vías y el aprovisionamiento de servicios públicos.

Asegura el arquitecto Ignacio René Uribe López que en Medellín conviven tres ciudades: la planificada, la de especulación inmobiliaria y la de la necesidad; esta última producto de continuas migraciones que se han dado en Colombia, porque este país siempre ha estado en guerra. En los barrios de invasión, por ejemplo, se creó una lógica de apropiación del suelo que no dejó espacio público para la vida ciudadana. En este contexto, la ciudad ideal entra en choque con la posible, mientras la de la especulación inmobiliaria presiona sobre la norma pública para obtener más beneficios. “Es un cuento que no hay más para donde crecer en Medellín”, asegura la exdirectora de Planeación, y agrega que no puede considerarse la ciudad como un negocio inmobiliario que no deje espacios para generar empleos. La solución está en promover un “reciclaje de ciudad”, como lo denomina el concejal Jaime Roberto Cuartas Ochoa, quien alude a un mecanismo de densificación hacia adentro, que llevaría a mejorar problemáticas sociales. Sin embargo, para los constructores, es mejor negocio hacer lotes en los bordes de la urbe donde la tierra aún es virgen. El Plan de Ordenamiento Territorial (POT) que se adoptó en 1980, se articuló con el Plan Integral de Desarrollo Metropolitano, que define cómo se configurará la ciudad, aunque cada intento de regulación sea una especu-


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Cada año se matriculan unos 38 mil vehículos en la ciudad, de los cuales el 70,3 % son particulares y el 6,6 % pertenece al transporte público, según informes de la Secretaría de Movilidad en 2012. Foto: Hebert Rodríguez G.

lación. “La autonomía municipal y la consideración de los hechos urbanos se contradicen, pues no se puede hacer un plan vial diferente para Medellín y Bello”, dice la exdirectora de Planeación.

Se “hacen” lotes y se “vende” aire Las normas de regulación existen, pero las trampas también. Cuando Medellín era aún Villa, se hicieron “desvíos viales, por no lastimar el predio de un señor de influencias”, escribe Lisandro Ochoa en Cosas viejas de la Villa de la Candelaria. La realidad no ha variado, ahora hay un grueso de empresas de construcción expertas en el negocio del loteo que, sin tener en cuenta las problemáticas urbanas, violan la ley de manera ‘legal’, añade Zoraida Gaviria Gutiérrez. Cabe aclarar que las licencias de construcción son concedidas por las curadurías urbanas. Así, los intereses particulares inciden en que haya dificultades con los barrios formados en la periferia, siempre y cuando no se hable de El Poblado: “El daño de los asentados ilegalmente es menor, pero el ‘estrato 25’ sí puede invadir porque la plata funciona”, aclara la exdirectora de Planeación. Según el arquitecto e historiador Luis Fernando González Escobar, el problema no es de riesgo sino de falta de plata, pues aunque existen más probabilidades de accidentes, hay zonas en montaña que se pueden adaptar y habitar como el caso del consolidado habitacional Juan Bobo, al Nororiente de la ciudad en 2006.

En Medellín la lógica es hacer lotes y vender aire para edificar. Sin embargo, “por el bien común deben prevalecer los recursos naturales”, explica el arquitecto Arbeláez Sierra. La preocupación de la exdirectora de Planeación tiene que ver con la cultura antioqueña, que es depredadora y no respeta la naturaleza, de ahí que su himno exalte “el hacha de mis mayores”. Acá no hay suficientes parques ni áreas libres que permitan el acceso y disfrute visual y auditivo del agua. El suelo vale por lo que se puede hacer en él, de ahí que el negocio sea el fraccionamiento de predios y no la edificación.

dro Ochoa en su libro. “El relieve del terreno no era muy importante, pues no existían automóviles sino mulas y caballos que iban por donde fuera”, afirma Arbeláez Sierra.

Comenta José Guillermo Ánjel Rendó, docente universitario e investigador en temas urbanos que “la mayoría, cazadores de oportunidades, sin más criterios que llenar la bolsa, tomaron la Tacita de Plata y la convirtieron en un costal sin fondo al que le echan carros, motos, edificios, gente de todas partes y palabrería”. A pesar de todo, la historiadora Libia J. Restrepo, expresa que Medellín es una ciudad amable que al observarse en las noches desde lo alto, parece un “joyerito de oro”.

Las calles son las líneas por donde circula la vida de la ciudad, son formas de conexión y de comunicación. Los nombres de cada vía aluden a la capacidad de un pueblo para construir sobre lo ya hecho, recordar u olvidar. Cuenta la historiadora Libia J. Restrepo, que en Medellín se vive un palimpsesto: donde hubo una escritura otra se escribió encima. Por ejemplo, Carabobo se llamaba El Prado; Junín, El Resbalón; Ayacucho, la Calle de la Amargura y Colombia, La Alameda.

La calle, el espacio de todos

Antes, en la ciudad cada calzada adquiría el nombre de un referente geográfico, pero luego, en afán conmemorativo, se pusieron referentes de la emancipación, explica el arquitecto Arbeláez Sierra. De esta forma, las principales calles que bordean el Parque de Berrío reviven la gesta libertaria: las que llevan al Parque Bolívar tienen nombre de sitios donde el Libertador tuvo incidencia (Perú, Caracas, Venezuela y

Existe la leyenda de que los antiguos pobladores de Medellín preferían desviar el trazado de una calle para respetar un árbol o una quebrada; en el cruce con Tenerife, Boyacá fue esquivada por no sacrificar un aguacate, narra Lisan-

González Escobar comenta que mientras hubo un tiempo en el que los privados hacían calles que pasaban por sus predios para donarlas a la administración, ahora es el sector público el que hace vías para beneficiarlos a ellos. La gestión sigue en detrimento de la concepción de las calles como espacio público, la sala de todos donde primero se socializa.

Ecuador). En el siglo XIX, atendiendo las ideas de la cientificidad, las denominaciones se remplazaron por números sin significado que crean confusión y desdibujan su identidad. “La toponimia es importante porque habla de geografía e historia, pero no le paramos bolas”, comenta el arquitecto e historiador Luis Fernando González Escobar. Zoraida Gaviria Gutiérrez dice que es necesario devolver la vida a las calles y aprovechar la gran cantidad de suelo donde podría ingresarse caminando pero si crecen las vías al ritmo del automóvil particular, la urbe va a quedarse sin suelo, ya que en 20 años Medellín triplicó su población y había llegado al millón de habitantes en 1969 y para 2011 alcanzaba la cifra de 2.368.282, según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística. Y si la ciudad se queda sin ese espacio de socialización que son las calles, si éstas se quedan solas, nadie las camina y las personas se encierran por miedo, se genera más inseguridad, agrega la exdirectora de Planeación. La pregunta es: ¿Faltan vías o sobran carros? Sacralizar el auto particular ha conducido al gasto de altas sumas de dinero público en solucionar problemas que podrían mejorarse con movilidad urbana colectiva. Es vital promover los servicios de transporte alternativo, aumentar redes peatonales habilitadas y hacer deprimidos viales, no para el cruce peatonal sino para la descongestión vehicular y mantener a la persona de a pie al nivel de la ciudad.


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INFORMACIÓN

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Lugares geográficos Andrea Nieto Yepes / andreany1111@gmail.com Mariana Parra Montoya / mariana.p1991@gmail.com

Santo Domingo

J Don Matías

35

San Pedro

I

G

37

H

San Jerónimo

31

30

32

Ebéjico

21

28

I

23

24

20

E Heliconia

52 53

15

43

Latitud: 6° 13’55’’.048 Norte. 47

Rionegro

F

Convenciones

12

D

Ancón

54

Cerro

55

C

56

A

Sitio Lago

El Retiro

A

7 5

Amagá

45

49 50 51

8

Angelópolis

48

57

B

Guarne

44

46

11

10

9

47

25

18 17 16 14 13

40

41 42

22 19

G

29

27 11

Concepción

San Vicente

38

39

H 26

J

34

33

F

36

6

Quebrada

59 60

4 3

62

61

Zona urbana

2 1

Santa Bárbara

Longitud: 75° 34’05’’.752 Occ.

Fredonia

Río

58

Municipios A. Caldas B. La Estrella C. Sabaneta D. Envigado

E. Itagüí F. Medellín G. Bello H. Copacabana

I. Girardota J. Barbosa

Ilustración: Sebastián Nieto Yepes


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INFORMACIÓN

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DEL Valle de Aburrá Estos son algunos de los accidentes geográficos más representativos del Valle de Aburrá. Nuestra señalización parte del Suroccidente, va hacia el Norte, sigue hacia el Nororiente y baja por el Oriente para terminar en el Sur, donde nace el río Medellín. Es un esquema didáctico que pretende resaltar algunos lugares geográficos y sitios del Valle de Aburrá, con una ubicación aproximada. El gráfico no es apto para realizar mediciones de ningún tipo. 1. Alto Chamuscado: es el lugar más meridional (sur) del Valle de Aburrá. 2. Alto del Cardal 3. Quebrada La Salada 4. Cuchilla El Roble 5. Alto La Culebra 6. Sitio Primavera 7. Quebrada La Valeria 8. La Tablaza 9. Cuchilla Romeral: el Romeral tiene importancia en el ámbito arqueológico, pues se tiene constancia de que los primeros asentamientos humanos del Valle de Aburrá se realizaron en esta zona. Luego de la conquista de los españoles, este sector ha sido un lugar ideal para carboneros, extractores de madera y cazadores. 10. Ancón sur: ubicado en La Estrella donde es más estrecho en el sur el Valle de Aburrá, es famoso porque en 1971 se realizó un festival de rock y un encuentro hippie que se consideraron como una réplica del festival Woodstock en Nueva York. 11. Quebrada Doña María: por tamaño y longitud es considerada la mayor cuenca del Valle de Aburrá con 68,41 Km2. El ser humano ha utilizado la parte alta de la quebrada para diferentes actividades comerciales como la ganadería y explotación forestal. En su parte baja (zona urbana de Itagüí), es contaminada por aguas domésticas y desechos industriales. 12. Loma Los Ajisales 13. Quebrada La Guayabala 14. Cerro Barcinos: ubicado al occidente de Medellín, fue el cerro por donde los conquistadores, liderados por Jerónimo Luis Tejelo, bajaron por primera vez al Valle de Aburrá. 15. Quebrada Alta Vista 16. Cerro de las Tres Cruces: a este cerro también se le conoce como el Morro Pelón. Según la formulación del manejo ambiental del cerro tutelar de las Tres Cruces, es susceptible a la solicitud de licencias mineras con la posibilidad de explotaciones futuras, lo que sería perjudicial para su valor ambiental. De igual manera, está reconocido como un patrimonio paisajístico y ambiental. 17. Quebrada La Picacha: es conocida como Aguas Frías por su cercanía a la vereda que lleva el mismo nombre. 18. Quebrada La Mateo 19. Quebrada Ana Díaz 20. Alto del Corazón 21. Alto Canoas 22. Alto del Pilón 23. Quebrada La Hueso: se llamaba anteriormente Iguanacita. Después

se le dio el nombre de La Hueso porque la gente pelaba en su ribera huesos de reses para fabricar jabones. 24. Cerro Nutibara: primero se llamó “Morro Marcela de la Parra” y a principios del siglo XX el “Morro de los Cadavides”. En 1927 el Municipio de Medellín adquirió sus predios con la finalidad de destinarlo como parque recreativo y conservar sus características ecológicas. En 1929 la Sociedad de Mejores Públicas lo llamó “Cerro Nutibara”. 25. Cerro Volador: este cerro es considerado patrimonio arqueológico, pues en la década de 1990 se encontraron hallazgos arqueológicos de complejos funerarios y terrazas asociadas con sitios de vivienda de comunidades indígenas que habitaron el Valle de Aburrá. 26. Quebrada El Hato 27. Quebrada La Iguaná 28. Cerro Padre Amaya: es área de reserva, y se considera pulmón verde del Área Metropolitana. Allí nacen dos afluentes del río Medellín: las quebradas Doña María y la Iguaná. 29. Cerro El Picacho: es un cerro rocoso conformado por la anfibolita, el tipo de roca que predomina en el Valle de Aburrá. Monseñor Félix Henao Botero, uno de los profesores fundadores de la Universidad Pontificia Bolivariana, y quien más tarde fuera rector, promovió en 1936 entre la comunidad, situar un Cristo Salvador en la cima de El Picacho, con el propósito de convertirlo en un nuevo referente religioso. 30. Alto de Boquerón 31. Quebrada La García: es considerada la microcuenca más importante del municipio de Bello, pues su largo recorrido que atraviesa el casco urbano ha generado que se creen asentamientos y altos índices de contaminación. También ha sido represada para el aprovechamiento hidroeléctrico de Fabricato y Pantex. 32. Fontidueño: este barrio, del municipio de Bello, era antes el corregimiento Fontidueño. Hoy, en este sitio, está la “Escuela de Trabajo San José”, conocida inicialmente como “Casa de corrección de menores”. Anteriormente, en la década de los años 20, había un leprocomio. 33. Cerro Quitasol: el Quitasol, como se le conoce comúnmente entre los bellanitas, esconde un camino indígena. En sus laderas se encuentran las huellas de una antigua civilización que poseía conocimientos de ingeniería. Ello permitió construir

una ruta cuya historia yace en medio del misterio: el camino de piedra de los aburráes de Niquía. Allí se construyó el sitio turístico Hacienda Corrales. 34. Ancón norte: se sitúa en el municipio de Copacabana. Es el sitio más estrecho al Norte del Valle de Aburrá. 35. Alto Matasano: este lugar, ubicado en el municipio de Barbosa, es reconocido por la práctica de deportes extremos como parapentismo. 36. Quebrada Dos Quebradas: desde la década del sesenta, los barboseños descubrieron este afluente mientras buscaban espacios para recrearse y pasar tardes agradables con sus familias. Las extensas mangas a lo largo de su cauce, en su parte baja, llamaban la atención de los habitantes de Barbosa, por lo que los días de fiesta y las tardes soleadas, fueron aprovechadas por varias familias y estas contagiaron a otras, hasta que el sitio se hizo popular para los reconocidos “paseos de olla”. 37. El Hatillo: fundado en el siglo XIX, era un pequeño caserío con muy pocos habitantes dedicados a la ganadería y a la explotación de oro, extraído del río y sus afluentes. Con la construcción de la línea férrea, y con ella la estación Hatillo, en 1912 se consolidó el caserío, lo que permitió que llegaran varias familias de otras regiones a establecerse allí. 38. Quebrada El Salado: los bañistas la aprovechan por los ‘charcos’. 39. Cerro de La Cruz: en este cerro se encuentra el Santuario de La Cruz, motivo no sólo de peregrinación de cientos de personas sino también la ocasión para que varias de las familias aledañas a este sector, se beneficien con las ventas, especialmente de alimentos. 40. Quebrada Piedras Blancas: fue objeto de explotación minera desde su nacimiento hasta su desembocadura, durante el siglo XX. Además, se extraía madera para realizar productos agrícolas. 41. Quebrada La Loca 42. Cerro Santo Domingo: lo que hoy es el barrio Santo Domingo No.1, en el pasado fue conocido como “Morro rojo”, debido a la tierra rojiza que lo compone. Cuentan las leyendas que cuando el cerro Santo Domingo aún no tenía viviendas, algunas personas encontraron guacas indígenas, pues se dice que “Morro rojo” era un cementerio. 43. Laguna de Guarne: con la Laguna de Guarne pasa lo que con la Piedra de El Peñol: que ni aquélla es de Guarne, ni ésta de El Peñol. En efecto, la Laguna pertenece a Medellín, y la Piedra a Guatapé. Sin embargo, nadie dice la Laguna de Medellín ni la Piedra de Guatapé. ¿Cómo se formó el famoso charco? Hay varias leyendas, pero la más difundida es la que hace referencia al hundi-

miento de un cerro que había en ese lugar. César Pérez Figueroa afirma en uno de sus escritos que la Laguna de Guarne “no es laguna ni es de Guarne”. 44. Quebrada Santa Lucía 45. Quebrada La Castro 46. Cerro Pan de Azúcar: por este cerro pasaba, en el siglo XVII, el antiguo camino que comunicaba al Valle de Aburrá con el río Magdalena. Aún quedan vestigios de ese camino prehispánico empedrado rodeado por vallados y estructuras de piedra como muros de drenaje. Algunas personas creen que es un volcán, pero realmente su forma caprichosa de cono invertido con cima redondeada, se debe al proceso natural y constante que la erosión ha labrado a través del tiempo. 47. Quebrada Santa Elena: se constituyó como el eje alrededor del cual se tejió parte de la historia de Medellín porque conformó la concentración de las actividades comerciales, culturales e institucionales de la ciudad. Esta cuenca fue una de las primeras en poblarse y su desarrollo urbanístico se inició un tanto acelerado, lo que repercutió en la desviación o cubrimiento del cauce de algunos drenajes. 48. Morro La Asomadera: los viajeros, comerciantes o arrieros que llegaban desde o hacia el sur del Valle de Aburrá, debían remontarse a La Asomadera, y hasta allí subían a esperar o despedir a los visitantes. Desde entonces, el cerro se volvió un lugar para pasear y disfrutar de la vista de la región. Su nombre provino del hecho de que quienes llegaban por ese camino a la villa, tenían el placer de asomarse para apreciar a la población. 49. Alto de Las Tres Puertas 50. Quebrada La Poblada: se junta con La Presidenta pocos metros antes de la confluencia con el río Medellín. 51. Quebrada La Presidenta 52. Quebrada La Volcana 53. Quebrada La Aguacatala 54. Quebrada Zúñiga: marca límite entre Medellín y Envigado. 55. Alto de Las Palmas 56. Quebrada La Ayurá: en lo que se conoce hoy como Envigado, existió un resguardo indígena, principalmente cerca a esta quebrada. Los indígenas que vivían allí la bautizaron Yurá que, en su lengua nativa, significa ‘perico ligero’, pues en sus alrededores vivían centenares de estos pájaros. 57. Quebrada La Doctora 58. Quebrada La Miel 59. Cuchilla San Antonio 60. Cuchilla San Miguel: es donde nace el río Medellín. 61. Quebrada La Clara: es el nombre que recibe el río Medellín en su tramo inicial 62. Río Medellín


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Medellín crece hacia las laderas

Las montañas ya no son verdes María Camila Carvajal Restrepo / mariakcr@hotmail.com Sarita Jaramillo Ramírez / saritajllor@gmail.com

¡Somos tantos! O por lo menos eso es lo que se ve en las montañas. Ya no hay verde, sólo se observan casas amontonadas. Casitas pobres, casuchas de ladrillo, madera, tablas. Techos de lata, pisos de tierra. Por donde mire, a la izquierda ¡No! A la derecha ¡Perdón, mejor al otro lado! ¡Qué pena, es que está por todas partes! ¿Será el poco espacio? ¿Será la mala distribución de tierras? ¿Serán los intereses? ¿Será que no había un plan? ¿Será que lo único que hacemos bien es procrear? Puede ser todo, puede ser nada, o puede ser mucho más que esto. En el siglo XVIII empezó un período de reformas relevantes en la historia. Que empedrar calles, que construir caminos, que trazar cuadrículas. Acueductos, alcantarillado, puentes, licencias de construcción, hasta telégrafo. Sí, sí. La intención era “garantizar mayor orden y progreso”. Según el libro Medellín: tragedia y resurrección, de Gerard Martin, “el despegue de la Medellín moderna coincidió con un acelerado crecimiento de su población”. Y claro, por su vocación comercial, se necesitaba modernizar. La industria textil, de tabaco y de calzado, se convirtieron en el motor principal de crecimiento urbano. Medellín se transformó en un punto de encuentro en el comercio regional y nacional. No sólo llegaron voluntariamente los campesinos e inmigrantes en busca de trabajo. Entre los años 40 y 50 se produjo en la ciudad una migración por la denominada Violencia en Colombia, que aún vivimos. Y la ciudad no estaba preparada para recibir tantos nuevos habitantes. “Simplemente no había políticas claras, ni planos de la ciudad que dijeran qué tierras iba a ocupar esa población que estaba llegando”, explica María Clara Echeverría Ramírez, arquitecta y docente especial de la Escuela del Hábitat de la Universidad Nacional. Las familias pobres no tuvieron más remedio: participaron en invasiones o loteos ilegales para tener un lugar dónde vivir, fuera del perímetro urbano, claro está. La ciudad fue quedando encerrada por todos sus costados por enormes caseríos. Como lo evidencia el libro Tierra de desterrados, de Reinaldo Spitaletta Hoyos y Mary Correa Jaramillo, Colombia es uno de los países más desiguales del mundo, un “efecto del conflicto armado que es resultado de la inequidad, la injusticia social, el desarraigo, los desafueros del Estado y las acciones de los actores armados, una realidad llena de víctimas que sufren procesos de expulsión y búsqueda de nuevos territorios”. “El modelo de ciudad de Medellín es compacto, su densificación es hacia adentro, porque es una ciudad sin mucho suelo para construir, a diferencia de ciudades planas como Cali, Barran-

quilla, Bogotá, no tiene grandes planicies, ni terrenos. Lo poco que queda sin construir es zona rural”, dice Esteban Yépez Gómez, experto en Desarrollo. Y es en los sectores populares, ocupados por el poblamiento informal o ilegal, donde aplica el término de hacinamiento, dadas las pocas posibilidades de espacio que tienen sus habitantes. Ante este tema, la arquitecta María Clara Echeverría Ramírez, diferencia el concepto de hacinamiento y densidad. “Lo primero significa cuando el nivel de ocupación de un suelo queda saturado, cuando las personas que están llenando el espacio son más de las que se espera. Y lo segundo, es cuando sobre un mismo suelo se puede construir un piso o 25, eso hace que el índice de ocupación sea muy alto, pero no necesariamente los habitantes están en hacinamiento porque pueden tener muy buenas condiciones internas en sus viviendas”, explica. El experto Esteban Yépez Gómez cree que la relación de hacinamiento y pobreza se debe a que “cuando las personas de bajos recursos invaden un espacio, generalmente son ellos quienes construyen sus barrios, sin planear espacio público ni calles ni dimensiones, simplemente se asientan en el lugar”. Según Jaime Humberto Pizarro Arteaga, líder del programa Grupo de Planifica-

ción del Departamento Administrativo de Planeación, para que la ciudad no siga creciendo, hay que tener en cuenta tres cosas: una política clara, control y darle unas mejores condiciones de vida a los que ya están establecidos. Sin embargo, en Medellín, por las condiciones geográficas, las construcciones se expanden hacia las laderas, cada vez se vive más arriba y ya no es un asunto de pobreza sino una necesidad de todos porque el crecimiento es inevitable. “Todas las ciudades tienen el problema de la expansión. En Medellín yo creo que de todas maneras sí tenemos que ocupar ladera, porque es imposible contener el crecimiento de una ciudad con las dinámicas que tenemos”, explica la arquitecta.

¿Qué estamos construyendo? “Yo creo que la calidad de vida que estamos aportando, a partir de las propuestas arquitectónicas y urbanísticas, es muy mala. No solamente para las personas de pocos ingresos, sino para las de altos recursos. Realmente hay unas propuestas que son de una calidad muy baja. No de acabados, sino del espacio

para que la gente conviva”, critica María Clara Echeverría Ramírez. Por otro lado, Pizarro Arteaga, expone su punto de vista: “Yo me atrevería a decir que se tiene la tendencia de tener un plan por un lado y la ciudad por otro, sin estar muy orientada al plan. La ciudad hoy no necesariamente está respondiendo a los planes que ha tenido. Es muy difícil controlar a más de dos millones de personas en un territorio de 380 kilómetros cuadrados”. En algo sí están de acuerdo estos tres expertos: Medellín no necesariamente tiene que ser la solución de demanda de vivienda para el que quiere vivir en la ciudad. Para esta opción se necesita de un pacto metropolitano. María Clara Echeverría Ramírez dice que Medellín no es solo Medellín, sino que es toda el Área Metropolitana. Que lo que hay que hacer es plantear políticas más claras frente al resto de municipios vecinos. Esteban Yépez Gómez piensa que sería interesante empezar a construir lugares de encuentro en otros sitios, donde la gente también pueda empezar a llegar. Y Jaime Pizarro Arteaga concluye que estamos comprometidos a cumplir los pactos sociales. “Esto es fundamental, porque nosotros podemos hacer leyes, tener el control o la vigilancia, pero sin conciencia ciudadana es muy difícil”.

Somos tantos que el espacio disponible cada vez es menos y la necesidad de suelo aumenta a la misma velocidad que el crecimiento demográfico. Foto: Ana Cristina Aristizábal.


INFORME

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“Esa ducha natural revivía hasta un muerto”

QUEBRADA LA PRESIDENTA, UN ALMA CERCENADA Ángela Milena Amaya Moreno / angelaamayam@gmail.com María Alejandra Moreno De Bedout / malejamodb@gmail.com

Franco, en 1902, hacía que los muchachos de la época recogieran piedras en la quebrada para la construcción de este recinto sagrado.

Un barrio desbordado

Una quebrada inundada por el cemento y la intervención humana. Esa quebrada que es recordada cuando reclama el espacio que por naturaleza le pertenece, su cuenca. Foto: Ángela Milena Amaya Moreno.

Hoy, muchos de los que pasearon, jugaron, se bañaron y pescaron en la quebrada La Presidenta ya no están. Al partir se llevaron su alma, esa que hasta versos inspiraba: …También es nuestra vecina la llama Presidenta, ésta se desborda altiva cuando la lluvia la acrecienta”. Consuelo Toro de Botero

“En estos terrenos todo crecía, había frutales que daban pomas, guayabas, limones, naranjas y toronjas. Las quebradas eran limpias y se podía pescar para llevar a la casa sabaleta fresca”, recuerda Gustavo Franco, en una de las historias del libro Los paisajes que han tejido nuestra historia, escrito por Jaime Andrés Peralta en el que se rememora no sólo la historia del sector, sino el de la quebrada La Presidenta, considerada patrimonio ambiental de El Poblado. Los tiempos han cambiado y, con ellos, el barrio, las costumbres y la pesca que en algún momento tuvieron lugar en

La Presidenta, esa que ahora se encuentra oscura, sin peces y en sus laderas está urbanizada por el hombre, quien rompe con el ciclo hídrico natural y transforma el entorno que pasa de una gran variedad vegetal a una multiplicidad de edificios. La Presidenta es una de las 52 microcuencas que desembocan en el río Medellín. Su travesía inicia en el sector de La Morena en la vereda El Plan, corregimiento de Santa Elena; pasa por la parte alta de Las Palmas, baja por la Transversal superior, atraviesa la Inferior con la calle 10, en la avenida El Poblado forma el Parque Lineal La Presidenta y, finalmente, en el barrio Patio Bonito se desvía a la quebrada La Poblada, donde vierte sus aguas y desemboca en el río Medellín, la gran cuenca del Valle de Aburrá. “Ella antes era mucho más larga y desembocaba por el Vivero Municipal, sólo que con la canalización la pusieron a llegar al río Medellín con La Poblada”, afirma Gustavo Franco. Desviación que Guillermo León

Diosa Pérez, subsecretario de Metro Río, llama como un “error histórico de ingeniería hidráulica” porque no tiene la capacidad para recibir esos dos caudales.

De La Limonala a La Presidenta La quebrada La Presidenta era llamada La Limonala, “con ese nombre la conocíamos desde niños”, afirma Gustavo Franco; “por sus vegas abundaban los limones y las mamás nos daban una canasta para recogerlos”. Así mismo, asegura que el nombre de La Presidenta, fue dado porque en “su curso superior pasaba por las propiedades de la familia Ospina que dio tres presidentes: Mariano Ospina Rodríguez, Pedro Nel Ospina y Mariano Ospina Pérez”. La relación con la quebrada años atrás era más cercana no sólo por sus frutales, sino, también, porque existía una fuerte tradición de ba-

ñarse en sus charcos. En la vía al antiguo caserío de El Tesoro, hoy calle 10 entre las carreras 30 y 31, se encontraba el charco natural de La Presidenta. Gustavo Franco, en aquel entonces residente del barrio El Poblado, cuenta que en esa época “la caída era bien alta, de unos 10 metros o más” y que “esa ducha natural revivía hasta un muerto”. Al canalizar La Presidenta se mutiló su esencia y se alteró su ecosistema. Antes, sus vecinos jugaban en ella y la usaban sin contaminarla, los de hoy son indiferentes, sin saber que fue relevante, no saben que está presente en las bases de la Iglesia San José de El Poblado porque el sacerdote Joaquín Peláez

La Presidenta es una de las 52 microcuencas que desembocan en el río Medellín.

Hoy, en la parte alta de la quebrada, cerca al colegio San José de la Salle, se observa el agua cristalina, aunque no potable, la misma que disfrutaban sus antiguos vecinos, pero que hoy, irónicamente, al llegar a la zona más habitada, los desechos y la invasión hacen evidente la indiferencia de las personas que residen a lo largo de su cauce. La Presidenta se ha convertido en un lugar para verter y desechar lo que no sirve: basuras, escombros, aguas residuales y demás desechos que la quebrada recibe en silencio. La misma quebrada que Libia Restrepo, residente del barrio desde 1960 recuerda con nostalgia: “Mis hijos acostumbraban sacar al lado de la quebrada, muy cerca al puente de la Cra. 39 A, una olla para hacer sancocho”. Sin embargo, hoy no es posible hacer esos paseos de olla, puesto que la dinámica del barrio y, por ende de la quebrada, ha cambiado por el afán de modernización. El Poblado, que pasó de ser una zona rural a un sector residencial, tiene hoy nuevos usos y muchos de los tramos de la quebrada están ahora alterados y canalizados. Al ser canalizada la quebrada se acaba con la memoria de su cauce, se cercena su alma y la de todo el ecosistema, hasta se termina con las piedras que le permiten oxigenarse. El crecimiento de la ciudad desborda esta microcuenca porque se apodera de sus espacios y se adentra en sus lade-

ras. “Las construcciones no respetaron la distancia que deben tener las obras en las quebradas, de 10 a 30 metros, de acuerdo con la morfología de cada tramo. Por esta razón se presentan los desbordamientos y las inundaciones”, afirma Gloria Aponte García, coordinadora de la Maestría en Diseño del Paisaje, de la Universidad Pontificia Bolivariana. El Área Metropolitana y la Secretaría del Medio Ambiente, según el acuerdo 46 de 2006 que crea los Planes Integrales de Manejo (PIOM) para regular las nuevas construcciones, proponen el Parque Lineal de La Presidenta no como parque sino como sendero; sin embargo, Coppelia Herrán Cuartas, magíster en Antropología y docente investigadora de la Universidad Pontificia Bolivariana, afirma que esto no ha sucedido de forma adecuada, pues “el propósito del Parque Lineal La Presidenta no es que la gente permanezca en él, sino que sea un sendero para estancias cortas”, afirma. Por ello la Alcaldía, por medio de una alianza público-privada con los comerciantes de la zona, tiene el proyecto de mejorar el espacio público, hoy frecuentado por habitantes de calle y recuperar el sentido de parque natural. Inclusive, otras iniciativas privadas como la de Tómate el Parque decidieron actuar por su propia cuenta, con el objetivo de recuperar este parque lineal para que las personas se apropien de él y de la quebrada. “El proyecto es una prueba piloto para que las personas se apropien de La Presidenta, la conozcan y valoren su diversidad natural para generar transformaciones”, afirma Esteban Yépez Gómez, comunicador de Tómate el Parque.


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Agua... fuente de historias

La Ayurá: entre la vida y el mito Camila Reyes Vanegas / camaleonalbo@gmail.com Natalia Correa Castaño / naty.correa.casta@live.com

Cuando se habla de agua se alude a un recurso, pero cuando interiorizamos su significado comprendemos que se habla de historias, personajes, emociones e imaginarios que se construyen en su entorno. Así, La Ayurá es una fuente de vida muy especial en Envigado, que atrapa cuando se escuchan sus historias.

Génesis “Yurá” es el nombre original de la quebrada que se conoce como La Ayurá. Este vocablo tiene raíces indígenas y significa “perico ligero”, un mamífero que pertenece a la familia del perezoso. Los primeros pobladores que llegaron a La Ayurá fueron los Anaconas, comunidad indígena que habitaba el suroeste del Valle de Aburrá. Sin embargo, los primeros habitantes de la quebrada fueron cientos de peces como corronchos, sabaleticas y buchonas. Después de ello, varios grupos humanos se establecieron en los alrededores de La Ayurá y reconocieron en sus aguas un tesoro para aprovechar: lavar la ropa, bañarse, realizar alguna actividad económica, llevar agua hasta sus hogares o para dejarse seducir por el mito de la fecundidad. Pero no todo era perfecto en La Ayurá. Quienes vivían en la parte más alta tenían más posibilidades de acceder al recurso, mientras que los de la parte baja recibían muy poco y esto desató múltiples enfrentamientos. El Plan de Desarrollo de El Poblado (2010) explica en su informe: “(…) la utilización de estos espacios estaba vinculada a los estratos socioeconómicos, pues había quebradas para los sectores populares y otras para la élite, lo que va indicando las fuertes divisiones sociales que han marcado el sector y que se mantienen hasta la actualidad”. Desde otra perspectiva, Bibiana Preciado Zapata, historiadora de

la Universidad de Antioquia, en su trabajo de grado sobre La Ayurá Entre la tradición y el progreso (2007), expresa que la quebrada permitió el encuentro de diversas actividades, relatos y personajes. “Ayer a los 2 p.m. en momentos en que el suscrito alcalde practicaba con su secretario una comisión en el paraje de Rosellón (…) vio unas mujeres lavando ropa sucia en las aguas de la quebrada Ayurá (…) por lo cual se acercó a ellas en asocio con los testigos Luis Acevedo y Mariano Cano para reconocerlas y eran Mercedes Pareja, Delfina Londoño y Petronila Echavarría”, registra el Archivo histórico de Envigado. Simultáneamente, se crearon normas que debían seguir todos los visitantes de la quebrada. En épocas de verano y por lo saludable de las aguas de La Ayurá, hombres y mujeres debían bañarse por separado para evitar deseos pecaminosos. “Aquéllas se bañarán en la mañana y ellos después del mediodía”, rezaba el decreto. De este modo, el cuerpo se convirtió en un templo que debía cuidarse y, a la vez, ocultar ante los ojos de los demás. Por ello, las miradas se hicieron más intensas y

el coqueteo fue un ingrediente sutil que utilizaron los jóvenes para enamorar a sus doncellas. Hoy, La Ayurá queda en la memoria de los habitantes de Envigado y en sus dos mayores creaciones: el himno y el escudo.

Historias Miriam de Vanegas Cadavid recuerda que, cuando visitaba Envigado, le aconsejaban que si quería tener una larga descendencia, lo mejor era que se bañara en La Ayurá: “Eso eran cuentos que se creía la gente”, dice. También se mandaba a las que no podían tener hijos: “Y se enviaban precisamente allí, porque se decía que en su nacimiento existía un Seminario donde los muchachos se bañaban y lavaban sus calzoncillos, lo que hacía que bajaran todos sus deseos”, relata Miriam con humor. El poeta envigadeño Darío Restrepo Jaramillo escribió esta frase particular sobre el mito: “Las aguas de esta quebrada portan fiel sabor a vino y la mujer que allí se baña ha de tener muchos hijos”. Por su parte, Nepomuceno Jiménez Jaramillo, un médico antioqueño notable de la época,

“A mis tías les contaban que en las noches se escuchaba el llanto de una mujer que había tirado su hijo en las orillas de La Ayurá y repetía: Aquí lo dejé, aquí lo encontraré”.

La quebrada de La Ayurá permitió el desarrollo de múltiples actividades económicas, domésticas, recreativas y productivas en las que el agua se empleó como un bien, un pasatiempo y el fundamento de la vida. Foto: Cortesía de Luis Fernando Ochoa, Presidente del Club Fotográfico de Envigado.

aseguraba que La Ayurá tenía en su cauce metales radioactivos que alteraban la fecundidad de las mujeres y las hacía más fértiles. Otros, como John Jairo Ángel Arango, técnico operativo de Parques y Arborización de la Secretaría de Medio Ambiente de Envigado, recuerda las historias que su madre le contaba a él y a sus hermanos en torno a la mesa y a la hora de dormir: “La fertilidad del agua de la quebrada La Ayurá era tan potente que una tarde un trovador muy borracho cantando y tocando con su guitarra, se le cayó a la quebrada y en pocos segundos comenzaron a nacer pequeñas guitarritas”.

Otro caso curioso fue el que referenció el doctor Manuel Uribe Ángel sobre la mujer más prolífica de Envigado, quien dio a luz a 34 hijos. Al respecto, comenta en su libro sobre Geografía general del Estado General de Antioquia (1885): “Hoy no es raro ver en este Distrito hombres de menos de cincuenta años rodeados en la mesa de veinte y más hijos, todos ellos de salud floreciente y cumplida”. Por su parte, María Angelina Rendón Carmona, de familia y ancestros envigadeños, recuerda que una de las mejores épocas de su vida se tejió con sus vecinas, en los paseos que realizaban a la quebrada. También

acota entre risas sus historias de los baños en la mañana: “Cómo pasábamos de bueno, nos bañábamos con camisas largas, nos tirábamos agua, hacíamos chistes entre nosotras, éramos como diez solteritas; eso sí, los muchachos, los hermanos de mis vecinas, nos cuidaban desde lejitos para que no llegaran unos bien avispados a espiarnos”. María Angelina Rendón Carmona, con 92 años de edad, es conocida entre sus amigos como “La Melliza”, no tuvo hijos y tampoco se casó. Habla de La Ayurá y su mirada se llena de una bella chispa. Para ella, más que un espacio de fuente de mitos en los


INFORME

CONTEXTO No. 39 Octubre 2013 UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA que nunca creyó, fue y es un espacio que, como en un álbum, guarda los mejores recuerdos. “Allí hablaba de temas íntimos con mis amigas, conocí la pureza y libertad del agua, La Ayurá también fue mi punto de encuentro con muchachos que me gustaban”. A diferencia de María Angelina, Guillermina Vasco Sánchez cree en cada uno de los mitos que su mamá y sus tías le contaban en las tardes en las que se reunían. Recuerda dos historias que la marcaron. “En Envigado una mujer se casó y como toda pareja normal, quería tener hijos, pero el tiempo pasaba y no era posible que la mujer quedara en embarazo, luego de muchas súplicas y de bañarse reiteradas veces en la quebrada La Ayurá, dio a luz a doce hijos en un mismo parto, por el milagro que Dios les concedió, les pusieron los nombres de los doce apóstoles”. Para Guillermina Vasco Sánchez La Ayurá es fuente de mitos, de historias, un referente para los envigadeños, pero sobre todo un lugar de socialización: “Imagínese que los lunes la gente iba a lavar la ropa a la quebrada y cada familia se apropiaba de una piedra. Mientras la gente lavaba conocía gente de otras

calles de Envigado, a los días se encontraba uno la misma gente en la plaza y así era como se hacían nuevas amistades”. Guillermina cuenta que La Ayurá fue el lugar donde nació el mito de la Llorona. “A mis tías les contaban que en las noches se escuchaba el llanto de una mujer que había tirado su hijo en las orillas de La Ayurá y repetía: Aquí lo dejé, aquí lo encontraré”. También, Sergio Restrepo Jaramillo, antiguo habitante de Envigado, recuerda que La Ayurá era su lugar preferido de juegos, pero también el más temido: “Un día casi me mata. En Rosellón represaban el agua para lavar el algodón de los telares y a veces la soltaban. Y en una de esas, yo venía de recoger varillas para las cometas y la quebrada se creció. Me arrastró hasta la Salle y quedé como un nazareno. Me dejó sin mis tenis nuevos la condenada”. Pero aún en medio de sus aguas turbulentas, La Ayurá era su preferida desde pequeño para ir a pescar corronchos y observar seres extraños, que andaban por las laderas de la quebrada: “Yo sé bien qué hacían, pero eran muy peligrosos; eran bípedos y miraban al piso. Caminaban con pasos largos y como distraídos. Mi abuela me decía

que eran muy peligrosos. Pero para mí eran muy bellos, no eran animales, eran seres mágicos”.

Presente La cuenca de La Ayurá nace en un ramal de la cordillera central de los Andes a 2.850 metros sobre el nivel del mar, específicamente en el cerro El Astillero, en límites con los municipios de Envigado y El Retiro. Se caracteriza por las pendientes fuertes y la presencia de bosques “alto andinos” y “bosques de niebla”. Frente a esto, Agustín Gutiérrez Henao, ingeniero agrónomo y jefe de sección de Parques y arborización de la Secretaría de Medio Ambiente de Envigado, asegura que con el tiempo han ido desapareciendo especies, flora y fauna, que se veían en terrenos de la cuenca. “A veces, el hombre no entiende que un bosque no es tener siete árboles y ya. Es un sistema más complejo, un sistema amplio donde cohabitan e interactúan la flora, la fauna, el agua y el suelo”, destaca Gutiérrez. Sus principales afluentes son las quebradas La Sebastiana, La Miel, El Salado, La Ahuyamera, El Palo, La Cachona, La Honda y El Atravesado; y otras de menor importancia

como La Hondita, La Seca, Las Brujas y La Pavita. En términos generales, La Ayurá es una de las quebradas más importantes de Envigado y del río Medellín (donde desemboca). Consolidada como un símbolo de la historia de sus habitantes y es una de las quebradas más limpias que llega al río Medellín, junto con La Paulita y La Sebastiana, asegura John Jairo Ángel Arango. Otro aspecto que ha resaltado el nombre de la quebrada es el programa “Parceros”, un proyecto social de la Secretaría de Medio Ambiente de Envigado, que nació en alianza con el desaparecido Instituto Mi Río. El proyecto quería integrar personas de escasos recursos, adultos mayores y jóvenes con problemas de adicción a las que se les dificultaba integrarse al mundo laboral: “Pero ahora puede vincularse todo el mundo y cambiamos el nombre para “Pre-ambientalistas”, dice Hugo Londoño Giraldo, integrante del grupo desde su origen y supervisor de cuencas y quebradas de Envigado. Esta propuesta tomó tanta fuerza que se consolidó con el nombre de “Pre-ambientalistas”, que se encarga de limpiar las quebradas y las cuatro microcuencas del municipio de Envigado.

El historiador Renier Castellanos Menesses, director del programa de Historia de la UPB, expresa que cuando hablamos del agua o de su papel en la historia, debemos relacionarla siempre con la cultura. “Los complejos culturales más significativos en la historia han tenido las corrientes fluviales como ejes de desarrollo. La razón es que el agua es fuente de fertilidad para las tierras que garantizan la seguridad alimentaria, el intercambio comercial, el transporte, entre otros”, asegura Castellanos. En este sentido, expresa que La Ayurá sería el eje de desarrollo para Envigado porque utiliza la riqueza y el valor de sus aguas para cumplir con la seguridad alimentaria, el desarrollo urbano y comercial y el industrial, en algunos casos. Así mismo, afirma que no podría haber historia sin el protagonismo de los ríos, quebradas y lagos como fuentes de identidad y de desarrollo. Con este panorama, Luz Stella Carmona Londoño, ingeniera forestal, doctora en Geografía y docente de la UPB, opina que a pesar de las transformaciones que pueda sufrir la quebrada, ésta no se borra. Lo que se transforma son sus usos y la ocupación a lado y lado de la ribera.

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“La Ayurá, como todas las fuentes hídricas, son estructurantes del paisaje. Condicionan el territorio, sus usos y prácticas y, en consecuencia, el hombre siempre debe considerarla para cualquier proceso de ocupación. Lo que pasa es que cuando se desborda la quebrada, en ese momento éste reacciona”, anota Carmona a manera de reflexión. Y es que el hombre, como señala Carmona Londoño, es ante todo un sujeto espacial, que tiene el deber de comprender su territorio y reconocer sus prácticas. “Somos una herencia de esa ocupación, por eso no podemos desprendernos de la historia ni de las personas o prácticas que han habitado esos territorios”, puntualiza. En síntesis, lo que podemos encontrar en La Ayurá son historias y relatos que seguirán a lo largo de los años, como si no tuvieran fecha de vencimiento: de abuelos a nietos, de padres a hijos, de vecino a vecino, entre hojas de libros, de archivos históricos o monumentos, que logran rememorar las historias de la fecundidad, de las ‘charqueadas’, de los paseos de olla, de las lavanderas, de la antigua fábrica Rosellón y de todos los personajes que hicieron parte de esas aguas.

“¡Oh dulce y bella niña que bañas tu blancura, en aguas lustrales de la tibia Ayurá, tú sabes que en sus ondas la leyenda murmura, y en sus rotas espumas la vida brotará!”. Poema de Franco Vélez, “La fecundidad de La Ayurá”. Foto: Colección particular de Álvaro Jaramillo.


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Breve historia de una fuente de agua

La quebrada Santa Elena vive bajo el pavimento Pablo Andrés Monsalve Mesa / pabloandresmonsalvem@gmail.com Elizabeth Chalarca Posada / eli9309@hotmail.com

Una de las más importantes fuentes hídricas de la Medellín de los siglos XVIII y XIX fue la quebrada Santa Elena. Como parte fundamental de la incipiente ciudad, abasteció a los primeros pobladores y permitió el inicio del crecimiento industrial. La cuenca de la quebrada Santa Elena, que se encuentra en la parte centro- oriente de Medellín, anteriormente era conocida con el nombre de Aná, ya que en la parte alta se encontraba un centro de ceremonia de los indígenas Tahamíes, quienes habitaban esa zona, del mismo nombre. El lugar fue escogido por las tribus, debido a la vista que tenían del valle y porque estaban prote-

gidos de las crecientes cuando el invierno arreciaba. Hacia 1874 allí se realizaban actividades tradicionales como búsqueda de oro, lavado de ropa y el disfrute de sus charcos. Al mismo tiempo, sus aguas abastecían a la ciudad por su pureza, caudal y cantidad. Fue una época en la que se construyeron varios puentes que facilitaron el avance de la urbe hacia el Norte. La quebrada Santa Elena, que se ubicaba en uno de los lugares más bellos de la ciudad, por su arquitectura, arborización y ambiente, fue paulatinamente abandonada por los pobladores locales. Antes, era la fuente de agua para las casas y un lugar de disfrute para

las personas que iban de algunos de los barrios aledaños como Buenos Aires, Prado, las Palmas o que llegaban del mismo centro. En los charcos se podían pescar sabaletas y otros pequeños peces de agua dulce; además, las personas tenían como costumbre llegar hasta el río Medellín para darse un chapuzón en las aguas frías y estar con sus familias. En varias calles aledañas se vendían los pescados que se sacaban de ese lugar. Los puentes, que también hacían parte del entorno, eran lugares de reunión para los jóvenes –quienes miraban a las colegialas–. También era sitio de ventas de frutas y para contar historias tenebrosas; por ejemplo, se contaba la historia que en uno de los puentes construido por Alejandro Echeverri, se contaba la historia de un espanto que arrojaba piedras a quienes pasaban a altas horas de la noche. Leticia Mejía Naranjo recuerda que, cuando viajaba desde su tierra, Manizales, en el departamento de Caldas, para saludar a sus familiares o pasar vacaciones en Medellín, en su agenda siempre tenía un día o dos para visitar este hermoso paraje de la ciudad, con árboles, piedras y mangas, donde disfrutaba del paisaje tranquilo de agua fría, que viaja (todavía hoy) desde las tierras del Oriente antioqueño.

Una quebrada sepultada bajo pavimento

La longitud del cauce principal de la quebrada Santa Elena es de 15,4 km. La microcuenca en total tiene una extensión de 45,08 km2. Foto: Pablo Monsalve M.

En la parte más alta de la quebrada, cerca de su nacimiento, había una hidroeléctrica inaugurada el 7 de julio de 1898 y fue gracias a este proyecto que se instalaron 150 bombillos para el alumbrado público y 3.000 lámparas incandescentes empezaron a funcionar en varios hogares; esta planta dejó de funcionar en 1952 por causa de daños en la tubería. En 1921, se inauguró el embalse Piedras Blancas, que ha abastecido a la ciudad hasta hoy y que, a su vez, sirvió, a comienzos del siglo XX, como fuente de energía para el tranvía eléctrico. A principios de ese mismo siglo se inició el proyecto de cubrimiento de la quebrada. Los trabajos comenzaron en 1920 pero fue en 1941 cuando se cumplió con toda la obra. Este taponamiento tiene en la actualidad una distancia de 2.6 kilómetros, desde el barrio La Toma hasta su desembocadura en el río Medellín. Su cubrimiento se hizo necesario por una medida de higiene pública, pues la quebrada se había convertido

en una cloaca, recipiente de aguas negras y basuras, foco de infecciones y malos olores; todo ello se agravó por el aumento de viviendas, comercio e industrialización en sus alrededores, producto de la modernización. La ciudad no tenía un buen servicio de alcantarillado y todas las aguas negras llegaban hasta las puras y cristalinas que nacían en las montañas del Oriente. Las aguas negras, las basuras, los desechos de las pequeñas y grandes fábricas ubicadas en el barrio La Toma y en las orillas de la quebrada Santa Elena, eran vertidos a sus aguas sin ningún tratamiento y, poco a poco, estos desechos aumentaron por el crecimiento de la ciudad y la poca conciencia de cuidado del medio ambiente que existía en la época, explicó Reinaldo Spitaletta Hoyos, periodista, escritor e investigador en temas urbanos. Así, la quebrada dejó de correr libre y descubierta, en un hecho que hoy muchos lamentan, por considerar que otras medidas debieron tomarse antes de dejarla bajo el pavimento. “Cubrir la quebrada implicó una transformación de ciudad. En el agua circula el desarrollo de la urbe. La quebrada atraviesa Medellín, está por debajo de ella; para mí es una huella imborrable”, expresó el antropólogo Aníbal Parra Díaz. Medellín era, además, una ciudad que crecía rápidamente y las vías no eran suficientes para carros y transeúntes. “De esta manera, el inolvidable paseo de La Playa -con las aguas de la quebrada, sus ceibas centenarias, prados verdes y sus queridos puentesdesapareció sin dejar rastro en la memoria de las nuevas generaciones”, se lee en el libro Cuencas hidrográficas del municipio de Medellín. Así mismo, el alcantarillado de Medellín, cuya historia está llena de aciertos y errores, llegó a un buen nivel tecnológico en 1962. Antes, ríos, quebradas y afluentes fueron las alcantarillas de la ciudad. El ingeniero Federico Múnera recuerda que hace cuatro años realizó un estudio que le implicó internarse en la quebrada, unos diez metros bajo el pavimento. En su recorrido descubrió que algunos puentes siguen en pie, como el de Girardot y el de El Palo y conservan baldosines y ladrillos. La historia de la quebrada Santa Elena está por contarse. La conmemoración del Bicentenario de la Independencia de Antioquia puede ser un buen motivo para recuperar su pasado. Ella hizo parte vital de la ciudad en crecimiento, en un momento clave de sus transformaciones urbanísticas. Una quebrada que, bajo el suelo, encerrada y canalizada, aún conserva su cauce y su fuerza.


CRÓNICA

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Recorrido por los tres grandes puertos del Valle de Aburrá

Donde ellos terminan, nosotros comenzamos Juan Pablo López Molano / soyjplopez@gmail.com

Nuestros atributos geográficos y la gran afición ciclística antioqueña, han sido los progenitores de los escarabajos legendarios y de los que están por hacer historia en el país. La geografía escarpada que encierra al valle franqueado por el río Medellín hace que el término ‘romper piernas’ cobre una acepción hermosa. El Alto de Las Palmas, la Loma de El Escobero y el Alto de Santa Elena son los puertos responsables de la consagración de actuaciones de ciclistas del talante de Lucho Herrera pero, más importante aún, las montañas son las garantes de forjar las piernas de jóvenes que aspiran a convertirse en escarabajos foráneos en el viejo continente, como ahora lo son Sergio Luis Henao, Carlos Betancur, Nairo Quintana y Rigoberto Urán. Estos ascensos, que están a la altura de los grandes puertos europeos, son una especie de edén ciclístico. La topografía y eterna sensación climática primaveral de Medellín hacen que sea el sitio ideal para que los amantes de la bicicleta, tanto profesionales como cicloturistas, salgan a devorarse los kilómetros cuesta arriba de las tres cumbres bestiales del Valle de Aburrá. *** Doce del medio día. Un calor abrumador catalizaba la sensación térmica del asfalto en el kilómetro 9 del ascenso a Las Palmas por la variante de El Tesoro, en la edición 57 de la Vuelta a Colombia (2007). Fue justo en esa altura en la que Mauricio Ortega decidió atacar y amenazar la camisa del líder, la camisa que en ese momento portaba “el Santi” Botero (que entre otras cosas, lo estaban atacando en su propia casa, en su lu-

gar de entrenamiento). “Santiago, un mes antes de la Vuelta a Colombia, me dijo que hablara con (Sergio) Fajardo para que quitara la llegada en Las Palmas. Él le tenía mucho agüero a esa subida y el día anterior ni durmió. Tuve miedo de que ese día perdiéramos la Vuelta”, apunta el técnico más ganador en la historia del ciclismo colombiano: Raúl Meza. Y como se dice en el lenguaje ciclístico, a Santiago le dio “la pálida” y no tuvo piernas para responder el ataque de Ortega, Buenahora, y otro puñado de ciclistas criollos, en una rampa que punza un brutal 14% de inclinación. Un “pelao” que corría detrás del campeón mundial a contrarreloj (2002) le refrescaba la espalda con agua y al mismo tiempo le dio lo que pareció ser el ‘dopaje’ para que ese día, el 5 de agosto de 2007, Botero se regulara y lograra mantener una diferencia de 1 minuto y 4 segundos con su inmediato perseguidor, Mauricio Ortega. Ese año Santiago Botero ganó su única Vuelta a Colombia y el ‘dopaje’ que ese párvulo le entregó era una chocolatina Jet. Alejándonos de la Comuna 14, pasamos al corregimiento de Santa Elena. De Las Mellizas, en el barrio Buenos Aires, parte la llegada en alto más popular y con más tradición del Valle de Aburrá. “Yo recuerdo que gigantes como Oliverio Rincón y Lucho Herrera ganaron allí con los mejores tiempos en la cima que más público reúne. Es una fiesta en la calle cada vez que hay llegada en Santa Elena”, atestigua Juan José Escobar, aficionado cicloturista. Tiene una distancia de 16,2 kilómetros, con una pendiente máxima de 16% y el mejor panorama de todos los ascensos para divisar

Medellín, mientras se sufre “deliciosamente”, en la que es la frase de cajón favorita de los periodistas deportivos: “El caballito de acero”. El puro aire natural que deja percibir el aroma a bosque penetra los pulmones, compensa un poco el padecimiento que termina a 2.500 metros sobre el nivel del mar, allí en tierras de silleteros y que confirman que el ciclismo es un descubrimiento de la geografía. “En plenas calles de Envigado empieza la carretera que parece dirigirse al cielo. O al infierno, si lo acometemos en bicicleta, sin más ayuda que nuestras piernas y corazones”, así describen el inhumano ascenso a la Loma de El Escobero o al “Mortirolo colombiano”, como lo llaman Gustavo Duncan y Assier Bilbao, creadores del que puede ser el mejor blog de ciclismo técnico de nuestro país: Altimetrías colombianas. Hay que atravesar dos pisos térmicos para coronar el puerto con la mayor pendiente media de cualquier carrera profesional que se haya corrido en Colombia. Es una pared. “Pocos lugares en el mundo te pueden ofrecer tantas escaladas como las del Valle de Aburrá. Tiene tres puertos fuera de serie, entre ellos El Escobero; eso sí le aseguro, no lo encuentra en ningún otro lado del planeta, es que en el Valle de Aburrá perfectamente se puede hacer una etapa tipo Giro d’Italia sin salir del Área Metropolitana, pero no se explotan todas sus virtudes geográficas al máximo”, afirma un Duncan impotente ante la precaria planeación de la Federación colombiana de ciclismo. *** ¿Por qué entonces del Valle de Aburrá y Antioquia salen los mejores ciclistas de Colombia?

Pues hay que mencionar la gran afición de la ciudad por el deporte que más alegrías le ha dado al país, junto con las miles de personas, de todas las edades, que salen a pedalear los fines de semana por recreación. También se debe señalar la buena labor del departamento de Antioquia por la formación del equipo Orgullo Paisa en 1993 (hoy Aguardiente Antioqueño-Lotería de Medellín), que ha creado escuela en la ciudad, y saca los mejores exponentes de las bielas antioqueñas. Pero el factor fundamental es la tesis de que: “Nosotros, los colombianos, y más que todo los paisas, decimos que la montaña es nuestra y no es tan así. En Europa también hay mucha montaña. En Francia, por

ejemplo, tienen el Alpe d’ Huez, el Mont Ventoux, el Tourmalet, Briançon, cuentan con puertos igual o más duros que los nuestros, entonces ¿cuál es la clave? Pues es la altura”, asegura Raúl Meza, tajantemente. Nosotros arrancamos desde 1.600 metros de altura, desde la montaña, a subir más montaña. Este factor adapta y prepara más a nuestros ciclistas, a diferencia de los europeos, ellos inician casi sobre el nivel del mar. Nuestra geografía y altura hacen que los escarabajos colombianos sean más ligeros, menudos y combativos; es por esto que donde ellos, los del viejo continente, terminan la montaña, nosotros, los arrieros, apenas la estamos comenzando.

Glosario Puerto de montaña: es una ruta vial o paso para cruzar una montaña o cualquier clase de sistema montañoso. Porcentaje de inclinación: es la inclinación que posee una vía o carretera expresado en porcentajes. Por ejemplo, un porcentaje del 20% significa que se asciende 20 metros en un trayecto de 100 metros horizontales. Pendiente máxima: es el máximo porcentaje de inclinación en un tramo de un recorrido vial. Pendiente media: es el resultado promediado de todos los porcentajes de inclinación de una cuesta.

La caballerosidad también tiene lugar cuando se sube a Las Palmas. Foto: Catalina Rodas.


16 Reportaje gráfico

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Geografía humana del Valle de Aburrá En este valle mestizado convive una sociedad fermentada entre montañas y abundante agua. Nuestra particular y diversa geografía humana empezó cuando los ‘descubridores’ avistaron el lugar desde el cerro Barcinos, hacia finales del siglo XVI. La transformación empezó con los indígenas y conquistadores; siguió con los inmigrantes que llegados desde las montañas de Oriente, buscaron el clima primaveral; luego, a principios del siglo XX, con oleadas de campesinos atraídos por el trabajo en la naciente industria y desde hace unos 50 años por gentes y familias desplazadas por una violencia que los obligó a abandonar su geografía rural para habitar en una urbana, caótica y no siempre acogedora. Fotos de: Ángela Amaya, Andrea Nieto, Catalina Rodas, Natalia Calderón y Natalia Correa.


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