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EL PERIODISMO NO ES UN CUENTO DE HADAS
Por Alexandra Rodr Guez Burgos Especial Para En Rojo
Detienen la programación. Las noticias reportan el caso de una mujer que buscan en una finca del noreste de Puerto Rico. La joven lleva casi 48 horas desaparecida. Se activan protocolos y planes. Llegan todos: Policía, Manejo de Emergencias, personal municipal, expertos en búsqueda y rescate. Se nos dice que la desaparecida padece de una condición de salud mental. Todos están alertas: ciudadanos, medios, familiares, amigos.
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La cámara del noticiario se enfoca en la madre de la joven, que grita sin consuelo. La mujer le dice a la prensa que se vaya, que no tienen nada que reportar. La prensa no hace caso; se queda.
Llegan más periodistas. Uno detrás de otro. Una de las reporteras le coloca el micrófono a la señora casi en la barbilla; el otro, la cámara. La mujer grita, se aleja, llora. Una empleada de manejo de emergencias abraza a la desconsolada señora.
Otra escena. Llegan más periodistas: de prensa escrita, televisión, radio... Llevan celulares, cámaras, micrófonos, luces.... La joven mujer aparece. Se enteran todos. “Ahí está, en el carro, con los ojos cerrados. ¡Grábala! ¿La grabaste?, le reclama una periodista al camarógrafo. Los policías exigen espacio: “Necesitamos que se alejen. No pueden estar aquí. Respeto, por favor”.
Nadie se va. Todos se acercan. La prensa se escabulle. Levantan la cinta amarilla que ha puesto la Policía. La mujer se desvanece; se desmaya. La transportan en ambulancia. La joven, repito, padece de una condición de salud mental; que no se nos olvide.
Cambia la escena. La prensa corre a entrevistar a otros familiares. Se acomodan alrededor del padre y de alguien a quien no identifican. Les cuestionan acerca de señales que hayan llevado a esta mujer a escapar. “¿No se dieron cuenta de que algo le pasaba?”, les reclama la prensa. Los familiares contestan hasta donde pueden, lloran... Otro familiar se cansa y responde: “No vamos a contestar esas preguntas. Lo siento”.
Interior de un estudio televisión. Un periodista entrevista a una psicóloga. Primera pregunta que escucho, refraseo: “¿Qué podemos hacer ante situaciones como estas, en que la familia cree, como en este caso, que la depresión son changuerías?”. Apago el televisor. No aguanto más.
En otro lugar, muy posiblemente, en la Universidad del Sagrado Corazón en Santurce o en la
Universidad de Puerto Rico en Río Piedras, hay una sala de estudiantes de periodismo llena. Alumnos capaces y responsables estudian la profesión con vocación. Discuten el código ético del oficio. Llegan a la clase indignados, luego de la cobertura que acaban de ver en televisión. Reclaman que lo medios no abordan, con empatía ni profesionalismo, a los familiares de las víctimas en circunstancias dolorosas.
Los estudiantes comienzan una discusión con sus compañeros sobre la relación de la línea editorial de un medio y la ética, a base de sus propios criterios entre lo que es correcto y lo que no lo es. Se cuestionan acerca de los intereses detrás de las coberturas y dudan de si serán capaces de dedicarse a una profesión tan delicada, en que abunda la insensibilidad y, a la vez, tan expuesta. Se preguntan de qué les sirve aprender sobre utopías éticas frente a lo que pasa diariamente en la calle. “¿Qué alternativas tenemos?”, insisten. El profesor no puede responder, al menos como ellos quisieran. Él sabe lo que debería contestar, pero no lo hace, al menos como los estudiantes esperarían: con honestidad.
En el salón el profesor trata de justificar cada acción; conoce bien el medio. Está seguro de que hoy a estos periodistas sus jefes los felicitarán. Cada uno de los reporteros llegará a la sala de redacción de su lugar de trabajo, satisfecho, feliz... Sus colegas los recibirán con elogios por esa cobertura “tan completa”. En unos días, veremos su reportaje grabado en un anuncio de promoción del canal, en el que destacarán la forma tan “profesional” en que “ayudaron a la gente” y de “cómo debemos sentirnos orgullosos de cómo mantuvieron al pueblo informados”. ¿Qué se les dice a los futuros profesionales? Pregunto yo ahora, con seriedad.
¿Quién les dice a estos estudiantes que será cuestarriba competir contra la insensibilidad de la noticia? ¿Cómo se les dice que cada día se les asignará realizar una labor que podría fomentar la deshumanización y los prejuicios? ¿Cómo deben reaccionar ante esta realidad?
No hace falta decirles. Ellos saben, con conocimiento de causa, la realidad a la que se enfrentan; la audiencia también. No son ingenuos. Cada uno reconoce que existe un negocio y un fin ulterior detrás de cada cobertura mediática. Los noticiarios son un espectáculo y cada uno satisface esa función. Los estudiantes entienden que se viven dos mundos muy distintos entre la práctica y la teoría. La pregunta entonces sería: ante esa realidad, ¿qué se hace? Le siguen otras, quizá, más fáciles de responder: ¿Debe un fotoperiodista grabar a quienquiera sin importar quién sea o por lo que esté pasando? Si la persona afectada fuera un familiar de alguien conocido, ¿lo reportarían igual? Si fuera el periodista la persona afectada, ¿aceptaría que la prensa se comportara con total intromisión e insensibilidad? ¿A quiénes verdaderamente afecta cada historia que reportamos? ¿A quiénes beneficia? ¿Qué consecuencias tienen estos actos insensibles y antiéticos? ¿Qué alternativas tiene cada periodista para minimizar el daño que la profesión puede causar? fecha, en concentraciones más bajas que los estándares de agua potable reglamentados por ley. Pero la presencia de todas esas sustancias en el agua que consume la población, significa dos circunstancias altamente preocupantes. Primero, se reconoce que, aunque esas sustancias están bajo el estándar de potabilidad, la presencia de múltiples elementos tóxicos en el agua que ingiere toda la población de estos acuíferos, tiene efectos sobre la salud pues plantean lo que en la ciencia se conoce como efecto sinergético. Cuando las agencias con responsabilidad y autoridad adoptan un parámetro como estándar de potabilidad, lo realizan a base del potencial efecto de esa sustancia o mineral de forma individual en la salud humana. En este tipo de análisis no se pondera el efecto combinado o la toxicidad resultante de exposición continua a múltiples sustancias peligrosas, aunque estas estén en relativa bajas concentraciones. Por otro lado, cuando se fija un estándar de agua potable, no se toma en cuenta la ingesta de ese contaminante por otros medios como el aire o los alimentos. Es decir, la toxicidad de esas sustancias se pondera con criterios de laboratorio de forma individual e independiente de los medios ambientales en los que se encuentra. Así planteado, una persona que ingiere agua con niveles de contaminantes de múltiples sustancias y a la vez respira aire con los mismos contaminantes y se le agrega que algunas de estas sustancias pueden estar presente en algunos alimentos que se ingiere, entonces el agregado de todas estas ingestas puede representar un problema de salud pública significativa. Y para complicar este cuadro, se debe reconocer que, conceptualmente, agencias como la Food and Drug Administration (FDA), OSHA (Occupational Safety and Health Administration) y la EPA establecen estos niveles de contaminantes a base de la exposición de un adulto de mediana edad, saludable y hábil para realizar funciones laborales. Hasta donde conozco profesionalmente, los estándares de niveles de contaminación de sustancias peligrosas, tanto en el agua potable, el aire ambiental como en los alimentos, no ponderan los efectos, ni individuales ni en conjunto en poblaciones de edad avanzada, niños, personas con condiciones metabólicas crónicas de salud y los inmunocomprometidos, todos los cuales en conjunto componen una parte mayoritaria de la población de cualquier grupo comunitario. En conclusión, la población en Salinas-Guayama que toma agua potable con los metales tóxicos encontrados en el estudio del Colegio de Químicos, están amenazados en su salud.
Como bien dijo una vez la periodista Milagros Acevedo Cruz, tomar buenas decisiones éticas no es analizar una acción luego de realizada. Se trata de evitar cometer esa falta ética, en primer lugar. El deber de informar jamás debe estar supeditado a la falta de sensibilidad o humanidad. Lo correcto es informar, claramente, pero desde la compasión y el respeto.
Transcurre un rato más y alguien enciende la televisión otra vez. Escucho al esposo de la mujer que apareció agradecer a todos: a los medios, a las agencias, al país... Al escucharlo, quiero borrar cada palabra que he escrito en esta columna. ¿Para qué indignarse si el esposo está agradecido de ese trato mediático? Me confundo. La prensa no tiene la culpa. La competencia entre medios hace casi imposible la tarea de hacer buen periodismo en este país y en todos los demás. Y aquí, como en todos los demás, el periodismo es difícil, pero se ejerce, y se ejerce bastante bien. Los periodistas de mi país son, en general, profesionales comprometidos y serios. El poder lo ejercen otros y cada periodista responde a ello; no tienen otra alternativa.
El esposo tiene razón y debe agradecer. Claro que debe hacerlo. Su esposa apareció viva. Las agencias trabajaron adecuadamente, dentro de las circunstancias, y ella está bien, dentro de todos los escenarios que pudieron ocurrir.
Me acerco a la televisión otra vez. La cámara se acerca a una periodista y luego enfoca en el esposo de la mujer. La reportera formula una pregunta más: “Entonces, ¿diría que esta historia tuvo un final feliz?”. “Por supuesto que sí”, responde el hombre con emoción en la voz.
¿Final feliz? Pero ¿qué clase de pregunta es esa? Pobre mujer, si ahora es que todo empieza: tratamiento, ayudas, terapias... (La indignación ahora es coraje). Ni el periodismo ni la vida son cuentos de hadas.
Segundo, la identificación de sustancias tóxicas en las muestras de agua potable analizadas por el Colegio de Químicos valida contundentemente la preocupación de múltiples expertos que señalaban que las cenizas tóxicas depositadas sobre y bajo la superficie de las áreas de influencia de recarga de los acuíferos, eventualmente, por disolución y migración, contaminarían las fuentes de agua subterráneas que sirven de fuente y abasto para la AAA. Los minerales encontrados
Mirada Al Pa S
en estos análisis no se producen de forma natural en lo suelos ni en la geología de los acuíferos del sur, sino que corresponden químicamente con la composición con las cenizas del carbón mineral. Es decir, tenemos un problema de contaminación en desarrollo en los acuíferos del sur que constituyen las fuentes de agua potable. Esa contaminación deriva de las cenizas tóxicas depositadas irresponsablemente en la superficie de la corteza terrestre. La disposición negligente de esas cenizas es responsabilidad de AES y de las entidades gubernamentales que autorizaron o toleraron la práctica de uso de las cenizas tóxicas como relleno en proyectos de desarrollo urbano y en fincas agrícolas de la región. Estamos ante un problema de fenomenal envergadura de salud ambiental y salud pública.
Los resultados de los análisis informados por el Colegio de Químicos correspondían a muestras tomadas el 1 de marzo y el 8 de agosto de 2021. A esa fecha la entidad planteaba que intentó acceder a algunos pozos de AAA para tomar muestras en los mismos pero la corporación no lo permitió. La AAA reaccionó a la información. divulgada del Colegio de Químicos planteando, entre otros asuntos, que las concentraciones determinadas estaban bajo los niveles de preocupación de la reglamentación que aplica y que los análisis que realiza la entidad confirman que el agua que suple es potable. Lo que no dijo la Autoridad es que ellos no realizan análisis para las sustancias encontradas en las muestras tomadas en el estudio de referencia. Hasta donde sabemos, no se han hecho estudios específicos sobre el potencial incremental de las concentraciones de estas sustancias tóxicas en el agua subterránea. Es predecible pensar que, con las lluvias intensas que se registraron en el área de Salinas y Guayama durante el paso del huracán Fiona en septiembre de 2022, se haya propiciado el movimiento de estos metales contaminantes hacia la zona saturada del acuífero de donde se extrae el agua para el consumo humano. Conviene recordar que la AAA sólo aplica cloro a modo de estrategia de desinfección preventiva al agua que extrae del acuífero y que suple a sus clientes bajo la premisa de que la calidad natural del agua en el acuífero satisface los estándares de potabilidad reglamentaria. Es decir, si la premisa es que el agua del acuífero no contiene sustancias contaminantes derivadas de las cenizas de carbón, entonces no se analiza la fuente para estos compuestos peligrosos. Así las cosas, si el acuífero está contaminado con los metales peligrosos resultantes de las cenizas sobre el acuífero, Acueductos no lo sabe porque no lo ha analizado.
Informalmente he tomado conocimiento que, en respuesta a los legítimos reclamos de las organizaciones comunitarias en Salinas y Guayama, La EPA ha asignado dinero y coordina con un comité interagencial, el diseño de un estudio más sistemático sobre la situación de contaminación ambiental que afecta a las comunidades de Salinas y Guayama. La información recibida indica que se llevarán a cabo análisis de muestras de agua, tanto en el sistema de acueductos como en los acuíferos. También se tomarán muestras en acuíferos de la región que se presumen no están afectados por la disposición de las cenizas tóxicas sobre su área de influencia de recarga. Estas muestras servirán de referencia y comparación para los acuíferos afectados por la contaminación. Si esta gestión de la EPA se realiza como se me ha informado, me surge la interrogante de qué surgiría si se confirma que la disposición de cenizas tóxicas ha contaminado los acuíferos y qué curso de acción, si alguno, se tomará para la remoción de todo el material tóxico presente en la superficie de buena parte de esta región y cuál responsabilidad legal y financiera se le va asignar a AES como ente productor y distribuidor de los residuos peligrosos de sus cenizas. ¿Quién responde y quién pagará por el daño ambiental y perjuicios a la salud pública de las comunidades afectadas? Levanto bandera de que la experiencia y la práctica histórica de la EPA en sus actuaciones en Puerto Rico y en EE.UU. relacionadas a identificación de entes responsables y de limpieza y saneamiento ambiental, es uno extremadamente lento y engorroso. Ordinariamente los procesos de fijar responsabilidad y de limpieza de áreas contaminadas se abruman por conflictos y determinaciones legales administrativas y judiciales que en la práctica dilatan la solución del problema de salud ambiental y salud pública. A modo de ejemplo, tenemos la limpieza de contaminantes en Vieques producidas por las operaciones del Departamento de Defensa de los EE.UU., con las áreas contaminadas por actividades industriales en Vega Alta, Dorado, Barceloneta y Maunabo, para mencionar algunas. La contaminación de Vega Alta, por ejemplo, fue determinada por la EPA en el1983, o sea, hace 40 años. Y hasta donde sé aún no se ha terminado la limpieza del acuífero en esa región. Las comunidades de Salina y Guayama requieren pronta acción y gestión gubernamental para solucionar el problema de su exposición a la grave contaminación ambiental que los abruma. El País, por otro lado, requiere una acción integrada para la solución del problema de la contaminación de las cenizas de la carbonera AES. El gravamen ambiental, social y económico que plantea la negligente disposición de las cenizas tóxicas no se puede transferir a una próxima generación de puertorriqueños. Las circunstancias exigen compromiso y respuesta decisiva de los actores gubernamentales responsables y con autoridad para resolver este problema. Algunos de estos actores sociales, particularmente los que son políticamente electos, deberán ser evaluados en la próxima consulta electoral a la que está convocado el País en el 2024. Como Pueblo debemos ser cuidadosos y escrupulosos en quién delegamos la autoridad de proteger la salud ambiental y la salud pública de Salinas-Guayama y del País.