Edición 276 | Enfoque de Oriente

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Somos caminos: historias de migraciรณn y movilidad humana


2 #editorial

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Movilidad humana: entre el derecho a circular y la imposibilidad de permanecer ..."Un muro que nada. Una casa que desaparece cada vez que surge. Tal vez nos reclamen la vida o se duerman en el pasillo"... -Mahmud Darwish.

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a declaración universal de los derechos humanos define no uno, sino varios artículos que construyen un marco de derechos relacionados directamente con la movilidad humana, así como otros que la refieren indirectamente. Además de los artículos 1, 2, 3, 4, 5, 7, 9 y 17, que enmarcan la igualdad y universalidad de los derechos humanos, los siguientes invocan específicamente los fenómenos de movilidad humana como derechos que deben ser protegidos: Artículo 13. 1. Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado. 2. Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país. Artículo 14. 1. En caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país. 2. Este derecho no podrá ser invocado contra una acción judicial realmente originada por delitos comunes o por actos opuestos a los propósitos y principios de las Naciones Unidas. Artículo 15. 1. Toda persona tiene derecho a una nacionalidad. 2. A nadie se privará arbitrariamente de su nacionalidad ni del derecho a cambiar de nacionalidad. La movilidad de individuos y comunidades entre territorios está estrechamente relacionada con la condición humana, de manera que su práctica, o por el contrario, el asentamiento en algunos sitios, ha permitido definir variables evolutivas (en términos biológicos y culturales). Podría aceptarse la idea general de que la especie humana evolucionó del nomadismo al sedentarismo, de la errancia al asentamiento, y de la caza y recolección al cultivo y la crianza. Sin embargo, constantemente, múltiples circunstancias han llevado a los pueblos, familias e individuos a movilizarse entre territorios, bien

Directora: Mariana Álvarez López 3206720165 direccion@enfoquedeoriente.com Diseñadores: Enfoque de Oriente Portada: Ilustración: Andrés F. Garzón O.

Colaboradores y colaboradoras en esta edición: Abel Anselmo Ríos. Kelly Johana Calle. Cine al margen. Juan José Macía. María Paula Ochoa Vargas. Hernán Martínez. Manuela Betancur Pérez. Sebastián Atehortúa. Lucas Rendón Muñoz.

Por: Abel Anselmo Ríos.

sea por la búsqueda de mejores condiciones de vida, obligados por fenómenos naturales o por escenarios de violencia relacionados con guerras, invasiones o expulsiones. Para esta edición del 2020, como equipo de Enfoque de Oriente, nos hemos embarcado en una reflexión dedicada al fenómeno de la movilidad humana desde la lógica de su condición como derecho humano. Este punto de vista abre una importante diversidad de enfoques y tratamientos del fenómeno. Nuestro equipo de periodistas, comunicadores y gestores, en diálogo permanente con los lectores y la comunidad aborda esta temática entre dos orillas aparentemente opuestas: El derecho a migrar y el derecho a permanecer, las luchas por proteger o mejorar la vida en otros territorios, y las luchas por no abandonar el arraigo a las tierras propias. Paradójicamente hablar de las dinámicas relacionadas con la movilidad voluntaria hace necesaria la reflexión sobre la migración no voluntaria, sobre la vulneración a los derechos de no ser despojado del territorio que se considera propio, así que estos contenidos abarcan tanto la circulación por iniciativa propia como las realidades del desplazamiento forzado o causado por circunstancias adversas. Pensar una edición sobre movilidad humana, dedicada principalmente a la región del Oriente antioqueño, en el actual momento del país y su historia reciente, irremediablemente evoca temáticas como los fenómenos, lamentablemente renacientes, de exilio y de desplazamiento forzado por causas de violencia armada, y la migración provocada por la búsqueda de nuevas oportunidades. Sin embargo, esta mirada amplia de la movilidad humana necesariamente nos obliga a prestar la debida atención a los muchos matices que ofrece. Desde las familias o personas desterradas por sus ideas o luchas políticas, hasta las que, desde lugares de Antioquia, Colombia y el mundo, hacen realidad su sueño de venir a hacer la vida en nuestra región, enriqueciéndola y haciéndola crecer. Desde la construcción de nuestros pueblos y ciudades cosmopolitas, hasta la desolación histórica y reciente de veredas y paraísos de nuestro rincón en el mundo. Desde quienes siguen construyendo país y región asentados en nuevos lugares del planeta, hasta las historias del afortunado retorno a los parajes que la violencia había despoblado. El circular y el permanecer son derechos, y como derechos su cumplimiento e incumplimiento define las vidas de las personas, quienes a su vez hacen la vida de las comunidades y los territorios.

Esta edición temática es un proyecto ganador de la Impulsadora de acciones comunicativas e historias periodísticas para la construcción de paz, Fundación GABO.

Facebook: Enfoque de Oriente Twitter: @EnfoqueOriente Instagram: @enfoquedeoriente info@enfoquedeoriente.com periodicoenfoquedeoriente@gmail.com www.enfoquedeoriente.com Enfoque de Oriente es el espacio para la visibilización de los textos que se publican; sin embargo, quien los escribe es total responsable de lo que allí se dice.


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Por supuesto, no somos ajenos a los retos que plantea la actual situación regional, nacional y global respecto a las políticas de prevención de contagio del COVID-19. Un reto de toda la especie humana, que nos obliga a reflexionar y replantear tantas falsas convicciones. Una amenaza submicroscópica, apenas una cadena de ARN, nos ha obligado a migrar a nuestras casas, casi a huir a ellas, casi a experimentar una muy, muy leve evocación de lo que sienten los refugiados, los acuartelados, los desplazados y los expulsados. No somos ajenos a este fenómeno mundial, pero reconocemos en él otras preguntas desde la movilidad humana: La cuarentena para quienes recién llegan a un nuevo territorio, la imposibilidad de abandonar un aeropuerto o pasar una frontera para regresar al país propio, la transformación de un sueño en pesadilla para quienes hoy se encuentran confinados en países devastados por la enfermedad. Ahora, el mundo entero es el que migra a una nueva versión de sí mismo, paradójicamente como única estrategia para permanecer. Esta situación de inquietante quietud, como pocas veces en la historia, nos contagia de una empatía casi obligatoria de experimentar en carne propia la nostalgia de la movilidad, la estrategia de permanecer en el hogar, pero, ante todo, la jornada esencial que tantos en el mundo padecen cotidianamente, la de rebuscar en el día a día estrategias para sobrevivir en escenarios constantes de muerte y aislamiento.

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Precisamente por estas circunstancias, Enfoque de Oriente se moviliza entre varios formatos y estrategias dadas las dificultades para la entrega de una edición impresa, que esperamos pueda realizarse posteriormente. Así, esta edición es compartida a través de un formato digital vivo, tanto desde nuestro sitio web como desde nuestras redes sociales. Esto nos permitirá expandirnos a otras experiencias gráficas, sonoras y audiovisuales, similares a las que ya hemos compartido en otros momentos. Aquí, presentamos reflexiones abiertas acerca de la movilidad humana a partir de entrevistas, testimonios, crónicas y experiencias. Visiones sobre los cambios en la identidad campesina forjados por los fenómenos de desplazamiento forzado; testimonios de exilio por militancias políticas o sociales; experiencias de migrantes del Oriente antioqueño en otros países; formas de interacción cultural propiciadas por la movilidad humana en la región; y, la interpretación del cine y la música frente a las realidades que suscitan la movilidad humana. Esperamos entonces que este trabajo sirva como punto de partida para motivar el diálogo, y que ustedes, como lectores, actores principales de este ejercicio de comunicación para el cambio social, continúen nutriendo los temas que abordamos en esta forma de conversación social que como medio de comunicación se representa.


4 #migración

enfoque de oriente Foto: web

Hablamos de migración con Betty Roca Por: Mariana Álvarez L.

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n el encuentro Sensibilización para el trabajo articulado e interdisciplinario para el abordaje y orientación al migrante, realizado en la Universidad Católica de Oriente, conversamos con Betty Roca Hubbauer acerca de la migración, los derechos humanos, las fronteras y el papel de los medios de comunicación en estos fenómenos sociales. Hubbauer es la Coodinadora de Psicólogas y psicólogos sin fronteras de Valencia (España) una organización no lucrativa de acción humanitaria cuya misión es asistir psicológicamente a personas que pertenecen a poblaciones o grupos marginados social, económica o culturalmente. Como organización tienen una amplia trayectoria con la asistencia especifica a la población migrante, razón por la que estos aportes nutren y provocan reflexiones importantes para este especial acerca de movilidad humana. ¿Qué es la migración? La migración es el rasgo distintivo que nos constituye como especie humana. Es lo que nos ha permitido evolucionar, adaptarnos e incorporar nuevas capacidades genéticas en lo que somos como especie. En un escenario ya más moderno, las migraciones se han convertido en un problema, o se han problematizado en realidad por los estados porque implican desplazamientos de grupos humanos, sobre todo grupos humanos que están sometidos a vulneraciones de derechos. En este momento hablamos de que las migraciones ya no son ese componente en el que yo decido establecerme en otro sitio o conocer nuevos escenarios, sino un escenario donde básicamente yo me muevo porque si me quedo en el sitio en el que estoy igual muero. Entonces, la migración, curiosamente que debería ser un derecho, se convierte en una falta de derechos porque no se me deja migrar pero luego también se convierte en una falta del derecho al no poder no migrar, que son dos cuestiones complementarias y contradictorias a la vez, pero que también es necesario mirarlas. ¿Por qué es importante hablar de la migración como fenómeno y no como un problema? Porque eso implica para las lecturas, sobre todo de las sociedades de acogida, que ¿si es un problema por qué lo tengo que tener? Cuando en realidad nos deberíamos de plantear esa oportunidad que implica el encuentro de dos culturas, el encuentro de poblaciones diversas, el encuentro

de comidas diversas, etc… Entonces necesitamos mirar las migraciones como ese punto de encuentro que nos enriquece hermosamente. Si miramos solo la problemática y asistimos a esos puntos grises y oscuros, estamos perdiendo esa importancia de generar movilizaciones y de seguir moviéndonos por el mundo, por qué no. ¿Socialmente, existen temores a la migración o a la condición del migrante? En realidad, yo pienso que no hay ningún temor inicialmente. Lo cierto es que, hasta que ese fenómeno no se convierte en masivo y visible, y que tiene que ver además con una cuestión política, y en esa política la forma en la que se le va a narrar, las migraciones no son un problema, ni para la población de acogida, ni para la población que sale. Porque estamos hablando que igual yo salgo porque tengo que salir. Hemos asistido a fenómenos migratorios en donde la gente se ha ido desplazando, intercambiando, porque además hemos hablado, hasta más o menos la mitad del siglo pasado, de migraciones fronterizas. ¿Por qué? Porque lo cierto es que los territorios en esos puntos o momentos, sobre todo de necesidades de trabajo, recibían ansiosos ese fenómeno migratorio porque era como esos trabajadores que yo necesito porque ahora tenemos -qué se yo- la cosecha. Entonces, esos fenómenos migratorios hasta finales del siglo pasado estaban completamente normalizados, eran esperados, tanto por los que salían como los que entraban, o los que recibían, no pasada nada, es lo que toca y es lo que corresponde. En estos últimos años, sobre todo con este capitalismo rampante, hemos problematizado las migraciones como una forma de robar los derechos tanto para las poblaciones que salen, como para las que reciben; y controlarlas a través de ese miedo del que estabas hablando. ¿Cuáles podrían decirse y son los derechos que frecuentemente son vulnerados, o robados, tanto para la población migrante como para la receptora? Es complejo pensarlo. Pero, por lo general el primer derecho que se vulnera, es el derecho a permanecer en un territorio de forma regular; y eso implica que yo tenga una identificación, que el Estado me reconozca, que el Estado sepa que estoy aquí, porque eso va a implicar que las políticas públicas se van a poner a funcionar o no. Si yo entro a un territorio yo tengo que avisar al Estado, y el Estado me tiene que dar una serie de garantías jurídicas para que yo pueda permanecer. Muchas de las migraciones en los últimos años, incluido el fenómeno migratorio en Colombia desde Venezuela está limitado por esto. Entonces, se limita el acceso a la regularidad dentro de los territorios y eso va a ser el primer punto de partida en donde vamos a empezar a ver la vulneración de los otros derechos. Si no tengo un documento igual no puedo estudiar. Y, así, más y más y más. Ese es uno de los principales derechos que se limita porque tiene que ver con el control de las poblaciones y ese miedo que mencionábamos.


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enfoque de oriente ¿La migración es un acto voluntario o está condicionado? Debería ser voluntario. Yo debería poder elegir a dónde quiero ir, cuándo puedo ir, cuándo quiero volver. En los últimos años, y en este tipo de fenómenos, esa voluntariedad desaparece y las migraciones se vuelven un acto de supervivencia, básicamente. Por eso hablábamos de las interseccionalidades, por ejemplo, si yo no entiendo también el impacto ambiental con todo lo que está pasando en Venezuela, no entiendo por qué la urgencia de salir de ciertos territorios en donde mi vida corre riesgo, entonces hemos dejado de hablar de voluntariedad. De hecho, la única voluntariedad que podríamos ver está en esos que no llamamos migrantes y que son o los extranjeros o los turistas temporales que están, que no tiene categoría de migrantes, sino que responden a otros análisis que tienen que ver con clase, raza, etc… Reconociendo el conflicto armado interno en Colombia, causante de desplazamientos forzados masivos y del exilio político como camino para la protección de la vida, ¿podríamos reconocerlos como realidades en el fenómeno de la migración? Por eso la necesidad de hacer una lectura histórica. En cuanto al término refugiado estamos hablando de una estructura, de un estatuto que nos sirve en algún momento, pero que además responde desde una categoría muy particular, con un componente muy social, muy de clase. Por ejemplo, para determinar que yo soy un refugiado tengo que tener una serie de requisitos que tengo que cumplir: como mi vida está puesta en riesgo, denuncias, etc. Que si no lo hago, y además si no estoy amparada por una institución de defensa de derechos igual y no consigo el estatuto de refugiada. Qué pasa por ejemplo con poblaciones rurales que las están matando y amenazando. Dentro de esa dinámica, ¿cómo un poblador rural puede acceder a un estatuto de refugiado? Frente a ese estatuto, nosotros no es que hacemos la crítica, sino que miramos desde un componente histórico que en algún momento nos sirve pero que se ha quedado corto en estos nuevos escenarios. Viramos y necesitamos analizar con mayor delicadeza los escenarios actuales porque el estatuto de refugiados está dejando afuera a mucha gente que probablemente lo necesita más que otras. Que es duro tener que hacer estas diferenciaciones porque en realidad todas las personas deberían de estar protegidas, cómo hemos llegado al momento en el que tenemos que decidir, unos por otros. Y eso también da cuenta de la dureza de los escenarios actuales. ¿Son los medios responsables en la construcción de imaginarios, para este caso de las poblaciones migrantes? Pienso que la responsabilidad siempre tiene que ser compartida. Lo mismo con nosotras que hacemos intervención directa, porque si nosotras somos las únicas responsables de la salud mental eximimos por ejemplo al Estado de su responsabilidad. En ese escenario, si solo responsabilizamos a los medios de comunicación le quitamos la responsabilidad al Estado y también nos quitamos nosotras la responsabilidad. Lo que no me parece ni justo ni recurso válido de trabajo. Necesitamos identificar que las responsabilidades son compartidas. Pero, evidentemente hay una dinámica mucho más flexible -porque es su campo de trabajo- que ustedes, los medios de comunicación deberían poner a funcionar de una forma mucho más rápida sobre estas temáticas.

Y las fronteras… ¿qué podríamos decir de las fronteras frente a las dificultades de acompañamiento humanitario y la responsabilidad de los Estados? Nosotras como activistas, desde la defensa de los derechos de los migrantes, una máxima que llevamos adelante, siempre es lo primero que tenemos que derribar son las fronteras, porque las fronteras son esas construcciones abstractas basadas en el control de los territorios y de la población que además no responde a sus realidades. Por ejemplo, si pensamos en África, mucha de la conflictividad que se da en términos migratorios, porque ahí sí que tenemos una crisis compleja y además sostenida en el tiempo, que es una barbaridad, tiene que ver precisamente con las fronteras. Son fronteras artificiales que se crean desde esos protectorados que tienen que ver con el sistema colonial que no responden a la realidad y en donde se han juntado poblaciones que no tienen nada que ver y de repente son un Estado, y tienen que tener un sentido del patriotismo integrado cuando históricamente no tienen nada que ver. Si pensamos por ejemplo en Latinoamérica, entramos también en un proceso de análisis colonial que nos ha determinado y nos ha marcado; porque lo cierto es que sabemos que las fronteras se han construido con base en esos intereses de quienes las delimitaron y demarcaron para el control de los recursos también. Y luego, si empezamos a analizar la crisis migratoria venezolana, estamos marcadas también por esa frontera definida que marcan dónde están los recursos que luego son los que tengo que expoliar, y por qué tenemos tanta gente fuera. Por eso volvemos al análisis de las categorías que tengo que ver para no solamente intervenir con la persona migrante desde una estructura aislada cuando hay una complejidad más allá. Entonces, nosotras abogamos por la abolición de las fronteras. Porque además siguen al servicio de esos poderes que determinan luego la vida en la cotidianidad de las personas que nada tienen que ver con esas fronteras y a las que los Estados tampoco les están resolviendo la vida, ni les está respondiendo como debería. Qué tendríamos que aprender como sociedades para comprender este fenómeno, para aproximarnos a la humanidad de estas realidades. Es complejo porque lo cierto es que discursos aislados pueden entroncarse en un escenario mucho más complejo. Si yo les digo por ejemplo acuérdense de la empatía. La empatía en muchos casos, si no la tengo en una clave social la puedo confundir con caridad, y eso es un problema serio. Entonces eso de “hay que ser empáticos porque en algún momento los colombianos salieron, entonces toca recibir porque salieron”, en esa dinámica con solo este discurso lo que estamos haciendo es dándole en mensaje a la población de que estas dinámicas de violencia estructural son permanentes y que se van a repetir una y otra vez, entonces como se repiten vos tenés que ser empático. Por eso me preocupan los discursos aislados, así como muy armados y que son muy reduccionistas, muy simplistas, porque perdemos un análisis más rico que es el que en realidad necesitamos cuando miramos los fenómenos de este tipo. En ese orden de ideas, miremos la complejidad de nuestras relaciones y de nuestras situaciones porque la migración nos hace vernos a nosotras como sociedades y necesitamos análisis más potentes para ser sociedades en las que nos cuidemos todos y todas desde la clave del derecho.


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Desarraigo Por: Segri.

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Y volver siempre a los presagios vencidos mientras se sostiene con poca fuerza las ruinas del ayer, del hoy y del mañana. Mentiríamos al decir que regresamos siendo los mismos o que nunca cambiaríamos, somos vestigios del futuro sin cumplir, para los que sueñan y anhelan un buen vivir mientras escapan a la muerte. Primero muerto que arrodillado decíamos, luego inclinados ante la inmensidad de lo incomprensible ¿Quién explica entonces cómo desaparecieron las lenguas primarias o los conjuros de nuestros ancestros? Nada de esto tiene sentido mientras lo narre un exiliado sin su propia voz porque todos hablan por mí. ¿Qué si me dispararon?, ¿que si me expulsaron?, ¿que si soy desplazado? La respuesta es inútil para recuperar la bala perdida lanzada por el demiurgo ciego, porque la guerra es una montaña de cuerpos vencidos, vencedores y la única mentira es que nunca tuve que ver con la guerra de mi país.

'Desarraigo'. Ilustración: Lucas Rendón M.

order la tierra con las manos, caminar dejando huellas migratorias difusas sobre el suelo sin patria. No volver al nido de ramas secas, abandonando los vientos venideros, el sol que alumbra hasta no dejar sombra, las mañanas gélidas agradecidas de salvia cañera en trapiches arrastrada por las bestias. Las balas y el terror. Fue mejor escapar a la velocidad de la ráfaga refugiados en ecos de recuerdos; grito mi nombre y nadie responde en el acantilado vacío de un país que no es el nuestro.


7 Foto: Avignon. Sur de Francia, La Provenza 2020.

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Vuelvo a casa, ¿pero cuándo? Jamás sentiremos la firmeza de este suelo, todo tambalea en un devenir incierto, yo que prescindía de los gestos cotidianos y amontonados ahora los veo lejanos. Arrojo mis manos con fuerza al vacío, pero solo atrapo ausencia con olor a tierra, entonces imagino para no comprender ni entrar en razón, deambulo por los pasajes secretos de las memorias de mi pueblo y me veo foráneo del viajero que algún día fui. (S o s ) seremos sombras suficientes sin sentido, sin suelo, sin sueldo, sin saldo. Saciaremos situaciones solubles; salir, sentir, soñar, sucumbir. Sinceramente se siente solo situarse sabiéndose sin… Arraigo: La tragedia rural en Colombia forjó los techos de cartón, y como bárbaros llamamos invasión a la ocupación de tierra. Mientras en Europa les llaman refugios a los suelos provisionales en vez de llamarle hogares, lavan sus manos para limpiar las bacterias de la xenofobia y el patriotismo. Recuerdo en las calles de Francia verme por unos días apátrida y melancólico, sentir entonces un corazón negro africano o latino y venezolana, pero mi corazón es una isla… el sabor del Caribe me lo recordó las lágrimas cerca al Mediterráneo. Imaginar los campesinos huyendo hacia las grandes ciudades, llevando a cuestas una casa fabricada por los recuerdos, llegar a las grandes metrópolis, las calles, los autobuses y el progreso. No se puede describir con precisión lo que significa no tener tierra entre las uñas, barro en las botas, visualizando el filo del machete que se oxida y se desgasta en el rincón del patio, tragado por la espesura del monte y Bancolombia comprando esa misma tierra “de buena fe”. Vemos paisajes labrados por manos que saben cuidarles. La reforma rural que nunca llegó porque en el proceso de paz nos quedamos en prólogo; tantos esfuerzos destinados a resembrar los campos terminaron germinados en seguridad, militarización y concentrado para la bestia del narcotráfico. El arraigo a lo baldío, una tierra sin explotar para los ojos ajenos y pretenciosos del capital y para rematar una pandemia que nunca sumará los cuerpos sin vida como el conflicto armado. Lejos de casa se puede ver morir el sol lentamente, desde la tierra donde el sol siempre provoca sombra y a medio día no se eleva sobre el cenit, pude sentir la inmensa eternidad del estar a kilómetros de distancia, y desde allí ver a mis hermanos y hermanas arrojadas a la miseria de la migración, con un corazón que palpita en casa ajena, esperar la noticia de unas fronteras que se abran, acudir a los socorros populares, enviar cartas a la Cancillería , Migración y aerolíneas. Aquí y ahora sé para qué valen las fronteras, las banderas y las patrias. Sirven para sentirse en desarraigo, no contentos de ser viajeros en un mundo que flota y navega por la vía láctea. Hemos creado la peor de las formas para relacionarnos en la tierra que pisamos, se llama propiedad privada, se llama país, se llama ser colombiano, venezolano, español y francés.

Este será un diario de migración, distópico, de rabia, pero colmado siempre de una extraña esperanza sin rostro, con una frase que aclara el final que: “la solidaridad es la ternura de los pueblos”.


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Allá donde te imaginas estarás Por: Kelly Johana Calle.

Fotos: cortesía Kelly J. Calle.

Hallo, guten Tag! los saludo en alemán y les hago confidentes de mi propia historia...

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l 18 de febrero de 2017, a las 19:05 salía mi vuelo rumbo a Alemania. En el aeropuerto me acompañaban mi familia y mis mejores amigos. Mientras ellos intentaban disfrutar las últimas horas conmigo, yo no supe valorar ese instante de despedida. Los nervios y la incertidumbre me robaron la noción de ese momento. La última imagen que puedo recordar de ese día es la de mi mamá llorando sin consuelo mientras me veía entrar por la puerta de salidas internacionales. Si hubiera sabido que la iba a extrañar tanto, me habría dado vuelta para abrazarla una vez más. Nunca he sido una mujer de ciudad, viví mis mejores años en Marinilla, Antioquia y de repente me encontraba en Fráncfort del Meno. Jamás me había sentido tan imperceptible, tal vez eran los nervios que me hacían ver a las personas más grandes de lo normal, todo me parecía novedoso, hasta los edificios, las calles, la gente tan rubia y de ojos azules, la combinación entre historia y modernidad. Mientras yo me detenía a observar la ciudad, perdida entre todo lo que mis ojos no alcanzaban a observar, ella seguía corriendo sin pausa. En esta metrópolis todos tienen afán, gente muy elegante, paquetes grandes de las compras; rostros de todas las culturas, algunos de ellos turistas. Lo más interesante, es que todos caminan sin percatarse, ni por un instante, de la existencia del otro. Fue un proceso muy largo y frustrante aprender este idioma. Cuando hablo en alemán, siento como si tuviera otra personalidad. Quienes me conocen saben que me encanta hablar, hacer bromas y contar historias; pero en alemán me quedo en silencio aun sabiendo cuál sería mi reacción si lo pudiera decir en español. En medio de esto, aprendí a comunicarme de otras maneras, las señas son mis mejores aliados cuando me falta un término para complementar mis frases.

La vida en Alemania cambia y se adapta según las estaciones. En invierno las personas se quedan en casa, toman vino caliente y visitan una vez en la temporada los mercados navideños. El frío hace que necesites de la compañía y el calor de la gente. En ese primer invierno aprendí a valorar cada rayo de sol, porque durante tres meses anochece a las 16:30 horas, todo está húmedo y los días son más grises. Al llegar la primavera o el verano te emocionas por ver nacer las flores, por cómo huele la pradera y por salir a caminar acompañado de una buena cerveza. En otoño, entiendes que la naturaleza se prepara para un nuevo ciclo del que también eres parte. Las hojas empiezan a tornarse de verde a vino tinto y caen de los árboles para posar en el suelo. Hay atardeceres dorados en los que el sol poco a poco se despide hasta llegar el invierno. Las personas se tornan más tranquilas y melancólicas, se dejan de ver en las calles los vestidos de colores llamativos con estilo de playa, y en su reemplazo aparecen abrigos largos y oscuros. Según los estereotipos, los alemanes son fríos y “cuadriculados”; según mi experiencia, son personas sinceras, curiosas, hospitalarias y estratégicas. En este país se toman la amistad muy en serio, cuando un alemán te abre su corazón puedes estar seguro de que tienes un amigo para toda la vida. Les encanta aprender a bailar salsa y reguetón, admiran el movimiento de caderas y la alegría latina, aman la comida colombiana y poco a poco han entendido que Pablo Escobar, Shakira y Falcao no son los únicos íconos colombianos. Desde que vivo en Alemania me siento más colombiana que antes. La distancia hace que cada vez que escuche una salsa o una cumbia los pies se me muevan solos. Buscas amigos latinos para poder hablar en español y tratas de encontrar en YouTube las recetas que nunca aprendiste de arepas, patacones y bandeja paisa, para recordar un poco la sazón colombiana y la comida de mamá.


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En diciembre extraño el año viejo, Los Cantores de Chipuco, la natilla, los buñuelos y los traídos del niño Dios. Extraño las fiestas de La Vaca en la Torre, tomarme un juguito de lulo en el parque de Marinilla, ir a Guatapé los domingos e irme de rumba a San Antonio. Las cosas que menos pensé que me harían falta son las que me hacen sentir extranjera en este país. En agosto del año pasado regresé a Colombia para visitar a mi gente. Cuando vi a mi familia después de casi tres años sentí una combinación entre melancolía y alegría; a mi madre hermosa ya le salían algunas canas, mis hermanos tenían barba y la voz más gruesa, mi hermana menor, a la que dejé siendo una niña ya era toda una señorita. Ahí es donde te das cuenta de que te perdiste de algo que nunca podrás recuperar: tiempo. Estuve un mes en Colombia; fueron días hermosos, llenos de color, paisajes, sabores, gente bonita, viejos amigos y la mejor música. Los días corrían y yo sentía que no me alcanzaba el tiempo para disfrutar de mi país. Esta vez, para regresar a Alemania era yo la que lloraba sin consuelo en la entrada del aeropuerto y mi mamá la que me miraba partir desde lejos, tranquila, como si el tiempo le hubiera enseñado a dejarme ir. Estudio en Philipps Universität Marburg, justo donde se formaron como filólogos e investigadores culturales los escritores de mis historias favoritas, los Cuentos de los Hermanos Grimm. Recuerdo que desde pequeña me levantaba muy temprano para ver estas caricaturas que pasaban los fines de semana por Caracol tv. En honor a Jacob y Wilhelm Grimm, se construyeron esculturas de sus cuentos por toda la ciudad universitaria de Marburgo. Vivir en Europa no ha sido un reto fácil. Cuando me siento triste, tengo como ritual salir a caminar. Al ver estos monumentos pienso que nuestros pies nos llevan a donde tenemos que estar. Valoro mi ahora y me siento feliz de poder vivir mi realidad. Así aprendí a construir mi hogar independientemente del lugar donde me encuentre. Para financiarme aquí, ya no puedo trabajar como lo hacía en Colombia de comunicadora social, pasé de una vida de oficina a trabajar como mesera, cuidando niños o personas con discapacidad. A veces mi ego hace que me sienta culpable por el giro que le di a mi vida. Compenso esos sentimientos de frustración cuando regresan a mi mente todos los lugares increíbles que he recorrido en este continente, el poder decir que he conocido a personas de todo el mundo y la sensación de saber que sí puedes lograr todo lo que algún día veías tan lejos o casi imposible. Muchos de mis conocidos y amigos me han preguntado por qué tomé esta decisión. La respuesta no es fácil para mí, aunque es una de las más comunes por las cuales las personas migran, la falta de oportunidades. Vengo de una familia humilde, desplazada por la violencia. Los últimos años, mi mamá, siendo cabeza de hogar y yo como hermana mayor de tres hermanos, hemos afrontado los retos más inesperados de esta vida. Terminé mi pregrado en una universidad privada, pero financiada por una beca, de no ser así, creo que jamás hubiera entrado a una universidad. Pensé que el ser profesional sería suficiente para tener una vida digna y seguir cumpliendo mis sueños, pero no fue así. Y nadie puede negar que cuando hay necesidad, qué puedes responder ante una oportunidad como esta.

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Mi motor es mi familia y mi sueño más grande es que mis hermanos puedan ir a la universidad como yo. Con un sueldo mínimo en Colombia jamás podría sostenerlos económicamente y al mismo tiempo brindarles esa oportunidad. Cuando me vi enfrentada con esa realidad, entendí que a veces hay que migrar pues, como dice el dicho, nadie es profeta en su tierra. Cuando las personas miran las fotografías que comparto en mis redes sociales, creerán que llevo una vida soñada. A algunos les entra la curiosidad y me preguntan –“¡Ve! ¿Y vos cómo hiciste para irte pa´ allá?”, como si fuera una fórmula que se puede copiar. Estar aquí me ha costado lágrimas, soledad, angustia, trabajo doble y ante todo perseverancia y paciencia, pero es una experiencia que deseo que todos los seres humanos pudieran vivir. El primer año hice un voluntariado con personas con discapacidad, en ese tiempo me preparé para el proceso de admisión a la Universidad y el examen de alemán que inclusive perdí tres veces; con eso demuestro que no es la tercera vez, sino la cuarta la vencida. Pensé que iba a perder mi oportunidad de estudiar aquí. El sistema educativo en Alemania es muy diferente al nuestro: para presentarme a la maestría tuve que iniciar con módulos de Ciencias Políticas para complementar el conocimiento requerido en el posgrado de Estudios de Conflicto y Paz y Desarrollo Internacional. Después de tanta incertidumbre y haber escuchado tantas veces la palabra NO, ya se podrán imaginar la alegría mi primer día en la Universidad. Inicié con todos los “primíparos” o como les llaman en alemán, ersties. Me reía de la cara de pánico de los jovencitos que acababan de salir del colegio, sin percatarme, que aunque esa fase ya la había experimentado, era la misma cara de novata que yo tenía.

Estudiar para mí jamás será lo mismo, menos si es en alemán. Antes me encantaba hablar en público, hasta trabajé en medios de comunicación donde no me importaba ser observada. Pero aquí, me muero de pánico, me sudan las manos y me tiembla la voz, cada vez que tengo que exponer algún tema o participar en clase cuando veo a todos esos alemanes con su cara de asombro, y al tiempo de gracia por mi acento raro pronunciando su idioma. Aquí me mantengo, una primera, segunda vez odiando y amando estudiar; leyendo textos como El Capital de Karl Marx, que ni sé si en español podría terminar de entender. Me apasiona lo mucho que he aprendido en tan poco tiempo y tengo fe de que todos estos esfuerzos construirán un futuro, no sólo para mi familia, tal vez también para mi país. Estoy segura de que a pesar de la distancia hay una conexión especial entre los seres humanos. En esos días en los que la soledad toca la puerta, donde te pasas las noches en vela por recordar más de la cuenta y querer estar allá al otro lado del charco con los tuyos, me entra una llamada de un amigo o de mi mamá. Es como si sintieran que necesito que me pregunten cómo estoy, porque al final la distancia es más difícil para el que se va que para el que se queda. La Kelly que partió ese día con sus maletas llenas de recuerdos, ha cambiado, pero, en esencia sigo siendo la misma, pues como dice mi canción favorita de Mercedes Sosa “no cambia mi amor por más lejos que me encuentre, ni el recuerdo, ni el dolor de mi pueblo y de mi gente. Y lo que cambió ayer, tendrá que cambiar mañana, así como cambio yo, en esta tierra lejana”. Aún no sé cuándo pueda visitarlos, hasta que tenga esa dicha seguiré mirando las fotografías que están colgadas en la pared de mi habitación para no perder la sensación de que aún están aquí. Y como se despiden en alemán bis ganz bald und liebster Grüße, hasta muy pronto queridos.


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Del Sur pa´l Norte

Algunas pelis que narran la emigración de África y Latinoamérica Por:

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n la historia del cine podemos encontrar cientos de producciones cinematográficas que se refieren al amplio tema de la migración. Entre la abundante filmografía sobre este tema, podríamos ubicar una primera producción relevante en 1917 con “El inmigrante" de Charles Chaplin. Durante la consolidación de la meca del cine, por su parte, se adaptó con gran éxito la novela de Jhon Steinbeck Las Uvas de la Ira (John Ford, 1940). Esta obra resultó incómoda para los intereses de la burguesía gringa en plena depresión económica (década de 1930), ya que narra con maestría –la novela y la peli- cómo los pequeños productores agrícolas son expulsados de sus tierras y obligados a emigrar sin destino, dando cuenta así de una migración interna o verdadero desplazamiento provocado por la presión de los banqueros interesados en comprar las tierras a bajo precio, en beneficio de la producción agroindustrial capitalista. Conocemos a través de diversos medios de comunicación las crudas dinámicas de la emigración del Sur pa´l Norte. El norte representado por estados capitalistas o capitalistas corporativos: Europa y Estados Unidos como “potencias”. Y el sur, por naciones de África y América Latina, mal llamadas “subdesarrolladas” a causa del expolio de los del norte, que las limitan a la extracción de recursos por medio de estrategias geopolíticas y militares en complicidad con las élites regionales. Cotidianamente se usa la expresión “buscar el norte” en referencia a un horizonte o futuro preciso. Quienes logran sobrepasar las fronteras de este “paraíso” anhelado, encuentran una nueva vida: trabajar, trabajar y trabajar para enviar remesas, una “oportunidad laboral” muchas veces exitosa, aunque las condiciones sean peores que en las del país de origen.

Sin desconocer que personas del norte también emigran al sur, normalmente motivadas por la felicidad de una playa, el monte, la selva o la ribera de un río caudaloso, el cine ha retratado más la lógica sur-norte tanto desde el documental como desde la ficción, esta última basada constantemente en “hechos reales”. Y es que los impresionantes dramas de la emigración han sido fuente de inspiración, especialmente para visibilizar y generar conciencia en torno a la descarnada realidad de la gente pobre en busca de fortuna. Los retratos e historias de miles de muertes en el tortuoso camino hacia la frontera de México y Estados Unidos. Los calvarios para atravesar el mar mediterráneo y cruzar el estrecho de Gibraltar, como paso más corto de ingreso a Europa por España, para el caso de África. Hoy seguimos siendo testigos de cómo en países como Grecia o Italia, al otro extremo del estrecho, las balsas son atacadas por hordas racistas y xenófobas. En los últimos años se han activado festivales y convocatorias que alientan la realización cinematográfica sobre migración, con el fin de influenciar las percepciones y las actitudes hacia los migrantes. Por mencionar solo dos, podemos hablar del festival Cinemigrante, realizado anualmente en Buenos Aires y otras ciudades argentinas, y el Festival Internacional de Cine sobre Migración patrocinado por la OIM (Organización Internacional para las Migraciones de la ONU) y realizado aún en corredores y rutas migratorias, en varios países del mundo. De manera aleatoria, Cine al Margen propone una serie de películas para reconocer estas tragedias, y con las cuales se proponen algunas reflexiones. Tomarían relevancia preguntas como ¿cuáles son las motivaciones de la emigración -conflictos raciales, ideológicos, religiosos, económicos-? ¿A qué peligros se exponen las personas que emigran? ¿Cómo se sobrevive siendo emigrante en un entorno extraño: la comida, el lenguaje, las costumbres, la percepción del otro? ¿Cuáles son las semejanzas y diferencias entre las situaciones migratorias de latinos y africanos? ¿Cuáles son las políticas migratorias de los países? La lista de pelis puede ser súper amplia. Aquí compartiremos apenas un micro panorama de películas contemporáneas esenciales. Sobre la emigración de algunos países africanos hacia Europa proponemos: -Tarfaya (Daoud Aoulad-Syad, 2004). Curioso relato centrado en este pueblo ubicado al norte de Marruecos, uno de los puntos para cruzar el estrecho de Gibraltar. -14 kilómetros (Gerardo Olivares, 2007). Un largo viaje que incluye atravesar parte el desierto del Sahara y el mar mediterráneo para llegar a España. -Hope (Helmer Boris Lojkine, 2014). El encuentro entre una nigeriana y un camerunés que luchan por alcanzar las costas de España. -Las lágrimas de África (Amparo Climent, 2016). Documental que retrata a los refugiados “clandestinos” esperando el momento exacto para “saltar la valla”.


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Sobre la emigración de algunos latinos hacia Estados Unidos sugerimos: -Paraíso travel (Simón Brand, 2008). Sobre la búsqueda del “sueño americano”. -La jaula de oro (Diego Quemada-Díez, 2013). Narra el peligroso trayecto de Guatemala hacia la frontera de Estados Unidos. -Una noche (Lucy Mulloy, 2012). Acerca de la decisión de huir de Cuba y emprender la aventura en balsa a mar abierto. -7 soles (Pedro Ultreras, México, 2008). Recreación de la maquinaria mortal del tráfico de humanos en la frontera de México con Estados Unidos. Algunas de estas películas, que se pueden ver on line y con suerte descargar, se caracterizan porque sus personajes deben hacer un viaje largo y retorcido, se ven obligados a recorrer cientos de kilómetros en los cuales los mediadores, “coyotes” o “polleros” tal vez les roben lo poco que lleven, o resulten víctimas de una “trata de personas” para prostitución o donación de órganos. En estos filmes es común para los personajes navegar en balsa, en lanchas inflables o botes de madera; viajar en trenes letales centroamericanos; atravesar el desierto del Sahara o una selva indómita en el centro de América; sufrir el frío, el calor, el hambre; ser víctima de violación, ser apresado, repatriado, torturado, sentir nostalgia por la madre tierra, cambiar de idea y ver morir todo a su alrededor por las circunstancias en las que se encuentra inmerso.

Otras muestran las peripecias de adaptación de los migrantes establecidos en países ajenos, enfrentándose al racismo y a las lamentables condiciones a las que se somete al inmigrante “sin papeles”. Entre todo, también hay espacio para los trazos de amor y alegría, la solidaridad, el apoyo mutuo y el sueño americano cumplido (cuando no se ve convertido en pesadilla). Aparte, cabe mencionar que el cine mexicano a diferencia de otros países, se caracteriza por tener una mayoría de producciones sobre migración, debido a que en su frontera terrestre con Estados Unidos yacen miles de historias, a que de este país ingresa la mayor cantidad de inmigrantes a USA y al hecho de que México tiene, sin dudas, la industria cinematográfica más grande de Latinoamérica. Como anexo a esta breve selección, es importante mencionar el impresionante documental Fuego en el mar (Gianfranco Rosi, 2016), el cual enfatiza en la gran crisis migratoria de los últimos 20 años en Lampedusa, Italia, a donde llegan o naufragan miles de emigrantes de África y Medio Oriente. Un retrato brutal de quienes huyen de la guerra y del hambre, y padecen luego el arribo inmisericorde a tierras europeas. Son estas algunas referencias fílmicas para conocer esas realidades obstruidas por las banderas y las fronteras. Después de ver la dureza de estas películas quisiera uno no “emigrar”, o por lo menos no estar en situación de hacerlo. No obstante, la migración es un derecho y hay situaciones dentro de la maquinaria del “orden” mundial que nos empujan a hacerlo, sea trágico o no el destino.


“El exilio es un no-lugar donde se te va muriendo el alma”

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Por: Juan José Macía.

na de la tarde del miércoles 4 de marzo del 2020. Casa de las Américas ubicada en la Plaza de Cibeles, en pleno centro de Madrid, España. Me encuentro con Carlos Martín Beristaín, él es médico y doctor en psicología; además es el comisionado de la Comisión de la verdad encargado de los testimonios de colombianos que viven en el exilio en diferentes lugares del mundo. ¿Cómo es el proceso que adelanta la Comisión de la Verdad con los colombianos en el exterior? Es un proceso para poder dar espacio a la gente que está por fuera de Colombia y que es invisible. Para dar un estatus al exilio colombiano, en medio de la invisibilidad. El exilio chileno y argentino son conocidos en el imaginario público, pero el exilio colombiano no. El exilio colombiano lo estamos trabajando en 23 países y a veces países con lugares muy distantes como País Vasco, Madrid, Barcelona o Valencia. Entonces es un exilio muy disperso y con diferentes tipos de víctimas, nos encontramos desde líderes sociales, mujeres que huyeron para proteger su vida y evitar que reclutaran a sus hijos, jueces que estaban investigando casos de derechos humanos y salieron perseguidos, ex miembros de la guerrilla que los empezaron a ejecutar y salieron del país, ex jefes de policía. Hay dos cosas claves: ¿Cómo recogemos las historias de Colombia que están por fuera del país? La historia de Tumaco está en Tumaco, pero también está en el Desierto de Atacama, donde hay unas favelas de afrodescendientes que llegaron desde Buenaventura y Tumaco, y también está en Washington o en Nueva Jersey, donde tienes gente que nos dicen que les duele Tumaco, que les duele su tierra, tener que haberla dejado y les duele lo que sigue sucediendo allá. Tienes una enorme fractura de esas historias y verdades que están por fuera, entonces como rescatamos parte de esas verdades y las ponemos a dialogar con las verdades que construimos y escuchamos en Colombia. Otro punto clave también es como damos un estatus al

*Agradecimiento a Carlos Martín Beristaín y al nodo Madrid de la Comisión de la Verdad

propio exilio. ¿Qué es lo que le ha pasado a la gente después de salir? ¿Cómo salió? ¿Qué rutas tuvo que hacer? ¿Qué peligros sufrió? Hay una importancia para mí de visibilizar el exilio y como esto ayuda a hablar de estas cosas que es tan difícil hablar, porque las cosas duelen, porque la gente intenta dejar atrás esas cosas, porque se supone que el que se fue la pasó mejor, entonces no puede contar lo que ha sufrido. Debemos hacer que esto sea un primer paso para la reconstrucción de la convivencia, que tu historia no sea una historia invisible, que no sea la historia del desprecio del olvido. Entonces este ejercicio que hacemos en distintos países, pues es un trabajo valioso para la reconstrucción de la convivencia. La gente desde el exilio, sin duda, tiene muchos aprendizajes para la gente en Colombia. Lo que han aprendido en los países y quieren contarle a Colombia, entonces nosotros creamos puentes que pongan a dialogar y rescatar parte de estas historias invisibles desde una visión constructiva. ¿Qué es el exilio y cómo se diferencia con otras formas de migración o de desplazamiento humano, ya sea desplazamiento forzado o voluntario? Una vez me dijo una refugiada, “el exilio es un no-lugar donde se te va muriendo el alma”. El exilio no existe en la consciencia colectiva, no existe en la historia del país, más allá del corazón de quien se fue o de la familia que quedó, o existe solamente cuando los exiliados o la gente que migró mandan plata y las remezas, pero de resto no son visibles. El exilio hace que la gente tenga que dejar atrás todo, es una ruptura con tu propia vida. El desplazamiento también es una ruptura con tu vida, pero estás en un contexto en el que a pesar de que hayas cambiado de lugar, sigues hablando el mismo idioma, comes las mismas cosas, tienes el ambiente de la cultura que te protege, es como una casa que llevas siempre contigo. En el exilio no, en el exilio todo eso se rompe y la gente tiene que reconstruirse desde las cenizas, no desde los pedazos porque a veces no queda nada. Yo he conversado con gente de la Unión Patriótica que sobrevivieron porque salieron del país, porque si

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¿Cuáles son los principales grupos poblacionales que sufren del exilio? ¿Hay alguna sistematicidad entre quienes deben salir del país no los hubieran matado, y que también me han hablado del sentimiento de en busca de asilo? ¿Qué hacían esas personas en Colombia? culpa. Sentirse culpable porque tú sobreviviste y tus amigos o compañeros Eso depende de las épocas. Hay gente que salió en el marco del estatuto que se quedaron en Colombia no sobrevivieron. Creo que la gente tiene que de seguridad. Las políticas represivas de Turbay Ayala, la tortura, el cierre del deconstruir esa imagen de que quien se fue la pasó bien, tiene un carro, una espacio política, la criminalización del movimiento estudiantil y la gente que casa y vive en un país mejor, porque al final las condiciones de vida de estas salió en esa época de movimientos políticos, estudiantiles, sindicales. personas han sido muy duras. Dentro de su época el caso de la Unión Patriótica, a principios de los 90´s El otro día tomando un testimonio de un sobreviviente de la época en a la gente de la UP que no mataron tenían dos opciones: una era devolverse que mataron a Héctor Abad Gómez, justamente en Antioquia, sus amigos lo a la guerra y otros se fueron al exilio. Desde ahí tenemos un perfil más sacaron y llegó a Londres sin saber nada, con una maleta que tenía un poco político, de alcaldes, senadores, militantes, sindicalistas. Tenemos también de ropa que no era de invierno, cuatro camisas, un pantalón, dos libros y el un perfil también de esos años, de la desmovilización del M-19, de Quintín papelito para presentarle a la policía donde decía “pido asilo”. Eso da una Lame, de una fracción del ELN, del EPL, todo eso llevó a una integración de dimensión, son detalles que te dan la dimensión de esas rupturas. parte de su gente, pero también otra parte salió al exilio y se encuentran en España, Suecia, Canadá por la falta de condiciones de seguridad que tenían en ¿Qué hace al exilio una forma de victimización? ¿Cuáles son las Colombia. principales afectaciones que puede sufrir una persona que sale del Después del Caguán se produce el exilio masivo de otro tipo de población país en busca de asilo? que son los campesinos, los afro descendientes, indígenas, que salen por A una mujer en Costa Rica le preguntábamos ¿Usted cómo definiría el las fronteras. Se van a Panamá, se va a San Cristóbal, o salen por Arauca. Ahí exilio? Ella nos respondía, “Mira, el exilio es un proceso de reconstruirse, tenemos víctimas de la masacre de La Gabarra y otros hechos claves que no desde los pedazos sino desde las cenizas. De nosotros no queda nada”, salieron a Venezuela. y entonces a la líder social, al médico, al abogado que le ha tocado salir También la aplicación del Plan Colombia y todo lo que y dedicarse por años a lavar baños para poder fue la parte militar de ese plan contrainsurgente que hizo ganarse la vida, para poder tener una casa o lugar En el exilio todo eso se que mucha gente fuera desplazada fuera de las fronteras. donde vivir. Alguien en Estados Unidos me decía Entonces este desplazamiento masivo es de una población rompe y la gente tiene “en el exilio pierdes todos tus derechos, incluso más ligada a la tierra, que vivían en lugares que se pierdes el derecho a quejarte”. que reconstruirse desde convirtieron en centro de disputa y víctimas de masacres. Yo diría que el exilio es una ruptura vital y sobre las cenizas, no desde los Esa violencia masiva expulsó a mucha gente de Colombia. todo es una salida no querida. No es lo mismo que Las masacres paramilitares, los secuestros de las Farc, etc… pedazos porque a veces no te vayas de un país porque quieres, porque buscas hicieron que otra parte de gente saliera. opciones, aunque lo pases mal y sea difícil, que una queda nada. Después de todo ese periodo, después de la cosa que te arranca. desmovilización de los paramilitares, mucha gente fue También está el impacto de la ruptura de los saliendo por el grado de control de las Bacrim y esos vínculos, he conocido muchos hijos e hijas que me nuevos grupos paramilitares. Ahí ya te encuentras con de han dicho que no saben porque son británicos y todo, con el habitante del barrio al que van a extorsionar a pagar una vacuna colombianos, porque en la casa nunca le contaron. Sabían que en Colombia las y si no paga pues tiene que salir, y así me he encontrado gente en Chile, en cosas se pusieron mal, pero no el porqué. España, o gente que huyó del reclutamiento de sus hijos. Lo que hemos visto en el último tiempo es como el asesinato de líderes, Desde la Comisión de la Verdad ¿Hay algún estimado del número la lucha por la tierra, de quienes luchan por la restitución de tierras u otros de colombianos en situación de exilio en el exterior? ¿Cuáles son los líderes más políticos como la gente de Marcha Patriótica, o los líderes que se países donde más colombianos se encuentran en esta condición? quedaron por la erradicación manual de cultivos que se quedaron más solos Según datos de Acnur estamos hablando de más de medio millón de frente al narco, frente a organizaciones armadas sin la protección del Estado, personas que tuvieron que salir de Colombia por motivos del conflicto son personas que también están saliendo al exilio. Son parte de esos líderes armado y eso evidentemente es un subregistro, solamente en Ecuador hay asesinados, pero los líderes asesinados son la punta del iceberg y debajo de 66 mil personas con el estatus de refugiados colombianos y cerca de 200 eso están los líderes desplazados y exiliados, y más abajo están las personas mil personas que hicieron demandas de asilo. Lo mismo pasa en Venezuela, amenazadas y las zonas que están bajo control. Todo esto nos da una idea de Canadá, España, es decir que ese medio millón es menos de lo que realmente lo que está pasando en la actualidad. es y no incluye, por ejemplo, a las segundas generaciones que han sufrido el impacto del exilio de sus padres, salieron pequeños del país o nacieron en el ¿Cuáles son las principales barreras a las que se enfrentan los exilio. colombianos que se encuentran en busca de exilio en el exterior? Hubo momentos en los cuales el refugiado tenía que renunciar a la Uno: las condiciones de estatus para quedarte. ¿Con qué estatus te ciudadanía colombiana. Ahora hay posibilidad de tener doble nacionalidad, quedas? En principio en España te dan una tarjeta roja que te permite pero hubo momentos en Noruega o Suecia, en los años 80´s en los que quedarte sin que te expulsen, después de seis meses puedes trabajar en el refugiado tenía que romper cualquier vínculo con Colombia, hasta su algunas cosas y eso te da cierto camino. En otros lugares es más difícil, he pasaporte o su ciudadanía. conocido gente que ha renunciado al refugio porque es más complicado,


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enfoque de oriente tienen que hacer más papeles, están más inseguros con eso que si me quedo como trabajador normal y al cabo de dos años me dan una visa para quedarme. La gente necesita seguridad, la tranquilidad de que se puede quedar y no lo van a expulsar y que puede empezar a rehacer su vida. El exiliado colombiano es del rebusque y te lo dicen las organizaciones que trabajan con migración forzada, exilio o refugiados: los colombianos son gente pila, que no están esperando a ver qué les dan. Son emprendedores, de estar viendo qué hacen y eso es una energía que tiene Colombia que es muy importante. Muchas veces se tienen que enfrentar al estigma del colombiano: de narcotraficante, de trabajadora sexual y la discriminación o xenofobia que muchos de ellos nos cuentan y que tienen que padecer. La gente también va buscando redes de apoyo, saben que sus familiares están afuera, que otra gente del pueblo está allá, etcétera, y van buscando esas redes de apoyo. También con muchas dificultades porque saben que hay actores armados y responsables que están afuera, que salieron principalmente por las fronteras. Yo me he encontrado gente en Chile que me ha dicho “es que nos hemos encontrado con el perpetrador. Nos lo encontramos en Ecuador, en Chile o en cualquier lugar.” Entonces el miedo no se termina con el exilio. La frontera y tener un estatus te da un sentimiento de protección, pero eso no elimina el miedo de la gente. Por otro lado, está el cómo integrarte a un país: el idioma, si están en un país que no habla el mismo idioma; o cómo te integras a una sociedad que no conoces, no conoces los códigos, no sabes cómo moverte. En el exilio los adultos se convierten en niños, y los niños en adultos. El niño al cabo de tres meses ya sabe ir a comprar el pan, tú no. Los niños y los adolescentes se convierten en el punto de referencia y los adultos pierden su papel, entonces también hay una crisis de roles, de dinámicas familiares. Todo eso pasa en el exilio y sigue pasando hoy en día, más que todo en un contexto de políticas migratorias restrictivas. Hay una tendencia a la criminalización del otro que por eso me parece muy importante seguir trabajando sobre el exilio. Esto no es una cosa que pasó en Colombia solo en una época o sigue pasando, tiene que ver con la consciencia de la humanidad y de los derechos humanos. Tiene que ver con las pateras en las que mueren los subsaharianos, tiene que ver con los que no dejan pasar a Estados Unidos o los que persiguen en la frontera con México; con la construcción de sociedades en las que la xenofobia, el señalamiento al diferente, en lugar de hacernos más diversos e integradores. Colombia se olvida fácilmente de como mucha gente fue a Venezuela a trabajar durante los años de la bonanza petrolera. Tras la firma de los acuerdos de paz entre el Gobierno nacional y las Farc ¿Qué ha pasado con los colombianos exiliados o personas en busca de asilo político por fuera del país? Hay dos cosas que están pasando y que me parece que son muy graves. Una es como la falta del cumplimiento del acuerdo de paz genera desconfianza en la gente. La gente tuvo una vivencia de la paz más o menos de un año después de la firma, después de eso las cosas empezaron a empeorar y desde afuera también hay una visión muy crítica. Están matando a los líderes, otra vez la gente de nuestras comunidades, los familiares llaman a decir que no hay condiciones de seguridad. Eso puede quebrar la esperanza del proceso de paz y ese sería el peor escenario. Hay que

sostener esta esperanza de paz y hay que empujar en esta construcción de paz, y hay que ampliar este horizonte de paz en Colombia. No puede ser el horizonte de otro siglo u otros 20 años de más guerra y más pobreza. Desde el exilio la gente ve que no hay condiciones. Hay gente que ha vuelto, en el marco del proceso de paz, regresaron a aportar su experiencia y su lucha en la reconstrucción. Ahora están tratando de recuperar su protagonismo, pero también en una situación delicada. Otros que iban a volver y no han vuelto porque las cosas se han vuelto peor. Por otra parte, Colombia sigue siendo un país expulsor, todavía sigue saliendo gente a Ecuador, a España, y aunque las autoridades siempre tratan de ver todas esas cosas como migración económica o por busca de oportunidades, de todo menos una persecución política individual. El empeoramiento de las condiciones, el miedo generalizado en muchos lugares hace que la gente salga no por una amenaza directa personal, que también se da en el caso de líderes, sino también por unas condiciones invivibles en esos contextos. Si seguimos a este paso, Colombia va a ser el país con mayor cantidad de demandantes de asilo en Europa. ¿Cómo los colombianos exiliados en el exterior pueden aportar al relato del conflicto armado interno y al proceso de construcción de paz? Hay muchas cosas que la gente está diciendo. Primero, con una verdad que ha estado oculta, es decir compartir esa verdad a pesar de que sea difícil hablar de lo que pasó, son dolores muy guardados en el exilio. Dolores que la gente ha tratado dejar atrás. Poder compartir esos dolores, poder hacer algo con esa historia de desprecio es fundamental, que la gente sienta que esa historia merece la pena. Hay alguien en Colombia que la va a escuchar, hay alguien del mundo que la va a escuchar. Eso es clave. Creo que también es importante cuáles son los aprendizajes que tiene el exilio colombiano. Muchos exiliados han dicho que han aprendido a vivir en una sociedad diferente, han aprendido a no tener que preocuparse si oyen el ruido de una moto, a vivir sin miedo, a respetar al otro, han aprendido una cultura distinta, más civil, más democrática. Hay lecciones para Colombia desde el exilio y las tienen muchas veces los exiliados. Cómo organizarse, cómo han tejido sus redes de apoyo y cómo desadaptarse a una situación de violencia que a veces en el contexto colombiano le toca para adaptarse a un contexto hostil. Entonces hay que gente que me ha dicho que pensaban que eso era lo normal, que vivieron toda la vida así y solo se dieron cuenta de que la vida no era normal cuando empezaron a vivir en otro país y en otro contexto. Está claro que hay un choque cultural, pero también hay un aprendizaje de otras formas no mediatizadas por la violencia. Todo esto es un aprendizaje muy necesario para Colombia. Que un debate no se convierta en una agresión, cómo se trabaja con otras formas sobre los conflictos. Ahí hay aprendizajes muy importantes para Colombia y están en el exilio. Los cuales la Comisión de la Verdad quiere escuchar, reconocer y también quiere ponerlos a que se escuchen en Colombia.


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Hermanas en la sombra: mujeres en el exilio de la prisión política Por: María Paula Ochoa Vargas.

“Es mi única patria la palabra. Es el único pan que como a diario. ¡Corteza dura masco, miga blanda, dorado candeal que besa el labio!” (Concha Zardoya, exiliada de Chile, 1965).

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a habita en la memoria colectiva lo que persiste de la injusticia, pero la habitan también los pedazos de tela rasgados por donde ha entrado la luz. Nuestras caídas, por tiro de gracia, por vejámenes que derraman semen y reclaman sangre. Caídas en prisiones desgarradoras de su humanidad. Nuestras caídas por levantarse han sembrado la tierra de sus historias y son ellas la grieta que deja entrar en nuestros sures la promesa de vencer. Ellas legaron para nosotras esta rabia honda contra un sistema de criminalidad hecho por y para hombres. Tenemos en el corazón el legado, la desolación y el desasosiego para hablar de otra estructura en este mundo que nos tritura la dignidad por el hecho de ser mujeres. Pero legaron también la esperanza, la posibilidad de hacer memoria, y así enfrentar, y así abolir toda estructura que pretenda masacrarnos, porque estamos y estaremos siempre nombrándonos mujeres. Muchas son las historias de las mujeres caídas en la prisión política, el análisis es desde las dictaduras del cono sur hasta la actualidad, hasta nuestro territorio y nuestro conflicto. De por sí, las prisiones desestiman las necesidades de la población carcelaria, con especial énfasis las de las mujeres, y con el agravante del ataque basado en la dinámica del “enemigx internx”, heredada del Derecho Penal del Enemigo, cuando estas son prisioneras políticas. En lo siguiente, desarrollo la idea de la prisión política como una experiencia emocional de exilio social, para el caso concreto de las mujeres. Esto, desde los testimonios de mujeres privadas de la libertad por razones políticas. La prisión política y el exilio son dispositivos represivos que han servido a intereses estatales y paraestatales. La primera resulta de la pena privativa de la libertad con ocasión de un delito político; es vigente todavía, pero con dilemas profundos que hacen temblar la institución penal. El exilio por su parte, que resulta de la pena de destierro, no tiene vigencia por razones políticas para la actualidad en la mayoría de ordenamientos, pero siendo un dispositivo mucho más antiguo que la pena privativa de la libertad, en la práctica sigue siendo utilizado por grupos paraestatales en muchas ocasiones, como aquellas de las que somos testigxs en nuestros territorios, financiados y ordenados por el mismo Estado.

La historia del encierro es la historia del destierro En Roma, desde comienzos de la República, empiezan a regularse los derechos de la comunidad patricio-plebeya. El exilium, era la pena sustitutiva de la pena capital por excelencia: la pena de muerte. Quienes lo sufrieron lo definieron como el equivalente en vida de la muerte. Se definió como “aqua et igni intedictio”, en español, el exiliado tiene prohibido el uso de agua y fuego, dentro del territorio, y nadie puede facilitárselos. El destierro pretendía privar de la ciudadanía, esta era, además de geográfica, la que otorgaba los derechos. Quien fuera desterrado perdía más que su residencia; perdía su nombre y posibilidades, protección e identidad. En Grecia, por ejemplo, se les aplicaba a los líderes políticos que estaban adquiriendo más poder del “pretendido”, para frenarlos. La pena privativa de la libertad, por su parte, vino mucho después y era muy poco utilizada, salvo en el caso de la Bastilla, o para nuestro régimen colonial las cárceles transitorias, mientras los condenados esperaban la pena. Apenas hasta el siglo XIX, es que aparece la cárcel como pena por excelencia. Hay, sin embargo, una suerte de pasado común entre el exilio y la prisión política particularmente, con las colonias penitenciarias que se ubicaban en algunas islas, (en nuestro territorio hubo en Gorgona y en San Andrés); la intención de estas era atentar contra los discursos recientes de derechos y garantías procesales, puesto que si se saca del territorio no se tienen derechos como el debido proceso, el habeas corpus, entre otros. Era, podría decirse, entrar a la selva, impedir el contacto, desterrar, encerrar, enterrar. Manzanas podridas: mujeres fallidas Ahora bien, ¿cómo es que el exilio y la prisión política pueden tener implicaciones específicas desde el análisis del género?, ¿cómo podemos esgrimir las experiencias diferenciales de las mujeres en el exilio y la prisión política? La institución penal está hecha por hombres, (no sobra añadir que estos diseñadores son poderosos, oligarcas, blancos, occidentales) y para hombres (de condiciones semejantes a las de las mujeres que definiré adelante). No sólo en cuestiones materiales, en las que las condiciones y necesidades, por ejemplo, biológicas de las mujeres son por completo precarizadas, porque el sistema carcelario no está diseñado para ellas, (gestación, ciclos menstruales, IVE, citologías, entre otras). Sino que, además, el sistema penal, está dirigido como mecanismo de control social represivo hacia las mujeres con herramientas simbólicas puramente patriarcales. Así, los códigos penales están hechos a la talla de las preferencias masculinas hegemónicas, las mujeres han aparecido como víctimas de violación, nunca como victimarias; se castigaba el adulterio y el exhibicionismo, pero no la prostitución; las mujeres que abortan, más atrás


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las brujas, fueron perseguidas y señaladas para decir que era antinaturales y equívocas, por rebeldes. Esto, en función de que las mujeres, despojadas de carácter bajo la sombra del patriarcado, no han sido pensadas como sujetas capaces de cometer crímenes, de desviar la conducta, y aquellas que lo hacen se han denominado “mujeres fallidas” que atentan contra su propia “naturaleza” y que al llegar a las cárceles deben ser “reorientadas” en los caminos sagrados de la feminidad. Así, mientras las actividades y herramientas facilitadas en los centros penitenciarios masculinos han sido, por ejemplo, para ejercitarse, en el caso de los femeninos han sido para tejer, cocinar, modelar… Esto responde también a las características de los hombres y mujeres a quienes juzga con más fuerza el sistema penal y que son casi por completo la población carcelaria. Este es el carácter selectivo del órgano punitivo, resulta siempre afectando a quienes ya han sido discriminadxs por clase, raza, nacionalidad, cultura; y especialmente por razones ideológicas. Se complica entonces, cuando hablamos de prisioneras políticas, para las que las experiencias con los poseedores del “monopolio de la fuerza estatal”, han sido desgarradoras e inhumanas. La prisión política resulta de la idea del derecho penal del enemigo, de donde se entiende que el Estado criminaliza para perseguir a sus opositorxs; no persigue hechos, sino que tipifica como delitos las ideas, las personas. Esto se ha tratado de acomodar inventando bienes jurídicos afectados, por ejemplo con el “delito” de rebelión, pero es conocido, y además probado con nombres en los despachos judiciales; rostros y cuerpos en las cárceles, que se retiene sin causa alguna o se imputan delitos no cometidos a supuestos delincuentes políticos. No en vano hoy, en nuestro país, siguen presxs, por falta de voluntad política de los jueces y el Estado, mujeres y hombres que desde la sentencia C-577 de 2014, tendrían que tener de vuelta una libertad secuestrada, que sigue contando como baja de guerra, para quienes llaman “enemigo interno” a lxs opositorxs políticos, como estrategia mediática. Bien dicen que la producción de leyes penales para reglamentar la moral, las ideas, es el camino más corto a los más grandes y atroces autoritarismos. A las mujeres, particularmente, a las enemigas internas, las masacra el sistema penitenciario. La guerra es de los hombres, pobres, campesinos, negros; pero de los hombres. Pero que una mujer se diga rebelde, ya es insoportable. Desde militares, hasta jueces y policías, las han juzgado, perseguido, amenazado y abusado de forma diferencial por el hecho de ser mujeres. En los campos de batalla, por ejemplo, el hecho de violar a una mujer del bando opuesto era una forma de mostrar poder, como botines de guerra. Durante las dictaduras, o en Colombia en el conflicto armado reciente, eran violadas por las “autoridades” para sacar información. No tenían nombre propio siquiera, eran la “novia del comandante”, sobrina, hija, cercana. No se las ha considerado capaces de organizar, dirigir, resistir, sino simples animales serviles a la guerra.

Oriana recuerda el momento en que la van a detener y cómo su primer pensamiento es dejar algún nivel de protección a sus hijos que dormían en ese momento, pensando que quizás no volvería a verlos. “Pedí permiso para despedirme de ellos. Aproveché de pasar a mi pieza y saqué de la cómoda una bolsita con cuatro o cinco joyas que estaban guardadas desde mi niñez, recuerdos de familia. Me acerqué suavemente a la camita del hijo mayor, de seis años en ese entonces, y la deposité bajo su almohada.” (Oriana Aravena Aguirre, prisionera política en Chile) Exilio Exiliarse por su parte, sabemos ya que se entiende como la separación del lugar de residencia o expatriación por motivos políticos. Esto, ordenado por mecanismos estatales o paraestatales ha tenido también implicaciones específicas para las mujeres. La cuestión es ahora entender cómo la misma cárcel es un exilio, entendiendo las experiencias contadas por las mujeres en el exilio y en la cárcel. El análisis académico sólo encuentra su verdad en el testimonio, en la palabra que tiene rostro, que siendo caída se levanta entre la memoria. El exilio, como cualquier forma de movilidad humana, tiene implicaciones por las condiciones que lo constituyen. Mantiene el carácter de castigo, y aun siendo la huida conserva el mensaje original del destierro. El abandono o la muerte. Dejar todo lo conocido, sin la posibilidad de renunciar. Vuelve a ser eso que ya describieron, lo más cercano en vida a la muerte. Tal y como resulta ser la cárcel para las privadas de la libertad por razones políticas: un castigo, una venganza contra el enemigo interno, una “baja” que mantiene con vida entre la tortura de la lejanía, la privación, la pérdida de la identidad, el nombre. Entre la pérdida de lo propio, lo que se conoce, lo que se defiende. “Respiré viento, con las piernas incrédulas de caminar, Renacida en el anticristo de la sociedad. No siento lágrimas, Estoy drogada sin consumir, Con las vísceras contraídas” (Luna, indígena, desde la cárcel, Centro de Reinserción Social (Cereso) femenil de Atlacholoaya, Morelos, México)


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enfoque de oriente Es mi única patria la palabra. Esta palabra viva que derramo azul y roja, gris, o negra y blanca, ayer y hoy, mañana, tantos años. (Concha Zardoya, exiliada de Chile) Para las mujeres, desde el momento de la sentencia, de quien sea que la obligue, ya existe el peso directo o indirecto de la sociedad que habita. Si tiene hijos, padres, hermanos, cercanos, está en el aire la densidad del juicio por abandono, “¿para qué se mete una mujer en lo que no debe, para abandonar luego su rol de cuidados y amor incondicional, si es aquella su virtud y obligación?”. De estar sola, sin embargo, la crítica persiste “para eso se quedan solas, para estar descarriadas”, o, “¿qué podrá hacer sola?”, incapacitándola. En el momento de ser condenadas a una pena privativa de la libertad, las mujeres son víctimas de múltiples juzgamientos, todos los cuales, incluso el penal, están más o menos permeados por el rol que se espera de ellas en la sociedad. La experiencia es la misma cuando deben abandonar sus vínculos, su vida, de repente son desterradas y no faltan juicios desde todos los espacios que habitan. La experiencia emocional es la del exilio, el abandonar forzosamente, por razones políticas.

“Para que no me sienta desterrada, desterrada de mí debo sentirme, y fuera de mi ser y aniquilada, sin alma y sin amor de que servirme.” ( Concha Méndez, prisionera y desterrada en México)

El exilio, tal y como se conoce, para las mujeres, más que para los hombres, ha significado la pérdida de acción y legitimidad política en los espacios de los que hacían parte, donde se formaron, donde militaban cuando resultaron exiliadas. Hay muchas experiencias en las que el exilio permitió el avance para la conformación de redes y apoyo internacional. Pero para las mujeres exiliadas es más complejo mantenerse involucradas, por las mismas razones que les costó más trabajo abrirse lugar en los espacios de reivindicación. La militancia de las mujeres se ha construido desde la lucha individual y colectiva en los debates, desde la presencia. La política criminal del enemigo interno ha pretendido justamente separar a las prisioneras políticas, como a los exiliados que se cree tienen poder en el movimiento, para segregar el mismo. En ocasiones se logra seguir manteniendo contacto con exiliados y encarcelados, y de ello hay evidencias en cárceles masculinas. No pasa esto con las exiliadas y encarceladas, quienes constantemente pierden la posibilidad de interactuar y cortan durante ese tiempo o definitivamente su militancia. Sería ilusorio decir que el exilio es una experiencia que equivale plenamente a la de la privación de la libertad por razones políticas. Pero es necesario decir que la cárcel es una experiencia de exilio, es uno de entre los vejámenes emocionales a que son sometidas lxs prisionerxs políticxs. Ahí la importancia de nombrar como exilio la prisión política, para empezar, preguntarse por las visiones de la justicia, por el clamor de sangre por sangre. El análisis del exilio deberá servir para escuchar a ese otro, esa otra en movimiento y cuestionarse la propia estadía como un privilegio, o si se quiere, una licencia que se le ha dado a lxs poderosxs. ¿Cómo es mi quietud la cárcel de otras, como es mi silencio lo que no deja escuchar su grito?

De por sí, las prisiones desestiman las necesidades de la población carcelaria, con especial énfasis las de las mujeres, y con el agravante del ataque basado en la dinámica del “enemigx internx”, heredada del Derecho Penal del Enemigo, cuando estas son prisioneras políticas.

Luego está el abrirse paso en el mundo occidental y hegemónico, que hasta en el último rincón, ha nacido del patriarcado. Ya ha dejado el lugar que habita, el lugar donde se hizo camino, llega a otro con el peso de ser una “mujer fallida”, desviada, quede haber seguido su rol “natural” no estaría en esa situación. Y llega “de cero”, sin legitimidad o posibilidad alguna más que la de vivir con miedo, del que heredó de haber nacido y haberse nombrado mujer. Mal que bien, en un territorio conocido, las mujeres se agrupan, construyen colectividades que terminan siendo trincheras. Estar “solas” ya constituye una amenaza según enseña la experiencia, sumarle la expulsión, la segregación, agrava la condición. La cárcel, como el exilio, son en contra de la voluntad, y, lo que es más, son la pérdida de la voluntad. Las mujeres pierden en el momento de habituarse a estas condenas una realidad y lugar en el mundo que, hasta el momento con sudor y lágrimas, se habían construido. Las relaciones en las cárceles femeninas también están permeadas de patriarcado. Como cualquier calle de un país que se desconoce, aunque intensificada, es semejante a la experiencia del destierro.

Solo muere quien se olvida: cómplices El exilio de la prisión política, la prisión misma, el hacinamiento. La tortura es el espectáculo al que asistimos todos, todas hoy. Lo presenciamos y nos hemos dado al convencimiento absurdo de que quien no lo vive, no lo siente ni ha de padecerlo. Prohibir el fuego para que sigamos dentro de la caverna, y el agua para no dejarnos sembrar. La cárcel es el exilio, es el despojo de la humanidad, aún si no estamos para verlo.


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Mi memoria en el exilio Por: Hernán Darío Martínez.

Fotos: cortesía Hernán D. Martínez.

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ste viaje lo emprendo en parte, a causa de las amenazas recibidas. En diferentes ocasiones mientras cursaba los últimos años de secundaria llamaban a mi casa a preguntar por mí que para terminar de saldar cuentas por lo de mi papá, razón por la que parte de mi juventud anduve prevenido y preguntándome porqué habían asesinado a mi padre el 5 de enero de 1989. Otra razón por la que inicié el viaje fue por la incertidumbre de no saber qué hacer con mi vida. Estaba recién graduado del colegio, con un promedio bajo por mis problemas de atención y con un montón de preguntas en mi cabeza que no lograron ser resueltas en los salones de clase, sintiendo que los logros en los deportes no alcanzaban para poder vivir de alguna de las disciplinas que practicaba. A este panorama se le suma que a finales de los 90 recrudeció el conflicto armado en todo el país. En las noticias solo se hablaba de masacres, enfrentamientos y derramamiento de sangre. En el pueblo igual, se hablaba de los asesinatos y los NN. En ese entonces, se estaba viviendo un proceso de paz fallido entre la guerrilla de las FARC-EP y el gobierno de Andrés Pastrana; el fenómeno paramilitar se encontraba consolidado y en su mayor grado de operatividad, con recorrido que sumaba desde los años 80, época en la que yo nací y en la que le dieron el premio Nobel de literatura a Gabriel García Márquez. Dudas, temores e incertidumbre rondaban por mi cabeza. Lo único que yo pensaba era en mi padre y en por qué me había abandonado; esta pregunta me acompañó en la mayor parte de mi vida hasta que decidí investigar a profundidad su vida y la ideología que acompañó sus luchas; así, poco a poco, pude ir encontrándole sentido a mi existencia, asimilando este viaje como un punto de partida. Soy Hernán Darío Martínez y el hecho de ser hijo de un dirigente sindical y líder del Movimiento Cívico del Oriente Antioqueño de los 80, (un movimiento que agrupó las demandas de las diferentes localidades de la región por el desacuerdo generalizado a causa de diferentes megaproyectos que se venían

implementando, como la construcción de la represa de El Peñol, la autopista Medellín-Bogotá y el aeropuerto internacional José María Córdoba, obras que fueron desarrolladas sin la debida consulta a las comunidades y que a su vez aumentaron el costo de vida para los lugareños) me llevó a vivir 9 años de exilio en Estados Unidos. En el exilio, viví en carne propia lo que es estar indocumentado en un país donde se habla otro idioma y con costumbres totalmente diferentes a las nuestras. Me fui de Colombia buscando un poco de tranquilidad, pero ¡qué ironía!, llegué a Estados Unidos para ser testigo de un ataque terrorista sin precedentes en la historia norteamericana, como fue el de las Torres gemelas, el 11 de septiembre de 2001. Ironía porque salí de mi país huyéndole a la violencia generalizada y a las amenazas de quienes al parecer no les bastó con el asesinato de mi padre, sino que también querían saldar cuentas con nosotros (su familia) por temor a que sus ideas se reprodujeran. Y es que mi padre, aparte de ser un líder popular y obrero, también fue dirigente de la Unión Patriótica, el movimiento político víctima de genocidio, a mediados de los años 80 y que se extendió por más de 20 años, que cobró la vida de más de 5 mil personas, entre candidatos a la presidencia de la república, senadores, diputados, asambleístas, alcaldes, concejales, dirigentes y simpatizantes, por el mero hecho de querer hacer las cosas de manera diferente a como lo venía haciendo la clase política tradicional, desafiando así el orden establecido. Si a mis 17 años de vida cuando emprendí este viaje no tenía claro qué era lo que quería hacer, lo que sí sabía era que no quería estar en medio de ese baño de sangre en el que se encontraba el país y mi pueblo, El Carmen de Viboral. También me hacía a la idea de no querer contribuir a la violencia alimentada por la sed de venganza y justificada por la ley del ojo por ojo y diente por diente o de pagar con la misma moneda. Alejaba de la mente los fantasmas del odio.


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enfoque de oriente Adiós pueblo natal, chao amigos, nos volveremos a ver primo, madre; novia mía, me voy, pero te juro que mañana volveré. En mi equipaje lo que más pesa son los bonitos recuerdos y los momentos especiales que se convertirán en mi mejor compañía, junto a la música, la nueva pasión que me llevaría a recopilar más de 5 mil melodías en un mp3 y a medir el tiempo y la distancia en canciones. Para ir de mi casa a New York me demoraba 20 canciones. Acostumbraba a escuchar Clandestino de Manu Chao, Mala vida de Mano Negra, Run run se fue pal Norte de Inti Illimani, One love de Bob Marley, Pupilas lejanas de Los Pericos, Diré a mi gente y Una flor para mascar de Pablus Gallinazus, Mueres libre de Kraken, Yo tengo un ángel de Tego Calderón. Pandillas de Nueva York es la película que mejor relata la tensión de la ciudad, cuando llegaban a puerto por el río Hudson los primeros migrantes que se repartieron por el resto del país. Tensión que en los tiempos modernos se refleja desde el discurso del terrorismo y que en una ciudad cosmopolita se manifiesta en la atención entre un centro financiero y un downtown cultural. El proceso de aplicar por asilo político comienza un año después de mi llegada a Estados Unidos, lo que significaría permanecer sin salir del país por un tiempo indefinido. Comienza el proceso de recopilación de la información que aporta a la construcción del caso de amenazas en mi contra y que se relacionara con la persecución y posterior asesinato de mi padre a causa de su militancia política; por lo tanto, también había que comenzar a visitar abogados y a comparecer en la corte ante jueces estatales en un proceso que tardó unos 7 años desde el momento en que radicamos la solicitud de asilo hasta cuando me dieron la residencia permanente. A los 2 años aceptaron el proceso y me dieron el social security, nombre con el que podía recibir atención en salud y otros beneficios. Obtuve el permiso de trabajo, pude abrir una cuenta en el banco y sacar la licencia para conducir, todo esto me dio mayor libertad e independencia. A los 5 años me dieron el estatus de asilo político y un pasaporte de refugiado con el que podía viajar a cualquier parte del mundo menos a Colombia, aunque fue lo primero que hice. Fue tremenda odisea, porque si entraba al país, de regreso no se podían dar cuenta; así que el viaje tuvo escala en Venezuela. De vuelta a New York me tuvieron retenido 6 horas en el aeropuerto, investigando, primero si había viajado a Colombia y segundo por si andaba de mula. Solo después hacer mis necesidades fecales me permitieron el reingreso al país del tío Sam. *** Fue por medio de la música que me introduje en el mundo de la crítica, de la dialéctica, de lo social, del bien común, del mundo de las historias que a nadie cuenta y que Antonio teje. Poco a poco fui conociendo la realidad del país por medio de artistas como Mercedes Sosa, Pablus Gallinazus, Facundo Cabral, Víctor Jara, Violeta Parra, Inti Illimani y canciones como Las casas de cartón, Ni chicha ni limona’, Ojalá y El Necio. Como diría Andrés Caicedo refiriéndose a las artes en general ¡Que quemen todo y que solo dejen la música! Gracias vida, gracias viaje, gracias música por hacerme sensible ante los problemas de los demás, por enseñarme que la guerra no me es indiferente. Gracias por iluminarme cuando han tratado de convidarme a indefinirme. Sabes música que yo quiero que me entierren como a mis antepasados, en el vientre oscuro y tierno, de una vasija de barro.

*** ¡No vamos a estudiar! Era lo que yo pensaba en ese entonces. Afortunadamente estaban ya mis dos hermanos mayores ubicados y estabilizados, y cuando llegué ya tenía un techo donde vivir y prácticamente trabajo cuando quisiera. Llegué a vivir junto a mis hermanos a Parlin, New Jersey de donde recuerdo el olor a curri, típico en un barrio de población mayoritariamente hindú y árabe. El pueblo latino más cercano era Perth Amboy, a 5 minutos de Parlin, donde había población dominicana, puertorriqueña y mexicana, y entonces se podía disfrutar de la gastronomía de estas culturas. En South Amboy habitaban más portugueses e inmigrantes italianos y era donde estaba ubicada la estación del tren que llevaba a New York City. La colonia colombiana que se encontraba más cercana estaba en Elizabeth, New Jersey, a 20 minutos de distancia de donde yo vivía. Para llegar se podía ir en bus, en tren o en carro por el Turnpike o por el Parkway, que eran autopistas estatales y nacionales, de hasta 8 carriles, con límites de velocidad de 150 kilómetros por hora y para las que había que pagar desde 25 centavos de dólar hasta 1.50 dólares. Allí encontraba los sabores colombianos. En definitiva, no hay nada como una empanada con ají, o unos pandebonos, o una arepa de chócolo con quesito, y todo eso que sabía a pueblo y que nos transportaba a esos momentos con los familiares y amigos, y hasta de vez en cuando había discotecas que ponían música colombiana y latina. Difícil el exilio y estar lejos de la familia pero este tipo de gustos alegraban el corazón. Era una época en la que en todo el mundo se estaban dando ataques terroristas y después de lo sucedido en Manhattan con esas Torres, la amenaza de otro ataque en Estados Unidos era inminente; por eso, el Departamento de Migración hacía redadas constantemente en cualquier lugar donde se sospechara de la existencia de inmigrantes ilegales, agentes de migración llegaban a las empresas pidiendo documentos y el que no tenía permiso de trabajo lo deportaban. Ese fue el ambiente en que viví durante 3 años y sin poder salir del país, indocumentado, sin seguro y sin permiso de trabajo, aunque resultó un trabajo en construcción y así comenzó mi vida laboral en Estados Unidos. Me dediqué a trabajar y ahorrar para poder tener la casita algún día y que no faltará la ayuda para la mamá. En ese trabajo duré 6 meses; después pasé a restaurantes de griegos y discotecas de 800 y 2000 personas donde trabajé la mayor parte del tiempo que pasé en el exilio. La música se estaba convirtiendo en mi mejor compañía, y ya mantenía con el discman y consiguiendo CDS por donde anduviera aun cuando lanzaron el Ipod al mercado, mi pasatiempo favorito era recopilar música para que me acompañara, en mi tiempo libre salía a caminar a Manhattan y como parte de mi rutina semanal entraba a Virgin, la tienda de música por departamentos más grande del mundo, cinco pisos de industria discográfica ubicada en Times Square, la avenida más concurrida del mundo por su flujo de turistas. A mí me gustaba tomar el subway hasta la calle 140 y bajar caminando hasta la 34 que era donde tomaba el tren de regreso hacia New Jersey. En mis caminatas pasaba por el Central Park donde en verano hacían conciertos gratis y al aire libre. Molotov, Café Tacuba y Control Machete fueron algunos de los grupos que pude apreciar; también visitaba museos y entraba a bares. Pero el mejor, fue el concierto de Manu Chao y Radio Bemba en Brooklyn, fueron 4 horas de fiesta y Clandestino se convirtió en mi himno.


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Mi norte es el sur, mi sueño americano siempre fue Colombia, el futuro es hoy. If you know your history, then you Will know where you are coming from. Deambulando, andando y descansando iba buscando cosas pero nada en específico, atento a lo nuevo a ver qué iba resultando. Y aparecen las obras póstumas de Pablo Neruda en una librería de Manhattan por la quinta avenida, y después aparece otro sobre la historia de Fidel Castro y la revolución cubana, pero en el downtown, por Canal Street. Ahí mismo, en esa librería, cerca de la Universidad de New York que tiene un parque abierto donde siempre hay algún artista tocando un instrumento, encuentro el libro Che, compañero. Lo encontré en ese sector alternativo y bohemio de la ciudad pintoresca, de musicales, con tambores y pinturas, con percusiones de tubos, canecas y escobas. En esa ciudad cosmopolita me vi el estreno de la película Diarios de Motocicleta que relata los viajes del Che por Latinoamérica como su punto de partida hacia lo que fue una vida entregada a la lucha revolucionaria. Creo que he visto la luz al otro lado del río. En ese ambiente me encontré a una amiga que también andaba en el exilio por New York. Música, compositora; venía de Cuba donde estuvo viviendo unos años. Nos saludamos, compartimos un café. Mucha melancolía. Nos despedimos y al tiempo, me di cuenta de que su hermano se había suicidado lejos de su familia, en Europa. Su padre y el mío fueron compañeros de lucha y militantes de la UP. Murió víctima de un atentado con una bomba en su lugar de residencia donde vivía con la esposa y sus dos hijos. Es el sabor agridulce de la vida que va pasando por las calles de una ciudad por descubrir, que poco a poco se va habitando y que mientras se camina se siente cómo se va dejando la zozobra de no saber qué hacer con la vida. Y, aunque faltara poco para obtener mi residencia permanente, lo que significaría alcanzar cierta estabilidad y abandonar el estatus de refugiado, ya en mi mente se estaba formando la posibilidad de regresarme

definitivamente y para siempre al pueblo que me vio nacer. Volver a ser un hombre de provincia como José Manuel Arango, contar las historias de los marginados como Alfredo Molano, ser una persona de conciencia crítica como Antonio Gramci, como Walter Benjamín o Theodore Adorno, midiéndolos con la misma vara y teniendo claro que en esta época, un humanista no reproduce la barbarie que critica. *** A finales del primer mandato de Uribe se produce la desmovilización de las AUC y yo me tomé más confianza respecto a la situación en el pueblo. Después de varios viajes y pese al constante desacuerdo de la familia, se dio que para 2009 ya había librado la casa y para esos mismos días habían abierto 2 cohortes de sociología en la Universidad de Antioquia, seccional Oriente, donde me dediqué a reconstruir el contexto que vivió mi padre y a ser un militante de la memoria desde las organizaciones de víctimas y la coordinación Reiniciar Antioquia, como un aporte a la verdad del conflicto armado y a la construcción de paz. Los sueños están al otro lado del miedo. Al final del viaje la pregunta era hasta dónde todo lo que estaba viviendo era un exilio o un auto exilio que me servía de excusa para no luchar por las cosas que me hacían sonreír: como comer uchuvas, ver una gallina culeca, oír cantar los pajaritos o tomarme un tinto en cualquier esquina del pueblo. Por eso aprendí que la libertad se relaciona a la medida en que nos esforcemos a perseguir nuestros sueños así toque transformar nuestra realidad, nuestro entorno y salir del estado de confort, pues la utopía es eso que motiva a movernos.


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Un país de náufragos Por: Manuela Betancur Pérez.

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l 27 de febrero de 1998 Martha Magnusson lloraba en su casa en Gotemburgo, mientras la portada del diario El Colombiano, que tomaría aproximadamente dos minutos en aparecer en la pantalla del computador, le permitía leer a la velocidad de un niño de primer grado, palabra por palabra, aquello que Martha tanto temió y que, sin desearlo, presintió desde el momento en que la página comenzó a cargar: Asesinado el apóstol de los derechos humanos, Jesús María Valle. Para entonces, Martha Luz Saldarriaga Vélez era Martha Luz Magnusson, una colombiana que había tenido que renunciar a su nacionalidad y no conocía a ese “Magnus” al que originariamente le debía el apellido sueco que tomó cuando se casó con Anders Magnusson y que en español traducía hijo de Magnus. Lo poco o mucho que Martha conocía de hijos y hogar, lo sabía porque hacía un año había nacido su bebé, Anne Elizabeth. Martha nunca había sido una mujer regida por los cánones que establecían el deber ser de una mujer de segunda mitad del siglo XX, había nacido el 17 de abril de 1959 para tener la vida menos predestinada que se hubiera imaginado su madre, su padre y ella misma. Así que esas cosas de mercado, cocina y tetero nunca fueron su norte, hasta que en Suecia, sin más abrigo que la intuición comenzó a descubrir ese lado de la vida que muchos llaman independencia, pero que en su caso era supervivencia. “Yo nunca había mercado en Colombia. Vine aprender a mercar acá, y a cocinar también” Recuerda Martha. Bajo estas condiciones el hecho de llegar a un país donde el idioma es casi imposible, como lo califica ella, empeora la carga que ya es demasiada para una migrante y ama de casa novata. “A mí me encantaba el atún y conseguí bien baratas unas cajas azulitas con una silueta de un gato, entonces las compré, cuando invité a un amigo y le dije que, si quería eso con un poquito de galletas, me dijo: ¿me vas a dar comida de gatos?” Tal vez si su mayor preocupación en Suecia hubiera sido aprender a diferenciar cuál era la comida para gatos del atún, esta no sería su historia, pero Martha había huido el 24 de noviembre de 1990 de la misma poca suerte—si es que se puede llamar así—que había tenido su compañero Jesús María Valle, y

casi ocho años después el 27 de febrero de 1998, lloraba con su hija en brazos, mientras veía todo lo que le seguía quitando el país al que tanto le había entregado, un país que como lo describe la escritora bogotana, Laura Restrepo, se niega a dar cuenta de nada y de nadie. *** En 1984, después de siete años de estudios en la Universidad de Antioquia, Martha recibía el diploma de abogada que había soñado tener desde el colegio cuando supo que quería dedicarse toda su vida a eso. Su paso por la universidad dejó el rastro de una joven de 25 años, que encaminaría su vida a la defensa y reivindicación de los derechos humanos en Antioquia, y pese a que ese nunca fue el deseo de sus padres, Oscar y Martha, ella recuerda que “Nunca estuvieron de acuerdo con la forma en que orienté mi vida de abogada, sin embargo, en los momentos más difíciles, me apoyaron”. Momentos difíciles que llegarían sin dar espera. En 1985 Martha entró a hacer parte del Comité Permanente por los Derechos Humanos de Antioquia, un grupo interdisciplinario de 10 personas que voluntariamente trabajaban para mitigar los daños que un país permeado por el conflicto armado, el narcotráfico, las rivalidades ideológicas — o cualquier otro mal que la búsqueda de dinero y de poder— causan a una sociedad. Algunos de los integrantes del Comité eran Héctor Abad Gómez, Leonardo Betancur, Jesús María Valle, Carlos Gónima, Luis Fernando Vélez, Martha y otras personas, que conformaban un equipo de médicos, abogados y periodistas que se convirtieron en la piedra en el zapato de grupos al margen de la ley, e incluso del mismo Estado, que para entonces tenía una fuerte relación con grupos paramilitares. Una de las primeras y más duras advertencias de que las sombras querían silencio, llegó el 25 de agosto de 1987, el día que asesinaron a Héctor Abad Gómez y a Leonardo Betancur. A las 7:00 de la mañana de ese día, el cuerpo de Luis Felipe Vélez, docente


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enfoque de oriente y sindicalista se encontraba afuera de la sede de la Asociación de Institutores de Antioquia (ADIDA), mientras que las personas conmocionadas no se imaginaban que esa iba a ser solo la primera víctima del día. El Comité no era ajeno al duelo, como Martha cuenta “íbamos a ir a acompañar al Sindicato en la velación Héctor Abad, Leonardo, Jesús María, otros cuatro del equipo y yo”, pero por cuestiones de tiempo Martha y Jesús María quedaron de encontrarse en la sede del Colegio Antioqueño de Abogados, mientras que Héctor Abad Gómez y Leonardo Betancur, llegaron directo a la sede de ADIDA. Fue entonces, como las calles que habían sido el soporte de los pies que caminaban con inercia poniendo la vida de las personas sobre sus propias vidas, vieron cómo caían Héctor Abad Gómez y Leonardo Betancur por disparos que sicarios habían perpetrado. Minutos después, los asesinos irrumpieron a la sede del sindicato preguntando por “la Mona”, como llamaban a Martha, en ese momento una mujer que hacía el aseo y que acababa de cambiarse de ropa ante los ojos cegados de muerte, pareció ser la mona y quedó en el suelo, sin imaginarse que la verdadera mona, Martha, llegaría media hora después a que le dieran la noticia de que sus compañeros habían sido asesinados. En ese momento, aparecieron dos hombres que intentaron entrar a la sede montados en motos, de inmediato, unos meseros y el vigilante cerraron la puerta y lograron que no aumentara el número de pesares que ya rondaban las calles del centro de Medellín. “Cuando estaba aquí en Suecia fue el momento en el que sentí más miedo. Es que en Colombia no salíamos de una persona desaparecida, entrábamos en otra…en otra, y no había espacio para sentir miedo. Allá teníamos rabia, impotencia de no poder hacer nada, de no poder defender a la gente y esos sentimientos eran muchos más fuertes que el miedo”. Pero la falta de miedo de Martha no significó la ausencia de más amenazas. El 31 de octubre de 1989, casi un año antes de que Martha hubiera que tenido que salir exiliada a Suecia, ella y el resto de los habitantes de Medellín se disponían a celebrar Halloween, exceptuando a los soldados del Batallón Bomboná que allanaban su casa, mientras ella se arreglaba para ir a una fiesta. Martha creyó que estaban subidos en los muros porque iban a entrar a la casa de su vecina Fabiola Lalinde, la lideresa reconocida por haber llevado a cabo la Operación Sirirí. Sin embargo, los que entraban vestidos de militares y no precisamente por ser Halloween, tenían como objetivo entrar a su casa, encañonar a su papá que había abierto la puerta, registrar el lugar y llevarse los documentos de Martha que terminaron siendo unos papeles de su madre. Las llamadas amenazantes a su oficina seguían llegando y el panorama no era alentador para los integrantes del Comité, fue entonces, cuando el presidente de la época, Cesar Gaviria ordenó a Miguel Maza Márquez—entonces jefe del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) y ahora condenado por el asesinato de Luis Carlos Galán— que les brindara protección a los integrantes del Comité. Sin embargo, la solución propuesta por Gaviria los había metido a la boca del lobo: “Ya esa semana habían sucedido varios asesinatos como el de la

alcaldesa de Apartadó, también estando involucrados agentes del DAS. Entonces tomé la decisión de que era mejor buscar salida internacional”. El 25 de noviembre de 1990 Martha se encontraba en un campo de refugiados en Hallstahammar, Suecia, a -10°c, aparentemente ligera, con solo dos maletas en los brazos, pero una tristeza infinita en su corazón. *** Un día hacia la mar una lancha partió y a su rastro llevó un nido de ilusión/ en la playa quedó triste y confiada/ la mujercita que tristemente cantó. / Se va, se va la lancha / se va con el pescador/ y en esa lancha que cruza el mar/ se va también mi amor. Esta canción la popularizó el Dueto de Antaño, con el nombre de La lancha, pero cuando Anne, la hija de Martha, tenía cinco años, pensaba que ese ritmo jocoso y esa letra que no entendía, la había inventado su abuelo, Oscar. Anne solo vio dos veces a su abuelo, pero recuerda intactamente cuando se sentaban en dos sillas plásticas que había en la cocina “a gritar”, como dice Anne, La lancha, que también fue la canción de la infancia de su mamá y sus tíos. Una canción que podía decir lo que quisiera, pero que para ella no era otra cosa que felicidad. “Él cantaba muchas canciones de borrachera deprimentes y cuando uno es niño y además no entiende el español, eso suena bien” Contaba Anne, que había nacido en Gotemburgo el 2 de febrero de 1997 a las 3:00 a.m. y que cuando cumplió 18 años y Martha había podido recuperar su nacionalidad colombiana y ella ya la tenía, fue a la Registraduría para cambiar sus apellidos y tener el nombre de: Anne Elizabeth Saldarriaga Vélez Magnusson. Para ella su nombre “tiene la conexión de mis abuelos y la decisión de dos países de crearlo”, la abuela paterna, Oddfrid elegiría el primer nombre y los abuelos maternos, el segundo. El mundo de Anne se convirtió en eso, una vida mediada por dos países tan diferentes como el día y la noche, y aunque permaneció la mayor parte de su infancia y adolescencia en Suecia, Anne disfruta el calor de Colombia, y de vez en vez lleva el ritmo de algún reggaetón que se queda en su mente como consigna, tal como los que escuchaba en un Cd que su papá le había comprado en el negocio de un vendedor ambulante por Laureles, en una de sus visitas a Colombia cuando ella era una niña: “De esos de Lony Tunes y Noruega”. Anne dice que el amor que tiene por Colombia es grande, pero también se pregunta “¿Cómo pueden ser ustedes tan crueles de sacar a una persona, desarraigarla y dejarla sola como una basura en otro país del que no conoce nada?" Y precisamente, es ese desarraigo el que ha llenado la vida en el exterior de Martha y Anne, de los sin sabores que incuban la distancia y los recuerdos. Martha confiesa que una de las partes más difíciles del exilio es decir adiós, un adiós fugaz como un golpe seco que no se ve venir y desacomoda todo. “Esa es la parte más dura, cuando uno se despide de cada persona, nadie sabe si es la última vez. Se acumulan muchas pérdidas. Uno de pronto se va metiendo en estas rutinas y cuando regresas a Colombia la misma gente te dice: ¡cómo has cambiado! Por adaptarse acá has cambiado muchas cosas en el comportamiento, entonces uno entra en choque allá y lo mismo pasa cuando regresas. Se da cuenta uno de que no es ni de aquí ni es de allá. Pérdidas que no se recuperan. Ese es

Esa es la parte más dura, cuando uno se despide de cada persona, nadie sabe si es la última vez. Se acumulan muchas pérdidas.


Ilustraciones: Anne.

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enfoque de oriente el precio de esto. Muchas pérdidas”. Pérdidas como las de no poder estar con su padre sus últimas horas de vida y en su funeral, como la de haberse tenido que ir de Colombia después de haber estado un mes cuidando a su madre y tener que regresar a enterrarla a los quince días. Pérdidas como la de su amigo Jesús María Valle, con el que había hablado ocho días antes de su muerte, sobre cómo había empeorado la situación del país, y a los ocho días enterarse de la manera más impersonal de su asesinato. “Acá no hay diferencia entre la persona que migra para buscar mejores oportunidades económicas y los que migramos porque nos vemos obligados a dejar nuestro país. La situación es igual. En general el europeo nos trata como invasores, como extraños. Hay mucha xenofobia”, plantea Martha que a leguas era distinta con su metro y medio en un país de personas de 1,70 en adelante y de “cuatro mechas” como llamaba ella a la condición predominante en este país que le impedía encontrar peluquerías que se le midieran a su cabello grueso e indomable. En el colegio donde Anne estudio la primaria también lo notaron: “la mamá de Anne era diferente, entonces Anne era diferente”, bajo esta premisa el bullying no tardó en llegar, Anne se convirtió en el foco de los insultos y maltratos. Y aunque Martha lleva 30 años en Suecia sigue siendo la colombiana. “El desarraigo es casi total, al final los más cercanos le dicen a uno colombiana, dicen: hola colombiana, ah sí, aquí trabaja una colombiana, pero nada más”. En los países del sol de medianoche, hay que acostumbrarse a ver el termómetro antes de salir de casa, porque, aunque el sol esté radiante, se puede estar a -10°c. Hay que ser tan preciso como el reloj para llegar a una hora, puedes conseguir tamales y empanadas por internet a un precio muy elevado, puedes sentir que la vida es un soplo sin perturbaciones, pero no puedes olvidar. “Cuando uno está en el exilio uno separa toda la película de una manera muy brusca”, a la fuerza, sin otra opción que la de tratar de vivir la vida que otros le impusieron, a Martha y a aproximadamente otros 200 colombianos que están exiliados en Suecia, dato que Martha conoce, porque desde el 2015 trabaja con el Foro Internacional de Víctimas y es entrevistadora para la Comisión de la Verdad en una investigación sobre los exiliados que tuvieron que salir de Colombia

por el conflicto armado. Anne dice que su mamá es una súper heroína: “fuerte independiente, inteligente es lo que más veo en mi mamá. Una mujer que ha logrado de todo. Mi mamá tomó su camino en esa época y decidió hacer lo que la hacía feliz y aunque han pasado muchos golpes, ella siempre los toma y hace que a mí no me caigan con tanta fuerza”. Y aunque Martha teme por el bienestar de Anne con su regreso a Colombia porque sabe que seguiría trabajando en lo mismo que hacía antes de salir del país, ambas saben que no hay nada que llene más a Martha que ayudar a las personas, como lo notó Anne cuando Martha comenzó a trabajar con la CEV. “Desde que llegó el ejercicio con la Comisión de la Verdad, mi mamá está más tranquila, porque pudo dar su testimonio, sacar todo el dolor que tenía, tuvo apoyo y hace lo que le da felicidad: ayudar a los demás”. Fue este trabajo el que le permitió a Martha ver reflejadas sus historias y luchas en los rostros de otros: “Uno no entiende cómo una persona ha aguantado tanto. Tanto las de Colombia como las del exilio. La gente cree que el drama termina en el exilio, pero ese es solo el comienzo”. “Afuera, los exiliados viven su experiencia en medio de encuentros y desencuentros. Entre las profundas soledades y los obstáculos que les impone un país extranjero, la población colombiana exiliada ha tenido que hacerle frente a las huellas del conflicto armado más allá de las fronteras”, dice el informe sobre exilio entregado por el CNMH. Vivimos en un país que hace diez años ocupaba el tercer lugar con más refugiados y exiliados del mundo. Según los datos de la ACNUR en la última década más de medio millón de personas han tenido que salir de Colombia por el conflicto. Pareciera entonces, que la canción que Anne y su abuelo cantaban a gritos en su casa en Medellín, por La 33, es mucho más que la historia de un pescador que por enfrentarse a la mar naufragó con su lancha, dejando a una mujer que le cantaba y extrañaba. Se convierte en la historia de casi un millón de colombianos que se han visto obligados a dejar su país, un país con una marea agreste que los lanzó al naufragio por defender la vida sobre la muerte, por buscar luces en una sociedad invadida por sombras, que los alejó de su familia y amigos, que les obligó a no pensar en esperanza, que los hizo hundirse en un mar de incertidumbre y dolor, mientras viajaban horas en un avión rumbo a un país que no conocían, rumbo a ciudades de las que muchos no sabían ni pronunciar el nombre. También es la historia de los que quedaron en Colombia, como la mujer de la canción, esperando el momento en que la marea se calmara y sus seres queridos pudieran entrar por las puertas de sus casas diciendo “volví”. Es la historia del país con más exiliados de Suramérica; la historia de Colombia, un país de náufragos.


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Asociación Campesina de Antioquia: resistencias al desplazamiento y una consigna inquebrantable por la defensa de los territorios rurales Por: Sebastián Atehortúa Giraldo.

A

nte un momento de crisis económica cafetera a finales de los años ochenta, familias que habitaron la región del Suroeste Antioqueño con sustento en la recolección de café y algunas que habían pertenecido a la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC) decidieron juntarse para dar pasos en la organización comunitaria y regional hacia la búsqueda de mejores condiciones de vida. Entre comités veredales y municipales, la reivindicación de los Derechos humanos y fundamentalmente la exigencia para el acceso a la tierra, nació la Asociación Campesina de Antioquia (ACA), consolidándose a comienzos de los años noventa y obteniendo su personería jurídica en 1994. Es sabido que los tejidos comunitarios y los procesos organizativos que velan por la construcción de dignidad territorial han representado un estado de alerta para los intereses particulares de los grupos paramilitares y los sectores poderosos a los que muchas veces representan, lo que puede explicar por qué para los liderazgos de la ACA, los señalamientos, la estigmatización y las amenazas se convirtieron en una marca con la que empezaron a vivir durante esta época, por lo que se vieron condenados a encarnar los sufrimientos de una estrategia que buscó acabar con todo rastro de organización comunitaria. Con distintas acciones que atentaron contra la vida e integridad de las campesinas y campesinos de su base social, la ACA se vio en la obligación de suspender el trabajo de doce municipios en los que se encontraban y huir, dirigiéndose a la ciudad de Medellín principalmente. Siendo parte de los 413.068 desplazamientos forzados durante la presidencia de Ernesto Samper Pizano en cifras del Centro Nacional de Memoria Histórica, la ACA fue desplazada del Suroeste entre 1997 y 1998. Abandonar el campo, las gallinas y caballos, sus casas, los sonidos de los pájaros o el aire puro que se sentía en la brisa, fue la imposición que cargaron consigo como consecuencia por defender los territorios. Y en las palabras de don Jesús María Cano: “eso siempre estuvo maluco en ese entonces porque los paramilitares rondando las fincas allá en Promisión, dieron cuatro días que pa’ que desocupáramos. Tuvo que haber sido un 15 de julio porque yo me acuerdo mucho de esa fecha (…) imagínese, llegamos a la cabecera municipal,

estuvimos por ahí un mes en el coliseo de Angelópolis. De ahí nos dieron cienmil pesos dizque pa’ que pagáramos arriendo y poder comer allá en Medellín. Ah, qué fue lo que nos dieron ahí, un bendito transporte”. El terror fue un sentir generalizado en las personas que sufrieron este desplazamiento, pues dejar sus veredas era la única posibilidad de salvaguardar las vidas, y las laderas o asentamientos de familias que ya habían sido desplazadas se convirtieron en el refugio y única alternativa de llegada para a quienes la injusticia de la violencia les obligó irse. Con el dolor de saber que a varias compañeras y compañeros les asesinaron antes de poder huir, algunas de las personas fundadoras se refugiaron principalmente en la parte alta de Manrique Central, en los asentamientos de La Cruz y La Honda, y en el asentamiento Esfuerzos de Paz del barrio Villatina en la ciudad de Medellín. (Fuente: Área de Comunicaciones - ACA). También relata don Jesús María que en ese tiempo era el presidente de la Asociación y aunque hubo quién les diera la mano: “nos dijeron que bueno, que pegáramos pa’ la Honda y que había posibilidades de no vivir tan mal, pero qué, a mucha gente le dio miedo porque siempre era un problema y que el otro, es que si uno no tiene pa’ donde pegar la vida se vuelve un sufrimiento. Le decían a uno que pa’ Villa Hermosa y sólo pensaba uno en la persecución que había por ahí también. Vea es que nos tocaba a lo sálvese quien pueda, estar debajo de plásticos, no saber si sí vamos a tener qué comer, vea en Medellín fue sufriendo y sufriendo que estuvimos”. Cuando ocurre un desplazamiento forzado, la angustia y la zozobra son sensaciones que cobran protagonismo en las personas, mucho más cuando se ven obligadas a resolver su bienestar bajo las posibilidades que sorteen o los logros que obtengan en asuntos básicos necesarios como serían vestirse, poderse alimentar o tener un techo y lugar para habitar. Ello, sin contar si quiera las dificultades que puedan surgir de un relacionamiento obligatorio para sobrevivir en un territorio ajeno.


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Fotos cortesía: Archivo ACA.

enfoque de oriente Con un contexto de expansión paramilitar también en la ciudad, fueron comunidades y organizaciones sociales con interés en los Derechos Humanos y solidaridad ante acontecimientos de despojo y desplazamientos, las que posibilitaron compañía, escucha y acogida para las familias que llegaron. Es en esta realidad que con logros en toma de tierras por parte de campesinas y campesinos sin tierra, propuestas de organización política y fortalecimiento de la producción agrícola en sus veredas, las personas se ven condenadas a, de haber sobrevivido, hacer un reinicio en las exigencias de dignidad y respeto por sus vidas. Aunque esta vez, con nuevas aristas de desigualdad y ante un panorama completamente diferente al rural. Todo se presentó durante un punto álgido del conflicto armado con tomas guerrilleras en el Oriente, una gran arremetida paramilitar en el Magdalena medio, la zona del Urabá y el Occidente antioqueño, por lo que la crisis nacional de desplazamientos se seguía complejizando y la población campesina quedaba en situaciones socioeconómicas devastadoras. Por estas razones y ante la ausencia del estado en la atención humanitaria, se emprende un proceso de visibilización de la problemática mediante acciones de hecho, tomas de la población civil a lugares importantes como La Universidad de Antioquia, la Curva de Rodas, Catedral Metropolitana o la Alpujarra en Medellín, junto con otros esfuerzos de movilización y protesta en diferentes zonas del país. Tal fue el impacto y la necesidad con que las personas protestaron, que el gobierno nacional se vio en la obligación de expedir la ley 387 de 1997, enfocada en atender la crisis humanitaria y mitigarla con una política de carácter asistencial. Mientras se dio el trabajo comunitario y la exigibilidad de los derechos con la población desplazada de aproximadamente 35 asentamientos, a finales de los noventa, las representaciones de la ya nombrada base social se encontraban profundamente fragmentadas, ya que hubo lideresas y líderes que se marginaron de los procesos para no verse inmersas ni inmersos en revictimización y nuevos riesgos, pues reivindicar y exigir derechos les evocaba huidas involuntarias; pusieron la integridad y la conservación de la vida como consignas, porque de continuar luchando, tal vez les marcaría una fatal e insólita muerte. Lamentablemente ya tenían un ejemplo: en 1999 después de que varias campesinas y campesinos regresaran específicamente a la vereda Promisión en Angelópolis, asesinaron dos de estos liderazgos, provocando un nuevo desplazamiento

para las personas de esta vereda y algunas familias de Cascajala. Con algunos logros, pero sin suficientes garantías para retornar o adecuarse en condiciones dignas en algún lugar, así como se encontró deserción del trabajo colectivo, también hubo personas que optaron por mantenerse en la dinámica de organización comunitaria como la manera de seguir en la exigibilidad de los derechos y continuar la búsqueda de condiciones para regresar a sus territorios. Fue entonces cuando a mediados de los dos mil, la Asociación Campesina de Antioquia estaba apoyando procesos de Defensa y promoción de derechos de la población campesina en lo urbano, es decir, disputaban para que se les incluyera en la ciudad con ayudas y asistencia humanitaria que les permitiese vivir con mínimas de dignidad, aunque lejos de la ruralidad y los territorios que recordaban sintiendo aún como suyos. Es en este punto cuando empiezan a replantearse el trabajo en las zonas urbanas, y fieles a las resistencias de la organización se enfocaron en un proceso de retorno y recuperación de la tierra abandonada a causa del conflicto armado en Angelópolis. Al hecho de ser este el único municipio del Suroeste en los que se estaba como asociación que cumpliría las condiciones en términos de seguridad y demás, se adhieren los anhelos de las familias por regresar a los campos, que como dicen por ahí, es un sentir casi biológico que inquieta e inquieta hasta que se vuelve a tocar la tierra para reconocer los aromas de las flores mientras se transita con libertad por los suelos verdes y coloridos. Sin ser una exageración eso de que a pesar de haberse enfrentado a destierros, despojo y vulneraciones, muchas campesinas y campesinos sólo pueden pensar en el momento en que podrán regresar al campo, la ACA decide embarcarse en la búsqueda jurídica y política para volver. Dice Jesús María Cano que “cada rato uno pensaba era en la vida, en Medellín la cosa también estaba muy delicada uno ni sabía qué era mejor *se ríe, en principio a carcajadas y después como apenado* hombre, es que uno ahora como que se ríe, pero en ese tiempo uno mantenía con miedo sin saber qué hacer, de milagrito es que vivimos todavía”. (…) “Vea, es que de tanto sufrir en la ciudad, ya dijimos que teníamos que hacer lo posible por volver, y emberraque a preguntar aquí y allá cómo podíamos hacer, se fueron dando las cosas favorables y nos volvimos pa’ la tierrita. Siempre logramos asesoría de un lado y de otro y agarrando lo que nos servía las cosas se dieron.


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Oiga, yo me soñaba era estando allá siempre, y volver a sembrar mis frijoles y el maicito, es que a uno no se le olvida la felicidad del campo nunca”. En principio, el objetivo fue recuperar legal y materialmente la tierra bajo procesos de retorno con acompañamiento institucional y con acciones tendientes a la formalización, saneamiento y legalización de la tierra. Aunque este proceso no implicó sólo la recuperación jurídica si no también la titulación en favor de las familias campesinas; y adicionalmente, en relación a la reparación integral, se garantizó la seguridad alimentaria, construyeron viviendas, se electrificó la vereda, hicieron caminos y se posibilitó la alimentación gratuita por parte del Estado durante seis meses, mientras se volvía a producir. Gracias al acompañamiento riguroso y comprometido de la asociación a estas familias, se pudo hablar de las garantías de vida digna en los territorios de los cuales se había huido, y este retorno le serviría a la organización como un demostrativo innegable de que el trabajo comunitario con los ideales de defensa y permanencia en los territorios rurales, acompañados de procesos jurídicos responsables que piensan en el bienestar de las comunidades campesinas, sí tienen lo requerido para lograr tejidos sólidos, con confianzas colectivas para la exigibilidad del respeto por los derechos. Por otro lado, de la mano con cooperación internacional se estableció una claridad frente a los asuntos objetivos de la Asociación Campesina de Antioquia y entre quienes hacían parte del equipo administrativo, formativo o dinamizador de este proceso, se preguntaron por la continuación de las reivindicaciones con población desplazada u optar por retomar la bandera principal del trabajo con comunidades campesinas y expandirse en el campo. Aunque no se dejó de aportar y exigir garantías para la población desplazada, la decisión fue regresar al campo apostándole a la defensa y permanencia en los territorios rurales. Se determinó también que el ser de la asociación y las comunidades campesinas está en la ruralidad y no en barrios periféricos en condiciones de pobreza o exclusión. Y es así como proceden a contactar personas afines para continuar el trabajo organizativo, y al igual que en Angelópolis, en algunos municipios del Oriente Antioqueño se presentaron las condiciones para desplegar y establecer el trabajo colectivo. Con procesos formativos sobre promoción e interiorización de los derechos humanos (qué son, en qué consisten y cómo los defiendo), y acciones de legalización o formalización de la tierra, llegaron a veredas como El Pajuí, La Esperanza, Farallones o San Isidro en el municipio de San Francisco; mientras que a San Vicente, también municipio del Oriente Antioqueño, llegaron por medio de un proceso de formación con población joven campesina de la Escuela de liderazgo Juvenil. Todas sus propuestas y actividades, siempre de cara

a acciones que visibilizasen la problemática agraria y de desplazamiento forzado, así como la importancia de los DDHH. Después del trabajo iniciado en estos dos municipios del Oriente Antioqueño, la ACA empieza abrirse paso en otras localidades, y dependiendo del trabajo avanzado, las condiciones de seguridad o la respuesta obtenida por las comunidades, la organización continúa fortaleciéndose, ampliando o pausando su labor en determinados lugares, pero llevando con constancia las banderas iniciales de su fundación: La defensa del territorio y la exigibilidad de los derechos, que a la actualidad, se ven reflejados en el trabajo que se desarrolla en veredas de Betulia, Suroeste Antioqueño y de San Francisco, Cocorná, Argelia y Sonsón en el Oriente. La Asociación Campesina de Antioquia ha sabido sobre ponerse a la dificultad y las complejidades que la guerra y la desigualdad social le han puesto en los caminares campesinos, y ante tantos retos e intentos para enfrentarse al desarraigo en las formas de movilidad humana que les ha golpeado arrebatando la tranquilidad rural, hoy se encuentran promoviendo la memoria histórica como una forma de no perder la identidad campesina. A pesar de que muchas niñas, niños y jóvenes no encarnaron propiamente los despojos y la violencia, es necesario que estén al tanto de esos sentires y daños que la guerra ocasionó en quienes les antecedieron, porque no hay nada más abrumador que tener que repetir una historia de injusticias y desarraigos. Actualmente, la organización se encuentra fortaleciendo procesos comunitarios y apostándole a la articulación en el trabajo regional, tal como cuando dio sus primeros pasos de existencia. Siguen principalmente en el Oriente Antioqueño, juntando voluntades para que los proyectos hidroeléctricos, mineros, de urbanización y los cultivos con agroquímicos para comercialización masiva, no sigan fragmentando ni desdibujando esa identidad campesina que ha permitido el cuidado y la defensa histórica de la naturaleza con las comunidades que la habitan. A través de procesos de mujeres, manifestaciones artísticas, semilleros de comunicación, investigación y sobre todo trabajo de huertas o cultivos orgánicos, es como han sabido complementar la lucha por la permanencia y la defensa de los ríos y los territorios, logrando la aceptación y el cariño de las comunidades, pues guardan una comprensión base y es la reconstrucción conjunta del tejido social desbaratado por la guerra. Desde ahí responden a seguir caminando juntas y juntos para el bienestar, la visibilización y la exigencia de la dignidad del campesinado.


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Sin cerco Por: Mariana Álvarez López.

E

l Oriente antioqueño tiene la suerte aún no muy consciente de la apuesta política desde las artes, que claro y es una apuesta colectiva y personal que muta a esta posibilidad de resistir entre tantas montañas y un mundo en caos que no da tregua. Es cierto que el sistema y la misma privatización de las artes, de las obras, de la creación, trasgrede la politización de estos escenarios, pero es ahí en donde cantar, pintar, bailar, escribir, mutar de piel, cambiar la voz y gritar fuerte, es también un acto en resistencia, es decir, de subsistencia. En el cono sur la palabra kilombo es utilizada para nombrar un problema, un lío, el desorden. En el corazón de la historia del continente americano, los kilombos fueron los espacios en donde se refugiaron los esclavos negros e indígenas que huían justamente del colonialismo; después de que entre los siglos XVII y XIX se diera la ola de migración forzada de habitantes del África Subsahariana a América, provocando la mayor trata de personas de la historia de la humanidad, 14 millones de personas sometidas a la esclavitud. En el Oriente antioqueño, específicamente en La Ceja, la palabra Kilombo hace referencia a la banda musical integrada por la confrontación al sistema capitalista y sus estrategias, y el reconocimiento permanente a la resistencia de las inmensas “minorías”. “Reconocemos la resistencia que tuvieron las poblaciones negras e indígenas en este territorio. Fue en los kilombos en donde intentaron conservar sus raíces y permitir la mezcla entre culturas, de sonidos, de músicas, de colores”, dice Jose Orozco, integrante y compositor de la banda. En 2009, buscando la forma y el argumento de lo que sería la primera canción de la banda, para ese entonces llamada Pasaporte Caribe, nace Sin cerco, una composición inspirada en la realidad y en el espejo de la realidad reflejada en la película Crash (2004) que narra el encuentro de culturas en una ciudad como Los Ángeles y expone las tensiones que se generan cuando se juntan en un mismo espacio personas de diversas partes del mundo, con diversas formas de interpretar la vida. No podemos negar que históricamente ha sido la migración, la movilidad humana, la que nos ha posibilitado descubrirnos e interpretarnos como sociedades. Mutamos porque existimos y existimos para mutar, incluso es esa la descripción de la trascendencia. Y, aunque los cambios, las transformaciones son también una puerta al temor y la incertidumbre, es justamente el movernos humanamente, el migrar del pasado al presente lo que nos configura como personas, como universos humanos. Y es bendito el tiempo que llega para quedarse en la inconformidad, en la pregunta, en la incomodidad, en el caos. Confrontar al sistema capitalista, a sus dominación y mecanismos de segregación social es confrontar las formas en las que nos quieren divididos, perdidas, desentendidas, conformes, calladas. *Sin cerco es la canción que acompaña la portada sonora de esta edición.

“Como banda nos cuestionamos mucho sobre las lógicas en las cuales vivimos, el sistema en el que estamos inmersos. Específicamente desde las letras – la música- hacemos resistencia, también porque somos una banda que existe para decir lo que quiere, no para conseguir dinero, y eso es justamente es lo que nos ha permitido seguir resistiendo”, comenta Laura, vocalista de Kilombo. Nos quieren antagónicos, olvidadas, etiquetadas, segmentados. “Siempre nos han querido calificar de algún modo, el objetivo de las etiquetas siempre ha sido decir quién es mejor y quién es peor. Y la canción Sin cerco, más allá de denunciar la frontera, es denunciar el hecho de que nos categorizan para la competencia, para mantener en funcionamiento todo: el sistema”. La constitución de las fronteras es la confabulación de intereses que trasgreden lo que nos habita como humanos. La categorización y conjunción de razas, nacionalidades, patrias, es una estrategia profunda e incompetente, es ese finalmente el kilombo (el lío) del mundo. Hemos nacido para trascender en ello, para cambiarlo, para refutarlo. El mundo es nuestro kilombo (el espacio) para resistir. Y el arte, la música, es el camino hallado por una banda para gritarle al mundo que: No es latino ni africano, no es asiático es tu hermano, el color de la piel no diferencia al ser humano. Solo espero que algún día puedas entender la belleza de una negra piel y de unos ojos rasgados. Kilombo (la banda) es un canal de fuga a las reflexiones de quienes le integran, una posibilidad de compartir la pregunta y la movilización de las ideas para migrar a ser unas sociedades cada vez más humanas, sin cercos.


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