Edición 280 | Enfoque de Oriente

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Lecciones para el pueblo colombiano a un año del estallido social chileno del 18-O La perspectiva de un colombiano residente en Chile

Por: Sergio Osorio*

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l 18 de octubre de 2019 me encontraba en la universidad trabajando en mi proyecto de tesis. Ese día, el guardia del centro de investigación me fue a buscar mucho antes de la hora de cierre. “¿Se piensa quedar hasta más tarde joven?”, me preguntó. “Es que está quedando la cagá allá afuera”. Y de verdad estaba quedando la cagá. Trancones impresionantes, gases lacrimógenos, columnas de humo y ríos de gente en las calles debido al cierre del metro y líneas de bus. En las semanas anteriores se había anunciado un incremento de 30 pesos chilenos en las tarifas del metro. A raíz de esto las y los estudiantes secundarios organizaron tomas pacíficas de varias estaciones, entrando en grupos grandes, abriendo los pasos para personas discapacitadas e invitando a la ciudadanía a evadir el pago del tiquete. Las autoridades respondieron con un aumento del pie de fuerza, excesos y abuso de autoridad y casos ejemplarizantes de judicialización exprés. Apresurándose a bajarle el perfil a las manifestaciones, el gerente del Metro descalificó las protestas como poco representativas: “Cabros (muchachos), esto no prendió”. Un par de días después se reportaba la quema de alrededor de 20 estaciones de metro, así como de varios buses del Transantiago. Conforme llegaba la noche, se reportaban barricadas y heridos por balas y proyectiles de goma. En lo que quedó de octubre siguieron las concentraciones y choques con la fuerza pública en la Plaza Italia (hoy conocida también como Plaza Dignidad). Los noticieros anunciaban saqueos, destrucción de la propiedad, ciudadanos heridos y algunos muertos en circunstancias que comprometían el actuar de la fuerza pública.

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El gobierno endureció sus medidas: el ejército salió a las calles, se decretó toque de queda y la represión se recrudeció. Con los peores recuerdos de la dictadura, el pueblo chileno, lejos de sentirse intimidado, desafió las medidas represivas con una dignidad casi poética. Los cacerolazos al inicio del toque de queda se volvieron costumbre. La gente se tomó las calles. Se empezaron a convocar asambleas y cabildos en los barrios, en las universidades, entre los colectivos de artistas, entre las sociedades científicas. Así se consolidaron las consignas del movimiento: “No son 30 pesos, son 30 años”, “hasta que la dignidad se haga costumbre”, “Chile despertó”, “no más AFP”, “no es sequía, es saqueo”, “si tocan a una tocan a todas”, “la tele miente”, “que el privilegio no te nuble la empatía”, “la revolución será feminista o no será”, “el violador eres tú” y por supuesto, “NUEVA CONSTITUCIÓN”. Estaba claro que el inconformismo se debía a aspectos estructurales del modelo social, político y económico que había regido la vida de las y los chilenos durante su historia reciente. El 25 de octubre de 2019, durante la “Marcha más grande de Chile”, alrededor de 1.2 millones de personas en la capital y muchas más en otras regiones, demostraron su respaldo al movimiento social. Tratando de ofrecer una respuesta acorde al sentir ciudadano, sectores oficialistas y de oposición anunciaron en noviembre del 2019 un acuerdo político para convocar a un plebiscito constituyente. El pasado 25 octubre de 2020, a un año de la marcha más grande de Chile, el Apruebo obtuvo una aplastante victoria. Pero al margen de si este fue o no un triunfo para el movimiento social (hay quienes recuerdan que no se ha logrado ninguna reforma estructural todavía), lo cierto es que la posibilidad de redactar una nueva constitución habría sido impensable de no ser por los eventos que se desarrollaron en el marco del estallido social.

Colaboradores y colaboradoras en esta edición: Sergio Osorio. Candileja. Liceth Zuluaga Narváez. Sebastián Zuluaga Cifuentes. Juan David Henao Arias. Segri. Colectivo Pantágoras. Juan Santiago Gómez. Jhonatan Jaramillo. Manuela Betancur. Jorge Eliécer David Higuita. Lucas Rendón. Ximena Cardona Ortiz. Felipe Rúa. María Fabiola Sandoval. Mariana Álvarez. Portada: Ilustración: Lonko. Artista mapuche - chileno.

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Foto web: New York Times.

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Como colombiano residente en Chile, siento que la sociedad colombiana tiene mucho que aprender del pueblo chileno. Ambos países tienen un modelo social, político y económico muy similar, hemos sido gobernados por élites político-empresariales por décadas, y ambas sociedades muestran síntomas de profundo inconformismo. A un año del 18-O, comparto las que son en mi opinión seis enseñanzas claves que le deja a Colombia el estallido social en Chile:

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Los estallidos sociales no ocurren de la noche a la mañana La prensa calificó el estallido como sorpresivo. Sin embargo, algunos plantean que el estallido social es el fin de un proceso que se inició el 11 de septiembre del 73 con el golpe militar. Otros dicen que el estallido se veía venir desde que los gobiernos de la concertación justificaron el modelo neoliberal impuesto en dictadura por medio de promesas sociales y económicas que hoy se cumplen a medias. Lo cierto es que durante las últimas dos décadas, Chile ya había visto movilizaciones sociales de gran envergadura. A la par, se empezó a dar una ruptura progresiva entre la ciudadanía y una clase política que no supo leer la voluntad de la gente. Las demandas sociales planteadas por medio de la protesta pacífica fueron desatendidas de manera sistemática. La ciudadanía empezó a encontrar en la calle un espacio de reivindicación, asumiendo una postura de activismo no-partidista. Las demandas se acumularon, los diferentes sectores sociales ignorados convergieron y la frustración aumentó. Luego vino el estallido. La coyuntura actual en Colombia, donde se están acumulando demandas que se han planteado desde hace décadas, es muy parecida al ambiente pre-estallido chileno. El incumplimiento a los acuerdos con las comunidades indígenas, con los estudiantes, y del tratado de paz, así como la crisis del sector salud que lleva años sin resolverse y las tensiones por cuenta de las políticas ambientales, entre otras, están llevando a que las marchas sean cada vez más multitudinarias y a que los choques con la fuerza pública sean cada vez más violentos. La desconexión de este y

gobiernos anteriores con la ciudadanía es total. La violencia desatada en Bogotá a raíz de la muerte de Javier Ordoñez fue una señal alerta que las autoridades de nuevo ignoraron. Las provocaciones como la ausencia de Duque en el acto de desagravio organizado por la alcaldía de Bogotá son el elemento que falta para la mezcla explosiva. A partir de ahí, cualquiera podría ser la chispa que detone una revuelta en Colombia. Y ojo, porque de darse un estallido social en Colombia, este tiene el potencial de ser mucho más violento que el chileno. Sin embargo, si eso ocurre será culpa de la clase política que no hizo nada para evitarlo, y no de la ciudadanía que lleva años soportando lo inaguantable.

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La importancia de la organización social En Chile, hasta los estudiantes secundarios tienen coordinadoras nacionales que participan activamente de las coyunturas, tienen agendas políticas y organizan manifestaciones multitudinarias. De hecho, los estudiantes fueron la chispa del 18-O, pero ya han liderado muchas otras movilizaciones importantes, como la revolución pingüina del 2006. Otro ejemplo es la coordinadora feminista 8M, que en 2020 convocó a más de un millón de mujeres en la marcha del 8 de marzo (la asistencia a esa marcha ha sido materia de debate, pero se estima que fue igual o superior a la del 25-O). Se suman la Coordinadora Nacional No +AFP, la Coordinadora Nacional de Inmigrantes, las Federaciones de Estudiantes de cada universidad, los sindicatos y las centrales obreras, y las coordinadoras de trabajadores de sectores específicos (de la salud, judicial, de la educación, etc). Luego, hay miles de colectivos y organizaciones más pequeñas, pero no menos activas o importantes. Impresiona sobre todo cómo el estallido social impulsó su capacidad de articulación, y cómo casi todas respondieron de manera inmediata a la coyuntura. Si bien algunos líderes de estas organizaciones eventualmente ingresan a partidos tradicionales y hacen carrera política, la mayoría de ellas siguen trabajando al margen de las dinámicas partidistas, por y para la gente que representan.


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En nuestro país recién las organizaciones y movimientos sociales están consolidando un cierto grado de protagonismo, principalmente a nivel local y regional; pero su capacidad de articulación y respuesta a nivel nacional parece todavía muy reducida. Hemos tenido organizaciones más grandes en el pasado, pero siento que algunas de ellas o han sucumbido a los intereses partidistas, o trabajan de manera aislada por intereses sectoriales, o sencillamente, se han desinflado con el paso de los años. La capacidad de las organizaciones de generar presión al ejecutivo para promover cambios estructurales es actualmente mínima, y la mayoría son esencialmente contingentes, careciendo de agendas claras a largo plazo. Pero que estemos tan rezagados en este frente no es enteramente nuestra culpa. Después de todo, Colombia es uno de los países más peligrosos del mundo para ejercer el liderazgo social y sindical. Es decir, nuestras dificultades para organizarnos son el resultado de una estrategia sistemática para impedir que los movimientos sociales prosperen. La organización ciudadana hizo tambalear el modelo social y político chileno, el cual se creía blindado. ¿Se entiende entonces por qué en nuestro país se masacran a nuestros líderes y lideresas? La organización y la movilización social en Colombia son en sí mismas un acto admirable de resistencia y resiliencia, pero, ciertamente, es urgente que más sectores de la sociedad se organicen, que haya una mayor articulación y que se establezca una agenda de movilización a largo plazo.

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La importancia de una ciudadanía politizada y con espíritu crítico Los y las chilenas están bastante politizadas y ven con desconfianza a cualquiera que no pueda adoptar una postura política clara sobre temas de interés nacional. Una parte importante de la población desconfía de la versión oficial y de los medios de comunicación tradicionales (tal vez sea un duro aprendizaje de los años de dictadura). Durante el estallido, tanto la derecha como la izquierda fueron objeto de durísimas críticas por parte del movimiento social. Los políticos son sometidos constantemente al escrutinio público, y los ciudadanos desconfían rápidamente de cualquiera de ellos que tome excesivo protagonismo. De hecho, el estallido social careció de liderazgos. Y pese a que esto lo hacía una oportunidad perfecta

para que algún populista emergiera como figura, eso jamás pasó. Tal vez sea porque en Chile los ciudadanos reconocen y castigan rápidamente el oportunismo político. Además, los y las chilenas, en especial los jóvenes, se tomaron las redes sociales masivamente como un espacio legítimo para debatir de política y hacer activismo. Durante los meses previos al plebiscito todo el mundo hablaba de política en sus redes sociales, indiferente de su nivel de educación o de su oficio. Colombia tiene mucho por aprender en este sentido. Por un lado, en Colombia seguimos usando el adjetivo “politizado” como un atributo negativo. Se ve con malos ojos a quien tiene y expresa una posición política. Los artistas, cantantes y deportistas brillan por su ausencia y su silencio ante el devenir político del país. La gente no opina de política por miedo a que eso comprometa su trabajo, y evitan compartir noticias de tinte político por considerarlos temas densos. En Colombia las mayorías todavía confían ciegamente en la versión oficial, aún cuando exista evidencia clara que la comprometa. Y aún somos un país vulnerable al populismo. No hablamos ni discutimos de proyectos o agendas políticas, sino de caudillos. Nuestro mesianismo da cuenta de nuestra total inmadurez política y nuestra propensión al autoritarismo. Los y las colombianos necesitamos aprender del pueblo chileno que todo lo que hacemos en nuestro día a día es un acto político. Necesitamos también aprender a desconfiar de cualquier persona que se atribuya la voluntad o el sentir del pueblo. Nadie debe hablar por el pueblo, el pueblo debe tener voz propia.

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El crecimiento macroeconómico no garantiza equidad y justicia social El crecimiento macroeconómico de Chile durante los últimos 20 años lo posicionó como un referente, llegando a tener uno de los PIB per cápita más altos de Suramérica. En una región donde la pobreza, la desnutrición, la corrupción y las crisis inflacionarias son pan de cada día, Chile solucionó en buena medida casi todos estos problemas. Pero si bien las cifras eran positivas y si bien hubo enormes avances en materia social, algo no andaba bien. El costo de vida, que se incrementó monumentalmente en los últimos años, lleva a muchas personas a llegar endeudadas a fin de mes. La educación superior chilena, que es probablemente la más cara de nuestra región, obliga a los jóvenes a tomar préstamos que deben pagar por décadas. Las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP), uno de los aspectos más criticados del modelo económico en Chile, hoy entregan mesadas irrisorias a muchas personas que cotizaron por años y carecen de credibilidad entre los chilenos. Del caso chileno, Colombia debe aprender que las promesas de crecimiento económico no necesariamente implican justicia y equidad social. Durante nuestras caóticas campañas electorales, se le suele dar mucho peso a los candidatos con las propuestas macroeconómicas más sólidas (que claramente son importantes), pero se le suele dar poca o nula importancia a las agendas sociales. Chile nos enseña que una economía saludable no garantiza por sí sola ni justicia, ni equidad, ni paz ciudadana. En Colombia no parecemos darnos cuenta de esto, lo que permite que los gobiernos se hayan lavado las manos de sus nulos avances en materia social durante décadas usando las crisis económicas como excusa. Así hemos llegado a interiorizar la desigualdad y la miseria como parte de nuestra identidad, esperando un milagro económico que, si llega, no va a solucionar nuestros más grandes problemas.


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La importancia de no conformarse y la reivindicación de la dignidad Entre los extranjeros residentes en Chile, es común escuchar que “los chilenos se quejan mucho, pero en verdad son los que mejor están en Suramérica”. Y es cierto que en Chile los índices de seguridad son mayores, la calidad de educación superior es bastante competitiva y que su sistema de salud funciona bastante bien comparado con otros en la región. Alguna vez le transmití esa inquietud a una compañera chilena. “Pucha, es que, si uno quiere mejorar, no se puede comparar con los que están peor po, sino con los que están mejor”. Creo que esa respuesta sintetiza muy bien una actitud que considero muy chilena. Los y las chilenas no se conforman. El pueblo chileno no deja de reclamar por sentirse bien en algunos aspectos. Al contrario, el pueblo chileno reclama porque sabe que su calidad de vida debería ser buena en todos los aspectos. Que el Estado garantice todos los derechos fundamentales, que el Estado no favorezca a una élite social en desmedro de las mayorías, que el presente y el futuro sean igual de buenos, que todos y todas puedan acceder a bienes y servicios necesarios para llevar una vida digna. Para los chilenos es un asunto de dignidad, y eso es intransable. Creo que en Colombia nos hace falta entender qué es la dignidad y por qué es tan necesario luchar por ella. Me gustaría estar equivocado, pero siento que en Colombia todavía hay una actitud de conformismo generalizada, especialmente entre la población más joven. Tenemos una clase política que se rige por la ley del mínimo esfuerzo y una población que se conforma con las migajas. A la sociedad colombiana se la ha acostumbrado a la idea de que su malvivir es lo mejor a lo que puede aspirar. Dejo por fuera, eso sí, a nuestras comunidades indígenas, que a través de la Minga nos han dado un ejemplo magistral de dignidad. Pero aparte de ellos, el pueblo colombiano parece aletargado y resignado a vivir con lo poco que el subdesarrollo le ofrece. También hemos interiorizado demasiado bien el individualismo neoliberal, y asumimos que, si “yo estoy bien, todo está bien”. En Colombia no hemos entendido que si todos y todas no podemos acceder a los mismos derechos, entonces no son derechos, son privilegios. Esos privilegios nos han nublado la empatía. Y una sociedad basada en privilegios y carente de empatía es una sociedad que desconoce el valor de la dignidad.

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El valor de nuestra constitución política de 1991 Uno de los slogans de la campaña del rechazo durante el plebiscito fue “Rechazar para Reformar”. Esa idea no caló porque quienes lo promovían eran los mismos sectores que se habían opuesto a reformas estructurales durante las últimas décadas. Y es que son muchos los proyectos de ley que a los ojos de quien conozca la constitución colombiana parecerían razonables, pero que en Chile fueron o serán declarados inadmisibles

Foto web: Euronews.

por ser considerados inconstitucionales. Son muchas las voces que califican la constitución del 80 como un documento ilegítimo y plagado de vicios. Desde mecanismos de legislación que permiten a minorías vetar proyectos, pasando por el total desconocimiento de los pueblos originarios, y llegando hasta leyes que abiertamente discriminan a la mujer. Para entender el porqué de esto, es necesario recordar que la actual constitución chilena fue redactada en época de dictadura, principalmente por hombres, todos de una élite social y militar que buscaba blindar el modelo político y económico impuesto por la dictadura, conservando todos los privilegios que les había otorgado el poder. Esta es una lección que debemos sentirnos felices de recibir. Nuestra constitución, que fue redactada en democracia, mediante concertación entre múltiples sectores de la sociedad y del espectro político, nos ofrece un piso mínimo sobre el cual construir un Estado de derecho inclusivo y plurinacional. Que en la práctica, Colombia no funcione de esa manera es culpa de la clase política que nos gobierna, pero no es un problema de orden constitucional. Por eso debemos defender nuestra carta magna de los ataques sistemáticos que ha estado sufriendo en los últimos años y debemos luchar por que se garanticen plenamente y de manera igualitaria los derechos que ella consagra. Y sí, tal vez se necesitan algunas reformas, pero esas reformas deben emanar del clamor popular y no de afanes partidistas como ha ocurrido en nuestra historia reciente. Seguramente hay muchas otras lecciones que deberíamos tomar del pueblo chileno, pero que no se me ocurren en este momento. Tal vez sea porque este estallido social no ha terminado aún. En todo caso, espero que la ciudadanía en Colombia camine hacia adelante, así tenga la sensación de que nuestro país esté retrocediendo en muchos otros aspectos. Lo que nos queda es buscar una mayor y mejor organización civil, convertirnos en un ciudadanía más politizada, crítica y exigente, que haga de la dignidad un principio social intransable. Ojalá que los cambios que Colombia necesita no requieran de un estallido social, y que transitemos de manera pacífica hacia acuerdos políticos y sociales que nos permitan crear el país donde todos y todas queremos vivir. Pero también espero que, si no ocurre de esa manera, la ciudadanía esté preparada y lo suficientemente madura para sortear los peligros del caos político inherente a cualquier estallido sociopolítico. En cualquiera de estos dos escenarios, lo que sí necesitamos es un cambio de mentalidad entre los y las colombianas. De nuestros hermanos y hermanas chilenas debemos aprender, ante todo, que para que un pueblo florezca, primero tiene que despertar.

*Candidato a Doctor en Neurociencias e Investigador de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Representante estudiantil. Miembro de la directiva y vocero del Consejo de Estudiantes de Posgrado de la Universidad Católica (CADEPUC). Integrante de la Comisión de Estudiantes Internacionales de la misma organización.

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Las aguas: venas de nuestro territorio

Por: Mariana Álvarez L.

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elacionar los cuerpos con los territorios es algo que va más allá de cortas analogías. En la pureza de la interconectividad de las cosas, literalmente lo que le pasa a la tierra le está pasando a un cuerpo, a nuestros cuerpos. Si recordamos la cadena universal de los seres, más allá de las dominaciones que imponen y resaltan los sistemas y sus prácticas extractivas, es más que urgente e importante prestar atención a todo aquello que le sucede a la tierra, a las aguas, a las otras tantas y diversas especies. Somos porque hay otrxs más que también son, no es solo la denominación fija de los ecosistemas, esencialmente de la vida. Como ley universal: somos causa y consecuencia; en palabras del proverbio árabe: eres lo que comes. Eres el alimento que comes, el aire que respiras, el agua que tomas, el fuego que habitas. Esta última comparación me sirve para decir que de no ser por el fuego que habita en los corazones de las comunidades del Oriente, esta subregión hace años estaría comiéndose su propia cola. Aquí el ouroboro se expresa en el repetido intento de explotación del territorio, el interés económico de grandes empresas y la ingenuidad de las instituciones que creen poder tomar decisiones mayoritarias sin contar con la experiencia, la opinión y entonces el grito de las gentes. Tantas veces y repetidamente como esto suceda las comunidades siguen estando al pie de las decisiones para dejar en claro que ni este ni otro territorio puede ser gobernado y proyectado sin el sentir y el anhelo de sus propios habitantes. Tal y como se gritó el pasado viernes 23 de octubre, frente a las oficinas de la Corporación Autónoma Regional de las cuencas del río Negro y Nare - Cornare, en el marco de la apertura del XII Festival del agua: NUNCA MÁS UN ORIENTE SIN SU GENTE. Para las décadas de los 60, 70 y 80, se instalaron megaproyectos en la subregión por parte del Estado con el auspicio del Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo -BID; uno de los más reconocidos e

insubsanables hasta ahora, fue la realización del embalse Peñol-Guatapé, por Empresas Públicas de Medellín, en el año 1972. Para los 80 y 90, nace el Movimiento Cívico del Oriente como consecuencia del desacuerdo de los habitantes por una proyección territorial que desconocía su sentir y que no beneficiaba al territorio, ni a sus gentes; un rechazo especialmente por las altas tarifas en los servicios públicos domiciliarios y la instalación de proyectos hidroeléctricos (recordemos que es el Oriente antioqueño la subregión que produce aproximadamente el 40% de la energía en el país). A la par, mientras se defendía el territorio de un modelo extractivista imperante e impositivo, se disputaba la vida en uno de los contextos del país donde de manera fuerte y precisa hicieron presencia diferentes grupos armados, entre guerrillas, paramilitares y militares. La guerra y el reconocimiento de liderazgos sociales desencadenó en el exterminio del Movimiento Cívico del Oriente, haciéndose así más fuerte la presencia de proyectos extractivos en el territorio, de privatización del agua y el arrebato de la vida. En los años 2005, 2007, diferentes discusiones se dieron entre las comunidades del Oriente, alrededor de la soberanía alimentaria, la defensa del territorio y los servicios públicos domiciliarios. Fue en el 2007 cuando se realizó el primer Foro energético del Oriente antioqueño, que incitó en el 2009 la instalación de la mesa energética en el Oriente antioqueño, ejecutando así El 1er encuentro departamental de servicios públicos y pobreza, que se reconoce como el primer festival del agua, realizado en el municipio de El Peñol. Desde entonces, anualmente se llevaron a cabo diferentes acciones y encuentros en el marco de la defensa del territorio, razón por la que en el año 2013 se funda el MOVETE como Movimiento social por la Vida y la defensa del Territorio, permitiendo que de manera consecutiva, hasta el presente año, el Festival del agua sea la oportunidad de repensar y sentir el territorio por voz y mirada de sus habitantes, en diálogo con las comunidades campesinas, las juventudes y quienes fueron testigos materiales del trajinar histórico del territorio. Ilustración del Mural Ríos libres. Por: Buena siembra. Fotografías: Cortesía @isabela_zg @luishurtadom


Con la idea de que las organizaciones sociales, movimientos de base y la comunidad en general han asumido su responsabilidad en favor de la defensa del territorio y sus bienes comunes, es importante insistir en la reflexión profunda a la que se ha escalado por años, retornando al reconocimiento arrebatado en una tras otra conquista: somos parte de la naturaleza, no dominantes de ella. Bajo el eslogan Las aguas: venas de nuestro territorio, el Movimiento social por la vida y la defensa del territorio, en celebración de la décimo segunda versión del Festival y en articulación con los habitantes de los diferentes municipios, insisten en el reclamo por la defensa de las aguas y la lucha imperante por los ríos libres. ¡Ríos para la vida, no para la muerte! Este año, con la alteración de lo cotidiano y las formas comunes de hacer las cosas, el Festival no se concentra por dos o tres días en un solo lugar, se despliega en semanas, y camina las montañas, las cuencas y nacimientos de los ríos alrededor de las historias y los pasos de quienes han crecido de la tierra y han visto brotar las semillas que hoy constituyen la dignidad de los pueblos. En la actualidad, según la información pública que condensa el sitio web* de Cornare, el Oriente antioqueño tiene 26 concesiones de Pequeñas Centrales Hidroeléctricas, 10 concesiones de agua para proyectos de generación, 64 registros y licencias para explotación minera, y 14 solicitudes para permisos de estudio. Aunque es importante mencionar que es posible que la información allí recopilada merezca actualización. ¡Quién lo diría! que la entidad nacida al calor de la defensa del territorio es una institución desvinculada de la reivindicación social y por la vida que expresan las comunidades. El hombre por naturaleza, es la frase que acompaña cada relato y presentación corporativa, es el protocolo en cada espacio informativo de Cornare; espacios que se confunden de manera incomprensible con los mecanismos de participación e incluso de socialización que dicta la norma que tanto predican, y que es derecho reinante para las comunidades. El último fin de semana de octubre, por ejemplo, se llevó a cabo la acción del Festival en el municipio de San Rafael. Diferentes colectivas y en sí, lxs asistentes a este espacio de defensa, unieron esfuerzos para recopilar lo que fueron 123 derechos de petición firmados que fueron entregados a Cornare el pasado 3 de noviembre, solicitando que la audiencia pública del Proyecto de la PCH en el río Churimo se realice de

manera presencial, con la participación de las comunidades, y no de forma virtual como está proyectada, lo que deja en evidencia la despreocupación porque las comunidades participen y de manera activa habiten un escenario de discusión, desconociendo de igual manera la posible dificultad de acceso y manejo de las plataformas. Finalmente, vulnerando un escenario de participación importante para las personas y entonces para el río. Son tiempos, sin duda, en los que hay que insistir en los espacios colectivos que defienden la vida a toda costa, resaltando que la naturaleza del hombre no es el interés económico o la explotación del territorio como creen muchos que es. Queda claro que en nuestros contextos, en el país, a la vuelta de la esquina y de nuestros ríos, la pandemia es otra y es aún más grande. Encuartelar el pensamiento y vetar la participación de las comunidades en espacios de discusión, aprovechándose de las circunstancias que proponen estos tiempos, es un claro reflejo del temor que tienen a las gentes organizadas, a la experiencia de las comunidades, a la sabiduría de los y las campesinas, a las claridades de la ruralidad y al fuego que habita en quienes defendemos nuestros bienes comunes. El territorio es un cuerpo que somatiza lo que le pasa al mundo. La medicina occidental es un disfraz y entonces la metáfora como consecuencia de lo que nos arrebatan todos los días: aquella medicina ancestral que nos hace longevas mientras libera las aguas: las venas de nuestros territorios. A veces, parece que Cornare, en representación de quienes administran los territorios, son como aquellos doctores que después de saber que nuestras arterias se están taponando, nos consuelan escuchándonos en consulta -o en mesas de conversación- para luego darnos el remedio que cumpla la acción en tránsito, nos recomiendan reposo, una vida sedentaria, sumisa y en silencio. Después no volvemos a consulta porque las arterias taponadas impiden que la sangre llegue al corazón (que las aguas fluyan en su propio cauce). Nos dan por muertas. La gente del Oriente se sigue moviendo, como en los paros cívicos ¡Nos movemos otra vez! Por la defensa del agua, de la vida y del territorio. ¡MOVETE PUES! * https://www.cornare.gov.co/licencia-ambiental/proyectos-cornare/

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Mesoamericanos y Andinos, en su sonrisa, dientes de maíz Ilustraciones: Lucas Rendón M.

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lguna vez una hormiga valiente, para dar un privilegio al paladar de su pueblo, decidió atravesar montañas enteras y enfrentarse a diversas dificultades como el clima, el cansancio, la sed, la soledad y la premura del tiempo. La hormiga, de quienes pocos sabían, consiguió alcanzar su propósito: traer entre sus dientes, desde las inmensas montañas, una semilla; un solo grano de maíz que alimentó la valentía de un pueblo. Ella pudo sembrar y transformar la energía del alimento en fuerza para la construcción de inmensas ciudades, palacios y templos. Aquella hormiga se tomó el nombre de Quetzalcóatl, la deidad que entregó a los Aztecas la preciada semilla del maíz. Las primeras semillas de maíz tuvieron una relación directa con los pueblos ancestrales de la región mesoamericana. Hace unos diez mil años, mientras los asiáticos domesticaron el arroz, los pueblos andinos la papa y en el mediterráneo el trigo, los mesoamericanos domesticaron una especie silvestre llamada “teocintle”, precursora de lo que actualmente conocemos como “el maíz”. Para los Aztecas, Mixtecas, Mayas, Zapotecas y otros pueblos originarios de América, el maíz se convirtió en el hito fundacional de los seres humanos que constituyó un motivo de fiesta y orgullo durante varios siglos antes de la llegada de los españoles al continente. Los cultivos de las sociedades mesoamericanas se caracterizaron por ser huertas dispuestas para la producción familiar. Desarrollaron un agroecosistema denominado “milpa”, en el que sus principales elementos de siembra fueron el maíz, el fríjol y la calabaza, llamadas también en conjunto como “las tres hermanas”. Milpa es una palabra derivada del Náhualtl, que traduce: “parcela siembra y pan, encima”, es decir, lo que se siembra encima de la parcela. En el contexto andino, se denominó milpa a las huertas que estrictamente contenían el maíz como producto central. Ese laboratorio prehispánico llamado milpa, permitió el desarrollo tecnológico, la satisfacción de necesidades básicas y la producción de conocimientos agrícolas de los pueblos originarios. Hacer conciencia de esta sabiduría ancestral, es encontrar en las épocas prehispánicas la fuente originaria de nuestras técnicas de producción y alimentación contemporáneas. La domesticación del maíz fue uno de los aportes de las sociedades indígenas a la alimentación de nuestro presente. El sistema de conocimientos de la naturaleza, la siembra y cosecha que tiene hoy la especie humana, es un sinónimo irrefutable de la milpa.

Por: Liceth Andrea Zuluaga Narváez y Juan David Arias-Henao (Colectivo Pantágoras).

En este sentido, la semilla del maíz cuenta con toda una tradición ancestral que ha atravesado el tiempo y el cuerpo de la especie humana. Salió de las milpas, entró a las malocas, recorrió el mundo a través de los mares y quedó en manos de los piratas españoles haciendo parte fundamental del proceso de colonización de América. Esto transformó la identidad que habían construido los pueblos del maíz y significó un cambio profundo en la historia de aquellos grupos humanos que lo domesticaron, le cantaron, lo colmaron de mitos y que le dieron un valor cultural. El proceso de colonización, implantó en los territorios americanos un modelo de agricultura basado en los monocultivos, la acumulación y explotación de tierras, junto con la esclavización de las comunidades locales. La época colonial dejó una herida imborrable para este continente, a través de la cual, Estados Unidos y Europa han logrado conquistar las prácticas de producción del maíz, desarrollando grandes tecnologías y superando la producción latinoamericana, convirtiéndose así en los principales productores del grano a nivel mundial, cuyo uso principal es la alimentación de animales en confinamiento. Las grandes potencias han mercantilizado, pero más que ello, expropiado el maíz a través de su transformación genética, promoviendo la criminalización de la libre distribución de las semillas nativas y el ejercicio del poder sobre ellas. Se evidencia aquí otra forma de colonización sobre la libertad de las semillas nativas, las prácticas culturales y la soberanía alimentaria de los pueblos. A pesar de todo ello, el maíz aún se mantiene como sustento material que permite la reproducción cultural de las comunidades indígenas y campesinas. Hoy, los pueblos del maíz se han constituido a partir de una identidad que se entremezcla, que no representa una pérdida completa de sus tradiciones, sino una fusión; un híbrido que permite negociar sus prácticas tradicionales con las lógicas del mundo moderno. Sin embargo, no es suficiente con las adaptaciones culturales que tienen los pueblos, es necesario también que las políticas institucionales propicien un marco de acción que estimule la reproducción del maíz y la permanencia de sus culturas en el tiempo.Esto haría posible que, mesoamericanos y andinos continúen sonriendo con sus dientes de maíz.


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Echar pal´ monte,

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e mi niñez tengo recuerdos invaluables: correr por una manga y deslizarnos con una estopa, irnos para el río y perdernos todo el día tirando charco y comiendo guayabas, mandarinas, naranjas, guamas. Además, a veces hacíamos comitiva; todos poníamos algo de la casa para preparar comida en el río. A pesar de que había mucha inseguridad nos sentíamos dueños del mundo; descalzos y sin camisa, recorríamos el pueblo. Las calles se llenaban de niños y jóvenes que practicaban juegos callejeros como la lleva, el escondite, bota tarro, quemado, stop, cogido, boca cayana; y ni hablar de las modas de la pirinola, el yoyo, el trompo, las canicas, los zancos, las cometas, los corozos; sólo necesitábamos un poco de creatividad y recursividad para divertirnos. Fueron tiempos difíciles, venimos de una familia humilde. Lo curioso es que a su vez eran vivencias memorables, llenas de alegría e ingenuidad. Les cuento sobre la infancia porque es lo que determina nuestra personalidad, allí se definen nuestros valores y nuestra perspectiva sobre el mundo; en esos ires y venires de la vida, después de desplazarnos y tener la oportunidad de vivir en varias partes del país, de conocer varias culturas y también de vivir en carne propia el estrés, el caos y la miseria en las grandes ciudades, acudí al llamado de volver al pueblo que me vio crecer; con una mochila llena de sueños, y por encima de todo, con ganas de volver a sentir la paz y la tranquilidad que solo se encuentra en estos lugares recónditos de la geografía nacional, donde sus gentes son cálidas y amables.

Fotos: Cortesía Jhonatan Jaramillo. Ilustración: Lucas Rendón.

volver al campo Por: Jhonatan Jaramillo.

Para comprender que mi rumbo y mis aspiraciones debían cambiar, solo me bastó comprender que el fin último para estar en esta tierra es la búsqueda de la felicidad, y aunque suene retórico por la insistencia de varios autores, confirmo y concuerdo con que la felicidad está en las cosas simples de la vida. Este texto inició en plural porque actualmente me acompañan dos hermosas mujeres (Mayte y Durany) en este viaje pal´ monte. Estamos desenterrando y vivenciando todas esas prácticas tradicionales que se han ido quedando en el olvido. Ahora somos felices en la vereda San José de Cocorná, donde nuestros días transcurren tranquilamente desde que suena nuestra alarma, el gallo, a las 5:30 de la mañana, hora en que inicia el concierto matutino de aves. Luego de escucharlas y apreciarlas, pues se nos volvió una pasión la observación de aves, buscamos las chanclas y un abrigo; después enciendo la radio para escuchar amanecer campesino, y mientras hierve la aguapanela para los tragos, alimentamos los pollos, las gallinas, los patos, el celador que es el gato y el timbre que es el perro. Durante el día nos dedicamos a crear, a abonar la huerta, regar las flores, las suculentas; a preparar recetas tradicionales como tostar y moler el café, el cacao, pilar el maíz, las tortas de chócolo, fermentar chicha y muchas más que nos van compartiendo nuestras madres o personas mayores. También practicamos desde el tejido hasta la pintura. Nos gusta explorar varias técnicas artísticas y desarrollar varias prácticas que sean amigables con el medio ambiente, por ejemplo la compostera, aprovechar las aguas lluvias, hacer uso del baño seco, la energía solar, la construcción en guadua, en bahareque y buscamos estrategias para disminuir o eliminar la utilización de plásticos, constantemente estamos investigando sobre este tipo de alternativas. Luego de pensarlo, y analizar la situación actual, tomamos la decisión con todo el impulso. Cambiar de estilo de vida no es fácil, aunque el cambio no pareciera radical por ser de pueblo a campo, es sin duda una apuesta por la soberanía alimentaria, por volver a nuestras raíces campesinas, por ser coherentes con lo que decimos y hacemos. Finalmente, es recordar, es vivir intensamente sin perder la capacidad de asombro y regresar a esos lugares donde uno amó la vida. Pal´ monte, entonces, es un llamado y una mirada al campo; es cultura, es conservación, es naturaleza, es tejido y es tradición.


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REQUIEM POR UN ANACRÓNICO SEÑOR FEUDAL Textos y fotografías: Jorge Eliécer David Higuita.

L

a lluvia es un lápiz maleable que escribe en el tejado, escribe por mí, lloroso como esa lluvia, agujas para el alma. Alma herida por enésima vez, más profunda y sentida por una gran ausencia. ¿Quién ha partido? Intentaré contarlo aquí, en este silente y pastoso día, que parece flotar en el confín de los tiempos. El dolor y la orfandad nos ponen así, livianos, casi inexistentes, y sentimos que cesa la estupidez del mundo y que entramos en un momento sagrado —el sin tiempo, tiempo extático—.

Quien se fue, vivió casi un siglo. Sólo le faltaron cuatro años para llegar a los cien, para comerse la torta de los cien años, bien y mal vividos, como toda vida, plena de amarguras, actos heroicos y algunas alegrías. No le faltó la risa, sin embargo, y casi murió de pie, tal cual su estirpe de madera fina; pero sus huesos no aguantaron y se resquebrajaron como leño viejo. Por eso murió, por sus húmeros y cadera rota, no por más; no le faltó el aire en sus pulmones ni la dentadura, que terminó perfecta; no le falló el corazón, la sangre no se le volvió grumosa; no se le deshizo el hígado, no se lo devoró un cáncer. Le fallaron sus huesos. Sus largos y fornidos huesos con los que caminó y cabalgó infinitos kilómetros, al fin fallaron, y con ellos, su silencio absoluto. ¿Cómo le llegó la muerte? En puntillas, despacito, dando ronroneos por el solar donde sembró su huerta hasta el final de sus días. Fue un gran hortelano. Si algo debemos reconocerle a este hombre fue su amor por la tierra y sus semillas. Sembró siempre. Maíz, frijoles, vitoria, plátanos, café, naranjos, cebollas, tomate, cilantro, nogales, robles, guayabos, arrayanes, totumos, guaduales… ¿Qué no sembró este hombre que tuvo casi un siglo para sembrar?, y tuvo tierra en abundancia para hacerlo, lo que efectivamente logró hasta el final, donde en un pequeño solar cultivó sus últimas hortalizas. Recuerdo que le ayudé a regar las últimas semillas de tomate y cilantro bajo su supervisión, desde sus muletas, y con la convicción del tiempo vencido… ¿Qué tienen las flores del camposanto/ Que cuando las mueve el viento/ llorona/ Parece que están llorando?... / El que no sabe de amores /llorona/ No sabe lo que es martirio…” Dice la Chavela, la Chavela Vargas. Amor a la tierra, a las semillas… sus hijos, sus nietos, sus bisnietos. Bajo su sombra crecieron alrededor de 15 hijos, y su descendencia que hoy le llora sin desconsuelo. Ha muerto el padre, el gran abuelo, un pequeño sol, y en su tierra de El Viento y El Jagüe, el aire gime y la oscuridad reina. Tantas semillas y tan diversas. La muerte llegó despacito, en puntillas, y a todas las mermó, y al pequeño sol apagó sin clemencia. ***

Hacemos parte de una cadena infinita, ciega, inconsciente. Nos reproducimos sin cesar y sin saber por qué. Obedecemos al instinto del tiempo que todo lo muele y transforma. En su velorio, los bisnietos jugaban y corrían alrededor de su cadáver, en la casa que por media vida, le sirvió de refugio y abrigo. Entre risas y gritos, y de manera inconsciente, celebraban la vida sobre el rito de la muerte. Es muy probable que él los escuchara desde la otra orilla del tiempo, que sintiera sus fragancias infantiles, sus juguetonas risas, o tal vez, fuesen esas voces un gran martillo para su oído y alma fugitiva. *** Quien se fue, tuvo muchas tierras: La Montañita, Conejo, El Agrio, Los Totumos, El Jagüe y su adorado Viento. Podría considerarse un señor feudal anacrónico, relacionado con muchos peones, mulas, cargas de fríjol y maíz y cabezas de ganado. Un gran jinete que daba su cara altiva a la lluvia en los filos de las montañas, viajando de una finca a otra, en la cima fría de la cordillera o en la orilla ardiente del río Cauca. Despachaba un grito enorme de filo a filo que ensanchaba sus pulmones; y esa garganta seca del polvo de tantos caminos que encontraba, solaz, los fines de semana, en el pueblo, donde bebía a borbotones cerveza o aguardiente. Luego volvía a sus caminos. Casi un nómada del Cañón del río Cauca. En El Viento, “aún suena un bramido de vaca herida” como diría el poeta García Lorca; allí, en El Viento, la arboleda extraña su partida y un caballo relincha apesadumbrado. Un caballo “mantequillo” anda triste por las praderas de la finca El Viento como el caballo de Miguel Páramo, y el aire silba enojado. Caen las flores blancas de los arrayanes; caen como en granizo, y los caminos de tierra roja parecen cubiertos de nieve. Así le han despedido los parajes de El Viento, con vestido blanco sobre la tierra colorada, como yo en su funeral, y muy adentro, la sangre roja, perenne, inmutable… la vida no acaba jamás, es un continuum inexorable. Este hombre, que tuvo su época de señor feudal, y que luego fue desposeído de sus tierras y sus vacas y sus mulas y caballos, y sus cultivos de fríjol y maíz, fue muy probablemente un heredero de la tradición indígena Nutabe del Cañón del río Cauca. Lo evidencia su apego al maíz y el fríjol que formaban siempre una alianza en sus parcelas, y del que dependía la dieta diaria. Lo evidencia su espíritu nómada que subía y bajaba de los picos fríos de la cordillera a las tierras cálidas del Cañón, una y otra vez, sin cansarse nunca. Lo evidencia también su matrimonio con una mujer de pelo liso, bajita, ella sí de ancestro total indígena; él en cambio, tenía porte, cabello ligeramente ondulado y un pigmento de piel cercano a la cultura de los negros. De su madre, Ana


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Felisa, muy seguramente heredó esta genética de cabellos semiondulados, y de los negros africanos, muy seguramente, heredó la risa pícara, su amor por las fiestas y la bebida, y su atracción por las mujeres. Fue un ser enamorado y enamoradizo, y un gran mestizo del Cañón del río Cauca. Este abuelo fue un “Pedro Páramo” al estilo cañonero. Poseedor de algunas tierras y peones, pero no tantas ni tantos como los de “La Media Luna”, aquella hacienda sin confines de Pedro Páramo de Rulfo, habitante del pueblo de Comala en los valles secos mexicanos. Como aquel, este abuelo también gustaba de los corridos y rancheras y de las largas noches cabalgando.

Don Alvaro David David, a sus 92 años en el 2016, Finca El Jagüe, Sabanalarga Antioquia.


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Cuando supe de la agonía de este abuelo, retomé la lectura de Juan Rulfo sobre la historia de Pedro Páramo, queriendo entender la existencia en los confines de la muerte. Me sumergí en Comala y en los diálogos de ánimas, difuntos y viajeros. Entender la muerte como la viven los mexicanos desde su tradición amerindia con sus rezos, encuentros, juergas y peleas. Entender cómo los muertos siguen ahí, con nosotros, y por eso hay que tenerles agua servida y alimentos para sus visitas esporádicas. Pedro Páramo se asemejaba a este abuelo en su tristeza por la partida de su Susana; este, quejoso por la partida de su María, su gran amor. Después de la partida de estas mujeres, sus vidas se fueron apagando hasta extinguirse. Cuando agarré a leer el libro, pensé: con la última página leída, cerrado este libro, es seguro que el abuelo descansará. Así ocurrió, a pesar de que dejé por varios días su lectura, pensando en la compañía del abuelo. Cuando supe que él había decidido partir, retomé el libro y terminé su lectura el once de octubre de 2020 en la noche. Última página leída y asunto concluido. Al día siguiente el abuelo expiró, y en “La Media Luna” y en “El Viento” las vacas bramaron y los perros ladraron inconsolables como fiera herida. EL FUNERAL El día de su muerte, el doce de octubre del año 2020, el cielo parecía tener ceniza, y al día siguiente, el cielo se vistió de carbón al finalizar la tarde, y arremetió con una tormenta cuando su ataúd entró a la bóveda N°683 del cementerio blanco de Sabanalarga. Un lloriqueo silencioso en sus allegados, venidos de muchas partes del país, la provincia de Antioquia y el Cañón del río Cauca, se regó en todo el pueblo, que solidario con esta muerte esparcía el duelo por doquier: el comercio casi cerrado por completo, susurros nostálgicos en las esquinas, inexistencia de música y las campanas de la iglesia comunal doblando por su ausencia. Nosotros, sus deudos, a pesar de que sabíamos de su muerte inminente, navegábamos en el pozo de la orfandad. Ya un rezo, ya un lamento y la casona vacía de su espíritu, a pesar de que allí estaba su cadáver en el velorio. Cuatro veladoras, dos ángeles a sus costados, algunos ramos de flores, y él, en medio, valeroso y enérgico a pesar de mudo. Como en sus viejos tiempos, parecía desafiar aún a la muerte. Fue valeroso y temerario en sus faenas cotidianas y en sus negocios. Le tocó huir varias veces y abandonar lo conseguido con muchos esfuerzos. Pero volvía a reconstruir su vida y sus espacios de trabajo, volvía a sembrar y a confiar en semillas nuevas. Jamás dejó de ser independiente y autónomo. Al final, sus húmeros le fallaron y tuvo que reclinarse en una cama donde murió tranquilamente, despidiéndose de sus hijos, nietos, bisnietos y tataranietos, así como del aire cálido del cañón y de los aromas del rocío mañanero de sus recuerdos infinitos.

El paisaje cultural cañonero visto desde la Finca El Jagüe, Sabanalarga Antioquia.

En su cama de moribundo soñaba como nunca, y cuando despertaba, nos contaba sus relatos del pasado y del futuro. Entreveía el fin, su fin, y cómo se mezclaba con las escenas de lo vivido. Sí, la muerte no es más que un recuerdo futuro, un relato de lo que hicimos, pero también de lo que no pudimos hacer o ser, de nuestra frustraciones, manchas e indecisiones. Hasta el final, este abuelo encontraba una risa en los pliegues de su reserva energética. Fue un gran estoico. Tres semanas antes de su muerte, cuando los huesos le fallaron, fue llevado a un hospital donde un médico lo desahució, diciendo que sus varias fracturas ya no soportaban una cirugía, y que por tanto era menester esperar en la cama la llegada de la muerte. Y este abuelo resistió con bastante heroísmo y con pocos medicamentos el gran dolor que producen tres fracturas simultáneas. Casi inmóvil y con pocas quejas fue quedándose sin energía, apagándose como una llama lenta, suave, silenciosamente, hasta esparcir su espíritu por el espacio del cielo cañonero, donde vive ya, entre nubes, atisbando la infinitud de la vida. Su funeral se realizó acorde a un ritual cristiano católico. El cura del pueblo ya lo había despedido varias veces, le había confesado sobre sus pecados y frustraciones, le había aplicado los “santos óleos” y le había convencido de que ya podía dejar este mundo, que seguro iría a los cielos, y que, en caso de alguna dificultad, los rezos de sus deudos lo impulsarían a llegar allí, libre ya de las materialidades pesadas de la tierra. Él comprendió que ya había cumplido su ciclo y que nada tenía que hacer aquí. Llamó previamente a todos sus hijos, con quienes acordó la repartición de sus pocos bienes. Habiendo arreglado ya sus últimas situaciones, sólo le quedaba partir. Cerró sus ojos para siempre y esparció su último aliento el 12 de octubre del año 2020, a las 11 horas y 25 minutos de la mañana, casi en el cenit de ese día aciago, que nos recuerda la llegada de Colón a América, y los siniestros que ocurren en esta tierra desde entonces. El rito del funeral final se inició en la puerta frontal del templo católico del pueblo. Una construcción enorme de cal y canto, que tiene sus orígenes en el siglo XVII en lo que se conocía como el resguardo indígena Nutabe de San Pedro de Sabanalarga. Allí, en esa puerta enorme y vieja, semejando la entrada triunfal al otro mundo, el cura esperaba su cadáver. La muchedumbre estaba atrás en el atrio, esperando las palabras solemnes del sacerdote. Él saludó muy cortésmente, habituado a este rito de despedir muertos. Prendió el incienso explicando su significado, regó agua bendita con su hisopo al féretro, y elevó el nombre del abuelo hasta la nave del templo, iniciando su camino hasta el altar, donde empezó la misa fúnebre de despedida. Al finalizar la eucaristía, las campanas se aliaron en su música de duelo. ¿Por quién doblan esta vez las campanas? El féretro fue conducido otra vez hacia las afueras del templo, y una muchedumbre se unió, detrás de él, rumbo al cementerio. También se unió la banda musical del pueblo con sus redoblantes ateridos y sus trompetas afiladas de angustia. Campanazo tras campanazo, huella lenta sobre huella lenta, trompetazo tras trompetazo, y un alarido interno, quejumbroso, que no dejaba de suplicar al viento por esta soledad tan inmensa.


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En el cementerio blanco, el cura volvió a pronunciarse sobre la muerte de este gran hombre; y luego del réquiem final, interpretado por una magnífica trompeta solitaria, acompañada de las sacudidas de un redoblante que parecía agrietar los corazones presentes, el cielo empezó a llorar con grandes lagrimones y el viento pareció enfurecer. Mientras el féretro era ingresado a la bóveda 683, la lluvia se descuajó brutalmente, y las ráfagas de viento y los relámpagos, juntaron en el centro de la cúpula del cementerio a los que resistieron la ceremonia final. Los demás salieron despavoridos a guarecerse del agua y los truenos en los aleros estrechos de las calles próximas. Ladrillo tras ladrillo, el sepulturero fue cubriendo la bóveda, mientras los lloriqueos silenciosos de sus parientes y amigos le daban el último adiós… la tarde se volvió blanca como mis ropas puestas para el funeral, y como el alma limpia que adquirió mi padre ese día. Luego vinieron muchos arroyos con el aguacero, que también lavaron las calles empinadas de la Sabanalarga. ¿Por quién doblaron las campanas esta vez? Por mi padre y abuelo llamado Álvaro Antonio David David, Don Álvaro, oriundo de Peque y muerto en Sabanalarga, pueblo conocido como el “Corazón del Paisaje Cultural Cañonero”. He dicho.

Funeral de Don Alvaro David, octubre 13 de 2020, Sabanalarga Antioquia.

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Retomando los viajes de la memoria

Por: Ximena Cardona Ortiz y María Fabiola Sandoval Noreña.

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l proyecto “Ejercicio de memoria con las personas con discapacidad víctimas del conflicto armado de los municipios de San Francisco, Granada y San Carlos de la subregión del Oriente antioqueño, como una herramienta para la construcción de una educación para la paz”, fue realizado en el año 2017, desde la Facultad de Educación de la Universidad de Antioquia con el programa de regionalización y el departamento de extensión, donde se buscó el acercamiento a unas experiencias humanas, a unos cuerpos que de algún modo interpelan los patrones de la normalidad, en este caso las personas con discapacidad. Sumado a esto, se buscó reconstruir unas nuevas miradas; nuevas historias que tienen lugar y espacio en lo propio, en lo auténtico y en lo personal; abandonando por tanto tendencias totalizantes, girando la mirada hacia la materialidad de la palabra, las señas, los movimientos corporales y esas otras formas de hacer y contar la historia. Tomamos camino hacia el Oriente de Antioquia, un viaje que tenía como ruta reconstruir los relatos de vida de las personas con discapacidad víctimas del conflicto armado pertenecientes a organizaciones de los municipios de San Carlos, San Francisco y Granada de la subregión del Oriente a través de un ejercicio de memoria histórica como contribución a la construcción de una educación para la paz, en territorios reconocidos a nivel nacional por una fuerte presencia del conflicto armado.

Para nosotras el hecho de viajar significó siempre recorrer un espacio y un tiempo diferentes a los que habitamos. De acuerdo con ello, este proyecto implicó un viaje, una travesía por la palabra, el recuerdo, los espacios, los tiempos, las historias; es así como el viaje fue la metáfora que bordeó este camino. Para llegar a estos espacios fue importante reconocer que como colombianas compartimos una misma historia y aunque habitamos diferentes territorios, nos atraviesa un pasado similar en la violencia: las muertes, el dolor, el despojo, el miedo, la desconfianza. Traíamos al presente memorias familiares de la desaparición de abuelos y tíos que dejaron su recuerdo congelado en el tiempo, de los que aún esperan la llegada en cuerpos, cenizas o algún rastro que permita hacer un duelo. Persisten sus ausencias. Estos municipios, reconocidos en el país por haber tenido una fuerte presencia del conflicto armado, nos acogieron y se dispusieron a soñar otros mundos posibles, a hacer aportes para desandar la guerra y caminar la paz; más allá de relatar sus historias marcadas por el dolor y la crudeza del conflicto, el propósito, siempre fue poder reconocer lo que transitan nuestros cuerpos: soñar y poder co-construir nuevas ideas, nuevos caminos hacia la paz. Los sujetos con quienes se emprendió el viaje y quienes hicieron posible que este se materializara, fueron las personas con discapacidad víctimas del conflicto armado de estos municipios, quienes históricamente han sido sometidos a diferentes formas de invisibilización, silenciamiento, opresión y subalternización.


Por una parte, en lo que refiere a las autopercepciones de las personas con discapacidad, persiste el modelo religioso o de prescindencia; en el que las personas se entienden desde la victimización y refuerzan la mirada asistencial que se pueda tener sobre ellos, lo que nos hace preguntar acerca de las narrativas que nos atraviesan desde la familia, instituciones y medios de comunicación sobre la existencia de estas otras formas de ser y estar. También se puede ver el modelo social o de derechos en algunos de sus relatos; allí, ellos reconocen que son parte de la comunidad y que pueden aportar a las apuestas que desde las diferentes instancias del municipio se han desarrollado. Sin embargo, continúan siendo acciones sujetas a discursos, prácticas que dependen de narrativas dominantes; que cuestionan nuestros lugares como maestras y el de los medios de comunicación como escenarios para darle giro a estas concepciones, gestos y lenguajes, reconociendo la presencia de sujetos de enunciación. que además pueden poner en cuestión las acciones posibles como sujetos de agencia. De otro lado, también se pudo evidenciar que, tanto la condición de discapacidad como la de víctima, se siguen entendiendo de manera aislada y en muchos casos una puede primar sobre la otra al momento de reclamar garantías frente al Estado; permitiendo hablar del sujeto, el colectivo y las interseccionalidades a pensar otras posibilidades. Es así como en ese tránsito hacia nuevas comprensiones, persiste el deseo de tejer una relación de complementariedad y sinergia, que invite a la transformación, y permita pensar una alteridad que reconfigure las nociones de poder y regrese incesantemente a lo que es común, colectivo, comunitario, que además reconozca las diferentes intersecciones que pueden confluir en cada una de nosotras. En lo que se refiere a la escuela, de acuerdo con los relatos, esta se

Ilustraciones: Lucas Rendón Muñoz.

convierte en un escenario de múltiples tensiones relacionadas con la deserción. Por un lado, se señalan algunas formas vinculadas con el conflicto armado expresadas en el desplazamiento, que proponen ciertas itinerancias en la participación y permanencia en el proceso educativo. Por otro lado, la discapacidad misma está provocando formas de abandono, sin indicar otras formas de educaciones posibles que se generan fuera del espacio institucionalizado. De acuerdo con lo anterior, es importante considerar la escuela como institución social, acompañarla en la construcción de un carácter endógeno y exógeno; el primero que le permita reconocerse, reconfigurarse, elaborar sus sentidos y significaciones; y el segundo, que le permita abrirse al mundo, entrar en comunicación con esas otras educaciones y que sus prácticas hablen de los intereses comunes, comunitarios y colectivos. Para finalizar, observamos la importancia de los relatos, ya que permiten soñar con la reconstrucción de los tejidos fragmentados por el conflicto y adquieren sentido en tanto que posibilitan la gestación de contrarelatos, entendiendo estos últimos como formas de resistir, de interpelar, de abrazar, de nombrarse, reconocerse y proponer nuevos caminos hacia la construcción de paz; a través de estos viajes de las memorias. Para seguir pensándonos: ¿Cómo ha sido entendida la discapacidad en el marco del conflicto armado colombiano? ¿Cómo se articula la educación en los procesos formales e informales de reconstrucción de víctimas del conflicto de manera colectiva? ¿Cómo construir junto a las personas con discapacidad víctimas del conflicto armado, en los procesos de reconstrucción de memoria? ¿Cómo generar espacios de participación y reparación integral de las víctimas con discapacidad? ¿Cómo desde la institucionalidad se pueden visibilizar los procesos de reconstrucción de memoria de las personas con discapacidad? ¿Cómo desde las comunidades y organizaciones de base se puede trabajar junto a las personas con discapacidad?

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Somos seres de Por: Candileja.

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l cálido aliento que brota de nuestras bocas y se transforma en sonido nos envuelve. Nos envuelve y le da forma a lo que somos. Somos lo que nos sentimos ser en medio de las melodías de nuestras voces. Al mundo lo irrigamos con nuestros deseos más profundos hechos palabras; dibujamos las olas, los vientos y los seres con nuestro aliento dulce que se vierte, que se sumerge en la tierra y que luego brota mundo-nuevo hecho de nosotros mismos, de nuestras palabras. El silencio es la espera que precede a la semilla-palabra. El silencio es el padre de lo que será nuevo para todos. Cuando somos yo-mundo, envoltura de palabras, encontramos otros seres envueltos también en palabras. Palabras de sabores que se conocen y de sabores desconocidos. Nuestro aliento se lo lanzamos al otro trenzando las palabras, lo lanzamos para tejernos al aliento del otro. El calor del aliento lanzado se elonga, se trenza, se transforma para alcanzar del otro las esperanzas. Cuando dos alientos se unen, se forma el vínculo del futuro y los caminos empiezan a transmutarse en un nuevo camino de palabras unidas. Los grandes pueblos nacieron cuando varios fueron tocados en sus esperanzas por las palabras de alguno. De alguno que tenía palabras más largas, más fuertes, más vivas y más despiertas. Esas palabras tocaron las esperanzas de otros y lograron unir numerosos caminos; caminos numerosos que luego se volvieron en un camino grande. El camino de los pueblos se coloca en la línea amplia de aquellas palabras de largo alcance, de amplia onda, cálidas siempre. Porque las palabras deben ser el refugio de las esperanzas, y a las esperanzas no les gustan los recintos fríos donde el aliento es corto y nebuloso; ni los recintos amargos donde el aliento hiede y quema; ni los recintos pequeños donde el aliento muere chocando contra las paredes. Una corriente cálida, dulce y libre es la preferida de las esperanzas. Aún así, las palabras pueden, en vez de unirlas, apartar las esperanzas. Esto cuando se lanza un aliento flecha que solo logra alargarse lejos del oído que debía escucharlo. Pasa de largo. Casi rozando el oído de quien iba dirigido, sin lograr tocarlo. El aliento flecha es el que está hecho de palabras ajenas, de palabras que no quieren ser escuchadas y que se alargan infinitamente buscando un oído que pueda hacerlo. En ese alargarse se pierden, se esfuman. Pasan a ser parte del éter, de lo que es en el mundo del silencio. Entonces no se tejen en unión las almas, sino que cada una se alarga en su camino sin percibir el mundo del otro.

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Las palabras también separan cuando alguno tiene la habilidad para convertirlas en hiel; ligeras y rebosantes. Alguno que lanza palabras oscuras frente a otros, y para los otros, y termina haciendo que a todos les duela el pecho. Los seres de palabras no aguantamos ese dolor de pecho que da la herida del alma. Entonces empezamos a lanzar palabras de hiel para sacarnos el dolor. Pero el dolor en la hiel prospera. Entonces empezamos a golpearnos las esperanzas, a asfixiarnos las ideas, a desconocernos, a destejernos, a cortar los hilos de las palabras y a deshacernos mientras los cortamos, porque insisto: somos seres de palabras. Y lo que no sabemos es que cada hilo que cortamos es un hilo de nuestra propia estructura que desaparece, que cada palabra que se desvanece hace que dejemos de ser un poco nosotros y que empecemos a ser otro que no éramos antes. Otro que ya no es con los otros, sino consigo mismo. Entonces la hiel lo embeleca todo, lo contamina todo, lo envuelve todo en su forma, y transforma el mundo en el infierno de los dolores. En ese infierno, los de la hiel solo encuentran contento lanzándola a los otros, porque cuando a las palabras se les contamina es mucha hiel insoportable la que les embadurna las almas, que los hace retorcer. Así, los hombres se auto mutilan lanzándose hiel de palabras unos a otros, y cortándose su fuente de vida para desprenderse de la intensa pena del otro; ahogándose en la virulenta emanación. El mundo de la hiel es el infierno en el que mueren las palabras; hasta que llega una palabra pura y soberana que aliviana la densa exudación y que trae contentamientos. Hace tiempos, antes de que la hiel se apoderara del mundo, los hombres aprendían a pulir sus palabras y combatían con esmero a los que cultivaban las amarguras. Hace tiempo los hombres nos sabíamos palabra y aprendíamos las artes mágicas de las construcciones con sílabas juntas, aprendíamos a darnos una forma agradable con nuestras voces ocultas; a dar forma a nuestro mundo con nuestras voces expresas. Aprendíamos a tejernos con los otros, a trenzarnos las esperanzas; a alentar nuestras palabras grandes para unir los caminos de las almas y para hilarnos en el futuro de las cosas. Éramos magia de palabras. Hace tiempo, cualquiera que se estuviera tejiendo aprendía el arte de las palabras bien dirigidas, de las palabras dulces y cálidas; el arte de tejerse a otro, y a otros, de sentirse palabra. Entonces los de la hiel eran pocos, pues cada vez que rebuscaban la amargura de sus palabras eran transformados por la dulzura irrenunciable de las sanas palabras.


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Ilustración: Felipe Rúa.

Fue así que dejaron de enseñarnos las artes mágicas de las palabras, dejamos de moldear el mundo y de tejernos entrañas comunes. Las palabras congeladas eran siempre otras, no nosotros; ajenas irremediablemente a quien no sabía mirarlas. Solo unos pocos podían hacerse con ellas. Generalmente, unos pocos que bebían la hiel del nunca acabar y que se extasiaban en la reverencia que se les ofrecía a sus nuevas palabras. Entonces, empezaron a lanzar y a romper, a estallar y a chocar, a llenar de amargura los pechos de los que alguna vez fueron magos de las palabras. La hiel se fue propagando y, para quitárnosla solo quedaba el remedio de mal-lanzar hiel de palabras a todos lo que se mostraran al paso. Nos enfermamos cuando perdimos nuestras palabras. Nos enfermamos de palabras sufridas y de sufrimientos de palabras. Nos enfermamos de no poder crear palabras. Nos enfermamos de la hiel que nunca acaba, de la hiel infinita. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que las palabras tenían también otras posibles formas, de que no estaban limitadas a ser el solo aliento de las voces del alma que emana —cálido y dulce— por nuestras bocas móviles. Fue ahí cuando logramos congelarlas. En ese momento, los de las voces grandes y fuertes; los de las voces que unían pueblos fueron congelando sus palabras en líneas de diversas formas. Y las palabras empezaron a ser otras y no nosotros. Nosotros ya no éramos los dueños de las palabras, las palabras nos enseñorearon. Nos empeñamos en repetir olvidadas palabras que, congeladas como eran, traían oscuridades de otros tiempos. Entonces, solo se repetían palabras cocas, que no eran de nadie, y que eran a las que todos nos debíamos.

Pero, aún hoy, el temor de las palabras despierta las noches, pide auxilio entre los colores de los sueños. Las palabras dormidas aguardan para venir a limpiar el mundo. Nos cantan. El mundo solo se limpia cuando el aliento de todos vuelve a salir cálido de las bocas móviles que están hechas para producir palabras santas. El mundo solo se sana cuando los cantos nuevos vuelven a enseñar a las almas nuevas, cuando las almas nuevas vuelven a reconocer el poder de su aliento, cuando volvemos a tener maestros de palabras que nos enseñan a moldear el mundo de las palabras, a moldear las realidades con las palabras, a tejernos con los otros y con sus palabras, a limpiarnos de la hiel de las palabras. El mundo solo se sana cuando volvemos a aprender-nos, cuando volvemos a escuchar-nos palabra.


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La naturaleza de la naturaleza

Nuestros cuerpos, desde las células a los órganos, son el resultado de la relación, de la comunicación, de la multitud de torbellinos que se entrelazan y se separan en una danza inagotable. -Maturana. Biology of cognition. pg 168.

Por: Sebastián Zuluaga Cifuentes.

n el imaginario occidental el sujeto construye una identidad ajena a la naturaleza y difícilmente se halla en armonía y sintonía con ese elemento orgánico que nos compone y nos convierte en un todo con el territorio que habitamos. Desde la mirada de las artes y la geografía acostumbramos a concebir el paisaje como algo estrictamente visual, una experiencia contemplativa y pasiva del entorno que sólo cobra un sentido de realidad al analizarse por el observador. En esta serie fotográfica las imágenes se construyen a partir de retratos de diferentes cuerpos desnudos que a su vez son situados en espacios naturales que le dan una predilección especial al paisaje, no como locación o ambiente, sino como elemento vivo y protagonista en las fotografías. Las plantas y los elementos acuosos son utilizados en todas sus formas expresivas, se contraponen dichos paisajes naturales con los cuerpos desnudos que se adhieren al espacio mientras combinan lo inverosímil con la naturaleza y representan la convivencia y la relación del ser humano con el entorno, mostrando al paisaje como un lugar donde se compenetra la naturaleza y la libertad de ser humano.

Aqua.ser


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InmersiĂłn.

MelancolĂ­a.


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Eucalyptus

Eter.nido

Helechos


21 #cultura

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Cómo muere una caricatura

Por: Segri.

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l problema es que ningún dibujo puede tomar un arma y disparar al muerto, porque ninguno de los dos está vivo. El primero animado por el grafito sobre el papel gracias al segundo. Un muerto que dibuja después de su muerte; un genio errante en el tiempo porque ni la muerte lo puede borrar de la historia. MAESTRO con mayúscula sostenida, el sombrerón zegrí bajo el ropaje oscuro y lúgubre de la Bogotá gaitanista y conservadora; el lamento nostálgico en silencio de quien no logró cambiar las bestias del senado por nobles putines renacentistas, porque, aunque suene ingenuo, el arte pretende cambiar el mundo, pero este cambia al artista y sigue la misma mierda con gravedad y girando en su misma órbita. Es verdad: odiamos a los políticos y la aristocracia, la casta poderosa que desde años atrás gobierna este país sin memoria, la franja eterna del rojo, el cóndor sin plumas y la parca de presidente. Ya vendrán de nuevo las promesas con su halitosis indigestada de mentira, desde aquí se puede oler el asqueroso aroma carroñero de su excelencia.

Pero es muy sutil, muy invisible y casi que ni se percibe el nuevo trazo denunciante. Como obtener recursos de un estado fallido y narcoparamilitar e invertirlo en un cortometraje en memoria de un gran artista rionegrero, mientras se bebe cerveza. “Sonido rodando, sonido rodando. “Cámara grabando, cámara grabando”, ¡URIBE PARACO! ¡ACCIÓN! “Beba la bebida maestro” aquí seguimos en esta danza de miseria creyéndonos ricos por momentos. No serán en vano aquellas jornadas de rodaje imaginándote caminar las calles de la capital por última vez, imaginar tu sonrisa socarrona y mentirosa como de buen caricaturista; ver el brillo de la pistola, el litro de cerveza, el tapiz de la pared y el sonido del disparo. En Rionegro Antioquia, cueva del uribismo, el 11 de junio de 1894 nació Ricardo Rendón Bravo, pero el día 28 de octubre de 1931 se disparó en la boca, tenía solo 37 años cuando murió. ¿Murió? Cuenta la leyenda que regresó para grabar su propia muerte y que su legado anida en las manos de los artistas que realizaron este cortometraje de ficción. Mirá el cortometraje Cómo muere una caricatura.


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la paz en un día oscuro y lluvioso Por: Juan Santiago Gómez.

Los Ministros informan incesantemente al pueblo cuándifícil es gobernar. Sin los ministros el maíz creceríahacia dentro de la tierra en lugar de crecer hacia afuera.Ningún pedazo de carbón saldría de la mina si el canciller no fuera tan sabio. Sin el ministro de propaganda, ninguna mujer quedaría embarazada... La dificultad de gobernar - Bertolt Brecht.

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l 29 de octubre de 2020, un jueves de esos fríos, húmedos y oscuros, marcado, además, con esa fatídica simetría del año que lo signa, y que por un conjuro extraño de estas simetrías cronológicas, tal vez, es que ha sido tan aciago, tan lleno de días raros, en fin, tan maluco. El jueves pasó algo así, raro y maluco. Fue un día oscuro y lleno de nubes que se iban muy rápido. Hizo un frío tremendo. La vecina, doña Julia, me dijo que había visto en las noticias que un ejército extranjero estaba acercándose a la región. Me pareció extremadamente sospechoso lo que me dijo, teniendo en cuenta que para ese mismo día estaba programado el recibimiento a los caminantes por la paz. ¿Planeaba algún ejército extranjero una invasión para el mismo día en que los farianos llegarían a Marinilla en su peregrinación por la paz? No sabía. Como sea, descartándolo como mero chisme de ancianas de barrio, me despreocupé por la supuesta invasión. Sin embargo, el resto de la tarde tuve visiones de los hunos, de los bárbaros germánicos, de los caribe, de los españoles. No me cupo el disparate. Por las 5 de la tarde, llegaron. El frío cobijó la llegada de los caminantes y los acompañó a todas partes. Un frío no meteorológico, no venía del cielo. Pensé que quizás a toda la gente del pueblo se le olvidó cerrar las neveras y, luego de rebosar de frío las casas, comenzó a escapar por las ventanas y a llenar también las calles. Eso pensé. Ya sé, me quería hacer el loco, no quería ver las cosas como son. Lo que pasó fue que la desconfianza que mamaron del tetero de los canales oficiales no los había abandonado en su formación madura, en su ideario de gentes sin la mayoría de edad kantiana suficiente para, de cuando en cuando, mirar por fuera del marco social que creen encontrar en el rectángulo del televisor. En el ánimo de esa educación tan perniciosa para la comprensión política de nuestro país, las opiniones basadas en el

prejuicio crearon una atmósfera de miedo y de rumores malintencionados sobre la achicopalada marcha de los farianos, luchando cuesta arriba contra una tradición de polarización y de odios sectarios, patente sobremanera en este pueblo godo y rancio, donde hasta hace más bien poco la amenaza de un panelazo en la cabeza cundía en cada liberal que entrara a los límites del pueblo. Algunos de los locales acompañaron la marcha desde la glorieta de Rionegro. Las camisetas blancas, las banderas blancas, la seriedad de tantos, el cielo gris, y una esperanza grande, con la talla precisa del croquis de Colombia, que también se dejaba ver intentando rescatar del olvido un pacto que hicimos como sociedad hace cuatro años, pero que hemos descubierto que es algo así como rescatar un pedazo de carne entre un montón de perros bravos y hambrientos, una tarea de valor y de abnegación porque, inevitablemente, en dicho rescate se dejará algo de sangre y de piel. Así como la FARC, desde la firma, ha dejado la sangre de más de 236 excombatientes. Sí, venía un ejército, tenía razón doña Julia. Pero un ejército sin armas y lejos de ser extranjero. Campesinos, negros, indígenas, colombianos pobres de todos los colores, caminando con unas banderas blancas, ridículas trantándose de escudos para las balas. Imaginemos cómo sería: quizás podrían empuñar las astas de las banderas y usarlas de garrotes contra las pistolas, o agitarlas muy fuerte esperando confundir la visión de los tiradores. No olvidaremos la guerra y sus exageraciones tétricas, el paisaje de muertos que ha sido este país, las fosas, las minas, las botas nuevas en cadáveres, las niñas violadas, las pipetas. Pero todo acto de paz, que tanto necesita este pacto de supervivencia, es valorado.


Si del lado fariano, de los que firmaron y lo ratifican marchando y trabajando en sus iniciativas, hubo un cese de hostilidades hace cuatro años; del lado de la población armada de prejuicios, de los funcionarios incompetentes y de la mano firme y tenebrosa del Estado no ha habido tal cese. Un día antes de la llegada de los peregrinos, cuando estaba organizada la concentración, cuando ya se había comprometido a algunos músicos, ya había una tarimita y la voluntad de celebración de la paz estaba dispuesta, la administración municipal de Marinilla concedió la merced de responder a una carta que se le había dirigido hacía una semana. La respuesta fue parca y goda: No. Como dice en la biblia, vino la desesperación y el rechinar de dientes entre los que impulsaban el recibimiento. No, solo exagero, acostumbrados a recibir mensualmente el fantástico cheque del foro de Sao Paulo, de inmediato gestionaron un sonidito cutre que cuando se fue a usar dejó tirados a varios cantantes; una carpa con la estampa de la administración y el permiso de usar el coliseo para que pernoctaran los caminantes (pernotar, como escribió el secretario de salud de Rionegro en un malicioso comunicado de alerta), y, sin embargo, solo después de que se descubriera que sí había agua en el coliseo -contra lo que sostenía la administración-. Una marcha sobria y arriada por los oficiales de tránsito a través del parque principal y después al coliseo a organizar el cambuche, hasta donde los acompañó la fauna local . Hubo musiquita y charla, chicha y baile, hasta las 10 de la noche. Una pequeña alegría en lo que, en palabras de un caminante, había sido el mejor recibimiento que les habían hecho. El mejor. Desde hace años me acompaña el axioma de Gramsci: pesimismo del pensamiento, optimismo de la voluntad. Ahí estuvimos sosteniendo la chispa de la esperanza, aunque en la mente un duende malo me diga que no habrá paz, que no hay con qué, que a los colombianos les gusta la guerra. Y no habrá paz si no dejamos la tonta idea que aprendimos en la televisión de que esos otros del conflicto no son humanos sino medio monstruos, que no duermen y no sonríen, no aman y no creen; no habrá paz si no nos atrevemos recordar la guerra pero con sabiduría, no con rencor. CODA: La guerra en Colombia no es únicamente una cuestión de plomo, les revelo. La violencia política toma avatares como los de este caso, en el que el sabotaje solapado de una administración pública quiso frustrar una acción bonita y valerosa. Humana. Sin embargo, también cobra cuerpo en el ensañamiento mediático y en el repetir la agria letanía de las costumbres políticas que heredamos y nos quedamos odiando por odiar. Mirá la cápsula audiovisual de la Peregrinación por la Vida y por la paz, en su paso por Marinilla https://www.facebook.com/enfoquedeoriente/posts/3290095794373521

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Hilos para coser y escapar de prisiones Por: Manuela Betancur Pérez.

Próximos a conmemorar el Día Internacional por la eliminación de la violencia contra la mujer, reconocemos las diferentes luchas exteriores e interiores que tienen las mujeres en la guerra, como combatientes, cuidadoras, presas políticas, viudas y madres, pero, sobre todo, como mujeres, que valerosamente usan hilo para coser o para escapar de prisiones.

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l pasado 29 de octubre, en Marinilla, mientras buscaba junto con otras compañeras, testimonios en el marco de la Peregrinación por la Vida y por la Paz, nos recomendaron hablar con Érika. En mi mente, Érika era una mujer joven, de las que sube los ánimos en las marchas y ondea banderas insaciablemente, pero la imagen mental se difuminó cuando nos dijeron que Érika estaba descansando, porque era una mujer mayor, además una figura que tiene los testimonios y la voz que, al parecer, muchos quieren. Eran aproximadamente las seis de la tarde y a esas alturas del día, los pasos, las palabras y los contratiempos, eran los suficientes.

Fancy María Orrego, más conocida como Érika Montero es una mujer campesina de Santa Rosa de Osos que el 6 de junio de 1978, a sus 18 años, decidió partir para las montañas de Urabá a enlistarse en el Frente 5 de las FARC-EP, tras las injusticias desatadas en el gobierno de Turbay contra los líderes sociales, sindicalistas, líderes agrarios y juveniles. La mujer que en ese momento nos preguntaba si se quitaba o no el tapabocas, llegó a ser segunda al mando del frente 49 en Nariño, comandante del Bloque Noroccidental, miembro del Estado Mayor Central de las FARC-EP e integrante de las Subcomisión Técnica para abordar el tercer punto de la Agenda “Fin del conflicto” y, de la Subcomisión de género. Ahí estaba en Marinilla, no más mujer, no menos mujer; mujer. En el marco de la guerra, a escasos pasos de distancia unas de otras, las mujeres pueden ser cuidadoras, campesinas, viudas, lideresas o guerreras. Ninguna menos valiosa que otra; cada una reivindicando sus razones, las formas de habitar su cuerpo y las múltiples maneras de asumir la fatiga de la guerra y la ausencia, de personas, de derechos, de recursos económicos, de compañía, de condiciones dignas y, sobre todo, de paz. El papel más reconocido de la mujer en la guerra ha sido el de la mujer cuidadora, la que espera que lleguen los suyos o los de otras con las mismas fuerzas; el de la mujer que sabe tejer, no solo prendas, sino almas quebrantadas por el golpe de la guerra; el de la mujer que sostiene el azadón con la misma fuerza con que sostiene su corazón y el de su familia. Sin duda, el papel de mujeres valientes que han sembrado esperanza en un país de tierra infértil para la paz. Cuando me encontré con Érika, arribó en mí el deseo de reconocer a esas otras mujeres que son nómadas en los conflictos armados, de reconocer su tesón, pero también la lucha mayor que implica ser mujer en un territorio históricamente reconocido por ser el telón para hombres: los conflictos armados.


Hace unos meses, leí 38 estrellas de la periodista argentina, Josefina Licitra, un libro que habla sobre la fuga de 38 tupamaras de la cárcel Cabildo en Montevideo, Uruguay. Este libro es la reconstrucción magistral de cómo estas mujeres lograron escapar por las cloacas de Montevideo, pero también de su construcción política e ideológica como guerrilleras del MLN (Movimiento de Liberación Nacional- Tupamaros). En su prólogo, Licitra logra esbozar la paradoja más fiel que resume la vida no solo de las presas políticas, ni de las guerreras, también la de todas las mujeres, que a diferencia de los hombres, desde el vientre, les dicen que no parecen niñas por tanta “pata” que dan, porque no se están quietas como la sociedad las espera. Entonces, Licitra escribe: De los pormenores que hacen a la huida, hay uno que me conmovió en especial. Habla de las herramientas que usaron tas tupamaras para calcular dónde hacer el boquete dentro del penal. Para tomar las medidas, las presas se valieron de hilos y metros de costura “los insumos que les daban en la cárcel para cumplir con el rol que se consideraba apropiado para las mujeres de esos tiempos”. De esos y de estos. Fue a partir de la Segunda Guerra Mundial, cuando el papel de las mujeres comenzó a ser trascendental en el desarrollo de las acciones bélicas. Con la ausencia de los hombres, las mujeres debieron asumir el rol productivo y manufacturero de la época, incluso el de municiones y elementos de combate. Eso por el lado de los británicos y alemanes; sin embargo, en los bandos de la Unión Soviética, el 8% de las fuerzas armadas llegaron a ser mujeres. Charlotte Lindsey, directora del departamento de información y comunicaciones del Comité Internacional de la Cruz Roja plantea que “Por dar sólo unos ejemplos, entre los militares de Estados Unidos “en total, el 14% del personal activo está constituido por mujeres” y de las fuerzas estadounidenses que sirvieron en la Guerra del Golfo de 1990-1991, 40.000 eran mujeres. Se calcula que una quinta parte de las fuerzas armadas eritreas pertenecen al sexo femenino y hasta una tercera parte de las fuerzas combatientes de los Tigres de Liberación de Eelam Tamil (LTTE) implicados en la guerra civil en Sri Lanka son mujeres”.

Por su parte, en Colombia los registros hablan de que antes de la firma del Acuerdo de Paz, habían aproximadamente 8.500 mujeres combatientes. En este sentido, el Observatorio de Paz y Conflicto de la Universidad Nacional plantea que “Las mujeres que hacen parte de la estructura guerrillera como combatientes y milicianas, y muchas otras que con su afinidad y cercanía apoyan la causa de diversos modos, han sido aguerridas y luchadoras; transgresoras de la ley y la institucionalidad; han subvertido roles y referentes culturales convencionales; han expuesto la vida, involucrándose en el quehacer de la guerra y sus violencias. Por lo mismo, es importante trascender la caracterización que usualmente se hace de ellas en cuanto a su situación de vulnerabilidad y su condición de víctima”. Si bien es cierto que las mujeres combatientes se encuentran en continuas situaciones de riesgo no solo por el hecho de ser milicianas, sino por ser mujeres en un entorno incluso ya hostil para los hombres, también hay una realidad fuerte para aquellas que deciden dejar las armas; mujeres que con una alta probabilidad, ingresaron siendo adolescentes a un grupo al margen de la ley y crecieron en la lógica de inmersión a la guerra, que a leguas es distinta a la de las mujeres cuidadoras de las que hablamos al comienzo. Al preguntarle a Fancy por el papel de las mujeres firmantes en la actualidad, ella responde con la sensación de quien llega nuevo a un salón de clases cuando todos se conocen, “Somos las que sostenemos en el territorio y somos la voz de aliento de los compañeros para que no se pierda la esperanza de luchar para que se cumplan los acuerdos, de que se persista por luchar por lo que los firmantes nos merecemos. Y esa ha sido una labor de todas las mujeres en los ETCR, tal vez no se note mucho, pero ahí estamos aportando en cooperativismos, en el desarrollo de los proyectos productivos por iniciativa propia, voleando machete, aguantando sol y haciendo lo que no sabíamos hacer: construir familia y reconstruyendo ese tejido social con las mujeres que están alrededor”. Haciendo lo que no sabían hacer, coser con los hilos con los que antes tomaban medidas para escapar de prisiones.

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