Edición 277 | Enfoque de Oriente

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2 #editorial

enfoque de oriente

Volvemos

¿Para qué volver?

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emos vuelto, lo decimos aunque nunca nos hayamos ido, hemos vuelto porque el “reinventarse”, que es tan común por estos días, es más cierto de lo que parece una mentira que se vuelve verdad después de escucharse todo el tiempo. Hemos vuelto a nuestras ediciones mensuales, aunque ahora el mundo parece medirse con una retroalimentación más en sintonía de una comunicación funcionalista que de otro tipo: los me gustas, comentarios, visualizaciones, vistas; ahora pensamos a qué hora se colapsa menos el internet, a qué hora las personas pueden conectarse. Paulatinamente, hemos vuelto a los tiempos en donde las máquinas (ahora algoritmos) nos miden la eficacia con eficiencia. Y es entonces el momento de preguntarse, ¿es el ejercicio periodístico esclavo de estas dinámicas de pandemia y pospandemia? La respuesta siempre ha sido sí, incluso cuando el coronavirus parecía más fábula que realidad. Es entonces el momento preciso para reivindicar el oficio, pese a que las distancias parecen mayores y así mismo los retos. Hemos vuelto y volver significó un proceso de encrucijadas continuas en la búsqueda de no caer en la vida de los likes, porque nunca hemos hecho lo que parece mantra del periodismo actual de vender las letras al mejor postor, y no es momento de que los algoritmos definan si estamos o no cumpliendo con nuestro trabajo. Tal vez sea por eso que dejar el encuentro, el abrazo y cesar los pasos físicos por el territorio nos ha costado, porque siempre los rostros de felicidad y gratitud del campesino, del joven, de la mujer, del niño, del homosexual, del estudiante, del indígena, fueron y son el medio y el fin que sostiene a Enfoque de Oriente. Son estas algunas de las razones porque las que, por segundo año consecutivo, somos finalistas en el Premio de Periodismo Regional Semana “el país contado desde las regiones”, en la categoría de mejor medio comunitario en el Premio Amparo Díaz, y digo somos, incluyendo a cada una de las personas que de una forma u otra han aportado a que este proyecto compartido sea impronta de una región que sigue resistiendo. Asimismo, porque la palabra y el territorio nos sostienen y solo nos miden las gentes y sus derechos, somos ganadores de la

Directora: Mariana Álvarez López 3206720165 direccion@enfoquedeoriente.com Diseñadores: Enfoque de Oriente Portada: Ilustración: Lucas Rendón M.

Por: Manuela Betancur Pérez.

convocatoria Comparte lo que somos del Ministerio de Cultura, premio que nos permitirá publicar la edición temática Culto al Arte Regional, que tiene como objetivo principal promover la lectura y escritura como objeto del reconocimiento de las expresiones artísticas y los distintos talentos que habitan la región del Oriente antioqueño, como aporte a la creación, la identidad y las maneras de hacer, promover y vivir en el arte. Hemos vuelto porque el mundo sigue ocurriendo incluso detrás de la pandemia: los negocios entre algunos se siguen cerrando, las licencias de explotación minera e hidroeléctrica se siguen otorgando, los líderes sociales siguen siendo asesinados, los feminicidios nos siguen arrebatando a las nuestras, la xenofobia nos sigue dividiendo, la corrupción sigue siendo la madre patria, los campesinos siguen siendo desplazados, las madres siguen buscando a sus desaparecidos y por lo anterior tenemos los pies firmes para seguir encontrando las #NuevasManeras de narrar la región con o sin pandemia. Volver es encontrar nuevas maneras de seguir construyendo colectivamente. Volver es encontrarnos todos los jueves en Enfoque la Palabra para reconocer los emprendimientos y procesos que sostienen a nuestra región. Volver es continuar con nuestras ediciones mensuales por ahora interactivas en este formato. Volver es encontrarnos a final del mes para buscar la palabra como fin, en las socializaciones de las ediciones mensuales. Pero sobre todo, volver es reencontrarnos con la palabra sin más pretensión que la de ser un puente entre las comunidades, la resistencia y la verdad. Esta edición es muestra de ello: las palabras, los nombres, los lugares, los temas, hablan de esta región que es mucho más que pandemia y mucho más que miedo. Regresa la pluralidad que reafirma nuestro ejercicio periodístico, regresan las miradas y los caminos que nos llevan a lo que somos. Escribí en mi libro Retornos que el hecho de volver es igual de sanador al de irse, porque al volver nadie ni nada regresa de la misma manera. Volvimos de maneras y encuentros distintos, pero sobre todo, volvimos porque nunca se fue la razón de ser por y para el territorio, y si eso no es suficiente, como dice la canción de Los Chalchaleros, ¿entonces a qué volver? EO.

Colaboradores y colaboradoras en esta edición: Manuela Betancur Pérez. Milton Giraldo. Carlos Palacio. Juan Alejandro Echeverri. Chris Blau. Alejandro Trujillo M. Laura Alejandra Bedoya L. Liceth Zuluaga.

Juan Santiago Gómez. Andrés Felipe Garzón O. Felipe Rúa. Colectivo Buena Siembra. Grupo de Investigación en Historia de Rionegro. Pirañas Crew.

Facebook: Enfoque de Oriente Twitter: @EnfoqueOriente Instagram: @enfoquedeoriente info@enfoquedeoriente.com www.enfoquedeoriente.com Enfoque de Oriente es el espacio para la visibilización de los textos que se publican; sin embargo, quien los escribe es total responsable de lo que allí se dice.


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Hay costumbres que son imposibles de dejar de practicar

FOTOREPORTAJE


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Por: Carlos Palacio. Fotografías: Milton Giraldo.

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ste virus cambió la vida en todos sus posibles sentidos, y revaluó el orden de las prioridades. Nos quitó la cercanía de lo físico, y colocó en su lugar una cobarde distancia de asepsia y miedo. No obstante, el planeta sigue girando, la tierra sigue su curso, los gallos siguen madrugando, el sol sigue saliendo y mi abuela sigue sonriendo; hemos de entender que estamos jodidos. Hoy las calles están solas y la gente tiene miedo, sin embargo, este ímpetu gregario que nos impele al contacto, nos va volviendo locos y se buscan excusas para saludar al vecino, visitar a un amor furtivo, o irse de vacaciones al campo. La cuarentena está sacando lo mejor y lo peor de nosotros, nuestra solidaridad y nuestro egoísmo, todo en un mismo movimiento de insegura cautela. No saludamos, no miramos no sentimos, y nos hundimos lentamente en un eterno reproche; sin pensar, muchas veces en aquel, cuya necesidad de contacto significa un día más de comida, o aquel desempleado que ya se cansó de su solitaria hambruna. Aunque el encierro nos gobierne. Todavía hay esperanza... Hay costumbres que son imposibles de dejar de practicar, cómo absorber los primeros rayos de sol, darle las gracias a un dios cualquiera, girar y adaptarse al viento de los días, trabajar por el sustento de la familia, ver un paisaje lejano y querer visitarlo, saludar un amigo, querer saber qué ha sido de su vida. Ver la gente pasar y preguntarse por el sentido de sus vidas, o simplemente creer en que algo superior nos espera en algún lado. O tratar de vivir lo más normalmente posible, y disimular que estamos encendidamente vivos, que somos agua, y nos acomodamos a la condición de los días.

Cocorná


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Dejar hacer, dejar pasar P

ara ocupar el poder hay que construir relatos publicitarios, fachadas lingüísticas capaces de neutralizar las dudas o discrepancias que ponen en tela de juicio la imagen y las “verdades” que pretende institucionalizar ese relato. El periodista polaco Ryszard Kapuściński decía que “el silencio en la historia y en la política cumplen la misma función (…) Necesitan del silencio los tiranos y los ocupantes, que velan porque sus actos pasen inadvertidos (…) Se pueden calcular el número de personas que trabajan en publicidad. ¿Y si se calculase el número de personas que trabajan en mantener el silencio? ¿Qué grupo sería más numeroso?”. La división de poderes en Colombia es un cuento de fantasía porque los encargados de regular la democracia promueven el silencio, o son cajas de resonancia de la propaganda institucional. Hace unas semanas, la Procuraduría General de La Nación anunció que había encontrado 420.000 millones de pesos en sobrecostos luego de revisar más de 3.000 contratos celebrados desde que se declaró la emergencia económica y social por la pandemia del coronavirus. Por la malversación de fondos públicos y otras modalidades de corrupción, la Fiscalía imputó cargos y solicitó prisión preventiva para 10 alcaldes del país. La pregunta es: ¿qué estaban haciendo los concejales (supuestos responsables de vigilar y auditar a los alcaldes) mientras malgastaban los dineros públicos de un país con profundos problemas económicos? En el caso de La Ceja, durante estos meses de pandemia, los ciudadanos hicieron el trabajo que corresponde a los concejales: denunciaron las irregularidades en la compra de 4.000 kits alimentarios a la empresa rionegrera Vibe Distribuciones S.A.S, lo que según la Contraloría General de Antioquia representó un posible detrimento patrimonial de 49.028.000. Además, la entidad constató que la empresa es de papel, pues en la sede registrada en la Cámara de Comercio actualmente funciona una oficina de asesorías contables. También fueron los ciudadanos quienes revelaron y cuestionaron un contrato por 150 millones (ver contrato) firmado con la Corporación Centro de Análisis y Entrenamiento Político, cuyo fin es “apoyar el modelo comunicacional y de acercamiento continuo de la administración municipal”. Del contrato se critica que el representante legal de la empresa fue asesor político del alcalde Nelson Carmona, coincidencia que lleva a muchos a sospechar que se trata de un “favor político”. Pero lo más cuestionable es la verdadera necesidad del trabajo contratado, puesto que en la plantilla de funcionarios hay más de 10 comunicadores al servicio del alcalde, comunicadores que al parecer no son suficientes para mantener su popularidad a flote. La mayoría de concejales han demostrado públicamente su lealtad y su respaldo a la gestión del gobernante cejeño. Ante los cuestionamientos, los ediles de la coalición de gobierno aseguraron que era “momento de unir, no de dividir”; que las críticas eran “comentarios destructivos y venenosos”; y que los cejeños inconformes estaban tirando piedras porque esa era “la opción más fácil”.

Por: Juan Alejandro Echeverri.

El alcalde y los ediles viven una luna de miel de película: desobedecieron todas las recomendaciones sanitarias y económicas, se reunieron, y comieron y brindaron por el día del concejal. Cuesta creer que el Concejo Municipal de La Ceja pueda hacer el control político que le corresponde, pues el Centro Democrático, que en teoría es el partido de oposición, es el mismo partido del representante a la cámara Esteban Quintero, quien fue el padrino político de Nelson Carmona, a quien Nelson invitó a subir a la tarima el día de su posesión, y quien además estuvo presente en la instalación y posesión oficial del Concejo Municipal a principios de año. En la práctica los concejales aprueban las proposiciones de los alcaldes a cambio de que sus empresas, las de sus familiares, o las de aquellos a los que deban favores políticos firmen contratos con el Estado, o a cambio de puestos para sus familiares o allegados que los apoyaron durante su campaña. Pero en la teoría son quienes deben pedir explicaciones por las decisiones que toman los alcaldes, o quienes, apegados a un marco jurídico, estén maniobrando y pensando cómo los municipios pueden prepararse para afrontar las consecuencias del déficit fiscal y la contracción en el gasto público que sufrirá el país a causa del covid-19. En la actualidad, los concejales nos resultan más perjudiciales que beneficiosos; en términos económicos son una inversión que genera más gastos que ganancias. Un concejal, por el solo hecho de ser concejal y asistir a una sesión del Concejo, recibe honorarios equivalentes a un día de salario del alcalde. La ley 617 del 2000 establece que en los municipios de tercera a sexta categoría, los concejales podrán recibir honorarios hasta por 70 sesiones ordinarias y 12 sesiones extraordinarias al año. Es decir que un municipio de tercera categoría como La Ceja, en el que su alcalde no puede ganar más de $8.372.006 según el decreto 314 de 2020, un concejal recibe 279.067 pesos por cada sesión, los que multiplicados por las 82 sesiones que pueden ser pagas dan $22.883.494 millones de pesos, que multiplicados por cuatro años que dura su periodo dan un total de $91.533.976. Es probable que en unos meses se ponga de moda la palabra austeridad como respuesta a cualquier demanda ciudadana. Si los concejales quieren demostrarle al país que lo suyo es una vocación de servicio y no un interés político y económico, deberían renunciar a sus salarios, aceptar que la suya sea una función ad honorem, sin retribución económica como lo era hasta antes de la Constitución de 1991. Volveremos a pagarles, porque sus salarios se pagan con nuestros impuestos, cuando el país se recupere económicamente y demuestren que realmente lo merecen, cuando vuelvan a merecer el apelativo de honorables. A “nuestros” dirigentes poco les gusta que los critiquemos cuando se equivocan. Pero tanto alcaldes como concejales deberían recordar que las probabilidades de errar y fracasar aumentan cuando uno solo se rodea o escucha a quienes lo aplauden. Una equivocación y una mala decisión se pueden revertir, pero para la soberbia todavía no existe vacuna.


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Crónica de un incendio anunciado Un relato para la protección de nuestros pulmones verdes: los bosques nativos.

“El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros. «Siempre soñaba con árboles», me dijo Plácida Linero, su madre” Gabriel García Márquez.

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Por: Chris Blau.

or esta época los días no están que arden, queman. El día en que lo iban a apagar, el fuego se manifestó en las montañas del Oriente antioqueño, en la vereda El Tambo del municipio de La Ceja. Jamás creí que enfrentaría las llamas infernales de un incendio forestal sin control junto a funcionarios públicos, policías y cuerpo de bomberos en este valle, que es el cielo para muchos de nosotros, pero así fue. Aquí les cuento la hazaña: A pleno medio día, mientras llegaba a mi casa, noté una humareda en una de las montañas por las que más me gusta caminar. Rápidamente tomé mi bicicleta y me dirigí rumbo al origen, con hambre, con mucho calor, pero con la suficiente curiosidad como para aguantar un ratico más. A medida que me acercaba, me di cuenta de que el incendio era más grande de lo que parecía desde lejos y que los lugareños estaban realmente preocupados comentando sobre la ignorancia del posible culpable. Llegué a los pies del cerro que se quemaba, un bosque primario muy tupido de vegetación muy variada, con una alta presencia de especies forestales nativas de alta montaña, y caminé hasta sus llamas. Habían cinco bomberos, tres lugareños y un policía parados mirando cómo el viento hacía que el fuego se esparciera sin piedad por el verde de la montaña. Según ellos no había nada que hacer en ese momento, porque ya habían intentado un cortafuego que no dio resultado. Y llegó el momento de la angustia, de una impotencia aguda, de hacer

algo en medio de ese pasmo, de ese ocio inducido: reportar el suceso por las redes sociales, ya que de algo han de servir aparte de lo mismo de siempre. Fue así como varios amigos comenzaron a preguntar y, más tarde, a llegar junto a más personas a ofrecerse como voluntarios; algunos con herramientas como azadones, palas, rastrillos, machetes y otros simple pero acertadamente, con las ganas de apoyar. A medida que el incendio se hacía más grande y no sabíamos muy bien qué hacer, también el grupo de “héroes anónimos” crecía. A la vez, llegaban voces líderes a ordenar sobre la manera de actuar frente a la situación. En ese momento me sentí más tranquilo al ver cómo se armaron dos grupos de diferentes entidades, tanto privadas como gubernamentales, además de la gran mayoría que éramos “civiles”. Allí no importaba procedencia, uniforme, acento o credo. Estábamos unidos por el llamado de una montaña en aprietos, todos éramos uno, ni más ni menos. Y aquí comienza lo bueno: Hacer parte de un gran equipo de trabajo con un objetivo concreto: rodear un bosque en llamas abriendo una franja lo suficientemente ancha como para que el fuego una vez llegase hasta allí, no se siguiera extendiendo. ¡Y hágale mijo! Como un obrero más, que trabaja el jornal por un pago distinto al de siempre. No había tiempo para las diferencias, solo para los hechos y el ejemplo. El monte estaba espeso, pero nada que a punta e’


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8 machete no pudiera solucionar. Nuestro indicador fue el viento, porque si soplaba a nuestro favor, el humo nos podía ahogar en cuestión de segundos y cada que esto sucedía, debíamos acostarnos en el suelo a respirar o incluso, huir corriendo cuesta abajo. Aunque yo no estaba equipado para realizar dicha labor, pues me encontraba de pantaloneta y tenis porque estaba en casa muy tranquilo listo para almorzar, me sentía muy capaz y seguro, sin contemplar siquiera la imposibilidad de lograrlo. Y todos estábamos tan convencidos de eso, que simplemente lo entregamos todo para que se manifestara una solución pronta y concisa. Así es como, al son de las impredecibles corrientes de aire danzando con el humo denso y la música del bosque ardiendo, fuimos avanzando sin prisa pero sin pausa por todo el filo del límite humano, a paso lento pero agigantado. Les confieso que, en un momento, pensé que no volvería a casa esa noche. Y por eso llamé a la mujer que más amo, mi raíz, mi inspiración, mi diosa de carne y hueso: mi madre. Luego de lo cual quedé más tranquilo y ahora con el objetivo también de regresar entero a verla a contarle todo el suceso, siempre y cuando la madre pacha me lo permitiera, por supuesto. ¡Pero esto aún no termina, el sol no perdona y la montaña es grandísima! Cada quien hace lo que puede, algunos con su experticia protegen al resto con sus recomendaciones, mientras otros a veces, nada que pareciera ayudar, incluyéndome. Hasta ahora tenía un palín con el cual ayudaba a sofocar los pequeños focos de brasas, ahogándolos con tierra; pero luego relevé a un compañero con su machete, instrumento que, a mi modo de ver, exige más atención y destreza en vez de fuerza, sobre todo si está bien afilado.

De repente, y luego de un buen rato de abrir camino a la cabeza del grupo, vi como se ve la luz al final del túnel: otro hombre con un machete viniendo en sentido contrario justo hacia mí. ¡Los dos grupos nos encontramos, el fuego está contenido, las brechas ahora son una y el trabajo duro está hecho! Cada vez veo más personas colaborando, varios conocidos y otros que apenas veía por primera vez aunando intenciones, dándonos cuenta de que, a pesar de los pronósticos, cualquier cosa que nos propongamos como comunidad es posible siempre y cuando sea con todo el amor y la aceptación de lo que somos: nuestros aciertos, pero también nuestros errores. Y bueno, hay poco más que decir, la moraleja de este relato la puedo escribir, pero si no la construimos desde nuestros actos de conciencia con nuestro entorno (sean cual sean las causas de las diversas catástrofes que nos aquejan hoy en día como humanidad) se queda inerte en este papel (y eso, que si algún día se logra imprimir para que alguien lo pueda leer). Porque la otra cara del final apocalíptico es una nueva oportunidad, un génesis, un nuevo principio. Más que apagar el fuego, pues la fuerza de la naturaleza es incontenible cuando quiere y más si es así de improvisto, nos aseguramos de que no se expandiera más de las aproximadas dos hectáreas que se calcinaron completamente. Ese día, fue un día distinto como todos los que vienen, pero mucho menos frío. A veces necesitamos del fuego para hacernos ceniza y resurgir, sobre todo en esta época de tantas noches sin pasión. Nos sobran muchas palabras volátiles, nos hacen falta más hechos concretos, dejarnos quemar de las utopías más fantásticas, pero sin bloqueador.

"[El fuego] es un azote a la vida, estás viendo las vidas de estos árboles desperdiciadas. Es destrucción. Todos esos árboles tenían vida. Necesitaban vivir, cada uno en su lugar. Pero la gente los quiere destruir. Nuestros esfuerzos son para proteger nuestra área, naturaleza, árboles y animales. Queremos para este lugar todos nuestros esfuerzos. Si es necesario, daré mi última gota de sangre por esta selva. El mundo necesita la Amazonía" dijo a la BBC Raimundo Mura, líder de la tribu indígena Mura que vive en el estado brasileño de Amazonas (uno de los afectados por los incendios). “Un total de 11 millones de hectáreas de tierra, más de 3 mil casas se redujeron a cenizas y aproximadamente 1,25 mil millones de animales fueron destruidos por los incendios”. Informe de los incendios forestales entre finales del 2019 y 2020 en Australia por el instituto Hawkesbury para el medio ambiente de la universidad Western Sydney.

Fotografías: Chris Blau.


9 #detintayotrosdelirios

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Sangre sustraída Por: Alejandro Trujillo.

*Poema del libro Paisajes y permanencias.

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íganme ustedes, opresores de la memoria, ¿cómo recordar lo que ha existido en la historia? ¿Dónde están los ritos al sol, la tierra de promisión y la herencia de los dioses? Y los dioses ¿dónde están? Yo no fui colonizado con la cruz y el rosario pero comprendo la fe de los hombres idos. ¿Qué hemos de guardar como sagrado? Los símbolos de lo antiguo y las ceremonias en las que se enlazaban los sueños están teñidos. Busco mis antecesores, sus urnas y huesos, las tumbas de piedra, las vasijas de oro y légamo. ¿Dónde están los brujos con sus máscaras de aves? Y las tribus reunidas ¿dónde danzan? ¿dónde está la sangre de nuestras aldeas? ¿En qué armería han ostentado su linaje? ¿Por dónde transitan los espíritus? ¿En qué morada los han enclaustrado?


#conflictoypaz

Colores, una idea

para borrar las huellas de la guerra en Sonsón Por: Laura Alejandra Bedoya Loaiza.

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scribir sobre la violencia no solo es importante sino necesario; describir lugares que han sido el centro del conflicto es una de las mejores maneras de entender que la guerra dejó huella donde pisó fuerte, tierras que pasaron de ser resistentes a dóciles, he aquí un ejemplo. La Pinera, el único parque recreativo ubicado en Sonsón, fue construido en el gobierno de Luz Amparo Patiño, alcaldesa en el periodo de 1998-2000, con el propósito de fomentar la diversión en los habitantes. El parque contaba con cancha de tenis de campo y baloncesto, piscinas, sauna, turco, sendero ecológico y zonas de comida, además de amplias zonas boscosas, las cuales sirvieron de refugio para varios grupos armados. Uno de los momentos más tristes y por ende más recordados por la comunidad ocurrió el 13 de junio del 2002, cuando se da la toma de este lugar por parte del Ejército Nacional, tras el objetivo de encontrar a tres guerrilleros del frente 47 de las FARC. Hacía aproximadamente un mes que las autodefensas acampaban en el sitio, reclutando a jóvenes y sembrando el pánico en la localidad. Ese jueves 13, fue uno de los días más violentos que tuvieron que vivir los sonsoneños, pues el día inició y terminó con el “tas-tas-tas” de las armas. Nadie se arriesgaba a salir de casa, el miedo era profundo; en un día tan tenebroso la gente pensó que les había llegado su turno. En este enfrentamiento, 18 jóvenes que apenas culminaban el bachillerato y otros que nunca tuvieron la oportunidad, fueron asesinados a sangre fría. Algunos de ellos habían ingresado a grupos paramilitares en búsqueda de mejores oportunidades para sus familias. El joven Amado, fue uno de esos que,

persiguiendo un mejor futuro para su madre, preocupado por no conseguir empleo y viviendo en unas condiciones deplorables, decide involucrarse al grupo por la suma 600.000 a 700.000 mil pesos mensuales. El ambiente no podía ser más que doloroso. Algunas madres de los adolescentes que se disponían a morir o sobrevivir en combate, enteradas de lo que iba a suceder, deciden ir a abogar por la vida de sus hijos. Muchas contaron con la desgracia de verlos perecer, entre ellas una mujer que arrodillada rogaba perdón y compasión por su hijo, mientras los tiros sonaban en frente, uno a uno, golpeando el pecho del hombre que había engendrado. Después de este día, La Pinera se convirtió en la frontera que separa la vida y la muerte, y el círculo que reúne el rigor y las víctimas. Los escombros que quedaron del atentado se mostraban agujereados por miles de proyectiles y

Fotografía: archivo Hacemos Memoria.

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Fotografías: cortesía de Nelson Restrepo R.

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11 manchados por la sangre roja y ardiente. Bloques de concreto en los que ni iluminaban los rayos del sol. Huecos que no se podían tapar con nada, y aunque se pudiera, no tenía gran relevancia, tan solo por las fisuras marcadas en los corazones de los padres que seguían preguntándose “y ahora… ¿Quién pagará por la vida de los hijos de Sonsón?” Los niños del pueblo, en medio de la inocencia y la curiosidad, plasmaron con colores vivos flores inmarchitables, representando a aquellos que seguían manteniendo la esperanza; palomas que ellos veían libres, tal como querían que se sintiera la gente. Así crearon una obra de arte en medio de techos caídos y columnas partidas. Las madres afligidas tras la ausencia de sus familiares, también dibujaron, dispuestas a no permitir que otra persona sufriera las consecuencias de una guerra que vio crecer a sus hijos y así mismo los mató. Tiempo después, La Pinera logra ser reconstruida, guardando un pasado oscuro en cada uno de sus ladrillos, ahora, con una nueva ilusión, convertirse en una sede de la Universidad de Antioquia. La vida en este tiempo fue más difícil de lo que podemos imaginar. Personalmente, nací muy lejos de Sonsón, pero llegué a criarme en estas hermosas montañas, de donde soy pretenciosamente. Por ello no estuve muy lejos de circunstancias que en un principio no entendía; me duele mucho no haber podido disfrutar de un viaje tranquilo en compañía de mi familia. Recuerdo que parábamos por los retenes de los soldados, sacaban todo de nuestras maletas; a los mayores les pedían sus documentos y los miraban fijamente a la cara. No olvido que a mi papá lo ponían con las manos arriba para requisarle su ropa como a un delincuente. En nosotros buscaban algo, como si tuviéramos una deuda pendiente, cuando los que verdaderamente la debían estaban en el monte, terminando de apoderarse de las tierras y la vida de los campesinos. Los actos y las víctimas aumentaban doblemente. Secuestros, extorsiones, limpiezas sociales, desplazamientos, masacres y asesinatos selectivos, eran el principal miedo de la época. Los secuestros fueron significativos porque muy pocos se salvaron de ellos. Algunas de esas víctimas fueron Edwin y Luz Dary, esposos y trabajadores de la alcaldía municipal. A ellos se los llevaron por un día y medio hacia la vereda La Loma, lo peor de todo es que, aunque la guerrilla sabía, poco importó que en casa hubieran quedado sus dos pequeños hijos, solos y desamparados, cuestionándose por la ausencia de sus padres. Otras historias son un poco más dolorosas, como la de Jesús Otálvaro Hincapié, un hombre del campo, dispuesto a darlo todo por su familia, harto de seguir pagando una guerra que él no había decidido comprar, se negó a colaborarle a los grupos armados, razón por la que es desaparecido por 83 días, hasta devolverlo en estado delicado de salud. Si nos ponemos a analizar quiénes son los únicos que pierden en el conflicto armado, recuerdo la frase de Jesús Abad Colorado, quien en una de sus exposiciones a estudiantes de la Universidad Católica de Oriente pronunció que los únicos perdedores de la guerra son los campesinos, esos que fueron echados de sus terruños y asesinados en las casas que ellos mismos habían construido con el sudor de su frente. En un territorio carente de memoria, donde intentan sanar el dolor con indemnizaciones económicas e ilusiones falsas a la gente, no se puede decir que la guerra ha terminado, aún nos falta mucho para ver que la paz se sienta a comer en nuestra mesa y se pasea por las mismas calles que los ciudadanos. Por eso, yo escribo, para los que siguen pensando que el conflicto armado es cuestión del pasado. A las víctimas quiero darles un mensaje de esperanza, no quiero que esta historia se vuelva a repetir. Por ello creo firmemente que escribir sobre estas historias nunca será demasiado y jamás dejará de ser importante. Tengo la misión de rescatar la memoria de las personas; aclarar que la violencia no fue solo balas, desplazados y grupos armados, sobre todo fue injusticia, dolor y muerte.


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#vozpópuli

El antropoceno Por: Liceth Zuluaga.

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l objetivo del presente ensayo es rastrear elementos teóricos y algunas de las investigaciones científicas que permiten comprender las formas en que las sociedades humanas han negado las demás manifestaciones vivas. Para lograr este objetivo, el trabajo se divide en tres partes: la primera trata de comprender el surgimiento de una nueva era geológica denominada el Antropoceno, analizada desde las prácticas humanas, las herramientas y estrategias del ser humano para la dominación de otras especies; en la segunda explora las diversas formas de inteligencia de la naturaleza y en la tercera realiza una reflexión final sobre la necesidad de trascender la negación para las demás manifestaciones de la vida. Actualmente, estamos atravesando la ruptura del periodo del holoceno que recorremos hace aproximadamente 11.7001 años y que pertenece al denominado cuaternario2. Los periodos y divisiones cronológicas propenden por la medición del tiempo en un espacio y un momento determinado ubicando en líneas de tiempo la realidad, esta encuentra un punto de quiebre que han revisado las teorías más recientes y apuntan al análisis de las diversas realidades y manifestaciones de la vida en un espacio concreto, el planeta tierra, quien no obedece únicamente al hábitat de lo humano. La tesis que defiende la idea de Antropoceno3 parte de las modificaciones severas de la naturaleza por la intervención humana, proponiendo un nuevo estrato en el récord geológico que incluye: urbanización desbordada, desarrollo de la infraestructura, consumo e incremento constante, explotación desenfrenada de recursos y pérdida de la biodiversidad (García, V, 2017, p9) Las acciones desarrolladas por la especie humana han proporcionado una serie de impactos en la naturaleza. Es a partir de la superioridad, que se propone una modificación moderna sobre la naturaleza, desarrollando una visión antropocéntrica que la cosifica, mercantiliza y objetualiza (Arias, J, 2019), el impacto humano es innegable y se devela en la fuerza de su transformación. La atmósfera ha presentado en los últimos años un considerable incremento de óxido nitroso, dióxido de carbono, metano y nuevos gases como los cloro-fluoro-carbonos (Zamora, M. E., Huerta, A. H., Maqueo, O. P., Badillo, G. B., & Bernal, S. I. 2016), al tiempo, el ser humano desde sus prácticas cotidianas ha introducido nuevos minerales al ecosistema, el plastiglomerado4 es uno de ellos. Lo humano ha buscado dar nombre, medir disponibilidad5, calcular precio por uso y servicio, dar explicaciones sobre un único orden lógico del mundo, denominar como recurso a muchos elementos que participan del ecosistema, asignando un valor monetario que se fusiona con un discurso de conciencia y ética ambiental.

Algunos ejemplos que permiten ilustrar la idea de mercantilización de la naturaleza, podrían presentarse retomando discursos como: el pago por la contaminación de la naturaleza y por la emisión de Co2 que proponen entidades como CORNARE6; empresas como EPM han propuesto encapsular el agua, para capitalizarla a partir de la producción energética; la Anglogold Ashanti ha sabido reconocer la riqueza mineral que habita las entrañas de la tierra para explotarla, ignorando los procesos de la vida que allí se desarrollan. Todo esto modifica e interviene y queda como constancia de los fuertes impactos sobre el planeta y las demás especies que lo habitan. La inteligencia de la naturaleza Estudios actuales propuestos desde las ciencias de la complejidad, desarrollan pruebas para corroborar la inteligencia, capacidad de aprendizaje, sensibilidad y estrategias de asociatividad de las demás especies vivas con quienes comparte espacio el ser humano. Teóricos como Carlos Eduardo Maldonado (2016) desarrollan estudios científicos para explicar la inteligencia de la naturaleza al encontrar que, desde siempre, el humano ha diseñado la existencia desde un discurso occidental: lineal, secuencial, jerárquico, vertical, como competencia, centrada en sí mismos, tautológico, siguiendo algoritmos (normas, recetas, leyes, prescripciones, poderes) todo esto en relación con la naturaleza, ocupando el yo un lugar preeminente. Para esto, se busca comprender no sólo el papel que juega la naturaleza en la vida de los humanos, sino ver los niveles de inteligencia, tratando de entender la forma en cómo piensa y habita el mundo. Algunos estudios vuelcan su mirada sobre las arañas que construyen sus espacios habitacionales a través de telas perfectas (Nogueira y Ades 2012); la investigación se desarrolló en el laboratorio de arañas en el Instituto de Psicología de Säo Pablo bajo condiciones científico-experimentales, encontrando que arañas encerradas en cristales reproducen patrones en el telar construyendo telas perfectas, esto deja claro que las arañas en sus construcciones habitacionales, no solamente funcionan por instinto, sino que manifiestan habilidades para pensar y aprender comportamientos (Nogueira, 2012). Igualmente, la inteligencia de los bosques ha sido analizada, para esto se ha tomado como referente el análisis al bosque tropical de la Amazonía por Eduardo Kohn quien desde la teoría del actor-red ANT, busca romper los dualismos entre naturaleza-cultura y pretende dotar analítica y con capacidades lingüísticas a seres no humanos que nos advierten sobre otras formas de comunicación, (Kohn, E 2016). Para Kohn, se hace necesario redefinir las formas de relacionamiento establecidas, donde habrá que escapar de la mirada antropocéntrica que se centra en el pensamiento de una sola especie, ajustando las formas que han explicado el mundo para entender el accionar de otros seres vivos que participan del pensamiento.


enfoque de oriente Son muchos los estudios desarrollados: hormigas arrieras agricultoras de hongos, la vida en los ríos, la sensibilidad de la dormidera, la conducta de los primates, la inteligencia de los peces. Para comprender todo esto habría que erradicar del discurso al yo humano como centro del planeta y a su limitada capacidad para entender el mundo. “Ya conocemos perfectamente lo que significa pensar como los seres humanos, es necesario pensar de otro modo, este otro modo es como la naturaleza, no como una alternativa, sino como la mejor posibilidad que pueda existir” (Maldonado, 2016). Una primera visión de avance por los derechos de la naturaleza En un mundo ideal, al hablar de naturaleza los primeros pensamientos deberían remitirnos a la sabiduría ancestral que reconoce el entorno y convive con él, así pues, las actuales propuestas constitucionales (occidentales) que buscan declarar la naturaleza como un sujeto, ya no objeto, que tiene vida propia y por tanto derechos, se encontrarían cara a cara una vez más con las lógicas de ese “atrasado y salvaje” viejo mundo. El panorama actual nos permite vislumbrar una parte del futuro de la naturaleza, desde los precedentes constitucionales que a la fecha se propone y que nos dejan como referente a Bolivia, Ecuador, La India y cómo no decirlo, Colombia. Hoy el río Atrato, El Cauca, La Amazonía y el Páramo de Pisba debaten sus derechos ecosistémicos en las altas esferas del poder, siendo reconocidos como sujetos de derechos. No obstante, una reflexión necesaria sería proponer un análisis de fondo, que permee los discursos y pensamientos propios de las sociedades humanas, que cuestione y modifique las prácticas y relaciones cotidianas entre la especie dominante y las especies explotadas, superando las limitantes jurídicas que a la fecha no logran detener los procesos extractivos- destructivos sobre los escenarios antes mencionados y como propone Santiago Castro, abandonar el dualismo sujeto-objeto y poder trascender la negación de las demás manifestaciones de la vida.

Ilustración: Andrés F. Garzón O. | Colectivo Buena siembra.

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14 #territorio

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Perspectivas desde la tierra

Por: Juan Santiago Gómez.

S

egún un informe del año pasado de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el hambre en el mundo está en aumento. Luego de un decrecimiento de las cifras desde el 2010, han vuelto a ascender desde el 2018 y para este momento se estima que más de 821 millones de personas en el mundo padecen esta atroz situación, además de haber unas 2000 millones en riesgo de padecerla (FAO, 2019). Paradójicamente, estas condiciones se dan mientras el planeta está en capacidad de alimentar a los diez mil millones de personas que se proyecta que habrá para el 2030 (Altieri, M; Nicholls, C. 2012). ¿Por qué se da esta contradicción? Desde la Conferencia Mundial sobre Alimentación, en el 74, se viene hablando de la “seguridad alimentaria”, un concepto diseñado para definir una situación ideal de acceso a los alimentos y para proyectar estrategias que combatan el hambre en el mundo. Sin embargo, con el ascenso despótico del neoliberalismo desde los años 80, además de la mercantilización de todos los aspectos de la vida sobre el planeta, la producción de alimentos quedó también feriada en el juego de las fluctuaciones comerciales internacionales, profundizando la desigualdad pretendidamente justa y racional en las dinámicas de la división internacional del trabajo, en la que los países “en vía de desarrollo” deben producir insumos y alimentos para el mercado internacional, exportando a bajos precios a la vez que importan a precios altos. Esta es una situación de larga data, sin embargo. En Colombia, “desde mediados del siglo XIX, las divisas nacionales son obtenidas principalmente a través de venta al exterior de un producto agrícola” (Tirado, A; 1998) (la cursiva es mía), sea quinua, tabaco, añil, café o aguacate, siempre bajo una situación desigual, y más recientemente, aunque ya no bajo la misma desigualdad, de la coca, por la que para el 2001 aproximadamente el 42% de las mejores tierras del país se las habían apropiado las mafias (Kay, C; 2001). Bajo este signo, poco a poco se han ido debilitando las economías locales de los países del tercer mundo, que no pueden competir con las grandes producciones hipertecnificadas del primero. La seguridad alimentaria, como una situación de acceso permanente a alimentos inocuos (FAO, 1996), necesita, ¡al menos!, una economía que permita salarios de subsistencia básica, algo que

no pasa en gran parte de América Latina. Parece entonces inalcanzable en estas circunstancias, pese a que la producción agrícola en el mundo sea suficiente y hasta excesiva: para el 2012, el 78% de los niños malnutridos del tercer mundo vivían en países con excedentes de alimentos; asimismo, 1/3 de los alimentos producidos por año en el primer mundo se desperdician, aproximadamente 1,3 millones de toneladas de alimentos que podrían alimentar suficientemente a África (Altieri, M; Nicholls, C; 2012). Las consecuencias que se pueden prever de esta situación de flagrante desigualdad son muchas, basadas en la experiencia del pasado: mortalidad infantil, subnutrición de las bases sociales, violencia, etc. Sin embargo, pese a estos contundentes hechos, no parece que las formas de examinar la situación y las fórmulas que se aplican para contrarrestarlas hayan cambiado en la actuación de los organismos que en congresos, foros y publicaciones cacarean como altruistas tecnócratas. Las promesas que la revolución verde enunció hace 60 años no se han cumplido; el hambre continúa azotando más o menos a los mismos y, además, la desigualdad en la propiedad de la tierra en el mundo se ha profundizado de cuenta de las grandes explotaciones, dedicadas en su mayoría a monocultivos para la producción de biocombustibles y alimentos para animales. Hasta el 2015, se estimaba que 30 millones de hectáreas de tierra habían sido acaparadas para estos fines, principalmente en lugares con alta desnutrición (Vía Campesina, 2017). Esta realidad que nos enfrenta, porque podemos apreciarla como un escenario que se nos ha impuesto autoritariamente, resulta de la confluencia de múltiples factores con consecuencias que laxamente vamos a revisar. El boom urbanizador de mediados del siglo pasado atrajo a millones de campesinos a las ciudades que ofrecían mejores salarios y oportunidades de desarrollo personal. Además de incrementar las presiones en la demanda de alimentos, esto significó una carga mayor para los campos que se habían quedado parcialmente despoblados. La respuesta que se dió a esta problemática implicó una tecnificación de la agricultura nunca antes vista. La ciencia -imaginémosla aquí bajo la imagen cliché pero acertada de científico loco, a lo Dr. Strangelove- ofreció máquinas y químicos pensados para incrementar la producción sin considerar mucho las consecuencias a largo plazo. Una actitud


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que antes que revisarse, criticarse y transformarse, la vemos reencauchada en los científicos actuales con sus azarosas innovaciones biotecnológicas. Estas nuevas tecnologías agrarias que se propusieron como medios para aumentar la producción de los alimentos que demandaban las crecientes urbes, fueron implementadas en todos los países agroproductores. En los llamados países “en vía de desarrollo” se aplicaron de la mano de créditos y asesorías técnicas, por ejemplo las proveídas principalmente por Estados Unidos en el marco de la Alianza para el Progreso, que buscaban disuadir a los campesinos latinoamericanos de seguir el ejemplo de la Revolución Cubana. En Colombia, durante el primer gobierno del Frente Nacional, en cabeza del presidente Guillermo León Valencia, se comenzaron a implementar las ayudas técnicas que el gobierno norteamericano dispensó a los latinoamericanos; esto significó la adopción de un modelo de agricultura industrializado basado en el uso de fertilizantes y plaguicidas químicos, la explotación intensiva de monocultivos, el asesoramiento técnico de especialistas y la repartición de tierras a campesinos mediante una fracasada reforma agraria que tan solo llegó a influir en menos del 2% de la tierra agrícola del país (UN Televisión, 2017). Sin embargo, pese a la inefectividad de la reforma, los repartos de tierras y la organización campesina que estos requirieron, suscitaron la inveterada respuesta violenta de los terratenientes del país, desembocando en una fuerte lucha de clases en el campo colombiano, que facilitó el escalamiento guerrillero de las siguientes dos décadas. Este contexto ya tenía varios antecedentes en la historia del país; a vuelo de pájaro podemos recordar la violencia precipitada por la liberación para la venta de las tierras de la iglesia durante el gobierno radical del general Mosquera en el siglo XIX o la que suscitó la Ley 200 del 36 enmarcada en la Revolución en Marcha del presidente López Pumarejo. La tierra, que es sustento y sentido de las culturas, ha sido un asunto caliente en la historia de nuestro país y la de nuestro continente. No solo de allí se obtienen los alimentos sino la memoria cultural que mantiene estrecho y sólido el tejido social. En nuestros Andes, la labor productiva de los agricultores es el fundamento de toda sociedad y gobierno (Rivera Cusicanqui, S; 2010), matriz de las cosmogonías que relacionan íntimamente a los pueblos

con sus territorios. Sin embargo, bajo la perspectiva mercantil de nuestra sociedad, la tierra es solo otro bien de consumo a merced de las manipulaciones tecnocráticas que buscan incrementar su eficiencia, desconociendo sus procesos intrínsecos y las implicaciones ecológicas que conlleva alterar su equilibrio, como ha sucedido en las últimas décadas por el uso excesivo de agrotóxicos y su explotación intensiva. Durante el último medio siglo la fertilidad de los suelos de explotación agrícola ha disminuido drásticamente; basta con observar los cultivos de ladera periurbanos, donde al color negro de la tierra fértil lo han reemplazado ocres y amarillos arcillosos donde crecen las plantas esforzadamente en medio de una desoladora esterilidad. Como respuesta a la consecuente baja de productividad de la esterilización de los suelos, la agricultura formalizada por la técnica metropolitana ha respondido con un incremento en el uso de agroinsumos y plaguicidas (una racionalización verdaderamente estúpida del problema, como si la profundización en las causas pudiera revertir las consecuencias) que, especialmente en los países “en desarrollo”, va en aumento, lo que no solamente afecta de gravedad a los agroecosistemas, debilitando la diversidad natural de la microbiología del suelo y de todos organismos relacionados ecológicamente con ellos, como insectos y pájaros, sino que además está contaminando las fuentes subterráneas de agua y también está tejiendo una intrincada red de insalubridad entre los agricultores y sus familias y los consumidores. Anualmente, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que se da 1 millón de casos de intoxicación y 20.000 muertes por el uso de agrotóxicos, casos relacionados principalmente con el establecimiento de monocultivos. Sin embargo, se puede presumir que las cifras son aún más altas. La pobre presencia de los sistemas de salud en el campo y los tratamientos domésticos que aplican los agricultores sobre sus dolencias, sugiere que existe un preocupante subregistro (Guzmán, P; Guevara, R; Mancilla, O; Olguín, J; 2016). El uso de plaguicidas organoclorados, bifenilospolicrorados, dioxinas, detergentes y plastificantes en los que se encuentran químicos con actividad estrogénica y antiandrogénica, están enfermando a los usuarios campesinos de hepatitis, malformaciones congénitas, depresión, tumores cerebrales, leucemia y varios tipos de cáncer, según estudios citados por Guzmán (et al, 2016). Estos


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enfoque de oriente tóxicos presentes en los insumos agrícolas, como los clorpirifos, por ejemplo, tienden a bioacumularse en los pastos de forrajeo y subsecuentemente en los animales que se pastorean allí (Márquez et al, 2010), pudiendo resultar trazas en la leche materna por su lipoafinidad, como arrojó un estudio realizado en el Oriente antioqueño (artículo de prensa, UdeA Noticias; 2016). Con todo, y como se dijo más arriba, en los 60 años de uso intensivo de estos agrotóxicos no deja de aumentar su consumo hasta nuestros días. Pero es que esta no solo es la respuesta “altruista” de los tecnócratas para los problemas del hambre en el mundo, sino que además, o principalmente, es una industria multimillonaria que recauda anualmente más de 54 mil millones de dólares para las 6 empresas que controlan todo el mercado mundial y que en los últimos años han pensado fusionarse para garantizarse el monopolio absoluto (Vía Campesina; 2017). Por otra parte y según el mismo paradigma productivista de la agricultura convencional, se han propuesto las tecnologías transgénicas como un recurso para hacer más resistentes las semillas al ataque de plagas, para aumentar los niveles nutricionales de los alimentos o para la extracción de proteínas alergénicas en algunos. Si bien estas tecnologías pueden aportar evidentes ventajas en la agricultura y otros campos de la biología y la medicina, también es susceptible de críticas que no deben ser desoídas como meras rabietas ideologizadas, así como pretenden algunos investigadores. Los organismos genéticamente modificados incurren en riesgos para la salud humana que no por su baja posibilidad de manifestarse significa que no existen, como por ejemplo su potencial alergénico, la transferencia genética de resistencia a antibióticos a algunos microorganismos del tracto digestivo, la alteración de los niveles nutricionales o la acumulación de metabolitos tóxicos (Acosta, O; 2002). Por otro lado, los cultivos transgénicos, principalmente monocultivos, son cada vez más dependientes de pesticidas, porque las semillas alteradas, sin posibilidad de cruzarse, no generan resistencia a sus atacantes. Así se alimenta el círculo vicioso de consumo de agrotóxicos mencionado más arriba, sin garantizar eficientemente la producción de alimentos, ya que, según estudios (Altieri, M; Nicholls, C; 2012), la tasa de incremento de la producción de cereales en el mundo está alcanzando el punto de los rendimientos decrecientes; además, los organismos genéticamente modificados afectan contundentemente la diversidad biológica de los agroecosistemas que, durante miles de años, han subsistido y se han adaptado mediante cruzas en las diferentes variedades de plantas cultivadas, un proceso natural y cultural que los transgénicos no permiten. Como respuesta a esta problemática múltiple que venimos esbozando han surgido alternativas desde los campos. Desde principios de los noventas, los movimientos campesinos han emprendido una difícil pero esperanzadora labor en el mundo, luego de quedar marginados como actores de la discusión sobre las políticas productivas que se dieron desde los organismos internacionales, negándose a ser solamente pacientes de las disposiciones que aquellos decidieron unilateralmente. El concepto de la ‘seguridad alimentaria’ propuesto por la FAO pasó de largo sobre las demandas de tierra y justicia en el campo que durante décadas han levantado los campesinos, habiéndose enfocado únicamente en un acceso a los alimentos que no se pregunta por qué relaciones sociales se establecen en su producción. Esta visión reificada de la tierra excluye el papel de los campesinos como guardianes de los sistemas de

conocimiento y las prácticas tradicionales de la agricultura que funcionan en acuerdo y equilibrio con el orden ecológico de la madre tierra, vistos solamente como una clase social anacrónica y descartable, reemplazable con la tecnología. Es por esto que desde la confluencia de los movimientos campesinos del mundo, cristalizada en la Vía Campesina, se propuso en el 2001 el concepto de ‘soberanía alimentaria’, una propuesta que reivindica el papel histórico de los campesinos, la protección de la diversidad agrícola, de la tierra, del agua y de los territorios, planteando una discusión integral sobre las consecuencias del modelo económico imperante (Manzanal, M; González, F; 2010). Bajo esta visión, el acceso a la tierra no es una cuestión de dádivas otorgadas mediante créditos o concesiones gubernamentales, sino un derecho inalienable de los pueblos. El acento sobre el fortalecimiento de las economías locales como medio de paliar el hambre y la desigualdad en los campos, va en contravía al de la producción de alimentos para el mercado internacional, vulnerable a las caídas de precios, muchas veces de manufactura evidente, o de maniobras mezquinas de boicoteo a las economías mediante el “dumping”, una práctica común que consiste en inundar a los países en desarrollo de los excedentes de producción agrícola, para así quebrar sus precios y poder controlar los mercados internos, haciéndolos dependientes de la importación. La agroecología, que es un hermoso concepto donde la agricultura y el equilibrio ecológico conviven, se ha vuelto una alternativa al de seguridad alimentaria, integrándolo y rebasándolo (Rosset, P; 2005), con el potencial de garantizar una agricultura biodiversa, resiliente, sostenible y socialmente justa. Según citan Altieri y Nicholls (2012), el primer estudio global de proyectos agroecológicos demuestra un incremento de entre 50 y 100% en la producción de cereales, lo que se puede comprobar sencillamente trabajando en una huerta, donde la tierra recuperada produce plantas sanas que no son tan atacadas por la plaga. Concluyendo, podemos sugerir que el hambre no es una fatalidad de la condición humana sino la consecuencia de un modelo injusto sustentado por discursos taimados sobre la tierra y la alimentación. La soberanía alimentaria ha aparecido como una opción de pensamiento práctico que ofrece explicaciones al hambre y a la desigualdad en la propiedad de la tierra, movilizado por unas prácticas que cualquiera puede llevar a cabo en una pequeña parcela. Con su alternativa agroecológica los rendimientos en la producción no hacen sino aumentar a medida que la tierra se recupera, procurando mejores ingresos a los campesinos que venden sus productos en mercados locales, diversificando su dieta y paliando los efectos del cambio climático. Los alimentos baratos (no dependientes de los costosos y dañinos agroinsumos), nutritivos, saludables y seguros que se producen bajo este enfoque son un regalo de la tierra para aliviar el hambre que azota a los pobres y reducir, por poner un ejemplo, aquella paradoja de la malnutrición en la que los niños están desnutridos y los adultos obesos en los hogares pobres de los «países en desarrollo» (Borda, M; 2007). El problema del hambre y la desigualdad no pueden ser resueltos bajo el modelo actual, ya se expusieron algunas evidencias. Pensar con los movimientos campesinos el acceso a la tierra y una alimentación soberana es un primer cambio en la mentalidad que lastima nuestras relaciones y nuestra propia salud. Para finalizar, podemos animar a quien lea a meter las manos en la tierra, a observar con humildad sus procesos e interrelaciones, en fin, a sembrar. Así comenzamos a cambiarnos y a cambiar el mundo.


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Conclusión: Ahora que para nuestro territorio se ha declarado un plan de desarrollo agroindustrial, con los taimados plumazos, además de miopes, de los politicastros locales y regionales, urge examinar estos datos que hemos enunciado y pensar si realmente queremos un modelo que va a profundizar el despojo solapado que sufren los campesinos del Oriente antioqueño con los altos impuestos prediales, con la gentrificación del campo, con la implantación de grandes monocultivos (sabemos ya que absolutamente dependientes de agroquímicos), con el acaparamiento de tierras para estas explotaciones (que en nuestra memoria sabemos que no es por las buenas). Quizás ha llegado un momento de inflexión para nuestro territorio, en el que el monstruo voraz Ilustración: Felipe Rúa.. | Colectivo Buena siembra.

del ‘desarrollo’, el lobo con lanas de cordero mal pegadas en el cuerpo, llega para transformar, ahora definitivamente, nuestros paisajes y relaciones. Si en el Altiplano quedan pocas aguas y bosques (ahí tienen el inaguantable chiste de la «Provincia de aguas, bosques y turismo»), si los proyectos de explotación de las fuentes hídricas no cejan, ¿qué quedará cuando se arrase el monte para el agronegocio, para la exportación?. Todos somos campesinos y agrodescendientes, esto nos debe importar. Por los derechos de la Madre Tierra, por el derecho a la vida, a la autodeterminación de los pueblos, al alimento sano y comercializado justamente: ¡Campesinos del mundo, uníos! ¡Hasta la victoria, siembren!


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Olvidados y marginados en la historia de Rionegro Por: Grupo de Investigación en Historia de Rionegro.

Fotografía: Las hermanas Echeverri en la verja de Virgen, Escuela de Yarumal. Archivo personal. Compartido en Fotos Antiguas de Rionegro.

E

l pasado no solo fue escenario de grandes personajes y acontecimientos, sino también la trama en la que tuvieron lugar sucesos no monumentales y experiencias cotidianas de sujetos y colectividades sin gloria, pero con historia. De allí que actualmente se plantee la necesidad constante de revalorar lo que se ha contado, decir lo que no se ha dicho e incluir en la narración de los procesos históricos otras gentes y otros hechos. Para el caso de Rionegro, esto permitiría dar luces al entendimiento de la historia local desde los diferentes grupos y actores que conformaban las sociedades de los múltiples momentos del pasado, así como mostrar que no solo las grandes batallas, los héroes y los acontecimientos más renombrados constituyen la historia. Para repensar el pasado de la localidad es preciso sacar del olvido a quienes la historia rionegrera suele desconocer: jornaleros, tenderas, indios, negros, mujeres, niños, vagos, locos, artesanos, jóvenes, criminales, jugadores, borrachos, asesinos e, incluso, animales. La incorporación de estos sujetos históricos a la narración del pasado sugiere un cambio de perspectiva, en el que “los de abajo”, los no visibilizados, toman protagonismo. Este artículo pretende mostrar brevemente algo de lo que se acaba de sugerir: una historia desde abajo que toca lo sociopolítico, lo cultural y lo económico. Los primeros en este relato son los perros, quienes a simple vista parecerían solamente relevantes para las personas en el ámbito privado. Sin embargo, finalizando el periodo colonial jugaron un papel protagónico en la vida política y social de la población. Desde la década de 1780, los jueces de los sitios de Llanogrande y Rionegro advertían a las personas que los perros debían permanecer amarrados o vigilados en sus propiedades, puesto que molestaban el ganado, se comían los sembrados de los vecinos y dañaban el maíz. Y durante esta década y las siguientes, las justicias se quejaban de que impedían “las pesquisas o rondas secretas que hacen los zelozos ministros en desempeño de su obligazion”(ad hoc), ya que ladraban y hacían ruido cuando jueces y alguaciles pretendían sorprender a criminales e infractores.

Las autoridades de Rionegro ordenaron constantemente matar a los perros, pues era una medida para regular el alto número que había y, adicionalmente, como estrategia para prevenir los casos por contagio de rabia. Lo que hoy puede resolverse a través de una castración o una cirugía que les impida tener crías, en aquella época se solventaba ahorcándolos, degollándolos o bien matándolos de otras violentas maneras. Sin embargo, durante todos estos años también hubo quien protegiera los perros. En 1786, por ejemplo, el visitador y gobernador de Antioquia Juan Antonio Mon y Velarde señaló a las autoridades de la localidad que estos también servían para el recreo, la caza deportiva, como espías y atalayas para impedir robos y a la vez para la seguridad de edificios. Por eso, ordenó moderar las medidas que dictaban su extinción y evaluar cuáles debían permanecer en servicio de sus amos y la seguridad de la población. Otro grupo social al que no se le ha prestado la suficiente atención han sido las mujeres. Los estudios que abordan el tema son pocos, limitados y continúan siendo parte de esa otra historia secundaria y marginal de la narración oficial del Municipio, salvo casos aislados, como el de Javiera Londoño. Una forma para entender algunos cambios en los roles adjudicados a la mujer entre los siglos XIX y XX es analizar las instituciones creadas para su educación y los sectores en los que se desempeñaron laboralmente, permitiendo a muchas de ellas desenvolverse por fuera del hogar y el ámbito doméstico. En este sentido, la formación primaria y secundaria en espacios como el Instituto Femenino (1847), el Instituto de María (1888) y la Escuela Normal Superior de Señoritas (1901) permitió a algunas mujeres educarse y trabajar como maestras y pedagogas durante los siglos XIX y XX. Adicionalmente, mujeres como Olivia Sanín, Mercedes Ospina, Carmen Villa, Luisa Betancur, Isabel Álvarez, Tulia Uribe, entre otras, ocuparon espacios en la música, no solamente en la ejecución de instrumentos sino también como instructoras. Ya en el siglo XX, Baldomero Sanín Cano advertía a la sociedad de su época sobre la importancia de la mujer en la economía pública, pues sobre ellas descansaba en buena medida la confección y el bordado de los vestidos que usaba gran parte de la población. Asimismo, nada se sabe sobre los nombres y la vida de lavanderas, trabajadoras sexuales, locas y otras mujeres que hicieron y han hecho parte del espacio público rionegrero.


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Así como las mujeres, el conocimiento histórico sobre la juventud en el Municipio es muy limitado, y más teniendo en cuenta su participación en múltiples procesos históricos desde la colonia hasta la actualidad. Aunque su definición como grupo y categoría sociológica sea reciente, es innegable que este sector de la población ha sido determinante desde siempre en el pasado rionegrero, más allá de las guerras. Para junio de 1948, por ejemplo, existía un sencillo grupo que se denominaba “Comité de Juventudes Liberales de la tierra de los Córdobas y Bravo”, sociedad conformada por cuatro personas: un presidente, un secretario y dos miembros. El 14 de junio, sus integrantes redactaron un artículo para el periódico El Diario, en el cual apoyaban a su director y lo comparan con Jorge Eliécer Gaitán, asesinado poco más de dos meses atrás, ya que ambos eran apoyo del pueblo: uno con su oratoria desde las plazas públicas y otro con la tinta desde la prensa. Asimismo, estos jóvenes rechazaban el periódico El Colombiano por su conservadurismo y deseaban el restablecimiento del Partido Liberal en la presidencia del país. Por último, como clara muestra de la efervescencia de la época, este Comité denunciaba la persecución a obreros y campesinos liberales, y respaldaba la vapulación a alcaldes y cleros conservadores. La historia de estos “otros” podrá ayudar a comprender mejor las dinámicas sociales de la localidad, abriendo el camino a investigaciones relacionadas con la vida privada, la vida cotidiana, la historia de los animales, la historia de las mujeres, entre muchos otros temas que en Colombia han comenzado a ser foco de estudio en las últimas décadas. Finalmente, invitamos a repensar el pasado del Municipio visibilizando diversas experiencias de estos grupos en el tiempo, con el propósito de ampliar las representaciones e interpretaciones de la historia de Rionegro. Fuentes: – Archivo Histórico de Rionegro, fondo Gobierno. – Clemente López Lozano, Rionegro. Narraciones sobre su historia. Medellín. Editorial Granamerica, 1967. – El Diario Vespertino Independiente, 18 de junio de 1948. Fotografías: 1. Gabriel Carvajal Pérez, [Plaza de Rionegro], s.f. Biblioteca Pública Piloto, Archivo Fotográfico, BPP-F-018-0163 2. Gabriel Carvajal Pérez, “Pepalfa, empresa textil”, Rionegro, 1967. / Biblioteca Pública Piloto, Archivo Fotográfico, BPP-F-016-0111.

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20 #lapáginavioleta

enfoque de oriente

Tenemos el tapabocas puesto, Por: Mariana Álvarez López.

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n Colombia, hemos pasado ya los 120 días de cuarentena, entre las flexibilidades, la obligatoriedad, la responsabilidad, la desigualdad y la violencia. Sobre todo, entre las realidades que esta pandemia ha reafirmado y aunque paradójicamente no alcanza una real cifra o dato informado, demuestra que en este país custodiado por la virgen de Chiquinquirá, muchas cosas no están en cuarentena, como por ejemplo la violencia contra las mujeres y niñas. Según información del Observatorio de Feminicidios de la Red Feminista Antimilitarista, a julio de 2020, 241 mujeres han sido víctimas de feminicidio en Colombia, lo que significa que todos los días asesinan a una mujer. 11 de ellas son mujeres migrantes venezolanas y 24 menores de edad. Además, a junio de 2020, se registraron 7 transfeminicidios. Y de la cifra total, 181 feminicidios han acontecido en cuarentena. Esta es una razón suficiente por la que se insiste en que las mujeres en Colombia nos declaramos en alerta por feminicidios, aún sin comprender las cifras, con la impotencia de no poder ver los rostros de cada una de las mujeres y niñas que nos arrebatan no solo los puñales, también la injusticia. Hablar de la violencia de género en estos términos es como se ve, como se siente: despiadado. Las mujeres somos más que cifras, que datos; la violencia es más que un porcentaje en aumento. Agobia pensar que probablemente esta información esté incompleta para la realidad de lo que sucede en la vida de las mujeres; se podría decir que jamás llegamos a las cifras exactas y lo que es peor aún, no llegamos en el momento oportuno. Nos urge comprender que estamos, que están atravesadas por su propia historia, por su sonrisa, por su miedo, por su llanto, por su silencio, por su fuerza. Nos urge comprender que cada mujer tiene un rostro y en él, su propia verdad, aunque muchas ya no están para contarla. La historia que llenó de indignación al país el 27 de junio de 2020, con el abuso y violación a la niña indígena wayú por parte de 7 soldados del Batallón San Mateo, ya no está más. Ha sido un titular de paso. Y ella, la niña, es la representación en silencio de las cientos de niñas más, víctimas de abuso y violación a sus derechos. ¿Y la justicia, la sociedad? Es la representación de lo mundanxs y desapegadxs que solemos ser frente a la opresión y violación a las realidades “ajenas”. Días después a esta historia, se da a conocer un nuevo caso de violación a menores de edad en el Guaviare, por parte de la misma fuerza pública, y a gatas recordamos la violación sexual de soldados estadunidenses a 54 menores de edad en territorio colombiano, en los años 2003-2007. Para el 20 de julio fuimos testigos de la controversial columna de Las Igualadas publicada en El Espectador, en la que se habla de casos de abuso y acoso sexual por parte del actual alcalde de Medellín, Daniel Quintero. Cuatro

días después, se publica el reportaje de Matilde de los Milagros y Catalina RuizNavarro con ocho denuncias de acoso y abuso sexual en contra del cineasta Ciro Guerra. Seis días después, la senadora del partido FARC, Victoria Sandino, admite que dentro de la antigua guerrilla se cometieron delitos sexuales. Un mes después, en el Oriente de Antioquia se habla de la violencia física y verbal de un funcionario público de El Carmen de Viboral hacia su pareja. Según el reporte del Sistema Nacional de Vigilancia en Salud Pública (SIVIGILA), a mayo de 2020, se notificaron 38.099 casos sospechosos de violencia de género e intrafamiliar en el país, lo que equivale a 74,3 casos por cada 100.000 habitantes. Según el tipo de violencia, la tasa de notificación nacional por cada 100 habitantes es de 39,3 para violencia física; de 15,3 para violencia sexual; de 13,5 para negligencia y abandono y de 5,5 para violencia psicológica. Lo que debe de cuestionarnos a este punto es que está claro que se ha normalizado la violencia hacia las mujeres y niñas. Que las banderas de género son pañuelos que la institucionalidad extiende cuando está en la mira de los medios o las gentes, descargando la responsabilidad a los Héroes de la Patria. Estas mismas banderas reivindicativas a conveniencia para muchos son la salida perfecta para establecer que los trapos sucios se lavan en casa, pero no. Los trapos sucios se lavan también en el escenario de lo público, en donde la gente ve la agresión, la violencia, el golpe, el grito y aún así no hace nada; en donde se mandan a bajar los carteles con preguntas que incomodan y que son salidas por la tangente mientras en casa seguimos tapando con polvo los moretones. Lo doméstico tiene que dejar de ser privado para que esos trapos sucios podamos estregarlos entre todxs. Y en este sentido, es importante enfrentar el conformismo. No es suficiente un titular, una cifra, una vista a la pantalla; resulta indispensable -y harto que nos lo ha enseñado vivir en un país como este- que aunque no seamos testigos


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enfoque de oriente

pero no la boca cerrada

de la justicia, existir es una razón importante para buscarla, y eso involucra a las que estamos, a las que no están y a las que peligramos. No es suficiente que mujeres estén en cargos públicos, como por ejemplo la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez que expresó su entusiasmo porque un día como el 19 de junio (primer día sin IVA en Colombia) se hubiesen comprado muchas lavadoras y aspiradoras porque ahora los hombres sí ayudan a sus esposas y se dieron cuenta de que las tareas domésticas son duras. Aquí una muestra simple y trivial de lo doméstico-sexuado, en su vinculación con lo femenino. Resulta entonces importante llamar la voz de la feminista decolonial, Ochy Curiel, quien dice que «el género no explica nuestras realidades», la verdad es que no las condiciona en su totalidad, porque está también atravesado por un sinnúmero de realidades y maneras de habitar el mundo (la raza, la clase, el contexto, el tiempo, el espacio, la religión, la política, los ideales). No es suficiente con ser, sentirnos, asumirnos, nombrarnos mujeres si no hacemos el intento por sentir y comprender lo que le sucede a la otra, a las otras, a lxs otrxs. En este sentido, es indispensable pensar y, sobre todo, creer que no solo lo personal es político, es decir, lo comunitario es también político. Pensarnos en el empoderamiento desligadas del dolor, de la rabia y de lo que asumimos sentir y hacer por nosotras mismas y las demás, es una salida imposible para la construcción pensada de un feminismo decolonial (construido y soñado por nosotrxs mismxs) sin desconocer por nada del mundo que lo que buscamos es atacar y erradicar todas las relaciones de poder, y con ello las múltiples formas de opresión y violencia.

En Colombia, en el país que nadie entiende, la gente se estremece de manera descomunal por un virus incomprendido que no solo rapta vidas, también amenaza con robar la tranquilidad; es posible que la razón parta de entender que aquello que nos tiene en el encierro obligatorio no tiene filtros para elegir su presa. Sin embargo, mucha de esa misma gente, omite y voltea la mirada ante una violencia estructural y machista que cobra diariamente la vida de una mujer, de una niña; porque ahí, en esa realidad, ha comprendido que el género es apenas la puerta de llegada para las múltiples opresiones y si no se encuentra en esa multiplicidad de conjuntos, pues personalmente no corre ningún riesgo. Sepan que seguimos en cuarentena, que tenemos el tapabocas puesto, pero no la boca cerrada. ¡No contarán con la comodidad de nuestro silencio!


#lapáginavioleta

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Firma la Declaración de crisis humanitaria de emergencia por violencia contra las mujeres Por: Pirañas crew.

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ste grito hoy queremos elevarlo declarando una Crisis humanitaria de emergencia nacional por las violencias contra las mujeres como antesala al reconocimiento de un estado de cosas inconstitucional (que es el que hace la Corte Constitucional ante la violación masiva, generalizada y estructural de derechos fundamentales), es decir, que representa un problema de tal magnitud donde se violentan derechos, el Estado es incapaz de asumir el problema y existe un contexto de desprotección que es necesario declararse para que se adopten unas medidas presupuestales, administrativas y judiciales necesarias para intervenir estas violencias; recordemos que el Gobierno Nacional ha expedido toda clase de decretos aprovechando el estado de emergencia nacional, pero ha sido incapaz de expedir por lo menos uno, para proteger nuestras vidas durante la pandemia, y estamos dispuestas, hoy y siempre a romper el silencio.


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