EDICIÓN 218
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Asociación Cultural Periódico Estudiantil Nexos MARZO 2020
ÍNDICE
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La casa grande Dayana Agudelo Meneses
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Indulgencias a la venta Maria Camila Gómez Ortiz
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El Gran Danés y La Gringa Pablo Patiño
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Contienda en lo profundo Andrés Carvajal López
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Esa vasija es de El Salado Silvia Natalia Rojas
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Ni Galantería ni coquetería Maria Fernanda González Molinares Y Gabriel Amador Yepes
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8 Microrrelatos
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Estática Cartagena Mateo Orrego López
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Niñas y mujeres: historias de aparente intrascendencia Maria Fernanda González Molinares
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Poemas Valeria Echavarría
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Ese director es un mago Tony Jerónimo Beltrán Gómez
Conectando ideas Presidente Tomás Quintero Meza tquinterom@eafit.edu.co
Editor Pablo Patiño ppatino2@eafit.edu.co
Gerente Marialejandra Domínguez Aceros mdoming5@eafit.edu.co
Equipo editorial Andrés Carvajal Dayana Agudelo Meneses Eliana Tabares Sánchez María Camila Gómez Mariana Hoyos Mateo Orrego Silvia Natalia Rojas
Portada Ilustración de Nicolás González Maya Niconico3298@gmail.com @ilsden
Valeria Echavarría Mariana Arango Trujillo Juan José Mesa Santiago González Carlos Andrés Henao Natalia Torres Jaramillo Tony Jerónimo Beltrán
Diseño y montaje Pablo Agudelo @pabloagart Preprensa e impresión Casa La Patria
Jefa de Desarrollo Humano Jefa de Desarrollo Web y redes sociales Maria Camila Betancur Hurtado María Fernanda González Molinares mcbetancuh@eafit.edu.co mfgonzalem@eafit.edu.co
Jefa de Mercadeo Laura Arango Ángel larangoa1@eafit.edu.co
Equipo de Desarrollo Humano Valentina Muriel Carolina Escobar Juan David Londoño Andrea Herrera Andrés Osorio Gabriel Herazo Camila Méndez Anderson Amaya María Alejandra Amaya
Equipo de Mercadeo Andrea Romero Juan Londoño Laura Osorio Vásquez Nelly P. Hernández Sara Gálvez Mejía Sebastián Arango
Equipo Web Alejandro Sierra Andrés Zapata Diana Holguín Estefanía Roncancio Gabriela Pupo
Isabella Franco María Clara Molina Manuel Gutiérrez Paula Díaz Roberto Saldarriaga Verónica Hoyos
Valentina Jaramillo Isaac Plaza Zapata Sofía Bedoya Sarmiento Samuel Correa Z Andrés Vélez Cardona
Fundado el 13 de agosto de 1987 por Jorge Restrepo, Jaime Cadavid, Claudia Patricia Mesa y Gustavo Escobar. Carrera 49 No. 7sur-50 / Bloque 29 oficina 517 EAFIT edicionnexos@gmail.com / Teléfono: 261 93 02 (574) 2619500 extensión 9302
Los artículos firmados son responsabilidad de los autores y no representan expresamente el pensamiento editorial del periódico. Este periódico se imprime en papel Earth Pack, el cual es fabricado a través de fibras naturales de caña de azúcar, no tiene componentes químicos que afecten el medio ambiente.
ISSN: 2322-74GX - Año 33 - Edición 218 - 8000 ejemplares - Medellín, Marzo 2020-www.eafit.edu.co/nexos
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EL RUIDO SE DEBE
ARMONIZAR Tomás Quintero - Presidente NEXOS | tquinterom@eafit.edu.co |
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tomasqm1
ace algunas semanas, un evento desafortunado detuvo nuestra universidad, el motivo: la decisión de una persona de terminar con su vida. Medios de comunicación comenzaron a opinar, quizá sin una acreditación del contexto en el cual ocurrió el hecho. Este suceso encendió las alarmas de las universidades de la ciudad, haciendo que muchas recalcaran la existencia de sus espacios o departamentos de Bienestar Universitario.
señar lo académico, hoy debe velar por el bienestar y el mutuo cuidado, incluso, teniendo limites presupuestales y/o ideológicos. La salud mental no puede ser concebida como una cuestión menor o un gasto insoportable, es una inversión para y sobre las personas que conforman una comunidad. Invertir en los aspectos intangibles, aquello que no se ve, en esas voces ruidosas se traduce en construir bienestar individual, y por ende, colectivo.
Desde el siglo XVI se entendía el bienestar como una simple satisfacción de las necesidades físicas, cuatro siglos se tardó el aspecto social y mental en agregarse a la palabra. Las anteriores necesidades físicas son claramente identificables (comer, dormir, beber, como mínimo), pero qué ocurre con aquello que no vemos, esos sonidos de la mente, que incluso siendo comunes y tan continuos, son dificiles de exteriorizar. También, qué sucede con las voces ajenas que nunca hemos escuchado, pero que nos aventuramos injustamente a tildar de inexistentes o irracionales, aniquilando toda posibilidad de oirlas.
Entonces, ¿son suficientes el número de psicólogos, en el caso puntual, de en una universidad? La respuesta, si consideramos la carga emocional que cada persona porta en su ser es que no. La ausencia de personal conlleva a dos situaciones indeseables: servicio corto, laxo y quizás poco riguroso ante la cantidad de personas que asisten a las consultas, o también, que muchas voces de otros individuos nunca se vuelvan sonido. Ninguna de estas opciones es anhelable, hay que preservar los espacios que buscan armonizar, por ejemplo, una cita psicológica. Esta debe dar sensación de acompañamiento, ser un espacio para exteriorizar las voces de nuestra mente, un momento de descanso y de desahogo. Velar por estos espacios implica invertir recursos, dinero, calidad humana y tiempo.
Es curioso pensar que tanto el ruido como el sonido están compuestos por notas musicales, la diferencia está en la armonía que cada uno tiene, esa armonía muchas veces no la identificamos, no sabemos qué escuchamos. Cuando nos pensamos, existimos y dudamos de todo lo que implica vivir, entre todo lo que puede pasar por nuesta mente, pocas veces llegamos a preguntarnos: ¿Estoy bien? Y cuando llega esta gran duda la respuesta no es absoluta, casi siempre va acompañada de un “pero”, que limita inevitablemente la palabra “bien”, es en este momento donde debemos estar alerta, no porque la tristeza, desilusión, el enojo, desasosiego, el dolor sean inaceptables en nuesta vida, o no las debamos experimentar, sino porque esas emociones deben sentirse con vocación de resolución, es decir, pensando que la emoción debe trascender al bienestar. Si nosotros que podemos llegar a oir aquellos murmullos en nuestras cabezas se nos dificulta escucharlos en voz ajena, ¿cómo una institución —una universidad, por ejemplo— conversa con aquellos ruidos para volverlos sonidos?
Una imagen de la buena salud. Libro de frenología, inicios del siglo XX. Algunas universidades —espacios de crecimiento intelectual y social— se han comprometido a escuchar esa voz, ante el reconocimiento de que quien convive en ese entorno (estudiante, maestro u otro empleado) es un ser permeable, que está en constante influencia de un entorno que en ocasiones puede ser agobiante. Estas universidades al escuchar esa voz, reconocieron que el concepto de bienestar trascendió y que los tres aspectos (físico, mental y social) se complementan para hablar del buen vivir, a su vez, cayeron en la cuenta que su labor no se limita a la enseñanza de términos y conceptos, sino que se extiende a la protección del individuo. Sin embargo, dudamos si esa puesta en atención de las universidades, que claramente es bien intencionada
y altruista, es suficiente en razón a la cantidad de emociones que puede tener una persona, un colectivo, una comunidad universitaria. La conversación de esos ruidos, su musicalización, la solución a esas enfermedades no puede ser un privilegio cuando es algo tan común como cualquier otro padecimiento médico, toda persona debe tener la posibilidad de armonizar su mente. Los espacios para exteriorizar los ruidos de la mente, aquellos lugares seguros, deben ir del más reducido al más amplio, como forma de proteger a aquel que los escucha. Es en el paso que tiene que atravesar el individuo del hogar a la universidad, como es nuestro caso, donde esta institución debe conversar con esas voces. Aunque desde su constitución haya tenido vocación de en-
Algunas universidades de la ciudad ofrecen citas psicológicas por un determinado tiempo o cuentan con un número máximo de encuentros, otras cobran por el servicio, otras más pueden prestar tan excelente y gratuito acompañamiento que las agendas se llenan rápidamente, obligando a los casos esporádicos a solucionarse solos mientras se está en lista de espera. Algunas no tienen planes funcionales que buscan contrarrestar la cantidad de voces que nunca han sido oídas, otras tienen programas especializados y reiterados. En fin, las voces que podríamos llegar a escuchar, los ruidos de las personas que no hablan por temor a la desaprobación, exigen ser escuchadas, las universidades como entorno protector deben priorizar este asunto en su agenda económica y formativa, en defensa del bienestar.
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LA CASA
GRANDE Dayana Agudelo Meneses | dagude22@eafit.edu.co
|
@daymen2
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ay un lugar en el que reposa mi infancia. Todos los recuerdos de la niña que fui están comprimidos en las habitaciones de una casa, aquella que fue mi primer lugar en el mundo. Para hablar de ella, le decimos La casa vieja, La casa grande, o simplemente La casa, con el artículo que antecede al sustantivo en mayúscula, porque no hay otra, porque es una sola y ninguno de nosotros la confunde con las demás. Porque vivir allí había sido un sueño infantil convertido en realidad para mi hermana y para mí, que ya cruzábamos el camino hacia la adolescencia. Pero también para mis padres, como una auto recompensa por una infancia que no fue lo que esperaron. Porque mientras se iba el último camión con nuestras pertenencias, lloramos viéndola por última vez: vacía, deshabitada, sin nosotros. La casa grande, como solían ser las casas viejas, era de tapia. El techo inalcanzable, los muros gruesos y el olor constante a tierra mojada me hacían creer que vivía en una finca en medio de la urbe. La casa grande tenía una acera donde cabían hasta dos carros. Mirándola de frente, un guayacán se levantaba por la derecha y sus ramas le ganaban en altura a la casa de tres pisos de los vecinos que nunca conocí. Cuando florecía, dejaba el suelo amarillo y yo imaginaba que el árbol había hecho una colcha de flores para los invitados. La primera reja era pequeña y abrazaba un jardín con rosas rojas y rosadas, dos bancas de madera, un buzón al que le entraba fácilmente el agua y una lámpara alta de luz blanca con telarañas. Luego, había dos ventanas amplias a cada lado y una segunda reja en el centro, que cubría todo el frente de la casa, desde el suelo hasta el techo. Antes, cuando La casa no era nuestra, la mirábamos como un niño mira un juguete ajeno, sin embargo nunca pensamos en comprarla. Mi papá bajaba siempre por esa calle para ir a trabajar, y cualquier día, un hombre al que no conocía le dijo que estaban vendiendo una casa muy buena. Mi papá, que le brillaban los ojos con los negocios, aceptó y luego de hablar con el dueño, hicieron un trato. A La casa solo le habían cambiado el tejado una vez y en esa ocasión encontraron hojas de periódico con fecha de 1860. Además, contaba el dueño que amarraban de las rejas a los caballos mientras los campesinos descansaban para comprar gaseosas y cremas que vendían los dueños. La casa grande era rosada, con algunas líneas horizontales amarillas que combinaban perfectamente en temporada de flores con el guayacán. A la izquierda estaba la habitación principal, a la derecha una sala, y en el centro un
Ilustración: Shuni | espacio que siempre estuvo vacío pero que la dividía en dos con una puerta de madera pintada de azul. Luego de la puerta, había un patio sobre la izquierda lleno de enredaderas y cuernos que colgaban de una reja por la que siempre teníamos un pedacito de cielo privado. A la derecha estaban mi habitación y la de mi hermana, la mía no tenía puerta y estaba conectada por el interior con dos arcos. La había elegido porque tenía una ventana con un asiento en el que me imaginaba sentada en cojines, leyendo como las chicas de las películas que vivían en lugares que quedaban muy lejos. En el centro, inmediatamente después del patio, había una mesa grande de madera ancha y pesada con ocho sillas incómodas, también de madera. A la izquierda, el baño común y más adelante otras dos piezas con pisos en madera que servían para guardar juguetes, planchar la ropa, ver televisión y hacer la siesta. La casa grande parecía siempre abierta. Una vez se traspasaran las dos rejas del frente, todas las habitaciones parecían una sola plaza, grande, iluminada, alta, libre. Al lado derecho de la gran mesa de madera estaba la cocina, el único espacio de la casa al que le habían reformado el suelo. Todo lo demás, salvo algunas habitaciones en madera, estaba cubierto con pequeñas baldosas
desordenadas, , algunas verdes, otras rojas, blancas, azules, anaranjadas con formas geométricas. Gastadas, quebradas, opacas y flojas. La tercera y última parte de la casa era la zona de ropas y el balcón de madera que miraba al solar, en el que teníamos árboles de brevas y palos de limones, además de ocho gallinas coloradas que vivían en una casita de madera y nos daban un par de huevos cada día; una pareja de patos y sus crías; Lassie, una pastor collie que dejaba una cortina de pelos blancos y largos por donde pasaba; uno o dos gatos que algún día se fueron y nunca los volvimos a ver; Clifford, el schnauzer cachorro que ahora tiene 13 años; y una jaula del tamaño de una habitación pequeña, en la que mi hermana satisfizo su fascinación por los animales, donde llegamos a tener más de 12 pájaros, dos cacatúas y un loro que solo me mordía a mí. Hablar de La casa es hablar de la niña que fui, de la vida que era, del Aranjuez que era. Pero ya no somos ni la casa ni la niña ni los adultos ni el barrio ni la vida. Hablar de La casa es desear un mundo que era sencillo, que no tenía tantas preguntas. Gastón Bachelard escribió alguna vez acerca de la casa: el lugar al que irremediablemente volveremos durante el resto de nuestra vida. Volvemos a lo que fuimos, al pasado intacto de lo que fue nuestro primer
@shunikuz
mundo, la infancia que quedó inmóvil en la casa, nuestra primera relación con los espacios, la habitación propia o compartida, la cocina que rememora olores o el patio iluminado que enmarca un pedazo de cielo. Hace poco volví, y de lo que era La casa, solo queda el guayacán de la entrada, aunque un poco diferente a lo que recordaba. Tal vez con el tiempo las memorias habían cambiado y los ojos de la infancia habían visto todo más grande, más poderoso, más interesante y más misterioso. Ahora hay un supermercado. En lo que era el jardín, están las cajas para pagar. El suelo es todo blanco, sin ningún resalto, uniforme, aburrido. Toda la luz es artificial. El techo parece que estuviera más cerca de las personas. Las paredes son blancas, angostas y falsas, como si estuvieran siempre a punto de caer. Al fondo a la izquierda hay una puerta que dice en rojo: “Solo ingresa personal autorizado”, y por un momento imaginé que detrás de ella aún quedaban el solar, los árboles, la luz, el olor a tierra mojada. No estuve mucho tiempo y lo poco que estuve permanecí en silencio. Intenté pensar qué había sentido. Luego supe que no había vuelto a La casa, porque volver a donde ya no queda nada de lo que un día conocí, no era volver. Y en ese sentido solo podré volver cerrando los ojos.
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CONTIENDA EN LO
PROFUNDO Andrés Carvajal López | acarvajall@eafit.edu.co |
@andrescarvajallopez
A pesar de que Colombia es el actual campeón mundial de rugby subacuático, poco se sabe sobre este deporte que tanto reconocimiento le ha otorgado al país.
T
ras el grueso cristal que contiene el torrente, se dibujan varias siluetas que danzan a ritmos diferentes: unas son más corpulentas, provocando surcos al girar, otras más delgadas serpentean de un lado a otro para escabullirse, mientras que otras permanecen estáticas en las orillas, vigilando cada movimiento que hacen las demás. Y aunque cada una quiere ser el centro de atención con su pirueta, la verdadera protagonista es una pelota que se pavonea por toda la cancha, con el único objetivo de ser depositada en las canastas que yacen en sus extremos. Esta aparente coreografía, que bien podría confundirse con la de un baile contemporáneo, no es otra cosa que rugby subacuático, deporte que ha sido protagonista de algunos titulares en reconocidos medios nacionales cuando la selección nacional colombiana se coronó campeona mundial en Graz, Austria, tras vencer a Noruega 2 – 0 en la final de 2019. Resulta extraño cómo algunas disciplinas, a pesar de sus logros, no ocupan portadas de revistas deportivas, ni causan furor en los connacionales. El rugby subacuático nació en Alemania aproximadamente en 1960 como un entrenamiento complementario para los profesionales de buceo. Pero, aunque empezó siendo un ejercicio más integral para los practicantes de otra disciplina, poco a poco fue adquiriendo relevancia entre los aficionados a las actividades subacuáticas, hasta convertirse en un deporte avalado por la CMAS (Confederación Mundial de Actividades Subacuáticas). Gracias a esta difusión, el rugby subacuático logró cruzar el Atlántico y llegar hasta Colombia a finales del siglo pasado, cautivando a quienes posteriormente se convertirían en sus más destacados exponentes. El deporte fue practicado por primera vez en Cali, pero fue en Medellín donde realmente adquirió un rol competitivo, debido a la conformación de varios equipos especializados en la disciplina. Así lo comenta Alexander Cardona, actual director técnico del Club Ecomares, y quien practica este deporte desde hace 14 años, los mismos que tenía cuando lo conoció: “Actualmente, la ciudad cuenta con seis clubes de rugby subacuático, entre los cuales se encuentran los dos mejores del país, y el mejor del mundo”. Alexander inició su carrera deportiva en Orcas, club de la Universidad de Antioquia que lidera el ranking internacional, debido a que su hermano mayor buscaba algún pretexto para alejarlo del sedentarismo y los videojuegos.
Fotografía de David Muñetones Palacio Fue entonces como surgió una relación casi adictiva gracias a la cual tuvo la oportunidad de viajar representando a su equipo y a su país en varios certámenes mundiales, para luego dedicarse a la labor de entrenador, que lleva desempeñando hace cuatro años. De hecho, hace poco más de un año su club fue reconocido como el segundo mejor del país, logro que lo enorgullece bastante, aunque admite que el camino por recorrer es arduo si quiere superar al equipo que lo antecede. Pero esta ambición de ser reconocidos como los mejores no es un simple capricho, sino que tiene una razón bien justificada: obtener un cupo para la Copa de Campeones, que es el nombre oficial que recibe el mundial de clubes en esta competición y para el que es obligatorio ser el número uno de su país si se quiere participar. “Orcas ha estado invicto en competiciones nacionales por muchos años, y a pesar de que mi club es el segundo, que es un gran logro, la brecha sigue siendo muy grande”, comenta Alexander. Quizá muchos se pregunten cuál es la semejanza que tiene este deporte con su homónimo en tierra, cuál es la razón de que compartan el mismo nombre, ¿será acaso que la manera de anotar es parecida, o tal vez tenga que ver con las estrategias de juego? La respuesta es un rotundo no: “La única
similitud que tiene es el gorro (que se usa para proteger las orejas de posibles impactos), de resto ni las tacleadas, ni los pases. Bien podría llamarse quidditch subacuático, y la diferencia sería la misma”, dice Cardona entre risas. El nombre fue casi un pretexto que usaron en su natal Alemania para referirse a él cuando todavía era un tipo de entrenamiento para buzos. Las reglas son simples: dos equipos (Claros vs. Oscuros) de cinco jugadores se enfrentan en un escenario de 11x11 metros, con una profundidad de 3 a 5 metros, para “encestar” cuantas veces puedan un balón relleno de agua salada (que le permite hundirse) en una de las dos canastas que se encuentran en los bordes del cuadrilátero, durante dos periodos de 12 minutos. Aunque la dinámica parece sencilla e incluso podría pensarse que debió recibir el nombre de baloncesto subacuático, el componente de tridimensionalidad que añade la profundidad de la cancha y la posibilidad de ejecutar distintos tipos de “agarres” para evitar que el equipo contrario anote, lo hacen distanciarse bastante de otras disciplinas. De este modo, no resulta extraño presenciar empujones, bloqueos, y casi cualquier tipo de llave, incluidas las crucifixiones (que consisten en inmovilizar a un jugador sujetándolo
entre varios de las extremidades), mientras se intenta recuperar el balón para anotar en el canasto contrario a gran velocidad. No es necesario estar bajo el agua cuatro o cinco minutos aguantando la respiración, sino que lo primordial consiste en “estar 30 segundos, pero a todo timbal”, como dice el propio Alexander, situación que puede ser mucho más agotadora, pero para la cual se permiten cambios constantes entre los jugadores de un mismo equipo. Para entrenar el deporte no se necesita un físico formidable, puesto que cada persona, independiente de sus condiciones anatómicas, puede aportar en gran medida a su equipo: “El más rápido mete goles de contragolpe, el más fuerte puede anotar con mayor facilidad, el más pesado empuja duro, el más flaquito se mueve como loco, entonces cualquier habilidad tuya puede aportar. Una técnica pulcra, con una fuerza adecuada, son los únicos requerimientos”, finaliza Cardona. El rugby subacuático emociona por su ímpetu y su vigor, arrebatando más fácilmente el aliento de quienes lo presencian que de quienes lo practican. Quizá deberíamos atrevernos a experimentar con estas disciplinas que no tienen tanto eco en la opinión pública. ¿Qué mejor que iniciar en un deporte donde ya somos los mejores del mundo?
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8 Microrrelatos Vindicta
Castigo griego
Andrés Carvajal
Pablo Patiño
Veo cómo vienen cada tarde a este mismo parque. Llegan tomados de la mano, listos para hacer una rutina de juegos que empieza siempre por los columpios. Casi al anochecer, la niña sonríe a su padre, y él, borracho de dulzura, no se resiste a comprarle un helado que comparten entre sonrisas.
Cuando los dioses se cansaron de la cayente piedra de Sísifo y del perpetuo hígado de Prometeo pensaron en un nuevo castigo: quitarle las gafas al miope y obligarlo a buscarlas sin tenerlas, por toda la eternidad.
pude sentir el olor de las montañas de mi último viaje cuando se posó sobre mi cabecera, facilitando su captura. Una vez hubieron sacado al pequeño, se autorizó el despegue y no fue hasta que estuvimos en el aire, que reparé, a través de mi ventanilla, cómo se incendiaba una enorme grieta en el ala del avión, —él logrará regresar a casa, —pensé, — mi destino, por el contrario, acaba de ser alterado—.
Quisiera no tener que hacerlo, pero mi hermano también tenía una hija.
Una docena de muertos
Laura Isabel Giraldo Valencia Ocurrió en la av. Ochenta cerca al cruce con la Treinta. “Fue accidente, no es mi culpa, no quería hacerlo”. El líquido que lo incriminaba recorrió sus dedos temblorosos. Su emoción poco a poco terminó en llanto. El daño ya estaba hecho, por más que quisiera cambiarlo. Tocó la puerta imaginando las consecuencias de sus actos. Abrió su madre, y él, con la culpa en las manos y un nudo en la garganta le dijo: “Se me quebraron los huevos”.
Enemigo
Carlos Andrés Henao Lo adoctrinaron para pensar que el enemigo era un monstruo. Cuando se lo encontró en la trinchera, era tan parecido a él que prefirió pegarse un tiro.
Decisión
Picardía del Poder
Carlos Andrés Henao
Andrés Vélez
Se subió a la silla, se puso la cuerda alrededor de cuello y se quedó mirando hacia el piso. Luego, tomó una decisión.
Estaban cerca, intentando buscar la definición de poder. Ella lo besó y él, emocionado, le devolvió el beso. Cuando se atrevió a volverlo a intentar, ella se negó dos veces y le dijo “Esto es tener poder”. Él se quedó en silencio.
El descubrimiento
Carlos Andrés Henao Hacia finales del siglo XV, Cristóbal Colón emprendió un viaje, auspiciado por la corona española, con el propósito de llegar a la India desde el oeste. Muchos meses después de zarpar, Colón regresó en la Santa María con noticias del gran descubrimiento: al llegar al extremo final del Atlántico, la Niña y la Pinta cayeron al vacío.
El pájaro del ala rota
Natalia Torres Cuando el último pasajero cruzaba la puerta de entrada, se advirtió la presencia de un pájaro revoloteando adentro. Los viajeros se sobresaltaron y la tripulación se dispuso a agarrarlo de inmediato, mientras que la criatura buscaba desesperadamente una salida. Recuperé mi calma cuando comprendí que el ave estaba más asustada que cualquiera de nosotros y comencé a detallarla: sus refinadas alas combinaban varios tonos de café con uno que otro trazo blanco, y
Ilustración: Jonathan Stiven Madrid Santana @jonathanmadrid.03
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COMBATE PESADEZ Valeria Echavarría Arroyave |
@valeriaerea
A todo aquel que camina conmigo Lo sórdido invade por estos valles, antorchas se elevan y el fuego emana espíritus de aquellos que ya no están. “No me asusta la amenaza, patrones de la miseria, la estrella de la esperanza continuará siendo nuestra” Víctor Jara
Soñé, días atrás, que a quienes quiero son embestidos por furiosas gentes.
Los hombres cubiertos de sangre llegan a la carretera,
Entre los míos hemos jurado, entrañablemente,
sus odios galopan y pisan fuerte dejando esquirlas con peso de metal.
morar en las luchas de los unos y los otros defendernos del temor, servir de palmada en la espalada
Miles de rostros vociferan la partida
morir y renacer si es necesario.
nos sacuden y nos dejan moretones perpetuos.
Hemos prometido incendiar las estructuras si llegase la ausencia de lo infaltable
A pesar de que hondeemos banderas blancas, ellos violentamente
hacernos hermanos para encontrarnos, salvaguardarnos cuando llegue la fatiga y la desesperanza.
nos embaten con sus represalias.
Pactamos hacer camino nuevo ante todo lo que oprime.
Esos hombres, imagino que poco lloran, que poco aman;
En el sueño los tomo en mis brazos y grito para que sigan con vida
Pero, no son ellos en su naturaleza. Les han puesto armaduras, les han enclaustrado el corazón
ruego al resto que canten con digna rabia. Al principio nadie contesta
ya pesa su andar, tienen la boca seca, los ojos unilaterales
y el cuerpo de mi amigo empieza a desvanecerse.
el pecho anquilosado, las manos exprimidas.
A lo lejos, por fin responden
Ya no son hombres, encarnan al Leviatán.
se vuelve canto, se torna colectivo; Nos protegen de la miseria. Mi amigo que acoge a muchos otros caídos se aviva con cada mano que aplaude, no cae, se eleva y se vuelve consigna. Aquel que ha muerto se edifica como estandarte y horizonte. Mis amigos siguen vivos, pero los amigos de otros ya están muertos esos muertos hacen parte del latido de la tierra. Al unísono aún cantan.
¿Existirá el día que se les caiga el velo
Ilustración: Juan Jóse Vanegas Mesa juan120j@gmail.comcom
y disparen a la cabeza del artífice de los gritos?
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Bendito tú eres entre todas las mujeres.
INDULGENCIAS A LA VENTA L
Maria Camila Gómez Ortiz | mcgomezo@eafit.edu.co |
a compra del perdón dio inicio a la mercantilización de la religión católica. Martín Lutero desvirtuó la compra de indulgencias con sus 95 reformas, considerándolas carentes de un fundamento bíblico, sin embargo el mercado no se detiene, se transfigura. En la actualidad, el perdón no se compra directamente con el párroco o la religiosa, pero la parafernalia de la fe, la iconografía y el simbolismo
Explotación infantil.
se convierten en ingresos continuos para muchos mercados, creencias y religiones. Imágenes sacras convertidas en figuritas de yeso, cera, barro, cerámica, madera y todo tipo de materiales que osan conocer a ciencia cierta la imagen viva de multiplicidad de dioses, son producidas proporcionalmente a la credulidad de millones de personas, para ser vendidas a granel. Variaciones infinitas del corazón de Jesús, el divino niño,
@camig.fotografia
el santo rosario y la milagrosa como la todopoderosa de las santas. Es así como se ven vírgenes ahogadas en plástico puestas cuidadosamente bajo la cama, en la nevera, al lado del nochero, en la billetera, en el baño, junto al teléfono y junto a las compras del supermercado para que nunca falte la comida. Paredes repletas de jesuses colgados, como si no hubiera tenido bastante con la crucifixión.
Sin dejar de lado a otros santos muy solicitados y bien vendidos, como San Lucas que cura la impotencia sexual sin necesidad de viagra, San Antonio para las cosas perdidas y solución infalible a la soltería si se le pone de cabeza o San Alejo para evitar los malos vecinos, de esta manera es mucho más sencillo y barato tener a Dios cerca para calmar todo tipo de duda con una fe enceguecida, porque es mejor santo en mano, que cien volando.
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Imponente y celestial, aún en las bodegas.
Proliferación de santos.
El que no conoce a Dios, a cualquier santo le reza.
Sagrada comisión de Jesús.
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ESA VASIJA ES D Silvia Natalia Rojas | snrojasc@eafit.edu.co |
@natalia.rojasc
De la herencia indígena colombiana permanecen pocas costumbres, entre esas la alfarería. El arte de moldear el barro y transformarlo en vasijas siguió vigente en un pequeño barrio al occidente de Medellín.
S
obre la comuna trece las historias parecen ilimitadas. Si la gente no se enteró en los artículos de los periódicos hace quince años, la retahíla es narrada con los mismos acentos y comas en uno de sus lugares más concurridos: La estación de San Javier. Allí, donde la imparable verborrea sobre la historia de la zona ataca los oídos de los que quieren escucharla y de los que simplemente cuentan los minutos para cumplir con sus quehaceres, retumban unas cuantas palabras: “las personas de por allá arriba practican la alfarería en sus casas”. Suena como ese dato curioso que genera un brinco interno y que en el exterior se refleja con un levantamiento de cejas o una mueca en los labios. Para muchos se queda ahí, un dato, un par de palabras. Medellín, centro urbano e industrial, tiene una zona pequeña y bien delimitada dedicada al trabajo que realizaban las comunidades indígenas hace cientos de años. Para ellos, la cerámica es como las mujeres: contiene sustancias que se transforman para dar lugar a la vida. La vigencia de su pensamiento se expresa con las numerosas vasijas que albergan semillas de lo que, en su momento, se convertirán en hermosas y encrespadas plantas. El pasar del tiempo no cambia la realidad fáctica de una sabiduría milenaria. En la cultura indígena, ese trazado manual de arcilla combina las únicas condiciones inherentes del ser humano: nacer y fallecer. Así como la vasija era sutilmente comparada con el retrato femenino que fecunda vida, esta misma, también se convertía en la urna funeraria que en su forma de útero figuraba como el lugar donde el muerto renacía en un nuevo ser. El pulido ensamblaje de barro que realizaron las comunidades indígenas, además de convertirse en una herencia digna de admirar por sus diseños y usos, sirvió de guía para las personas que, en diferentes lugares de Colombia, quisieron continuar con la tradición alfarera. *** El camino es culebrero, cada diez minutos se detiene el bus 221 en el co-
razón del barrio donde un par de curvas arriba se encuentra La loma. Y sí, el nombre le hace justicia. La mirada se concentra en el macizo intenso de lo que parece una fábrica de cerámica bien estructurada y próspera. En la entrada se escuchan unos cuantos ladridos y el cálido sonido de un: “A la orden, ¿qué se le ofrece?”. Cuando era un pelao de 15 años, Gildardo Henao, aprendió por su padre el oficio al que se dedicaron generaciones de la familia. Actualmente, su tienda de cerámica lleva más de treinta años abierta y unos seis meses sin fabricar alguna vasija o matera. Su cara de pesadumbre es el reflejo del sinsabor que le genera no solo la inevitable pérdida de su oficio, sino la ingratitud de sus mismos paisanos hacia la artesanía que comparten desde la época precolonial que, de manera atípica, se convirtió en una tradición de esa zona. Las dificultades económicas, el recorte de personal por las prestaciones de los trabajadores, entre otras razones, las cuales resume él con un: “La gente quiere todo barato” y señala una alcancía que podría almacenar al menos un millón de pesos, cuesta seis mil y él la vende a cinco. La arcilla se forja manualmente o por medio de un molde que al día siguiente se retira. Después de darle forma se deja secar unos días para que esta llegue a cierta textura al momento de pulirla. Cuando su estructura está fina, se vuelve a esperar quince días para meterla al horno; este solo funciona al final de cada mes. Evidentemente un proceso que requiere dedicación, fuerza manual y creatividad, es devaluado más que el peso colombiano. Menos mal, en aquella zona, don Gildardo no es el único que vibra con el color intenso de las vasijas. *** Allá arriba en aquel alto, una montaña calva desprende en su pendiente un barrio conocido por pocos y temido por muchos. El sol, en su sigiloso y rojizo andar, se oculta cada tarde entre las cumbres de la cadena montañosa que abriga el diario vivir del barrio El
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DE EL SALADO Salado, donde la resiliencia y tradición se exhiben sin precaución en los ojos de sus habitantes. Tomar a la derecha en el teléfono rojo, pasar por la tiendita de don Martín, ver unas niñas trenzadas contando monedas para comprar el confite de $50, subir las escalas pasando por un pequeño lavadero de motos, girar a la izquierda en la puerta enchapada negra y en unos pasos llegar al terreno de doña Blanca y sus hermanos. Las gallinas no son las únicas que acogen la entrada, en el fondo unos cuantos cerdos se escuchan chillar, doña Socorro dice que los de diciembre causaron sensación. No se comparan con su árbol de mangos en el que ni una rama se salva de su azucarado sabor. Pero los animales y las frutas no son el único fulgor de la casa, abajo del tronco se oculta un pequeño taller con algunos moldes de vasijas y ollas que guardan un par de historias propias de contar. “Yo trabajo barro desde que tenía por ahí unos catorce años en la casa de mi mamá. Unas cuarenta o cincuenta familias de por aquí, todas trabajaban el barro”, explica doña Blanca, la segunda de cinco hermanos, de los cuales ninguno además de ella, quiso dedicarse a ese oficio. Orgullosa, admite que se conoce todo el barrio porque le gustaba acompañar a su mamá a vender materitas por las casas. La montaña a su alrededor tiene toda la tierra necesaria para fabricar muchas vasijas. En ese tiempo el asunto era llevar a la casa la cantidad necesaria para poder trabajarla. “A Piedra Negra íbamos a traer el barro, allá está la quebrada y por esos montes nos metíamos con machete, con los hermanos míos pequeños, yo era la más grandecita”. De niña caminaba por las peñas y recogía el musgo, esto, porque antes de tener el horno, las familias quemaban las materas en el suelo con una yerba llamada jaragua. Su mamá prendía el nido y las tapaba con estiércol de vaca seco que levantaba de las mangas, eso se quemaba y quedaba, según el barro que se utilizara, una vasija roja o negra.
Collage: Daniela Ospina |
@la.mosaica
“Me pusieron dizque ‘la camella’, porque yo cargaba mucho. Y en los diciembres nos veníamos por toda La América, La Floresta y vendíamos todo ese bulto de musgo”. Poco a poco, Blanca se fue quedando con los lugares en los que vendía con su mamá y empezó a fortalecer su negocio. “No teníamos manos pa hacer”, sacaba pedidos cada veinte días y las personas querían que fuera cada ocho. De lo que más se hacía era pailas, tinajas, callanas, de esas vasijas para hacer la comida. “Al mes, yo sacaba una tanda que valía por ahí
150 mil pesos, a uno le parecía mucho siete mil pesos, ocho mil, con eso se compraba uno la ropa pa los hijos”. Ese esfuerzo le sirvió para alzar a sus hijos, pero no la preparó para enfrentar el peligroso barro que inevitablemente la haría resbalar. La guerra en su esplendor golpeó su puerta en el año 2002. Ella y sus vecinos empezaron a sentir la pesadez del ambiente en incontrolables balaceras que no respetaban ni el débil concreto de las casas. El trabajo a escondidas y el temor para recoger el barro limitaba sus encuentros con proveedores en las plazas más concurridas de la ciudad. Ella y las demás familias del barrio se arrullaban en las noches con las sinfonías toscas de balines en el cielo. “A mí me mataron un hijo”. En ese momento el joven tenía unos 26 años, trabajaba en Santa Marta con una empresa de muebles, pero ese agosto quiso viajar en temporada de flores, su favorita, a las oficinas que tenía la compañía en Medellín. Nunca pensó que ese sería su último desfile de silleteros. “Esa gente de por acá le echó el ojo y me cogió a mi muchacho y me lo mató”, segundos después, la madre sentencia: “Yo quedé sin alientos”. Doña Blanca enterraba al segundo de sus hijos entre el barro con el que muchos años atrás lo crió. No quiso coger fuerzas hasta cinco años después, aunque ya no realizaba materitas de la misma manera. Había empezado haciendo doce en el día, seis por la mañana seis por la tarde, pero, después de su tristeza, los años comenzaron a pesarle y la salud mostraba cuenta de cobro. En ese momento, a duras penas lograba terminar una en dos días. De esa guerra no salieron vivas ni las personas ni las materas. El ambiente de miedo se había aferrado a sus trajinadas manos llenas de arcilla y la montaña que los arropaba, nostálgica, esperaba sentir de nuevo los pasos de niños levantando tierra y musgo. De las cuarenta o cincuenta familias que se dedicaban a la alfarería y salían a vender su artesanía cada quincena, queda solo una. Esa casa con el árbol de mango enorme, en ocasiones prende su horno y pone a relucir la tradición que alguna vez colmó los caminos de la admirable y valiente gente que habita el barrio El Salado. Caminar y escuchar cada palabra al pisar, muchas veces ensordece y otras sencillamente sorprende. Entre esos pasos encontrar la maravilla de una tradición ancestral. Donde unas manos orgullosas el barro transforman en ollas.
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Estática Cartagena Mateo Orrego López | morrego7@eafit.edu.co |
@mateo.orrego
Cartagena es una de las ciudades preferidas de Colombia para realizar importantes eventos culturales como el Hay Festival o el Festival Internacional de Música. ¿Se debe acaso a una importante tradición cultural que reconoce la ciudad o a una simple predominancia estética?
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no podría describir la parte turística de Cartagena, si se es amante de los clichés, como un lugar congelado en el tiempo. Es posible llegar a creer que esas casas de dos pisos, pintadas de colores y con largos balcones de madera han permanecido exactamente igual durante más de 200 años. Así, cuando uno camina entre sus calles y sus plazas, o entra en aquellas viejas mansiones coloniales, ahora convertidas en museos, puede tener cierta sensación de extrañeza, como si uno no perteneciera allí, pero no tanto porque pueda provenir de otro sitio, sino, más bien, porque uno sabe que pertenece a otro tiempo. Por el contrario, la gente que es de la ciudad nunca se siente extraña, parece que se ha acostumbrado, que ha normalizado vivir entre las calles en las que, alguna vez, ocurrieron esas famosas historias de ejércitos y piratas. Y es que esas cosas poco les preocupan, pues en el transcurso de sus días se dedican a hacer lo necesario para sobrevivir; es así como, además de las casas coloniales, los vendedores ambulantes, las palenqueras o los cocheros que esperan la presencia de algún turista curioso, también se vuelven parte del paisaje. Para quienes llegan de afuera, la vida de la ciudad puede llegar a sentirse, en cierto modo, estática. Es por eso que, aun estando lejos, no es difícil imaginarse una de las noches de Cartagena. Una de esas noches calurosas en las que el viento arremete contra la ropa de la gente que camina desprevenida, y en las que, afuera de alguna casa, en alguna esquina, tres hombres toman cerveza después de un día de
Ilustración: Sofía Betancur Silva | sofiabetancursilva@gmail.com | trabajo y se les oye hablar de lo do por causa de un infarto, habría difícil que está la situación. de morir Adolfo Mejía Navarro. O la madrugada del 22 de mayo de Quizá una escena así ocurría la no- 1997, cuando decidido a terminar che del 6 de julio de 1973, cuan- con su vida, Raúl Gómez Jattin ha-
@soda.re
bría de lanzarse contra un bus en la avenida Pedro de Heredia. Estos dos hombres tal vez hacían parte de aquellos que se habían
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acostumbrado a ese carácter estático de Cartagena. Uno era guitarrista, el otro, poeta. Mejía había llegado a la ciudad con 15 años, contrario a Jattin, quien había nacido allí. Adolfo Mejía se convirtió en uno de los compositores más importantes de Colombia, gracias a su esfuerzo por llevar la música popular tradicional colombiana a los espacios académicos. Raúl Gómez Jattin se convirtió, por antonomasia, en la figura del poeta maldito, pues la pobreza, la locura y una vida llena de reveses lo llevaron a ser uno de los escritores más notorios de Cartagena. El legado de ambos, contrario a como pasa con la ciudad, ha sobrevivido al tiempo con mucho esfuerzo, y muchos aun lo desconocen. Y es que cuando uno intenta acercarse al pasado cultural de la ciudad, más allá de las conocidas historias coloniales, y se pregunta por hombres como ellos dos, que han trabajado por mantener viva una tradición artística en la ciudad, se encuentra con que no es un trabajo fácil. Es como si, en la larga historia de Cartagena, fueran muy pocos aquellos hombres que se han dedicado a esta labor. No es posible asegurar el trabajo de cuántos se ha desvanecido en el tiempo, cuántos poemas, cuántas canciones o, con el paso de los años, cuantas pinturas se han difuminado entre las calles de la ciudad. La diferencia está en que no existen casas de dos pisos ni museos que constantemente le recuerden a la gente lo que Mejía, Jattin o cualquier otro hizo en su tiempo. La pregunta es entonces ¿cómo construir ese espacio simbólico que preserve y visibilice el legado cultural al igual que ocurre con el espacio material de la ciudad? ***
En 1988, en un pueblo de Gales llamado Hay-on-Wye, Peter Florence, un joven actor de teatro, decidió realizar un pequeño festival en el que quería reunir a los amantes del teatro, la literatura y el cine. El evento no fue tan pequeño, pues contó con la asistencia de más de 2000 personas, un público enorme teniendo en cuenta que, para ese entonces, este era un pueblo de alrededor de 1500 habitantes. El festival creció tanto que, 17 años después, habría de llegar a Cartagena con el nombre de “Hay Festival”. Por aquellos años, Florence era un amante de la literatura de Gabriel García Márquez, por lo que quería llevarlo al festival que había creado. Tras unos cuantos intentos fallidos, y teniendo en cuenta el exitoso crecimiento que había tenido el festival, decidió que la mejor solución sería crear una versión del encuentro en el país de origen del autor, en la ciudad donde residía en ese momento. Fue así como, en el 2005, se celebró el que podría haber llegado a convertirse en ese espacio simbólico de preservación de la tradición cultural de Cartagena, la primera versión del Hay Festival. Sin embargo, el Hay Festival no se había creado para eso. Tal vez fue una casualidad de la vida el que García Márquez hubiera estado viviendo allí cuando esto ocurrió, tal vez él había sido otro de los que se acostumbró a aquella vida estática de la ciudad. El caso es que la casualidad permitió que Cartagena fuera la sede de uno de los encuentros de literatura más grandes a nivel mundial. El caso es que no se hizo allí debido a sus numerosas librerías (una de las razones por las que Florence creó el festival en su pueblo), tampoco fue debido a su tradición literaria, tampoco porque se le quisiera ha-
cer homenaje a un Jattin o algún otro poeta olvidado en la historia. Al final, el festival no era un asunto de preservación, sino, por así decirlo, un asunto del azar. Aun así, el Hay Festival no sería el único evento cultural que tendría sede en la ciudad amurallada. Dos años más tarde, en 2007 se realizó por primera vez el Festival Internacional de Música. Para aquel entonces este evento prometía ser un encuentro sin precedentes en la ciudad, en el que participarían diferentes agrupaciones internacionales como el St. Lawrence String Quartet o el I Musici de Montreal, y solistas como la violinista Chee Yun, el violonchelista Andrés Díaz o el guitarrista Romero Lubambo. Durante ocho días, más de 3000 personas asistieron cada noche a los diferentes conciertos gratuitos ofrecidos en distintos escenarios de la ciudad. El festival fue todo un éxito, lo que le aseguró muchos años más. Antes de que se diera inicio a la primera edición del festival, Charles Wadsworth, pianista y gestor cultural, quien era uno de los organizadores, dijo en una entrevista para el periódico El Tiempo que Cartagena tenía “las cualidades estéticas y espirituales para realizar un festival internacional”. Quién sabe cuáles eran las cualidades espirituales a las que se refería Wadsworth, pero sí quedaba claro que una de las razones para hacer un festival en Cartagena era por la belleza de la ciudad (y muy seguramente, por la belleza de la parte turística). Diez años después, en la décima versión, su directora Julia Salvi, diría en una entrevista para El País que la idea de hacer un festival como ese había nacido “de la misma Cartagena. De sus espacios, de caminar por sus calles,
de conocer los lugares y de todo el potencial que históricamente tiene y del que quedan recuerdos vivos de esa historia.” Esta vez no era un asunto del azar, era notable que el festival se había creado porque las grandes casas coloniales hacían juego perfecto con la música clásica. También se entendía que la primera razón para realizarlo no era la de mantener vivo el legado de Adolfo Mejía o de algún otro compositor de la región, no era dar a conocer la tradición musical de la ciudad. El festival se había creado, quizá, con la intención de encontrar la música europea en las bellas calles de Cartagena. *** Jean-Marc Besse, un escritor francés, tiene la idea de que no solo nosotros podemos albergar en nuestra memoria los lugares que hemos visto y que hemos habitado, sino que los lugares, de alguna forma, también tienen su propia memoria, pues son espacios organizados semántica y funcionalmente; es decir, adquieren y muestran un significado según cómo nosotros nos relacionamos con ellos. Esta idea, que podría ser un poco compleja, abre la puerta a preguntarse si esa belleza de Cartagena, que a veces deja a un lado otras cualidades de la ciudad, es el resultado de la ciudad en sí misma o si nosotros la hemos querido ver siempre así. Tal vez sería necesaria una re-semantización, como diría Besse, un cambio de visión de los espacios de la ciudad, para que no sea únicamente su belleza la razón por la que allí tienen lugar tan notables encuentros, sino que su tradición cultural se vuelva todavía más importante y así pueda también, junto a la belleza, quedar preservada en el tiempo.
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ESE DIRECTOR
ES UN MAGO Tony Jerónimo Beltrán Gómez |
@tonyakus / @revistacacofonias
Los recursos que utiliza el mago para engañarnos/sorprendernos son los mismos del cineasta, por medio de sonidos, diálogos, objetos y ediciones logran su objetivo y nosotros como espectadores también, porque nos encanta que nos engañen. ¿En qué se parecen estos dos?
A Eduardo Otálora Marulanda
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rimero se ajusta un cinturón que sostiene nueve sombrillas en su espalda, luego se pone un chaleco que le da un toque elegante y, finalmente, un sacoleva. Dentro de este último pone tres palomas blancas a cada lado de la apertura delantera envueltas en un trapo. En su oreja pega con cinta hilos “invisibles”. De la mesa recoge las cartas recortadas, algunas con dobleces. Mete una carta en su zapato derecho y, por si se equivoca en el show, en el izquierdo mete otra distinta. En los bolsillos traseros tiene dos botones, de un lado un botón que, si lo oprime, sale fuego de las mangas, del otro lado, si oprime, sale confeti. Se pone un sombrero de copa, alto y negro. Dentro de él un conejo blanco. Le da inicio a la música para elevar los sentimientos del público en los instantes correctos. Repasa una vez más el guion que él o alguien más le escribió. Recuerda a sus actrices qué harán. Salta al escenario. Hace su primer truco, todos aplauden. El mago está listo. El mago es un personaje que se parece más de lo que uno podría imaginar a un director de cine. Escribe, lee lo que otros le escriben o simplemente planea con anterioridad lo que hará, el show que dará y qué reacción espera en cada escena, en cada momento del truco. Al igual que un esquema clásico de una narrativa literaria o cineasta: inicio, nudo, desenlace. En la introducción le presenta al público los objetos que se van
a usar, el universo narrativo, las posibilidades que existen con todo eso. Por ejemplo: una mujer, una caja y un serrucho. La gente se imagina lo que pasará, es el efecto cuando se le entrega parte de las pistas, pero no todo. No. Nunca se le dice qué hay dentro de la caja o detrás de las cámaras. Sigue la ejecución, donde se plantea el problema. Corta a la mujer. Aparentemente es un problema imposible de solucionar. Luego, gracias a los poderes que también se habían planteado de alguna manera desde el principio, como mostrando el traje y diciendo que era un show de magia, el mago la une y soluciona el “problema”. Así opera la narrativa que normalmente manejan los magos y los directores. Hay películas de magos donde vemos –o más bien sentimos, ya que nosotros como espectadores realmente no vemos mucho– que la película es un triple show de magia en uno. Como una matrioshka del engaño. A este efecto se le llama metaficción, tratar un tema con su mismo formato, es algo autorreferencial. Es decir, una película de magos, en la que un mago habla sobre la magia y sobre el engaño. Cómo está construido nos hace pensar algo al principio que al final es todo lo contrario: nos engaña. Ese es el caso de The Prestige, que empieza con un personaje que nos narra y explica cómo son los actos de magia, y bajo esos mismos actos se va construyendo la película. La presentación del objeto, cómo se
desaparece y el prestigio, que es cuando las cosas vuelven, se resuelve, y solo quedan los aplausos. El truco que muestra el mago mientras hace su monologo es el de desaparecer un pájaro y reaparecerlo, dividido en esos tres momentos: Primero, la presentación de los objetos: un pájaro, una jaula y una manta. Segundo, la desaparición, en donde se pone al animalito dentro de la jaula y esta se cubre con la manta. Aplana la jaula de un solo golpe y solo queda la manta. La jaula y el pájaro desaparecen. El tercer paso, el prestigio, es reaparecer al pájaro: hace una floritura con sus manos y el ave sale volando. La niña frente al mago y los espectadores detrás de las pantallas se sorprenden (nos sorprendemos). La estructura de la película es parecida: presentación de los personajes, conflicto de la desaparición de alguno de ellos y desenlace. Aquí en este último punto nos aclaran cómo funciona la magia, como si al final de una película nos mostraran los trucos que hicieron para lograr efectos especiales. A veces encontramos el detrás de cámaras como contenido extra, pero para entender la película no es fundamental ver esto, en cambio en el caso de The Prestige es indispensable que nos muestren los trucos empleados para comprenderla. En esta historia no solo una vez se voltean los papeles de quién es el bueno y quién es el malo, sino que este proceso ocurre varias veces. Uno no sabe de qué lado estar,
si del de un mago o del otro. En el cine y en la magia ocurre este sentimiento de amor y desconfianza por el protagonista. La gente sabe que está siendo engañada, pero lo disfruta. Hablando de metaficción y de Christopher Nolan, Inception inicia con la pregunta: “¿Cómo llegamos aquí?”. En una película hay cortes, es casi imposible hacer películas de corrido, en plano secuencia, como intenta hacerlo ver Birdman. Esta vendría a ser como un día consciente, sin intervalos de desconcentración, sin tiempos muertos en los que nuestras cabezas se van a otro lado, como cuando imaginamos o pensamos mucho en un trayecto del metro y terminamos en una estación que ni idea. ¿Cómo llegamos aquí? En la vida diaria no pasa mucho, solemos ser conscientes de adónde vamos y de dónde venimos, pero es en el sueño donde existe esta elipsis. Sabemos que pasó tiempo por alguna razón, tal vez por el color del cielo, porque las personas que nos rodean ya no son las mismas o porque el lugar donde estamos es al otro lado de la ciudad o del mundo. Todos los directores de cine en las películas deben trabajar con ese formato de sueño, de tener cortes que luego se juntan. ¿Quién sueña un solo sueño en una noche y con una lógica lineal constante que nunca se rompe? ¿Qué películas ruedan de corrido? Inception pone al sueño y a la película en condiciones iguales de cortes inesperados pero que, como especta-
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El origen de ser un mago tras bambalinas, tras una cámara, tras una construcción compleja, detallada y, sobre todo, editada, fue con George Méliès, un mago, empresario y cineasta que combinó estos tres talentos para hacer un cine inolvidable. Un cine que genera emociones, que sorprende, que parece magia. ¿Cómo logró esto? Con los trucos de edición de video. Claro, en 1800 no existía Premiere, sino maneras muy rústicas de edición, recortar no con el mouse sino con tijeras. Editar le permitió reproducirse a él mismo en una misma pantalla y en un mismo tiempo, como en El Hombre Orquesta. Logró hacer el truco clásico de cortar por la mitad a una mujer y recomponerla, pero en una pantalla, y esta vez más difícil, ya que no fue con una voluntaria sino con él mismo, en el film El hombre de las mil cabezas, se quitó la cabeza y la puso en una mesa. ¿Estamos todos muy atravesados por el cine? O más bien: ¿Estamos todos muy atravesados por la magia? Si fueron primero los recursos de un mago, la imaginación de un mago y las escenas de un show de magia, estamos más atravesados por este que por el cine, el mejor truco fue hacernos pensar lo contrario. No hay que olvidar que el mismo mentor de Harry Houdini fue el de George Méliès, el mismo Robert Houdini, quien es inspiración y causante no solo de la magia moderna, sino que también parece ser un gran aporte involuntario para el cine. Si no se pensara en lo imposible, si no se pensara en controlar la mirada del espectador, si no se aplicaran unos sonidos, una actitud, una historia, una edición de objetos, de materiales, de planos, no se podría hacer magia, no se podría hacer cine.
Ilustración: Laura Calle Puerta lauracallepuerta30@gmail.com @_lacallep
dores o soñadores, no solemos juzgar. Somos entonces, mayormente, unos espectadores pasivos en lo onírico, en el público de un show de magia y frente a una pantalla. Es placentero sentir que nos llevan de la mano, que nos digan “escoge una carta”, que nos guíen. En medio del acto no hay énfasis en las cartas, solo en palabras que no pretenden ser recordadas. Cuando el mago hace de tahúr y encuentra la carta de una manera sorpren-
dente, el público aplaude, sale del teatro y comenta según sus recuerdos: “Yo agarré una carta, la carta se perdió y de repente el mago, no sé cómo, la encontró”. La desviación de la cámara que se enfoca en el extra y vuelve al punto central cuando todo ya está listo, ese el tipo de elipsis que utiliza el mago. La mejor manera de disfrutar un show de magia o cualquier tipo de espectáculo es no cues-
tionarlo, porque pierde su misterio. Al cuestionarlo empezamos a tener consciencia de esto y lo otro, como ¿qué pasaría si en una película de terror quito el sonido? ¿Se empezarían a ver y sentir otras cosas? ¿Qué pasaría si en un show de magia cuestiono el atuendo del mago y pido que se quite o yo mismo le quito su chaleco? Se caerían sus palomas aplastadas, sus barajas trucadas, sus sombrillas amarradas, todo se caería.
Pareciera que el espectador tiene la opción de mirar a donde quiera, pero la cámara mira al punto que quieren que miren. El mago usa distracciones o hasta señala el punto donde debemos mirar, y lo hacemos. Nos sentimos en una libertad absoluta, guiados pero libres, cuando en verdad estamos siendo manipulados por todos estos artilugios de los directores/magos, que usan en cada función. Así las repitamos o las volvamos a ver, vamos a seguir cayendo en la trampa, en el truco, de seguir sintiéndonos bien al ser engañados por estos grandes artistas.
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El Gran Danés y Pablo Patiño | pablogp0712@gmail.com |
@pat_patinson
En el año 2003, el director danés Lars Von Trier estrenaba la película Dogville, prometiendo con esta, una trilogía disruptiva que analizaría a la sociedad estadounidense. Hasta el momento solo dos películas se han estrenado. ¿Qué pasó con la cabeza de ese tríptico, cómo fueron sus predecesoras y qué podríamos esperar de esa persona non grata preferida que es Von Trier?
Prólogo “Limitarse es forzar la imaginación” dice el Gran Danés. Si trabajas con ciertas limitaciones, tienes que pensar fuera de lo común y es a través de estos cercos autoimpuestos que surgen grandes obras de arte. Por algo se dice que los mejores inventos de la humanidad han surgido de carencias. En esto se basaban aquellas reglas que conformaban el Dogma 95, doctrina fílmica de la cual el Gran Danés fue coprofeta: Se rodará con cámara en mano, prohibida la música no diegética, ninguna luz especial ni artificial,solo se grabará en locaciones reales, en los créditos no se mencionará al director… Unas limitaciones que siguió a cabalidad solo en su película Los Idiotas (1998), en la cual un grupo de personas deciden actuar como si tuvieran problemas mentales. Desde entonces ha ido matizando su trabajo, y cada vez más música, más efectos y más giros finales desesperanzadores. Sin embargo, existe —y al mismo tiempo no— una terna de películas en las cuales estas ataduras se potencializaron hasta crear un estilo trasgresor y fácilmente reconocible, la trilogía “Estados Unidos: tierra de oportunidades”. Compuesta por las películas Dogville (2003), Manderlay (2005) y la aún vaporosa, apenas imaginada Washington, el danés ha puesto su experto dedo en la ya honda llaga de la hipocresía. Confrontó a un país que nunca ha pisado —como tantos de nosotros— pero que de alguna manera siente suyo por una osmosis comercial y cultural y que al mismo tiempo repudia—como ellos a los otros—. La grande, la pionera, la democrática, la tierra de las libertades, la farandulera, la terca, la cerrada, la ya falta de sorpresas, es pisoteada por el Gran Danés en una crítica externa y aguda a la (a) moralidad de La Gringa. En su libro Los niños perdidos, Valeria Luiselli nos presenta la
primera pregunta que se le hacen a los niños indocumentados que cruzan la frontera: “¿Por qué viniste a los Estados Unidos?”. De igual manera, es aceptable preguntarse al inicio de este texto y de ver las mencionadas películas ¿por qué mirar a Estados Unidos? ¿No tiene Dinamarca sus propios argumentos sociales? Un danés hablando de Estados Unidos, y peor, un colombiano escribiendo sobre un danés que habla de Estados Unidos. La trilogía nos muestra la aparente banalidad de analizar a un país que no es el nuestro, y por esta misma razón, por la falta de una unión maternal con la tierra, los crudamente honestos resultados que se logran.
Dogville Cada idioma tiene sus ricos y degustables juegos de palabras. En nuestra lengua tenemos pueblitos sonoros que se quedan dando vueltas en la memoria, como un disparo en las llanuras: el Macondo de García Márquez, la Santa Teresa de Bolaños o la Comala de Rulfo. Pero en esta, nuestra rimbombante lengua, llamar a un lugar pueblo perro puede ser mejor dejárselo al inglés. El Gran Danés crea el pueblito estadounidense de Dogville, sin punto geográfico claro, para darle un lugar de huida a Grace, la protagonista, que llega una noche mientras unos hombres agabardinados y escopetados la buscan. Son los años 30 y La Gran Depresión aún les estira los cueros de los estómagos a los americanos. El pueblito decide esconder a la extranjera, la migrante, pero temiendo las represalias de los mafiosos aceptan algo a cambio:
la ayuda de Grace en los trabajos del pueblo. Una ayuda que luego se convierte en compañía para algunos, en amistad para otros, en experimento social para aquel y en abuso y tormento para ella. El director inventa un estilo minimalista para retratar a un país que tiene como otro dogma la defensa de la propiedad privada a toda costa. En este pueblo, las casas, las calles, los lugares privados y públicos, el mundo, está delimitado por simples líneas blancas en el suelo de La Gringa. Efecto herencia del Dog-ma 95 (escuela de perros, ¿tal vez?). Aunque no se limita a sus limitaciones. Por ejemplo, sí existe música, pero esta es más una clase de estribillo leitmotivante. El Cum dederit de Vivaldi, con una siciliana que se desplaza como un perro con
las patas traseras quebradas. En los créditos estará David Bowie con su canción Young Americans, mientras se muestran las peores fotografías de La Gran Depresión. Es irónico pensar en una película con esta falta de muros para un país que, en la actualidad, se empecina en cercarse por completo. Este efecto y defecto da la capacidad de poner al espectador en la posición omnipresente, omnisciente, pero por completo impotente de un dios, observando con tristeza los comportamientos de esos seres. Observa una conversación aquí mientras los niños
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La Gringa Grace dejando atrás el pueblito, con el poder de las armas en sus manos, y con la idealista misión de utilizarlo para mejorar el mundo.
Ilustración: Pablo Agudelo @pabloagart juegan allá, ve a Grace escondida en la mina mientras los hombres de las armas preguntan por ella y observa la simple vida cotidiana mientras una mujer es violada en una habitación, separados apenas por una simple y cómplice tabla, que ni siquiera existe para el espectador. Para el Gran Danés, feminista de profesión con sus protagonistas mitad heroínas mitad mártires, nada de datos sin ejemplificación, nada de “cada 3 minutos una mujer es abusada”, él nos va a mostrar que estos actos ocurren mientras los niños juegan y los perros ladran.
El tema canino dará vueltas por toda la subtextualidad de Dogville “mostrando los dientes”. ¿Es el hombre americano un lobo para los demás? La hostilidad de La Gringa que le gruñe inmediatamente a todo el que venga de su afuera. La película termina demostrándonos que “Los perros pueden aprender muchas cosas útiles, pero no si los perdonamos cada vez que obedecen su propia naturaleza, si estos lamen su propio vómito, deben ser azotados”.
Manderlay La secuela inmediata de Dogville inicia dos días después, con
Ya había dicho al final de la anterior que “Si existe algún lugar sin el cual el mundo sería mejor, es Dogville” y con este deseo se le presenta la situación perfecta para utilizar sus balas democratizantes. Una pequeña hacienda en el sur norteamericano llamada Manderlay donde un grupo de personas negras ignoran la abolición de la esclavitud y continúan viviendo para sus amos. La indignada Grace invierte así los papeles, libera a los esclavos y a los antiguos amos los obliga a unos días de aprendizaje racial. Se encuentra con la resistencia de muchos antiguos esclavos —o negros sumisos, como los clasifica un libro infame —en donde le expresan que: “No estamos listos para una nueva forma de vida. En Manderlay los esclavos comemos a las siete. ¿A qué hora comen las personas libres? No sabemos esas cosas”. Ella responderá que: “Esas puertas —las de la hacienda y la libertad— debieron haberse abierto hace 70 años” para luego oír a uno de los negros orgullosos responder con un extraño acento africano: “Pero antes de eso, supongo que estaban completamente justificadas”. Grace implanta la democracia entre los nuevos libres, solo para entender al poco tiempo los fatales errores que conlleva modificar el status quo y dejar toda decisión en manos de los ciudadanos. Tiranía de muchos, poco instruidos y dispuestos a votar para castigar a uno de los suyos con la muerte o para definir qué horas es.
La historia se basa, según el director, en el prefacio del libro La historia de O, de Pauline Reage, en el cual un grupo de recién liberados esclavos en Barbados vuelven a rogar a sus antiguos amos por trabajo ya que mueren de hambre, sus amos se niegan y terminan siendo masacrados por estas nuevas almas libres. Manderlay es la reimaginación de este dilema, pero en una tierra donde la libertad es impuesta a los otros, la libertad de morirse de hambre.
Washington En las últimas entrevistas dadas por el Gran Danés sobre su última película La casa que Jack construyó (2018), lo que más preocupa son sus manos parkinsonianas y su confesión de graves problemas de alcoholismo. Pensando en su salud, pero desde un egoísmo entregado al arte —como él nos celebraría— preocupa la posibilidad de una trilogía incompleta. Sabemos que no es propio de él dejar a sus tríos sin su cabeza, los otros dos fueron la trilogía del corazón de oro y la trilogía de la depresión. Entre aquellos que tenemos a Von Trier en la lupa y que no nos perdemos ninguna de esas entrevistas incómodas pero ilustrativas, nos queda el temor de pensar en que Washington será otro ejercicio artístico del director, una película nunca hecha pero imaginada por todos, proyectada en todas las mentes de sus seguidores. Manderlay termina con Grace huyendo, de nuevo. Solo podemos suponer, basándonos en la localización, que la próxima película puede tratar el tema del gobierno norteamericano. Si para el final de la segunda película, Grace no ha aprendido la arrogancia e inutilidad de sus concepciones del bien, de la comunidad, de la democracia, de la libertad, ¿por qué habría de hacerlo La Gringa?
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Ni galantería ni coquetería Maria Fernanda González Molinares | mfgonzalem@eafit.edu.co |
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l viernes 14 de febrero en Morada Noticias programa radial del colectivo Morada de la Comuna 13 de Medellín, un grupo de mujeres realizaron cinco denuncias de acoso sexual al periodista y profesor universitario Guillermo Zuluaga. Las mujeres expresaron sentirse vulneradas por actitudes del profesor mientras recibían clases de periodismo. El profesor había sido anunciado el 27 de enero como director de Eventos Del Libro. Diez días después el movimiento político Estamos Listas, con una curul en el Concejo de Medellín, y el colectivo Oh Posición publicaron comunicados sobre las denuncias. Lo publicado por Morada noticias ocasionó el martes 18 de febrero la renuncia de Zuluaga a la postulación y una acción de tutela por parte de este que resultó en una medida provisional del Juzgado Séptimo Administrativo Oral de Medellín, en la que le ordena a Código Secreto (de Noticias Caracol) y a Morada Noticias que “cesen las publicaciones que tenga relación con el supuesto acoso sexual que se le endilga al accionante, hasta tanto, se resuelva de fondo” lo cual es, como expuso la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) un limitación a las labores periodísticas y la libertad de prensa. En medio de las acusaciones y el posterior proceso legal, se cancelaron algunas clases de este profesor. Más de veinte sillas vacías, un profesor ausente, el “ejemplo” silencioso del periodista y profesor que calló a sus colegas. Las clases no se impartieron, sin embargo, los estudiantes de periodismo aprendieron mucho sobre la censura ¿La libertad de prensa solo sirve cuando el cuestionado es el otro? Guillermo Zuluaga nunca comenzó sus labores en el cargo para el que fue nombrado. ¿La razón? En sus palabras: “los sentimientos que me generan ser víctima de una persecución femenina, acoso y autoacoso”.
@mafmerta Gabriel • Gabriel Amador Yepes | gabayepes@gmail.com
La declinación al nombramiento iniciaba con el comentario de: “Hoy, al cabo de 21 días, comienzo a salir del infierno”, aparentemente, un fin de semana para él, insoportable. También calificó como “supuestas víctimas” a las mujeres que, según él, malinterpretaron sus actos de “galantería y coquetería”, agregó además, que es víctima de “grupos viudos del poder político que han visto en esta coyuntura la posibilidad de presionar a una administración que recién inicia”. Tan preocupante como las acusaciones son las respuestas de Zuluaga, de esas palabras él no puede exigir duda o silencio. La naturalización de un fenómeno cancerígeno y común a varias generaciones como lo es el acoso. Una normalización que el profesor reprodujo cuando expresó que las víctimas malinterpretaron sus intenciones. Pareciera ser que un designado para dirigir la Fiesta del Libro, mínimo, un buen y ávido lector, desconociera la desactualización del prototipo de hombre instaurado, por las aventuras del Don Juan más desvergonzado. También este personaje literario, cuando se jactaba de haber tenido mil en Francia, nueve y una en Turquía y en España, mil tres, pudo haber justificado la confusión de estas mujeres con sus actos de galantería y coquetería. En su comunicado, Zuluaga también escribió de su salida de un infierno. ¿Será este infierno parecido o comparable al que experimenta una estudiante cuando es objeto de las miradas y comentarios incómodos, así como los contactos no consentidos de un profesor? ¿Será igual al de una estudiante forzada a repetir materias por no aceptar las invitaciones de un educador? También cabe resaltar con una luz de duda a la Alcaldía de Medellín, que realizó el nombramiento inicialmente, pero no detuvo el proceso de contratación, manteniéndose al margen de la situación de las víctimas. Es evidente que tanto la Alcaldía de Medellín
como Zuluaga se han encargado de crear un discurso de contradicciones. El alcalde Daniel Quintero olvidando las “gafas violetas” con las que prometió tener una administración con enfoque de género y el profesor y periodista censurando a sus pares. En el proceso de escritura de esta columna de opinión, en diferentes universidades privadas de la ciudad se organizaron plantones para protestar en contra del acoso sexual y de la falta de protocolos para las víctimas. Las estudiantes exigen la creación conjunta, entre todos los miembros de la comunidad educativa universitaria, de protocolos que incluyan atención psicosocial para las víctimas, proceso disciplinario para los profesores y estudiantes, con garantías para todas las partes involucradas además de acompañamiento en procesos judiciales de esta índole. También, la sentencia de fallo frente a la tutela interpuesta por Zuluaga aún está a la espera de emitirse en el transcurso de esta semana, la última de febrero. La cual puede ser apelada por Noticias Caracol y Morada Noticias, en caso de ser perjudicadas con la decisión. Fenómenos como la normalización del acoso sexual, la revictimización y la censura a los medios de comunicación que cubren estos temas son reprochables, desconocen las afectaciones a las vidas de las víctimas y la labor de los periodistas que como lo recordó la FLIP en su comunicado: “no están limitados a informar u opinar únicamente sobre asuntos o hechos que hayan sido llevados a la justicia o que estén en proceso de investigación”. Es este un asunto que propone preguntas necesarias y una reflexión más profunda sobre al acoso sexual, las posiciones jerárquicas que posibilitan este fenómeno y la libertad de expresión en un país donde con gran facilidad periodista calla a periodista.
Para denuncias referentes a Zuluaga se dispuso la línea 123 mujer con el código 10434758. Para denuncias de acoso, abuso, matoneo o discriminación, los estudiantes de EAFIT pueden contactarse al correo centrodeintegridad@eafit.edu.co este es revisado diariamente y es el primer paso del protocolo establecido por la universidad para dar respuesta a problemáticas de género.
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Asociación Cultural Periódico Estudiantil Nexos MARZO 2020
Niñas y mujeres: historias de aparente intrascendencia Maria Fernanda González Molinares
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veces, impávidas ante sus verdaderos sentimientos. Este mundo no fue pensado para ellas, por lo que, en el desarrollo de las historias, deberán adaptarse a él y aprender a hacerle frente. Las figuras masculinas que aparecen en los cuentos reproducen el rol tradicional de los hombres frente a sus familias en nuestro contexto, son distantes con sus hijas e irrespetuosos con sus parejas. Efímeras es un libro que conecta al lector con las vivencias y recuerdos de las niñas y mujeres que habitan sus páginas a través de una narración detallada, honesta y sensible. Eulalia, protagonista de La voz de los niños en el cuento Un regalo de Navidad, se emociona al recibir una caja de tierra como regalo de navidad, ya que por primera vez podrá jugar con esta sin ser regañada por su mamá. Isabel, uno de los personajes de Féminas, huye de la soledad y los silencios incómodos de un matrimonio infeliz al compartir su tiempo con una de las trabajadoras de su rancho. El libro publicado por la Editorial EAFIT ofrece al lector una portada en la que se evidencian los matices de las niñas y mujeres presentadas en los textos, y el peso de la sociedad antioqueña sobre sus hombros, representado en un velo negro que cubre la mitad de su rostro. Además, en el libro se aprecian pequeñas y efímeras ilustraciones que acompañaran al lector a través de la intimidad de los relatos.
Precio: $40.000
E
fímeras es el más reciente libro de la escritora bumanguesa Emma Lucía Ardila. Una recopilación de cuentos, en los que la autora relata momentos de aparente intrascendencia, a partir de la historia personal de niñas y mujeres. En ellas es posible atisbar cómo se configura la sensibilidad y la individualidad en los instantes narrados. El libro está dividido en tres partes: La voz de los niños, Infames y Féminas. En cada una el lector encontrará principalmente voces en primera persona, que narran los acontecimientos sin mayores pretensiones ni adornos excesivos del lenguaje. Cada sección, exceptuando la primera, está narrada por diferentes niñas y mujeres. Los temas son variados, pero comparten el desencanto con la realidad
que produce crecer, la intimidad familiar y las violencias a las que son expuestas las niñas, sin distinciones de edad, clase social, religión o lugar de origen. En el libro, es posible entrever la relación de la autora con Medellín, ciudad donde se ha educado y ha desarrollado su carrera como docente, escritora y editora. Aspectos como: la influencia del catolicismo en la crianza y la educación femenina, el rol de la mujer y la búsqueda de estatus social hablan del carácter de la sociedad antioqueña, que en las últimas décadas ha sido tan cuestionado. El tono, entre dulce y nostálgico, acompaña al lector advirtiéndole que en su mayoría no son cuentos con finales felices. Las niñas y mujeres de Efímeras observan su entorno con detenimiento, a
Efímeras es un recordatorio de que los momentos más trascendentales en las vidas de las niñas y mujeres suceden en la cotidianidad, también, una invitación para hacer del mundo, pero especialmente, de nuestra sociedad, una pensada para ellas, donde ninguna, sin importar su edad, clase social, religión o lugar de origen sea violentada. Donde sus historias personales y sus voces dejen de ser consideradas ruido y sean finalmente escuchadas al mismo nivel que las de los hombres.
La Biblioteca te conecta
con el conocimiento
Es un hecho que nuestra Biblioteca está y siempre ha estado comprometida con el mejoramiento continuo de sus servicios. Con base en los resultados de la encuesta de satisfacción, así como en los comentarios y sugerencias de los usuarios, cada año se plantean nuevos proyectos y se reformulan los ya existentes para facilitar el acceso a la información y apoyar los procesos de aprendizaje, descubrimiento y creación, cumpliendo de tal manera con su misión. El fomento de la lectura, el desarrollo de competencias, la gestión de la información y la sana convivencia han sido algunos de los temas tratados por tales proyectos. Sin embargo, pese a dichos esfuerzos, gran parte de los estudiantes realmente no tiene conocimiento de los recursos a los que pueden acceder. Es por ello que la campaña de este año, La Biblioteca te conecta con el conocimiento, está orientada a promover el uso de los servicios que ofrece, con el fin de que sean conocidos (y algunos reconocidos), descubiertos y aprovechados por la comunidad. En este sentido, se han hecho intentos, físicos y virtuales, para llegar al público, antiguo y nuevo. En particular, destacan los afiches, rompetráficos y vallas alrededor de la universidad, los separadores para libros dispuestos en los centros de atención y, por supuesto, la página web de la institución. Algunos de los servicios que ofrece la Biblioteca son: 91 bases de datos de alta calidad, para recuperar información de fuentes digitales en distintos formatos; el repositorio institucional, que almacena toda la información académica y científica de la universidad; las alertas temáticas, que les permiten a los usuarios recibir notificaciones personalizadas sobre libros y artículos publicados en las bases de datos en temas de su interés; las búsquedas bibliográficas, que sirven a la hora de elaborar bibliografías para trabajos de investigación; el centro de datos DANE, que contiene información estadística de investigaciones producidas por dicha entidad; la obtención de documentos Celsius, que permite solicitar copias de artículos, documentos, normas y patentes en varios países del mundo; el consultorio de normas APA, que orienta a los usuarios en su aplicación; la solicitud de material bibliográfico, por medio de la cual se puede pedir la adquisición de nuevos elementos; y el servicio para personas ciegas o con baja visión, que busca garantizar el acceso de todos los estudiantes a los beneficios de la Biblioteca. Los anteriores, entre muchos otros servicios, representan una gran ventaja para los estudiantes, pues proporcionan herramientas que resultan útiles no solo para las actividades propias de la academia, sino para el desarrollo intelectual, cultural y artístico, que deberían ser aprovechadas al máximo por todos. Aunque no todos hagan uso de los espacios brindados por la Biblioteca, siempre podrán contar con ella para lo que necesiten. Esta es la verdadera razón de la campaña. La Biblioteca, no solo presta libros; nos conecta con el conocimiento, y siempre lo hará. La montaña lleva años yendo hacia Mahoma, y no va a parar de recordárnoslo.