Edición 223 Periódico Estudiantil Nexos

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Asociación Cultural Periódico Estudiantil Nexos MAYO 2021

Una semilla

Andrés Carvajal López | acarvajall@ea

El Centro Cultural Altavista, reconocid bahareque, se prepara para retomar a aniversario, continuando con la tra

A

llí, en lo alto de una montaña que pinta de verde el paisaje suroccidental de la ciudad, a la que solo se puede acceder por una calle angosta y deteriorada en la que no caben dos integrados al mismo tiempo. Allí, donde el paisaje está adornado por casitas de guadua, concreto y, en el mejor de los casos, ladrillo, que parecieran no aguantar la más tenue de las tempestades. Allí, unas cuantas cuadras más arriba de una virgen que hace las veces de peaje, registrando la entrada y salida de quienes cruzan la última frontera de la ciudad, se encuentra la Corporación Cultural Altavista. Mencionar a Altavista puede producir muchas reacciones negativas entre los medellinenses. Resulta común obtener respuestas que evocan aquel pasado violento que marcó la historia del territorio y hasta el habitual comentario que confunde al corregimiento con Bellavista, una famosa cárcel a la que, según se advierte, hay que ir con todas las precauciones para no tener ningún percance. La verdad es que quedarse con la imagen que proyectan las noticias sobre este territorio no le hace justicia a esa cierta apacibilidad que se respira en el lugar. Quizá sea la vasta vegetación que aporta esa frescura parcial o tal vez sea el mosaico nublado que contienen los intensos rayos de sol del mediodía. Pero de lo que no cabe duda es que “La Corpo”, como cariñosamente la llaman sus miembros, ha cumplido un papel fundamental en la reconstrucción del tejido social de dicha región, aportando una alternativa de esparcimiento cultural a personas de todas las edades. La institución destaca –entre muchas otras que tienen una motivación similar– no solo porque en julio llegará a los 20 años de creación, sino también por la peculiar arquitectura de su sede principal, que combina una estética rústica con pequeños detalles artesanales que la hacen única en su tipo. La casa se roba todas las miradas porque fue edificada a partir de técnicas de bioconstrucción, es decir, que se emplearon métodos como los que solían usar nuestros antepasados para erigir sus viviendas, con la utilización de bahareque y tapia que, a su vez, resultan ser materiales amigables con el medio ambiente. “La Corporación toma dos bases: la primera es que quiere ser una con su entorno, y la otra es la tradición. El corregimiento es rico en tierra, por eso quisimos aprovechar este material para construir la casa y, también, quisimos adoptar esas técnicas ancestrales para hacerlo”, comenta Juan David Monsalve, representante legal y socio de la organización.

Esta vivienda cuenta con dos plantas que fueron aseguradas con columnas de concreto para garantizar su estabilidad, pero cuyos muros, ventanas y decorados están hechos de una mezcla de barro apisonado y componentes vegetales secados al sol; lo cual aporta a esa esencia cultural, a esa gran apuesta por el desarrollo artístico que en este recinto se hace evidente hasta en las paredes, luciendo distintas figuras inspiradas por el arte prehispánico y por la filosofía zen. La idea de crear un espacio para incentivar las manifestaciones culturales en el corregimiento nació de Jairo Alberto Valencia, docente de una institución educativa de la región que logró identificar una necesidad latente entre los niños y jóvenes de principios de los 2000 por realizar actividades lúdicas, deportivas y, especialmente, culturales en su tiempo libre, como medida de contención para hacerle frente a las problemáticas que había en el entorno. Al terminar la jornada académica, el profesor solía reunirse con algunos de sus estudiantes para acompañar su proceso de formación artística y social. Pronto se corrió la voz de lo que estaba sucediendo en el corregimiento y el grupo comenzó a crecer hasta congregar cerca de cien participantes en cada reunión. A partir de este punto se empezaron a organizar ventas de empanadas, se ofrecían shows de payasos y hasta de malabares para recolectar fondos que permitieran comprar instrumentos musicales y otros elementos para llevar a cabo nuevas actividades. De este modo, La Corpo pasó sus primeros años como un colectivo de voluntarios que se reunían para inculcar y acompañar el desarrollo de capacidades artísticas en los más jóvenes de la comunidad. A pesar de esto, cada vez se hacía más evidente la necesidad de tener un sitio propio para congregarse, en vista de que no siempre se podía contar con un lugar fijo. “La corporación en sus inicios era muy nómada. Los espacios que nos prestaban no sabíamos si en verdad teníamos disponibilidad para ocuparlos completamente. Por eso, en 2009 nos pusimos como meta comprar un espacio propio”, recuerda Juan David. Y fue esa motivación de querer tener una morada lo que llevó a los miembros de la organización a poner todos sus esfuerzos en función de encontrar la anhelada estabilidad. Por fortuna, ese mismo año tuvieron la oportunidad de ejecutar un proyecto en conjunto con la Secretaría de Cultura de Medellín, lo cual supuso unas buenas utilidades que, sumadas a los ahorros que ya tenían, fueron suficientes para adquirir un pequeño lote con una casa prefabricada en la parte alta del barrio La Perla, justo frente al colegio que los vio nacer.


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