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1.7 Alamedas
Alameda de los Descalzos. Colección Jorge Benavides-Lima La Única
La iglesia del Santo Cristo se hallaba en estado ruinoso y, por lo tanto, clausurada.
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1.7 ALAMEDAS
Fuentes dice que en 1862 había en Lima 3 alamedas: la de los Descalzos (llamada también Alameda Grande y Alameda Vieja); la del Acho (o Nueva); y la del Callao. No cita la Alameda del Tajamar acaso porque estaba en condición ruinosa.
Alameda de los Descalzos
En la sesión tenida por el ayuntamiento el 6 de febrero de 1609, los alcaldes D. Juan Dávalos de Ribera y don Fernando de Córdoba y Figueroa manifestaron que el virrey conde de Montesclaros les había hablado acerca de la conveniencia de hacer una alameda desde el molino de Francisco de San Pedro (actual calle de Copacabana) hasta el Convento de los frailes Descalzos (de Nuestra Señora de los Ángeles entonces) para que el camino que había entre esos dos puntos se arreglase y limpiase de la mucha arena y piedras que tenía y para que con mayor facilidad la gente devota frecuentase a aquella
iglesia y los religiosos franciscanos pudieran venir a la ciudad, ya que por no haber ningún alivio de sombra en tiempo de verano no lo podían hacer todas las veces que tenían necesidad, si no era muy a costa de su salud. El cabildo acordó que se hiciese la alameda colocándose en ella fuentes de agua. La obra se inició el 13 de mayo de 1609 con el dinero que dio el ayuntamiento y con el que aportó el virrey. En 1611 la alameda tenía ya colocadas tres fuentes pero faltaba plantarla y allanar sus calles, por lo que el alcalde de entonces, don Julepe de Ribera y Dávalos solicitó la aportación de más dinero. Para las fuentes se trajeron de Panamá 61 piezas de piedra. Concluida la obra, con sus tres calles y las referidas tres fuentes, tuvo un costo de poco más de 30.000 pesos. Para su conservación el virrey cedió al cabildo la renta que producía el estanco de la nieve y aloja. Desde sus comienzos la alameda no prosperó, tanto porque el virrey príncipe de Esquilache quitó a la ciudad la renta del indicado estanco, cuanto por haberse hecho la obra en lugar pedregoso y arenoso, poco apto para el sembrío. Ya en 1613, el paseo estaba descuidado, los árboles decaídos y las fuentes sin agua. Luego una de esas pilas, que habría sufrido maltratos, fue llevada a la Plaza de Santa Ana. En 1614 se acordó restaurarla y sacar a remate su restauración. El rematista Juan de Javares decía ese año que a la alameda acudía mucha gente, hombres, mujeres y muchachos, que
Paseo de Aguas. Colección Jorge Benavides-Lima La Única
apedreaban los árboles y los frutales; por lo que se le autorizó para enviar presos a los depredadores. En 1615 se procedió nuevamente a restaurar la alameda, la que, según se dijo, estaba tan destruida que para repararla se requería gran cantidad de dinero. En 1624, los vecinos del barrio de San Lázaro acudieron al cabildo manifestando que ellos labraron sus casas con mucho gasto porque adquirirían valor con la mucha gente que pasaba por ellas para ir a la alameda, la que habiendo estado terminada con sus árboles, fuentes y tornos, maliciosamente, por oscurecer obra tan insigne, la habían dejado perder, de suerte que se le habían arrancado la mayoría de sus árboles, quebrado y quitado las fuentes y cegado las acequias. El cabildo expresó entonces que era muy necesaria su restauración para que en ella se recrease la gente de la ciudad, pues se hizo para ese efecto. En ese año de 1615, el virrey marqués de Guadalcázar volvió al cabildo el estanco de la nieve para su anterior objeto. Un Antolín Reynoso remató entonces dicho abasto, comprometiéndose a replantar la alameda con sauces, alisos, naranjos, nogales y otros árboles, a allanar las calles y colocar otra fuente en sustitución de la que se había quitado. Hacia el año 1640 la alameda, según Cobo, tenía 200 pies de largo, con tres anchas calles, con ocho hileras de árboles de varios géneros, y en la calle de en medio, a iguales trechos, tres fuentes de pila, labradas de piedra y con agua de pie, para lo que se hizo una cañería que conducía agua del río. “Túvose atención a que saliese el modelo de la alameda de Sevilla en su traza y grandezas, y fuéralo sin duda si le ayudase el suelo, pero está muy desmedrada respecto de abono, puesta en un seco pedregal, sin otro migajón de tierra que lo que el río en años pasados ha dejado robados con sus corrientes. Con todo, es muy frecuentada de las gentes que sobre la tarde salen en verano a ella a pasearse y tomar fresco”. Así, con repetidas alternativas de decaimiento y de restauración prosiguió la Alameda de los Descalzos su existencia dos veces secular, siendo en la época virreinal el concurrido escenario de los limeños, principalmente en las fiestas de San Juan y de la Porciúncula. En el año 1856 el gobierno del Gran Mariscal D. Ramón Castilla encargó al respetable ciudadano y acaudalado comerciante D. Felipe Barreda y Aguilar el arreglo del paseo, quien llenó su comisión con austera actividad. Fue rodeada de una verja de fierro de un largo de 1.196 varas. Se colocaron en ella 12 artísticas estatuas representativas de los doce meses del año, 100 jarrones de fierro, 50 asientos de mármol y varios faroles de alumbrado. Hacia su extremo norte se hizo un estanque circular con un
surtidor que, recibiendo el agua de una cañería de fierro traída de la acequia del cerro llamado de las Ramos la hacía saltar hasta considerable elevación. Se plantaron varios millares de plantas y, una vez colocada la verja, advirtió Barreda la necesidad de cubrir la parte superior de los ocho machones de la entrada, para lo que compró a don José Canevaro las pequeñas estatuas que allí se colocaron. La obra de Barreda duró desde el 12 de enero de 1856 hasta el 12 de septiembre de 1857 y tuvo un costo, sin incluir el valor de las 12 grandes esculturas –traídas de Europa– de 53.426 pesos. La alameda ocupaba un área de 60.623 varas cuadradas. Juan de Arona narra que las primeras astrapeas (árbol de ornato oriundo de Australia o del sur de África) introducidas en Lima fueron plantadas en esta Alameda de los Descalzos, en la parte exterior de la verja.
Era una verdadera novedad para los limeños ver árboles tan elevados y señores que dejaban atrás a los más viejos paltos. Ese Paseo de los Descalzos que con los cenicientos y desgarrados cedros que le forman marco, y con sus tres monasterios, del Patrocinio, Santa Liberata y los Descalzos, que adrede parecen tan simétricamente colocados, ese romántico paseo que podría haberse tomado por un sitio cinegético consagrado a San Huberto por la devoción de los cazadores, se presenta hoy (año 1884) expuesto a todo sol y cubierto impunemente de ingrato polvo. La parte geométrica del paseo, la verja de fundido de hierro y las inexpresivas (sic) estatuas zodiacales, ahí están; pero faltan los árboles seudo seculares. Los cortaron porque se descubrió que las raíces pasando por debajo de la verja, la suspendían y la jorobaban y la corcovaban. Además esas necias florecitas de la importación europea, que a nada huelen, y que llenaban los cuadros interiores, no podían prosperar por la sombra de las malditas astrapeas.
Las astrapeas se colocaron por el año 1864.
Característicos de la alameda fueron sus árboles llamados boliches, bolitos según el mismo Arona, quien dice de ellos:
Árbol indígena y de adorno. Es de majestuosa altura y porte, y da unos pequeños frutos redondos de corteza rojiza y oscura que alfombran su pie, desprendiéndose fácilmente de las ramas. Echados en agua levantan espuma como el jabón, por lo que también se le llama árbol de jaboncillo. Desaparecido el zurroncito correoso, queda la bolita o
Vista panorámica de Lima desde donde se aprecia la Plaza de Toros de Acho. Colección Jorge Benavides-Lima La Única
cuesco interior, renegrida, como cuenta del rosario, que da nombre al árbol: el boliche.
Los niños utilizaban el boliche para sus juegos y los fabricantes de jaulas de pajarillos los usaban como adorno de ellas. Hace alrededor de tres décadas que la bella verja de la alameda fue extraída, con lo que experimentó golpe mortal este desventurado paseo que el ilustrado virrey conde de Montesclaros mandó formar recordando aquella que él contemplaba en Sevilla, cuando fue asistente o alcalde mayor de ella, y a la que acaso prodigó solícitos cuidados. Habría que repetir ahora lo que Juan de Arona decía con amargura, a propósito de la muestra en el año 1884:
¿Qué cuenta dará a la posteridad esta generación política de medio siglo, que nada guardó, conservó o respetó, que todo lo dispersó, desde la riqueza fiscal hasta las obras públicas y los viejos árboles?
Cabe apuntar que en el aludido Cerro de los Ramos, hoy llamado Cerrito de las Ramas, había una pequeña huerta de unas señoras de apellido Ramos,
huerta que en 1741 era de propiedad del conde de San Donás, año en que se mandó hacer un callejón que saliese de la huerta a la alameda.
Alameda de Acho
Esta alameda fue formada el año 1773 y se le llamó Nueva, porque su construcción fue posterior a la de los Descalzos o Vieja. Su última nominación de Alameda de Acho (propiamente “del Acho”) provino de la circunstancia de que ella terminaba al inmediato costado del lugar llamado el Acho. Acho, vocablo de origen arábigo, era en las ciudades españolas el lugar eminente o levantado de la población desde el cual se le dominaba con la vista y desde el cual, en los pueblos cercanos a la costa se vislumbraba el mar. Así, por ejemplo, en el Peñón de Gibraltar el acho era su punto más culminante, desde el que los vigías oteaban las naves enemigas. La Alameda del Acho tenía tres calles: una central, destinada a los carruajes y gentes de a caballo, de 14 varas de ancho y 316 de largo hasta el círculo en cuyo costado se levantó la Plaza de Toros o Plaza de Acho; y dos laterales, de 5 y media varas de ancho. La alameda continuaba hasta los llamados Baños del Puquio o de la Piedra Liza (actual barrio de Cantagallo). Por aquel círculo u óvalo se formó el denominado Paseo Militar, donde primitivamente, en la época republicana, se colocó el monumento a Cristóbal Colón. En 1849 esta alameda fue refaccionada, reformando el muro que daba al río y dotándola de asientos en su óvalo final. Tenía entonces plantados 608 sauces.
Alameda del Callao
Decía Fuentes que este paseo era el que se encontraba en peor estado, con sus vías de a pie destrozadas y constantemente anegadas por los desbordes de las acequias y con las paredes que le cercan en completo estado de desaseo. La calle del centro tenía 16 varas de ancho; y las 2 laterales, 4 varas. Su largo desde la portada hasta el tercer óvalo era de 1.449 varas. En las dos líneas de árboles, a la derecha había 1.454 sauces y 1.108 en la opuesta. El camino al Callao tenía, según Unanue, desde la portada hasta el puerto 13.310 varas, con tres pistas, una central empedrada para vehículos y dos laterales, apisonadas, para peatones. El ancho de la pista del centro era de 20 varas y las colaterales de 8 por banda; adornándola cuatro hileras de árboles de varias clases. A partir del óvalo llamado “de la Reina” había dos plazoletas más, de menores dimensiones, denominadas “del marqués de