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Capítulo II: Segunda regla Tuvo objetivos claros para sí y confusos para los demás

Pizarro, el Rey de la Baraja tida de Panamá llevaba inpectore la decisión de consagrar en España la legitimidad solo para él. Además ni Cortés, ni Magallanes, ni el Gran Capitán ni el Cid fueron triunviros y cuando esta fórmula se dio en otras ocasiones, todo jugó a favor de uno, César en el primero y Octavio en el segundo. Gran jugador de baraja española, Pizarro repartió cartas para tres pero finalmente hizo su entrada como cuarto y se quedó con la mesa.

Y lo hizo conociendo la debilidad psicológica de Almagro, viejo capataz de su encomienda en Panamá. Narra Pedro Pizarro: «El Don Diego se amotinó y se alzó con el dinero y hacienda que tenía recogida y no quiso ayudar a Don Francisco. Y por esta causa se padeció mucha necesidad y murió alguna gente de la que Don Francisco había pasado (de España a Panamá) y por no tener posible no se hacía la jomada». Pero tras ello Almagro se doblegó.

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Atahualpa estuvo condenado desde el inicio

Pizarro fue suficientemente sagaz, o cínico, para ocultar ante el propio Atahualpa la decisión de ejecutarlo. Así lo señalan Diego de Trujillo y Pedro Pizarro al narrar que, momentos después de ser aprisionado, Atahualpa preguntó por su suerte, seguro de morir, y Pizarro le respondió que posteriormente sería enviado a Quito, donde reinaría. «El marqués le aseguraba diciéndole que le daría la provincia de Quito para él y que los cristianos tomarían de Cajamarca para el Cuzco» (Pedro Pizarro, 36 v.). En la acción de la captura, el único español herido en la plaza fue el propio Pizarro por defender al Inca. De inmediato condujo al capturado hacia el galpón donde pernoctaba, dándole absoluta seguridad sobre su futuro y explicándole, triste consuelo, que «sus soldados y el Rey al que representaba habían derrotado enemigos mayores que Atahualpa y que este, por ello, no debía tener ni pena ni vergüenza». Esa noche, para darle confianza, durmió en la misma habitación que su prisionero, sin ninguna seguridad o cadena, y en los días posteriores tuvo múltiples reuniones y cenas con él.

El rehén alimentó así la esperanza de que, entregado el rescate a esos codiciosos saqueadores, estos partirían del Perú. Esa primera noche organizó una nueva estrategia para recuperar su reino o ga

Alan García Perez nar tiempo y al día siguiente entró al juego proponiendo comprar su libertad. Pizarro desplegó la vieja táctica del bueno, él mismo, y el malo, Almagro, para alternar la esperanza y la depresión en Atahualpa. Ello es tan cierto que este, a pesar de haber ejecutado fríamente decenas de miles de indígenas en su guerra con Huáscar, en varias ocasiones cayó en profunda tristeza y llanto al concluir que podría ser ejecutado por Pizarro. Así ocurrió a la llegada del tesorero Riquelme y de Diego de Alma-gro, cuando Atahualpa comprendió que con más soldados y con dos nuevos conquistadores buscando espacios de poder, se hacía más cercana su muerte y por ello, al producirse el simulacro de juicio en el que fue condenado en pocas horas, el 26 de julio de 1533, el jefe indígena se hundió en la desesperación y abandonó la serenidad con la que actuaba.

Igual ocurrió con Huáscar

Pizarro también ocultó sus objetivos sobre la suerte de Huáscar. Conociendo que los ejércitos atahualpistas habían tomado el Cusco, dejó hacer a Atahualpa, lo que produjo una enorme masacre en la propia ciudad, donde se victimó a doscientos hijos de Huayna Cápac y a ochenta y tres hijos de Huáscar, según cuenta la crónica. Sarmiento de Gamboa escribe que «mandó a su pariente Cuxi Yupanqui que fuese al Cusco y no dejase pariente ni valedor de Guáscar que no matase. Y tras esto mandaron matar a todos los chachapoyas y a Cañares y su curaca llamado Ulco Colla, el cual decían que había revuelto a los dos hermanos» («Historia de los Incas»).

Ejerciendo mayor presión o una severa amenaza sobre Atahualpa, Pizarro habría podido evitar el asesinato de Huáscar pero no lo hizo guardándose esa carta para tener un argumento posterior con el que condenar a su prisionero, y porque de esa manera también eliminaría al jefe del territorio del sur. Además, así ganaría la fírme adhesión de quienes deseaban hacer justicia y reivindicar la muerte de Huáscar. Se limitó a repetir una y otra vez a los cronistas y a los orejones huascaristaspresentes que había pedido a Atahualpa respetar la vida de su hermano, al punto que ni sus propios cronistas percibieron esta hábil jugada que significó una ganancia doble para Pizarro.

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