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Las espadas: legitimidad carismàtica
Alan García Perez
de hecho, aunque esto es menos perceptible para los analistas, el envío reiterado de Hernando Pizarro a España, el cual con sus actitudes ponía en peligro su legitimidad. Francisco, estamos seguros, no dudaba de la lealtad personal de Hernando, pese a ser el hijo legítimo de su padre y a «estar sometido a la voluntad de Hernando» según algunos cronistas, pero temía la soberbia y los crueles excesos de su hermano, ante lo cual optó por enviarlo a España a dar cuenta además del proceso y de la ejecución de Almagro.
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Crear un núcleo duro identificado con el tenedor de la legitimidad
Pero el monopolio de la legitimidad, al igual que lo hicieron otros grandes conductores, requería un núcleo duro y de confianza, como la Guardia Pretoriana de los emperadores, los Mamelucos en el caso de Napoleón o el círculo estrecho de los discípulos más cercanos a Cristo (Pedro, Andrés, Santiago y Juan, los que, como narra San Mateo, por la cercanía al Mesías causarían dentro del grupo severos enfrentamientos en la entrada a Jerusalén).
Para constituir ese núcleo diaro la primera medida fue recurrir a su propia familia, buscando, después de las Capitulaciones de Toledo en 1529, respaldo en conocidos personajes de Trujillo y de allí llevó con él a Hernando, el hermano legítimo y de soberbia solo comparable a la de Atahualpa, por lo que ambos establecerían la mejor relación. Llevó también a sus otros hermanos, Gonzalo y Juan, que parece haber sido el más cercano a él; a su medio hermano Martín de Alcántara, hijo de «La Ropera», quien lo acompañó hasta su muerte, cayendo también a su lado. Además, reclutó a parientes más lejanos, como Pedro Pizarro, el cronista adolescente, Martín Pizarro y Diego Pizarro, así como a los hermanos de madre de Martín de Alcántara. Todos ellos esencialmente crueles y ambiciosos como 10 demuestra la quema de cientos de caciques en el sur y en el Collao, después de la derrota de Almagro en Las Salinas.
Pero a este núcleo básico lo rodeaba un segundo círculo concén11 ico de truj¡llanos y extremeños, cuyas riquezas y aventura se debieron completamente a Pizarro. Entre ellos, se encontraban Francisco de Orellana, Pedro de Hinojosa, Fray Jerónimo de Loayza,
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Pizarro, el Rey de la Baraja Arzobispo de Lima y fanático pizarrista, Garci Manuel de Carbajal, fundador de Arequipa, Ñuño de Chávez, que exploró Charcas, Per Alvarez Olguín y muchos otros. Resulta claro que varias decenas de los embarcados en el tercer viaje tenían una relación personal y directa con Francisco Pizarro.
Y a la postre Pizarro tuvo razón al constituir ese núcleo, pues nueve años después, muerto Juan Pizarro en el Cusco, partido Hernando a España, ausente Gonzalo por su expedición a Quito y dispersos los trujillanos y extremeños en sus encomiendas de todo el Perú, Francisco fue abandonado por los veinte comensales que lo acompañaban en el almuerzo el 26 de junio de 1541, momentos antes de su asesinato, y después nadie se atrevió a indagar por su suerte. Bastó con que, aun antes de su muerte, un almagrista mostrara en la puerta de la casa una espada enrojecida con la sangre de un camero y advirtiera «Muerto es el tirano». Sic transit gloria mundi.
A ese núcleo básico de hermanos, parientes y extremeños se sumaban dos contingentes de indígenas, aliados de antaño, los nicaraguas y los guatemalas, que por cientos viajaron en las naves de Pizarro para participar en la conquista del Perú, sirviendo activamente en las batallas y en los desplazamientos. Este conjunto es el que permitió a Pizarro mantener sólidamente el monopolio de su legitimidad sobre su propio ejército y sobre sus asociados españoles o indígenas. Si a ello se agrega a los cañaris, los chachapoyas, vinculados al bando pizarrista, y a los huaylas, a quienes ganó por su unión con Inés Huaylas, hermana de Atahualpa, tenemos la expresión física y armada de su poder personal.